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Con el nombramiento de Víctor Manuel Fernández como nuevo prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe , el Papa Francisco critica los “métodos inmorales” de la Oficina de Doctrina del Vaticano

Viernes, 7 de julio de 2023
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francisco-tucho-1024x847El arzobispo Victor Manuel “Tucho” Fernández visitó  y compartió actividades con el Papa Francisco (@Tuchofernandez)

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El último nombramiento curial del Papa Francisco es quizás uno de sus nombramientos más significativos hasta el momento. El sábado se conoció inesperadamente la noticia de que el Papa nombró al arzobispo Víctor Manuel Fernández como nuevo prefecto del Dicasterio (antes Congregación) para la Doctrina de la Fe (DDF). Fernández no tiene ninguna reputación, ni positiva ni negativa, sobre temas LGBTQ+, el nombramiento de este nuevo funcionario indica que una conversación más sólida y honesta sobre cuestiones de género y sexualidad en la iglesia puede estar en camino.

Cualquier nombramiento para este cargo, conocido durante mucho tiempo como la Inquisición, es notable dado que ha sido el más poderoso en la iglesia durante siglos antes de que se hicieran las reformas de la Curia romana de Francisco el año pasado. Sin embargo, el nombramiento del arzobispo Fernández es particularmente notable debido a ciertos pasajes en la carta de nombramiento del Papa, y también detalles de la historia del prelado.

Fernández, quien también se convertirá en jefe de la Comisión Bíblica Pontificia y de la Comisión Teológica Internacional, actualmente dirige la Arquidiócesis de La Plata, Argentina. Según Gerald O’Connell de America, Fernández es conocido como el “teólogo de confianza” y escritor fantasma del Papa, dada la relación laboral de la pareja durante décadas. Fernández fue probablemente el autor principal de dos de las exhortaciones apostólicas de Francisco, Evangelii Gaudium y Amoris Laetitia. Este último documento fue escrito después del Sínodo sobre la Familia 2014-2015, en el que el arzobispo participó a pedido del Papa. Y se sabe que Fernández también ayudó al entonces cardenal Jorge Bergoglio en asuntos relacionados con la conferencia episcopal latinoamericana. O’Connell explicó más:

“Se considera que [Fernández] está en armonía con el Papa tanto a nivel pastoral como teológico, y la elección de Francisco por él es la indicación más clara hasta ahora de la determinación del Papa de continuar en el camino de la renovación teológica y pastoral de la Iglesia Católica. en la implementación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II”.

Quizás lo más importante es que la carta de nombramiento del Papa Francisco revela el deseo del pontífice de que el DDF se deshaga de su pasado opresivo, más recientemente sentido bajo la cruzada del entonces cardenal Joseph Ratzinger contra los teólogos y ministros pastorales con visión de futuro. En cambio, Francisco le escribe a Fernández:

“El dicasterio que presidirás en otras épocas llegó a utilizar métodos inmorales. Eran tiempos en los que más que promover el conocimiento teológico se perseguía los posibles errores doctrinales. Lo que espero de ti es algo sin duda muy diferente.”

El Papa le pidió a Fernández que aún se enfocara en salvaguardar la fe, pero enmarcó esta tarea como un acto de diálogo y evangelización, no como una búsqueda para suprimir o prohibir. Salvaguardar la fe hoy es abordar cuestiones “’que plantean el progreso de las ciencias y el desarrollo de la sociedad’ (Fidem Servare, n.2)” para que permitan a la iglesia estar en diálogo con “nuestra situación actual, que es en muchos sentidos sin precedentes en la historia de la humanidad’ (LS 17).” Francisco continúa:

“Además, sabéis que la iglesia ‘necesita crecer en su interpretación de la palabra revelada y en su comprensión de la verdad’ (EG 40), sin que ello implique imponer una forma de expresarla. Porque “las diferentes corrientes de pensamiento en filosofía, teología y práctica pastoral, si están abiertas a ser reconciliadas por el Espíritu en el respeto y el amor, pueden hacer crecer a la Iglesia” (EG 40). Este crecimiento armonioso ayuda a preservar la doctrina cristiana más eficazmente que cualquier mecanismo de control.

“Es bueno que su tarea exprese que la iglesia ‘fomenta el carisma de los teólogos y su esfuerzo por la investigación teológica’ de manera que ‘no se contenta con una teología de escritorio’ y con ‘una lógica fría y dura que busca dominarlo todo» (Gaudete et Exsultate, 39). Será cierto siempre que la realidad es superior a la idea. En este sentido, necesitamos una teología que esté atenta al criterio fundamental: considerar ‘todas las nociones teológicas que finalmente cuestionan la omnipotencia misma de Dios, y su misericordia en particular, son inadecuadas’ (Comisión Teológica Internacional: La esperanza de salvación para los niños que mueren sin ser bautizados: n.2).

“Esto sucede si ‘el mensaje se concentra en lo esencial, en lo más bello, más grande, más atractivo y al mismo tiempo más necesario’ (EG 35). Bien sabéis que hay un orden armónico en las verdades de nuestro mensaje, donde el mayor peligro se produce cuando las cuestiones secundarias acaban eclipsando a las centrales”.

Francisco concluye su carta, señalando que los documentos de la DDF deben “tener un soporte teológico adecuado, que sean coherentes con el suelo rico (humus) de la enseñanza perenne de la Iglesia y también recibir el Magisterio reciente”.

La carta del Papa es un poco densa y, sin embargo, ofrece una visión revolucionaria para el futuro del compromiso de la iglesia con la teología, en particular los temas en disputa. Christopher Lamb de The Tablet  dijo que el nombramiento “ha desencadenado un terremoto eclesial. . .[y] anunció una revisión total en la forma en que el departamento de doctrina hace negocios”.

https://twitter.com/vaticannews_it/status/1675089527294111744?ref_src=twsrc%5Etfw%7Ctwcamp%5Etweetembed%7Ctwterm%5E1675089527294111744%7Ctwgr%5E25b74f316873e36c429f5cbafffad9f2c6797372%7Ctwcon%5Es1_c10&ref_url=https%3A%2F%2Fwww.religiondigital.org%2Fvaticano%2FFrancisco-Tucho-Fernandez-Doctrina-Fe_0_2574342545.html

Los métodos inmorales nombrados por Francisco se han utilizado durante mucho tiempo para suprimir una dirección más positiva LGBTQ en la iglesia. Esos métodos han incluido la represión de los líderes del ministerio LGBTQ+, como el Sr. Jeannine Gramick y el P. Robert Nugent, investigaciones de teólogos LGBTQ positivos, como Sr. Margaret Farley, RSM, y la remoción del ministerio de aliados LGBTQ+, como el p. Tony Flannery. Según Lamb, “cualquier persona sujeta a una de sus investigaciones dará fe del costo psicológico y emocional que conlleva”. La entonces Congregación para la Doctrina de la Fe bajo Ratzinger también fue la oficina de la iglesia que introdujo el lenguaje dañino de “objetivamente desordenados” sobre las personas lesbianas y gays en su carta de 1986, lo que también condujo a la expulsión de los capítulos de Dignidad de la propiedad católica.

¿Qué es probable que cambie ahora? Lamb cita al confidente papal Austen Ivereigh diciendo que el DDF no debe funcionar “vigilando y controlando la ortodoxia, sino abriendo nuevos caminos de reflexión teológica, sobre todo los que surgen de una iglesia sinodal”.

Es probable que el liderazgo del arzobispo Fernández no genere un repudio de las enseñanzas existentes sobre género y sexualidad, pero aún podría hacer mucho bien. Una nueva dirección para el DDF podría dar espacio a los teólogos para comprometerse pública y críticamente con la enseñanza católica en vista del conocimiento contemporáneo. Una nueva dirección podría detener el abandono de cualquier enseñanza formal sobre la identidad de género, lo que permitiría a los católicos el tiempo necesario para discernir de manera intencional y lenta cómo debe responder la iglesia. Una nueva dirección podría otorgar a los trabajadores pastorales la libertad de ministrar en los márgenes sin temor a la sanción.

Como mínimo, una nueva dirección evitará que los “métodos inmorales” del pasado vuelvan a causar daño. Aún mejor, una nueva dirección podría abrir la puerta para que la Iglesia Católica se convierta, tanto en la enseñanza como en la práctica, en una iglesia inclusiva lista para celebrar la gloria de Dios revelada en la vida de las personas LGBTQ+.

—Robert Shine (él/él), New Ways Ministry, 3 de julio de 2023

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“Roma locuta, causa finita“, por Eduardo de la Serna

Jueves, 25 de agosto de 2022
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28945BC5-FD0E-4938-BA38-CC8B9263D2CADe su blog Un oído en el Evangelio y otro en el Pueblo: 

Sectores tradicionalistas De la Iglesia van de cacería de “palabras romanas” para después de conseguirlas hablar de “comunión y fidelidad”.

Con frecuencia “Roma habla” y la causa no es “finita” sino que cambia y vuelve a cambiar.

La centralidad de la obediencia olvida que la obediencia primera es a la conciencia y luego al Evangelio del Reino.

El dicho que encabeza estas reflexiones es casi un apotegma [tomado del sermón 131.10 de san Agustín, pero referido a los judíos], que “como corresponde, se formula en latín”. Significa que, puesto que “Roma” (= el Vaticano) ha hablado sobre un tema, ya no hay nada más que decir. El tema está terminado. Por más que la milenaria historia de la Iglesia lo ha desmentido y sigue desmintiendo, sin embargo, en ciertos ambientes eclesiales, se sigue esperando la palabra definitiva de Roma que ya no se modificará… Hasta que se modifique por el peso de la realidad.

Habitualmente suelen pronunciarlo los sectores más conservadores o tradicionalistas de la Iglesia, los que, con frecuencia, no se caracterizan por su libertad para avanzar con la osadía impulsada por el Espíritu Santo; por el contrario, suelen atarse a la ley, (por ejemplo, al Código de Derecho Canónico, o a momentos de la historia leídos sin ninguna mediación hermenéutica). Hijos o hijas del temor necesitan la seguridad que les da la ley, o la “madre” Iglesia que les da la seguridad necesaria para la vida sin zozobras. El miedo al error, por ejemplo, o a no hacer “lo debido” los o las paraliza hasta que “Roma habla” y, entonces, los o las invade una extraña paz. En ocasiones, además, algunas o algunos, después de que “Roma ha hablado”, “militan” la obediencia, la fidelidad, la “estricta observancia”, y – puesto que – según dicen – el tema está concluido por la “palabra romana” – levantan banderas religiosas de unidad, comunión, carismas, además de las mencionadas…

Se podría analizar el tema en su complejidad y preguntarnos si antes no han roto la unidad o la comunión las actitudes y acciones subrepticias, ocultas o demás mientras salen de cacería de la esperada palabra romana, luego de la cual respiran aliviados o aliviadas, y, ahora sí, visiblemente, pretenden exhibir a “los otros” como artífices de la desunión o la falta de unidad y comunión…

Por otro lado, podríamos hacer referencia a lo que Pedro Casaldáliga llamó “una rebelde fidelidad”, o – más todavía – a que muchos dudamos claramente que la “causa, realmente sea, finita”.

Empecemos señalando que nuestra primera fidelidad ha de ser a nuestra conciencia, el ámbito primero e ineludible de la obediencia. Pero luego de esta, es evidente que la obediencia fundamental y primera ha de ser al Evangelio del Reino. Obediencia que debe también “Roma”, algo que – no pocas veces – ha manifestado desconocer, aunque en ocasiones pida perdones 500 o 1000 años después.

Obedecer remite, etimológicamente (tanto en el latín como en el griego) a la audición. Se trata de una reacción ante lo que se ha escuchado (ob-audire). Una reacción acorde a lo escuchado.

Pero es importante destacar que – teniendo todo esto en cuenta – ciertamente no es lo mismo cuando la obediencia se aplica a ministros ordenados, a religiosos y religiosas y a laicos y laicas. Las y los religiosos, por ejemplo, profesan un “voto” de obediencia. Esta es a un “superior” o “superiora” (sic) y hace referencia, ciertamente, al carisma fundacional de la orden o congregación. De todos modos, ha de señalarse que, carismáticamente, no es lo mismo la obediencia entre los jesuitas que entre los franciscanos, por ejemplo. Se ha de señalar, claramente, que los votos (castidad, pobreza y obediencia) son constitutivos de la vida religiosa, aunque ciertamente estos hayan de entenderse teológicamente y antropológicamente además de carismáticamente (nunca fundamentalistamente). Otra es la obediencia de los ministros ordenados, presbíteros y diáconos, al obispo (“¿prometes respeto y obediencia?”). en este caso no se trata de un voto sino una promesa y, además, ligada al respeto. Pero no debe descuidarse lo ya dicho: también el obispo debe “respeto y obediencia” a la comunidad eclesial (también el obispo de Roma, ciertamente). Si un obispo “mandara” algo contrario al decir y sentir eclesial, ciertamente nadie estaría obligado a “obedecerlo”. Finalmente, la obediencia laical ciertamente se despliega según el propio carisma del laicado. Veamos:

Es sabido que se solía decir que había una Iglesia docente y una Iglesia discente (catecismo de Pio X [1905], nros. 181-192), es decir, una Iglesia que enseña y una que recibe la enseñanza, una que manda y una que obedece. La imagen piramidal que esto implica indicaba que el laicado debe “obedecer” a la Iglesia jerárquica. Dejamos de lado esta imagen de las y los laicos como “menores de edad” (los mismos que merecen ser alimentados con papilla, como sería un catecismo, y a quienes se les da la comunión en la boca). Esta eclesiología quedó felizmente detonada con el Concilio Vaticano II, aunque muchas y muchos que esperan que “Roma” hable, se resisten a sepultar.

Una breve nota sobre el laicado: antes del concilio, y del despliegue de la teología post-conciliar, era habitual presentar a los laicos y laicas como aquellas y aquellos que “no son” … No son religiosos, no son ministros ordenados. No están dirigidos a la perfección (vida religiosa), no son los que deben “conducir” (ministros ordenados), son quienes deben ser enseñados. Modelo de esta eclesiología eran aquellos laicos o laicas cuyo sentido estaba dado por actuar bajo la enseñanza de la jerarquía (ieros – arjé, “principio sagrado”, sic). Los modernos estudios teológicos y bíblicos llevaron a la teología (y al Concilio) a entender la Iglesia como “pueblo de Dios”, una comunidad ya no “jerárquica” sino circular (o poliédrica, como le gusta decir al papa Francisco). Un pueblo en medio de los pueblos implica la urgencia (como la levadura en medio de la masa) de “encarnarse” en la historia, en los sindicatos, la empresa, la educación, la política, los medios de comunicación, etc. Pero no como “obedientes” a una orden superior (al estilo de los antiguos partidos cristianos, empresarios cristianos, etc.) sino como fermento. Quizás hoy la pregunta no sea tanto cuál es el rol o el ser del laicado, sino el de los ministros ordenados. Pero es otro tema.

Decenas de comunidades religiosas, movimientos o instituciones laicales nacidas en la historia, han debido, con resistencias y creatividades, modelarse según la nueva vida eclesial del postconcilio. Curiosamente, hay quienes en nombre de la fidelidad se han resistido y resisten a aquel que “hace nuevas todas las cosas” (ver Ap 21,5). El ejemplo de lo ocurrido con las carmelitas descalzas ciertamente es significativo (curiosamente, en todo el proceso de renovación y división del Carmelo, “Roma” habló varias veces y se desdijo otras tantas) y – como ocurre tantas veces – hoy asistimos a dos grupos bastante diferentes entre sí y cada una afirma y se sienten las “herederas del verdadero espíritu y carisma de Teresa”. Debemos decir, además, que, en este caso, “Roma”, en lugar de ser garante de la unidad, fue artífice de la división.

Muchas palabras entran en cuestión cuando de “obediencia” se trata. Para empezar, una palabra que se escucha y ante la que se reacciona. Pero una palabra que debe “pesarse”, ya que una es la palabra que pronuncia nuestra conciencia, otra la palabra de Dios en las Escrituras, otra la palabra que la Iglesia ha pronunciado de un modo comunitario y universal (un Concilio, por ejemplo), etc. Los llamados “lugares teológicos”, codificados por Melchor Cano (1509 – 1560) pueden ser un buen punto de partida de esta “jerarquía” de “palabras”. Pero no es posible – sería teológicamente insustancial – ignorar el presente. La historia es el ámbito donde se pronuncia (o se encarna) la “palabra”. Es evidente que una palabra sabiamente pronunciada ayer, ha de mirar sabiamente el hoy antes de ser “escuchada” y “obedecida”. El fundamentalismo, una especie de “suicidio del pensamiento”, conduce a una obediencia que está lejos de la libertad, lejos de la vida y lejos de una verdadera “escucha”. Seguir “ciegamente” los textos bíblicos, conduce a una evidente deshumanización y, además, manifiesta un Dios bastante diferente al que Jesús en su vida y palabras eligió revelar. Y, ciertamente, es evidente que, si hemos de “interpretar” a los nuevos tiempos los viejos textos bíblicos, no es menos evidente que hemos de interpretar, adaptados a esos mismos nuevos tiempos, los carismas fundacionales, por ejemplo. “Roma” podrá hablar – ¡tantas veces movida por el temor, por el “siempre se hizo así” o por ideologías siempre conservadoras, cuando no por otras razones menos sanctas todavía! (y algunas canonizaciones son expresión evidente de esto) – pero, ciertamente, antes, es indispensable escuchar lo que “el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2-3). “Roma habló” al hablar de Iglesia docente e Iglesia discente (algo que fue aceptado durante todo el s. XX hasta el Concilio) pero luego “Roma habló” otras palabras. Si de unidad y comunión se trata, no es esto en torno a una “palabra” fija sino en torno a un pueblo de Dios vivo, a una unidad “perijorética” (comunión en la diversidad y el amor). La comunión incluye las diferencias en la gestación de la unidad. Sin diferencias se trataría de “uniformidad”, que es algo bastante diferente… y dudosamente evangélico. Habrá quienes, desde el temor, o desde ideologías esclerosadas, salen de cacería en búsqueda de “palabras romanas”, pero habrá quienes desde el amor (que vence al temor, como se sabe; ver 1 Jn 4,18) eligen la osada escucha del Espíritu. Creo que ya sé dónde elijo estar.

Foto tomada de https://archive.org/details/CatecismoMayorDeSanPoX/mode/2up

 

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Seguimiento

Martes, 7 de septiembre de 2021
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Cuando oigáis la llamada de Jesús, olvidad todas las doctrinas cristianas, olvidad vuestras propias convicciones y vuestras dudas particulares. Si alguna vez Le seguís, olvidad toda la moral cristiana, vuestros logros y vuestras dudas particulares. Nada se os pide -ninguna idea de Dios, ninguna bondad especial propia, ni que seáis religiosos, ni que seáis cristianos, ni siquiera que seáis sabios, ni que os atengáis a una moral. Lo que se os pide es tan sólo que os abráis a lo que se os da y que queráis aceptarlo: el Nuevo Ser (JesuCristo), el ser de amor, de justicia y de verdad que se manifiesta en Aquel cuyo yugo es llevadero y cuya carga es ligera.

*

Paul Tillich
Se Conmueven los Cimientos de la Tierra,
Barcelona, Ed Nopal, 1968, 160.

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Padre Damián Montes: “No hace justicia a la Iglesia confundir dogma con doctrina”

Viernes, 10 de enero de 2020
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captura_de_pantalla_2016-12-01_a_las_14.12.58“No digamos con tanta facilidad que algo doctrinal no se puede discutir”

“No es dogmática la liturgia ni dogmático el celibato de los sacerdotes”

“El Catecismo actual es de 1997, y se han enmendado, por autorización del Papa Francisco, algunos artículos”

“La cuestión del ‘Limbo’ es un ejemplo clarísimo de que las cosas se pueden cambiar”

Para los fanáticos católicos:

No es bueno ni hace justicia a la Iglesia confundir dogma con doctrina. Lo inmutable con lo cambiante.

Las cuestiones dogmáticas en la Iglesia, asumidas como principios innegables, son muy pocas. Se trata, básicamente, de las palabras del Credo, las cuatro afirmaciones dogmáticas referidas a María y alguna otra afirmación que podemos situar en la antropología teológica. En definitiva, las cuestiones cerradas a discusión son verdaderamente pocas y, lo cierto, es que no son foco de interés social en este momento.

Todo lo demás, insisto, todo lo demás, pertenece al ámbito doctrinal, que exige ser interpretado a la luz de tres grandes fuentes (Sagrada Escritura, Tradición y Magisterio), pero que está abierto a la discusión y al estudio teológico; esto es, al cambio. De hecho, muchas, muchísimas cuestiones doctrinales han cambiado con el paso de los siglos.

Por tanto, no digamos con tanta facilidad que algo doctrinal no se puede cambiar ni discutir porque esa afirmación es falsa. Desde el inicio ha habido, gracias a Dios, un espacio para la disidencia, muy necesario para la acción del Espíritu que renueva su Iglesia.

Uno de los primeros ejemplos lo encontramos ya en la Biblia: Pedro y Pablo discutiendo si era necesario estar circuncidado para ser cristiano. Para Pedro la circuncisión era cuestión de doctrina verdadera porque los apóstoles estaban circuncidados, Jesús estaba circuncidado y había venido para salvar a los circuncidados (para salvar a los judíos, pueblo de Israel). Pablo, por su parte, argumenta que Jesús vino para todos, también para los gentiles (los no circuncidados). Finalmente deciden en el llamado “primer concilio de Jerusalén” que no será necesaria la circuncisión para ser cristiano. La doctrina cambió en un punto que parecía inmutable. Pongamos algún ejemplo más:

El Catecismo actual es de 1997, y se han enmendado, por autorización del papa, algunos artículos. Uno de ellos, el artículo 2267 sobre la pena de muerte, se ha modificado para declarar esta práctica “inadmisible”. Es decir, que este “inadmisible” llega en 2018 por el papa Francisco después de una larguísima historia donde se contemplaba la pena de muerte en algún caso extremo y como “tutela del bien común” (artículo antes de la enmienda). Que nadie se ponga nervioso ante esta verdad: este artículo ha cambiado.

Otro ejemplo sonado, anterior al mencionado, fue la negación del Limbo, por Benedicto XVI, y podríamos seguir con la lista… Ejemplos clarísimos de que las cosas se pueden cambiar y la doctrina del catecismo también. Porque toda ella no es dogmática.

No es dogmático que el papa vista de blanco (pues sólo viste así desde 1566) y por ello en el futuro podría vestir pantalones. No es dogmática la liturgia, que se celebró primero en arameo y hebreo, más tarde en griego, después en latín y dando la espalda a la asamblea desde el siglo III y sólo desde 1970 en la lengua de cada comunidad. No es dogmático el celibato de los sacerdotes, que se determinó obligatorio sólo a partir del siglo XVI. Y, sin detenerme, porque es inviable e imposible en este clima de crispación que vivimos, sólo apunto que no son dogmáticos los temas de mayor fricción y debate. Y porque no son dogmáticos, sino doctrinales, pueden cambiar. Lo verdaderamente preocupante es que muchas personas ponen su fe en lo doctrinal. Os lo cuento con otro ejemplo que me entristece recordar:

Al poco tiempo de haber sido elegido Francisco como Papa, una señora me dijo –“padre, este Papa me va a quitar la fe”-. Yo le pregunté, –“Señora, ¿dónde ha puesto usted su fe?-. Me dijo que el Papa anterior era un Papa de verdad, y no este, que llevaba zapatos negros. Le volví a preguntar: “¿Dónde ha puesto usted su fe?”. No me contestó. Era evidente que la tenía puesta en lo accesorio, en los zapatos del papa, que debían ser rojos y a saber en qué otra serie de aspectos.

Evidentemente, los fanáticos de la doctrina, perderán la fe y se enfadarán muchísimo cuando cambie lo que daban por cierto e inmutable (y no es ningún secreto que la doctrina cambia). Por el contrario, si ponemos la fe en Dios y sólo en Él, que es donde tiene que estar, nada ni nadie (ningún cambio de doctrina tampoco) podrá tumbar nuestra fe. La diferencia es que unos viven el cambio como una profunda traición, herejía, amenaza, etc… y otros como acción del Espíritu, que va sugiriendo en cada momento cómo quiere que sea su Iglesia a la luz de los signos de los tiempos.

Me posiciono en este segundo grupo, sin titubeos. Lejísimos del fanatismo, pero muy consciente de vivir en comunión; y por eso soy paciente y asumo el momento y la doctrina que me toca vivir. Pero mi fe no se daña absolutamente nada si mañana la Iglesia decide, por ejemplo, que las mujeres puedan servir con el ministerio de “párroco”; muy al contrario, se fortalece.

Esta es la aventura y lo que mantiene viva mi esperanza; que las cosas pueden cambiar.

Fuente Religión Digital

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Reformular a la iglesia: un camino urgente y necesario

Viernes, 23 de noviembre de 2018
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jeans-patch-13202589“Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande. Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 21-22).

“¡A vino nuevo, odres nuevos!” (Mc 2, 22)

Stefano Cartabia, Oblato,
Uruguay

ECLESALIA, 08/06/18.- Es este el icono evangélico que, a mi manera de ver, mejor muestra la situación actual de la iglesia y del cristianismo. Por todos lados se pide renovación y desde muchos lugares surgen experiencias renovadoras o intentos de renovación. Es la frescura de la espiritualidad que se abre camino entre los senderos casi desiertos de una religión en agonía: ¡Es el vino nuevo que se hace presente para regalarnos el amor y celebrar la vida! Pero insistimos en poner este vino nuevo en odres viejos. Ese es el drama de la iglesia: aferrada a los odres de la doctrina y sus obsoletas estructuras no sabe aprovechar ni disfrutar del vino nuevo. A menudo no sabe que hacer con este vino nuevo y se desperdicia.

Necesitamos odres nuevos para este vino espumante y gracioso, un vino lleno de vida y de burbujas, un vino de buen cuerpo y robusto. Un vino con tanta fuerza que va rompiendo sin piedad los odres desgastados y rajados. Es el vino nuevo que pide reformular al cristianismo y a la iglesia.

Reformular a la iglesia”: propuesta un tanto atrevida y arriesgada. Fiel a mi sentir y mi conciencia siento también que es un camino necesario, urgente e imprescindible. También porque, por un lado, ya se está dando. Se está dando naturalmente, a partir de la base, de la gente común, de los laicos. Y también por algunos que otros gestos del Papa Francisco. Pero, en general, la jerarquía parece “no saber” o hacer la vista gorda. Así, también, la teología “oficial” y el magisterio.

Acompaño a muchas personas y grupos que ya no se sienten reflejados en esta iglesia. Muchos se alejan paulatinamente buscando otras fuentes de agua viva y no cisternas agrietadas (Jer 2, 13). Otros resisten e intentan el cambio desde dentro.

En fin: algo se mueve y se está moviendo, que la jerarquía lo sepa o no, lo quiera o no. Quiero dar mi aporte en este sentido. ¿Por qué reformular? Me pareció el termino más correcto: respetuoso del pasado y audaz con el futuro. Hubiera podido usar “renovar”: pero hablar de renovación en muchos casos no tiene toda la profundidad necesaria. A menudo el “renovar” se esfuma y diluye como una simple mano de pintura sobre un revoque en ruina. Reformular es más contundente: mantiene la esencia y a la vez permite enterrar definitivamente algunos aspectos y dar cabida a otros.

Unas premisas que me parecen importantes:

  • Escribo desde el amor a la iglesia. La iglesia me dio vida y me ayudó a crecer y a madurar. En la historia de la iglesia y del cristianismo hay una riqueza infinita que también contribuyó a alimentar grandes valores humanos: arte, literatura, poesía, educación, espiritualidad, arquitectura… Estoy muy agradecido por todo eso. Eso mismo me empuja a ser transparente, directo, incisivo en mis apuntes y mi compartir. Mis “criticas” (en realidad no quieres ser tales) – a veces contundentes – están formuladas con la intención de construir y aportar para que la iglesia sea realmente signo e instrumento del Reino de Dios en el mundo de hoy y vehículo de autentica espiritualidad.
  • Uno de los ejes de mis criticas será la jerarquía y el nivel institucional de la iglesia. No tengo nada personal con ningún representante oficial de la jerarquía, más allá de no compartir a menudo posturas y modelos de iglesia; y a veces no puedo evitar esbozar una sonrisa frente a evidentes signos de búsqueda de poder y privilegios, incoherencias y apariencias. Nada personal con nadie, más allá de sentirme marginado y excluido no raras veces. Más aún: hacia la gran mayoría de sacerdotes y obispos que conozco tengo un profundo afecto y estima. Todas personas entregadas a sus ministerios, generosas, autenticas. El blanco de mis criticas es el “sistema” jerárquico e institucional. “Sistema” – dígase lo mismo por la sociedad civil – tanto más difícil de descifrar y desmantelar cuanto más invisible, oculto e impersonal es. “Sistema” difícil de quebrar cuanto más se ampara en una supuesta autoridad divina: nada más peligroso que el fanatismo religioso. La historia enseñó y enseña. Cada “sistema” está obviamente hecho y sostenido por personas concretas, pero va también más allá y se pierde en algo indefinido e intocable. Es la experiencia común cuando para un tramite civil te derivan de ventanilla en ventanilla sin que nadie pueda dar con un responsable y un rostro concreto. Experiencia común cuando en la iglesia te dicen “que siempre se hizo así” y nadie sabe fundamentar y dar respuestas coherentes.
  • Este compartir no deja de ser una reflexión abierta, sin ninguna pretensión ni intentos polémicos. Estoy feliz con mi silencio, feliz con mi gente amada y amante. Feliz con el Dios de la Vida que me sonríe en cada cosa. Sereno y en paz desde el Silencio que me habita. No busco aprobación ni aplausos. Simple y sencillamente comparto desde el Amor que es y que somos. Me gustaría que mi escrito fuera tomado así y que se pudiera leer sin prejuicios. Sin duda habrá varias cosas que a muchos les rechinarán: no hay problema. Solo invito a una simple operación, que vale por este escrito, como por todo: no tiren todo por uno o más puntos que no comparten. Sepan rescatar lo que si comparten. Tal vez empiecen por ahí, con actitud positiva y abierta. Anoten con humildad y sencillez los puntos que comparten y los que no.
  • Tal vez a algunos pueda surgir impetuosa la rebelde pregunta: ¿quién es este que se atreve a “reformular a la iglesia”? Pregunta lícita, tal vez. Respondo: nadie. Por eso me atrevo a hacerlo. Es la suprema libertad de la nada.

Mi propuesta para reformular a la iglesia pasa por siete caminos. Siete. Número no casual. Número de la plenitud que ya somos y a las cual estamos llamados.

  • Camino jurídico-institucional
  • Camino teológico-doctrinal
  • Camino interior-espiritual
  • Camino artístico-poético
  • Camino realista-antropológico
  • Camino ecuménico-dialógico
  • Camino pastoral-misionero

Camino jurídico-institucional

La iglesia institución es uno de los grandes obstáculos para el hombre moderno y, a menudo, también para el creyente. Las instituciones en general están en crisis y están mal vistas. Muchas veces con razón: toda institución con el pasar del tiempo pierde el espíritu originario que la suscitó y se enreda en una sinfín de incoherencias: “hacer carrera”, corrupción, fanatismo, exterioridad, legalismo. No es necesario poner ejemplos para la iglesia, me parece.

La institución iglesia va repensada y reformulada. Muchas veces se tiene la impresión que la iglesia sigue más el derecho canónico que el evangelio, se preocupa más de cumplir con sus reglas y normas que de atender al Espíritu, defender doctrinas que acompañar al ser humano en su búsqueda y dolor.

Con todo esto no se quiere negar que cierto nivel institucional y jurídico sea necesario, al contrario. Lo necesitamos por nuestra existencia concreta y frágil, marcada muchas veces por el egoísmo. Pero no podemos permitir que lo institucional sofoque al genuino Espíritu –hecho muy recurrente lamentablemente–.

Repensar lo jurídico-institucional en la iglesia significa reformular sus propios fundamentos a partir de la evolución de la humanidad y de los logros de estos siglos en el campo de los derechos humanos, la antropología, la psicología, la sociología, la espiritualidad.

La iglesia institución funciona casi como una monarquía. El Papa, amparado por el derecho, puede hacer prácticamente cualquier cosa. Así los obispos en sus diócesis. Todo organismo eclesial es simplemente “consultivo”. En un mundo que, después de tanto sufrir, logró en su mayoría el modelo democrático y participativo, una visión de iglesia monárquica o casi es inaceptable. Y esto, más allá de las fallas de los sistemas democráticos y su – sin duda – posible y necesaria mejoría.

Obviamente en la iglesia se habla de comunión. Hasta existe una propia eclesiología de comunión. Hay experiencias muy lindas y positivas en este sentido: pero casi siempre a partir de la base. Comunión sí, pero si decide la jerarquía y como decide: ¡Qué extraña comunión!

¿Dónde fundamenta la iglesia esta proceder muy poco evangélico?

En una lectura parcial, interesada y superficial de los evangelios y en un criterio tautológico, es decir, que se explica en sí mismo.

Simplificando, el razonamiento es el siguiente: la iglesia afirma que su autoridad le viene de la Palabra de Dios. ¿Y quién afirma lo que es Palabra de Dios y la interpreta? La iglesia.

Algo así no es transparente y no resiste a la critica de la razón y a la autonomía del ser humano que es uno de los grandes logros de la modernidad. No reconocer la autonomía del ser humano y de las leyes del universo supondría relegar a “Dios” en un cuarto aislado e inaccesible y quedarse en un oscurantismo, esclavos de creencias.

Hay aún más: muchas leyes eclesiásticas se fundamentan en interpretaciones de pasajes evangélicos. En dichas interpretaciones muchas veces no hay coherencia ni igual criterio.

Las doctrinas del Papado, del pecado original y de la indisolubilidad del matrimonio por ejemplo se fundamentan en muy pocos versículos e interpretados literalmente o casi.

Las preguntas se hacen solas: ¿Por qué algunos versículos se toman al pie de la letra o se interpretan rígidamente y otros no? ¿El criterio de interpretar el mensaje evangélico en su conjunto no vale para estos versículos? Parece que hay distintos criterios de interpretación, según convengan o menos al poder establecido o a la necesidad o menos de confirmar tesis teológicas y doctrinales. Un camino hacia una mayor coherencia y autenticidad es necesario.

La iglesia, si quiere ofrecer al mundo una palabra autentica, debe poder abrirse a un dialogo a 360 grados con sus críticos y con todo el mundo. Tiene que poder ofrecer argumentos validos anclados en la experiencia y en la razón, no en una supuesta autoridad recibida de Dios (fideísmo) y de la cual es imposible un comprobante.

Otros ejemplos pueden esclarecer: la elección del Papa y los obispos y el magisterio. La elección del Papa es sumamente anti-democrática y no tiene en cuenta la eclesialidad. El Papa elige los cardenales que, a su vez, elegirán al Papa sucesivo. No hay ninguna forma de participación del pueblo. Y ni que decir, que los cardenales son todos varones. Obviamente se fundamenta todo esto bíblicamente. Fundamento que no existe por supuesto y que se intenta crear estirando y manipulando los textos.

La elección de los obispos es sumamente autoritaria y falta total de transparencia. El rol de los nuncios es fundamental y muchas veces el Nuncio de turno no conoce fehacientemente la realidad. Las consultas son parciales y envueltas en un oscuro misterio. Los informes que llegan a Roma no se conocen y también están rodeados de misterio. Por no decir que también acá juegan simpatías, acuerdos, etcétera…

El pueblo cristiano, la enorme mayoría de los cristianos, prácticamente no tiene ninguna voz en la elección de sus pastores. Lo mismo se puede decir, tal vez matizando un poco, de los párrocos.

El magisterio está también envuelto en una sacralidad que no tiene. Con Francisco – sus palabras, gestos y pedidos de perdón– quedó claro, por ejemplo, que la doctrina de la infalibilidad papal no se puede sostener. La jerarquía exige obediencia al magisterio: no se puede pensar ni opinar distinto. Por lo menos “oficialmente”. Se crea así una brecha hipócrita terrible. Varios obispos y sacerdotes (y , mucho más, catequistas y laicos) no concuerdan con las posturas “oficiales” de la iglesia pero no se atreven a expresarlo y,  menos, a ponerlas arriba del tapete. Sería muchos más honesto, humanizador y evangélico que el magisterio pierda su carácter absoluto y dogmático para volverse abierto, dialogante y orientativo.

En la práctica concreta en definitiva, lo que se vive en la iglesia, es autoritarismo y no autoridad. La autoridad, bien lo sabemos, no se impone, sino que se reconoce. Y la jerarquía sigue exigiendo obediencia y fidelidad en detrimento de la libertad de conciencia. El evangelio es también testigo clarividente de todo eso, pero la jerarquía hace oídos sordos. A Jesús se le reconoce autoridad, él no la exige en ningún momento. La gente misma le reconoce a Jesús cierta autoridad por su coherencia de vida. El “principio autoridad” de la iglesia tiene que dejar lugar al “principio autenticidad”, como afirma el teólogo italiano Vito Mancuso.

La autenticidad de una vida es reconocida por la gente sin necesidad de imponer ningún tipo de autoridad. Todo esto conduce al respeto de la conciencia, cosa afirmada por el catecismo pero muy poco practicada por la jerarquía. “La conciencia es el nucleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella” (1795. El texto reenvía al documento conciliar Gaudium et Spes 16). Sigue –de manera menos violenta pero más oculta y perniciosa– cierta inquisición: la libertad de pensamiento que también la iglesia reconoce en sus documentos, en la práctica no es reconocida. Roma controla los obispos, los obispos se sienten controlados y controlan a los sacerdotes, los sacerdotes se sienten controlados y controlan a los laicos… ¡terrible circulo vicioso y tan poco evangélico!

¿Se puede ser cristiano así? Ya di mi respuesta, como podrán imaginar. Obviamente todo este planteamiento – supongo – no le gustará mucho a la jerarquía: su poder está amenazado. Y siempre buscarán respaldo en la tradición y en la subjetiva suposición de que su autoridad viene de Dios. Hasta que se escudan en este argumento todo sincero dialogo es imposible. También porque este “dios” del cual vendría su autoridad, ha muerto. O, tal vez, nunca ha existido. Todo esto está profundamente unido al segundo camino.

Camino teológico-doctrinal

Desde la teología surge la doctrina y desde la doctrina se exigen maneras de vivir, de entender la vida, de comportarse. Después de los primeros concilios ecuménicos la doctrina fue marcando el camino del cristianismo y la vida concreta de muchas personas.

La teología y la doctrina de la iglesia, después de los primeros siglos de frescura y mística, fueron empapando la vida del cristiano. La iglesia, unida al poder político, fue desarrollando la teología y la doctrina a partir del imperio y se fue estableciendo con las características propias de un imperio/estato: poder legislativo, ejecutivo, judicial. La liturgia misma tiene una importante derivación imperial… ¿y tiene que ver con el evangelio?

Ahora bien: al leer el evangelio uno no se ve apabullado por disquisiciones teológicas ni oprimido por pesadas doctrinas. Al contrario: trasluce en cada pagina libertad y frescura. Notamos a un Jesús amante de la vida, hombre libre, preocupado por hacer el bien y revelar el rostro misericordioso del Padre.

Todo esto obviamente –no soy tan ingenuo– no significa que teología y doctrina no tengan su lugar y no sean también importantes. La teología… ¡hasta me gusta! Significa volver a priorizar la experiencia y la vida por encima de la teología y la doctrina: criterio clave en todo camino espiritual y criterio usado por el mismo Jesús. Sin duda la teología y la doctrina católica marcaron una época y tuvieron sus logros y sus importantes aportes. Leer más…

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Somos Iglesia: “La Iglesia debe superar la brecha entre doctrina y realidad”

Martes, 13 de octubre de 2015
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media.media.8da8cf18-68f9-410e-b07f-7b26fff02711.normalizedEl portavoz de la organización de católicos laicos “Somos Iglesia”, Christian Weisner, propone que el Sínodo replantee su actitud hacia las parejas de hecho, los curas casados y los homosexuales. En una entrevista con Deutsche Welle, Weisner subraya que la Iglesia debe superar la brecha entre doctrina y realidad.

Señor Weisner, ¿qué espera del Sínodo de la Familia con respecto a los temas del matrimonio y de la familia?

Christian Weisner: La verdadera meta del Sínodo es determinar cómo la gente de hoy puede vivir mejor el Evangelio. Las relaciones económicas, la globalización, los refugiados, la obligación de tener que adaptar la vida familiar a la vida laboral son los grandes retos. Actualmente son polémicos sobre todo los temas sexuales, por ejemplo, la pregunta sobre si personas divorciadas que han vuelto ha contraer matrimonio deberían recibir la comunión o no. Por un lado, queremos atraer de nuevo a las personas al cristianismo y a las iglesias, queremos darles la oportunidad de vivir su fe. Por otro, nuestra Iglesia tiene reglas sexuales tan estrictas que ahuyenta a las personas. Este dilema entre la doctrina tradicional y la realidad debe ser resuelto. Tengo la esperanza de que el Sínodo supere esta brecha.

DW: ¿Qué hay de las personas que atraviesan una crisis matrimonial, de los sacerdotes que se sienten desbordados por el celibato, de los homosexuales? ¿Se trata de pobres pecadores a los que la Iglesia puede dictar cómo tienen que vivir?

En primer lugar, debemos superar la fijación exagerada de la doctrina católica en el pecado. Si, tras una profunda crisis, una pareja casada se separa, emprende un nuevo comienzo con nuevas parejas y crea un nuevo hogar para los hijos, es decir una familia patchwork, entonces se debería ver lo positivo de esto. Si personas homosexuales mantienen una relación de pareja responsable, eso es algo bueno. La Iglesia no debería negarles la bendición.

Si bien el concepto del matrimonio ha cambiado, la indisolubilidad del matrimonio no está realmente a debate. ¿Está la Iglesia atrapada en su dogmatismo?

La indisolubilidad del matrimonio se tiene que entender en el contexto histórico. Jesús se opuso a que solo el hombre se pudiera separar de la mujer antes de que hubiera sido expedida el acta de divorcio. En cierto modo, Jesús quería alcanzar condiciones igualitarias para el hombre y la mujer. Ese es el mensaje principal de la indisolubilidad del matrimonio.

¿Cómo define usted la familia?

Se puede hablar de una familia cuando personas de diferentes generaciones conviven de forma responsable.

¿Es suficiente que la Iglesia trate a los homosexuales con misericordia, como dicta el catecismo?

Eso es lo mínimo que se le puede exigir. Sé que algunos curas -por ejemplo en África- ni siquiera cumplen esta demanda. En cerca de 80 países en el mundo la homosexualidad está penalizada, y en algunos casos incluso es castigada con la pena de muerte. Sería muy importante que la Iglesia católica intercediera en contra de la criminalización de la homosexualidad a nivel mundial. Probablemente el reconocimiento de parejas homosexuales será diferente dependiendo del trasfondo cultural. Sin embargo, sabemos que el papa Francisco aboga por la descentralización. Es decir que el desarrollo de la doctrina religiosa debe ser compatible con las diferentes culturas. Necesitamos diversidad dentro del cristianismo.

Fuente Religión Digital

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Fernando Sebastián: “La Iglesia no va a abdicar de su doctrina, como algunos desean”

Miércoles, 22 de octubre de 2014
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sebastianSigue la resaca del Sínodo. Ante las grandes expectativas de algunos que al final han dado paso a más de lo mismo , resuenan las chirriantes y homófobas palabras del  cardenal Sebastián que leemos en Religión Digital. Buena muestra de ello es la satisfacción que mostraba el presidente de la Conferencia Episcopal Polaca, Stanisław Gądecki, encuadrado en el bloque más conservador, tras el giro radical de los textos referidos a la homosexualidad, o el cardenal Kasper, frente a por ejemplo la decepción que abiertamente reconocía sentir el obispo de Amberes, Johan Bonny, que hace poco más de un mes reclamaba en una carta abierta una mayor apertura a las personas homosexuales, o el arzobispo católico de Westminster y presidente de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, Vincent Nichols, según el cual el documento aprobado no ha llegado todo lo lejos que hubiera sido deseable.

“Comulgar no es un capricho, requiere penitencia y conversión”

“La pastoral a homosexuales debe ser como la de cualquier otro que tiene un problema dentro”

El cardenal Fernando Sebastián, uno de los participantes en el Sínodo de los Obispos, ha asegurado a quienes desean que la Iglesia “abdique de su doctrina” que “lo van a desear inútilmente”, en referencia a los dos temas que ha abordado la Asamblea Extraordinaria del Sínodo sobre los divorciados que se han vuelto a casar y la pastoral a los homosexuales.

A los que temen que la Iglesia abdique de su doctrina, les digo que no tengan ese temor y a los que lo desean, les digo que lo van a desear inútilmente”, ha subrayado en declaraciones a la COPE recogidas por Europa Press.

Concretamente, sobre la pastoral a homosexuales, Sebastián ha remarcado que debe ser “como la de cualquier otro que tiene un problema dentro” con “benignidad, comprensión, para ayudar pero reafirmando la visión cristiana del matrimonio” que, según ha recordado, es “la alianza de amor irreductible entre varón y mujer”. “Eso nadie lo ha puesto en duda ni ha estado sometido a ningún riesgo en ningún momento”, ha precisado.

Además, sobre los divorciados que se han vuelto a casar, ha subrayado que querer comulgar no puede ser un capricho para acompañar al niño en su comunión” sino que significa “volver a la comunión espiritual de la Iglesia”. En todo caso, ha apuntado que a estas personas hay que ofrecerles “con comprensión y benignidad” un “itinerario de penitencia y conversión”. “Algunos podrán reconstruir el primer matrimonio, otros no, y en cada caso la Iglesia tendrá que ver“, ha añadido.

En todo caso, ha afirmado que incluso en estos dos asuntos, se han obtenido más de cien votos a favor de los participantes del Sínodo, es decir, casi los dos tercios, “un consenso muy amplio”.

En cualquier caso, ha señalado que este no es el problema que la familia tiene sino que es más grave el gran número de bautizados que no se casa, que se unen en parejas de hecho, que se casan por lo civil y viven felizmente fuera de la Iglesia“.

Sobre el debate durante el Sínodo, Sebastián ha asegurado que ha sido “mucho más apacible” de como se ha “pintado”, con “diferencias y contrastes, pero sin acritudes, polémicas o crispación“. Durante las reuniones, según ha puntualizado, ha reinado una “gran voluntad de comprensión y de búsqueda común, más que de confrontación“.

El cardenal ha admitido que el documento de trabajo presentado el pasado lunes quedaba “un poco desequilibrado en favor de la voluntad de acercamiento”, tanto, según ha indicado, “que algunos interpretaron que la Iglesia quería hacer transformaciones radicales hasta de la propia doctrina”.

Sebastián ha explicado que esto “nunca ha sido verdad” pues en ningún momento ha habido ninguna blandura en la transmisión de la doctrina”. El texto, según ha agregado, quedó “equilibrado y completado” en la segunda relación, a su juicio, un reflejo “mucho más adecuado” del Sínodo. (RD/EP)

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