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Sólo un Dios que sufre puede ayudar ( con D. Bonhöffer y D. Sölle )

Sábado, 11 de febrero de 2023
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9D196E0C-EAB5-4997-B19D-3C7C9196BB7ADel blog de Xabier Pikaza:

Este dicho abismal, situado en el contexto del Holocausto-Shoah, del que acaban de cumplirse los años (27.1.23), retomado y profundizado por D. Sölle, en el contexto de las bienaventuranzas, proclamadas por la Iglesia Católica el pasado domingo (29-1.23), nos sitúa ante la “definición” de Dios (que he venido presentando desde la perspectiva de Zubiri y Ratzinger.

Retomando una palabra clave de D. Bonhöffer, Dorothee Sölle, inmensa teóloga alemana del siglo XX, se preguntaba en un trabajo, dedicado al Sufrimiento, en el Diccionario de Teología feminista: ¿Por qué nos resulta tan difícil pensar a Dios como vida, alegría y dolor, en vez de pensarle como poder dominador.

   Sí, un Dios que es vida, alegría y sufrimiento, buena nueva y bienaventuranza en el dolor…  De eso he tratado el pasado domingo, estudiando las bienaventuranzas. De eso quiero seguir tratando hoy a partir de unas reflexiones de Sölle. Comienzo la postal con una bio/Bibliografia de D.Sölle (Bonhöfer es más conocido); sigo con su visión de protesta y misterio ante el sufrimiento, retomando unas páginas de mi Diccionario de la Biblia.

DOROHEE SÖLLE (Pikaza, Dicc. Pensadores Cristianos, VD, Estella 2011)

Sölle, Dorothee (1929-2003). Teóloga luterana de Alemania y USA, figura representativa del pensamiento cristiano del siglo XX, por su radicalidad intelectual y por la intensidad de su compromiso a favor de la paz. Estudió en la Universidad de Colonia, doctorándose con una tesis sobre teología y poesía, para seguir enseñando en la misma Universidad. Promovió diversos actos de protesta por la Guerra de Vietnam, a favor del desarme y en contra de la injusticia económica y social del mundo.

Del 1968 al 1972 organizó las famosas Politisches Nachtgebet (Oraciones políticas nocturnas), con su marido F. Steffensky, que había sido monje benedictino. De 1975 al 1987 enseñó teología sistemática en el Union Theological Seminary de New York. Sus obras escritas en alemán y/o en ingles han tenido mucho influjo, no sólo en el campo teológico, sino en la vida social y política de Alemania y Europa.

Su pensamiento es liberador, aunque no pertenezca a la “teología de la liberación”, y es feminista, aunque no pretenda serlo expresamente, pues ha intentado poner su palabra al servicio de todos los oprimidos, en un mundo donde las viejas certezas parecían apagarse. Entre sus libros:

Christ the representative: an essay in theology after the ‘Death of God’ (London 1967; version cast. El Representante, Buenos Aires 1972); Beyond mere obedience: reflections on a Christian ethic for the future (Minneapolis 1970; version cast. Imaginación y obediencia. Reflexiones sobre ética cristiana future (Salamanca 1980); Political theology (Philadelphia, 1974); Suffering (Philadelphia 1975; version cast. Sufrimiento, Salamanca 1978); The strength of the weak: toward a Christian feminist identity (Philadelphia 1984); The window of vulnerability: a political spirituality (Minneapolis 1990); Thinking about God: an introduction to theology (London 1990): Stations of the Cross: a Latin American pilgrimage (Minneapolis 1993); The silent cry: mysticism and resistance (Minneapolis 2001).

En castellano, cf. además; Teología política: confrontación con Rudolf Bultmann (Salamanca 1972);Viaje de ida: Experiencia religiosa e identidad humana (Santander 1977);Dios en la basura (Estella 1993); Mística de la muerte (Bilbao 2009); Reflexiones sobre Dios (Barcelona 1996).

D. SÖLLE, SUFRIMIENTO DE LOS INOCENTES, SUFRIMIENTO DE DIOS (reflexión recreada a partir de M. Mariani y M. Navarro, Cristologie Feministe, 2022).

 El punto de partida de Sufrimiento lo ofrece la condición de infelicidad padecida por mujeres y varones, una condición que se justifica a menudo recurriendo a una ambigua y peligrosa teología cristiana del sufrimiento. Ciertamente, esa teología es ambigua y peligrosa, pero –como pone de relieve Sölle-, ella nos obliga a superar la costumbre moderna de preguntarnos solamente por las causas y formas de eliminación del sufrimiento, obligándonos a plantear preguntas sobre su sentido y su función, preguntas que son igualmente fundamentales para encontrar una respuesta a las cuestiones modernas ya indicadas[MM1] [1].

En esa línea, teniendo en cuenta y estudiando las interpretaciones tradicionales que han sido dominantes, D. Sölle eleva sus acusaciones en contra del masoquismo cristiano y del sadismo teológico, y lo hace de un modo más preciso partiendo de un examen más hondo de las interpretaciones tradicionales del tema [2].

Sobre las tendencias sadomasoquistas escondidas en el espíritu humano había tratado extensamente el psicoanálisis, y  Sölle descubre esas tendencias en acción no sólo allí donde se habla de la necesidad de someterse a la voluntad de un Dios que no se complace en la felicidad de los hombres (de las creaturas), sino más bien en su sufrimiento. De aquí proviene un tipo de “adoración del verdugo”, conforme a la cual el Dios Omnipotente que guía la historia de los hombres viene a presentarse también como causa de todos sus sufrimientos, infligidos como castigo por el pecado, un castigo que ha de aceptarse de un modo sumiso y obediente.

En la línea de esa concepción se sitúa un tipo de teología de la cruz según la cual el Padre sacrifica al Hijo y lo sacrifica realmente, a diferencia de lo que se dice de Abraham en relación con su hijo Isaac, al que no tuvo que sacrificar, matando en su lugar un cordero (Gen 22). Esa visión nos sitúa ante la representación de un Dios sádico e impasible, una representación propiciada por el hecho de que la teología cristiana ha asumido categorías propias de la filosofía griega, lo que lleva consigo una serie de consecuencias éticas, partiendo de la imitación de un Dios concebido  en forme de destino,  un Dios que forma justifica la indiferencia, con la apatía personal y social ante situaciones de falta de felicidad. Por otro lado, esta visión hace que el sufriente acepte el sufrimiento como justo y considere necesario el soportarlo [3].

En este contexto resulta emblemática la figura (que Sölle presenta en el principio de su estudio) de la mujer bávara, católica, madre de tres hijos, que soporta un matrimonio infeliz, sin poder ni siquiera imaginar la eventualidad de un cambio, pues vive prisionera dentro de una sociedad patriarcal, de tipo estático, con el convencimiento de que su sufrimiento responde a la voluntad de Dios.

 Muchos han querido hacer de Jesús un héroe, atenuando su angustia ante la inminencia de su arresto (el evangelista Lucas reflejaría esta tendencia) o acentuando el carácter extraordinario (heroico) del abandono vivido por Jesús, abandono de los hombres y de Dios. En este contexto objeta Sölle: «Este modo de proponer el problema, propio de aquellos, que, en un mundo de inconmensurable sufrimiento, quieren aislar el de Jesús, para no confrontarlo con otros sufrimientos y comprenderlo después como algo extraordinario, es algo más bien macabro. Entre los intereses de Jesús no está el de haber sufrido más que todos».

En contra de esa visión, la verdad del símbolo del sufrimiento de Jesús está más bien en el hecho de que puede repetirse. Lo que aquí (en los evangelios) se dice sobre el dolor de Jesús puede aplicarse a todos los hombres y mujeres, como lo demuestran los testimonios de muchos que han vivido un sufrimiento extremo [4]. También ellos han experimentado el abandono de Dios y se han liberado de la destrucción del fundamento de la propia vida mediante la verdadera aceptación del dolor, de manera que el cáliz de sufrimiento se convierta en cáliz de revitalización.

Se han dado por tanto otros seres humanos que han sufrido y que se han vuelto agentes (autores) de[MM2]  una historia de resurrecciones, con un sentido de representación para otros. La resurrección no es un privilegio especial para  algunos seres humanos, cerrados en sí mismos, ni siquiera para  Jesús de Nazaret, sino que contiene una esperanza para todos, es decir, para la humanidad» [5].

Oponiéndose a un teísmo que nos lleva a representar a Dios como omnipotente y sádico, D. Sólle se muestra muy sensible al dicho de Bonhöffer: “Sólo un Dios que sufre puede ayudarnos”. En esa línea,  ella apela finalmente a la idea de que la potencia de Dios se identifica con un amor que es capaz de dar vida y de hacer que los muertos resuciten, de manera que podamos vincularnos con[MM3]  ellos, compartiendo los sufrimientos de los otros y buscando justicia para aquellos que están privados de justicia.

Merece la pena insistir en el hecho de que el libro sobre el Sufrimiento ha puesto de relieve las complejas implicaciones sociales y políticas de un determinado imaginario teológico, sin aludir apenas al tema del género, a no ser en la cita de la mujer bávara, a la que pone como ejemplo de masoquismo cristiano. Ese motivo ha sido explicitado de manera más intensa en otros lugares, entre los que resulta significativa la voz «Leiden/Opfer» (sufrimiento/sacrificio), que Sölle escribió para Wörterbuch der Feministischen Theologie (Diccionario de teología feminista). En ese  contexto, ella ha puesto de relieve que las dos reacciones al sufrimiento (una de rebeldía y otra de aceptación) que aparecen en la Biblia (especialmente en Job y en los relatos de la pasión de Jesús ) y en la historia del cristianismo pueden vivirse en una dialéctica que salvaguarde la libertad del ser humano.

Sin embargo, de hecho, en la práctica, la tradición cristiana  ha terminado por atribuir a los varones la prerrogativa de la protesta, con la posibilidad de escapar (liberarse) de condiciones familiares o laborales que sean insoportables, mientras que ha impuesto a las mujeres y a los pobres la exigencia de bajar la cabeza con paciencia y humildad ante sus sufrimientos.

La iglesia tiene en este campo mucha responsabilidad porque, según esas categorías (paciencia y humildad), ella predicaba a las mujeres “el servilismo y la aceptación del destino impuesto por Dios” y pasaba por alto la diferencia entre sufrimientos evitables e inevitables [6]; de esa manera traicionaba el compromiso activo y solidario de Cristo por la liberación de todos los seres humanos.

En esa línea, el cristianismo ha mostrado componentes sadomasoquistas, cuyo fundamento ha de verse, por un lado, en la representación de Dios como omnipotente e indiferente al sufrimiento de los hombres, y en la ratificación por otro lado, de un tipo de ordenamiento jerárquico, que sitúa a las mujeres en el último puesto, exigiéndoles que asuman (que lleven con ellas) el sufrimiento, lo mismo que son ellas las  que asumen el hecho de llevar en el vientre al hijo que ha de nacer.

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Hacia una mística de ojos abiertos, corazón solidario y amor eficaz (I)

Jueves, 4 de junio de 2020
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Monsenor-Agrelo-junto-migrantes-africanos_2113598686_13528262_660x371Leído en su blog:

2020 es un año para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”

Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión

Estamos celebrando este año el décimo aniversario del fallecimiento de Raimon Panikkar, místico itinerante, que supo aunar en su vida y su pensamiento ambas dimensiones –mística e itinerancia- con una extraordinaria coherencia y fue capaz de conciliar en su persona experiencias místicas de diferentes religiones: judía, cristiana, hinduista, budista, y la mística secular.

2020 es también un año de para recordar a teólogas y teólogos nonagenarios que brillan con luz propia y viven –o vivieron- la mística no como evasión y huida del mundo, sino en el corazón de la realidad con todas sus contradicciones, al ritmo de la historia, en el horizonte de la liberación, en busca de nuevos valores humanistas y ecológicos y desde el compromiso por la transformación personal, comunitaria y estructural.

Me refiero a Gustavo Gutiérrez, para quien el método de la teología de la liberación es la espiritualidad; a Johan Baptist Metz, fallecido el año pasado, que propone una “mística de ojos abiertos”, que lleva a con-sufrir, a sufrir con el dolor de los demás; a Pedro Casaldàliga, que vive la mística en el bien decir estético de su poesía, en el compromiso con los pobres de la tierra y en defensa de los derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes; a Hans Küng, ejemplo de mística interreligiosa que conduce al diálogo simétrico de religiones, espiritualidades y saberes; a Dorothee Sölle, fallecida en 2003, que supo compaginar en su vida y su teología armónicamente mística y feminismo desde la resistencia.

Celebramos el ochenta y dos aniversario del nacimiento Leonardo Boff, que definió a los cristianos y cristianas como “contemplativos en la liberación” y de Jon Sobrino, testigo de la mística vivida en torno al martirio y de la “liberación con espíritu”, convencido como está de que “sin práctica, el espíritu permanece vago, indiferenciado, muchas veces alienante”; el ochenta y cinco aniversario de Juan Martín Velasco, fallecido en abril pasado, místico en tiempos de ausencia de Dios, y el ochenta aniversario del nacimiento de la carmelita Cristina Kauffmann, fallecida en 2006, cuya vida fue, en palabras suyas “un correr hacia Dios”.

Ellas y ellos han hecho realidad la conocida afirmación de Karl Rahner: “El piadoso de mañana o bien será un ‘místico’, una persona que ha ‘experimentado’ algo, o no será nada”.

Preguntas

Pero llegados aquí me surgen no pocas preguntas. Hace cerca de 40 años, Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuerza histórica de los pobres si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión, si la tarea más urgente no era más de orden social y político que teológica, si se justificaba dedicarle tiempo y energía a la teología en las condiciones de urgencia que vivía América Latina y si los teólogos no estarían dejándose llevar más por la inercia de una formación teológica que por las necesidades reales de un pueblo que lucha por su liberación.

Yo me planteo y os planteo similares preguntas, en este caso en relación con la mística. ¿Tiene sentido hablar de mística en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos? ¿Se trata de la búsqueda de una “nueva espiritualidad” o, más bien, de una especie de “tapa-agujeros” en una época post-religiosa y de una manera de evadirse de la realidad? ¿No puede parecer una distracción ociosa hablar de mística en medio de la pandemia provocada por el coronavirus con cerca de cuatro millones de personas contagiadas en el mundo y doscientas setenta mil fallecidas y con una postpandemia de incalculables consecuencias para el futuro de la humanidad?

A la vista de las grandes brechas abiertas en el mundo entre ricos y pobres, hombres y mujeres, personas “nativas” y “extranjeras”, pueblos colonizados y potencias colonizadoras, de tamañas situaciones de injusticia estructural, del crecimiento de la desigualdad, de las agresiones contra la tierra, contra los pueblos originarios, contra las mujeres, contra la memoria histórica y a favor del olvido: feminicidios, ecocidios, epistemicidios, genocidios, biocidios, memoricidios, ¿se puede seguir hablando de mística con un discurso que no sea alienante y unas prácticas religiosas que no sean estériles?

Las preguntas se tornan más urgentes y radicales todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y desplazadas que quieren llegan a nuestras costas surcando el Mediterráneo o saltar las vallas con concertinas y mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara” Europa llamada “cristiana” o que, procedentes de los países centroamericanos empobrecidos por el voraz y salvaje capitalismo, son detenidas en la frontera de Estados Unidos y separados los niños y niñas de sus padres y madres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles personas en condiciones infrzhumanas, las mujeres son abusadas, muchos niños y niñas deambulan solos y desnutridos y a todos se les ha robado la esperanza y el futuro, muy difíciles de recuperar.

Son preguntas que me golpearon durante la visita que hice hace un par de años a la Casa Museo de la Memoria de Medellín (Colombia), donde vi las estremecedoras imágenes que representaban a las 8.731.000 víctimas (oficiales, las reales son muchas más) del conflicto colombiano. Son víctimas de masacres, desapariciones forzosas, violencia sexual, amenazas múltiples, homicidios, reclutamientos forzosos, desplazamientos forzosos, torturas, despojo de bienes, separaciones familiares, etc.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el Holocausto y el Mal Absoluto que fue el nazismo, el filósofo de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno, afirmó en su libro Notas sobre literatura: “No querría yo quitar fuerza a la frase de que es de bárbaros seguir escribiendo poesía lírica después de Auschwitz”. ¿Podemos hacer la misma afirmación hoy en relación con la mística?

Aquí dejo planteados los interrogantes. Mi respuesta, en el siguiente artículo. Dejo tiempo suficiente para que los lectores y lectoras puedan responder a partir de las preguntas que vayan plantándose.

[1] Tomo la cita de Johann Baptist Metz, Por una mística de ojos abiertos. Cuando irrumpe la espiritualidad, Herder, Barcelona, 2013, p. 182.

[2] Gustavo Gutiérrez, La fuerza histórica de los pobres, CEP, Lima, 1979 (Sígueme, Salamanca, 1982).

[3] Theodor W, Adorno, Notas sobre literatura. Obra completa. Edición de Rolf Tiedemann, con la colaboración de Gretel Adorno, Susan Buck-Morss y Klaus Schultz, traducción de Alfredo Brotons Muñoz, t. 11, Akal, Madrid, 2003, p. 406.

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32 Encuentro Europeo de Curas Obreros

Domingo, 12 de junio de 2016
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curas-obreros-de-europa“Humanizar es evangelizar sin proselitismos”

Llegados de Alemania, Bélgica, italia, Inglaterra, Francia y España

Se celebró en Pentecostés como viene siendo habitual, el 32 Encuentro Europeo de Curas Obreros (CO) llegados de Alemania, Bélgica, Italia, Inglaterra, Francia y España. Estos encuentros son al mismo tiempo ecuménicos puesto que también participan en ellos pastores obreros evangelistas y anglicanos, hombres o mujeres.

Las conversaciones giraron sobre cómo vivir con los inmigrantes y refugiados que sufren situaciones de esclavitud, marginación o descarte.

1.- Los CO hacen una lectura de la realidad.

Los refugiados e inmigrantes han tenido que abandonar su casa, su familia, su país, todas sus pertenencias para sobrevivir y vienen con la riqueza de su dignidad y sus valores. En Europa muchos les tienen miedo y no ven que detrás de cada uno hay un drama humano.

Podemos ser cómplices de su esclavitud a través de nuestro consumo de productos hechos con trabajos esclavos.

Si hay refugiados a quien acoger es porque hay guerras a denunciar. No podemos hacer el discurso esencialista de “bienvenidos todos” sin denunciar los “poderes” que los expulsan y los “poderes” que imposibilitan la acogida.

Hay una creciente degradación laboral y de los derechos humanos en todo el mundo.

Es una mentira anunciar trabajo para todos como el medio para obtener los recursos económicos suficientes para vivir (trabajos ¿de qué tipo?). No va a ser posible el trabajo para todos pero sí una vida digna para todos. La cuarta Revolución Industrial (robótica, la Inteligencia artificial) hará estragos si no se contrarresta con “rentas básicas”, o similares

2.- Ante esta situación

Disciernen gritos y exigencia por un mundo sin exclusión y señales de la llamada del Señor a actuar. Es en estas y otras fronteras de “inhumanidad” donde se lleva a cabo el Reino de Dios. Jesús citó a sus discípulos a las fronteras de Galilea. Se trata de devolver la dignidad a los vapuleados de un país a otro, de contemplar al “otro” desde sus ojos y desde su corazón.

Las convicciones y esperanza consiste en que “muchas pequeñas realidades ayudan a construir un mundo habitable. Cada acción concreta es la anticipación del cambio del sistema. “El reino de Dios -dicen los CO- no se puede reducir a una tradición cultural de Occidente”; se trata de “enderezar un mundo al revés”.

3.- ¿Qué se puede hacer?

El camino consiste irremediablemente en “la integración y convivencia pluricultural o intercultural, extirpar la explotación-esclavitud y dignificar la vida de todos y cada uno.

No es suficiente el socorro y la ayuda inmediata. “Hay que denunciar que las migraciones son el resultado del colonialismo” y de las intervenciones armadas en Oriente Medio o África. “Hay que luchar por sus derechos a quedarse en su propio país. Descubrir y destruir las razones de su éxodo provocado”.

Los poderes económicos controlan casi todo y a pesar de la aparente impotencia se impone “apoyar a todas organizaciones que actúan para lograr el bien de toda la humanidad“.

El futuro pasa sobre todo por decisiones políticas (aunque no sólo) sobre: el tratado EU-Turquía, el TTIP, la lucha contra la corrupción económica, Panamà-paraísos fiscales…Nuestra intervención ha de ser también política. La Lucha será dura y violenta por la represión policial, laboral… sin embargo habrá victorias.

4.- Aportación de Leh, pastor protestante, teólogo y obrero, presente en encuentro.

Hizo un lectura desde el Evangelio, que se recoge en estas frases que fueron muy debatidas:

La justicia humana no se identifica con la justicia de Dios, que es la plenitud de la humanidad.

Comprometerse por la plenitud de la humanidad es la profesión de fe para algunos. Si se lucha por la plenitud humana, ¿por qué hablar de la “fe” o de las “fes”?

Humanizar es evangelizar sin proselitismos. Es ofrecer una experiencia que creemos que es muy humanizadora. Una riqueza que se puede tener o no tener, es “gratuita pero no superflua” como la conciencia obrera, pero que ensancha y profundiza el sentido de la propia vida.

No se puede comprender a Jesús al margen de su relación con el Abba. En el estilo de vida de Jesús se nos revela a los cristianos el horizonte de la plenitud de la humanidad.

La fe es la vida vivida de una manera concreta. Fe no quiere decir tener la verdad sino “crear confianza”. Bonhoeffer habla de “vivir sin Dios pero delante de Dios”, desde un profundo sentido de la trascendencia y la adoración

6. Celebración de la Liturgia de Pentecostés.

Fue una oración muy bien preparada, llena de cantos de Taizé, símbolos y belleza, presidida por dos mujeres belgas. Todo el mundo se sintió celebrando la eucaristía aunque formalmente no hubo consagración ni referencia a la santa cena.

En tono de Manifiesto se fue proclamando:

“Nunca como ahora nuestro mundo necesita personas que aporten Reconciliación, Solidaridad humana, Coraje, Confianza, Esperanza, Humor, Silencio.

Se leyó un texto de Dorothée Solle sobre “Mística y Resistencia”, y el fragmento de Colosenses 3,11-15 (“Desde ahora no hay griego ni judío, circunciso ni incircunciso, etc; sólo está Cristo, que lo es todo en todos”).

Recitaron alternadamente entre hombres y mujeres, la parte central de la oración:

– “Porque creemos en un Dios de amor, de luz en medio de la oscuridad, de agua en el desierto; nos oponemos al odio, al racismo y la violencia “.

– “Porque creemos en el hombre Jesús que nos ha precedido en la atención y cuidado, partiéndose y repartiéndose, nos oponemos a la pobreza, el hambre y tanta injusticia”.

– “Porque creemos en su Espíritu que nos anima, nos ilumina y nos calienta, nos conduce y nos muestra caminos, nos oponemos a la indiferencia, a la soledad y a tanto dolor”.

– “Juntos animados por el Espíritu que vive y da vida, cada uno con sus propios dones, queremos realizar lo que pedimos: reaccionar contra la injusticia y el odio y vivir la ternura, la justicia y el amor. Partimos el pan y el vino con el fin de convertirnos en hombres y mujeres en su Espíritu “. (Y se partió y repartió el pan entre todos).

Fuente Religión Digital

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“Mística y violencia: apostar por la paz (III)”, por Gema Juan OCD.

Jueves, 3 de abril de 2014
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13045186935_91045a983c_mDe su blog Juntos Andemos:

Al comenzar esta reflexión, recordábamos con D. Sölle, esa parte esencial del mensaje cristiano que recuerda que el ser humano es capaz de cambiar. Y hemos visto que Juan de la Cruz propone un camino para hacerlo, para dejarse transformar.

Explicando esta transformación en su Cántico espiritual, dirá que el cambio consiste en dejar a Dios hacer. Lo que Él hace es evacuar todo lo que tiene ajeno de Dios, es decir, todo lo que no es amor, porque –como dirá poco después– Dios no se sirve de otra cosa sino de amor. Por eso, para Juan, apostar por la paz es poder decir: ya no tengo otro oficio, ya solo en amar es mi ejercicio. Es cambiar el móvil de la vida: todo se mueve por amor y en el amor.

En un precioso artículo sobre reconciliación*, Elías López planteaba lo siguiente:

«La cuestión es: ¿Quién quiere convertirse en un cordero de Dios junto con Jesús, para llevar la herida de ser un trabajador por la paz, y para transformar la muerte por violencia en vida de resurrección? Necesitamos «místicos políticos» (que articulen acción-pasividad y palabra-silencio) entre personas corrientes».

Juan de la Cruz, herido de amor por Dios y por la vida, lo hizo. Su vida y sus escritos lo muestran claramente. La lectura política de sus escritos sigue en ciernes pero, en todo caso, él se revela como un claro cordero de Dios, un no violento, un servidor de la paz.

Que una vida sea ejemplar es importante, pero se puede pedir algo más. El más de crear comunidad, dando otra fuerza a la propia vida. La vida de Juan resulta ejemplar, es decir, inspira y mueve, anima y sostiene. Hace sentir que es posible otra dignidad humana, otra forma de estar en el mundo. Su vida muestra una apuesta práctica y concreta por la paz.

Teresa de Lisieux, hermana y discípula de Juan, escribió: «cuando un alma se ha dejado fascinar…, ya no puede correr sola… porque el amor llama al amor». Eso hace Juan, no corre solo, convoca, crea una red espiritual, es decir, una comunidad que es un tejido de relaciones que mantiene la fuerza del deseo profundo: hacer del amor el centro y, por tanto, generar un mundo más pacífico y justo. Una comunidad unida por aquella sabiduría amorosa que da sostén al empeño de algo mejor para todos.

Juan apuesta por la justicia que lleva a la paz. Desde su atención a los enfermos desahuciados, hasta la que presta a los muchachos pobres del barrio de Ajates, durante los cinco años que vive en Ávila, pasando por la acogida en sus conventos de gentes, incluso «retraídos», es decir, algún refugiado de la época, al que recibió como uno de los suyos.

Apuesta por la implicación. Nadie, al pensar en un místico, en un escritor de obras espirituales, imagina la cantidad de kilómetros que Juan llegó a recorrer, tratando de llevar luz y consuelo. En aquellos ásperos viajes, tropezó en más de una ocasión con reyertas violentas y situaciones deshonestas, y se involucraba en ellas para poner paz y orden. No pasaba de largo, no andaba ni vivía abstraído, ajeno a lo que le rodeaba.

También entre sus hermanos actuó como mediador de paz. Aunque deseaba el silencio y la soledad, no rehuía el compromiso de la fraternidad ordinaria, desde su condición de hermano y, más veces de las que deseó, de superior.

Basta, para terminar, recordar un gesto y unas palabras de Juan que lo muestran como ese cordero con el Cordero, siervo con el Siervo que fue Jesús. Como un hombre capaz de sembrar la paz en la vida cotidiana y, a la vez, capaz de provocar a lo largo del tiempo la apuesta por la paz, desde la experiencia profunda de Dios.

El gesto se produce en Baeza, cuando el provincial de los carmelitas calzados de Andalucía se presenta en la comunidad de Juan —descalzo ya—, con un decreto por el cual tenía potestad para corregir y castigar a los frailes descalzos –cosa que con mucho interés iba a hacer. Sucedió que la justicia ordinaria eclesiástica apresó al provincial y a sus acompañantes porque el decreto había sido revocado. La respuesta de Juan fue inmediata: intercedió para que soltaran a sus propios enemigos y los llevó a su casa para obsequiarlos.

Estas palabras pertenecen a sus cartas, a la última que se conserva, escrita poco antes de morir, a modo de testamento por la paz:

Ame mucho a los que la contradicen y no la aman, porque en eso se engendra amor en el pecho donde no le hay; como hace Dios con nosotros, que nos ama para que le amemos mediante el amor que nos tiene.

* Revista Concilium, 349

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“Mística y violencia: apostar por la paz (I)”, por Gema Juan OCD.

Sábado, 29 de marzo de 2014
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13045301253_7e132e8aa9_m Leído en su blog Juntos Andemos:

a paz es uno de los deseos esenciales de la humanidad desde sus orígenes, desde que el ser humano es tal y se encuentra enfrentado a fuerzas negativas que nacen de su interior o le acosan desde fuera. Por ello, cada generación puede y debe hacer su apuesta por la paz, construyendo sobre lo recibido. Y cada presente pide creatividad, empuje y una elección clara para llevar la paz adelante.

A donde quiera que llegue nuestra mirada en el tiempo, la historia de las civilizaciones cuenta la facilidad con que la violencia cobra peso y se extiende. Hace poco más de tres décadas, el psicólogo Otto Klineberg escribía: «Existe la impresión generalizada de que nos encontramos en una era de violencia, de que presenciamos un estallido excepcional de comportamientos violentos en todo el mundo. Basta, sin embargo, un breve repaso de los datos históricos para comprobar que las generaciones anteriores pudieron haber llegado a una conclusión análoga con igual justicia»*.

Hoy volvemos a tener esa impresión, la violencia se expande y encuentra lugar en el ámbito familiar y en las calles que transitamos, pero también mantiene unos tristes altos vuelos, en forma de guerras y terrorismo, cada vez más sofisticados.

La violencia –decía Häring– es una enfermedad mortal y solo una alternativa real puede curarla. Él proponía la alternativa evangélica de la no violencia. Y la verdad como uno de los medios indispensables para crear esa alternativa. Verdad que desenmascara la falsa paz, la mentira que rompe la armonía entre los seres humanos. Verdad que destapa la injusticia, del tipo que sea, porque sin justicia es imposible la paz.

Él mismo recordaba que quien está preso del engaño y la mentira, la avaricia y la ambición de poder del mundo, ni puede tener paz ni puede estar al servicio de la misma. Lo mismo decía Juan de la Cruz: «¡Oh si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que les causan sus aficiones y apetitos, y en cuántos males y daños les hacen ir cayendo cada día!».

De alguna manera, las sociedades tienden a domesticar cuanto molesta, de modo que adormecen la conciencia crítica y la acción. Hoy, en nuestros periódicos, parece normal encontrar al lado de un crimen, un anuncio de cosmética y junto al número de muertos de la última guerra o guerrilla, la promoción de un crucero. No ocupan más espacio los muertos por causa de necesarias migraciones o el número de parados, que el número de goles de las ligas que se siguen. Y todo ello es otra forma de violencia porque consume, poco a poco, la humanidad que estamos llamados a ser.

La violencia es como una marea que afecta a la intimidad tanto como a la vida de las sociedades, en cualquier parte del mundo. Como otra peste, de la que el mismo Camus había dicho: «La única batalla razonable es el compromiso por la paz… elegir definitivamente entre el infierno y la razón».

En medio de esto ¿qué hacen los místicos? ¿Les importa todo esto? Y, la mística ¿aporta algo?

La enfermedad de la violencia es curable, pero es necesario un cambio profundo. ¿Es posible? D. Sölle insistía en que uno de los mensajes fundamentales del cristianismo es que los hombres son capaces de conversión. Y aún añadía que «fe significa tener participación en el poder creativo y sanador de Dios».

Pues bien, ahí tiene su campo la experiencia mística, en el punto que reconoce a Dios como la mano amorosa que puede curar y transformar el corazón humano, y al creyente como quien puede dar paso a esa transformación, como quien es capaz de cambiar. Dios aumenta la anchura humana hasta lo insospechado y así, Juan de la Cruz decía que el ser humano tiene capacidad infinita porque lo que en él puede caber, que es Dios, es profundo e infinito.

Apostar por la paz es elegirla y procurarla. Es crearla, inventarla hasta sacarla de los pozos profundos donde a veces está hundida. Merece la pena la apuesta porque, como decía Juan, «no puede el hombre humanamente en esta vida poseer cosa mejor que aquello que trae paz y tranquilidad y recto y ordenado uso de la razón».

Antes y después de afirmar tal cosa, dedica muchas páginas a mostrar por qué caminos se va hacia la paz y por cuáles hacia la intranquilidad y el desasosiego profundo, los caminos por los que, finalmente, se llega a la violencia, cualquiera que sea la forma en que se ejerza.

Así se implica el místico. Lo veremos en su vida y en su palabra. Su experiencia y su vida vuelta a Dios le llevan a hacer tres cosas: vivir vuelto a los demás, implicándose en su sufrimiento, intentando abrir caminos que hagan mejor la vida de todos. Tratar por todos los medios de transmitir aquello que ha comprendido —en parte por ello, mística y escritura están tan ligadas. Y, por último, crear redes, romper aislamientos a través de la confianza que produce el desvelamiento de lo auténticamente humano y a través de la experiencia compartida.

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«Las causas de la violencia desde una perspectiva socio-psicológica», en La violencia y sus causas, Editorial de la Unesco, 1981.

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