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Pecado – Cruz – Dolor.

Domingo, 5 de abril de 2020
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263E8EA4-6512-42B8-84EF-615344392E10Domingo de Ramos

5 abril 2020

Mt 27, 11-54

Tal como la presenta el catecismo, la llamada “historia de la salvación” pivota sobre dos ejes inseparables: la doctrina del “pecado original” y la doctrina de la “redención”, el pecado y la cruz.

Durante siglos, el catecismo fue petrificando esa creencia hasta llegar a configurar el imaginario colectivo cristiano. Aun a riesgo de caer en la caricatura, el núcleo de la misma podría expresarse de este modo: el designio de Dios se frustró debido al pecado de “nuestros primeros padres”, que fueron expulsados del paraíso y condenados a vivir con dolor en este “valle de lágrimas”. Ahí podría haber terminado todo, pero Dios fue sacando adelante su proyecto de salvación. Para ello se eligió un pueblo (Israel o el pueblo judío) del que habría de nacer el Mesías, su propio Hijo. Este, por medio del suplicio de la cruz, expiaría aquel pecado primero y, de ese modo, redimiría (rescataría) a toda la humanidad que creyera en él.

En esa apretada síntesis quedan claros los dos pilares sobre los que se asienta la creencia: el pecado originaly la cruz. La conexión entre ambos es sustancial, hasta el punto de que si uno de ellos se tambalea, el otro se viene abajo. Tal vez ello explique las resistencias de la autoridad eclesiástica a reconocer el carácter mítico del relato del Génesis. Quizás teme que, si se niega historicidad al llamado “pecado original”, resulte insostenible la doctrina de la redención tal como habitualmente se ha explicado.

Pero es justamente esa doctrina la que es necesario desmitificar, porque a lo largo de los siglos ha generado culpabilidad y dolorismo hasta extremos no fácilmente imaginables. Culpa, porque el ser humano se veía “pecador” incluso antes de nacer: la humanidad entera era vista, desde san Agustín, como “massa damnata” (masa corrompida). Y dolorismo porque, tal como se leían los designios de Dios, el modo como Jesús nos habría librado de la culpa fue a través del sufrimiento de la cruz. A partir de ahí, era fácil deslizarse hacia la idea de que el dolor en sí mismo era bueno y agradaba a Dios. ¿No es evidente que todo el ceremonial característico de la “Semana Santa” se hallaba impregnado de culpabilidad y dolorismo?

Desmontar todo ese imaginario pasa por reconocer que el relato bíblico del Génesis es solo un mito –de la “caída” o del “paraíso perdido”– con el que los primeros humanos trataron de explicarse el porqué del mal en el mundo. Por tanto, si no existió tal “pecado” tampoco se necesita una “expiación”.

Jesús murió ajusticiado. Pero eso no se debió al arbitrio de un Dios ofendido que así lo dispusiera, ni tampoco a que el propio Jesús valorara el dolor o entendiera su existencia en clave de expiación. Todo ello sería muy posterior. Jesús fue ejecutado porque estorbaba al poder dominante.

No hay culpa ni valoración alguna del dolorismo. El único vicio de la humanidad –dijo ya Platón– es la ignorancia acerca de lo que somos. Lo que nos salva no es, por tanto, el dolor sino la comprensión.

¿Qué consecuencias te parece que se han derivado de la doctrina del “pecado original” y de la “redención”?

Quien esté interesado en esta cuestión o desee profundizar en los argumentos que este comentario da por supuestos puede leer “¿Qué Dios y qué salvación? Claves para entender el cambio religioso”, publicado por Desclée De Brouwer.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Por qué nos has abandonado?

Domingo, 5 de abril de 2020
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índiceDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Semana Santa.

Este año la Semana Santa “la llevamos puesta” y a cuestas. La celebraremos -¿celebrar?- en nuestra propia casa, en nuestra propia persona, en nuestros miedos y angustias personales y de la sociedad. La Semana Santa de este año es cuarentena, confinamiento, pandemia, es sufrimiento.

         En cierto sentido este año nosotros estamos subiendo, como Jesús, a Jerusalén, al Calvario.

  1. Más allá de los medios informativos.

         Tal vez esta, pudiera ser la pandemia más grande que el ser humano haya vivido no ya en la historia, sino en la evolución; y ello sobrecoge, abruma. Somos una “nada” en el universo, en la evolución, en la humanidad. Pero somos mucho para Dios.

         Para la ciencia, la economía, para la política existen problemas, y han de tratar de intentar solucionarlos con la investigación médica, las medidas sanitarias, económicas, etc.

Para quien piensa y quien cree existe el misterio y las preguntas más radicales de la existencia humana.

Sería una pena que viviéramos este tiempo de desierto duro, de confinamiento únicamente con el divertimento, la distracción y los “WhatsApp”. El capitalismo tiene como método y objetivo que la gente no se entere que se aburre, por eso todo consiste en pasarlo lo mejor posible: viajes, internet, huidas, pero no pienses, no dejes que broten las grandes cuestiones de la vida.

         Más allá del alud de informaciones de los medios de comunicación, más allá incluso de la misma medicina y de la ciencia, muy por encima del problema económico y de la crisis que pueda acarrear, esta situación nos sitúa ante el problema del misterio del ser humano, ante el misterio de la fragilidad humana, ante el misterio del sentido de la vida y de la muerte. En último término estamos ante el misterio de Dios.

         Esta enfermedad de muerte nos sitúa también ante el silencio de Dios, ante la “ausencia de Dios”, ante el misterio de Dios. ¿Dónde está Dios?

  1. ¿Por qué nos has abandonado?

         En el relato de la pasión y muerte de Jesús según San Mateo[1], las últimas palabras de Jesús en vida, en la cruz, Jesús muere sintiendo el abandono de Dios: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado, (Mateo 27,46). Fueron las últimas palabras de Jesús (en la versión de Mateo).

         Seguro que Jesús recitó muchas veces y por diversos motivos esas palabras (que son el salmo 21). ¿Por qué nos has abandonado?

         También nosotros podemos experimentar el abandono de Dios.

         Quizás nuestra oración hoy pueda ser un clamor a Dios: ¿Por qué nos has abandonado?

         No es menos cierto que en el evangelio de Lucas Jesús muere confiando en Dios: Padre a tus manos encomiendo mi espíritu, (Lc 23,46).

Es momento de activar la esperanza

         Nadie puede vivir sin preguntarse: qué será de mí –hoy mismo, mañana, pasado mañana, dentro de poco, dentro de algunos años, en el futuro lejano- qué será de mí mismo, de mi trabajo, de mis proyectos y de mis aspiraciones, de mi familia, de mis seres cercanos, de mis semejantes a los que estoy unido de algún modo. ¿Qué será del estado, de los desarrollos políticos, de nuestro planeta? ¿Qué será del universo?

La esperanza está vinculada inseparablemente a la existencia humana. El ser humano es esperante.

Este año, el domingo de Ramos leemos la pasión según S Mateo

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¿Quién es este que viene?

Domingo, 14 de abril de 2019
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Domingo de Ramos

Domingo de Ramos

Hubo demasiadas conciencias alumbradas,
hubo demasiados privilegios trastornados,
hubo demasiadas palabras mal recibidas,
hubo demasiada mala fe:
detrás de esta puerta
con los dinteles elevados, todo va a jugarse,
lo sabe.
Posiblemente tiene miedo,
da el paso.
Entra.

Es aquí dónde se le espera.
¡Es ahora
cuando se va a verificar el perdón dado
hasta el múltiplo de setenta y siete,
la vida dada como único signo de amor,
el cuerpo y la sangre dados hasta el desgarro,
el Espíritu dado como un soplo de vida!

Ha llegado la hora.
Es ahora cuando su verdad saldrá a la luz.
Lo sabe;
da el paso.
Entra.

La semana comienza.

*

Charles Singer

***

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

***

El pueblo que fue cautivo
y que tu mano libera
no encuentra mayor palmera
ni abunda en mejor olivo.
Viene con aire festivo
para enramar tu victoria,
y no te ha visto en su historia,
Dios de Israel, más cercano:
Ni tu poder más a mano
ni más humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!
Gritad: “¡Hosanna!”, y haceos,
como los niños hebreos
al paso del Redentor.
¡Gloria y honor
al que viene en el nombre del Señor! Amén.

*

(Himnos de las Primeras Vísperas y de los Laudes de la Liturgia de las Horas del Domingo de Ramos, )

***

Evangelio: Lucas 22,14-23,56

***

No conocíamos la medida del sufrimiento de Dios hasta que tomó cuerpo ante nuestros ojos en la pasión de Cristo. La pasión de Cristo no es más que la manifestación histórica y visible del sufrimiento del Padre por el hombre. Es la suprema manifestación de la debilidad de Dios: Cristo -dice san Pablo- fue crucificado por su debilidad (2 Cor 1 3,4). Los hombres han vencido a Dios, el Pecado ha vencido y se yergue triunfante ante la cruz de Cristo; la luz se ha cubierto de tinieblas… Pero sólo por un instante: Cristo fue crucificado por su debilidad, pero vive por la fuerza de Dios, añade el apóstol. ¡Vive, vive! El mismo lo repite ahora a su Iglesia: “Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo poder sobre la muerte y los infiernos” (Ap 1,18) […].

Dios ha vencido sin dejar su debilidad, sino llevándola al extremo; no se ha dejado arrastrar al terreno del enemigo: “Injuriado, no respondía con injurias, sufría sin amenazar” (1 Pe 2,23). A la voluntad del hombre que pretendía aniquilarlo, no ha respondido con deseos de destrucción, sino con voluntad de salvarlo: “Yo soy el Viviente -dice el Señor-; no quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (cf. Ez 33,11). Dios manifiesta su omnipotencia con la misericordia y el perdón [parcendo et miserando), como reza la oración de la Iglesia. Al grito Crucifige!, respondió con este grito: “Padre, perdónalos” (Le 23,34).

No hay palabras en el mundo como estas breves palabras: “Padre, perdónalos”. Toda la potencia y santidad de Dios están ahí resumidas; son palabras indomables, que no pueden ser superadas por ningún crimen, porque fueron pronunciadas en el más grande de los crímenes, en el momento en que el mal ha hecho su esfuerzo supremo y ya no puede más porque ha perdido su aguijón.

*

R. Cantalamessa,
El mistero pascual, Valencia 1996).

***

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“Ante el crucificado?” Domingo de Ramos – C (Lucas 22,14-23,56). 14 de abril 2019.

Domingo, 14 de abril de 2019
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06-RAMOS-C-600x400Detenido por las fuerzas de seguridad del Templo, Jesús no tiene ya duda alguna; el Padre no ha escuchado sus deseos de seguir viviendo; sus discípulos huyen buscando su propia seguridad. Está solo. Sus proyectos se desvanecen. Le espera la ejecución.

El silencio de Jesús durante sus últimas horas es sobrecogedor. Sin embargo, los evangelistas han recogido algunas palabras suyas en la cruz. Son muy breves, pero a las primeras generaciones cristianas les ayudaban a recordar con amor y agradecimiento a Jesús crucificado.

Lucas ha recogido las que dice mientras está siendo crucificado. Entre estremecimientos y gritos de dolor, logra pronunciar unas palabras que descubren lo que hay en su corazón: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen». Así es Jesús. Ha pedido a los suyos «amar a sus enemigos» y «rogar por sus perseguidores». Ahora es él mismo quien muere perdonando. Convierte su crucifixión en perdón.

Esta petición al Padre por los que lo están crucificando lo hemos de escuchar como el gesto sublime que nos revela la misericordia y el perdón insondable de Dios. Esta es la gran herencia de Jesús a la Humanidad: No desconfiéis nunca de Dios. Su misericordia no tiene fin.

Marcos recoge un grito dramático del crucificado: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?». Estas palabras pronunciadas en medio de la soledad y el abandono más total son de una sinceridad abrumadora. Jesús siente que su Padre querido lo está abandonando. ¿Por qué? Jesús se queja de su silencio. ¿Dónde está? ¿Por qué se calla?

Este grito de Jesús, identificado con todas las víctimas de la historia, pidiendo a Dios alguna explicación a tanta injusticia, abandono y sufrimiento, queda en labios del crucificado reclamando una respuesta de Dios más allá de la muerte: Dios nuestro, ¿por qué nos abandonas? ¿No vas a responder nunca a los gritos y quejidos de los inocentes?

Lucas recoge una última palabra de Jesús. A pesar de su angustia mortal, Jesús mantiene hasta el final su confianza en el Padre. Sus palabras son ahora casi un susurro: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Nada ni nadie lo ha podido separar de él. El Padre ha estado animando con su Espíritu toda su vida. Terminada su misión, Jesús lo deja todo en sus manos. El Padre romperá su silencio y lo resucitará.

Esta semana santa, vamos a celebrar en nuestras comunidades cristianas la pasión y la muerte del Señor. También podremos meditar en silencio ante Jesús crucificado ahondando en las palabras que él mismo pronunció durante su agonía.

José Antonio Pagola

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“He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer”. Domingo 14 de abril de 2019. Domingo de Ramos

Domingo, 14 de abril de 2019
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22-ramosC cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 50, 4-7: No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo responsorial: 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.
Filipenses 2, 6-11: Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Lucas 22, 14-23. 56: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer.

El tema central de las lecturas del Domingo de Ramos, como bien puede verse, es el del Mesianismo. Éste tiene varias etapas en la Biblia. «Mesías» significa ungido, siervo, enviado, pero en sí, la idea más profunda de «Mesías» que el pueblo de Israel asumió es la espera de la aparición salvífica de un líder carismático descendiente de David que habría de instaurar definitivamente en la tierra «el derecho y la justicia».

En el Primer Testamento es Isaías el profeta quien más profetiza y anuncia la llegada del Mesías de Dios. Mesías que él entiende como el Siervo de Yavé que llega. El Mesías es para el profeta la gran realidad de Dios viviendo con nosotros, la realidad del gran restaurador que libera de la esclavitud, de la gran violencia (violencia estructural diríamos hoy), de la gran miseria (pobreza extrema y masiva diríamos actualmente) a la que ha sido condenado el pueblo de Dios (los muchos pueblos de Dios). El Mesías, en su calidad de Ungido de Yavé, no es sino su enviado, su representante, el encargado de promulgar sus designios.

La idea del Mesías y de los tiempos mesiánicos estaba fundada en la esperanza de que Dios cumpliera plenamente las promesas hechas al pueblo elegido, a la nación que se creía a sí misma la elegida por Dios. La llegada del «Mesías» es la instauración del reinado de Dios en la historia y en el tiempo, y es allí donde, según la concepción judía (según, pues, un pensamiento muy humano, no según una revelación divina), Israel se vengaría de los «paganos» (la mayor parte de ellos tan religiosos como los propios israelitas), de los no judíos.

La idea mesiánica del Primer Testamento está basada en la fuerza político-militar de un enviado del Dios de Israel para dominar a todas las naciones de la tierra y hacer que Israel se convierta en una nación fuerte y poderosa capaz de someter a todos los pueblos que no tienen a Yavé por Dios. Como se ve, un mesianismo muy humanamente comprensible…

El Mesianismo es una de las herencias que el Segundo Testamento recibe de la tradición veterotestamentaria. En tiempo del Nuevo Testamento, gobernado el mundo de entonces por Roma con toda su fuerza, riqueza y pretensiones, también hay grupos mayoritarios que esperan la llegada definitiva del Mesías que los liberará del domino explotador romano. Todos esperaban entonces la intervención de Dios en la historia a través de un líder que fuera capaz de derrocar el poder imperial y hacer de Jerusalén la gran capital de Israel.

En el ciclo C de la liturgia leemos el relato de la Pasión del Señor según Lucas. Consideremos las características teológicas que nos presenta este relato.

Lucas, como es sabido, es considerado como el evangelista de la misericordia, o lo que es lo mismo, como el evangelista que ha marcado toda la tradición que nos entrega, con el pensamiento del amor infinito de Dios que se ha manifestado en Jesucristo. Ninguno de los evangelistas ha percibido como él la sensibilidad del amor del Padre, que se deja sentir de manera especial entre los pobres, entre los que sufren, entre los marginados. No es difícil constatar en el evangelio de Lucas la preocupación de Jesús por los débiles, por las viudas, por los huérfanos, por los pecadores, por las mujeres.

Este mismo interés se manifiesta en la narración de los acontecimientos de la Pasión del Señor. En primer lugar, porque todo este relato está sustentado por un conocimiento del alma de Jesús, cuya intimidad nos es desvelada por el evangelista cuando nos deja ver su estrecha relación con el Abba misericordioso, en los momentos de oración (Lc 22,42); o cuando su Padre le da valor en medio del sufrimiento (Lc 22,43).

En segundo lugar, la cruz aparece en este relato de la Pasión como un verdadero sacramento del amor divino: la revelación de la misericordia en medio del sufrimiento. Lucas no pone la atención en los aspectos negativos y crueles de esta situación. En su narración se omiten recuerdos o referencias que aparecen en los otros evangelistas como la flagelación o la coronación de espinas que sirven para inculpar a los que llevaron a Jesús a la muerte. Lucas nos quiere hacer descubrir el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, aún en esta situación de dolor. Jesús no aparece abandonado en el Calvario (no se cita a Zac 13,6 sobre la dispersión del rebaño): está acompañado de amigos y conocidos (Lc 23,49 en contraposición con Mt 27,55-56 y Mc 15,40-41). Y reemplaza el grito del Salmo 21 (22) que cita Mateo por la manifestación ilimitada de confianza del Salmo 30,6 (31,6): “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

A la luz de todo esto es comprensible el papel que desempeña en este relato de la Pasión la actitud del perdón, sólo explicable desde el misterio de la misericordia. En definitiva todo el mundo queda limpio y se insiste en hechos positivos, sólo explicables desde la virtud reconciliadora del sufrimiento de Jesús o desde su actitud de perdón: el caso de Pilato (Lc 23,4.13-15.20-22); el del agresor a quien Pedro cercenó una oreja y que es sanado por Jesús (Lc 22,51); el de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos (Lc 23,34); el del malhechor bueno (Lc 23,39-43); el del centurión (Lc 23,47); el de la reconciliación entre Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).

Jesús aparece claramente como el inocente, el justo perseguido. Aun en el proceso de los romanos, Pilato proclama la inocencia de Jesús. El centurión también reconoce su inocencia.

Sólo en Lucas Jesús se dirige con palabras consoladoras a las mujeres que de lejos los siguen. Realmente, Lucas ha sido llamado el evangelio de las mujeres y de la misericordia con los más pobres e ignorados, y las mujeres hacían parte de la clase marginada en Israel. Pero para Jesús, en todo el evangelio de Lucas, las mujeres hacen parte del discipulado y merecen un trato respetuoso. Ahora, camino del Calvario, la fidelidad de las mujeres a su maestro es reconocida por el Señor.

La Pasión y la muerte de Jesús son una verdadera revelación: la manifestación de la misericordia del Padre. Sólo quien ha comprendido una actitud tan conmovedora, como la que nos trae este evangelio en la parábola del padre misericordioso, podrá entender por qué el evangelista ha mirado así el misterio del sufrimiento y de la muerte de Jesús.

Lucas concibió el relato de la Pasión como una contemplación de Jesús. Por eso este relato es una invitación al lector-oyente a aproximarse al Señor, a seguirlo, a llevar con él la cruz de cada día (9,23). En la palabra que dirige en la cruz al malhechor arrepentido, ese ‘hoy’ nos remonta a Lc 4,21 cuando en la sinagoga de Nazaret, Jesús declara que “hoy se ha cumplido” el pasaje de Is 61,1-2 que acababa de leer. El tiempo se ha cumplido y él, que ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año de gracia del Señor” ha cumplido su misión, porque va a morir colgado de la cruz pero seguirá viviendo en medio de nosotros.

Nota para lectores críticos

El evangelio de hoy es más largo que de ordinario: toda la Pasión de Jesús, por lo que muchas homilías hoy serán más breves. Por otra parte, la homilía debería enfocarse pues hacia el conjunto de la Pasión y su significado. También el viernes santo se leerá la Pasión, según san Juan. Y durante toda la semana, el trasfondo litúrgico-espiritual es ése: la pasión y muerte de Jesús. Es pues un momento apropiado para plantearse algunos criterios críticos respecto a la interpretación de la pasión de Jesús en su significado de conjunto.

Si somos cristianos, y si el cristianismo profesa la convicción de la significación salvadora de Jesús, necesitamos tener un «modelo soteriológico» («sotería» = salvación), o sea, una explicación de cómo Jesús salva a la humanidad y en qué consiste esa salvación. Es claro que esto es el corazón de la fe cristiana.

Pues bien, en la historia ha habido varios «modelos soteriológicos».

El modelo que nos ha llegado a nosotros es, fundamentalmente, el que elaboró san Anselmo de Cartebury en el siglo XI sobre la tradición jurídica del derecho romano. En este sentido. El ser humano ofendió a Dios con el pecado original, y con ello se rompieron las relaciones de Dios y la humanidad. Dios fue ofendido en su dignidad, y el ser humano, por su parte, quedó privado de la gracia de la relación con Dios y no tenía capacidad para superar esta situación, pues aunque había ofendido a Dios, no tenía capacidad para reparar una ofensa de carácter infinito. En su obra Cur Deus homo? (¿Por qué Dios se hizo hombre?) Anselmo elabora la teoría de la «satisfacción penal sustitutoria»: Jesús muere en sustitución de la humanidad pecadora culpable, para satisfacer con ello la dignidad ofendida de Dios, y restablecer así las relaciones de Dios con la humanidad.

Por una parte, hay que hacer notar que esta explicación, que nos ha llegado a todos nosotros en una tradición tan longeva, no deja de ser «una» explicación, la del siglo XI en concreto; es decir: no es «la» explicación, no es la única. Además, no está en el Nuevo Testamento: es una elaboración teológica, muy posterior, que asume las categorías y la lógica del derecho romano «recepcionado» en el mundo feudal europeo de la alta Edad Media: el derecho inapelable y absoluto de los señores, la servidumbre de los siervos, las obligaciones jurídicas relativas a la ofensa y a la satisfacción o reparación. Es la teología de la «redención», del redimir («re-d-emere»), re-comprar al esclavo para liberarlo de su antiguo dueño.

Esta teología, hoy ya insostenible, es, sin embargo, la que la mayor parte de los cristianos y cristianas, incluyendo a muchos agentes de pastoral tienen todavía en su conciencia, en su comprensión del cristianismo, o en su subconsciente al menos. Y es para muchos de ellos «la» explicación mayor del misterio cristiano, el misterio de la «redención».

Hay que recordar que los modelos soteriológicos, como todo el resto de la teología, no dejan de ser un lenguaje metafórico, y que la metáfora nunca debe ser tomada al pie de la letra, tanto sea en n sentido directo como en un sentido metafísico, sobre todo en el segundo término al que traslada el sentido (“meta-fora” = cambio, traslado de sentido). Las teologías y los modelos soteriológicos se apoyan sobre las lógicas y los símbolos de las culturas en las que son creados. Por eso, cuando la evolución cultural cambia de lógica y de símbolos, esos modelos soteriológicos, y en general, esas teologías, aparecen crecientemente desfasadas, se hacen incluso ininteligibles, y finalmente quedan obsoletas. La visión de Dios como «Señor» feudal irritado por una ofensa de la primera pareja humana… para cuyo aplacamiento habría sido necesaria la reparación de la ofensa por medio de la muerte cruel y cruenta de su Hijo, es una imagen de Dios hoy sencillamente insostenible, e inaceptable. La sola idea de que un mítico pecado de Adán y Eva hubiera torcido los planes de Dios, y hubiera sumido en las tinieblas del pecado y del alejamiento de Dios a toda la humanidad desde la primera pareja, durante miles y miles de años –hoy la ciencia nos dice que habrían sido millones de años-, hasta la aparición de Jesús, es absolutamente inaceptable para la mentalidad actual. La misma fórmula jurídica de la «satisfacción sustitutoria» resulta hoy día inviable desde los mínimos éticos de nuestra época. Un Dios así resulta increíble, provoca ateísmo, con razón.

Si este modelo nos parece hoy día sobrepasado, no debemos dejar de considerar que ha habido otros modelos todavía más inadecuados. En el primer milenio la teología dominante, en efecto, no fue la de la «satisfacción sustitutoria», sino la del «rescate»: por el pecado de Adán la humanidad había quedado «prisionera del demonio», literalmente bajo su poder (sic). Según san Ireneo de Lyon (+ 202) y Orígenes (+ 254) el Diablo tendría un «derecho» sobre la humanidad, debido al pecado de Adán. Jurídicamente, la humanidad estaba bajo su dominio, le pertenecía, y Dios «quiso actuar con justicia incluso frente al diablo» (Ireneo, Adversus Haereses, V, 1,1), al anular tal derecho sólo mediante el pago de un rescate adecuado. Para ello, entregó a su Hijo a la muerte, a fin de liberar a la humanidad del dominio «legítimo» del diablo. San Agustín lo dice aún más explícitamente: Dios decretó «vencer al Diablo no mediante el poder, sino mediante la justicia» (De Trinitate XIII, 17 y 18).

Este modelo del «rescate pagado al Diablo» para rescatar a la humanidad, aún resuena en las personas que tuvieron una formación cristiana. Pero hoy nos resulta no sólo inaceptable, sino inimaginable, y hasta grotesco: no podemos aceptar un Diablo, concebido como un contra-poder cuasi-divino, que está apostado frente a Dios y que retiene a la humanidad bajo su poder, durante milenios, hasta que es «justamente resarcido» por Dios, nada menos que con la muerte del Hijo de Dios, un Diablo que sólo así sería «derrotado por la victoria de Cristo»…

¿Qué queremos decir con todo esto? Muchas cosas:

-que las teologías son metafóricas, no narraciones históricas ni descripciones metafísicas;

-que las teologías son muchas, variadas, no sólo una… y que cuando adoptamos una de ellas no debemos nunca perder de vista que se trata sólo de «una» teología, no de «la» teología;

-que las teologías son contingentes, no necesarias;

-que son elaboraciones humanas, no revelaciones divinas bajadas en directo del cielo, y que están construidas con elementos culturales de la sociedad en la que han sido concebidas;

-que son también transitorias, no eternas, y que con el tiempo y los correspondientes cambios culturales pierden plausibilidad y hasta inteligibilidad y pueden acabar resultando inaceptables y hasta desechadas;

-que los agentes de pastoral que atienden al Pueblo de Dios han de estar atentos a no prolongar la vida de una teología sobrepasada, superada, que ya no habla de un modo adecuado a las personas de hoy;

-que pueden (y deben) tratar de encontrar nuevas imágenes, nuevos símbolos, nuevas respuestas interpretativas de parte de nuestra generación actual a las preguntas de siempre.

La Semana Santa no es el único momento en el que debemos referirnos a la significación de la salvación operada por Cristo, pues ésta es una referencia central de la fe cristiana; pero sí es una ocasión privilegiada para plantearnos la conveniencia de la revisión de nuestros esquemas teológicos al respecto. Leer más…

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14.4.19. Ramos 1, una fiesta de bodas

Domingo, 14 de abril de 2019
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21D44775-DF3A-4377-BEB6-28F697CC142FDel blog de Xabier Pikaza:

La entrada de Jesús en Jerusalén, montado sobre un asno, ha marcado hasta hoy la conciencia cristiana, de forma que en todas las iglesias del mundo se lee la escena, y se interpreta de forma mesiánica, política y social: Como mensajero mesiánico de Dios, Jesús entra en su ciudad en un asno de paz, no en caballo de guerra etc.

              Pero hay una interpretación antigua,  que han destacado de forma paralela el evangelio de Mateo 21, 4‒7 y el Juan 12, 14‒15, que interpreta la escena en forma de entrada del novio a la fiesta de bodas, con la novia que se alegra y baila,conforme a las palabras de Zacarías 9, 9‒10. Ésta es pues una escena de bodas, y todo el resto de la pasión de Jesús, hasta su pascua de resurrección ha de entenderse como celebración de las bodas de Dios, que son bodas de la humanidad que sale como novia al encuentro del Cristo del Asno.

La escena repite el motivo de las bodasde oriente (que se han seguido celebrando hasta el día de hoy en ciertas zonas de Siria), en las que el novio viene sobre un asno, y la novia le espera bailando. Lógicamente, las palabras del texto se dirigen a la novia, invitándole a que baile ante su Cristo. Así lo han sabido y lo han dicho Mateo y Juan, los evangelios más judíos del Nuevo Testamento.

El texto de Zac 9 que citan Mateo y Juan forma parte de la tradición de la Hija‒Sión, es decir, de la Novia‒Sion, humanidad hecha mujer, ciudad de Sion, todo el pueblo de Israel, que espera a su mesías.  Por eso, empezaré citando y comentando ese pasaje, situándolo después en la tradición citada de la Hija Sion, representada por Sofonías y el Proto‒Zacarías.

Mañana comentaré el texto desde los evangelios. Buen día a todos.

A comienzos del III a.C., asumiendo temas y signos anteriores de la tradición de la Hija de Sión y de sus bodas, un autor a quien llamamos Zacarías II amplía e interpreta la primera parte del libro (Zac 1‒8), vinculando a la Hija‒Sion con el Mesías davídico, montado en un asno:

Danza con fuerza, Hija-Sion; grita aclamando, Hija-Jerusalén; he aquí que tu rey viene a ti; justo y vencedor es él; humilde, montado sobre un asno, sobre un pollino, cría de borrica.  Destruirá el carro de Efraím y el caballo de Jerusalén. Y destruirá el arco de guerra y anunciará la paz a las naciones; y su dominio será de mar a mar, del torrente a las extremidades de la tierra (Zac 9,9-10).

La traducción del texto es fácil, aunque al principio del verso 10 el TM utiliza la primera persona (y yo destruiré…), como si el mismo Dios y no el rey mesiánico fuera el encargado de que­brar la fuerza guerrera de Efraím y Jerusalén, pues ese rey no viene como guerrero a caballo, sino en asno de paz. Sea como fuere, el sentido de fondo es el mismo y así conservamos la traducción más usual, en tercera persona: el anunciador profético sigue invitando a la Hija-Sion al canto de gozo, en la línea Sof 3,14-18 y Zac 2,14-17, pero ahora vincula su danza a la llegada del Mesías montado en un asno.

Este pasaje resalta el gozo de la Hija-Sion, que ha de danzar en gesto de fiesta solemne, grita de gozo porque llega su rey como esposo. El texto nos sitúa una liturgia de entronización: avanza el rey, se forma el cortejo y, mientras va llegando, se acerca la Hija-Sion (la ciudad mesiánica) que recibe a su Rey Mesías. Estas son las bodas finales de Dios y de su pueblo. Sof 3,14-18 evocaba ya una danza nupcial; Zac 2,14-17 invi­taba al baile mesiánico; pues bien, ahora, Zac 9,9-10 nos introduce en la gran ceremonia de coronación mesiánica, con la Hija‒Sión que recibe emocionado a su rey esposo‒salvador.

El rey que llega y la mujer que sale a reci­birle danzando forman el misterio final, el último acto de la historia. Desaparecen o pasan a segundo plano los restantes ofi­cios y figuras: sacerdotes, soldados, potentados… Toda la humanidad se ha condensado en esta Hija-Sion, ciudad­-mujer, muchacha, que inicia la danza triunfal de su rey, sin más oficio que cantar y alegrarse. En los casos anteriores (Sof y Zac I) el rey parecía un personaje excelso. Por eso, la Hija-Sion significaba la humanidad entera, varones y mujeres incluidos en esa figura femenina. Sin negar esos rasgos, el rey es ahora una figura humilde, montado en un asno, y la Hija-Sion es el signo de la humanidad salvado (del pueblo redimido). Leer más…

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Ramos 2. Por Jerusalén lloró Jesús, por Roma lloramos

Domingo, 14 de abril de 2019
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images2Del blog de Xabier Pikaza:

Dominus Flevit, cuando Dios sólo puede llorar

Llanto por el templo vaticano

Presenté el otro día   la escena de Ramos (entrada de Jesús en la ciudad‒Iglesia) desde la perspectiva de la Hija de Sion, Iglesia‒Novia que se alegra y canta, baila y exulta, por la llegada de su Novio, conforme a la cita de Zacarías, utilizada por el evangelio de Mateo y el de Juan.

Después he comentado la carta‒documento del expapa Benedicto XVI y de su entorno vaticano sobre la situación de la Iglesia, desde la perspectiva de la pederastia y problemática sexual de una parte del clero, carta dura, documento estremecedor de un expapa que llora y acusa, pidiendo conversión para la Iglesia, desde una perspectiva de “estado” vaticano, es decir, de poder de Iglesia.

Pues bien, en ese contexto, al entrar en la Semana de la Pasión del Señor, quiero ofrecer una reflexión sobre el llanto mesiánico del Cristo ante Jerusalén que es signo de la Iglesia. Voy a suponer que Jesús lloraba no tanto por la vieja ciudad, que sería destruida muy pronto (a los 40 años), sino por la Iglesia actual, con la estructura de “Estado” (un estado de poder),que va a caer, quizá en menos de 40 años.

dominus_flevit_by_ipott(Imagen 2: Vista de Jerusalén desde el lugar del llanto de Jesús, Dominus Flevit)

 Como todas las grandes comparaciones, ésta que voy a establecer a continuación no puede tomarse tampoco al pie de la letra; las cosas no se repiten sin más. Pero pienso que es adecuada y conveniente. Suponed que Jesús entra con asno y su látigo en la Ciudad Estado del Vaticano, ante los lamentos del expapa Benedicto VI, ante el dolor de Francisco. ¿Qué haría? Seguid leyendo, si queréis pensar conmigo. Pienso que al final del texto sólo quedarán claras dos cosas:
  1. Lo que Jesús haga para destruir un tipo de templo vaticano servirá para que los niños canten. Todo ha de ser para alegría y vida de los niños, por encima de un tipo de opresión o pederastia que les tiene atenazados.
  2. Lo que Jesús haga será para alegría y bodas de la Hija‒Sión, es decir, de una humanidad llamada al amor.

 Buen día a todos con este Ramos 2.

Jesús perseguido, ya no andaba en público.

Jesús ha preparado su misión de manera programada, para culminar su tarea en Jerusalén; en ella son claves los textos sobre la entrada en la ciudad y el signo sobre el templo.  Pero al principio de todo está la escena de Jesús perseguido. En un pasaje sorprendente, Jn presenta a Jesús fugitivo, perseguido por los sacerdotes que buscan su muerte:

Ya no andaba en público por Judea;se retiro a una ciudad llamada Efrom,junto al desierto y se quedó allí con sus discípulos (Jn 11, 54).

Como prófugo y bandido que calcula su momento y se defiende, evitando todo riesgo innecesario, Jesús permanece se­mi-oculto, en Efrom, aldea de proscritos. Pero llega el momento y se decide, subiendo a Jerusalén como profeta mesiánico que llama a las puertas de su pueblo. Sin ingenuidad, pero en gesto de arrojo y confianza, ­cuando los presagios eran adversos, ha comenzado la subida, acompañado de algunos discípulos como Tomás que dicen: vayamos también nosotros, y muramos con él (Jn 1 1, 16). La Escritura les presenta atenazados por el miedo, admirados y llenos de asombro (cf. Mc 10, 32). No estamos ante el ruralismo galileo de unos pobres aldeanos que se acercan ingenuamente a la ciudad, sino ante la decisión de ­un profeta mesiánico que viene a realizar sus signos: entra como rey, declara el fin del viejo templo.

Entrada pacífica, una paz más dura que la guerra, pero paz sanadora

Pocos años después tomaron la ciudad violentamente los rebeldes‒insurgentes contra Roma; muchos judíos habían soñado conquistar­la y liberarla para siempre; pues bien, Jesús ha decidido entrar en ella de un modo pacífico, pero muy provocativo. No necesita soldados: no viene a declarar la guerra, pero junta a sus seguidores y con ellos “toma” la ciudad:

Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles:

– Id a esa aldea de enfrente y encontraréis en seguida una borrica atada, con un pollino; desatadlos y traédmelos. Y si alguien os dice algo, contes­tadle que el Señor los necesita. 

[Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta:Decid a la ciudad de Sión:Mira a tu rey que llega, humilde, montado en un asno,en un pollino, hijo de acémila (Is 62, 11; Zac 9, 9)]. 

Fueron los discípulos e hicieron lo que Jesús les había mandado: trajeron la borrica y el pollino, les pusieron encima los mantos y Jesús montó. La mayoría de la gente se puso a alfombrar la calzada con sus mantos. Otros la alfombraron con ramas que cortaban de los árboles. Y los grupos que iban delante y detrás gritaban:

– Hosanna al Hijo de David!      Bendito el que viene en nombre del Señor!    

Hosanna al que está en las alturas!Al entrar en Jerusalén, la ciudad entera preguntaba alborotada: ¿Quién es éste?La gente contestaba: Este es el profeta Jesús, de Nazaret de Galilea (Mt 21, 1-11).

  He presentado el texto de Mateo, que elabora el relato de fondo de Mc 11, 1-11, conservando su extrañeza y fuerza. No es asunto de teoría o catequesis, sino historia mesiánica que sólo se puede narrar si se ha vivido. Jesús la ha preparado y realizado, como profeta que cuida sus gestos: en el momento decisivo de su vida quiere mostrar a su ciudad que es rey y como rey penetra triunfador en ella. Recordando a Zac 9, 9, viene sobre un asno, mansamente, rechazando el mesianismo de la guerra:

Destruirá los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén,destruirá los arcos de la guerra y dictará paz a las naciones,dominará de mar a mar, del gran mar al confín de la tierra (Zac 9, l0). 

No quiere superar la vieja guerra con otra más justa, sino con el don de su vida, a cuerpo de amor. Por eso se presenta inerme, como rey de paz. Alguna gente le comprende y como a rey le acogen, extendiendo ante su paso vestidos y ramos. Como a rey le aclaman, proclamando: ¡Viva (hosanna) al Hijo de David!

La escena resulta sobriamente intensa y sobrecogedora. No podía haber mostrado con más fuerza su pretensión y tarea: sus seguidores cantan el salmo de la fiesta escatológica: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! (Mt 21, 9; cf. Sal 118, 26). Se acerca el reino de David (cf. Mc 11, 10). Jesús viene sin duda como pretendiente mesiánico.

Jesús derrotado de antemano, Dios que llora

 Esta es una escena para ser imaginada. Ha empezado a bajar la colina del monte de los Olivos. Ante sus ojos se extiende, entera y dura, la hiriente Jerusalén. ¡Cuántos con­quistadores han soñado tomar la ciudad y realizar en ella las promesas! Pero todos los guerreros de violencia acaban destruyendo aquello que conquistan. Jesús lo sabe y llora. Llora por su ciudad, se lamenta por su iglesia vaticana:

Al acercarse y ver la ciudad dijo llorando:¡Si al menos tú supieras en este día lo que lleva hacia la paz!Pero no, quieres que se oculte ante tus ojos.Pues bien, vendrán los días en que tus enemigos te rodearán de trincheras,te sitiarán, apretarán el cerco y te arrasarán, a ti y a tus hijos,no dejando piedra sobre piedra,porque no reconociste el tiempo en que Dios te visitaba (Lc 19, 42-44).

 Sigamos imaginando. Jesús ha “tomado” mesiánicamente la ciudad sin violencia exterior. Humildemente ha entrado, sobre un asno, no en caballo o con carros de combate; abiertamente ha entrado, ofreciendo lugar en su proyecto a los marginados y excluidos de la tierra; no ha traído soldados sino amigos que le cantan y cantan al Dios de fraternidad, reino prometido.

Pues bien, la ciudad no ha querido recibirle: es contraria a su mesianismo y propone su muerte, sin saber que al hacerlo se está condenando a sí misma. Jesús, responde llorando, no por sí mismo, sino por la ciudad que, al rechazar su paz, termina entregándose en las manos de los profesionales de la muerte, la desnuda violencia interhumana.

Jesús mismo “destruye” su templo, la casa “vaticana” de la Iglesia.

Fuerte ha sido el signo mesiánico de la conquista de la ciudad. Más fuerte es aún el signo mesiánico y anti-sacerdotal que Jesús realiza sobre el templo, corazón de la ciudad. La casa de Dios ha venido a convertirse por lucro y ambición de sus jerarcas en objeto de disputa y luchas económicas, con sus vendedores y cambistas, profesio­nales del dinero que comercian con el culto. Pues bien, Jesús se acerca: como ha tomado la ciudad quiere tomar el templo, pero no para cambiar sus estructuras de injusticia, sino para indicar que el mismo tiempo del templo ha terminado porque llega el reino.

No quiere purificar el templo en el sentido técnico del término, pues eso implicaría introducir un tipo distinto de pureza en el lugar de la impureza. Jesús no quiere limpiar, sino que se destruya. Leer más…

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La Pasión según Lucas. Domingo de Ramos. Ciclo C.

Domingo, 14 de abril de 2019
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Titian_-_Christ_and_the_Good_Thief_-_WGA22832Tiziano, Jesús y el buen ladrón

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Resulta imposible comentar en pocas líneas el relato de la Pasión en el evangelio de Lucas. De los diversos episodios exclusivos suyos, considero de especial interés las tres palabras que pone en boca de Jesús en la cruz. Como es sabido, ninguno de los evangelios trae las siete famosas palabras de Cristo en la cruz. Mateo y Marcos, solo una; Juan, tres; Lucas, otras tres. Sumándolas tenemos siete. Las tres de Lucas pueden servir de reflexión y oración.

  1. Morir perdonando

            Jesús y los dos malhechores acaban de llegar al Calvario. Crucificar a tres personas es un trabajo más lento y cruel de lo que puede imaginarse, pero Lucas no entra en detalles. Se limita a indicar lo que decía Jesús en este momento: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

            El tema de los enemigos y del perdón ha aparecido en este evangelio desde el comienzo. Zacarías, el padre de Juan Bautista, alaba a Dios porque ha suscitado a un descendiente de David “para que, libres de temor, arrancados de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos con santidad y justicia toda nuestra vida”. Su esperanza no se cumplirá como él espera. A su hijo lo decapitará Herodes. Y Jesús no habla de verse libres de los enemigos. Lo que manda a sus discípulos es: “amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian”. Ahora, en el momento decisivo, Jesús va más adelante. No solo reza por los enemigos, sino que intenta comprenderlos y justificarlos: “no saben lo que hacen”.

  1. Nunca es tarde para convertirse

            Que Jesús fue crucificado entre dos malhechores lo dicen también Mateo y Marcos (aunque estos los llaman “ladrones”, que equivale a “terroristas”, cosa más lógica porque a los ladrones no los crucificaban, sino que los vendían como esclavos). Pero la mayor diferencia consiste en que en Mateo y Marcos los dos insultan a Jesús. Lucas cuenta algo muy distinto: mientras uno anima irónicamente a Jesús a salvarse y salvarlos, el otro lo defiende, reconoce su inocencia y le pide que se acuerde de él cuando llegue a su reino. Todos sabemos la respuesta de Jesús: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

            Algún escéptico podría decir que Lucas ha inventado esta conversión tan inesperada del buen ladrón. Él respondería: “Si no fue así, pudo serlo”. Porque lo que intenta enseñarnos es que nunca es tarde para convertirse. En una parábola que comentamos hace tres domingos, el labrador pedía un año de plazo para la higuera estéril. Zaqueo tuvo el resto de su vida para demostrar su conversión. El buen ladrón solo dispone de unas horas antes de morir, aprovecha la ocasión de inmediato, y esas pocas palabras le sirven para salvarse. Al mismo tiempo, las palabras de Jesús suponen un consuelo para todos nosotros cuando se acerque la muerte: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”.

  1. Morir en manos de Dios

            Lo último que dijo Jesús antes de morir también varía según los evangelios. Marcos y Mateo ponen en su boca el comienzo del Salmo 22: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué he has desamparado?”. Parece un grito de abandono, sin esperanza. Quien sigue leyendo el salmo advierte que el olvido de Dios y el sufrimiento dan paso a la victoria final. Aunque esto sea cierto, Lucas piensa que sus lectores no van a entenderlo y se pueden quedar con la sensación de que Jesús murió desesperado. Por eso, las últimas palabras que pone en su boca son: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. De este modo, el final de la vida terrena de Jesús empalma con el comienzo de actividad apostólica. En el bautismo escuchó la voz del cielo: “Tú eres mi hijo amado”. Ahora, en el momento del dolor y la muerte, cuando parece que Dios lo ha abandonado, Jesús lo sigue viendo como “Padre”, un padre bueno al que puede entregarse por completo.

El relato de la pasión es una historia de dolor, injusticia, sufrimiento físico y moral para Jesús. Pero Lucas ha querido que sus últimas palabras nos sirvan de enseñanza y consuelo para vivir y morir como él.

 

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14 Abril. Domingo de Ramos. Ciclo C

Domingo, 14 de abril de 2019
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D-Ramos

 

“Todos sus conocidos se mantenían a distancia,

y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.”

(Lc, 22,14-23,56)

El domingo de Ramos nos abre un gran pórtico que nos muestra, este año a través del Evangelio de Lucas, lo que vamos a celebrar a lo largo de esta Semana Santa.

¡Siéntate, corazón mío!

Como “todos los que conocían a Jesús, y también las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, que estaban allí presenciando todo” (Lc 23,49), déjate tocar, déjate asombrar, déjate enamorar.

¡Siéntate, silénciate, contempla…!

Accede, corazón mío, a ese pórtico, ábrete a que sea el Espíritu mismo de Jesús quien te ayude a descubrir la fidelidad del Maestro en su entrega total, su confianza en el Padre. Es el corazón misericordioso que Jesús te ofrece lo que te hará misericordioso. Y esa misericordia entrañable te acercará a las hermanas/os que hoy siguen el camino de Jesús de Nazaret en medio de persecuciones, abusos, torturas, arrestos e incluso la muerte por ser fieles al Maestro. Recordamos los sentimientos de aquel cristiano, en tierras sirias, que en medio de la tortura dijo algo así a sus verdugos: “queréis que renuncie a mi fe cristiana, pero no puedo, porque mi corazón es de Cristo, está marcado por el amor a Cristo Jesús”.

Corazón mío, no hagas de estos días santos como aquella “gente que había acudido al espectáculo” (Lc 23,48) sino déjate sorprender, para que con el amor que Dios Padre te entrega a través del Espíritu puedas tú también decir con la confianza y abandono de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23,46).

Lo que te preparas a celebrar no es la muerte, aunque ésta sea la de Jesucristo, sino el camino hacia la Pascua.

Oración

Tiempo de vida, tiempo de de luz, tiempo de amor.
Señor, Jesús, Maestro bueno,
dame un corazón que sepa
contemplar, acoger, perdonar, amar…
coge mi mano y conduce mis pasos
a escuchar tu invitación: ¡Sígueme!

*

Fuente: Monasterio Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Celebramos una muerte, no cabe mayor atrevimiento

Domingo, 14 de abril de 2019
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jesus-crucificado1Lc 22,14- 23,56

La liturgia de este domingo es desconcertante. Empieza celebrando una entrada “triunfal”, y termina recordando una muerte. Es difícil armonizar estos dos aspectos de la vida de Jesús. Podríamos decir que ni el triunfo fue triunfo, ni la muerte fue muerte. Los evangelistas plantean la subida a Jerusalén como resumen de su actividad. La muerte se considera como la meta de su vida. En la vida de Jesús se vuelve a escenificar el Éxodo, paso de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida. Allí iba a dejar patente el amor incondicional de Dios.

Jesús fracasó estrepitosamente porque la salvación que él ofreció no coincidía con la que esperaban los judíos. Jesús pretendió llevarlos a la plenitud de su verdadero ser. Ellos solo querían salvar sus intereses, su ego. Nosotros seguimos en la misma dinámica. Dios “quiere” para nosotros lo mejor. Ni siquiera quiere lo menos bueno. Y nosotros, estamos tan pegados a nuestra contingencia, que seguimos creyendo que nuestra plenitud está en asegurar nuestra individualidad. No hay que entender la voluntad de Dios como venida de fuera. Lo que Dios quiere de cada uno es también la exigencia más profunda de nuestro verdadero ser.

El fracaso humano de Jesús nos invita a reflexionar sobre el sentido de las limitaciones humanas. Si nuestro primer objetivo es evitar el dolor a toda costa y buscar el máximo placer posible, nunca podremos aceptar la predicación de Jesús. Él confió completamente en Dios, pero Dios no lo libró del dolor ni de la muerte. ¿Cómo podemos interpretar este aparente abandono extremo de Jesús por parte de Dios? Sería la clave de nuestro acercamiento a su pasión y muerte. Sería la clave también para interpretar el dolor humano y tratar de darle el sentido, que escapa a la mayoría de los mortales y está más allá de toda sensiblería.

Es un disparate pensar que Dios exigió, planeó, quiso o permitió la muerte de Jesús. Peor aún si la consideramos condición para perdonar nuestros pecados. La muerte de Jesús no fue voluntad de Dios, sino fruto de la imbecilidad humana. Fue el pecado del mundo, el poder y el afán de someter a los demás, lo que hizo inaceptable el mensaje de Jesús. Lo que Dios esperaba de Jesús fue su fidelidad, es decir, que una vez que tuvo experiencia de lo que Dios era, no dejara de manifestarlo a cualquier precio. La muerte de Jesús no fue un accidente; fue la consecuencia de su vida. Una vez que vivió como vivió, era lógico que lo eliminaran.

Dios no está solamente en la resurrección, está siempre en el hombre mortal, también en el dolor y en la muerte. Si no sabemos encontrarlo ahí, seguiremos pensando como los hombres, no como Dios. Es una lección que no acabamos de aprender. Seguimos asociando el amor de Dios con todo lo placentero, lo agradable, lo que me satisface. El dolor, el sacrificio, el esfuerzo lo seguimos asociando a castigo de Dios, es decir a ausencia de Dios. Las celebraciones de Semana Santa nos tienen que llevar a la conclusión contraria. Dios está siempre en nosotros, pero necesitamos descubrirlo también en el dolor y la limitación.

Los textos de la Pasión no son una crónica de sucesos, sino teología narrativa que no tienen como objetivo informarnos sino el trasmitir la vivencia sobre la muerte de Jesús de los primeros cristianos. Aunque hay grandes diferencias entre los cuatro evangelios, el relato de la pasión es la parte en que más coinciden los cuatro. Esto se debe a que fue el primer relato que se redactó por escrito, seguramente, como catequesis. Por eso quedó fijado muy pronto en sus rasgos generales, que reflejan después los evangelistas con su propia peculiaridad. Dentro del marco recibido por la tradición, cada uno le da su propio matiz.

La pasión de Lc tiene una clara tendencia catequética. Aunque utiliza la narración de Mc u otra más antigua que ya utilizó el mismo Mc, le da un toque de humanización muy significativo. Suaviza mucho la relación de los que están alrededor de Jesús con su persona. No todo es negativo. Incluso los paganos quedan de alguna manera justificados. Hay en el relato muchos personajes que están con Jesús y pretenden ayudarle. El mismo Jesús se relaciona con algunos con total comprensión y como ayudándoles a entender lo que está pasando. Lc elimina los elementos negativos y presenta una pasión más humana.

Para nosotros hoy, lo verdaderamente importante no es la muerte física de Jesús ni los sufrimientos que padeció. A través de lo que conocemos de la historia humana, miles de personas, antes y después de Jesús, han padecido sufrimientos mucho mayores y más prolongados de los que sufrió él. Lo importante de Jesús en ese trance fue su actitud inquebrantable de vivir hasta sus últimas consecuencias lo que predicó. Para nosotros, lo importante es descubrir por qué le mataron, por qué murió y cuales fueron las consecuencias de su muerte para él, para los discípulos y para nosotros.

¿Por qué le mataron? La muerte de Jesús es la consecuencia directa de un rechazo por parte de los jefes religiosos a su enseñanza y a su persona. No debemos pensar en un rechazo gratuito y malévolo. Los sacerdotes, los escribas, los fariseos, no eran depravados que se opusieron a Jesús porque era buena persona. Eran gente religiosa que pretendían ser fieles a la voluntad de Dios, que para ellos estaba definida, de manera absoluta y exclusiva, en la Ley de Moisés. Para ellos, defender la Ley y el templo era defender al mismo Dios.

Era Jesús el profeta, como creían los que le seguían, o era el antiprofeta que seducía al pueblo y le apartaba de la religión judía. La respuesta no era sencilla. Por una parte percibían que Jesús iba contra la Ley y contra el templo, signos inequívocos del antiprofe­ta. Pero por otra parte, la cercanía a los que sufren y los signos que hacía eran una muestra de que Dios estaba con él. El desconcierto de los discípulos, ante la muerte de Jesús, tiene mucho que ver con esa confrontación de sus representantes religiosos. ¿A quién debían hacer caso, a los representantes legítimos de Dios, o a Jesús, a quien los sacerdotes consideraban blasfemo?

¿Por qué murió? No podemos saber la actitud de Jesús ante su muerte. Ni era un inconsciente ni era un loco. Se dio cuenta de que los jefes religiosos querían eliminarlo. Jesús debió tener razones muy poderosas para seguir diciendo lo que tenía que decir a pesar de que eso le acarrearía la muerte. Sabía que el pueblo no le entendía y dejaría de seguirle. Pero también sabía que los jefes religiosos no se iban a conformar con ignorarlo. Sabiendo eso, Jesús tomo la decisión de ir a Jerusalén. Que le importara más ser fiel, a sí mismo y a Dios, que salvar la vida es lo decisivo. Eso era lo que Dios esperaba de él y eso es lo que hizo.

¿Qué consecuencias tuvo su muerte? Para sus seguidores fue el revulsivo que les llevó al descubrimiento del verdadero Jesús. Durante su vida lo siguieron como amigo, maestro, profeta, pero descubrieron el significado profundo de Jesús. A ese descubrimiento no podían llegar a través de lo que oían y lo que veían; se necesitaba un proceso de maduración interior. La muerte de Jesús les obligó a esa profundización y a descubrir, en aquél Jesús de Nazaret, al Señor, Mesías, Hijo. En esto consistió la experiencia pascual. Si queremos entender la muerte de Jesús, tenemos que seguir ese mismo camino de la vivencia interior.

Meditación

La verdadera Vida está ya en mí.
Lo único que tengo que hacer es descubrirla.
Toda “muerte” (entrega, servicio) es signo de Vida.
Todo egoísmo (opresión, dominio) es signo de “muerte”.
La Vida-Amor es el fundamento de mi ser.
No la encontraré en lo superficial y accidental.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Repartirlo entre vosotros

Domingo, 14 de abril de 2019
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repartPablo Moñino Lostalé

“Cuando vayas subiendo saluda a todos. Seguro que son los mismos que vas a encontrar cuando vayas bajando” (Papa Francisco)

14 de abril. Domingo de Ramos:

Isaías 43, 16-21 Ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo (v 20)

Lc 22, 14-23

Y tomando la copa, dio gracias y dijo: Tomad esto y repartirlo entre vosotros 

En evangelio de Juan, Jesús se ha convertido en el “pan de vida” (6, 35) y el “pan vivo que bajó del cielo” (6, 51)

Tengo un pariente cercano que un día sintió la Llamada de África; dejó su sobresaliente título colgado de un muro aquí en Madrid, hizo las maletas y se marchó a Turkana en 2015.

Lo que dice el Salmo 21, 6 parece escrito para Pablo:

“Grandezas es su prestigio por tu victoria,
le has conferido honor y majestad.
Le has otorgado bendiciones incesantes,
le colmas de gozo en tu presencia”.

Los ha dejado a todos herederos -convecinos, ganado, huertos, chozas- herederos de toda su personal fortuna. Lo ha repartido entre ellos, fiel al mandato de Jesús en Lucas 22, 17: “Tomad esto y repartirlo entre vosotros”.

Y no sólo a su cabeza, a sus manos, a su corazón y a sus pies, sino también a todos sus convecinos y familiares: chozas convertidas en casas, pozos para sacar agua para los cuerpos y los campos: ¡Fecunda cosecha en los yermos desiertos del que sana desahuciadas hambrunas de los pastores del pueblo nilótico keniata!

En el prefacio de su libro Lo pequeño es hermoso, Michael Shumacher (1969), expiloto alemán de automovilismo de carreras, dice en el Prefacio de su libro:

“¿Vamos a seguir aferrándonos a un estilo de vida que crecientemente vacía el mundo y desbasta a la naturaleza por medio de su excesivo énfasis en las satisfacciones materiales, o vamos a emplear los poderes creativos de la ciencia y la tecnología, bajo el control de la sabiduría en la elaboración de formas de vida que se encuadren dentro de las leyes inalterables del universo y que sean capaces de alentar las, más altas aspiraciones de la naturaleza humana”.

Y eso es lo que el protagonista de nuestro artículo de esta semana hizo, como también lo hizo hace dos mil años otra ilustre figura: Jesús de Nazaret el galileo.

Papa Francisco dijo “Cuando vayas subiendo saluda a todos. Seguro que son los mismos que vas a encontrar cuando vayas bajando”.

En mi libro Variaciones Goldberg, he dedicado a Pablo, brillante Ingeniero de Caminos que un día dejó su patria y se marchó a África para ayudar a los keniatas, este Poema, que en mi parecer expresa cuanto él ha hecho y sigue haciendo.

Pablo Moñino Lostalé

La oscuridad de tu piel, África,
se tornó blanca
el día que un ingeniero sabio
amaneció en Turkana.

Amaneció con un brillante expediente bajo el brazo
y una ilusión de oro sobre alma,
que tu llevaste en tu exigua maleta
desde tu patria, España.

Tus blancas manos llenas de proyectos,
diseñaron caminos y trazaron albas
que dieron luz a tus ensueños,
y encendieron en tu gente esperanza.

Amasaron el barro de tus campos,
yermos antes de tu llegada,
y con graneros llenos, tu sonrisa, Pablo,
iluminó la oscuridad de tu piel africana.

De tu piel africana y la de tu mujer Fridah,
que se fundió contigo en amorosa mirada.

……………………………..

Entregaste sin límite tu vida a los más pobres,
¡Misionero Seglar de Cuerpo y Alma!

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Con el corazón entero

Domingo, 14 de abril de 2019
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end. Las lecturas de este domingo de Ramos nos sitúan de nuevo ante, quizá, la experiencia más honda y difícil de la vida de Jesús. La decisión de subir a Jerusalén, la entrada en la ciudad, la cena como sus amigos y amigas, la rápida condena y la cruz, son acontecimientos que parecen precipitarse en un agujero negro de dolor y tristeza difícil de asimilar.  Sin embargo, los relatos de la pasión no están pensados para que nos quedemos centradas y centrados en el dolor y la tristeza, la impotencia y la debilidad que se entretejen a lo largo de los episodios, sino que están transitados por la esperanza, el perdón y el amor.

El texto de Isaías 50, 4-7, leído desde la vida de Jesús, nos invita a poner la no violencia en la base de nuestro proyecto humano. El siervo de Yahvé no es un cobarde pusilánime, sino alguien consciente de que la única opción es mirar de frente el mal, afrontarlo con valentía, pero sin devolver la jugada. Y esto es así porque el Dios que sostiene su vida es un Dios de entrañas maternas que siempre espera. El siervo de Yahvé consuela al abatido/a porque sabe lo que es perder, lo que es resistir ante el mal. Desde él, miramos a Jesús, comprendemos su decisión de ir a Jerusalén; desde él descubrimos la sabiduría de quien resiste al mal a fuerza de Bien (Rm 12, 21).

En la carta a los filipenses (2, 6-11), Pablo recuerda un himno, que seguramente formaba ya parte de la formulación de fe de muchos grupos cristianos, pero que a él le sirve para invitar a la comunidad a revisar su forma de actuar. En una ciudad como Filipos, en la que adquirir honores y subir en el escalafón era casi un proyecto de vida, seguir a Jesús suponía abandonar expectativas sociales y modos de conducta ampliamente reconocidos para asumir una propuesta diferente: hacer el camino de descenso hacia lo pequeño y humilde, renunciando a privilegios y lugares destacados. Y esto, no como un mero camino ascético y voluntarista, sino porque la fe que habían abrazado se sostenía en un Dios vaciado de títulos y cuyo único poder era el amor. Un Dios que, en Jesús, abrazaba el abismo de la impotencia y la muerte para poder ofrecer su salvación a todo ser humano sin distinción. Abajarse para entrar en el espacio del encuentro. Abajarse para poder mirar de frente la humanidad sin adornos.

El largo relato de Lucas 22, 14-23,-56 nos ayuda a recorrer los últimos momentos de la vida de Jesús, contemplando su proceso de entrega y encuentro renovado con Abba, que en todo momento sostuvo su vida. Jesús actúa en este momento dramático sin victimismos, sabiendo que el horizonte está más allá de su propia persona.

Sentado junto a los hombres y mujeres que le habían acompañado desde Galilea, comparte con ellos y ellas lo que conmueve su alma. Sabe que su enfrentamiento con las autoridades políticas y religiosas ha llevado su vida a un punto sin retorno. Los gestos del pan y el vino compartidos adquieren una densidad inaudita porque en ellos se expresa su entrega y su renuncia, su fidelidad y la gratuidad que brota de su existencia (Lc, 22, 14-23).

Sus compañeros de camino entienden con dificultad lo que está pasando. Siguen soñando con resultados poderosos, con puestos de gobierno. Frente a un Jesús profundamente conmovido y dispuesto a afrontar las consecuencias de su predicación y de sus praxis, sus discípulos sueñan con recibir premios y estatus. Pero el maestro les recuerda que solo es posible seguirle desde abajo y de frente. El Reino de Dios no se conquista, el Reino de Dios se encuentra cuando se sirve la mesa, una mesa sin presidencias ni lugares de honor. Una mesa donde el pan y el vino es de todas y todos, porque todas y todos somos sostenidas/os por el amor y el perdón gratuito de Dios. (Lc 22,24-38).

El camino desde el huerto de los olivos a la cruz es un camino lento. De cerca las mujeres que subieron desde Galilea con él a Jerusalén le acompañan. Ellas resisten a pesar del dolor y el miedo, ellas sienten la derrota, pero saben que nada les apartará del amigo y del maestro que las liberó, las eligió y les invitó a ser sus discípulas y compañeras en el proyecto del Reino. (Lc 23, 49)

Ellas lo observaban todo de cerca, comenta Lucas, no podía hacer más, pero a pesar de la impotencia y el desconsuelo, permanecieron, y su permanencia les hará capaces de ser las primeras testigos de la Resurrección, reactivando su esperanza, sus recuerdos y su fe. (Lc 23, 55-56).

Carmen Soto Varela

Fuente Fe Adulta

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Morir confiadamente

Domingo, 14 de abril de 2019
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Crucifixión 2Domingo de Ramos

14 abril 2019

Lc 23, 1-49

Parece seguro que, en un primer momento, existía un relato del proceso a Jesús y de su crucifixión, que habría servido de base para todos los evangelistas. Más aún, según los especialistas, tal relato habría sido el primero en escribirse. A partir de él, el autor (o autores) de cada evangelio fueron construyendo su propia narración, de acuerdo con sus intereses y las necesidades de la comunidad a la que se dirigían.

El relato de Lucas llama la atención, entre otras cosas, por las palabras que pone en boca del crucificado. Parece claro que tales palabras no pudieron salir de los labios de Jesús: su situación agónica no lo hubiera permitido, ni la distancia exigida por los soldados a quienes acompañaban a los torturados las habrían hecho audibles.

Es lógico pensar que, con tales expresiones, Lucas –como los autores de los otros evangelios– busca transmitir lo que intuye que vive Jesús, a la vez que subraya aquellos valores que le resultan más característicos del Maestro.

En concreto, las expresiones que pone Lucas en boca del crucificado son tres: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”“Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso”“Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”.

Perdón que nace de la comprensión, certeza de que la Vida no muere y confianza radical en la Fuente de la vida: he ahí las claves que definen el modo de morir de Jesús y que se hallan en clara continuidad con lo que había sido toda su existencia.

El perdón auténtico nace siempre de la comprensión. Cuando no es así, suele adoptar tintes de paternalismo, de superioridad moral o de obligación voluntarista. Solo cuando se comprende que el daño nace de la ignorancia –y que cada persona hace en todo momento lo que puede y sabe– se alcanza a comprender que el perdón genuino consiste en ver que no hay nada que perdonar.

La certeza de que la Vida no muere viene igualmente de la mano de la comprensión: quien comprende, como Jesús, que nuestra verdadera identidad es la vida, se sabe siempre a salvo. El crucificado es el mismo que, según uno de los autores del cuarto evangelio, dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). La muerte en la cruz es trágica, pero no alcanza a matar aquello que realmente somos.

La confianza radical en la Fuente de la vida (el “Padre”) había coloreado toda la enseñanza de Jesús. Su mensaje fue un canto a la confianza, que brotaba de su propio modo de vivir, totalmente entregado, confiado y dócil, hasta poder decir: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,34).

Perdón, certeza de que somos Vida, confianza: ¿cómo vivo estas actitudes?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

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Jesús es más sencillo que una campaña electoral. Entrada en Jerusalén

Domingo, 14 de abril de 2019
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F0EB4B8C-CAEB-4BB9-B0F0-405FF670006BDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

1. Domingo de Ramos y campaña electoral.

Ayer comenzaba la campaña electoral. Los líderes políticos entran cada cual con su ideología e intereses en las ciudades.

Jesús entró en Jerusalén de modo mucho más humilde y por razones muy diversas a las de una campaña electoral. Jesús entra en Jerusalén porque ha llegado su hora de entregar su vida y redimir nuestra existencia.

El Domingo de Ramos es el ocaso de los mesías y mesianismos triunfalistas de los poderosos de este mundo, que tienen dinero y poder, pero nada más queso: dinero y poder. La bondad, la justicia liberadora, el perdón entran en la vida humildemente…

En el torbellino de “slogans” políticos, noticias y acontecimientos de la vida en los que estamos inmersos: corrupción, desahucios, crisis, situación socio-política, tensiones eclesiásticas, además de las cuestiones personales, la Semana Santa puede ser un tiempo de calma, de cierto silencio interior, de contemplación de Cristo crucificado y resucitado.

2. Tres actitudes de Jesús.

Hemos escuchado la pasión del Señor según San Lucas. Y en esta tradición hay dos gestos, tres actitudes de Jesús que nos hacen bien, que sanan nuestra alma:

1.1. Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

1.2. Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso, (Lc 23,43).

Lo último que hace Jesús entre nosotros es lo que ha hecho toda su vida: perdonar. Son gestos de una bondad infinita.

* ü Nos pille como nos pille la vida y la muerte tengamos confianza (te lo aseguro) en Jesucristo. Dios y Jesucristo no se cansan nunca de perdonar. La confianza en Dios Padre es el acto de fe más fundamental que podemos hacer y en el que podemos vivir.

* ü hoy: no mañana, hoy, -ahora- estamos ya salvados. Es el hoy de San Lucas: hoy nos ha nacido un salvador, hoy se cumple la salvación que acabáis de escuchar, hoy ha entrado la salvación a esta casa. Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Hoy estamos ya salvados: esa incógnita queda despejada por el Señor en la cruz.

Gocemos, disfrutemos hoy ya de una historia que solamente termina bien. “Dios no se cansa de perdonar”.

* ü El Paraíso es el símbolo de que esta historia nuestra (cuya realidad fáctica no podemos, no sabemos describir) termina bien en Dios.

1.3. Padre en tus manos confío mi espíritu (mi vida).

Jesús se sintió abandonado por Dios, por eso rezó en la cruz el salmo 21: Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado.

Durante toda su vida Jesús ha confiado en el Padre, pero es en la cruz donde proclama su confianza, su fe, en Dios Padre: Mi vida la pongo en tus manos, a tus manos encomiendo mi espíritu

También nosotros hemos podido tener, quizás estamos viviendo y tenemos recorridos de sufrimientos, dudas, angustias, sufrimientos de todo tipo, enfermedades. No temamos. Nuestra vida está en manos de Dios Padre. En tus manos pongo mi vida.

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¿Quién es este que viene?

Domingo, 25 de marzo de 2018
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Domingo de Ramos

*

¿Quién es este que viene,
recién atardecido,
cubierto por su sangre
como varón que pisa los racimos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

¿Quién es este que vuelve,
glorioso y malherido,
y, a precio de su muerte,
compra la paz y libra a los cautivos?

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Se durmió con los muertos,
y reina entre los vivos;
no le venció la fosa,
porque el Señor sostuvo a su elegido.

Éste es Cristo, el Señor,
convocado a la muerte,
glorificado en la resurrección.

Anunciad a los pueblos
qué habéis visto y oído;
aclamad al que viene
como la paz, bajo un clamor de olivos. Amén.

***

El pueblo que fue cautivo
y que tu mano libera
no encuentra mayor palmera
ni abunda en mejor olivo.
Viene con aire festivo
para enramar tu victoria,
y no te ha visto en su historia,
Dios de Israel, más cercano:
Ni tu poder más a mano
ni más humilde tu gloria.

¡Gloria, alabanza y honor!
Gritad: “¡Hosanna!”, y haceos,
como los niños hebreos
al paso del Redentor.
¡Gloria y honor
al que viene en el nombre del Señor! Amén.

*

(Himnos de las Primeras Vísperas y de los Laudes de la Liturgia de las Horas del Domingo de Ramos, )

***

No se puede abordar la vida de Jesús a sangre fría, porque ahí se juega el destino del hombre: Jesús se presenta como el Maestro de la vida.

          Sus lágrimas nos conmueven aún más al aproximarse el domingo de Ramos, donde asistimos a una especie de triunfo del Señor que no le lleva a engaño. Pocos días antes de su crucifixión, lleva sobre sí a toda la humanidad, a toda la historia, a todo el universo, a la luz de esta revelación formidable que hará de la muerte de Dios una afirmación de su omnipotencia.

          ¿Cómo puede llorar Dios? ¿Qué significa esto? ¿No se repite hasta el infinito que Dios es omnipotente? Pues bien, no: lo que Dios ha revelado al mundo es precisamente el fracaso de un Dios que se revela como amor, que no es otra cosa que amor. ¿Y qué puede hacer el amor? Sólo amar. Y cuando el amor no encuentra amor, cuando siempre choca con un rechazo obstinado, se queda impotente, y sólo puede ofrecer las propias heridas. Si Dios no se hubiese comprometido con nuestro destino y nuestra historia hasta morir en la cruz, sería un Dios incomprensible y escandaloso. Por suerte, Jesús nos ha librado de tal escándalo y ha abierto los ojos de nuestro corazón: él imprime en lo más hondo de nuestra alma ese rostro de un Dios silencioso, de un Dios incapaz de obligarnos y que se entrega en nuestras manos, de un Dios que nos concede un crédito insensato; de un Dios, finalmente, que no puede entrar en nuestra historia sin el consentimiento de nuestro amor. Quien no se aleja de sí mismo para tomar contacto con Jesús no puede pretender haberlo encontrado.

*

Maurice Zundel,
Scintille, Cinisello B. 1990, 98s.

***

***

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“Identificado con las víctimas”. Domingo de Ramos – B (Marcos 14,1–15,47)

Domingo, 25 de marzo de 2018
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domingo_ramos_b-600x400Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el Imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.

No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del Imperio y con los olvidados por la religión del Templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en él se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.

En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda darle culto olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.

Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.

Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Hemos de rebelarnos contra esa cultura del olvido que nos permite aislarnos de los crucificados, desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una «lejanía» donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.

No podemos encerrarnos en nuestra «sociedad del bienestar», ignorando a esa otra «sociedad del malestar» en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido sufrimiento. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.

Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si la miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo.

José Antonio Pagola

Audición del comentario

Marina Ibarlucea

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“Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte”. Domingo 29 de marzo de 2015. Domingo de Ramos

Domingo, 25 de marzo de 2018
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24-ramosB cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 50,4-7: No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo responsorial: 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Filipenses 2,6-11: Se rebajo, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Marcos 14,1-15,47: Pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte.

Un año más, pedimos disculpas a quienes buscarán un comentario bíblico-teológico «normal» para un domingo de Ramos; esperamos que podrán encontrarlo fácilmente en la red. Nosotros esta vez queremos volver a tratar de hacer un comentario pensando en aquellas personas que –como también nosotros ante el comentario que teníamos ya redactado– se sienten mal ante ese conjunto de conceptos bíblicos que se repiten y enlazan indefinidamente sin salir de un bucle teológico-litúrgico dentro el cual muchos de nosotros –que pensamos como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida– sentimos que casi nos asfixiamos.

En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo propio de referencias teológicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica diferente a la real, y que parecen estar de antemano inmunizados contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al que están destinados, en las homilías, todo debe ser escuchado y recibido sin discusión, sin espíritu crítico, «con mucha fe». Los que tenemos una fe más o menos crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay «otra forma de celebrar y acoger la semana santa»?

Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas personas creyentes de hoy?

Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial significación de tales días, o por acompañar a la familia –y con el recuerdo de una infancia y juventud tal vez religiosa–, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias bíblicas… que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en Semana Santa, y lo que celebramos –así perciben en el templo– es el gran misterio de todos los tiempos, lo más importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»… El «hombre» fue creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la Redención, para redimir al ser humano que cayó en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel «pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.

Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar por nosotros a Dios una reparación adecuada» por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía cautiva.

Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo imaginario que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia.

¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido de esa teología en la que tantos ya no creemos?

¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir –para alivio de muchos– que efectivamente, se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (si lo fuera, tampoco ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano, construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el secreto sentido de la muerte de Jesús. Estaba condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos tanto, que perduró hasta el siglo XXI. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.

El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la hipótesis de la Redención, o, para decirlo de otra manera, de una interpretación de la significación de Jesús más allá de la Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto, numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van más allá de él. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar –no digamos para la Iglesia con espiritualidad de la liberación– deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada por Anselmo de Canterbury… Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen, suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del «Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.

¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias? Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa, luchador por su misma Utopía… pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI… estando como estamos en el siglo XXI…

Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad israelita… Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo, y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la interpretación jurídica de la redención…

¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que «Otra semana santa es posible»… ¡y urgente! Y también legítima, por lo menos.

No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente, responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía… ¿por qué no preguntar, por qué no buscarla?

Aunque los señalaremos concretamente en los próximos días, recordamos que los temas de la Pasión de Jesús están recogidos ampliamente en la serie «Un tal Jesús», principalmente en los episodios 106 a 126. Los audios y los guiones de estos episodios pueden recogerse libremente de http://radialistas.net/category/un-tal-jesus/ Por su carácter dramatizado, y por la mentalidad crítica con la que ya pudo ser escrita hace treinta años, la serie «Un tal Jesús» presenta, de un modo muy pedagógico, la visión de la vida de Jesús desde la perspectiva de la teología de la liberación. Leer más…

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25.3.18. Domingo de Ramos, Jesús “purifica” el templo

Domingo, 25 de marzo de 2018
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29066243_947630852080774_2968241735171983849_nDel blog de Xabier Pikaza:

Varias veces he comentado en este portal la escena litúrgica del “Domingo de Ramos”, con la entrada triunfal de Jerusalén. Teniendo como fondo ese motivo, que los lectores de mi blog podrán buscar y encontrar con facilidad, he querido insistir hoy en la segunda parte de ese domingo, es decir, en el gesto de purificación del templo.

Jerusalén era una ciudad israelita, y en ella se encarnaban las promesas mesiánicas. Pero, al mismo tiempo, pertenecía al imperio de Roma, que vigilaba cuidadosamente las cosas del templo y de la tierra. En ese contexto han de entenderse las implicaciones político/económicas de fondo de Domingo, con la Entrada en la ciudad, el tributo al Cesar, y posible reinado mesiánico…

Pero, junto a eso, hoy quiero exponer de un modo especial el tema inmediatamente posterior y más fuerte, que es la Purificación del templo de Jerusalén. Ciertamente, este día de comienzo de Semana Santa tiene un nombre bueno, es el domingo de la Entrada Triunfal, Domingo de Ramos . Pero muchos pensamos que podría llamarse también Domingo de la Expulsión de los Vendedores del templo.

jesus-mercaderes_270x250También hoy, año 2018, como el año 30 d.C., es tiempo es tiempos ramos y cantos; pero es también Domingo de la Purificación del templo, es decir, de la expulsión de aquellos que lo habían (¿lo han?) convertido en Cueva de Ladrones (como dice el Evangelio de Marcos)… o en emporio de negocios (como dice el Evangelio de Juan).

Buen Domingo de Ramos a todos, buen comienzo de la Santa. Empecemos purificando el templo de nuestra vida persona, con el templo de la Iglesia.
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1. Entrada triunfal

Siendo líder religioso, Jesús vino como mesías político (cf. Mc 11, 1-11 y par), en busca del Reino de Dios, que debía establecerse precisamente en la ciudad de David. Los evangelios añaden que entró de un modo provocativo, a la vista de todos, como pretendiente mesiánico, conforme al “ritual de peregrino”, con una estrategia mesiánica, pues estaba convencido de la llegada del Reino de Dios, con el triunfo de los pobres .

1. Subió como aspirante mesiánico, no para ser sacrificado como víctima en el altar de la justicia de Dios, sino para anunciar e iniciar la llegada de su Reino, en la Ciudad Sagrada, partiendo de los pobres (hambrientos, impuros, expulsados del sistema israelita y romano), a quienes había ofrecido su mensaje en Galilea. Como buen judío, subió por la fiesta de Pascua, con otros galileos, para anunciar y preparar el Reino, la manifestación de Dios, a pesar del riesgo que implicaba su gesto.

Vino de un modo público, como pionero y representante de muchos que esperaban el Reino y lo hizo de un modo abierto por el Monte de los Olivos (cf. Mc 11, 1 ss), lugar por donde decían que el mismo Dios llegaría al fin de los tiempos (Zac 14, 4). De esa forma, su venida en Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus pretensiones, en Jerusalén, capital y principio de su Reino. Ciertamente, conocía los enfrentamientos entre sacerdotes y era consciente de los problemas que su gesto podía plantear al procurador romano (Poncio Pilato), que también había venido a la ciudad con un contingente de soldados, para mantener el orden por Pascua. A pesar de (o precisamente por) ello subió a Jerusalén, porque era momento propicio (la hora), para proclamar el Reino.

2. No vino a pactar con los sacerdotes, pues ello hubiera implicado asumir la validez de la economía del templo. Los que habían pactado con Roma eran jerarcas “oficiales”, en un plano económico y sa-cral, en un contexto de equilibrio de poder, compartido por unos y otros. Pues bien, Jesús no pudo ni quiso formar parte de ese pacto, sino que proclamó ante todos el Reino de Dios, como alianza univer-sal, desde los pobres, pacto superior de presencia de Dios, en la vida de los hombres.

Tampoco vino a negociar con Roma. Desde un tipo de perspectiva eclesiástica moderna, él po-dría, y quizá debería, haberlo hecho, enviando delegados a Pilato, para decirle que llegaba desarmado, y que no quería (ni podía) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes externos, sino expresar y encarnar la identidad y misión del judaísmo, sin dañar directamente los intereses de Roma. Pero él no pudo ini-ciar ningún tipo de negociación en esa línea, pues ello hubiera implicado un “reparto” de poderes eco-nómico/sacrales, y lo que él quería era un Reino universal de Dios, sin imposición ni economía separa-da de la vida. Además, un gobernador romano sólo pacta con altos sacerdotes o jerarcas en línea de poder, no con hombres que rechazan el poder, como este profeta nazareno.

3. Llegó anunciando (proclamando) la llegada del Reino de Dios a pesar de que, humanamente hablando, parecía imposible que viniera de esa forma, respondiendo a la llamada del Dios de los profetas (su Abba), que le había confiado la tarea de instaurar con su palabra y vida el Reino universal de los pobres, que él había proclamado en Galilea y que debía extenderse, desde Jerusalén a todo el mundo. No podía apelar a la violencia, pues el Reino de Dios no se impone con armas ni dinero, sino gratuita-mente, transformando a las personas, que son el verdadero capital de Dios. Por eso vino desarmado, pero realizando un signo de política social, como pretendiente mesiánico, en la línea de David, y así se presentó en Jerusalén de forma pública, aprovechando (desplegando) los signos mesiánicos (regios) propios de los peregrinos de pascua (cf. Mc 11, 1-10).

Tras subir a la ciudad como rey, entró en el templo, para declarar, con un gesto nítido y preciso, que su función económico/religiosa templo había terminado, de manera que empezaba una etapa nue-va, un tiempo en que hombres y mujeres deberían relacionarse directamente con Dios y perdonarse unos a otros, a partir de los más pobres, sin necesidad de un templo como éste (cf. Mc 11, 11-30). Pro-vocadoramente vino sobre un asno prestado, sin más capital que su vida, acompañado por unos seguidores .

2. El templo, cueva de ladrones, casa de negocio

Tras haber entrado en Jerusalén como pretendiente mesiánico, para iniciar de esa forma su reinado, en nombre de Dios, frente al orden político/social de Roma y al sacerdotal de Jerusalén, con-forme al testimonio de los sinópticos (cf. Mc 11, 15-17 par), Jesús vino al templo para “limpiarlo”, es decir, para expulsar a los banqueros (cambistas) y a los comerciantes y vendedores de animales, pues quería que la casa de Dios, fuera espacio de oración y plenitud humana, no centro de tráfico económico, ni de sacrificios de animales.

Su entrada en el templo tiene un claro recuerdo histórico, aunque, tal como aparece ahora, ha sido cuidadosamente redactada por Marcos, con Mt y Lc, que la colocan al final de la vida pública de Jesús (como como detonante de su condena a muerte), y por Juan, que la sitúa al comienzo, como principio y sentido de su misión posterior. En ambos casos, el aspecto teológico-sacral del gesto tiene un fondo y sentido económico, como ratifican las dos palabras clave de Mc 11, 17 (que dice que el templo es una cueva de ladrones: spelaion lêstôn) y de Jn 2, 16 (que acusa a los sacerdotes de haberla convertido en casa de negocios: oikon emporiou).
A lo largo de siglos (desde su nueva consagración el 515 a.C.) el templo había sido signo de identidad del judaísmo y centro de una incesante disputa con persas y samaritanos, partidarios de su apertura universal y macabeos, esenios (qumramitas) y saduceos, casi siempre por motivos que ellos interpretan de un modo religiosos. Pues bien, Jesús de Nazaret lo critica y condena por razones básicamente económicas. Así presentan el gesto de Jesús en el templo las dos tradiciones fundamentales, la de Mc y la de Jn:

Y llegaron a Jerusalén y entrando en el templo
comenzó a expulsar a los que vendían y compraban en el templo.
Volcó las mesas de los cambistas
y los puestos de los que vendían las palomas,
y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas.
Luego se puso a enseñar diciéndoles:
¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en cueva de ladrones.
Los sumos sacerdotes y escribas se enteraron y buscaban el modo de perderlo, pues tenían miedo, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza (Mc 11, 15-18)

Y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:Quitad esto de aquí; no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo de tu casa me devora.
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?” Jesús contestó: “Des-truid este templo, y en tres días lo levantaré.” Los judíos replicaron: “Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?” Pero él ha-blaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús (Jn 2, 14-22).

Jesús realiza un gesto simbólico de condena y destrucción del templo desde una perspectiva económica, centrada en el rechazo de los cambistas y vendedores de animales (al servicio de los sa-cerdotes), cuyas funciones eran necesarias para el culto conforme a la ley establecida. Derribar las mesas del dinero significaba rechazar el comercio sagrado, que se centraba en el cambio de monedas de impuesto sagrado, que cada uno traía de su propio pueblo o nación, por el shekel/siclo de Tiro, el único aceptable (por su estabilidad monetaria), y luego por la moneda simbólica del templo. Al mismo tiempo, ese gesto anunciaba, anticipaba y provocaba el derribo o destrucción del mismo templo, vin-culado a sacrificios y dinero . Leer más…

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Domingo de Ramos. Ciclo B

Domingo, 25 de marzo de 2018
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A8 DOMINGO DE RAMOS jpgDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Este domingo se lee el relato de la Pasión de Jesús en el evangelio de Marcos. Dada su extensión me limito a sugerir dos puntos de atención (Jesús y sus discípulos) y a ofrecer cuatro posibles lecturas de la pasión.

Dos puntos de atención

¿Quién es Jesús?

El relato del capítulo 15 supone un gran contraste con el de los dos anteriores, 13-14. En estos, Jesús se enfrenta a toda clase de adversarios en diversas disputas y los vence con facilidad. Ahora, los adversarios, derrotados a nivel intelectual, deciden vencerlo a nivel físico, matándolo (14,1). Lo que más se destaca en Jesús es su conocimiento y conciencia plena de lo que va a ocurrir: sabe que está cercana su sepultura (14,8), que será traicionado por uno de los suyos (14,18), que morirá sin remedio (14,21), que los discípulos se dispersarán (14,27), que está cerca quien lo entrega (14,42). Las palabras que pronuncia en esta sección están marcadas por esta conciencia del final y tienen una carga de tristeza. Como cualquiera que se acerca a la muerte, Jesús sabe que hay cosas que se pierden definitivamente: la cercanía de los amigos (“a mí no siempre me tendréis con vosotros”: 14,7), la copa de vino compartida (14,25). No falta un tono de esperanza: del vino volverá a gozar en el Reino de Dios (14,25), con los discípulos se reencontrará en Galilea (14,28). Pero predomina en sus palabras un tono de tristeza, incluso de amargura (14,37.48-49), con el que Marcos subraya ―una vez más― la humanidad profunda de Jesús.

Cuatro veces se debate en estos capítulos la identidad de Jesús: el sumo sacerdote le pregunta si es el Mesías (14,61), Pilato le pregunta si es el Rey de los judíos (15,2), los sumos sacerdotes y escribas ponen como condición para creer que es el Mesías que baje de la cruz (15,31-32), el centurión confiesa que es hijo de Dios (15,39). A la pregunta del sumo sacerdote responde Jesús en sentido afirmativo, pero centrando su respuesta no en el Mesías, sino en el Hijo del Hombre triunfante (14,62). A la pregunta de Pilato responde con una evasiva: “tú lo dices” (15,2). A la condición de los sumos sacerdotes y escribas no responde. Cuando el centurión lo confiesa hijo de Dios, Jesús ya ha muerto.

Los discípulos

Los datos son conocidos. Se entristecen al enterarse de que uno de ellos lo traicionará; pero, llegado el momento, todos huyen. Una vez más, Pedro desempeña un papel preponderante. Se considera superior a los otros, más fiel y firme (14,29), pero comenzará por quedarse dormido en el huerto (14,37) y terminará negando a Jesús (14,66-72). En este contexto de abandono total por parte de los discípulos adquiere gran fuerza la escena final del Calvario, cuando se habla de las mujeres que no sólo están al pie de la cruz, sino que acompañaron a Jesús durante su vida (15,40-41).

Cuatro lecturas posibles de los relatos de la pasión de Jesús.

La lectura de identificación personal y afectiva

El testimonio escrito más antiguo que poseemos en este sentido es el de san Pablo. A veces, cuando habla de la muerte de Jesús, lo hace con frialdad dogmática, recordando que murió por nuestros pecados. Pero en otra ocasión lo enfoca de manera muy personal y afectiva: “He quedado crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que vive Cristo en mí. Y mientras vivo en la carne vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,19-20). En línea parecida, san Ignacio de Loyola, en la tercera semana de los Ejercicios espirituales, cuando se contempla la pasión, el ejercitante debe pedir “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, llanto, pena interna de tanta pena como el Señor pasó por mí”.

La lectura indignada

Es la que practicamos todas las mañanas al leer el periódico, cuando acompañamos la lectura de los titulares y de las noticias con toda suerte de imprecaciones, insultos y maldiciones. Los relatos de la pasión cuentan tal cantidad de atropellos, injusticias, traiciones, que se prestan a una lectura indignada. Sin embargo, los evangelios nunca invitan al lector a indignarse con la traición de Judas, a maldecir a las autoridades judías o romanas que condenan a Jesús, a insultar a quienes se burlan de él, a sentir como en el propio cuerpo los azotes, la corona de espina o los clavos, a llorar la muerte de Jesús. En ningún momento pretenden los evangelios excitar los sentimientos y, mucho menos, fomentar el sentimentalismo.

La lectura detallada

http://www.4shared.com/postDownload/YtfXHj0K/pasion_en_mc.html

Mi comentario, que puede bajarse de la dirección indicada más arriba, consiste en una lectura del texto, prestando gran atención a cuatro aspectos:

1) la división minuciosa de cada episodio, que a veces quizá parezca exagerada, como cuando distingo siete momentos en el relato de la oración del huerto; pero es la única forma de no pasar por alto detalles importantes.

2) los protagonistas, advirtiendo qué hacen o no hacen, qué dicen o no dicen, cómo reaccionan, por qué motivos se mueven, qué sienten.

3) la acción que se cuenta y sus presupuestos; a veces predominará lo informativo, ya que ciertos detalles a veces no se conocen bien, como la celebración de la Pascua en el mundo judío y en Qumrán o el proceso ante el Sanedrín.

4) el arte narrativo de Mc, que a menudo no se tiene en cuenta, pero que sirve también para captar su teología.

Este tipo de lectura, aunque aplique el mismo método a todas las escenas, pone de relieve lo típico de cada una de ellas y deja claro que el relato de la pasión está formado por episodios aparentemente cotidianos y por otros terriblemente dramáticos, como la oración del huerto. Lo importante es captar el espíritu y mensaje de cada episodio y el mensaje global de cada evangelio.

La lectura interactiva y orante

Sería la respuesta personal al comentario anterior, reflexionando cada cual sobre lo que el texto le sugiere y lo que le invita a pedir.

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Domingo de Ramos. 25 de marzo, 2018

Domingo, 25 de marzo de 2018
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domingo-de-ramos

“El Señor los necesita”.

(Mt 21, 1-10)

El Domingo de Ramos es la puerta grande de la Semana Santa. Después el camino se irá estrechando y haciéndose cada vez más difícil, pero empieza a lo grande.

Jerusalén, la Ciudad Santa, recibe a Jesús entre gritos de júbilo y alabanza. Al llegar Jesús la gente espontáneamente empieza a alfombrar el camino con sus capas y con ramos. Y aclaman al que llega: “-Viva, bendito el que viene en nombre del Señor!¡Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Viva el Altísimo!”

Es una explosión de alegría que nadie sospecha que acabará dramáticamente. O quizá sí. El protagonista parece saber muy bien de qué va la historia. Es una historia de amor entregado.

Pero, ¿esas gentes que gritan alegres pueden sospechar que unos días más tarde vocearán el terrible: “-¡Crucifícale!, ¡Crucifícale!”?

Con todo, ¡no adelantemos acontecimientos! No vale, nosotros ya conocemos el final…

Pero hoy es Domingo de Ramos y en medio de todos esos gritos y gestos de alegría hay un detalle tierno que nos puede pasar desapercibido.

“El Señor los necesita”. ¿A quién necesita el Señor? Tendríamos que preguntar a las personas expertas pero en todo el evangelio solo aparece una necesidad de Jesús y es esta.

Jesús manda a sus discípulos con este recado: “Y si alguien os dice algo, diréis que el Señor los necesita, pero en seguida los devolverá.

¡Una borrica y su pollino! Eso es lo que Jesús necesita, y solo un ratito, porque “los devolverá pronto”. Es el gran día de Jesús, pero él solo necesita una borrica y su pollino. ¿Qué necesitaríamos nosotros si fuera nuestro gran día? ¿Pensaríamos en una borrica? ¡No! También es verdad que aquí, en nuestro primer mundo, una borrica es casi un animal exótico (¿quién ha visto de cerca una borrica en el último año?).

En tiempos de Jesús también era algo especial. No todo el mundo tenía una borrica. El mismo Jesús la toma prestada. Pero ya que tenía que pedirlo prestado podría haber pedido un caballo. Sin embargo a él le va lo humilde y además quiere “necesitarlo”. ¡Qué suerte!

Oración

Déjanos, en este Domingo de Ramos, ser la borrica. Deja que sintamos que nos necesitas. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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