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“Dios y Egipto os acompañará siempre”, por Carlos Osma

Viernes, 14 de marzo de 2025

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De su blog Homoprotestantes:

Esta mañana leía en las redes una frase que no me ha dejado indiferente: «La liberación te saca de Egipto, pero el discipulado saca Egipto de ti». La verdad es que la frase no venía acompañada de una explicación, y como desconozco la experiencia de la persona que la ha compartido ni la interpretación que le quería dar, —creo que puedo intuir alguna cosa, que suscribo, pero tampoco estoy muy seguro— me he puesto a darle vueltas y he acabado hilvanando algunas reflexiones a partir de mi experiencia como cristiano gay —que un día tuvo que escapar del Egipto en el que vivía— que me dispongo a compartir con vosotras.

 La liberación te saca de Egipto…

Es cierto, es posible liberarse, romper las ataduras de lo que nos impide mostrarnos tal y como somos. O al menos, tal y como a  nosotres nos gustaría mostrarnos. Sé que no ha sido siempre así, que en algunos lugares del mundo sigue sin ser posible, y que quedan reductos en nuestra sociedad —los de las personas dependientes, por ejemplo— en los que tenemos que incidir más entre todes para que sea más fácil, o incluso posible, hacerlo. Pero para muches —si estamos dispuestas a pagar el precio que, por otra parte no es el mismo para todas— es posible salir de Egipto.

Sin embargo, en mi experiencia no hubo ninguna liberación que me sacara de allí, digamos que fue la experiencia de opresión la que me llevó a desear esa liberación. Espero que no se me malinterprete, tampoco fue la opresión la que me sacó de Egipto, ni mucho menos, fueron más bien los pasos decididos que yo hice para dejarlo atrás. Como cristiano, y leyéndolo desde la fe, creo que en todo este proceso dios jugó un papel decisivo, pero los pasitos, más pequeños al principio y más grandes al final, los di yo con mis propios pies. Con miedo, con inseguridad, cometiendo errores, pero poniendo siempre un pie por delante del otro. Bueno, no voy a negar que más de una vez di un paso hacia atrás, pero era tan angustioso lo que allí me esperaba, que no me quedó otra que caminar hacia delante.

Tampoco se corresponde con mi experiencia el individualismo con el que está formulada la frase, porque hubo personas a mi alrededor, también autores que leí, películas que vi, canciones que canté, predicaciones que escuché, asociaciones y entidades de las que formé parte… que fueron decisivas e imprescindibles para que yo pudiera percatarme de la opresión, que me dieron un empujón para salir de allí, y que me acompañaron en algunos tramos del camino para que pudiera recorrerlo. Una no marcha sola por el desierto, incluso aunque tengamos que construir el camino mientras avanzamos —porque parece que no hay camino posible—, las herramientas con las que lo construimos nos las ha dado alguien antes. Digo más, de Egipto también trajimos algunas de esas herramientas. Es importante recordarlo, y explicar a quienes están en medio de la opresión que puede ser de mucha ayuda el testimonio de quienes salieron antes que nosotras, incluso dejarse acompañar —no guiar, porque el camino de cada una es distinto— por su experiencia. 

El discipulado saca Egipto de ti

Cuando aquí hablamos de discipulado, entiendo que nos referimos al seguimiento de Jesús, y esta es la primera dificultad con la que nos podríamos encontrar: que en el Egipto del que procedemos, se supone que estábamos siguiendo a Jesús, y para los faraones de ese Egipto ahora ya no lo estamos haciendo. Mi experiencia me ha enseñado que no es fácil eso del seguimiento de Jesús, que hay muchas veces que crees que lo estás haciendo pero al final te das cuenta de que no es así, que ese Jesús al que sigues es más bien una idea, una visión determinada, una imagen idealizada que tienes de alguna cosa, o simplemente una mentira que tú misma te has dado para justificar algún privilegio. Esto es algo inherente al seguimiento, en los Evangelios por ejemplo, los discípulos de Jesús tuvieron que cambiar sus expectativas sobre el discipulado en muchos momentos. Con ello tenemos que lidiar también nosotras. Sin embargo, tengo muy claro que lo que había en el Egipto del que yo salí no era discipulado, era otra cosa: opresión, esclavitud, amenaza, intimidación, falta de empatía, humillación, mentira e hipocresía.

Por otra parte, me parece relevante destacar que en la historia del Éxodo que hemos heredado de la tradición judía, quién dirigió la liberación fue Moisés: un judío que no había sido criado en la esclavitud, sino en un palacio como hijo del Faraón. No todas las opresiones son iguales, no todas las personas lgtbiq+ hemos vivido la misma opresión, es un error creer que es así —como también negar que hay patrones generales que compartimos la mayoría—. Algunas personas por la forma o la intensidad en la que la vivieron se revelan ante ella, mientras que otras la integran en su forma de vida. Es importante no olvidar que estas últimas no nos pueden ayudar a liberarnos, por mucho que lo pretendan. Pero son a ellas a las que los faraones nos piden imitar, y las que erigen como buenas cristianas lgtbiq+ los Egiptos inclusivos.

Pero, ¿podemos realmente liberarnos? ¿O estamos condenados a vagar por nuestro desierto personal toda la vida? De hecho ninguno de los judíos que salió de Egipto pudo entrar en la tierra prometida, probablemente hubieran sido incapaces de vivir allí en paz porque tenían su mirada y su alma en el lugar del que escaparon. Bueno, en realidad solo lo hicieron Caleb y Josué, solo ellos pusieron su mirada en el lugar hacia donde dios los llevaba, solo ellos creyeron que aquel lugar era bueno, que allí podrían vivir como personas libres. Y, sin embargo, una vez instalados en su tierra prometida acabaron por repetir en nombre de su dios las condiciones de Egipto: oprimir al otro. Mientras escribo esto no puedo evitar pensar en las imágenes de destrucción y muerte en Gaza que ha dejado el ejército israelí: ¿podemos realmente liberarnos?

En cada una de las personas lgtbiq+ que he conocido bien, he visto una persona que un día, como yo, fue esclava en Egipto, y he podido percibir algunas de las marcas que esa opresión le ha dejado. Es cierto que se intenta esconder, y creo que no es bueno, que deberíamos hablar más —en los lugares y con las personas indicadas— de esas opresiones que vivimos, y que nos siguen condicionando. Pero también es cierto que a las generaciones posteriores de los israelitas que salieron de Egipto, y que habían superado aquella experiencia, los profetas les decían una y otra vez: «Acuérdate de que fuiste esclavo en tierra de Egipto, y que el Señor, tu dios, te sacó de ella con mano fuerte y brazo extendido» (Dt 5,15).

Quizás podamos sacar algo positivo de llevar dentro nuestro la experiencia de Egipto, huyendo de cualquier engaño por borrarla o negarla, o de la nostalgia por volver a una esclavitud idealizada. Y no me refiero a reproducir la opresión que allí vivimos, sino a utilizarla para tratar de conectar de una forma más humana con quienes tenemos a nuestro alrededor y están viviendo en algún Egipto que se parece —o es totalmente distinto— al nuestro. Utilizándola para aferrarnos a los espacios donde hemos aprendido a vivir liberándonos junto a otras personas.

Sé que no es una frase tan buena para poder memorizar como la que he leído hoy en las redes, pero si tuviera que escribirla bajo mi experiencia lo haría así: «Escapasteis de la opresión de Egipto en busca de una vida con mayor libertad para todes, pero dios y Egipto os acompañará siempre —no todo es fácil, ni tampoco imposible—, lo que habéis aprendido juntes en ese proceso también, y os será útil cuando tratéis de construir espacios de liberación para vosotres y para todas las demás».

Carlos Osma

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Discípulos radicales de Jesús.

Miércoles, 22 de mayo de 2024
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

 

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 “Necesitamos alimentar y fortalecer nuestra identidad como discípulos radicales de Jesús. Necesitamos profundizar en una relación personal con Él. No podemos darlo por supuesto, sino que debemos cultivar nuestra vida espiritual. Durante décadas, parece que hemos minusvalorado este aspecto. Pero en estos momentos la necesidad de una espiritualidad profunda e intensa se ha convertido en algo evidente. La dimensión mística debe fortalecerse tanto en el nivel personal como en el comunitario. La oración es imprescindible. En particular, necesitamos redescubrir la liturgia como un modo de encarnar, de manera socialmente visible, la realidad alternativa que brota de nuestro Dios. Sólo podemos promover una alternativa radical al sistema dominante si estamos enraizados en Jesucristo”.

*

Daniel Izuzquiza, sj

Enraizados en Jesucristo. Ensayo de eclesiología radical.

Sal Terrae

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Levantó los ojos…

Miércoles, 16 de noviembre de 2022
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Un día cualquiera,
cuando menos lo esperas
porque es tanto el tiempo
que llevas soñándolo,
y has previsto todos los detalles
y preparado todos los pasos, sin resultado,
resulta que Él pasa a tu lado.

Un día cualquiera,
en el que repetías, otra vez,
tus costumbres y monotonías
como quien respira sin darle importancia,
resulta que Él levanta la vista,
te ve, te llama por tu nombre,
y se te abre el horizonte…

Tu vida, tan llena y tan vacía,
no te satisfacía;
no acostumbrabas a estar en calles y plazas
y, menos, subido a higueras
que te exponían a comentarios y risas;
pero aquel día rompiste todas las rutinas…
y resulta que Él levantó la vista.

Ya en tu casa,
en la intimidad con quien se había invitado
a hospedarse y comer contigo,
te desahogas, pones sobre la mesa
tus miserias y tus promesas;
y Él levanta la vista,
te mira y te abraza.

Tú te sientes renovado,
con la vida y el destino en tus manos,
y Él levanta los ojos al Padre,
sonríe, le da gracias…
y continúa por otras calles y plazas
en busca de más hermanos y hermanas.

Y tú, no lo retienes
pero te haces discípulo
en tu pueblo, profesión y casa..
Por eso, quizá hoy Él levante su mirada,
nos vea y llame por nuestro nombre
y descubramos todo lo que Dios nos ama,
porque, aunque pecadores, nos quiere en su casa.

*

Florentino Ulibarri,
Fe Adulta

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Juan Zapatero: Con flores a porfía.

Martes, 18 de mayo de 2021
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corazonmaria“Con flores a porfía, con flores a María”. Era el canto que, llegado el mes de mayo, resonaba cada tarde, siempre al finalizar la jornada laboral, y de qué manera, en las iglesias de todas ciudades y pueblos y, cómo no, en las capillas de todos los seminarios, noviciados, centros de formación religiosa y conventos en general. Era un mes muy especial, vaya, era el mes dedicado por excelencia a cantar las alabanzas a la Virgen, figura clave en la vida cristiana en general, pero de manera muy especial en la de los futuros sacerdotes, religiosos y religiosas. Era el mes en que los campos rebosaban de vida y de belleza de manera exuberante, con sus flores por doquier y rosas, muchas rosas que adornaban todos los parques y jardines; unas rosas algunas que parecían hechas de terciopelo. Vaya, un mes en el que cantar a María resultaba fácil, muy fácil y tremendamente gratificante a nivel interior.

No se puede poner en duda el enorme entusiasmo con que en aquellos momentos se cantaba a María, porque, no en vano, como rezaba la letra del canto “madre nuestra es”.

Qué lástima que toda aquella fuerza, aquella “porfía” a ver quién cantaba más y con más vehemencia, etc., no dio como resultado un descubrimiento de María como la mujer a quien imitar como modelo de persona, de ciudadana, de madre y, sobre todo, de modelo de “confianza” en el proyecto de Jesús: “Haced lo que Él os diga”; a “Jesús por María”.

Posiblemente era debido, entre otras cosas, a que el sentimiento jugaba un papel excesivo. Y no es que el sentimiento sea malo; tampoco, por supuesto, cuando lo referimos a la religión y a la vivencia de la fe o a la expresión de lo espiritual. Sí que puede convertirse en un obstáculo para conseguir los mejores propósitos, cuando dicho sentimiento deja de ser un medio o un instrumento para quedar convertido en un fin en sí mismo: el sentimentalismo. Había demasiada sublimación en aquellos cantos; había que buscar algo, o alguien para ser más exactos, que justificara tanta afectividad reprimida o, por lo menos, mal enfocada y peor proyectada. Y qué mejor que la figura de aquella muchacha de Nazaret, en plena efervescencia de la vida, que se ofrece para ser la madre de Dios “sin conocer varón” y, por tanto, consiguiendo que su virginidad quedase “intacta”.

Era, sin embargo, una muchacha demasiado parecida a la mayoría de las que aparecen pintadas en cuadros y óleos de los mejores pintores de siempre; a las que abundan en museos, iglesias y lugares de culto. Y muy poco, en cambio, a las chicas y jóvenes mujeres que la vida nos acostumbra a mostrar por las calles de nuestros pueblos y ciudades. Y, si se me permite, nada en absoluto a esas otras jóvenes y mujeres explotadas, abusadas, violadas, maltratadas, asesinadas y un suma y sigue de ignominias a cuál más grande y peor. Era la chica ideal, “purísima doncella”, joven y guapa, tierna, que justificaba con creces todas las renuncias y más respecto no solo al goce y disfrute legítimo del sexo como parte integrante de la persona, vivido y compartido con amor; sino incluso a la relación sexual como condición necesaria en todos los seres pertenecientes a la especie animal para engendrar una nueva creatura.

Creo que lo que se ponía en juego muchas veces era una especie de urgencia y de necesidad de destacar por encima de todo la virginidad física, aunque la “virginidad de corazón” brillase por su ausencia. O, a lo mejor, se pretendía potenciar las dos, ¿por qué no?, pero con la intención de salvaguardar la primera por encima de todo. Una virginidad física, por otro lado, que apareciera como tal a la vista de todos, aunque a nivel privado pudiera estar mancillada por haberla transgredido en algún momento o estar transgrediéndola de manera habitual; eso sí, siempre de manera oculta. Era esa virginidad que concedía una especie de “estatus” superior socialmente; más aún en un país como el nuestro, en el que, por entonces, el catolicismo, y la Iglesia en concreto, gozaba de privilegios suculentos y de reconocimientos excelsos.

Qué oportunidad perdida para haber descubierto a María como verdadero modelo de fe, no precisamente como cúmulo de verdades, sino como actitud confiada en un proyecto capaz de llenar de sentido la vida “Dichosa tú, que has creído”. Como modelo de absoluta confianza en Jesús, respecto al que no tuvo el más mínimo reparo en cuanto al momento de avanzar su manifestación mesiánica. “Haced lo que Él os diga”.

Para haber descubierto, también, el valor del servicio humilde, decidido y generoso como actitud obligada y necesaria de la fe. “María se encaminó con presura hacia la montaña a visitar a su prima Isabel que estaba embarazada”.

Una María creyente en todo momento, confiada y servicial desde la actitud de mujer del pueblo; no desde una actitud de “virgen”, que más bien ha sido sinónimo durante siglos, para la mayoría de las personas cristianas, de mujer “selecta y apartada”, a quien venerar sobre todo y pedirla también intercesión para “poder sobrellevar” la vida en este “valle de lágrimas”.

Con flores a porfía, con flores a María, pues, además de madre, es, sin ningún tipo de dudas, para quienes intentamos vivir el proyecto de su hijo, nuestro mejor modelo de fe y de confianza, desde su manera de vivir como mujer, como ciudadana, como creyente.

Juan Zapatero Ballesteros

Fuente Fe Adulta

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La autonomía radical del discípulo de Jesús

Miércoles, 16 de octubre de 2019
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end.

Lc 14,25-33
José Rafael Ruz Villamil
Yucatán (México).

ECLESALIA, 04/10/19.- “Caminaba con él mucha gente…”. Con esta acotación, Lucas precisa que los destinatarios tanto de las dos sentencias como de las dos parábolas del texto en cuestión, vienen a ser aquéllos que acompañan a Jesús de Nazaret en su subida a Jerusalén: gente que camina con él, simpatizantes pues de la causa del Reino de Dios pero que no le siguen, esto es, que no han decidido ser discípulos suyos y a quienes advierte que, para serlo, es necesaria la autonomía total para enfrentar al establishment hasta las últimas consecuencias.

 Y es que resulta más que probable que quienes quieran seguir como discípulos al Galileo encuentren un escollo harto difícil de remontar en su propia familia. Y es que en la Palestina del primer tercio del siglo I, la familia suele ser un núcleo compacto que, girando en torno al paterfamilias, viene a ser una unidad de producción en la que cada miembro es como un engranaje necesario para su funcionamiento. Se trata, pues, de familias extensas en las que los varones al contraer matrimonio raramente devienen en familias nucleares, sino que se agregan al grupo aumentando, además, la fuerza de trabajo con la esposa y los hijos. Se echa de ver fácilmente que el destino de las mujeres habrá de ser el integrarse a la familia del marido en su rol de madre y de cuidadora de todo cuanto forme el menaje y la dinámica interna de la casa, o, en caso de permanecer solteras, hacer otro tanto en la propia casa.

A cambio, la familia brinda a sus miembros la seguridad económica no tanto como un asunto meramente monetario cuanto un estado de bienestar integral, a más de una posición en la sociedad estable y aceptada, asunto no menor ya que habrá de permitirle al individuo todo tipo de relaciones: transacciones comerciales exitosas, ocupación de puestos significantes en la estructura social, un matrimonio ventajoso, y más.

Ahora bien, para recibir los beneficios arriba apuntados, el individuo habrá de someterse a las necesidades de del núcleo doméstico y a los roles que le sean asignados en función de cubrir dichas necesidades. Dicho de otro modo, la autonomía personal resulta prácticamente impensable, a menos que medie la decisión de desafiar el peso de una institución que, para su propia supervivencia, acaba siendo harto conservadora e inmovilista. Tal desafío produce una situación de rechazo no sólo familiar sino también social: bien lo sabe Jesús habiendo constatado el repudio tanto de su familia como de sus coterráneos cuando, después de abandonar su rol de tékton —trabajador manual de piedra, madera y metal— en un alarde de autonomía radical, regresa a Nazaret como predicador itinerante.

Es por todo lo anterior que Jesús de Nazaret habla de “odiar” a la propia familia de una manera tan radical cuanto chocante. No cabe, empero, escándalo si se considera que Lucas respeta el giro semítico derivado del arameo de Jesús que suele expresar por un contraste —brutal para la sensibilidad contemporánea— lo que nuestras lenguas dicen por un comparativo de preferencia.

En cuanto a la cruz puede decirse que, de un modo análogo al rechazo que experimenta quien toma distancia del núcleo familiar por abrazar un proyecto autónomo, es la manera con la que Roma, que domina la Palestina de entonces, castiga a quienes manifiestan su autonomía frente a los requerimientos del Imperio. Así, la cruz se convierte en el destino final de quienes el poder romano considera sediciosos, esto es, todo aquel judío —más aún si es galileo— que muestre su desacuerdo u oposición a la ocupación. Así, el hablar de libertad, dignidad, autonomía, igualdad, justicia, en una palabra, optar por la fidelidad a la voluntad del Yahvé de Israel, acaba siendo sinónimo de sedición y, por consiguiente, de muerte en cruz. Una vez más, la experiencia de Jesús, sabedor de las crucifixiones ejecutadas por el Imperio, le permite prever con objetividad cuál puede ser el horizonte existencial de él y de quienes le siguen.

De este modo, la exigencia del Maestro de analizar y reflexionar antes de seguirle —tal como la propone en las parábolas de la construcción de la torre y de la guerra— muestran a un Jesús consciente de lo que supone ser discípulo suyo y que, lejos de engañar, invita al realismo. Y no vale pensar que lo hace con una invectiva contra la familia como si de un inadaptado social se tratase, ni mucho menos con un ofrecimiento de sufrimiento derivado de un masoquismo estéril. La decisión por el seguimiento de Jesús de Nazaret como discípulo trae consigo la propuesta —por demás seductora en cualquier caso de sometimiento— de la autonomía adulta a la que tiene derecho todo ser humano por el mero hecho de serlo, a pesar del costo que suponga la desaprobación y el rechazo de cualquier institución.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Un manto, una caricia”, por Magda Bennásar.

Miércoles, 10 de julio de 2019
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Hoy casi todos los términos del seguimiento están devaluados… ¡una pena! Somos muchas personas las que en estas fechas revivimos y renovamos años de entrega. En mi caso, estos días celebro mi entrada en una comunidad, como concreción de un seguimiento radical a Jesús y su misión, hace muchos años. Las sensaciones, los recuerdos, los sentimientos siguen vivos y muy presentes.

Mejor compartirlo desde su Palabra: Las lecturas de estos días nos hablan de un manto, el de Elías sobre Eliseo, y de “dejarlo todo por el Reino” en el NT. Todo habla de… para un@s de radicalidad difícil, para otr@s de Amor incondicional, de fidelidad, no fácil, pero gozosa porque lo que celebramos es que Dios es fiel y esta es la buena noticia.

Ese manto (1Reyes 19,19) lleva días acompañándome. En el contexto bíblico es un gesto simbólico de elección, de unción para la misión, de propiedad personal, no en un sentido posesivo sino de amor. Esa prenda es como una caricia. Simboliza una pertenencia abierta, rica, sagrada para una misión universal.

El manto capacita, empodera para ir a la otra orilla a aprender. Porque cuando sientes ese manto sobre tus hombros lo primero que comprendes es que se te invita a una tarea profética, y esa comunidad profética que te echa el manto, te invita a aprender a canalizar la llamada de Dios a que seas profeta en tu momento histórico, en tu contexto cultural y cultual.

El manto se convierte en ese abrazo de Dios que te empodera para cruzar el desierto, tantas ausencias, y siempre saberte y sentirte amada, elegida, enviada.

Muchos quieren quitarte el manto, pero no lo consiguen, porque por mucho que tiren de él no desaparece, ya que se va convirtiendo en tu propia piel. Alguien muy querido, una religiosa norteamericana con quien trabajé en pastoral universitaria, y que falleció el año pasado- mi homenaje a ella- me dijo una vez “tienes la vocación hasta en la médula de tus huesos”, gracias Kathleen; era un momento difícil, querían arrebatarme el manto: la fuerza y seguridad que me daba la llamada, sus palabras disiparon miedos, dudas sembradas por personas mediocres, ella tenía su manto muy dentro, y su vida marcaba, su manto era hermoso.

Otros quieren darte otro manto, más tal o cual… pero ¡no! el manto es tu propia vida, y no puedes sino mantenerte pegada a ella; lo otro sería morir en vida. Perder tu manto sería perder tu ser, tu tiempo de amar y vivir desde una experiencia única, en un momento histórico único, y sin saber con cuánto tiempo cuentas. Otro homenaje aquí a alguien, un querido amigo sacerdote que también ha fallecido hace dos meses, demasiado joven. John siempre defendió mi manto, defendió y canalizó la energía que el manto me daba. John protegía mi manto porque entendía el suyo, y lo amaba. Difícil creer que ambos, bastante jóvenes, se hayan ido. Pero dejaron una impronta increíble porque llevaban sus mantos con elegancia y sencillez. ¡Gracias!

El manto te cubre, te protege, te envuelve. Está en forma de presencia que acompaña siempre. Está en la noche y en el día. Está dentro y fuera. Es como el aire sin el que no puedes vivir porque impulsa el latido de todo.

Y ¿Cuál es la tarea para la que te capacita esa presencia, ese aliento y caricia? No quiero ser ni ingenua ni optimista. Sí sincera, desde mi perspectiva y con sencillez, abierta al diálogo y al cambio, creo que la respuesta está en colaborar con el nuevo paradigma al que somos abocados.

¿Sus bases? No luchar contra lo que tenemos sino invertir toda la sabiduría y fuerza en crear un nuevo estilo de vida, basado en una nueva historia: la historia de un Dios que echa el manto sobre las personas y sobre el planeta y nos dice “amaos” “convivid”, tenéis la misma vocación, la vocación a la vida, a ser vida, a dar vida.

El tiempo de verano puede ser también tiempo de reflexión en diálogo con la naturaleza. Escucharla para entender sus heridas causadas en gran parte por nuestra generación. Nuestro estilo de vida ha herido la Vida en todo. Las consecuencias las estamos palpando todos, pero sobre todo las sufren los que menos las causaron. Ante esta injusticia el “manto profético” nos suplica que busquemos soluciones reales porque Dios está en la Vida y en los, las y lo que sufre.

Ojalá el manto nos permita danzar con los pies descalzos sobre la hierba de la creación, fresca, recién estrenada, y todos veamos que “es muy bueno”. Su caricia está en todo.

Gracias por echar tu manto sobre mis hombros. ¡Es un honor!

Magda Bennásar Oliver

Fuente Fe Adulta

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El empeño (o tozudez) del discipulado

Miércoles, 19 de septiembre de 2018
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Levantarse de nuevo, ponerse las zapatillas y caminar con el empeño cariñoso de recuperar algunos fragmentos de épocas pasadas.

El discipulado del Maestro es algo que apasiona (dice X. Quinzá que lo que apasiona “se padece”), y no siempre se logra con puños, a cabezazos contra la noche.

Pero sí es empeño avanzar por el camino, con zapatillas o descalza, a oscuras o alumbrada. El amor y la entrega (sinónimos la mayor parte de las veces) necesita de nuestra tozudez para avanzar, o para salir a flote.  Difícilmente se termina aquello que renuevas con frecuencia, aquello que alimentas o llenas de vigor.

Aun en la indiferencia y el anonimato pesa el hecho de permanecer en la decisión. Ya llegará el momento en el que fragüe el cemento que ha estado tiempo dando vueltas. Necesita rocas vivas que unir.  Argamasa que vincula piedras y construye edificios, vidas,…

¿Dónde está el equillibrio entre la gracia, el regalo, y la tozudez del amor? ¿En qué momento hay que ceder, dejarse llevar, aceptar? ¿En qué otro es necesario actuar hasta cansarse, aun sin resultados sensibles?

Primero es la pregunta, cierto, pero el acto de dar la respuesta es libre, es de cada cual.

El deseo despierta este cuerpo

levemente fatigado.

No es tiempo, no son horas para el descanso.

Pero tú apremias: ¡vamos, levántate!, ¡te aguardo!

Silencio alrededor.

Silencio, cuánto, en el interior.

Un encuentro en la noche que no ha muerto.

Un espacio lleno de vida acoge otra presencia.

¿Quién busca a quién?

Ya no hay cabida para ese verbo.

Hay espera,  hay confianza.

Simple compañía disfrazada de ausencia.

Dos viejas conocidas:

tu entrega y la mía.

    (A.A)

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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