Del blog de Xabier Pikaza:
Navidad es Dios y niño que llora en el pesebre: Dios que gime en todos los “pesebres” del mundo, en los expulsados y hacinados, en los descartados de la vida, como animales de carga y cuchillo, fuera de las puertas de la ciudad rica cerrada en su egoísmo. Así decía ya Juan de la Cruz: Dios en el pesebre, allí lloraba y gemía (Romance de la Trinidad).
Éste es el argumento y raíz de la teología de la Navidad, que desarrollo aquí en tres puntos: (1) En la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo (Pablo), (2) y el Espíritu Santo vino sobre María (Mateo y Lucas), (3) pues en el principio era la Palabra, y la Palabra se hizo carne entre nosotros (Juan).
Quien lo sepa ya no siga leyendo. Algunos lectores podrán detenerse en el principio del texto que sigue y recoge algunos aspectos centrales de la Teología de la Biblia. Quienes deseen llegar a la raíz de las discusiones, argumentos y contra-argumentos de la Navidad pueden bajar a las notas.
1. PABLO. DIOS ENVIÓ A SU HIJO, NACIDO DE MUJER
Pablo ha vinculado dos representaciones cristológicas: (a) Jesús como Hijo de Diosresucitado, en la línea del judeo‒cristianismo helenista y del final de los sinópticos; (b) Jesús como Hijo de Dios (Palabra, Sabiduría encarnada), en una línea más cercana al evangelio de Juan[1].
Cuando el heredero es menor, aunque sea Señor de todo, no se distingue en nada del siervo, sino que está bajo tutores y administradores, hasta la edad señalada por el padre. Así también nosotros, cuando éramos menores estábamos sometidos bajo los elementos del mundo. Pero, cuando llegó la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que rescatara a los que estaban bajo la ley, para que alcanzáramos la filiación (Gal 4, 1‒4).
El Dios de la Ley se sitúa y nos sitúa según eso en una historia de infancia y sometimiento, propia de una humanidad, que no ha llegado a su madurez en libertad, pues la Ley encierra al hombre en un mundo sometido a los elementos cósmicos (la misma ley forma parte de ellos), hasta que Dios envíe a su Hijo para hacernos con él “hijos”, en y ante Dios, y libres en nosotros mismos en amor que acoge y crea, sobre toda ley opresora, cósmica o social[2].
Pablo no se ocupa de una posible identidad eterna del Hijo (como Dios separado), sino de su envío desde Dios en el tiempo, pues, de hecho, ese Hijo (nacido de mujer, bajo la ley) se identifica con Jesucristo histórico. Según eso, Pablo no ha desarrollado el tema del surgimiento de un Hijo de Dios en sí (no dice ¡Dios tiene un Hijo!), aunque esa imagen pudiera hallarse al fondo de su argumento, sino que proclama su “misión” humana, como dice Gal 4, 4: Dios envió a su Hijo… para que recibiéramos la filiación. Sólo ese envío, que culmina y se ratifica en la Pascua (cf. Flp 2, 6‒11), nos permite entender la salvación, distinguiendo las dos economías:
‒ Hubo un tiempo (estadio) de ley, cuando el hombre era siervo de Dios, sometido a mandatos y esclavizado por imposiciones, estructuras o personas opresoras. Un tipo de judaísmo concebía al hombre así, como atrapado bajo la dura ley de las obras, obligado a cumplir unos mandatos que Dios mismo le imponía desde arriba, porque él lo había querido, sin más razón ni fundamento. Era el tiempo en que unos hombres podían y de algún modo debían ser esclavizados por otros para existir (sobrevivir) sobre una tierra fundada y gobernada por violencia.
‒ Ha llegado el estado (=tiempo) final de filiación y conforme a ella viene a revelarse la vida de Dios (=que brota de su entraña), como principio de libertad fundada y avalada por el mismo Hijo divino, nacido bajo la ley, sometido a la esclavitud del mundo (cf. Flp 2, 6-11), para liberar a los esclavizados, para que sean (seamos) hijos de Dios en plenitud. Frente al sometimiento anterior se despliega así la filiación, como identidad de Jesús con Dios y como libertad para los hombres, hijos de Dios.
Dios no envía a su Hijo a modo de fantasma en su “cápsula” divina, desde fuera de la historia, sino haciendo que surja y viva como humano, nacido de mujer, de tal forma que el envío divino y la generación humana constituyen dos facetas o momentos del único despliegue y presencia de Dios. Gal 4, 4 no cita el nombre y rasgos de esa mujer (María), como harán Mt 1 y Lc 1‒2, sino que la presenta sólo como engendradora, en un plano de ley (=nacido de mujer, nacido bajo la ley)[3].
Este pasaje (Gal 4,4‒6) nos lleva al lugar donde los hombres, liberados de la esclavitud de la ley por el Hijo, pueden dirigirse a Dios diciendo ¡Abba! ¡Oh Padre! Tanto el Padre como el Hijo resultan implícitamente masculinos, pero en este pasaje se cita a la madre humana de Jesús, como “mujer”, a diferencia de Rom 1,3‒4, donde Jesús aparece vinculado al padre: “nacido del esperma (genomenon ek spermatos) de David según la carne, constituido Hijo de Dios en poder, según el Espíritu de Santidad, por la resurrección de entre los muertos” (Rom 1, 3-4).
Rom 1, 3‒4 vincula a Jesús con su padre (=antecesor) humano (Abraham, David), no con su madre, diciendo que, en el nivel de la carne (=humanidad), el Hijo de Dios nace del semen o esperma de David, en sentido simbólico fuerte, en un contexto patriarcal donde el padre/varón instaura con su fuerza generante activa la genealogía (en aquel tiempo se suponía que las mujeres no influían activamente en la generación de los hijos, sino que se limitaban a recibir, guardar y madurar en su “vientre” un semen exclusivamente masculino). En esa línea, Gal 3, 16 presenta a Jesús también como “esperma”, “descendiente” seminal, de Abraham, sin referirse a su madre, destacando así su surgimiento israelita, mostrando a sus padres humanos (Abraham y/o David) como mediadores y signo del envío divino[4].
Posiblemente, Pablo ha insistido en ese “nacido de mujer, nacido bajo la ley” para situar así a Jesús en la línea de Flp 2, 6‒11, donde se dice que Cristo se hizo esclavo, hasta la muerte, para liberar a los esclavizados por ella. En esa línea, naciendo de mujer, Jesús empieza a realizar su recorrido humano “bajo la ley”, en un mundo dominado por poderes cósmico-sociales; y lo hace precisamente para rescatar así por dentro a los que estaban esclavizados por esos poderes, bajo administradores y tutores, sin alcanzar la mayoría de edad para relacionarse libremente con el Padre.
Dios ha permitido que los hombres hayan estado, en el tiempo de su infancia, sometidos, por un tipo de ley, bajo poderes cósmicos de odio y de violencia. Pero en un momento dado, al llegar la plenitud del tiempo, él ha enviado a su Hijo (nacido de mujer, bajo una ley que le condenará a la muerte) para manifestar y revelar por él su amor, liberando a los hombres de la esclavitud del mundo y del pecado. Dios no crea a los hombres para que vivan sometidos a una ley (ni siquiera divina), sino para que crezcan, rompiendo la opresión de sus administradores o amos (Gal 3, 26‒29), viviendo de esa forma en libertad, ser ellos mismos.
Pablo sabe que hombres y mujeres, se encontraban antaño oprimidos por la ley, en régimen de sumisión religiosa. Sacerdotes y jerarcas del templo querían domarles (dominarles) con látigo de miedo, pensando que sólo el temor resguarda de los riesgos de su libertad. Pues bien, sabiendo que Cristo ha superado esa ese miedo, Pablo ha proclamado la palabra clave de la libertad: Dios ha enviado a su Hijo (¡sobre toda Ley, pues él es libertad-amor, no ley), para que, naciendo de una mujer (signo de Ley), libere a los sometidos a la ella, para que todos, hombres y mujeres (cf. Gal 3, 28), alcancen la libertad de hijos de Dios.
Esto significa que ha llegado la plenitud: ha terminado el tiempo de sometimiento, dominado por la ley; ha comenzado la era de la libertad, conforme al designio salvador de Dios que se ha querido mostrar en plenitud, como divino, siendo Padre de todos los hombres y mujeres de la tierra, en amor y no en sometimiento. Dios ha querido realizar su amor en forma humana, y por eso ha enviado a su Hijo, nacido de mujer, bajo la ley, para compartir la existencia de los hombres y mujeres, ofreciéndoles su amor (en un camino sellado por la cruz y la resurrección), de manera que los hombres ya no somos siervos, sino hijos Dios, compartiendo así su propia vida[5].
2. MATEO Y LUCAS. CONCEBIDO POR EL ESPÍRITU SANTO
Pablo no podía decir más sobre la madre de Jesús, pero, una vez que lo ha dicho (nacido de mujer, nacido bajo la ley: Gal 4, 4), ha puesto en marcha una búsqueda cristológica (teológica y antropológica) que ha sido retomado por Mt 1, 18-25 y Lc 1, 26-38 en quienes se explicita la encarnación (envío) del hijo de Dios en forma de concepción por el Espíritu. Las afirmaciones empleadas por los textos para narrar esta concepción y nacimiento, por obra del Espíritu Santo en María, son misteriosamente simples, y sólo así, de un modo simbólico, pueden y deben entenderse.
Narración de fondo
El Espíritu Santo que actúa y engendra al Hijo de Dios por María es el mismo Dios providente, que crea y anima (=da vida) a todo lo que existe, introduciéndose de un modo supeerior en la historia humana, tal como ha venido a centrarse en la concepción y nacimiento de Jesús, por medio de María[6].
Este misterio (motivo) teológico nos sitúa en el centro de la “cooperación” entre el Espíritu santo, como presencia de Dios, y la acción libre de María (mujer creyente: Lc 1, 45). Así decimos que el Dios (Padre) engendra a su Hijo eterno, por obra del Espíritu, en (por) María. Así lo han contado, en perspectivas diversas, Lc 1-2 y Mt 1-2, autores de la biografía teológica de Jesús desde su nacimiento[7].
No son biografía biológica, pues eso sería banalizarlos, convirtiendo su tema en un simple milagro externo, sino símbolo fundante de la fe, y en esa línea dicen lo esencial sobre el origen de Jesús. No son cristología primitiva que debe ser superada por afirmaciones más hondas; no son mito que debe desmitificarse, para llegar a la verdad existencial, sino narración teológica que siendo plenamente humana (contada desde la perspectiva de José y María) nos sitúan ante el principio de la revelación divina, allí donde, diciéndose a sí mismo, Dios dice (engendra) en la historia a su hijo Jesucristo[8].
Dos relatos convergentes: Mateo y Lucas
Mateo y Lucas acogen y desarrollan de un modo convergente el tema de la concepción por el Espíritu, poniendo en el centro de su atención a María, que no es simple mujer bajo la ley, sino llena del Espíritu, siendo así madre del Cristo[9].
Mateo 1, 18‒25. Más allí de patriarcalismo de la ley. Gal 4, 4 había dicho “nacido de mujer, nacido bajo le ley…”, añadiendo que la efusión del Espíritu Santo (es decir, la nueva humanidad del Reino) se vincula a su resurrección (cf. Rom 1, 3‒4). Pues bien, en contra de eso, con gran audacia, desde un fondo judeo‒cristiano, Mateo afirma que Jesús no ha sido concebido “según la ley”, sino por obra del Espíritu Santo. Ciertamente, al comienzo, a modo de proposición más oficial Mateo había dicho que el libro trata de Jesucristo hijo de David, hijo de Abraham, dentro del patriarcalismo judío (Mt 1, 1). Pero después recoge las palabras del Ángel (=Dios) que dice a José: “Hijo de David, no tengas miedo en acoger a María, tu esposa, porque lo concebido en ella es por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 20).
Leer más…
Biblia, Espiritualidad
Ciclo B, Dios, Diversidad Familiar, Evangelio, Jesús, Sagrada Familia, Tiempo de Navidad
Comentarios recientes