Sólo un Dios que sufre puede ayudar ( con D. Bonhöffer y D. Sölle )
Del blog de Xabier Pikaza:
Este dicho abismal, situado en el contexto del Holocausto-Shoah, del que acaban de cumplirse los años (27.1.23), retomado y profundizado por D. Sölle, en el contexto de las bienaventuranzas, proclamadas por la Iglesia Católica el pasado domingo (29-1.23), nos sitúa ante la “definición” de Dios (que he venido presentando desde la perspectiva de Zubiri y Ratzinger.
Retomando una palabra clave de D. Bonhöffer, Dorothee Sölle, inmensa teóloga alemana del siglo XX, se preguntaba en un trabajo, dedicado al Sufrimiento, en el Diccionario de Teología feminista: ¿Por qué nos resulta tan difícil pensar a Dios como vida, alegría y dolor, en vez de pensarle como poder dominador.
Sí, un Dios que es vida, alegría y sufrimiento, buena nueva y bienaventuranza en el dolor… De eso he tratado el pasado domingo, estudiando las bienaventuranzas. De eso quiero seguir tratando hoy a partir de unas reflexiones de Sölle. Comienzo la postal con una bio/Bibliografia de D.Sölle (Bonhöfer es más conocido); sigo con su visión de protesta y misterio ante el sufrimiento, retomando unas páginas de mi Diccionario de la Biblia.
DOROHEE SÖLLE (Pikaza, Dicc. Pensadores Cristianos, VD, Estella 2011)
Sölle, Dorothee (1929-2003). Teóloga luterana de Alemania y USA, figura representativa del pensamiento cristiano del siglo XX, por su radicalidad intelectual y por la intensidad de su compromiso a favor de la paz. Estudió en la Universidad de Colonia, doctorándose con una tesis sobre teología y poesía, para seguir enseñando en la misma Universidad. Promovió diversos actos de protesta por la Guerra de Vietnam, a favor del desarme y en contra de la injusticia económica y social del mundo.
Del 1968 al 1972 organizó las famosas Politisches Nachtgebet (Oraciones políticas nocturnas), con su marido F. Steffensky, que había sido monje benedictino. De 1975 al 1987 enseñó teología sistemática en el Union Theological Seminary de New York. Sus obras escritas en alemán y/o en ingles han tenido mucho influjo, no sólo en el campo teológico, sino en la vida social y política de Alemania y Europa.
Su pensamiento es liberador, aunque no pertenezca a la “teología de la liberación”, y es feminista, aunque no pretenda serlo expresamente, pues ha intentado poner su palabra al servicio de todos los oprimidos, en un mundo donde las viejas certezas parecían apagarse. Entre sus libros:
Christ the representative: an essay in theology after the ‘Death of God’ (London 1967; version cast. El Representante, Buenos Aires 1972); Beyond mere obedience: reflections on a Christian ethic for the future (Minneapolis 1970; version cast. Imaginación y obediencia. Reflexiones sobre ética cristiana future (Salamanca 1980); Political theology (Philadelphia, 1974); Suffering (Philadelphia 1975; version cast. Sufrimiento, Salamanca 1978); The strength of the weak: toward a Christian feminist identity (Philadelphia 1984); The window of vulnerability: a political spirituality (Minneapolis 1990); Thinking about God: an introduction to theology (London 1990): Stations of the Cross: a Latin American pilgrimage (Minneapolis 1993); The silent cry: mysticism and resistance (Minneapolis 2001).
En castellano, cf. además; Teología política: confrontación con Rudolf Bultmann (Salamanca 1972);Viaje de ida: Experiencia religiosa e identidad humana (Santander 1977);Dios en la basura (Estella 1993); Mística de la muerte (Bilbao 2009); Reflexiones sobre Dios (Barcelona 1996).
D. SÖLLE, SUFRIMIENTO DE LOS INOCENTES, SUFRIMIENTO DE DIOS (reflexión recreada a partir de M. Mariani y M. Navarro, Cristologie Feministe, 2022).
El punto de partida de Sufrimiento lo ofrece la condición de infelicidad padecida por mujeres y varones, una condición que se justifica a menudo recurriendo a una ambigua y peligrosa teología cristiana del sufrimiento. Ciertamente, esa teología es ambigua y peligrosa, pero –como pone de relieve Sölle-, ella nos obliga a superar la costumbre moderna de preguntarnos solamente por las causas y formas de eliminación del sufrimiento, obligándonos a plantear preguntas sobre su sentido y su función, preguntas que son igualmente fundamentales para encontrar una respuesta a las cuestiones modernas ya indicadas[MM1] [1].
En esa línea, teniendo en cuenta y estudiando las interpretaciones tradicionales que han sido dominantes, D. Sölle eleva sus acusaciones en contra del masoquismo cristiano y del sadismo teológico, y lo hace de un modo más preciso partiendo de un examen más hondo de las interpretaciones tradicionales del tema [2].
Sobre las tendencias sadomasoquistas escondidas en el espíritu humano había tratado extensamente el psicoanálisis, y Sölle descubre esas tendencias en acción no sólo allí donde se habla de la necesidad de someterse a la voluntad de un Dios que no se complace en la felicidad de los hombres (de las creaturas), sino más bien en su sufrimiento. De aquí proviene un tipo de “adoración del verdugo”, conforme a la cual el Dios Omnipotente que guía la historia de los hombres viene a presentarse también como causa de todos sus sufrimientos, infligidos como castigo por el pecado, un castigo que ha de aceptarse de un modo sumiso y obediente.
En la línea de esa concepción se sitúa un tipo de teología de la cruz según la cual el Padre sacrifica al Hijo y lo sacrifica realmente, a diferencia de lo que se dice de Abraham en relación con su hijo Isaac, al que no tuvo que sacrificar, matando en su lugar un cordero (Gen 22). Esa visión nos sitúa ante la representación de un Dios sádico e impasible, una representación propiciada por el hecho de que la teología cristiana ha asumido categorías propias de la filosofía griega, lo que lleva consigo una serie de consecuencias éticas, partiendo de la imitación de un Dios concebido en forme de destino, un Dios que forma justifica la indiferencia, con la apatía personal y social ante situaciones de falta de felicidad. Por otro lado, esta visión hace que el sufriente acepte el sufrimiento como justo y considere necesario el soportarlo [3].
En este contexto resulta emblemática la figura (que Sölle presenta en el principio de su estudio) de la mujer bávara, católica, madre de tres hijos, que soporta un matrimonio infeliz, sin poder ni siquiera imaginar la eventualidad de un cambio, pues vive prisionera dentro de una sociedad patriarcal, de tipo estático, con el convencimiento de que su sufrimiento responde a la voluntad de Dios.
Muchos han querido hacer de Jesús un héroe, atenuando su angustia ante la inminencia de su arresto (el evangelista Lucas reflejaría esta tendencia) o acentuando el carácter extraordinario (heroico) del abandono vivido por Jesús, abandono de los hombres y de Dios. En este contexto objeta Sölle: «Este modo de proponer el problema, propio de aquellos, que, en un mundo de inconmensurable sufrimiento, quieren aislar el de Jesús, para no confrontarlo con otros sufrimientos y comprenderlo después como algo extraordinario, es algo más bien macabro. Entre los intereses de Jesús no está el de haber sufrido más que todos».
En contra de esa visión, la verdad del símbolo del sufrimiento de Jesús está más bien en el hecho de que puede repetirse. Lo que aquí (en los evangelios) se dice sobre el dolor de Jesús puede aplicarse a todos los hombres y mujeres, como lo demuestran los testimonios de muchos que han vivido un sufrimiento extremo [4]. También ellos han experimentado el abandono de Dios y se han liberado de la destrucción del fundamento de la propia vida mediante la verdadera aceptación del dolor, de manera que el cáliz de sufrimiento se convierta en cáliz de revitalización.
Se han dado por tanto otros seres humanos que han sufrido y que se han vuelto agentes (autores) de[MM2] una historia de resurrecciones, con un sentido de representación para otros. La resurrección no es un privilegio especial para algunos seres humanos, cerrados en sí mismos, ni siquiera para Jesús de Nazaret, sino que contiene una esperanza para todos, es decir, para la humanidad» [5].
Oponiéndose a un teísmo que nos lleva a representar a Dios como omnipotente y sádico, D. Sólle se muestra muy sensible al dicho de Bonhöffer: “Sólo un Dios que sufre puede ayudarnos”. En esa línea, ella apela finalmente a la idea de que la potencia de Dios se identifica con un amor que es capaz de dar vida y de hacer que los muertos resuciten, de manera que podamos vincularnos con[MM3] ellos, compartiendo los sufrimientos de los otros y buscando justicia para aquellos que están privados de justicia.
Merece la pena insistir en el hecho de que el libro sobre el Sufrimiento ha puesto de relieve las complejas implicaciones sociales y políticas de un determinado imaginario teológico, sin aludir apenas al tema del género, a no ser en la cita de la mujer bávara, a la que pone como ejemplo de masoquismo cristiano. Ese motivo ha sido explicitado de manera más intensa en otros lugares, entre los que resulta significativa la voz «Leiden/Opfer» (sufrimiento/sacrificio), que Sölle escribió para Wörterbuch der Feministischen Theologie (Diccionario de teología feminista). En ese contexto, ella ha puesto de relieve que las dos reacciones al sufrimiento (una de rebeldía y otra de aceptación) que aparecen en la Biblia (especialmente en Job y en los relatos de la pasión de Jesús ) y en la historia del cristianismo pueden vivirse en una dialéctica que salvaguarde la libertad del ser humano.
Sin embargo, de hecho, en la práctica, la tradición cristiana ha terminado por atribuir a los varones la prerrogativa de la protesta, con la posibilidad de escapar (liberarse) de condiciones familiares o laborales que sean insoportables, mientras que ha impuesto a las mujeres y a los pobres la exigencia de bajar la cabeza con paciencia y humildad ante sus sufrimientos.
La iglesia tiene en este campo mucha responsabilidad porque, según esas categorías (paciencia y humildad), ella predicaba a las mujeres “el servilismo y la aceptación del destino impuesto por Dios” y pasaba por alto la diferencia entre sufrimientos evitables e inevitables [6]; de esa manera traicionaba el compromiso activo y solidario de Cristo por la liberación de todos los seres humanos.
En esa línea, el cristianismo ha mostrado componentes sadomasoquistas, cuyo fundamento ha de verse, por un lado, en la representación de Dios como omnipotente e indiferente al sufrimiento de los hombres, y en la ratificación por otro lado, de un tipo de ordenamiento jerárquico, que sitúa a las mujeres en el último puesto, exigiéndoles que asuman (que lleven con ellas) el sufrimiento, lo mismo que son ellas las que asumen el hecho de llevar en el vientre al hijo que ha de nacer.
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