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En la muerte de Jesús descubrimos la Vida.

Domingo, 25 de marzo de 2018
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aiss_10Mc 14-15

Como en el caso de la purificación del templo, no podemos pensar que la entrada en Jerusalén fue una manifestación multitudinaria. Hubiera sido la ocasión ideal, que los dirigentes judíos estaban esperando, para prender a Jesús. Probablemente se trató de un pequeño grupo de seguidores que se unieron a los discípulos en aclamaciones espontáneas. Jesús había desarrollado toda su actividad en Galilea, y la mayor parte de los peregrinos que venían a la fiesta eran galileos. Muchos de ellos reconocerían a Jesús, que también subía a Jerusalén, y se unieron a su grupo.

Lo verdaderamente importante en el relato de la pasión, está más allá de lo que se puede narrar. Lo esencial de lo que ocurrió no se puede meter en palabras. Lo que los textos nos quieren transmitir hay que buscarlo en la actitud de Jesús que refleja plenitud de humanidad. Lo importante no es la muerte física de Jesús sino descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para los discípulos. Semana Santa es la ocasión privilegiada para plantearnos la revisión de nuestros esquemas teológicos sobre el valor de la muerte en la cruz.

Estamos en el mejor momento del año para tomar conciencia de la coherencia de toda la vida de Jesús. Dándose cuenta de las consecuencias de sus actos, no da un paso a tras, y las acepta plenamente. Es una advertencia para nosotros, que estamos siempre acomodándonos para evitar consecuencias desagradables. Sabemos que nuestra plenitud está en darnos a los demás pero seguimos calculando nuestras acciones para no ir demasiado lejos, poniendo límites “razonables” a nuestra entrega; sin darnos cuenta de que un amor calculado es egoísmo camuflado.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo frontal y absoluto por parte de los jefes religiosos de su pueblo. Rechazo a sus enseñanzas y rechazo a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos no eran gente depravada, que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendía ser fiel a la voluntad de Dios, que ellos encontraban en la Ley. También para Jesús era prioritaria la voluntad del Padre, pero no la buscaba en la Ley sino en el hombre.

¿Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo? La respuesta no era tan sencilla. Por una parte, Jesús iba claramente contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra, los signos de amor a todos eran una muestra de que Dios estaba con él, como apuntó Nicodemo. Lo mataron porque denunció a las autoridades religiosas que, con su manera de entender la religión, oprimían al pueblo. Le mataron por afirmar, con hechos y palabras, que el valor del hombre concreto está por encima de la Ley y del templo.

¿Por qué murió? No podemos saber lo que Jesús experimentó ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco ni era masoquista. Tuvo que darse cuenta que los jefes religiosos querían eliminarlo. Lo que nos importa a nosotros es descubrir las poderosas razones que Jesús tenía para seguir diciendo lo que tenía que decir y haciendo lo que tenía que hacer, a pesar de que estaba seguro que eso le costaría la vida. Tomó conscientemente la decisión de ir a Jerusalén donde estaba el peligro. Que le importara más ser fiel a sí mismo que salvar la vida es el dato que nosotros debemos valorar. Demostró que la única manera de ser fiel a Dios es ponerse del lado del oprimido.

No se puede pensar en la muerte de Jesús desconectándola de su vida. Su muerte fue consecuencia de su vida. No fue una programación por parte de Dios para que su Hijo muriera en la cruz y de este modo nos librará de nuestros pecados. Jesús fue plenamente un ser humano que tomó sus propias decisiones. Porque esas decisiones fueron las adecuadas, de acuerdo con las exigencias de su verdadero ser, nos han marcado a nosotros el camino de la verdadera salvación. Si nos quedamos con el Hijo, que murió por obediencia al Padre, hemos malogrado su muerte y su vida.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Hay explicaciones teológicas de la muerte de Jesús que se siguen presentando a los fieles, aunque la inmensa mayoría de los exégetas y de los teólogos las han abandonado hace tiempo. No debemos seguir interpretando la muerte de Jesús como un rescate exigido por Dios para pagar la deuda por el pecado. Además de ser un mito ancestral, está en contra de la idea de Dios que el mismo Jesús desplegó en su vida. Un Dios que es amor, que es Padre, no casa muy bien con el Señor que exige el pago de una deuda hasta el último centavo.

Para los discípulos, la muerte fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento de lo que era verdaderamente Jesús. Durante su vida lo siguieron como el amigo, el maestro, incluso el profeta; pero no pudieron conocer el verdadero significado de su persona. A ese descubrimiento llegaron por un proceso de maduración interior, al que solo se puede llegar por experiencia. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización en su persona y a descubrir en aquel Jesús de Nazaret, al Señor, al Mesías al Cristo y al Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Ese mismo recorrido debemos hacerlo nosotros.

A nosotros hoy, la muerte de Jesús nos obliga a plantear la verdadera hondura de toda vida humana. Jesús supo encontrar, como ningún otro ser humano, el camino que debemos recorrer todos para alcanzar plenitud humana. Amando hasta el extremo, nos dio la verdadera medida de lo humano. Desde entonces, nadie tiene que romperse la cabeza para buscar el camino de mayor humanidad. El que quiera dar sentido a su vida, no tiene otro camino que el amor total, hasta desaparecer.

La interpretación de la muerte de Jesús determina la manera de ser cristiano. Ser cristiano no es subir a la cruz con Jesús, sino ayudar a bajar de la cruz a tanto crucificado que hoy podemos encontrar en nuestro camino. Jesús, muriendo de esa manera, hace presente a un Dios sin pizca de poder, pero repleto de amor, que es la fuerza suprema. En ese amor reside la verdadera salvación. El “poder” de Dios se manifiesta en la vida de quien es capaz de amar entregando todo lo que es.

Meditación

Ningún sufrimiento salva por sí mismo, tampoco el de Jesús.
Lo que salva es la fidelidad a su verdadero ser,
Vivir una verdadera humanidad, es perder el miedo a la muerte.
El miedo a la muerte es la esclavitud más difícil de superar.
Toda opresión nace de esta esclavitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Plenamente Humano.

Domingo, 25 de marzo de 2018
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domingo-de-ramosNo se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano (Teilhard de Chardin)

25 de marzo. Domingo de Ramos

Mt 21, 1-11

Cuando entró en Jerusalén, toda la población conmovida preguntaba: ¿Quién es éste? Y la multitud contestaba: Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea.

En su película Últimos días en el desierto (2015), el director colombiano Rodrigo García explora un Jesús que desde su humanidad transforma a quienes se cruzan en su camino. García no quería mostrar al Jesús divino, elevado, como nos lo han mostrado algunos directores, sino uno más cercano con el que pudiéramos conectarnos de otra manera. Ewan McGregor, actor escocés, desempeña el papel de Jesucristo y de un demonio, que le acecha, le cuestiona y le reta. Jesús le responde, no con la divinidad que yace bajo su piel sino desde su humanidad, contestando con la certeza del que se sabe amado y siguiendo el instinto de su corazón.

Una fuerza interior que le lleva a la plenitud de su ser. Plenitud que, como nos cuenta Alma, Mahler repetía en su versión de artista una y otra vez: “Todas las creaturas de la naturaleza se engalanan sin cesar para Dios. Así que todo hombre tiene tan sólo una obligación: mostrarse ante Dios y ante los hombres tan hermoso como sea posible.

Y plenitud, como la que nos propone alcanzar “La danza de la flor”. La he danzado un jueves en Másquesilencio. Me encanta su forma y su significado, y también la música que mentalmente pongo en ella. De pie, el cuerpo erguido, pienso en la esencia de mi ser que, como el de todo rosal, hunde sus raíces en la tierra. Intento darle vida y, para ello, abro en cruz los brazos, doblo levemente las rodillas y, bajando el cuerpo, hago ademán de recoger en el cuenco de las manos la semilla que nace en el campo. Con ellas, juntas en gesto de oración, las elevo hasta mi corazón, las abro sobre él para entregársela y que le dé calor. Torno a cerrarlas, y las vuelvo a subir por el centro de mi rostro como haciéndola crecer hasta ser árbol. Voy abriendo mis brazos y los elevo con las manos abiertas hacia arriba hasta acariciar el cielo. Ofrezco esa simiente a la tierra que la crio y ha dado vida, y a cuantos crecen y viven en virtud de su fuerza. Finalmente bajo de nuevo las manos hacia el suelo, le doy gracias, y repito el gesto de devolverle la semilla para que continúe naciendo y dando frutos en eterna sementera. Te invito a bailar mi “Danza de la flor” y a ser feliz haciéndolo, como quizás lo fueron los que aclamaron a Jesús en su entrada en Jerusalén este domingo de mantas, de palmas y de ramos.

El jesuita granadino Leandro Sequeiros (1942), licenciado en Teología, doctor en Ciencias Geológicas y catedrático de Paleontología, nos propone un triunfante entrar en nuestro particular Jerusalén para reconciliarnos con nosotros mismos y trascendernos. No hace mucho le escuché decir en una conferencia: “Prestigiar, difundir y extender una dimensión espiritual para la armonía y reconciliación del ser humano con la realidad natural y social, puede ser un primer paso para reencontrarse con uno mismo y reivindicar la posibilidad de trascender nuestra propia limitación intelectual, social y emocional. Y todavía no hemos llegado a lo religioso y menos aún a lo cristiano”.

Teilhard de Chardin, otro sabio y también científico como Sequeiros, también reiteró la necesidad de crecer y de dar vida a nuestra vocación de discípulos de Jesús: “No se puede ser cristiano sin ser desesperadamente humano”. ¿No será ésta la respuesta mejor a la pregunta que hacía aquella mañana el pueblo? “Cuando entró en Jerusalén, toda la población conmovida preguntaba: ¿Quién es éste? Y la multitud contestaba: Es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea” (Mt. 21, 10-11).

Un profeta visionario, peregrino del Espíritu, que nos enseñó, en boca de San Juan de la Cruz, a darle a la caza alcance.

LA GAVIOTA

Soñé que era gaviota y que volaba
el cercano Ecuador de Tierra y Cielo.
Yo confiado navegaba
al socaire del aire de tus alas.

¿Cómo haces, gaviota,
peregrina del Viento,
para amar nuestra Tierra
y liberarte
de las frías cadenas de los cielos?

”Solamente… ¡¡Porque también yo sueño
realidades!!”

(NATURALIA. Los sueños de las criaturas. Ediciones Feadulta)

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Verdaderamente este hombre es el hijo de Dios.

Domingo, 25 de marzo de 2018
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stlonginDomingo de Ramos

La mujer del perfume y el centurión son dos figuras centrales en los últimos capítulos del evangelio de Marcos. Ella y él van a ser quienes orienten a quien escucha o lee el evangelio en como han de entender este momento de la vida de Jesús. Ellos son intérpretes fiables del significado y consecuencias de la cruz de Jesús.

Lo buscaban para prenderlo

Jesús llega a Jerusalén como un profeta, dispuesto a proclamar el sueño de Dios en la ciudad del poder, a desafiar las fronteras legales y religiosas que impedían a muchos hombres y mujeres tener acceso al encuentro con Dios.

Su acción en el templo había provocado el temor de los poderosos que se sentían desafiados por la autoridad soberana del maestro y comenzaron a buscarle para prenderlo (Mc 14, 1-2).

A Jesús, por su parte, se le conmovían las entrañas por los pequeños y pequeñas de este mundo, explotados, invisibilizados por los rituales ostentosos y los privilegios de unos pocos. Contemplar la ciudad santa con su magnifico templo encogía sus entrañas porque no era así como su Abba quería encontrarse con sus hijos e hijas. Pero el enemigo era poderoso y sabía que permanecer fiel al Dios del reino podía costarle la vida.

La mujer del perfume

En Betania, en casa de Simón el leproso, Jesús comparte la mesa con amigos y discípulos. Una mujer innominada entra y lleva a cabo un gesto de gran osadía que provoca el malestar de muchos de los allí reunidos: ungió a Jesús con perfume.

Los allí presentes, seguramente en su mayoría varones, se sentían honrados de compartir la comida con el maestro, lo escuchan convencidos de la verdad de su mensaje, pero parecen no haber contado con las consecuencias que puede tener entrar a forma parte de la comunidad del Reino. Esta mujer, sin embargo, lo ha entendido y eso le ha dado fuerzas para entrar, quizás sin ser invitada, y derramar sobre la cabeza de Jesús un perfume caro.

Curiosamente nadie se pregunta qué significa el gesto, si no que muchos critican el derroche que supone gastar un perfume tan caro.

Jesús recibe agradecido el gesto de la mujer y comprende porque lo ha hecho. Ella ha ungido solemnemente a Jesús como Mesías, pero lo ha hecho en una casa, sin intermediarios, sin solemnidades, solo con su fe proclamada y expresada a través de un gesto sencillo pero cargado de significado.

El maestro confronta con sus amigos por no saber acoger a la mujer y no solo les explica el valor de lo que ella ha hecho, sino que les invita a recordarlo siempre que se anuncie la buena noticia del Reino.

Esta mujer ha sido capaz de ver más allá y entender que Jesús está comenzando a vivir el momento más duro de su misión y que es ahora cuando hay que apostar con él por arriesgar y entregar la vida. Ella lo unge como mesías, lo confirma en su misión de liberación y reconstrucción de un pueblo hundido y extraviado. Ella, sin palabras, lo proclama mesías porque ya está dicho todo, es el momento definitivo, el momento de la gratuidad, la humildad, la bondad como único argumento.

Por eso su gesto ha de ser recordado, porque la buena noticia es la de un Dios que actúa con misericordia y bondad y nadie puede imponerla, ni condicionarla a rituales y normas. La Buena noticia ha de ser proclamada como el gesto de esta mujer, derrochando y si esperar nada a cambio. Así será también la entrega de Jesús.

Este hombre es verdaderamente el hijo de Dios

El centurión romano, ante la cruz de Jesús, hace la confesión clave de todo el evangelio. Al verlo crucificado entiende lo que sus discípulos no habían entendido: que la grandeza de Jesús no estaba en sus acciones portentosas, sino en su capacidad de dar la vida por entregar el amor al mundo sin reservas, sin condiciones. Él, como el siervo de Isaías, no rompe la caña cascada, ni el pábilo vacilante; se ha dejado vencer para mostrar al Dios de los pequeños/as y desvalidos/as, al Dios que rechaza la venganza, que reconcilia, que pacifica. La divinidad de Jesús es reconocida en su mayor postración su grandeza en su mayor debilidad.

En la mirada de un hombre vencido descubre este pagano la acción salvadora de Dios. En la pasión de su mensaje y su actuar descubre la mujer la gratuidad del Abba que derrocha sin límites amor, perdón y bondad.

Carmen Soto

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Domingo de Ramos

Domingo, 25 de marzo de 2018
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laurus-nobilis-1Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01. DOMINGO DE RAMOS: ENTRADA HUMILDE EN JERUSALÉN. 

En el Domingo de Ramos evocamos la entrada de Jesús en Jerusalén. Fue una entrada humilde. Jesús no entra como un presidente o un mesías poderoso. No entra en un carro de combate, ni en una limusina, ni en silla gestatoria.

Jesús entra como un Mesías sencillo, débil, sin parafernalia. Las cosas de Jesús van por otros derroteros, el cristianismo van por otro lado: por la humildad, servicio (siervo de los siervos). 

Necesitamos que entren no los poderosos, los tanques, los grandes economistas, el capital, sino el servicio, la entrega, la bondad.

Cuando entremos en el pueblo, en un ambiente, en la familia, en un pensamiento, mejor es que vayamos sencillamente por la vida y no con prepotencia y poder, juzgando a todos y todo e imponiendo nuestras teologías y leyes.

JesuCristo entra también en nuestra vida con la misma sencillez que en Jerusalén. No lo convirtamos en un mesías autoritario y prepotente.

Nuestra entrada en la vida ¿se parece a la de Jesús?

02. ESTA ES NUESTRA TRADITIO.

cruzPara nosotros, -mejor o peor: cristianos-, la Semana Santa es muy valiosa. Y cuanto más sencilla, más valiosa. En ella celebramos cuestiones de hondo calado humano y existencial: la humildad en la vida, la actitud de servicio a los demás (lavatorio de los pies), el pan de vida, acogemos el perdón que desciende de la cruz, miramos con hondura y esperanza la muerte y la Vida (Resurrección).

Es lo que hemos recibido (traditio), lo que se nos ha entregado. Es lo que da sentido a nuestra vida. Lo que celebramos en Semana Santa es de una gran densidad existencial.

Con respeto hacia otras culturas y tradiciones, así mismo con respeto hacia quienes consideran la Semana Santa como unas vacaciones de verano anticipadas, como cristianos disfrutamos en silencio y en nuestro interior aquello que da sentido a nuestra vida.

03. CONFIANZA RADICAL DE JESÚS EN DIOS PADRE.

Jesús es muy consciente de la situación, de su situación. No huye.

El domingo de Ramos termina en el domingo de Pascua. El Éxodo termina en la libertad y en la tierra de promisión, la muerte en la Vida.

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Ramos. 9.4.17. En compañía del Rey, meditación

Lunes, 10 de abril de 2017
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images1Del blog de Xabier Pikaza:

Retomo el motivo de la postal anterior, señalando que la liturgia de este domingo tiene dos partes principales.

— La procesión popular de laueles o palmas, con la entrada del Señor en la ciudad de Jerusalén realizada conforme a la lectura de Mt 21, 1-11.

— La solemne eucaristía, centrada en la lectura de la pasión (Mt 26, 14-27, 66), como anuncio y compendio de toda la Semana Santa.

Quiero seguir centrándome también hoy en la primera parte para destacar. en línea de meditación, algunos elementos históricos y teológicos de la subida de Jesús a la ciudad donde Dios vendrá a manifestarse, de manera que se decida así el sentido de su mensaje, la llegada de su reino.

imageesNo es tiempo para largos discursos, sino para la contemplación y el seguimiento.

Se trata de saber cómo podemos recorrer hoy el camino de Jesús, en un contexto distinto, en unas circunstancias en las que nosotros no somos ya sin más de aquellos que formaban parte del cortejo de Jesús, ni Jerusalén se encuentra en la antigua Jerusalén de Judá, sede del templo.

También nosotros estamos llamados a manifestarnos con Jesús, para expresar con nuestra vida el sentido de la “nueva Jerusalén”, en un gesto religioso, pero también social y político (mesiánico), en estos días que para gran parte de nuestra población post-cristiana se han convertido en excursión de primavera… donde queda para muchos solos un folklore de procesiones de Semana Santa.

Para muchos, sin embargo, éste empieza a ser un tiempo de ascenso hacia la nueva Jerusalén, retomando la “marcha” de Jesús, su gran manifestación profética y festiva, en contra de los poderes de muerte, que se habían agazapado en Jerusalén (la antigua, la nueva). Buen domingo a todos, buen camino.

Lectura

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:
— Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto… (Sigue la lectura de la postal de ayer: Mt 21, 1-11)

Las señales de su venida.

Jesús entró en Jerusalén de un modo pacífico pero muy provocador, porque proponer la paz que él proponía, desde lo que había hecho en Galilea, era un reto al judaísmo del templo y al sistema de Roma.

Subió a pleno día, en el momento y lugar de más concurrencia (en la preparación de Pascua, desde el monte de los olivos) y así llegó a la ciudad, como Mesías o pretendiente davídico, rodeado de peregrinos, para entrar en los atrios del templo, como hijo del hombre (un simple ser humano, en nombre de la misma humanidad), realizando un gesto que simboliza el fin del mismo templo, es decir, del tiempo antiguo, tanto en plano social como religioso.

El tema es también para nosotros decidirnos y subir, como Jesús, arriesgando así la vida en el camino, en espera de la vida verdadera.

1. Sube como Mesías de David,

portador de una esperanza social para Jerusalén y para el conjunto del judaísmo (cf. Mc 11, 9- 10, con cita de Sal 118, en línea davídica), como rey de un Reino en el que todos son reyes, con otros muchos peregrinos, para celebrar las fiestas de Pascua, como reyes mesiánicos, herederos de las promesas de David.

Estrictamente hablando, su gesto se sitúa dentro de las perspectivas (y expectativas) mesiánicas del conjunto de Israel, pero Jesús lo entiende a la luz de su mensaje y de todo su camino anterior. Vino con una pretensión de tipo social, como nazareo, pero no quiso conquistar la ciudad por las armas, como hizo David, en otro tiempo (pues si lo hubiera querido su mensaje tendría que haber siso muy distinto).

No quiso (ni pudo) luchar contra los romanos y, por eso, los soldados del César pudieron seguir tranquilos sobre la Torre Antonia, bajo el mando de Pilatos. Pero el mismo Pilatos tuvo miedo y por eso le hizo condenar, poniendo al lado de su cruz un letrero que decía: “Jesús Nazoreo, Rey de los Judíos”.

Significativamente, los sacerdotes protestaron por la segunda parte de la sentencia (Rey de los Judíos), pero no por la primera (Jesús Nazoreo; cf. Jn 19, 20-22). Sólo así, renunciando a la conquista militar de la ciudad, pudo ser quien era y actuar como actuaba.

¿Qué significa hoy David para nosotros, el antiguo reino particular de algunos, para que venga en su lugar el Reino de lo Humano, la revelación total de Dios en nuestra vida?

2. Viene en nombre del Señor del Templo,

que es Dios, para culminar su tarea mesiánica, en la línea de Salomón (¡hijo de David!), constructor del santuario, para que se expandiera una religión o, mejor dicho, un movimiento universal de solidaridad entre todos los hombres, desde el templo de Jerusalén.

No vino a re-formar o re-forzar ciertos detalles o ritos, sustituyendo a unos sacerdotes por otros mejores, como intentaban los separados de Qumrán, pues no quiere hacerse sacerdote, ni intervenir en un culto que no le corresponde, sino mostrar, gráficamente, que la era del templo ha terminado. Con esa intención «comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el templo.

Volcó las mesas de los cambistas y las sillas de los que vendían palomas» (Mc 11, 15). Estos gestos, vinculados a los “dichos” correspondientes (yo derribaré este templo, construido por los hombres…: cf. Mc 14, 28), son un elemento esencial de su mensaje: sólo superando el culto del viejo santuario de Israel puede llegar la “religión” universal, como revelación de Dios Padre y solidaridad interhumana .

Se trata de “volcar” (voltear, superar) un tipo de religión, para que se abra ante nosotros el nuevo templo de Dios: es decir, la casa de fraternidad y oración, de vida compartida y abierta al misterio, para todos los hombres y mujeres de la tierra.

Subir a Jerusalén, esperar la llegada del Reino de Dios

Vino anunciando y esperando (preparando) la llegada del Reino de Dios a pesar de que, humanamente hablando, parecía imposible conseguir lo que quería (ni los sacerdotes judíos, ni los soldados romanos aceptarían su pretensión, en aquel momento y en aquellas circunstancias).

Subió porque le enviaba el Dios de los profetas, en cuyo nombre había preparado e iniciado el Reino entre los pobres y excluidos de Israel, empezando por Galilea, no para ser el único rey, sino para que todos fueran reyes. Subió porque estaba convencido de que Dios le había confiado la tarea de instaurar con su palabra y con su vida el Reino, que ya había comenzado en Galilea y que debía extenderse, desde Jerusalén, pasando de nuevo a través de Galilea (cf. Mc 14, 28 par), a todos los pueblos de la tierra.

No vino para quedarse en Jerusalén, recibiendo allí la corona regia, sino para que Jerusalén cambiara, en la línea del Reino de Dios. Probablemente, en caso de una respuesta positiva, habría vuelto a Galilea, porque su Reino era de todos (no suyo) y él no necesitaba actuar como gobernante superior, a la cabeza de un organigrama de poderes. No podía emplear violencia externa, ni poder político, ni sacralidad sacerdotal para extenderlo, porque el Reino de Dios no se logra con violencia, ni se mantiene por medios de poder o sacralidad sacerdotal. Él lo había sembrado; tendría que dejar después que se expandiera por sí mismo .

El ascenso de Jesús a Jerusalén fue un acto de fe y un camino mesiánico abierto a la sorpresa de Dios y a la respuesta humana (no estaba definido y cerrado de antemano).

Jesús no fue porque sabía lo que iba a pasar, sino para que pasara aquello que debía pasar, en un gesto en el que pueden distinguirse tres niveles. También nosotros hemos de abrirnos al misterio de Aquel que nos espera:

historia-de-jesusNivel social:

entró en la ciudad como pretendiente mesiánico, en la línea de David, pero no para triunfar él, ni para tomar “su”, sino para que reinaran ellos, los antes pobres y excluidos.

En Cesarea de Felipe le habían preguntado si era rey y él no había respondido, pero Pedro había tomado la delantera, declarando abiertamente que era el Cristo (Mc 8, 29). Jesús había respondido pidiéndole silencio y añadiendo que no quería “hacerse rey” (tomar el poder), sino hacer reyes a los otros (dar la vida por ellos).

En esa línea se mantiene y, abandonando las prevenciones anteriores, entra Jesús en Jerusalén de un modo abierto, como Mesías/Rey, en forma pacífica, sin armas, rey de un Reino donde los reyes son todos los antes pobres (cf. Mc 11, 1-10), pues a ellos les ha dicho “es vuestro” (Lc 6, 20).

Nivel de entrega y promesa personal.

Precisamente cuando parecía que su empresa había fracasado, pues ni los sacerdotes ceden ni los habitantes de Jerusalén le acogen, Jesús reúne a sus discípulos y se despide de ellos compartiendo una copa de vino y prometiendo que la siguiente la beberían en el reino (Mc 14, 25). Esa promesa de Reino se puede entender de forma histórica inmediata (no me matarán, Dios intervendrá y mañana mismo iniciaremos el Reino) o de forma retardada (podrán matarme, pero Dios me hará volver y tomaremos juntos el vino del Reino).

En ese contexto se entienden sus palabras de “retorno a Galilea” (Mc 14, 28 par), que pueden tomarse en sentido postpascual (¡le verán resucitado en Galilea!), pero también en sentido histórico: si su movimiento hubiera “triunfado sin su muerte”.

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¿Quién es este que viene?

Domingo, 9 de abril de 2017
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Domingo de Ramos

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

***

El pueblo que fue cautivo
y que tu mano libera
no encuentra mayor palmera
ni abunda en mejor olivo.
Viene con aire festivo
para enramar tu victoria,
y no te ha visto en su historia,
Dios de Israel, más cercano:
Ni tu poder más a mano
ni más humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!
Gritad: “¡Hosanna!”, y haceos,
como los niños hebreos
al paso del Redentor.
¡Gloria y honor
al que viene en el nombre del Señor! Amén.

*

(Himnos de las Primeras Vísperas y de los Laudes de la Liturgia de las Horas del Domingo de Ramos, )

***

 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo:

C. En aquel tiempo uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:

S. “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?”

C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

S. “¿Donde quieres que te preparemos la cena de Pascua?”

C. Él contestó:

+ “Id a casa de Fulano y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos””.

C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:

+ “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”.

C. Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro:

S. “¿Soy yo acaso, Señor?”

C. Él respondió:

+ “El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido”.

C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:

S. “¿Soy yo acaso, Maestro?”.

C. Él respondió:

+ “Así es”.

C. Durante la cena, Jesús cogió pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a los discípulos diciendo:

+ “Tomad, comed: esto es mi cuerpo”.

C. Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias y se lo pasó diciendo:

+ “Bebed todos; porque ésta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos para el perdón de los pecados. Y os digo que no beberé más del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el Reino de mi Padre”

C. Cantaron el salmo y salieron para el monte de los Olivos. Entonces Jesús les dijo:

+ “Esta noche vais a caer todos por mi causa, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea”.

C. Pedro replicó:

S. “Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré”.

C. Jesús les dijo:

+ “Te aseguro que esta noche, antes que el gallo cante tres veces, me negarás”.

C. Pedro le replicó:

S. “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”.

C. Y lo mismo decían los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo:

+ “Sentaos aquí mientras voy allá a orar”.

C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo:

+ “Me muero de tristeza: quedaos aquí y velad conmigo”.

C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:

+ “Padre mío, si es posible, que pase y se aleje d mí ese cáliz. pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres”.

C. Y se acercó a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro:

+ “¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil”.

C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:

+ “Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad”.

C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque estaban muertos de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras. Luego se acercó a sus discípulos y les dijo:

+ “Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega”.

C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:

S. “Al que yo bese, ése es: detenedlo”.

C. Después se acercó a Jesús y le dijo:

S. “¡Salve, Maestro!”

C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:

+ “Amigo, ¿a qué vienes?”

C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús le dijo:

+ “Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría en seguida más de doce legiones de ángeles. Pero entonces no se cumpliría la Escritura que dice que esto tiene que pasar”.

C. Entonces dijo Jesús a la gente:

+ “Habéis salido a prenderme con espadas y palos como a un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me detuvisteis”.

C. Todo esto ocurrió para que se cumpliera lo que escribieron los profetas. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron. Los que detuvieron a Jesús lo llevaron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se había reunido los letrados y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver en qué paraba aquello. Los sumos sacerdotes y el consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:

S.”Este ha dicho: “Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días”.

C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:

S. “¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?”

C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:

S. “Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”.

C. Jesús respondió:

+ “Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.”

C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:

S. “Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?”

C. Y ellos contestaron:

S. “Es reo de muerte”.

C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo:

S. “Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado”.

S. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:

S. “También tú andabas con Jesús el Galileo”.

C. Él lo negó delante de todos diciendo:

C. “No sé qué quieres decir”.

C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:

S. “Este andaba con Jesús el Nazareno”.

C. Otra vez negó él con juramento:

S. “No conozco a ese hombre”.

C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron: “Seguro; tú también eres de ellos, se te nota en el acento”.

C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:

S. “No conozco a ese hombre”.

C. Y en seguida cantó el gallo. Pedro se acordó de aquella palabras de Jesús: “Antes de que cante el gallo me negarás tres veces”. Y saliendo afuera, lloró amargamente.

Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y lo entregaron a Pilato, el gobernador. Entonces el traidor sintió remordimiento y devolvió las treinta monedas de palta a los sumos sacerdotes y senadores diciendo:

S. “He pecado, he entregado a la muerte a un inocente”.

C. Pero ellos dijeron:

S. “¿A nosotros qué? ¡Allá tú!”

C. Él, arrojando las monedas en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas, dijeron:

S. “No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre”.

C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía “Campo de Sangre”. Así se cumplió lo escrito por Jeremías el profeta: “Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor”.

Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:

S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

C. Jesús respondió:

+ “Tú lo dices”.

C. Y mientras la acusaban los sumos sacerdotes y los senadores no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:

S. “¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?”

C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía soltar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:

S. “¿A quien queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman Mesías?”

C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:

S. “No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él”

C. Pero los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente que pidieran el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús. El gobernador preguntó:

S. “¿A cuál de los dos queréis que os suelte?”

C. Ellos dijeron:

S. “A Barrabás”.

C. Pilato les preguntó:

S. “¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?”

C. Contestaron todos:

S. “¡Que lo crucifiquen!”

C. Pilato insistió:

S. “Pues ¿qué mal ha hecho?”

C. Pero ellos gritaban más fuerte:

S. “¡Que lo crucifiquen!”

C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia del pueblo, diciendo:

S. “Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!”

C. Y el pueblo contestó:

S. “¡Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!”

C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotado, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:

S. “¡Salve, rey de los judíos”!

C. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar. Al salir, encontraron un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

C. Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir “La Calavera”), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo, probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: “Este es el Rey de los Judíos”. Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza:

S. “Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz”.

C. Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo:

S. “A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos. ¿No ha confiado en Dios? Si tanto lo quiere Dios, que lo libre ahora. ¿No decía que era Hijo de Dios?”.

C. Hasta los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde, Jesús gritó:

+ “Elí, Elí, lamá sabaktaní”

C. (Es decir:

+ “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”)

C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:

S. “A Elías llama éste”.

C. Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. los demás decían:

S. “Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo”.

C. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu.

Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rasgaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:

S. “Realmente éste era Hijo de Dios”

C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.

Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.

A la mañana siguiente, pasado el día de la preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:

S. “Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: “A los tres días resucitaré”. Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: “Ha resucitado de entre los muertos”. La última impostura sería peor que la primera. Pilato contestó:

S. “Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis”.

C. Ellos fueron, sellaron la pierda y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.

*

Mateo 26, 14-27, 66

*

***

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“Nada lo pudo detener”. 09 de Abril de 2017. Domingo de Ramos (A). Mateo 26, 14-27, 66.

Domingo, 9 de abril de 2017
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A8 DOMINGO DE RAMOS jpgLa ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte. Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.

Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie. Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza. Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para todos, que busca su Padre.

Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.

Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.

Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.

 Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su perdón.

Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados. Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del ser humano de todo lo que lo esclaviza.

Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos.

Jose Antonio Pagola

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“Domingo de Ramos en la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según san Mateo” Domingo 09 de abril de 2017. Domingo de Ramos.

Domingo, 9 de abril de 2017
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imageLeído en Koinonia:

Is 50,4-7: No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado
Salmo responsorial 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Flp 2,6-11: Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo
Mt 26,14−27,66: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según san Mateo

 De entrada, pedimos disculpas a quienes buscarán aquí un comentario bíblico-litúrgico «normal» -que esperamos podrán encontrar fácilmente en la red-. Esta vez nosotros vamos a tratar de hacer un comentario pensando en aquellas personas que -como también nosotros ante el comentario que teníamos ya redactado- se sienten mal ante ese ámbito de conceptos bíblicos que se repiten y enlazan indefinidamente sin salir de un ambiente en el que muchos de nosotros -que pensamos como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida- nos sentimos incómodos.

 En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso, todo ese conjunto de conceptos e imágenes que se manejan en las homilías, pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias bíblicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica particular diferente, y que están de antemano inmunizadas contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, los «fieles» deben recibirlo todo sin chistar, sin siquiera preguntar, y, mejor aún, sin espíritu crítico y «con mucha fe». Quienes tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de acoger y celebrar la semana santa»?

 Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

 Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia -y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa-, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas… que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en semana santa, y lo que celebramos -así perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»… El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que está en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

 Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar» por nosotros a Dios una reparación adecuada por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.

 Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo, que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia.

 ¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?

 ¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (aunque lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

 El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van mucho más allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury… Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.

 ¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía… pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI… estando como estamos en el siglo XXI…

 Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita… Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención…

 ¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»… ¡y urgente! Al menos, legítima también.

 No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía… ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

+++

Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/ Por su carácter dramatizado, y por la mentalidad crítica con la que ya pudo ser escrita hace treinta años, la serie «Un tal Jesús» presenta, de un modo muy pedagógico, la visión de la vida de Jesús desde la perspectiva de la teología de la liberación. Leer más…

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Dom 9. 4. 17. Provocación de Ramos. Cómo subió Jesús a Jerusalén

Domingo, 9 de abril de 2017
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imagesDel blog de Xabier Pikaza:

El gesto de Jesús el día de Ramos fue una provocacion, por la que él quiso mostrar de manera plástica aquello que quería y pretendía en plena calle, “tomando” de manera ostentosa la ciudad, como si fuera suya, sin contar con las autoridades establecidas, de tipo político-social (Pilatos, el ejército de ocupación romano) y religioso (sacerdotes del templo).

Esta “procesión” de Jesús es la “madre” de todas las manifestaciones cristianas. Jesús no encerró su evangelio en un desierto (como podían hacerlo los de Qumrán), ni plantó su signo junto a un río de frontera (como Juan Bautista), sino que subió a Jerusalén de un modo “provocador”, causando un revuelo ante el pueblo, y poniendo en jaque a la policía religiosa de Jerusalén (ejército para-militar del templo) y a la legión romana (mandada por el Gobernador Pilato), precisamente en los días de aglomeración y fiesta.

1484287000‒ Jesús subió, por una parte, como un peregrino más, cantando los himnos y salmos del Dios de la libertad, cumpliendo según eso un ritual establecido, que formaba parte de la identidad del judaísmo.

(Ese gesto, cerrado en sí, sin otros rasgos, propios de Jesús, podría terminar apareciendo como algo folclórico, como algunas procesiones de Semana Santa, declaradas bienes de interés turístico, para entretenimiento de curiosos).

‒ Pero él subió, por otra parte como un peregrino muy especial, presentándose a sí mismo (y dejando que le presentaran sus amigos) como Mesías de Dios, permitiendo que celebraran su venida con ramos de laurel (el árbol del triunfo y la realeza) y con ramas de olivo y palmera, como signos de triunfo.

(Imagen 1 y 2: Corona de laurel como signo de victoria deportiva, política o cultural. De laurel viene laureado. Desde ese fondo se entienden las dos imágenes coronadas de Jesús:
Domingo de Ramos. Jesús laureado
Viernes Santo: Jesús de las espinas)

Jesús aparece este día de Ramos como “Rey laureado” (=coronado de laurel, como los sabios, atletas, emperadores y dioses greco-romanos…), pero esa entrada de laurel le llevó a la corona de espinas del Viernes santo…, de manera que el triunfo de su procesión llevó a la represión, a su condena a muerte.

imagessJesús subió de un modo provocador, para despertar la conciencia de sacerdotes y jerarcas del pueblo, sin pactar con ellos un tipo de reparto de poder o de dinero, pues hay “males” (hay tipos de poder) con los que no se puede pactar, pues son males (y pactar con ellos es pecado, es renuncia a la libertad y humanidad).

‒ ¿Dónde y cómo tenemos que manifestarnos hoy los cristianos? ¿Con qué tipo de gestos, en qué calles, de manera que nuestras procesiones no acaben siendo puras fiestas de folclore para los turistas? (fiestas financiadas por las autoridades, de decir, por Herodes y Pilato, que deberían pagar aquel año a Jesús para que entrara con garbo y hubiera por él buenos ingresos turísticos en Jerusalén).

En esa línea quiero recordar el evangelio de la procesión de Ramos de este año, tomado del evangelio de Mateo, y precisar después algunos rasgos que definen la identidad de Jesús, reflejada en ese gesto de subida a la ciudad del templo, poniendo de relieve el hecho de que (por fidelidad a la justicia y al bien de los más pobres, según voluntad de Dios) Jesús no pacto ni con la autoridad política ni con la religiosa, siendo al fin condenado a muerte.

Evangelio. Mt 21, 1-11:

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó dos discípulos, diciéndoles:

— Id a la aldea de enfrente, encontraréis enseguida una borrica atada con su pollino, desatadlos y traédmelos. Si alguien os dice algo, contestadle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.
Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: “Decid a la hija de Sión: ‘Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila’.”
Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba:
— ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!
Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada:
— ¿Quién es éste?
La gente que venía con él decía:
— Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.

1. Subió para instaurar el Reino de Dios.

Subió como los restantes peregrinos, para celebrar las fiestas de la liberación pascual… Pero él tenía una intención y tarea especial:

‒ No subió para dejarse matar allí. No buscó su destrucción, como víctima, sino la llegada del Reino de Dios, para los hombres y mujeres de su pueblo, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea.

‒ Como buen judío, subió en nombre de Dios, con un grupo de galileos, para anunciar y preparar el Reino, buscando la manifestación de Dios y conociendo el riesgo que implicaba su actitud, como recuerdan las palabras de Tomás: “Subamos y muramos con él, si es preciso” (cf. Jn 11, 16).

2. Vino de un modo público.

‒ No vino para realizar una tarea privada, sino como pionero y representante de aquellos que esperaban el Reino y así entró abiertamente en la ciudad, por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss). Por eso, su venida, en ese tiempo de Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus pretensiones mesiánicas, en Jerusalén, capital y principio de su Reino.

‒ Conforme a los planes de Dios, era posible que los jerarcas de Jerusalén cambiaran y que los sacerdotes del templo abandonaran su poder sagrado, de tal forma que vinieran a integrarse con los pobres. Ciertamente, conocía los enfrentamientos de los sacerdotes “oficiales” con otros grupos de sacerdotes y judíos (como los esenios de Qumrán) y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear al gobernador/procurador romano (Poncio Pilato), que también había venido a Jerusalén con un contingente mayor de soldados, para mantener el orden en los días de la fiesta (de pascua). A pesar de eso (o precisamente por eso), subió a Jerusalén en pascua, como representante del Reino de Dios…

3. No quiso pactar con los sacerdotes.

‒ Sabemos por la Biblia que el pacto es una señal de Dios, de tal forma que toda la historia de Israel y el mismo texto de la Ley o Pentateuco había sido expresión y consecuencia de unos pactos (entre profetas, sacerdotes y representantes de la tradición deuteronomista). ¿Por qué no buscó Jesús también un pacto con los sacerdotes del Templo? Los sacerdotes habían pactado ya con Roma, que nombraba al Sumo Sacerdote y defendía las instituciones sacrales de Jerusalén, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y por otros. Leer más…

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“La Pasión según san Mateo. Domingo de Ramos”

Domingo, 9 de abril de 2017
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untitledDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

 Lo que ofrezco a continuación:

               No es un comentario piadoso, al estilo de la Pasión según san Mateo de Juan Sebastián Bach, donde el coro y los solistas van intercalando sus afectos y sentimientos en el texto evangélico. Los evangelios no están escritos con ese espíritu, sino con enorme sobriedad. Aunque es exagerada la idea de que el relato de la Pasión parece escrito por un enemigo de Jesús, en ningún momento pretenden los evangelios fomentar el sentimenta­lismo.

               Tampoco es un comentario exclusivamente histórico, que intenta recons­truir lo ocurrido a partir de los cuatro evangelistas. Como ocurre en otros momentos de la vida pública, los evangelios no coinciden en todos los detalles de la pasión.

               Concretamente, el evangelio de Mateo no cuenta tres episo­dios conocidos por Lucas: Jesús ante Herodes (Lc 23,6-12); Jesús y las mujeres de Jerusalén (Lc 23,27-31); la actitud de los dos ladro­nes (Lc 23,39-43). Por su parte, Mateo contiene tres episodios que no aparecen en Marcos y Lucas: anuncio previo de la crucifixión (26,1-2); fi­nal de Judas (27,3-10); los guardias en la tumba (27,62-66).

               Además, incluso cuando coinciden, se advier­ten también notables diferencias entre los evangelios. Por ejemplo, ninguno de los evangelios contie­ne las “siete palabras” de Jesús en la cruz. Marcos y Mateo sólo refieren una: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34; Mt 27,46). Lucas recoge tres: “Padre, perdónalos…” (Lc 23,34); “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43); “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46). Juan, otras tres: “Mujer, ése es tu hijo… ésa es tu madre” (Jn 19,26); “Tengo sed” (19,28); “Todo está terminado” (19,30).

               Esto demuestra que los evangelistas no han querido reprodu­cir fielmen­te lo ocurrido en la cruz, sino presentar cada uno su punto de vista y su manera de interpretar el sentido de la muerte de Jesús y su actitud última.

               Finalmente, no es un comentario exhaustivo. Me detendré sólo en las escenas principales, omitiendo algunas otras.

               El relato de Mateo podemos dividirlo en siete secciones, tomando básicamente como punto de partida los lugares donde se sitúan las diversas esce­nas. 1) Preámbulos. 2) Las Pascua. 3) En el monte de los Olivos. 4) En casa de Caifás. 5) Ante Pilato. 6) En el Gólgota. 7) El sepulcro.

  1. LOS PREÁMBULOS (26,1-16)

               Este primer apartado lo forman cuatro breves episodios: Jesús anuncia su crucifixión (26,1-2); complot de las autoridades para matarlo (26,3-5); la unción de Betania (26,6-13); Judas trata con las autoridades (26,14-16). Mateo sigue básicamente a Marcos, pero con dos cambios importan­tes. Añade el primer episo­dio y enfoca de modo especial el último.

               Conciencia de Jesús de que va a la pasión

               En Marcos, el relato comienza con la confabulación de las autori­dades para matar a Jesús. Sin embargo, Mateo introduce unas palabras del Señor que demuestras su conocimiento de lo que va a ocurrir. Este detalle es fundamental para comprender el sentido de la pasión y muerte de Jesús. No se trata de algo que a Jesús le ocurre sin darse cuenta. Es consciente de lo que va a pasar. Ya lo había anunciado a lo largo de su vida. Ahora lo afirma una vez más, cuando están cerca los acontecimien­tos.

               Al mismo tiempo, estas palabras suponen en Jesús una deci­sión de aceptar su destino. En casos normales, cualquier persona que sabe que le va a ocurrir una desgracia hace lo posible por evitarla. Jesús, no. Se limita a constatarla. Curiosamente, las palabras que Mateo le pone en la boca no hablan de resurrección ni descienden a deta­lles. Se centran en lo esencial: la muerte de cruz.

               Traición de Judas

 El cuarto episodio, Judas vende a Jesús (26,14-16), adquiere matices muy importantes en Mateo. Según Marcos, Judas acude a los sumos sacerdotes para entregarlo, pero no pide una recompensa por ello; son los sacerdotes quienes se ofrecen a darle dinero. En Mateo, Judas busca desde el comienzo una recompensa, que los sacerdotes fijan en treinta monedas.

               ¿Por qué ofrece Mateo estos matices? Creo que por dos motivos. El primero, muy de acuerdo con la mentalidad profética que advertimos en su evangelio, para denunciar la corrupción que provoca el afán de riqueza. Numerosos textos proféticos dejan clara la validez de la frase de Quevedo: “poderoso caballero es don Dinero”. Toda la gente se vende a su poder. Y son muchas las víctimas de la ambición. A esa larga lista se añade ahora Jesús. La parábola del sembrador decía que “el afán de dinero ahoga la palabra de Dios y queda estéril”. Ahora nos encontramos con que no sólo ahoga la palabra de Dios, sino que la mata.

               Pero, junto a esto, Mateo ha querido ver en este episodio un nuevo cumplimien­to de algo anunciado en el Antiguo Testamento. Este detalla está muy relacionado con el episodio de la muerte de Judas, y entonces lo comentaré.

  1. CELEBRACIÓN DE LA PASCUA (26,17-29)

               La segunda sección consta de tres episodios: los preparati­vos de la Pascua (26,17-19), el anuncio de la traición de Judas (26,20-25) y la institución de la Eucaristía (26,26-29).

III. EN EL MONTE DE LOS OLIVOS (26,30-56)

  oracion-del-huerto Tres episodios principales constituyen esta sección: el anuncio de la traición de los discípulos y la negación de Pedro (vv.31-35), la oración del huerto (vv.36-46), el arresto de Jesús (vv.47-56).

               En el segundo episodio (la oración del huerto), Mt sigue a Mc con cambios muy pequeños. En ninguno de estos dos relatos aparece el sudor de sangre ni el ángel consolándolo, que son exclusivos de Lucas. El relato no pretende sólo contar lo ocurri­do, sino que es también de gran valor pedagógico para los cris­tianos.

               En el conjunto del evangelio, donde raras veces se habla de los sentimientos de Jesús, llama la atención la insistencia del relato en este aspecto. Es el único momento en que se dice que Jesús se llena de tristeza y angustia, y que él mismo lo recono­ce. En este momento, no huye física ni psicológi­camente, sino que se refugia en la oración. Mc dice que oró en tres ocasiones, inte­rrumpidas por el diálogo con Pedro, pero sólo en el primer caso pone palabras en boca de Jesús. Mt nos indica el contenido de los dos primeros momentos. En el primer rato de oración, las palabras de Jesús son: “Padre, si es posible, que se aleje de mí este trago. Sin embargo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. En el segundo, las palabras son: “Padre mío, si no es posible que yo deje de pasar­lo, hágase tu voluntad”.

               Hay una diferencia importante de matiz. En el primer caso, parece que Jesús todavía entrevé la posibilidad de verse libre de la muerte: “si es posible”. En el segundo, parece más consciente de que no cabe otra solución: “Si no es posible…” Y, en ambos momentos, lo que domina todo es la aceptación de la voluntad de Dios: “no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”, “hágase tu voluntad”. Esta actitud de Jesús empalma perfectamente con lo que enseña en la tercera petición del Padrenuestro, no en un contexto genérico, sino en unas circunstancias concretas y muy difíciles.

               Indudablemente, los evangelistas han querido reflejar en esta oración de Jesús la actitud que debemos tener en los momen­tos difíciles de nuestra vida y ayudan a comprender las palabras del Sermón del Monte sobre la oración. Allí se dice: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán … Pues si vosotros, malos como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros niños, cuanto más vuestro Padre del cielo se las dará a los que se las pidas”. Estas palabras, mal interpretadas, pueden llevar a pensar que Dios tiene que darnos todo lo bueno que le pidamos, y nosotros decidimos lo que es bueno. La oración de Jesús en el huerto nos enseña a descubrir algo bueno detrás de algo aparente­mente absurdo como el sufrimiento y la muerte.

               En el fondo de todo esto queda un misterio incom­prensible: el de la voluntad de Dios, que no encaja fácilmente con nuestros gustos, ni siquiera con los de Jesús. Esto puede llevarnos a la idea de un Dios cruel, que se complace en el sufrimiento y la muerte de Jesús. La verdad es muy distinta. No se trata de que a Dios le complazca el sufrimiento y la muerte de Jesús, sino que Jesús debe identificarse plenamente con nuestro destino. El sufrimiento y la muerte son hechos inevitables en nuestra vida. Todos, en mayor o menor medida, sufrimos. Y todos tenemos que pasar por el trago de la muerte. En estas circunstan­cias, si Jesús no hubiese pasado la misma experiencia, nunca podría habernos comprendido plenamente, y nunca nos senti­ríamos identi­ficados con él. En este sentido es necesaria la muerte de Jesús, y sólo en este sentido la quiere Dios.

               Palabras contra la violencia

             traicion-judas  El tercer episodio (arresto de Jesús) también sigue de cerca a Mc, excepto en los versos 52-54, que son exclusivos de Mateo. La escena es conocida. Se presenta Judas con los guardias envia­dos por los sacerdotes y senadores, da la contraseña, el beso (al que Jesús responde en Mateo con unas palabras ambiguas; nada en Mc; claro reproche en Lc: “con un beso entregas al Hijo del Hombre), lo prenden, y uno de los que están con Jesús hiere con su espada al siervo del sumo sacerdote cortándole la oreja.

               Aquí es donde Mt introduce sus versos propios, que son una instrucción a los discípulos sobre la violencia, pero de una violencia muy peculiar, la que se ejerce para defender a Jesús. En primer lugar, la denuncia como muy peligrosa humanamen­te: “el que a espada mata, a espada muere”. Además, en este caso, el recurso a la violencia impediría el cumplimiento de las Escritu­ras. Es curioso que esta instrucción sólo se encuentre en el evangelio de Mateo; probablemente indica que era un problema candente en su comunidad. Frente a los ataques y críticas de los judíos, algunos podían sentirse animados a usar la violencia para defender “los derechos” de Jesús. Ni siquiera en este caso, que puede parecer tan justificado, es lícito el uso de la violencia.

  1. EN CASA DE CAIFÁS (26,57-75)

               Dos episodios forman esta sección: el juicio ante el Sane­drín y las negaciones de Pedro.

               El Sanedrín

               Antes de entrar en el juicio diré algo a propósito del Sanedrín. En tiempos de Jesús estaba formado por tres grupos: los ancianos (que representaban la aristocracia laica), los sumos sacer­dotes (antiguos sumos sacerdotes y sus familias) y los escribas (pertenecientes la mayoría de las veces al partido fariseo). Su número de miembros era 71. Su autoridad en tiempos de Jesús estaba limita­da a los once distri­tos de Judea propiamen­te dicha.

               Competencias. El Sanedrín era el foro competente para tomar decisiones judiciales y medidas administra­tivas de todo orden, excepto lo que fuera competencia de los tribunales infe­riores o estuviera reservado al gobernador romano. El Sane­drín era ante todo el tribunal compe­tente para decidir en última instancia sobre cuestiones relacio­nadas con la ley judía. En los casos en los que los tribunales inferiores no llegaban a un acuerdo, las personas afectadas podían acudir al Sanedrín de Jerusalén.

               A pesar del dominio romano, el Sanedrín conservaba un grado notable de independencia. No sólo ejercía la jurisprudencia civil conforme a la ley judía, sino que participaba también en grado notable en la administración de la justicia criminal. Contaba con una fuerza independiente de policía y consecuentemente con el derecho a practicar detenciones. Podía juzgar así mismo casos no capitales. Es objeto de debate si era competente para ordenar la ejecución de sentencias capitales prescritas por la ley judía sin que fueran confirmadas sus sentencias por el gobernador romano. La más seria restricción que sobre él pesaba consistía en que en determinados momentos podían tomar la iniciativa las autoridades romanas y actuar independientemente.

               Las sesiones. Los días festivos no había sesión, y mucho menos en sábado. Dado que en los casos criminales no podía dictarse sentencia hasta el día siguiente al del juicio, tales casos no se juzgaban en víspera de sábado o de día festivo. No es posible determinar que todos estos detalles de la Misná se remonten a tiempos de Jesús. Los juicios sólo podían celebrarse durante las horas del día (por consiguien­te, la de Jesús debió de ser una investigación prelimi­nar).

               Los miembros se sentaban en semicírculo. Delante de ellos se situaban los dos secretarios del tribunal, uno a la derecha y otro a la izquierda. Frente a los jueces había tres filas de estudiantes. El acusado debía adoptar una postura humilde, llevar el cabello suelto y vestir ropas de color negro. En casos que pudieran implicar la pena de muerte estaban prescritas formas especiales. Se debía iniciar la vista con el argumento de la defensa, al que seguía el alegato de la acusación. Nadie que hubiera hablado a favor del acusado podía pronunciarse luego en su contra, pero lo contrario estaba permitido. Los estudiantes podían hablar a favor, pero no en contra del acusado.

               Las sentencias absolutorias debían pronunciarse el mismo día en que se celebraba el juicio, pero las condenatorias tenían que diferirse hasta el día siguiente. Los votos empezaban por el miembro más joven del tribunal, mientras que en algunos casos que no implicaban la pena de muerte, la norma era que la votación empezara por el miembro más experimentado. La mayoría simple era suficiente para una sentencia absolutoria; para una sentencia condenatoria se requería una mayoría de dos por lo menos. Cuando doce votaban en favor y once en contra, el acusado quedaba libre. Doce en contra y once a favor, había que aumentar el número de jueces en dos más, hasta que se llegaba al número de votos necesarios para la absolución o la condena. El máximo de jueces al que podía llegarse era de 71.

               Juicio de Jesús

               El primer episodio comienza con dos noti­cias muy breves. La primera sobre Jesús, que es llevado a casa de Caifás (v.57), y la segunda sobre Pedro, que lo sigue (v.58). Luego se pasa directamente al juicio. El relato del juicio podemos dividirlo en dos partes. En la primera, se presentan numerosos testigos falsos cuyo testimonio no sirve para nada y deja el problema sin resolver. En la segunda, toma la palabra el sumo sacerdote y es él quien interroga y acusa, llegándose a la condena a muerte de todo el Sanedrín.

               La primera parte supone un esfuerzo descarado por condenar a Jesús a base de acusaciones falsas que no se concretan, hasta que dos testigos decla­ran: “Este ha dicho que puede derribar el santua­rio de Dios y recons­truirlo en tres días”. Es posible que estas palabras u otras parecidas fuesen pronunciadas por Jesús en algún momento de su vida; curio­samente, reapare­cen en la cruz (Mt 27,39-40), y san Juan también las trae, aunque en sentido alegó­rico (Jn 2,19). Para una persona normal, estas palabras sólo servi­rían para acusar a Jesús de loco. Sin embargo, el tribunal “espiritual” podía ver aquí algo más grave que la locura: la pretensión de atribuirse una autoridad y un poder divinos, como de hecho hará Caifás (en la formulación de Mc, la acusación resulta más clara y grave: “Puedo destruir este santuario cons­truido por manos humanas y en tres días edificar otro no hecho por manos humanas”).

               En medio de estas acusaciones, Mateo pone de relieve el silencio de Jesús, incluso cuando Caifás le invita a defenderse. De nuevo se hace presente la imagen del Siervo de Yahvé que, “como oveja llevada al matade­ro, enmudecía y no abría la boca” (Is 53).

               Entonces toma las riendas del juicio Caifás. Su pregunta está cargada de matices políticos, y para comprenderla a fondo debemos recordar algo de este personaje. Un judío de este siglo, Josef Klausner, dice así: “El hecho de que fuera sumo sacerdote durante cerca de dieciocho años, mientras que sus predecesores, en tiempos de Grato, no habían estado en funciones más de un año, prueba que era un hábil diplomático y conocía bien la manera de manejar tanto al pueblo como al gober­nador romano. Un hombre así temía sin duda a un nuevo “Mesías”, pues los saduceos en general no tenían simpa­tía por las ideas mesiánicas a causa de su in­fluencia perturbado­ra y del peligro que entrañaban para el orden público”.

               La pregunta de Caifás la introduce Mt de forma muy solemne: “Te conjuro por el Dios vivo que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios”. Nosotros podemos darle especial importancia al segundo título: “Hijo de Dios”, pero no es más que una simple explicitación del primero: “el Mesías”, igual que en tiempos antiguos se aplicaba al rey el título de “hijo de Dios”.

               La respuesta de Jesús es más ambigua de lo que puede parecer en la traducción de la Nueva Biblia Española. Mientras Marcos pone en boca de Jesús las palabras: “Yo soy”, Mateo escribe: “Tú lo has dicho”. Y cuando Jesús sigue hablando sobre el Hijo del Hombre, lo hace en tercera persona, sin identificarse expresamen­te con este personaje.

               Sin embargo, Caifás capta o quiere captar la intención profunda de las palabras de Jesús y lo acusa de blasfemo. Según Bonnard, “hay que reconocer que, en el fondo, las pretensiones de Jesús eran blasfemas para los oídos judíos ortodoxos, tanto más que nada atestiguaba en su persona insignificante la dignidad mesiánica tal como se concebía entonces” (o.c., 582).

               A la condena a muerte siguen las burlas. Es la primera de tres escenas centradas en este tema. Mientras Mt no se detiene en describir los mayores sufrimientos físicos de Jesús (flagela­ción, crucifixión), si prestan mucho interés a estas escenas burlescas: la primera después de la condena del Sanedrín, la segunda cuando Pilato lo condena a muerte, la tercera en la cruz. Es posible que esta insistencia en el sufrimiento moral más que en el físico corresponda a la situación de los primeros cristianos, donde las persecuciones, insultos y burlas podían constituir un problema más real que el de los sufrimientos físicos.

               Mateo, modificando a Mc, da a entender que todos los miem­bros del Sanedrín participan en la burla, escupiéndole en la cara y golpeándolo. Y la burla está de acuerdo con el contexto. Si Jesús ha sido condenado por sus pretensiones mesiánicas, que haga de Mesías y adivine ahora quién le ha pegado.

               Conviene hacer un alto para tratar brevemente tres cuestiones: las irregularida­des del proceso desde el punto de vista judicial, las causas de la condena de Jesús y el enfoque personal de Mateo.

               1) Teniendo en cuenta lo dicho anteriormente sobre los procesos del Sanedrín se advierten numero­sas irregularidades: a) la sesión se celebra de noche; b) no existe un abogado defensor; c) la condena a muerte está decidida de antemano; d) se dice que intervienen muchos falsos testigos; e) la condena a muerte se emite sin esperar al día siguiente.

               Algunos de estos problemas se resolverían considerando esta sesión nocturna como mera vista previa de la causa. La auténtica reunión habría tenido lugar por la mañana. Y, si aceptamos que Jesús celebró su última cena el martes o miércoles, habría tiempo para un proceso regular, por lo que respecta al tiempo. Sin embargo, esto no resuelve el problema de los testigos falsos ni el de la justicia de la condena.

               2) Las causas de la condena de Jesús. Para una persona con afición a la historia es una pena que los evangelistas no hayan consignado esas muchas acusaciones que se formulaban contra Jesús. Aunque fuesen falsas, serían de enorme interés. Tal como las presentan Mc y Mt parecen exclusivamente reli­giosas, mientras en Juan adquiere mucho relieve el matiz político (ver Jn 11,47-48: “Ese hombre realiza muchas señales; si dejamos que siga, todos van a creer en él y vendrán los romanos y nos destruirán el lugar santo y la nación”). Sin embargo, el matiz político no está ausente en Mc y Mt, sino que adquiere un relieve especial en la pregunta de Caifás a Jesús sobre si él es el Mesías.  Probable­mente, las autoridades judías veían en Jesús un individuo peli­groso desde el punto de vista religioso y político al mismo tiempo, sin que podamos deslindar claramente ambos aspectos. De hecho, política y religión estaban más estrechamente unidas en Israel que en la actualidad.

               3) El enfoque personal de Mateo. Comparando el relato de Mt con el de Mc, se advierte que Mt acentúa la culpabilidad de las autoridades judías en diversos momentos de la pasión. Indico esos detalles, antici­pando algunos episodios: 1) Mc dice que en el Sanedrín buscaba un “testimonio” contra Jesús; Mt añade que buscaba “un testimonio falso”; en Mt, el tribunal está desde el comienzo en contra de Jesús. 2) Cuando llevan a Jesús ante Pilato, Mc dice que las autoridades “prepararon su plan”, y lo llevaron al prefecto romano; Mt dice que “hicieron un plan para condenar a muerte a Jesús”. 3) El episodio del suicidio de Judas, exclusivo de Mt, también subraya el cinismo y culpabilidad de las autoridades judías, como veremos. 4) En el juicio ante Pilato, Mt insiste en el deseo de los sacerdotes y senadores de matar a Jesús. 5) Al final de este mismo episodio, Mt añade los vv.24-25, que acentúan la culpabilidad de los judíos en la muerte de Jesús.

               Todos estos detalles confirman algo que hemos venido notando en el evangelio de Mateo: la tremenda polémica con los judíos. Al mismo tiempo, nos hace caer en la cuenta de que Mt no es el testigo más imparcial a la hora de reconstruir la realidad histórica del proceso de Jesús.

               Sin embargo, sin caer en la injusticia de condenar a los judíos como deicidas, tampoco debemos ser tan ingenuos como para considerar a Caifás y sus compañeros unos santos. Procesos injustos los ha habido en todos los países y épocas, saltándose las normas más elementales del derecho. Sería muy raro que no hubiese ocurrido algo semejante en el de Jesús, cuando la acusa­ción que estaba por medio comprometía a toda la nación. En cualquier caso, lo que los evangelistas pretenden subrayar es que la condena a muerte de Jesús fue absolutamente injusta. Y en esto debemos darles la razón, a no ser que pensemos que siempre, en cualquier momento, es preferible que muera uno por todo el pueblo.

  1. JESÚS ANTE PILATO (27,1-31)

               Esta larga sección está compuesta por cinco episodios: 1) Jesús llevado ante Pilato (27,1-2); 2) muerte de Judas (27,3-10); 3) interrogatorio ante Pilato (27,11-14); 4) Jesús y Barrabás (27,15-26); 5) burlas de los soldados (27,27-31). De ellos, el de la muerte de Judas es exclusivo de Mateo.

               Suicidio de Judas

               La segunda escena (suicidio de Judas) es exclusiva de Mateo. El evangelista quiere subrayar cuatro cosas: la inocencia de Jesús, reconocida por el mismo que lo traicionó (v.4); la trage­dia de Judas, que termina ahorcándose; el cinismo de los sacer­dotes, que no se andan con escrúpulos de condenar a un inocente y sí sobre la forma de emplear el dinero; el cumplimiento de una profecía.

               Desde un punto de vista histórico, resulta muy difícil admitir que esto ocurriese en el momento en que lo sitúa Mateo, cuando los sumos sacerdotes y senadores han llevado a Jesús ante Pilato. Sin embargo, desde un punto de vista literario, el episodio está muy bien situado: antes de que Pilato emita su veredicto, el testimonio de Judas podría haber bastado para salvar a Jesús. Pero las autoridades han tomado ya su decisión.

               Por otra parte, la versión que ofrece Hech 1,16-20 sobre la muerte de Judas difiere mucho de la de Mateo.

               Interrogatorio ante Pilato

        La escena ante Pilato (11-14) es muy breve. Una pregunta sencilla y directa, con una respuesta clara. Luego el silencio de Jesús, subrayado por dos veces (sólo una en Mc), cuando lo acusan las autoridades y cuando lo interroga reiteradamente Pilato. La escena resulta algo extraña, por el aparente deseo de Pilato de actuar con justicia y su paciencia con un reo que no ayuda nada a su absolu­ción. Mateo ofrece más adelante la explicación de que Pilato sabía que se lo habían entregado por envidia (v.18). Incluso en esta hipótesis, su actitud, en una persona como él, famosa por su injusticia, sólo se explicaría por el deseo de llevar la contra­ria a las autorida­des, cosa nada extraña. De todos modos, la perspectiva de Mateo será la de culpar a las autoridades judías haciendo caer sobre ellas toda la responsabi­lidad de lo sucedido.

               Jesús o Barrabás

             En esta misma perspectiva se mueve la escena cuarta, cuando hay que elegir entre Barrabás y Jesús. Mt construye una escena más coherente. Según Mc, mientras se está tratando el juicio de Jesús aparece un grupo distinto pidiendo la liberación de un preso, y Pilato aprovecha la ocasión para intentar salvar a Jesús. En Mt, es el mismo Pilato quien se basa en esta costumbre para plantear la alternativa entre Barrabás y Jesús. Como detalle propio de Mateo tenemos la misiva de la mujer de Pilato, que pone de manifiesto la revelación que tiene esta mujer pagana de la inocencia de Jesús, pero que no tendrá repercusión alguna en los sucesos posterio­res. Inmediatamente luego tenemos otros de esos detalles típicos de Mt para culpar a las autoridades judías. Mientras en Mc “los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que les entregara mejor a Barrabás”, Mt es mucho más duro: “los sumos sacerdotes y los senadores convencieron a la gente de que pidieran a Barrabás y que muriese Jesús“. Los famosos vv. 24-25, (Pilato se lava las manos, exclusivo de Mt) vuelven a acen­tuar la culpabi­lidad de los judíos y son como una manera de firmar su condena para el año 70.

  1. EN EL CALVARIO (27,32-61)

 crucifixion    Más que distintas escenas, que serían muy breves, tenemos aquí pinceladas rápidas que forman un cuadro. En el conjunto, son fundamentales las tres referencias a Jesús como Hijo de Dios. Los que pasaban primero (39-40), las autoridades después (41-43) utilizan este título para burlarse de Jesús. Al final, el capitán romano y los soldados reconocen que “verdaderamente, este era el Hijo de Dios” (v.54).

               Las burlas en la cruz

               Y llegamos a un episodio fundamental, el de las burlas en la cruz. Mateo y Marcos quieren dejarnos la impresión de que todos, la gente que presencia el espectáculo, las autoridades, incluso los dos ladrones, se burlan de Jesús. Pero el episodio de Mateo, con un brevísimo añadido (“si eres hijo de Dios”), podemos leerlo también como las últimas tentaciones de Jesús, paralelas a las del comienzo de su vida. Aquí no será Satanás quien lo tiente, sino gente normal y corriente.

               La primera tentación procede de toda la gente que pasa por allí. Se basa en la pretensión de Jesús de destruir el templo y reconstruirlo en tres días, algo que toman a burla. Y concluyen: “Si eres Hijo de Dios, sálvate y baja de la cruz”. Que se deje de palabras, y demuestre su poder con las obras.

               La segunda procede de las autoridades judías: sumos sacer­dotes, escribas y senadores. Supone un nuevo paso, porque parecen reconocer el poder de Jesús para salvar a otros. Pero se lo niegan para salvarse a sí mismo. “Si es el Rey de Israel, que baje de la cruz y creeremos en él”.

               La tercera tentación (exclusiva de Mt) proviene de este mismo grupo y llega a lo más profundo: “¡Había puesto en Dios su confianza! Si de verdad lo quiere Dios, que lo salve ahora, ya que decía que es Hijo de Dios”. Lo que se pone aquí en crisis no es el poder de Jesús, sino la simple pretensión de que Dios lo quiera. Esta tentación es la que puede llegar más honda y resul­tar más difícil de superar.

               Ante estas nuevas tentaciones, Jesús no responde nada. No hay citas bíblicas, como al comienzo, con las que refutar las sugerencias del diablo.

               La palabra de Jesús en la cruz

               Parece como si en su alma ocurriese lo mismo que en el exterior. Una tiniebla profunda desde la hora sexta hasta la nona (desde la doce del mediodía hasta las tres de la tarde). Y Jesús pronuncia entonces las palabras iniciales del Salmo 22: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” ¿Qué sentido tienen en su boca? Unos las mantienen como simple reflejo de la tragedia que Jesús experimenta en ese momento: la soledad y el abandono de Dios. Otros prefieren interpretar las cosas de forma menos dramática. Para ellos, Jesús no expresa su desconcierto, sino que comienza a rezar el Salmo 22, un salmo que habla de los más terribles sufrimientos, pero que termina en un canto de victo­ria.

               Mc y Mt, los únicos que recogen estas palabras de Jesús, no dan pistas de solución. Pasan a contar la reacción de los presentes, de forma mucho más lógica Mt que Mc.

               Lo último que cuentan los dos primeros evangelistas es que Jesús dio un gran grito y exhaló el espíritu. Lucas, con su: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”, y Juan con sus palabras: “Todo está consumado”, parecen quitar cierta dureza al terrible dramatis­mo de Mc y Mt. Sin embargo, en el relato de Mc, el grito de Jesús al momento de morir es una prueba de su poder. Una persona que lleva horas colgada en una cruz, respirando dificul­tosamente, no puede pegar un grito. Por eso, el centurión, al ver que Jesús muere de esa forma, dice: “Verdaderamente, este hombre era hijo de Dios”. Mateo cambia el conjunto, y en él el grito de Jesús parece un simple recuerdo de lo dicho por Mc.

               Según Mc, al morir Jesús tiene lugar un portento: “la cortina del santuario se rasgó en dos de arriba abajo”. Es el símbolo de un mundo que termina, de que lo invisible se hace visible. A este detalle, Mt añade otros que pueden parecer­nos extraños, pero de gran valor simbólico. La muerte de Jesús supone el culmen de su debilidad. No ha podido salvarse a sí mismo. Y parece también el culmen del abandono de Dios: no lo ha salvado. Sin embargo, la muerte de Jesús va a ser una auténtica teofanía, una manifestación tremenda de poder en dos ámbitos: en la natura­leza, con el terremoto y las rocas que se rajan; en el ámbito de los muertos, donde muchos cuerpos resucitan y se aparecen más tarde en la ciudad santa. Estos prodigios resultan desconcertantes al lector moderno. Pero entran en la lógica de los antiguos judíos. Véase el texto siguiente, tomado del Talmud de Jerusalén:

«Al morir Rabí Aha, se vieron estrellas en pleno mediodía. Al morir rabí Hanan, las estatuas se doblaron. Al morir rabí Yohanan, las imágenes pintadas se doblaron… Al morir rabí Janini de Berato Horón, el lago de Tiberíades se dividió… Al morir rabí Isaac ben Eliasib, se derrumbaron setenta dinteles de casas que se bamboleaban en Galilea; se dice que habían resistido hasta entonces por el mérito de aquel rabino. Al morir rabí Samuel ben Isaac, fueron arrancados los cedros de la Tierra santa… durante tres horas, truenos y relámpagos surcaron la tierra, en testimonio de la buena conducta del anciano… Al morir rabí Yassa ben Halafta, los arroyos de Laodicea se llenaron de sangre; se dice que era una alusión a que aquel rabino había arriesgado su vida por cumplir el precepto de la circuncisión. Al morir rabí Abahu, lloraron las columnas de Cesarea» (Tratado Abodá Zará 3,1).

               La idea de fondo es clara. Cuando muere un personaje impor­tante, que ha tenido especial relación con Dios, siempre ocurre algún portento. En este contexto cultural, resulta evidente que los evangelistas no pueden contar la muerte de Jesús sin añadir algún detalle prodigioso que signifique la importancia de su persona y simbolice la transcendencia de su obra. En todos estos casos, lo importante no es lo que se cuenta (pura ficción), sino lo que se quiere dar a entender (la especial relación de ese hombre con Dios).

               Ante esta teofanía, los únicos que perciben su sentido son el centurión “y los que estaban con él”.

               La última noticia se refiere a las mujeres que estaban presentes “mirando desde lejos”, y a la sepultura de Jesús. La noticia tiene algo de consolador y de trágico al mismo tiempo. Consolador, por la presencia; trágico, por la lejanía. Por otra parte, las mujeres comienzan a adquirir una importancia capital en el relato: ellas serán las únicas testigos de la muerte y de la resurrección de Jesús.

VII. EN EL SEPULCRO (27,62-66)

               La última sección está compuesta por dos breves episodios, uno basado en Mc (la sepultura de Jesús) y otro exclusivo de Mt (los guardias).

               Los guardias en la tumba

               El segundo, exclusivo de Mt, se basa en la polémica antiju­día, para demostrar la realidad de la resurrección de Jesús. Sólo aquí aparecen los fariseos en el relato de la Pasión.

RESUMEN FINAL

Teniendo especialmente en cuenta los episodios que añade o modifica Mateo, podemos distinguir los siguientes aspectos en su relato:

  1. El enfoque cristológico: Jesús es consciente de que va a la pasión.
  2. El enfoque jurídico: injusticia del proceso y culpabilidad de las autoridades judías.
  3. Otras ideas teológicas: los paganos son los que perciben mejor la inocencia y dignidad de Jesús. La mujer de Pilato, el centurión en la cruz (que empalma con la visita de los Magos de Oriente a adorar a Jesús ).

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Domingo de Ramos . 9 de Abril, 2017

Domingo, 9 de abril de 2017
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“Tomad y comed, esto es mi cuerpo…

…esta es mi sangre.”

(Mt26, 14-27,66)

Con los gritos de: ¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo! el Domingo de Ramos nos introduce en el núcleo del Evangelio, en la Pasión y Muerte de Jesús.

Lo más genuinamente cristiano, el anuncio de la Pasión, nos une directamente con las primeras comunidades, que se reunían para la fracción del pan y recordaban juntas los últimos días de su Maestro.

Precisamente de los relatos de la Pasión brotaron después el resto de los evangelios, las parábolas, los milagros, los encuentros…

Por eso hoy es un buen día para sentarnos entre aquellos primeros seguidores y seguidoras del Maestro. Entrar en una casa o acercarnos a la orilla del río donde se reunían…. ¡Y abrir el corazón! Para que la escucha de la Pasión de Jesús se convierta en algo nuevo. Para que recupere la fuerza de convertir nuestra mente y nuestro corazón.

Busca un momento tranquilo y un lugar silencioso. Lee lentamente la Pasión en el evangelio de Mateo.

Deja que la traición de Judas te sorprenda, te incomode o te llene de incomprensión. Observa como los poderosos ponen precio y deciden sobre la vida de quien les estorba.

Detente también en la infidelidad y la flaqueza de los amigos que no son capaces de acompañar el dolor y la angustia de Jesús. Mira como huyen quienes alardeaban de acompañar al Maestro hasta la muerte si era necesario.

Piensa en como somos capaces de convertir un gesto de amor, de amistad. Un beso. En un gesto de traición.

No rehúyas la tensión de un juicio injusto, clandestino, lleno de irregularidades. Donde la mentira y la corrupción campan a sus anchas.

Nadie, absolutamente nadie es capaz de ponerse de parte del inocente. Ni siquiera Pilatos, el más poderoso, es capaz de encontrar la manera de liberarlo y es que su prestigio y sus intereses están en juego.

Las multitudes, que unos días antes habían aclamado a Jesús como Bendito, como Hijo de David, ahora gritan pidiendo su condena, su muerte.

El mal, la oscuridad, la más profunda tiniebla crece y se cierne sobre Jesús.

Y ahora contempla cómo Jesús es la luz que no vencen las tinieblas. Como responde con amor a la traición y a la infidelidad. Como corta la espiral de la mentira sin dejarse sobornar.

El protagonista de la Pasión es el AMOR con mayúsculas, no la maldad humana. El pecado no tiene la última palabra. El egoísmo y la traición, aunque fuertes y poderosos no pueden vencer a la verdad ni menos aun al amor misericordioso.

El último aliento de Jesús sobre la cruz nos devuelve a la VIDA. Es la fuerza del Amor Entregado.

Oración

Enséñanos, Trinidad Santa, a contemplar tu amor entregado recorriendo la pasión de la historia humana.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Jesús nos salvó viviendo.

Domingo, 9 de abril de 2017
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odresnuevos-evangelio-09-abril-color-libreta-2017Mt 26,14-27,66

Es muy difícil precisar el sentido exacto que pudo dar Jesús a la entrada en Jerusalén de ese modo tan peculiar. Seguramente no coincidió con la interpretación que le dieron sus discípulos y la gente que le seguía. Cuando se fijaron por escrito estos relatos, ya habían pasado cuarenta o cincuenta años, y sus seguidores habían cambiado radicalmente la comprensión de Jesús. En estos textos se han mezclado datos históricos, prejuicios sobre el Mesías y tradiciones del AT sobre otra clase de mesianismo que no era el oficial.

Con los datos que hoy tenemos no podemos pensar en una entrada “triunfal”. Si era política, no lo hubiera permitido el poder romano. Si era religiosa, no lo hubiera permitido el poder religioso. Ambos tenían medios más que suficientes para actuar contra una manifestación masiva. Mucho más en Pascua, que era momento de máxima alerta policial. No cabe duda de que algo pasó históricamente, pero no debemos imaginarlo como un acto espectacular, sino como un acto profético.

Seguramente se trató de una muestra de adhesión por parte del pequeño grupo que acompañaba a Jesús, a los que posiblemente se unieron otros que venían de Judea y Galilea. Recordemos que la subida a la fiesta de Pascua se hacía siempre en grupos numerosos y festivos, en los que se manifestaba el júbilo por acercarse a la ciudad santa y al Templo. Los gritos son intentos de dar una explicación a lo que estaba ocurriendo. Lo mismo los mantos y ramos expresan la actitud de los que seguían a Jesús.

La inmensa mayoría del pueblo estuvo siempre del lado de los jefes. Estos son los que piden la muerte de Jesús. No tiene sentido insistir en que el mismo pueblo que lo aclama hoy como Rey, pida el viernes su crucifixión. Tampoco podemos minimizar el número de los seguidores de Jesús. Los evangelios nos dicen que en varias ocasiones los dirigentes no se atrevieron a detenerle en público por el gran número de seguidores. El hecho de que lo detuvieran de noche con la ayuda de un traidor, indica el miedo de los dirigentes.

La Pasión y muerte de Jesús

Pocos aspectos de la vida de Jesús han sido tan manipulados como su muerte. Llegar a pensar que a Dios le encanta el sufrimiento humano y que por lo tanto no solo hay que aceptarlo, sino buscarlo voluntariamente, ha sido tal vez la mayor tergiversación del Dios de Jesús. Desde esta perspectiva, es lógico que se pensara en un Dios que exige la muerte de su propio hijo para poder perdonar los pecados de los seres humanos. Esta idea es lo más contrario a la predicación de Jesús sobre Dios que pudiéramos imaginar.

La muerte de Jesús no fue ni exigida, ni programada, ni permitida por Dios. El Dios de Jesús no necesita sangre para poder perdonarnos. Seguir hablando de la muerte de Jesús como condición para que Dios nos libre de nuestros pecados, es la negación más rotunda del Dios de Jesús. Esa manera de explicar el sentido de la muerte de Jesús no nos sirve hoy de nada, es más, no mete en un callejón sin salida. La muerte de Jesús, desvinculada de su predicación y de su vida no tiene el más mínimo valor o significado.

La muerte en la cruz no fue el paso obligado para llegar a la gloria. El domingo pasado veíamos que la muerte biológica no quita ni añade nada a la verdadera Vida. Con vida plena puede uno estar muerto, y en la misma muerte biológica puede haber plenitud de Vida. Jesús murió por ser fiel a Dios. Jesús quiso dejar claro, que seguir amando como Dios ama, es más importante que conservar la vida biológica. No murió para que Dios nos amara, sino para demostrar que ya nos ama, con un amor incondicional.

A Jesús le mataron porque estorbaba a aquellos que habían hecho de Dios y religión un instrumento de dominio y opresión de los más débiles. La muerte de Jesús no se puede separar de su profetismo, es decir, de su denuncia de la injusticia, sobre todo, la que se ejercía en nombre de la Ley y el templo. Su opción por los pobres y excluidos fue su mensaje fundamental. Esta actitud, defendida en nombre de Dios, resultó inaguantable para los que sólo buscaban su interés y mantener sus privilegios.

Al demostrar que para él el amor era más importante que la vida, Jesús nos enseña el camino hacia la Vida definitiva y no es afectada por la muerte biológica. Ese camino nos lleva a la plenitud humana, que no está en asegurar nuestro “ego”, ni aquí ni en un más allá, sino en alcanzar la plenitud del amor que nos identifica con Dios. Amando como Dios ama potenciamos nuestro verdadero ser y lo llevamos al máximo de sus posibilidades.

Tenemos que descubrir la presencia de ese Dios en nuestro sufrimiento, en nuestra misma muerte. No podemos seguir buscando nuestra plenitud en el triunfo y en la gloria. La prueba de esta incomprensión es que seguimos preguntando: ¿Por qué tanto sufrimiento y tanta muerte? ¿Dónde está el Dios Padre? Seguimos pensando que el dolor y la muerte son incompatibles con Dios. Un Dios que no nos dé seguridades, no nos interesa. Un Dios que no garantice la permanencia del yo egoísta no nos interesa.

Está claro que una parte de nosotros está con los dirigentes y no quiere saber nada del dolor y de la muerte. “No quiero cantar ni puedo…” Otra parte de nosotros se siente atraída por ese hombre que viene a manifestar la verdadera Vida y que en ese camino hacia la plenitud, no da ninguna importancia a la vida terrena. En el fondo de nosotros mismos, algo nos dice que Jesús tiene razón, que el único camino hacia la Vida es aceptar la muerte. Pero despegarnos de nuestro “yo” sigue siendo una meta inalcanzable.

Si descubrimos que Jesús llegó al grado máximo de humanidad cuando fue capaz de amar por encima de la muerte, descubriremos donde está la verdadera Vida. El secreto está en descubrir que no puede haber Vida si no se acepta la muerte. También la muerte física, pero sobre todo la muerte a nuestro “ego” individualista. Jesús nos enseña que estamos aquí para deshacernos de todo lo que hay en nosotros de terreno, de caduco, de material, para que lo que hay de Divino se manifieste en Unidad-Amor.

A través de discursos racionales, por muy brillantes que estos sean, nunca podremos entender el mensaje de Jesús. Solamente profundizando en lo más hondo de mí mismo, llegaré a comprender el sentido profundamente humano de mi existencia. Lo paradójico es que cuando descubra mi verdadera humanidad, entenderé lo que tengo de divino y se producirá la unidad de todo mi ser. En la recuperación de la unidad de lo que no era más que un dualismo maniqueo, encontraré la verdadera armonía y felicidad.

Meditación

Escucha con atención la Pasión, pero ve más allá del relato.
Intenta descubrir el sentido profundo del mensaje.
Deja que te empape el misterio de la VIDA, manifestado en Jesús.
Su muerte es el signo inequívoco del amor absoluto.
………………

El valor de esa VIDA se manifiesta en que la muerte no puede con ella.
La VIDA es más fuerte que la muerte en Jesús y en todo el que la viva.
La VIDA está ya en ti, pero puede que no la hayas descubierto.
Aprovecha estos días para ahondar en tu propio pozo y descubrirla.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Un Dios de qué Universo?

Domingo, 9 de abril de 2017
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mateo-26-14-27-27-1-66-10-660x330Sea lo que sea que os imagináis, Dios es justo lo contrario (Dhu-l-Nun)

Domingo 9 de abril. Domingo de Ramos

Mt 21, 1-11

Bendito el que viene en nombre del Señor

¿A qué Señor se referían los que delante y detrás cuando aclamaban a Jesús alfombrando con ramas y mantos el camino? ¿A un Dios desconocido? Los griegos adoraban a un Dios que ellos llamaban “agnostos Theos”. Y Pablo de Tarso, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: “Atenienses, observo que sois extremadamente religiosos. Paseando y observando vuestros lugares de culto sorprendí un ara con esta inscripción: “Al Dios desconocido” (Hch 17, 23).

¿Un Dios sin Dios cabe perdido fuera de mi mismo? Un  Dios entre paréntesis, errante y sin destino, lejos de todo alcance. ¿Por dónde anda Elohim, creador todopoderoso que está en todas partes y con quien según  Gn 32 luchó Jacob en Penuel;  Adonai, Amo y Señor majestuoso que Isaías, 6,  vio sentado sobre un trono (Is 6, 1); o YAHWEH, “Yo soy el que soy” (Éx 3, 14,), el único Dios verdadero?

Escribiendo el presente artículo me llega noticia de la obra de Javier Melloni y de José Cobo, titulada Dios sin Dios (Fragmenta editorial 2015). Ambos autores abordan en profundidad el tema que aquí desarrollamos.

En Eclipse de Dios (Ediciones Sígueme), dice el filósofo judío austríaco Martin Buber (1878-1865) que “existe un eclipse de Dios de igual forma que existe un eclipse solar, y la hora que nos toca vivir es una hora de tinieblas”. Hora en la que metafóricamente podríamos afirmar que Dios ha desaparecido del mapa.

En el NT nadie se declara personalmente hijo engendrado por Dios Padre. Una de las condiciones que Estados Unidos  impuso al Emperador del Japón, Hirohito, fue que debía abandonar su status divino.  En el documento que el general Douglas MacArhur le hizo firmar en 1946 -final de la II Guerra Mundial- le obligó a firmar el documento llamado “Ningen Sengen”: Declaración de humanidad. Una renuncia del emperador a ser un “arahitogami” -Dios con forma de humano- y a admitir ser un humano normal y corriente. Veinte siglos antes, Jesús de Nazareth jamás se consideró otra cosa.

Para Eckhart y otros místicos, “Dios no está en ninguna parte… Dios no está ni aquí ni allí, ni en el tiempo ni en el espacio…; quienquiera que lo busque en algún lugar no lo encontrará”.Más que una búsqueda, lo que proponen -como también hace el budismo- es mantener una alerta pasiva que permita a Dios fluir a través nuestro“El hombre noble deberá librarse de Dios mismo, de todo conocimiento de Dios, para que el vacío absoluto reine en él”,son sus palabras.

Uno de los fragmentos más famosos, y lleno de misterio, es aquel en el que el Maestro nos dice que “Quien quiera ver a Dios tiene que ser ciego” (Sermón 72). Eckhart nos invita a separar todo añadido de la deidad y tomarla desnuda en sí misma. “Un Dios sin Dios” del que hasta ahora ninguna Religión ha prescindido. Una mística beguina, Margarita Porete (1250-1310), condenada a la hoguera por herejía, dijo: “No hay otro Dios que aquel de quien nada puede conocerse”. El compositor alemán Johann Pachelbel (1653-1706) honró su memoria con un bellísimo Canon en Re Mayor para tres violines y bajo continuo.

“Sea lo que sea que os imagináis, Dios es justo lo contrario” (Dhu-l-Nun, místico sufí egipcio, siglo IX).

EL TILO

“Un no sé qué que queda balbuciendo” (Juan de la Cruz)

Las calles tiemblan en el pueblo, y tiemblan
serpenteando valles, los caminos.
Buscan al Dios que en su asfalto escribieron,
sin ellos desearlo ni pedirlo,
los pies que sin descanso caminaron
con llagas y con llantos, doloridos.

¡Puerta de Brandeburgo abierta al alma
de la Gran Avenida de los Tilos!
En las ramas, las hojas amorosas
cordiformes. Y en forma de racimo
las flores aromáticas que alivian
el trágico dolor de los sentidos.

¡Unter den Linden berlinesa,
he soñado esta noche con tus tilos!
Han temblado las calles de mi pueblo.
Y en los valles del alma, los caminos
ya no llevan al Dios que yo buscaba:
“¡Un no sé qué que queda balbuciendo!”

(NATURALIA. El sueño de las criaturas. Ediciones Feadulta)

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Del cenáculo al sepulcro. ¿Estamos dispuestos a seguir a Jesús?

Domingo, 9 de abril de 2017
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10098679944_95fb40f811_zMt 26, 14-27,66

Con el Domingo de Ramos damos comienzo a la semana más solemne del año litúrgico: la Semana Santa, en la que todos, como Iglesia, recordamos y actualizamos en  fe el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, nuestro Señor.

Esta solemnidad, acompañada por numerosos símbolos (la bendición de los ramos, la procesión, los cantos alegres, la lectura completa de la Pasión…) nos ayuda a prepararnos y disponernos para lo que vamos a celebrar durante toda la semana. En concreto, la Liturgia de la Palabra así lo proclama: ¡Jesús es el Señor, el Rey! De este modo es aclamado cuando atraviesa las puertas de Jerusalén. Así es nombrado por los soldados en medio de sus burlas y asimismo se lee en el letrero que sitúan en la cruz donde es colgado. Paradójicamente sólo atravesando la experiencia de muerte, sólo experimentando el fracaso de la cruz, podrán sus discípulos comenzar a reconocerle no como el rey que esperaban, sino como el Rey cuyo reinado está ofrecido a los sencillos, a los humildes, a los empobrecidos… Es el reinado del Amor, de la Esperanza, de la Alegría. Sólo así podremos reconocer en Jesús al Rey del Universo, al Señor de la Vida.

A esto nos invita la liturgia cuando nos propone como lectura del Evangelio toda la narración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Es esta una bellísima forma de resituarnos, de llamar nuestra atención para que no se nos escape el sentido profundo de lo que vamos a celebrar.

El propio relato no necesita comentarios. Lo conocemos bien. La invitación es a no quedarnos ante esta lectura únicamente como meros espectadores, viendo cómo Jesús es conducido de un lado para otro (de Getsemaní a la casa de Caifás, y de ahí al tribunal de Pilatos, el camino hacia el Gólgota y finalmente el sepulcro). Somos invitados a introducirnos en el texto como un personaje más, a implicarnos en él, a dejarnos cuestionar. Y una manera posible para ello quizás pude ser poner atención a todas las preguntas o interrogantes que se pronuncian en el relato.

Toda pregunta reclama una respuesta. Y toda pregunta parte de una búsqueda o una necesidad. Cada una de las que en este evangelio se pronuncian nos invita a nosotros a responderla y, sobre todo, a situarnos ante Jesús.

Fijémonos en algunas de las cuestiones que se articulan: “¿Qué me dais si os lo entrego?”, pregunta Judas. “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?”, cuestionan los discípulos. “¿Soy yo, Señor? ¿Soy yo acaso, Maestro?”“¿Con que no habéis podido estar en vela conmigo ni siquiera una hora? ¿Todavía estáis durmiendo y descansando?” les pregunta Jesús en Getsemaní. Más adelante escuchamos algunas otras que nos interpelan con fuerza: “¿A nosotros qué?, preguntan los sacerdotes y ancianos cuando Judas se arrepiente de haber traicionado a su amigo y reconoce: “He pecado entregando a un inocente”. O la pregunta inquietante de Jesús, ya en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Cada pregunta nos va a obligar a dar una respuesta. Cada pregunta nos puede ayudar a cuestionarnos nuestra propia vida: ¿por cuánto entrego a Jesús?, ¿por cuánto entrego a los “Jesús” de hoy?, ¿estoy despierta/o o dormida/o junto ante el sufrimiento de mis hermanos?, ¿a mí qué la vida de los demás?, ¿me importan las otras personas de verdad? Podremos preguntarnos también con quién nos identificamos: ¿acaso con Judas, que le entrega?, ¿con Caifás o Pilatos?, ¿con los discípulos que huyen?, ¿con Pedro que niega?, ¿con Simón de Cirene que comparte el peso de la cruz con Jesús?, ¿con las mujeres que permanecen junto a la cruz?, ¿con José de Arimatea que se presenta ante Pilato para pedir el cuerpo de Jesús?, ¿con María Magdalena y la otra María que permanecen sentadas frente al sepulcro, acompañando hasta más allá de lo impensable?…

Muchas cuestiones, muchas propuestas para saborear la Palabra que nos abre a la celebración del Misterio Pascual. Que acompañar al Amor que se entrega para darnos Vida nos transforme en lo más profundo.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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¿Quién es este que viene?

Domingo, 20 de marzo de 2016
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Domingo de Ramos

Domingo de Ramos

Hubo demasiadas conciencias alumbradas,
hubo demasiados privilegios trastornados,
hubo demasiadas palabras mal recibidas,
hubo demasiada mala fe:
detrás de esta puerta
con los dinteles elevados, todo va a jugarse,
lo sabe.
Posiblemente tiene miedo,
da el paso.
Entra.

Es aquí dónde se le espera.
¡Es ahora
cuando se va a verificar el perdón dado
hasta el múltiplo de setenta y siete,
la vida dada como único signo de amor,
el cuerpo y la sangre dados hasta el desgarro,
el Espíritu dado como un soplo de vida!

Ha llegado la hora.
Es ahora cuando su verdad saldrá a la luz.
Lo sabe;
da el paso.
Entra.

La semana comienza.

*

Charles Singer

***

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

***

El pueblo que fue cautivo
y que tu mano libera
no encuentra mayor palmera
ni abunda en mejor olivo.
Viene con aire festivo
para enramar tu victoria,
y no te ha visto en su historia,
Dios de Israel, más cercano:
Ni tu poder más a mano
ni más humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!
Gritad: “¡Hosanna!”, y haceos,
como los niños hebreos
al paso del Redentor.
¡Gloria y honor
al que viene en el nombre del Señor! Amén.

*

(Himnos de las Primeras Vísperas y de los Laudes de la Liturgia de las Horas del Domingo de Ramos, )

***

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“¿Qué hace Dios en una cruz?” Domingo de Ramos – C (Lucas 22,14-23,56). 20 de marzo 2016.

Domingo, 20 de marzo de 2016
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D-RAMOS-600x582Según el relato evangélico, los que pasaban ante Jesús crucificado sobre la colina del Gólgota se burlaban de él y, riéndose de su impotencia, le decían: «Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz». Jesús no responde a la provocación. Su respuesta es un silencio cargado de misterio. Precisamente porque es Hijo de Dios permanecerá en la cruz hasta su muerte.

Las preguntas son inevitables: ¿Cómo es posible creer en un Dios crucificado por los hombres? ¿Nos damos cuenta de lo que estamos diciendo? ¿Qué hace Dios en una cruz? ¿Cómo puede subsistir una religión fundada en una concepción tan absurda de Dios?

Un «Dios crucificado» constituye una revolución y un escándalo que nos obliga a cuestionar todas las ideas que los humanos nos hacemos de un Dios al que supuestamente conocemos. El Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo.

El «Dios crucificado» no es un ser omnipotente y majestuoso, inmutable y feliz, ajeno al sufrimiento de los humanos, sino un Dios impotente y humillado que sufre con nosotros el dolor, la angustia y hasta la misma muerte. Con la Cruz, o termina nuestra fe en Dios, o nos abrimos a una comprensión nueva y sorprendente de un Dios que, encarnado en nuestro sufrimiento, nos ama de manera increíble.

Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los Calvarios de nuestro mundo.

Este «Dios crucificado» no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Este Dios nos pone mirando hacia el sufrimiento, el abandono y el desamparo de tantas víctimas de la injusticia y de las desgracias. Con este Dios nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado.

Los cristianos seguimos dando toda clase de rodeos para no toparnos con el «Dios crucificado». Hemos aprendido, incluso, a levantar nuestra mirada hacia la Cruz del Señor, desviándola de los crucificados que están ante nuestros ojos. Sin embargo, la manera más auténtica de celebrar la Pasión del Señor es reavivar nuestra compasión. Sin esto, se diluye nuestra fe en el «Dios crucificado» y se abre la puerta a toda clase de manipulaciones. Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.

José Antonio Pagola

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“He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer”. Domingo 20 de marzo de 2016. Domingo de Ramos

Domingo, 20 de marzo de 2016
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22-ramosC cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 50, 4-7: No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo responsorial: 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.
Filipenses 2, 6-11: Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Lucas 22, 14-23. 56: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer.

El tema central de las lecturas del Domingo de Ramos, como bien puede verse, es el del Mesianismo. Éste tiene varias etapas en la Biblia. «Mesías» significa ungido, siervo, enviado, pero en sí, la idea más profunda de «Mesías» que el pueblo de Israel asumió es la espera de la aparición salvífica de un líder carismático descendiente de David que habría de instaurar definitivamente en la tierra «el derecho y la justicia».

En el Primer Testamento es Isaías el profeta quien más profetiza y anuncia la llegada del Mesías de Dios. Mesías que él entiende como el Siervo de Yavé que llega. El Mesías es para el profeta la gran realidad de Dios viviendo con nosotros, la realidad del gran restaurador que libera de la esclavitud, de la gran violencia (violencia estructural diríamos hoy), de la gran miseria (pobreza extrema y masiva diríamos actualmente) a la que ha sido condenado el pueblo de Dios (los muchos pueblos de Dios). El Mesías, en su calidad de Ungido de Yavé, no es sino su enviado, su representante, el encargado de promulgar sus designios.

La idea del Mesías y de los tiempos mesiánicos estaba fundada en la esperanza de que Dios cumpliera plenamente las promesas hechas al pueblo elegido, a la nación que se creía a sí misma la elegida por Dios. La llegada del «Mesías» es la instauración del reinado de Dios en la historia y en el tiempo, y es allí donde, según la concepción judía (según, pues, un pensamiento muy humano, no según una revelación divina), Israel se vengaría de los «paganos» (la mayor parte de ellos tan religiosos como los propios israelitas), de los no judíos.

La idea mesiánica del Primer Testamento está basada en la fuerza político-militar de un enviado del Dios de Israel para dominar a todas las naciones de la tierra y hacer que Israel se convierta en una nación fuerte y poderosa capaz de someter a todos los pueblos que no tienen a Yavé por Dios. Como se ve, un mesianismo muy humanamente comprensible…

El Mesianismo es una de las herencias que el Segundo Testamento recibe de la tradición veterotestamentaria. En tiempo del Nuevo Testamento, gobernado el mundo de entonces por Roma con toda su fuerza, riqueza y pretensiones, también hay grupos mayoritarios que esperan la llegada definitiva del Mesías que los liberará del domino explotador romano. Todos esperaban entonces la intervención de Dios en la historia a través de un líder que fuera capaz de derrocar el poder imperial y hacer de Jerusalén la gran capital de Israel.

En el ciclo C de la liturgia leemos el relato de la Pasión del Señor según Lucas. Consideremos las características teológicas que nos presenta este relato.

Lucas, como es sabido, es considerado como el evangelista de la misericordia, o lo que es lo mismo, como el evangelista que ha marcado toda la tradición que nos entrega, con el pensamiento del amor infinito de Dios que se ha manifestado en Jesucristo. Ninguno de los evangelistas ha percibido como él la sensibilidad del amor del Padre, que se deja sentir de manera especial entre los pobres, entre los que sufren, entre los marginados. No es difícil constatar en el evangelio de Lucas la preocupación de Jesús por los débiles, por las viudas, por los huérfanos, por los pecadores, por las mujeres.

Este mismo interés se manifiesta en la narración de los acontecimientos de la Pasión del Señor. En primer lugar, porque todo este relato está sustentado por un conocimiento del alma de Jesús, cuya intimidad nos es desvelada por el evangelista cuando nos deja ver su estrecha relación con el Abba misericordioso, en los momentos de oración (Lc 22,42); o cuando su Padre le da valor en medio del sufrimiento (Lc 22,43).

En segundo lugar, la cruz aparece en este relato de la Pasión como un verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc 23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

A la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51); el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos (Lc 23,34); el del malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).

Jesús aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aun en el proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El centurión también reconoce su inocencia.

Sólo en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero para Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por el Señor.

La Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y de la muerte de Jesús.

Lucas concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús. Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23). En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese ‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret, Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2 que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.

Nota para lectores críticos

El evangelio de hoy es más largo que de ordinario: toda la Pasión de Jesús, por lo que muchas homilías hoy serán más breves. Por otra parte, la homilía debería enfocarse pues hacia el conjunto de la Pasión y su significado. También el viernes santo se leerá la Pasión, según san Juan. Y durante toda la semana, el trasfondo litúrgico-espiritual es ése: la pasión y muerte de Jesús. Es pues un momento apropiado para plantearse algunos criterios críticos respecto a la interpretación de la pasión de Jesús en su significado de conjunto.

Si somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.

Pues bien, en la historia ha habido varios «modelos soteriológicos».

El modelo que nos ha llegado a nosotros es, fundamentalmente, el que elaboró san Anselmo de Cartebury en el siglo XI sobre la tradición jurídica del derecho romano. En este sentido. El ser humano ofendió a Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.

Por una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no es «la» explicación, no es la única. Además, no está en el Nuevo Testamento: es una elaboración teológica, muy posterior, que asume las categorías y la lógica del derecho romano «recepcionado» en el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción o reparación. Es la teología de la «redención», del redimir («re-d-emere»), re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.

Esta teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de pastoral tienen todavía en su conciencia, en su comprensión del cristianismo, o en su subconsciente al menos. Y es para muchos de ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio de la «redención».

Hay que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la metáfora nunca debe ser tomada al pie de la letra, tanto sea en n sentido directo como en un sentido metafísico, sobre todo en el segundo término al que traslada el sentido (“meta-fora” = cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos soteriológicos, y en general, esas teologías, aparecen crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor» feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana… para cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y miles de años –hoy la ciencia nos dice que habrían sido millones de años-, hasta la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo, con razón.

Si este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la «satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un «derecho» sobre la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V, 1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17 y 18).

Este modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad, aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana. Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que retiene a la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es «justamente resarcido» por Dios, nada menos que con la muerte del Hijo de Dios, un Diablo que sólo así sería «derrotado por la victoria de Cristo»…

¿Qué queremos decir con todo esto? Muchas cosas:

-que las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni descripciones metafísicas;

-que las teologías son muchas, variadas, no sólo una… y que cuando adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata sólo de «una» teología, no de «la» teología;

-que las teologías son contingentes, no necesarias;

-que son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la sociedad en la que han sido concebidas;

-que son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta desechadas;

-que los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada, superada, que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;

-que pueden (y deben) tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra generación actual a las preguntas de siempre.

La Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de nuestros esquemas teológicos al respecto. Leer más…

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20.3.16.Domingo de Ramos o del Asno: Tomar la ciudad, superar el poder

Domingo, 20 de marzo de 2016
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10988548_563145957195934_3198077586924282826_nDel blog de Xabier Pikaza:

Ramos. Ciclo C. Texto de la Pasión: Lc. 22, 14 –23, 56. Será bueno leer el texto entero, con reposo, el mejor texto posible para este comienzo de la Semana Santa. Pero si alguien quiere entrar de un modo más razonado en los motivos y consecuencias de la subida de Jesús a Jerusalén puede leer lo que le ofrezco (Texto tomado básicamente de Historia de Jesús, VD, Estella 2012).

La entrada de Jesús en la ciudad fue un signo de política social, de plenitud humana, revelación de Dios:

Entró en la ciudad como pretendiente mesiánico, en la línea de David. Muchos se habían preguntado si era el Rey esperado, y Pedro lo había declarado abiertamente, llamándole Cristo (Mc 8, 29); pero Jesús le respondió pidiéndole silencio.

Pues bien, ahora, Jesús rompe ese silencio, y entra en la ciudad (Jerusalén) de manera clamorosa, como Mesías lleno de Autoridad, pero lo hace de pacífica, sin armas ni soldados, anunciando el Reino de Dios para y desde los más pobres (cf. Mc 11, 1-10).

De esa forma toma la ciudad, pero sin tomar el poder… Toma la ciudad, renunciando a todo poder sobre ella, a todo dominio, a todo imperio… Toma la ciudad sobre un asno, entre signo de naturaleza y de concordia (palmas, ramos, cantos de alegría).

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Entró como Dios en Persona…, es decir, como plena humanidad. Sobre un asno que es signo de concordia, sin espadas, sin caballos, con cantos de paz.

Desde aquel día (Domingo de Ramos, Domingo del Asno) sabemos que Dios mismo habita en nuestra historia, como autoridad provocativo de amor, para superar todos los imperios sociales y religiosos que dominan a los hombres con violencia para esclavizarles.

Entró en la ciudad para que surja al fin el hombre en Dios, Dios en los hombres, los hombres todoshermanos.

Entró para que entremos nosotros, buscando y tomando la nueva ciudad, hecha de paz y de concordia… rompiendo para ello todos los impedimentos religiosos y sociales, políticos, económicos y personales que lo impiden. Hoy es nuestro domingo de Ramos…. Ramos 2016. Feliz Semana Santa para todos.

Tema de fondo

La subida a Jerusalén forma parte de la estrategia mesiánica, cuyo fin externo ni Jesús conocía de antemano (cf. Mc 13, 32), aunque estaba convencido de que llegaba el Reino de Dios, que es amor ofrecido a los pobres y compartido con ellos. En ese fondo he querido ofrecer algunas consideraciones, compartidas por gran parte de la exégesis moderna, que pueden ayudarnos a entender las implicaciones y sentido del camino de Jesús, a quien apresaron en Jerusalén, donde subió con sus discípulos, sabiendo que podían condenarle (como de hecho lo hicieron).

1. Subió como aspirante mesiánico.

No subió para morir en el sentido sacrificial de la palabra. No buscó su destrucción, como víctima, sino la llegada del Reino de Dios, para los hombres y mujeres de su pueblo, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea.

Como buen judío, subió a Jerusalén, ciudad de David (del Mesías), en nombre de los pobres, con un grupo de galileos, para anunciar y preparar el Reino, buscando la manifestación de Dios y conociendo el riesgo que implicaba su actitud, como recuerdan las palabras de Tomás: “Subamos y muramos con él, si es preciso” (cf. Jn 11, 16). Tenía la certeza de que Dios hablaría a través de lo que hicieran (o no hicieran) con él en Jerusalén, pues ésta era la última oportunidad para la ciudad de la promesas y del templo .

2. Vino de un modo público, pues quería la trasformación o conversión de Jerusalén.
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No vino para realizar una tarea privada, sino como pionero y representante de aquellos que esperaban el Reino y así entró abiertamente en la ciudad, por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss). Por eso, su venida, en ese tiempo de Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus pretensiones mesiánicas, en Jerusalén, capital y principio de su Reino.

Conforme a los planes de Dios, era posible que los jerarcas de Jerusalén cambiaran y que los sacerdotes del templo abandonaran su poder sagrado, de tal forma que vinieran a integrarse con los pobres. Ciertamente, conocía los enfrentamientos de los sacerdotes “oficiales” con otros grupos de sacerdotes y judíos (como los esenios de Qumrán) y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear al gobernador/procurador romano (Poncio Pilato), que también había venido a Jerusalén con un contingente mayor de soldados, para mantener el orden en los días de la fiesta (de pascua).

A pesar de eso (o precisamente por eso), subió a Jerusalén en pascua, porque era momento propicio (hora del Reino), tiempo para que los hombres y mujeres empezaran a comunicarse, en gesto de paz, desde los más pobres, sin prepotencia o dominio (religioso, militar, económico) de unos sobre otros .

3. No quiso pactar con los sacerdotes.

Sabemos por la Biblia que el pacto es una señal de Dios, de tal forma que toda la historia de Israel y el mismo texto de la Ley o Pentateuco había sido expresión y consecuencia de unos pactos (entre profetas, sacerdotes y representantes de la tradición deuteronomista). ¿Por qué no buscó Jesús también un pacto con los sacerdotes del Templo? Sabemos que los sacerdotes habían pactado ya con Roma, que nombraba al Sumo Sacerdote y defendía las instituciones sacrales de Jerusalén, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y por otros.

Pues bien, todo parece indicar que Jesús no les ofreció un pacto sacerdotal pues no admitía su sacerdocio, sino que proclamó ante ellos el Reino de Dios, como alianza universal, desde los pobres, un pacto simplemente “humano” (de vida compartida) que la Iglesia posterior centrará en la sangre de Jesús (cf. Mc 14, 24 par) .

4. No quiso negociar con Roma en plano de política.

Desde una perspectiva eclesiástica moderna, Jesús podría, y quizá debería, haberlo hecho, enviando delegados a Pilato, para decirle que venía desarmado, que no quería (ni podía) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes externos: que sólo intentaba cambiar la identidad y misión del judaísmo, de manera que no iba directamente en contra de los intereses de Roma.

De todas maneras, podemos suponer que Jesús no propuso ese tipo de pacto, pues ni él estaba dispuesto a pedir permiso al gobernador, ni el gobernador tendría interés en pactar con judíos de tercera o cuarta categoría, como parecía ser Jesús. Un gobernador romano sólo pacta con sacerdotes superiores o jerarcas laicos, en línea de poder, no con hombres que rechazan el poder, como este profeta nazareno. Sea como fuere, Jesús no quiso provocar directamente a Roma, de manera que su entrada en Jerusalén, aunque cargada de pretensiones mesiánicas (¡todos los judíos peregrinos en Jerusalén por Pascua celebraban la liberación de Egipto, soñaban en el Reino de David!), fue radicalmente pacífica .

5. Vino en un momento de crisis.

Argumento de Caifás. Su subida a Jerusalén provocó una conmoción en los sacerdotes, que se sintieron amenazados, porque Jesús no reconocía el valor de su mediación sagrada (¡materializada en el templo!), sino que anunciaba y promovía la caída o final de ese templo (convertido en lastre social y/o religioso), con el fin de que Dios pudiera hablar directamente con los hombres y mujeres de la ciudad y del mundo (¡urbi et orbi!), empezando por los pobres. Así lo descubrió Caifás, Sumo Sacerdote, como afirma el evangelio:

«Los sacerdotes decían: ¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así, todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación. Entonces les dijo Caifás: Vosotros no sabéis nada; es mejor matar a un hombre que dejar que perezca todo el pueblo» (cf. Jn 11, 47-50).

Ese argumento de Caifás puede resultar capcioso pues está suponiendo que el triunfo de Jesús suscitaría disturbios que conducirían a la intervención romana y a la destrucción de templo y pueblo. ¿Es eso cierto? ¿No hubiera sido posible que Roma se declarara neutral y dijera que el movimiento de Jesús era un asunto privado de los judíos, como se diría hoy en Occidente, suponiendo que las religiones son un asunto privado? Pues bien, en otro sentido, el argumento de Caifás es verdadero: los romanos admitían todas las religiones, como asunto y piedad privada, siempre que reconocieran el “poder” sagrado de Roma. Pero eso era lo que se hallaba precisamente en juego con Jesús: él no quería fundar una nueva religión “privada”, sino un movimiento mesiánico, de tipo social, que podía ser peligroso para Roma; por eso, con buen criterio jurídico, en sintonía con los sacerdotes, Pilato le condenó a muerte .

6. Roma no podía aceptar a un “rey” como Jesús.

Imaginemos que Jesús hubiera logrado mantener su pretensión en Jerusalén, rodeado por un grupo de discípulos y amigos. Eso significaría que, en algún sentido, los sacerdotes tendrían que haberle aceptado, renunciando a su visión particular (sacral) del templo y reconociéndole como “rey simbólico” (no político, en sentido imperial). Jesús habría sido un rey no-militar de los judíos, presidiendo así una especie de ONG mesiánica, una “asociación mesiánica”, sin peligro para el orden militar de Roma, que seguiría imponiendo el orden exterior sobre el mundo conocido. Leer más…

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Domingo de Ramos. 20 marzo, 2016

Domingo, 20 de marzo de 2016
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DomingdeRamos2016El domingo de Ramos nos abre un gran pórtico que nos muestra, este año através del Evangelio de Lucas, lo que vamos a celebrar a lo largo de esta Semana Santa.

¡Siéntate corazón mío!

Como “todos los que conocían a Jesús, y también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, que estaban allí presenciando todo” (Lc 23,49), déjate tocar, déjate asombrar, déjate enamorar.

¡Siéntate, silénciate, contempla…!

Accede corazón mío a ese pórtico, ábrete a que sea el Espíritu mismo de Jesús quien te ayude a descubrir la fidelidad del Maestro en su entrega total, su confianza en el Padre. Es el corazón misericordioso que Jesús te ofrece lo que te hará misericordioso. Y esa misericordia entrañable te acercará a las hermanas/os, que hoy, siguen el camino de Jesús de Nazaret en medio de persecuciones, abusos, torturas, arrestos e incluso la muerte por ser fieles al Maestro. Recordamos los sentimientos de aquel cristiano, en tierras sirias, que en medio de la tortura dijo algo así a sus verdugos: “queréis que renuncie a mi fe cristiana, pero no puedo, porque mi corazón es de Cristo, está marcado por el amor a Cristo Jesús”.

Corazón mío, no hagas de estos días santos como aquella “gente que había acudido al espectáculo” (Lc 23,48) sino déjate sorprender, para que con el amor que Dios Padre te entrega a través del Espíritu puedas tú también decir con la confianza y abandono de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23,46).

Lo que te preparas a celebrar no es la muerte, aunque ésta sea la de Jesucristo, sino el camino hacia la Pascua.

Tiempo de vida, tiempo de de luz, tiempo de amor.
Señor, Jesús, Maestro bueno,
dame un corazón que sepa
contemplar, acoger, perdonar, amar…
coge mi mano y conduce mis pasos
a escuchar tu invitación: ¡Sígueme!

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

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Entremos juntos en esta pasión de Amor con la fe del centurión

Lunes, 30 de marzo de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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Esperando ser sumergidos con Cristo en las aguas vivificantes de su resurrección,  nos encontramos al final de nuestro camino pascual.

¡Qué largo camino recorrido desde el Miércoles de Ceniza!

Estamos cansados, sin aliento, vaciados por las diferentes etapas de esta Cuaresma, o incluson por el peso de nuestras preocupaciones que nos acosan, o estamos al contrario apaciguados, renovados, reconciliados con nosotros mismos y con Dios?

Dos acontecimientos son relatados en el mismo domingo de Ramos:
una muchedumbre alborozada aclama y bendice al hijo de David en oposición a una muchedumbre que grita su odio y condena a Jesús.

Nuestras vidas no son una mezcla de estas dos actitudes?
Nuestros rostros no son – el reflejo a veces de un Pilato, de un Judas, de un Pedro?

Sigamos al Cristo paso a paso, Él que se adelanta libremente en su pasión.
Sabremos reconocerle como el centurión al pie de la cruz y decir: “verdaderamente, este hombre era el hijo de Dios “!

Vivamos estos días santos también en comunión con nuestros hermanos que sufren de la persecución en el mundo entero.
Atrevamosnos a entrar juntos en esta pasión de Amor.
Jesús nos abre el camino de la confianza y de la vida. Nos reabre la puerta del jardín antaño cerrado, la vía hacia el árbol de la vida. Entonces, unamos las manos y no tengamos miedo de marchar con él. El Señor nos espera.

*

Anne-Marie,
Hermana de la Communion Béthanie

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