“Trump está dando rienda suelta al sadismo, pero no podemos dejar que nos abrume”, por Judith Butler
Quienes festejan su insolencia y su sadismo están tan atrapados en su lógica como aquellos paralizados por la indignación
Judith Butler
9 de febrero de 2025 22:09 h
Actualizado el 10/02/2025 08:17 h
Mientras Donald Trump emite a diario una serie de declaraciones públicas y decretos devastadores y atroces, nunca ha sido tan importante evitar quedar atrapados en su obscenidad para, en su lugar, centrarnos en cómo estos problemas están interconectados.
Es fácil olvidar o dejar de lado órdenes ejecutivas como la prohibición de programas y discursos sobre diversidad, equidad e inclusión (DEI), así como de la “ideología de género” en todos los programas financiados por el Gobierno federal, a medida que nuevas obscenidades invaden el ciclo de noticias. Entre la rápida sucesión de anuncios figuran las amenazas de deportación a estudiantes internacionales que participen en protestas legítimas, las ambiciones expansionistas sobre Panamá y Groenlandia, y las propuestas de que EEUU se haga cargo de la expulsión total y forzosa de los palestinos de sus tierras en Gaza.
En cada caso, Trump hace de sus declaraciones una demostración de poder, poniendo a prueba su capacidad de surtir efecto. Si bien los tribunales pueden poner un freno a las órdenes ejecutivas, ya se ha dado inicio a la deportación de inmigrantes, al igual que a la reapertura de los grotescos campos de Guantánamo.
Acumular poder autoritario depende, en parte, de la disposición de la gente a creer en el poder ejercido. En algunos casos, las declaraciones de Trump buscan tantear el terreno, pero en otros, sus escandalosas afirmaciones son un logro en sí mismas. Trump desafía la vergüenza y las restricciones legales para demostrar que es capaz de hacerlo, exhibiendo al mundo un sadismo descarado.
Exhibición descarada del odio
El regocijo del sadismo descarado incita a otros a celebrar esta versión de la masculinidad, una que no solo está dispuesta a desafiar las reglas y principios que rigen la vida democrática (libertad, igualdad, justicia), sino que convierte estas acciones en formas de “liberación” de ideologías falsas y de las limitaciones impuestas por la ley. Un odio exultante ahora se presenta como libertad, mientras que las libertades por las que muchos de nosotros hemos luchado durante décadas son objeto de obstáculos y distorsionadas como un “wokismo” moralmente represivo.
El gozo sadista en cuestión no es solo suyo. Depende de ser comunicado y disfrutado ampliamente para existir: es una celebración comunal y contagiosa de la crueldad. De hecho, la atención mediática que genera alimenta la orgía sádica. Este desfile de indignación reaccionaria e insolencia debe ser conocido, visto y escuchado. Y por eso ya no es suficiente con exponer la hipocresía. No hay una fachada de moralina que debamos arrancarles. No, la demanda pública de una apariencia de moralidad por parte del líder se ha invertido: los seguidores de Trump se excitan con la exhibición de su desprecio por la moralidad, la cual comparten.
La descarada exhibición de odio, el desprecio por los derechos, la disposición a despojar a las personas de sus derechos a la igualdad y la libertad prohibiendo el “género” y sus desafíos al sistema binario de sexo (negando la existencia y los derechos de las personas trans, intersexuales y no binarias), destruyendo los programas DEI destinados a empoderar a aquellos que han sufrido una discriminación sistemática y persistente, las deportaciones forzadas de inmigrantes, y los llamados a la desposesión total de quienes, traumatizados, han sobrevivido a las acciones genocidas en Gaza.
Raphael Lemkin, abogado polaco-judío que acuñó el término “genocidio”, dejó claro que la definición incluye “un plan coordinado destinado a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales… Puede lograrse eliminando toda base de seguridad personal, libertad, salud y dignidad”. De hecho, el traslado forzado de niños es el quinto acto punible bajo la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio adoptado en 1948.
No todas las formas en que Trump despoja de derechos encajan en la categoría de genocidio, pero muchas de ellas expresan pasiones fascistas. Negar el derecho a la atención médica, al reconocimiento legal y a la libertad de expresión para las personas trans, intersexuales y no binarias ataca los cimientos mismos de sus vidas. Incluso el Tribunal Supremo conservador consideró que la discriminación contra personas trans y no binarias constituye discriminación por razón de sexo (Bostock v. Clayton, 2020).
Por lo tanto, es un sinsentido afirmar que los derechos de las personas trans amenazan las leyes basadas en el sexo: esos derechos pertenecen a esas leyes y deben ser protegidos por ellas. Acorralar a inmigrantes en escuelas y viviendas, deportarlos forzosamente a centros de detención y arrebatarles su derecho al debido proceso no solo muestra un claro desprecio por esas comunidades, sino también por la democracia constitucional misma. La amenaza a la ciudadanía por nacimiento desafía una protección constitucional básica y coloca a Trump por encima del derecho constitucional y el equilibrio de poderes.
Que no nos paralice
Si seguimos estando presos de la indignación y paralizados por la estupefacción ante cada nueva proclama, no seremos capaces de discernir cuál es el vínculo entre ellos. Ser cautivos de las declaraciones de Trump es precisamente el objetivo de su emisión. En cierto modo, cuando nos captura y paraliza quedamos a su merced. Aunque hay toda razón para indignarse, no podemos dejar que esa indignación nos inunde y bloquee nuestras mentes. Porque este es un momento para comprender las pasiones fascistas que alimentan este descarado afán de poder autoritario.
Aquellos que celebran su insolencia y su sadismo están tan cautivos de su lógica como aquellos que se paralizan ante la indignación. Tal vez sea momento de distanciarnos de estas pasiones para ver cómo funcionan, pero también para encontrar nuestras propias pasiones: el deseo de una libertad compartida equitativamente, de una igualdad que cumpla las promesas democráticas, de reparar y regenerar los procesos vitales de la tierra, de aceptar y afirmar la complejidad de las vidas que encarnamos, de imaginar un mundo en el que los gobiernos apoyen la salud y la educación para todos, donde vivamos sin miedo, sabiendo que nuestras vidas interconectadas son todas igual de valiosas.
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Judith Butler es profesora distinguida en la Escuela de Graduados de la Universidad de California en Berkeley. Su último libro, ‘¿Quién teme al género?’, fue publicado en español por Paidós.
Traducción de Julián Cnochaert.
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Fuente elDiario.es
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