El problema no es la familia, aunque pueda haber discusiones sobre su estructura sacramental. Nadie rechaza en serio a los homosexuales, ni la posibilidad de que establezcan “un tipo de matrimonio”, ni condena a los divorciados o separados.
A mi modo de ver, el problema del Sínodo es la Comunión: Si divorciados y homosexuales pueden compartir la eucaristía oficial de la Iglesia Católica.
Éste es el problema serio, pues afecta a la misma identidad de la Iglesia centrada más en la Eucaristía, con sus ministros canónicos (“sacerdotes”), que en la Palabra (en línea protestante). Es aquí donde escucho, día a día, las protestas de los que quieren mantener la identidad “tradicional” (iba a decir post-trindentina) de la Iglesia.
Se trata, por un lado, de un problema banal, resuelto de hecho por la praxis ordinaria de los “fieles”, pues en la inmensa mayoría de las iglesias y parroquias no te preguntan antes de comulgar si eres gay activo o divorciado vuelto a casar… pues los ministros no conocen a fieles, y si les conocen no hacen caso esos temas.
Pero es, en otro plano, el problema clave de la Iglesia: ¿Es ella capaz de crear verdaderas comunidades eucarísticas, en las que se comparta de verdad la palabra, y la experiencia de fe… y el camino cristiano? Ésta es la cuestión, en esto hay que insistir.
Éste es, finalmente, el problema real del Evangelio y de la Iglesia: La existencia de verdaderas comunidades, con ministros que broten de ella ¿qué pasa cuando un párroco tiene ocho y doce parroquias?, con verdadera identidad y autonomía. Ciertamente, el tema de las parejas gays es importante, lo que mismo que el divorcio, pero en línea eclesial viene en un segundo plano.
En la foto unos soldados argentinos comulgando antes de la batalla de las Malvinas donde, al parecer, algunos generales poco conscientes les mandaron a morir. No sé si Jesús hubiera dado la comunión a unos soldados “voluntarios” para el campo de batalla…A éstos quizá sí. ¡Ellos no tenían la culpa!
Ocho proposiciones.
1. La eucaristía constituye la culminación de la experiencia cristiana. Pero, en sí misma, no es una experiencia solamente cristiana, sino que se encuentra vinculada a la experiencia universal de comer y comer juntos, dándose la vida unos a otros y comprometiéndose a compartirla. En ese sentido, lo que está en el fondo de la eucaristía es el sacramento de la comunicación universal y concreta de los hombres y mujeres. Por eso, en un plano, es importante vincular la eucaristía cristiana con otras experiencias religiosas y sociales de amor y vida compartida.
2. Históricamente, Jesús ha podido decir en la última cena las palabras centrales de la eucaristía, en la forma en que las ha conservado la tradición de la iglesia: Esto es mi Cuerpo… Ésta es mi sangre (la nueva alianza en mi sangre). Pero el dato histórico externo puede ser discutido, pues los estudiosos no están de acuerdo sobre la forma externa de la última cena. Sea como fuere, esas palabras centrales de la eucaristía condensan de forma admirable lo que ha sido la vida de Jesús, expresada como anuncio de Reino, amor que cura y pan compartido, vino de Reino.
Por eso, sin referencia al Jesús histórico, la eucaristía “cristiana” (confesional) pierde su sentido. Sólo aquellos que quieren ser seguidores de Jesús pueden asumir con sentido la eucaristía. No se les debe pedir otra cosa, sino si quieren estar en comunión con Jesús.
3. Tal como han sido recogidas, transmitidas y celebradas por la Iglesia, esas palabras eucarísticas han sido y siguen siendo pronunciadas por el Cristo Pascual. Ellas definen y actualizan su presencia: son la herencia que él ha dejado a sus discípulos, a todos los cristianos: Decid y Haced esto en memoria de mí. Pero esas palabras sólo son del Cristo en la medida en que las dicen con su propio “yo” los mismos cristianos, el conjunto de la iglesia.
Esas palabras son el “dogma” central, la vida de la Iglesia. En esa línea, podemos añadir que sólo son cristianos conscientes y maduros, en sentido activo, los que pueden ofrecer a los demás su cuerpo y su vida (como Cristo, con Cristo, en Cristo) diciendo: ¡tomad, esto es mi cuerpo…!
4. El Cuerpo de Cristo, es decir, la Eucaristía es ante todo la Iglesia, la comunidad de los creyentes reunidos, que recuerdan a Jesús y se comprometen a seguir realizado su obra. Ellos, los cristianos reunidos y en gesto de misión, son la “res”, la realidad del Sacramento. No son los hombres y mujeres para el pan eucarísico; es el pan para los hombres y mujeres. Por eso, el pan y vino son signo-sacramento real de la presencia de Cristo y de la comunicación entre los cristianos.
Esa presencia es “real”, siendo sacramental, una “presencia materializada”, no es puro encuentro de ideas o afectos intimistas… sino encuentro total de amor en unos signos económicos/alimenticios, que expresan el compromiso de dar y recibir, de compartir la vida. La realidad de la eucaristía es, por tanto, la comunión/comunicación de vida de todos los cristianos. La eucaristía no es algo que unos (los sacerdotes) hacen en nombre de todos, sino un gesto/don de amor que hacen y son todos los cristianos.
5. Una pequeña historia. A lo largo de los siglos, las Iglesias han organizado la eucaristía de Jesús conforme a los modelos sociales y sacrales de cada tiempo. Lo han hecho bien, han conservado la eucaristía. Lo han hecho bien: han precisado el sentido “dogmático” de la celebración y de la vida cristiana, dentro de su contexto cultural, tanto en los diversos documentos de la Edad Media latina como en el Concilio de Trento.
Esa historia sigue siendo normativa para los cristianos, pero no para encerrarse en ella, sino para seguir caminando desde ella, retomando el impulso eucarístico de Jesús, cuya primera eucaristía se celebró a campo abierto (multiplicaciones), sin preguntar a nadie si era judío o no judío, sin entrar en temas matrimoniales o de homosexualidad, sino sólo si quería bendecir a Dios y compartir el pan con los hermanos.
6. La celebración solemne de la eucaristía, de un modo oficial, seguirá estando presidida por un ministro debidamente “ordenado”, que en el momento actual, en la iglesia católica, es un obispo o presbítero varón. Ese tipo de celebración seguirá siendo normativa para la Iglesia oficial, hasta que ella misma no cambie sus normas. En esa línea, es importante recordar y actualizar el pasado, un pasado definido por la organización y celebración jerárquica de una eucaristía donde los celebrantes principales sólo han sido varones y varones consagrados de un tipo especial.
Esa historia ha sido positiva, pero es necesario completarla y actualizarla, desde el evangelio, desde la experiencia actual de la vida y desde el encuentro con las restantes religiones y culturas sociales. Eso significa que puede y debe haber otras formas de celebración de la eucaristía, partiendo del evangelio y de la misma realidad de las comunidades, que nombran sus ministros, para que presidan la celebración realizada por todos, de manera que la Iglesia, siendo católica y apostólica, no está ya ligada necesariamente a obispos varones y a presbíteros célibes.
7. Volver al principio, abrir caminos. Lo que importa es la palabra-experiencia de Jesús y de la Iglesia, donde hombres y mujeres comparten el cuerpo y la sangre: la vida… Esa no es una experiencia de algunos cristianos especiales, sino de todos… Esa tiene que ser una experiencia integradora, en tres niveles.
(a) Nivel particular. Cada comunidad cristiana puede y debe organizar su eucaristía, sabiendo que todos los cristianos son ministros de ella, por el hecho de estar bautizados (ser cristianos). Todos los cristianos, varones y mujeres, pueden y deben decirse “esto es mi cuerpo… tomad…”; todos son sacerdotes por don de Cristo.
(b) Nivel de catolicidad. Las eucaristía cristianas han de estar vinculadas, formando un “cuerpo universal”, católico, mesiánico, de humanidad. En ese sentido, las eucaristías de las diversas iglesias han de estar conectadas entre sí. La función del Papa y de las autoridades centrales de la iglesia no está en imponer un tipo de eucaristía, sino en mostrar y potenciar la unidad de todas las eucaristías.
(c) La eucaristía es, finalmente, signo de apertura misionera: la Iglesia (el conjunto de iglesias) tienen que ofrecer al mundo la experiencia y realidad mesiánica del amor y del pan compartido; la misma eucaristía se expresa y traduce en forma de misión, tal como lo han puesto de relieve los textos evangélicos de las multiplicaciones de los panes y los peces.
8. La familia “normativa” de la Iglesia es la comunidad eucarística, de la que participan todos los que quieren seguir a Jesús y crear comunión en su nombre. Por eso, el problema no es que quien comparta la eucaristía pueda estar divorciado (y vuelto a casar) o sea gay activo… El problema es que se sienta vinculado a Jesús y quiera formar iglesia con los restantes hermanos, en camino de conversión y solidaridad.
Dicho esto quedan abiertos otros problemas… Problema es el divorcio: que una pareja de cristianos se rompa, por las razones que fuere; es un problema que debe tratarse con gran delicadeza, respeto y compromiso creyente… pero sin expulsar al divorciado de la eucaristía. Problema puede ser en ciertos lugares y circunstancias el matrimonio gay… pero no para expulsar a los gays de la eucaristía, sino para recorrer con ellos el camino de Jesús, que es ancho y largo.
APÉNDICE: EUCARISTÍA, AMOR MESIÁNICO
(Breve teología eucarística)
Conforme al evangelio de Marcos, los discípulos piden a Jesús que celebre la pascua Judía (cf. Mc 14, 12). Evidentemente, quieren sacrificar el cordero pascual, para formar con Jesús una comunidad limpia, de puros observantes, retomando así el amor del Dios del Éxodo, que liberó a los hebreos de su cautiverio. Jesús, en cambio, asumiendo su raíz israelita, quiere celebrar una cena distinta, una comida de Reino, expresando así, en su despedida, el sentido del amor que movido todo su camino y que ahora culmina, en un contexto de muerte cercana. De esa forma ha interpretado la Cena Jn 13-17, presentándola como diálogo de amor.
En este contexto han introducido los sinópticos y Pablo la experiencia del amor eucarístico de Jesús, que se despide de los suyos diciendo que beban en su honor la copa, pues “ya no beberé del fruto de la vida… hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios” (cf. Mc 14, 25 par). Jesús se despide sabiendo que el amor del Reino llega y así lo expresa, conforme al testimonio de la iglesia, en los signos del pan y del vino, como indican los relatos paralelos de Marcos y Pablo:
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y dando gracias, lo partió y dijo: Esto es mi Cuerpo (dado) por vosotros. De igual modo la copa, después de cenar, diciendo: Esta Copa es la Nueva Alianza en mi Sangre (1 Cor 11, 24-25).
Y estando ellos comiendo, Jesús tomó pan, bendijo, lo partió, se lo dio y dijo: Tomad, esto es mi Cuerpo. Tomó luego una copa y, dando gracias, se lo dio y bebieron todos de ella. Y les dijo: Ésta es la Sangre de mi Alianza, derramada por muchos (Mc 14, 22-24).
Ambos textos reflejan la autoridad mesiánica de Jesús, que anticipa en su vida y entrega personal la plenitud escatológica del Reino, identificándose con el pan y vino compartido en su nombre. Lógicamente, su gesto y palabra sobre el pan ha de verse en la línea de todo su mensaje, en especial de sus multiplicaciones (cf. Mc 6, 30-44; 8, 1-10): su autoridad más alta es y será el pan compartido, que ahora se vincula al vino del banquete final, y no a los peces de alimento diario de las multiplicaciones. Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Divorciados, Eucaristía, Homosexualidad, Iglesia Católica, Matrimonio
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