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Viviremos en la “amable memoria” de Dios. Todos los Santos.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. Todos los santos: todos los difuntos.

Estos dos primeros días de noviembre celebramos la fiesta de todos los Santos y el día de Difuntos, que probablemente son como dos caras de la misma moneda. Son días en que recordamos a todos los seres humanos que nos han precedido en la historia, que han construido la historia y gozan ya de la bienaventuranza, son bienaventurados en  Dios.

02.- ¿Cómo entender estas cosas?

¿Qué pensar y creer  acerca de todo esto?

Respecto del “más allá” conviene que apaguemos nuestra curiosidad. Saber del “más allá” en el sentido de ciencia, no sabemos nada, aunque esperamos mucho, lo esperamos todo.

Siguiendo a San Pablo, tal vez nos baste con saber que nuestro lugar es Cristo. Viviremos, seremos en Cristo. Acerca de cómo habrán de ser estas cosas, dónde serán, no sabemos nada. No podemos pretender hacer una descripción del futuro. La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro.

La escatología, los novísimos no son un reportaje anticipado del futuro. Acerca del final nadie sabe nada, sino solamente Dios. (Mc 13, 32).

Pensemos y descansemos en que el final es Cristo. La Escatología es la conclusión de la Cristología. Esta es la afirmación fundamental de nuestra fe y de nuestra esperanza: Cristo resucitado.

Viviremos en Cristo, seremos en Cristo.

03.- Fiesta es de esperanza:

Todos los Santos” es una fiesta que alienta nuestra esperanza tanto por los que se han ido, como para los que también nos iremos.

El final -la finalización- de la existencia humana y de la historia está en Dios, que es un Dios de vivos y no de muerte.

Teilhard de Chardin decía que caminamos hacia el punto “omega”, hacia la cristofinalización.

04.- ¿Qué pensar y qué podemos creer y, sobre todo, que podemos esperar de la vida y de la muerte?

¿Cómo son estas cosas acerca de la muerte, del después de la muerte?

Vaya por adelantado que vivimos en una docta ignorantia.

Podemos pensar que todo el don escatológico, toda la salvación acontece en el tránsito de la muerte a la Vida.

No vemos nada, nunca en estas cosas se ve nada, pero tenemos la confianza del “hoy” estarás conmigo en el Paraíso. En la muerte nos encontramos -encuentro- con JesuCristo, con Dios. Al morir a este tiempo Dios Padre nos recoge; acoge nuestra vida, nuestra persona  y nos devuelve la vida de alguna manera que, siendo honestos, hay que decir que no sabemos absolutamente nada. Nuestro lugar definitivo es Dios.

05.- ¿Qué pensar del purgatorio?

No pertenecen a la fe cristiana las categorías de tiempo y espacio.

No hay porqué pensar que después de la muerte haya un “lugar”, un sitio y un tiempo lo más parecido a una depuradora o, peor, a un campo de concentración donde purgamos y pagamos las últimas facturas pendientes de la vida.

Esto es puro aparato conceptual -puras ideas- que en ningún momento estuvieron en la fe de Jesús. No hay un sólo texto en la Escritura que justifique el purgatorio como lugar.

Dios no es un contable que no deja pasar ni una. Dios no es un sanguinario que no perdona absolutamente nada. Cuando Dios perdona por su hijo Xto., perdona totalmente. Dios no hace como nosotros: perdona pero no olvida. Cuando Dios perdona, perdona y no nos espera para que paguemos las últimas letras en el más allá.

El purgatorio como plenitud

Los seres humanos morimos con algunas dosis de mal y, al mismo tiempo, morimos sin haber realizado, sin habernos realizado en muchas facetas de nuestra personalidad y de nuestra vida.

Pero para solucionar esto no hace falta inventarse una sala de torturas: el fuego no tiene ningún valor de realización de la persona. Por el hecho de quemarse -suponiendo que hubiera un fuego- nadie mejora.  El fuego no tiene ningún valor perdonador, ningún valor personal, ninguna realización.

En un sentido poético (místico) la llama de amor viva, que decía S Juan de la Cruz es la que nos llena la vida de calor y amor, pero no de castigo.

Podemos pensar que cuando una persona muere, cuando morimos nos encontramos con Cristo y con Dios y ese encuentro es suficientemente perdonador y realizador. De manera que el purgatorio no es un lugar, ni un tiempo, es un encuentro. Como el padre recibe al hijo pródigo: el purgatorio es eso: entrar en la casa del Padre, celebrar la fiesta, el banquete. Es de muy mal gusto y de peor corazón la imagen del purgatorio como si fuese un infierno en pequeño o un campo de concentración…

Así pues, podemos pensemos y esperemos que todo acontece en el momento de la muerte: cuando morimos, nos encontramos con Cristo y así somos  purificados (purgatorio) y plenificados, (divinizados) salvados.

06.- ¿Qué sentido tiene la oración por los difuntos?

La oración por los difuntos tiene pleno sentido y se entiende en el momento de la muerte y en la vida de la comunidad cristiana: la familia, la comunidad, el pueblo, la parroquia, los amigos, los compañeros de trabajo oran y presentan al que ha muerto a Dios para que lo acoja en su casa: “recíbelo, Padre, junto a Ti y concédele ya el descanso eterno y la vida plena”.

Lo que no tiene tanto sentido es perpetuar esa oración  por los difuntos. Muchas veces pensamos que cuantas más misas mejor, porque en el fondo es un desconfiar de Dios. Por eso muchas veces se ha vivido y hoy  tampoco estamos libres de una mercantilización de las misas, de las indulgencias: ¿quién puede pagar una oración y comprar la salvación? Las misas y los sacramentos no se venden, ni se compran: las misas no se pagan. El dinero hace daño siempre y también lo ha hecho en estas cosas.

No pensemos, pues, que los difuntos por quienes se ofrecen muchas misas, bien por riqueza, bien su status político o eclesiástico: no pensemos que esos difuntos tienen la salvación más segura o más rápida que muchas personas anónimas, muchos seres humanos que mueren en la más absoluta soledad y abandono y no tendrán nunca una oración. Nosotros podremos hacer acepción de personas, pero para Dios todos somos iguales y todos llegamos junto a él por igual.  Este estado de cosas entiende que la oración y las misas por los difuntos es como una cuenta corriente, cuanto “mayores cantidades”, mejor.  (¿)

En la muerte, es bueno que recordemos a nuestros difuntos, es sano evocar su memoria, oremos con o a nuestros difuntos, pero, a partir de la muerte, recordemos y oremos ya recordemos y oremos a y con nuestros difuntos.

07. – Comunión de los santos

Algo de esto es la comunión de los santos. Una solidaridad en el recuerdo, en la fe, en la esperanza. Ellos son los que  oran por nosotros.

¿Cómo la iglesia del cielo no va a orar por esta iglesia que peregrina por la vida? Nuestros padres, hermanos, amigos, compañeros oran por nosotros, nos recuerdan, nos animan a seguir hacia ti, morada santa.

08.- Esperanza.

Todo ser humano puede vivir y morir confiando y confiado en la bondad de Dios. Todos morimos en la misericordia de Dios. Dios nos salva a todos porque nos ama y porque para Dios no hay nada imposible. En esa vida de Cristo y con esa esperanza recordamos a esa muchedumbre inmensa de todo pueblo y nación, que han pasado por la gran tribulación de la vida y que han sido recibidos por Cristo en el que descansan y viven bienaventurados. Descansan en la paz del Señor.

Tengamos la esperanza de que viven junto a Dios celebrando ya la fiesta de la vida definitiva y en esa santa esperanza vivamos y, cuando nos llegue el momento, muramos en el Señor.

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La Presencia.

Martes, 29 de octubre de 2024
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Del blog de Pedro Miguel Lamet:

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Liberarse de la red del pensamiento

Despójame del yo que runruneaen mi mente y calla la querenciadel cuento que me cuento cada día,

LA PRESENCIA

“Si no hablas, tu palabra será la de Él.
Si no tejes, Él te tejerá”.
Rumi

Como una red me envuelve el pensamiento,
el ayer y el mañana, lo vivido,
y ese miedo a perder lo más querido
que el futuro me trae al sentimiento.

Vivo en una telaraña al viento
que yo mismo tejiendo he esparcido
por culpa, miedo y llanto que no olvido
sin disfrutar del instante y este aliento.

Despójame del yo que runrunea
en mi mente y calla la querencia
del cuento que me cuento cada día,

para ir más allá de quien desea,
y, perdido en el mar de tu Presencia,
halle el ser en tu Ser el alma mía.

*

Pedro Miguel Lamet

***

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“Sentados junto al camino”. 30 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,46-52)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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51-30_1480683En sus comienzos, al cristianismo se le conocía como «el Camino» (Hechos de los Apóstoles 18,25-26). Más que entrar en una nueva religión, «hacerse cristiano» era encontrar el camino acertado de la vida, caminando tras las huellas de Jesús. Ser cristiano significa para ellos «seguir» a Cristo. Esto es lo fundamental, lo decisivo.

Hoy las cosas han cambiado. El cristianismo ha conocido durante estos veinte siglos un desarrollo doctrinal muy importante y ha generado una liturgia y un culto muy elaborados. Hace ya mucho tiempo que el cristianismo es considerado como una religión.

Por eso no es extraño encontrarse con personas que se sienten cristianas sencillamente porque están bautizadas y cumplen sus deberes religiosos, aunque nunca se hayan planteado la vida como un seguimiento de Jesucristo. Este hecho, hoy bastante generalizado, hubiera sido inimaginable en los primeros tiempos del cristianismo.

Hemos olvidado que ser cristianos es «seguir» a Jesucristo: movernos, dar pasos, caminar, construir nuestra vida siguiendo sus huellas. Nuestro cristianismo se queda a veces en una fe teórica e inoperante o en una práctica religiosa rutinaria. No transforma nuestra vida en seguimiento a Jesús.

Después de veinte siglos, la mayor contradicción de los cristianos es pretender serlo sin seguir a Jesús. Se acepta la religión cristiana (como se podría aceptar otra), pues da seguridad y tranquilidad ante «lo desconocido», pero no se entra en la dinámica del seguimiento fiel a Cristo.

Estamos ciegos y no vemos dónde está lo esencial de la fe cristiana. El episodio de la curación del ciego de Jericó es una invitación a salir de nuestra ceguera. Al comienzo del relato, Bartimeo «está sentado al borde del camino». Es un hombre ciego y desorientado, fuera del camino, sin capacidad de seguir a Jesús. Curado de su ceguera por Jesús, el ciego no solo recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero «seguidor» de su Maestro, pues, desde aquel día, «le seguía por el camino». Es la curación que necesitamos.

José Antonio Pagola

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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 27 de octubre de 2024. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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27.10.24. 30º dom.TO. Hijo de David, ten compasión de mí (Mc 10, 46-5)

Domingo, 27 de octubre de 2024
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IMG_8259Del blog de Xabier Pikaza:

Con un milagro de ciego había terminado la sección anterior del mensaje en Galilea (Mc 6, 6b-8, 26): Jesús había abierto los ojos de un hombre de Betsaida (quizá símbolo de Betsaida Pedro y de todos sus discípulos) a fin de que pudieran comprender el sentido de su Reino y seguirle en el camino (8, 22-26).

Ahora, al final de esta nueva sección (8, 27-10, 52), después de exponer los rasgos de entrega que supone el evangelio, ante la dificultad reiterada de sus discípulos, Marcos vuelve a presentar a otro ciego, curado esta vez en el camino (10, 4652).

Sin duda, ambas escenas (8, 22-26 y 10, 46-52) están entrelazadas. Los que quieran entender y seguir a Jesus han de pedir que cure sus ojos, como pidee Bartimeo a las afueras de Jericó donde Jesús ha entrado, para salir luego de modo inmediato, pasando a la vera del camino donde él se encuentra está pidiendo limosna

(a. Un ciego). 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

(b. Maestro, que vea)49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista.

(c. Curación y seguimiento). 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino [1].

 Ésta escena, rica de contenido, puede dividirse en tres partes. Es posible (muy probable) que en su fondo haya un recuerdo histórico, vinculado a la ciudad de Jericó y a un ciego llamado Bartimeo, a quien ayudó Jesús. Pero Marcos lo ha convertido en un “texto bisagra”, con el que termina esta sección de los anuncios del camino (8, 28-10, 50), para comenzar las dos nuevas secciones de la acción y pasión de Jesús en Jerusalén (Mac 11-13 y 14-15).

Siendo un “paradigma” (enseñanza de tipo universal), este pasaje recoge el recuerdo de un gesto muy concreto del fin del camino de Jesús, su último milagro (la resurrección de 16, 1-8 no será ya un milagro), en el que se condensan y culminan de algún modo todos los anteriores.

Este mendicante de Jericó representa a la humanidad entera, condenada a la ceguera, al borde de un camino de peregrinación que él nunca podrá recorrer subiendo a Jerusalén, pues no ve. Es la humanidad oscurecida, que vive de limosna al borde de una ruta santa que, para él, no lleva a ninguna parte.

Es un marginado, que vive (sobrevive) de pequeñas limosnas, pero está atento y se preocupa por saber quienes pasan, y de esa forma mantiene una esperanza. Quizá pudiera decirse que se encuentra a la espera del Mesías, que debe pasar por allí, como pasó Josué en otro tiempo (cf. Jos 6), para “conquistar la tierra”. Está en el fondo, a la espera de Jesús, que le “recupera” para el Reino.

10, 46-48 ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Pasar por Jericó (10, 46a). El comienzo del texto resulta, por lo menos, enigmático. Jesús y sus acompañantes llegan a Jericó donde no se dice si entran, ni el tiempo que permanecen, ni lo que hacen. El texto añade inmediatamente que, cuando salía de Jericó con sus discípulos, empezó a gritarle un ciego que se supone conocido (se le llama Bartimeo, el hijo de Timeo…), con el que sigue la escena del milagro (10, 46). Lógicamente podemos y debemos preguntarnos: ¿Por qué dice Marcos que Jesús entró en la ciudad? ¿Qué hizo allí? Se han dado dos respuestas básicas.

  (a) Algunos suponen que una redacción anterior del pasaje debía recoger lo que Jesús hizo en la ciudad. En este contexto se suele aducir el Evangelio Secreto de Marcos donde se afirma que Jesús había entrado en Jericó, añadiendo: “Y estaban allí la hermana del joven a quien amaba Jesús, y la madre de éste y Salomé; pero Jesús no las recibió”.

La tradición recordaría, según eso, una escena de la entrada de Jesús en la ciudad, que ha sido ignorada por el texto actual de Marcos. Pero, como he dicho en la introducción al Comentario de Marcos introducción, ese “evangelio secreto” parece posterior, lo mismo que la referencia a un encuentro de Jesús con la familia del pretendido discípulo amigo de Jesús, sería un añadido tardío, para encuadrar las “escenas” de ese evangelio secreto (cf. comentario a 14, 51-52).

(b) Resulta más verosímil pensar que Marcos recoge simplemente la tradición según la cual Jesús y sus acompañantes pasaron en Jericó el día de sábado, como hacían muchos peregrinos galileos, que descasaban allí el día santo, para ponerse en marcha el primero de la semana (el domingo actual), muy temprano, para cubrir así los casi treinta kilómetros de fuerte subida y llegar a Jerusalén al comienzo de la tarde (¡sería en nuestro computo actual el Domingo de Ramos).

Ese descanso del sábado en Jericó era un detalle bien conocido, de manera que no era necesario destacarlo. Allí descansó, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, pero a Marcos (preocupado de otra forma por el sábado, como hemos visto en 2, 23−3, 4) no le interesó conservar ese dato, por lo que se limita a decir que llegó a Jericó y que salió.

 Sea como fuere, el “milagro” del ciego está situado precisamente en ese momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias,  2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14). Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con la gente e inicia el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como pronto indicaremos.

Un ciego a la espera (10, 46b-47a). No es sin más un ciego, sino un ciego sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino.

Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).

En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando se dice que  los discípulos podrán  a Jesús de nuevo en Galilea, si van allí como les dicen las  mujeres de la pascua.

Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús. Pero entonces la escena quedaba truncada. Jesús mandaba al ciego que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y seguir con presteza a Jesús en el camino.

Evidentemente, este ciego no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores. A la salida de Jericó, a la vera del camino pascual, está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.

Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).

Al invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está confesando de algún modo como “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.

Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador.

Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial: PEDRO  llamaba a Jesús “Cristo”, pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros; Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. Marcos acepta aquí ese matiz del título “Hijo de David”, aplicándolo a Jesús; pero, después, en la gran controversia de 12, 25-37, lo rechaza, porque rechaza el mesianismo de poder, como veremos comentando con detalle ese pasaje [2].

Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), , sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén.

Este ciego pide ayuda, pero la gente que acompaña a Jesús quiere que calle, que no estorbe. Piensan que Jesús ha de ocuparse de otros temas y problemas más urgentes, como se suponía en el caso de los niños (10, 13); piensan que en esta última etapa de subida a Jerusalén nada ni nadie puede estorbar a Jesús. Por eso los acompañantes piden al ciego que calle: ¡no estorbes! [3]

 10, 49-52a. Tu fe te ha salvado

49 Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron entonces al ciego, diciéndole: Animo, levántate, que te llama. 50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús. 51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti? El ciego le contestó: Maestro, que recobre la vista. 52 Y Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado.

Otros le piden o, mejor dicho, le exigen (emetimôn) que calle. ¿Por qué? Quizá porque les estorba y no quieren escuchar sus gritos.Pero es mucho más probable que le impidan gritar precisamente porque llama a Jesús abiertamente ¡Hijo de David!, en el sentido de pretendiente mesiánico. Jesús había mandado callar a Roca y a sus discípulos, cuando le dijeron que era el Cristo (8, 30). Es evidente que ahora esos discípulos tengan que impedir que este ciego grite de esa forma ante el paso de Jesús el Nazareno (ho Nadsarênos), nombre que puede tener connotaciones mesiánicas (como he puesto de relieve al estudiar Mc 6, 1-2 en mi comentario de Marcos).

Podemos suponer que le mandan callar precisamente porque invoca a Jesús como Hijo de David (nazareno), apelando de esa forma su “dignidad mesiánica”, en un momento de gran tensión (la última subida hacia Jerusalén). Pero es más probable que le manden callar porque piensan que su forma de invocar a Jesús no es la apropiada: ¡Jesús no debe ocuparse de un ciego, mendigo, impedido, en el camino! ¡Tiene otras cosas que hacer, otros problemas que resolver en esta última subida!

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El mendigo que no quería dinero. Domingo 30 ciclo B

Domingo, 27 de octubre de 2024
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jesus-y-el-ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

            En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.

            En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.

Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.

Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.

Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Esto último es lo que ocurrió.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

-“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

-“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

-“Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

-“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

-“¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

-“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

-“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

           Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

            Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.

            En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

 Otros detalles interesantes del relato

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura: Jeremías 31, 7 – 9

            El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

          La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén.

Así dice el Señor:

“Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

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“Ceguera”. Domingo XXX del Tiempo Ordinario. 27 de octubre de 2024

Domingo, 27 de octubre de 2024
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“Jesús le dijo: – ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó: – Maestro, que pueda ver.”

(Mc 10, 46-52)

El domingo pasado Jesús les hacía esta misma pregunta a dos de sus discípulos: Santiago y Juan.

Jesús se muestra disponible: “¿Qué quieres que haga por ti?” Nos invita a expresarle nuestras necesidades, porque al expresarlas pueden empezar a sanar.

Bartimeo era ciego y era evidente. Pero también Santiago y Juan estaban ciegos. Incluso los otros diez andaban mal de la vista. Sin embargo solamente Bartimeo era consciente de su ceguera y por eso le pide a Jesús: “-Maestro, que pueda ver.”

Estamos acostumbradas a leer la Biblia a trocitos y está muy bien para unas cosas. Nos ayuda a meditar sobre un aspecto concreto, pero si nos conformamos con esa lectura perdemos la visión de conjunto.

Los evangelios que venimos leyendo los últimos domingos forman una unidad que está pensada para hacernos caer en la cuenta de nuestra propia ceguera.

Desde finales del capítulo 8, Marcos nos está mostrando el camino que tiene que recorrer el Mesías. Y es un camino que atraviesa el sufrimiento.

Jesús anuncia por tres veces su pasión mientras intenta hacerles comprender a sus discípulos lo que significa el seguimiento.

Al final de toda esta enseñanza y después de tres anuncios de la pasión queda clara una cosa: los discípulos no han entendido NADA. Dos de ellos le piden puestos de honor y los demás se enfadan.

Jesús se acerca a su pasión y sus discípulos están cada vez más lejos. Aquí aparece Bartimeo. Es un Icono de Esperanza. Un resquicio de Luz.

Alguien está empezando a comprender… Bartimeo se da cuenta de su ceguera. Oye hablar de Jesús pero todavía no puede ver al Mesías.

Bartimeo es el modelo de discípulo porque quiere ver y cuando recobra la vista sigue a Jesús por el camino.

Y nosotras, ¿somos conscientes de nuestra ceguera? ¿Dónde tenemos puesta nuestra mirada? ¿En nuestro propio ombligo como Santiago y Juan? ¿En lo que hacen los demás como los otros diez? ¿O queremos ponerla en Jesús como Bartimeo?

Oremos

Maestro, que recobre la vista.

El evangelio de hoy quiere ayudarnos a descubrir nuestra ceguera, ¿le dejamos?


*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

***

 

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Tú puedes ver, lo único que tienes que hacer es abrir los ojos.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ciego

DOMINGO 30º (B)

Mc 10,46-52

Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos. Lucas sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mateo habla de dos ciegos, pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después de este relato el evangelio da un quiebro. Lo acontecido en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta aquí. No es una crónica de algo que pasó. Es teología narrativa. Todo son símbolos mesiánicos.

Este relato tiene poco que ver con los anteriores que propone Marcos. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; no rechaza el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio. Una vez que Marcos ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como suele pasar en los evangelios todo son símbolos, incluida la ciudad de Jericó.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. La sociedad había asignado al ciego su papel, pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. “Hijo de David” era un título equivocado; suponía un Mesías que se impondría por la fuerza, pero a Jesús ya no le importa, no le manda callar, sino que se implica vitalmente para sacarle de la situación.

Le regañaban para que se callara. Los demás no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como si le dijeran: en la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar. Aguanta y calla. Era el sentir del pueblo judío. “La gente” significa, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen hoy a Jesús, pero no descubren la necesidad de emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Marcos: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

¡Llamadlo! En menos de una línea se repite tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de distinta manera. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía y da el salto, aunque no ve. El manto que había sido hasta el momento su única protección, se convierte en estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro que se realiza antes del milagro.

¿Qué quieres que haga por ti? La pregunta no tiene ningún sentido, pero pretende que el ciego tome conciencia de su situación. ¿Qué va a querer un ciego? La pregunta que le hace Jesús es la misma que el domingo pasado hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal. ¿De verdad quiero salir de mi ceguera? ¿O me encuentro tan a gusto con ella?

¡Que pueda ver! Jesús provoca este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante. Este grito es el centro del relato, siempre que no nos quedemos en lo físico. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Marcos deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús será siempre cosa de minorías. La multitud que seguía a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado lo que Jesús les viene proponiendo una y otra vez. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús, le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos. Los discípulos demuestran, una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue sin pensarlo dos veces.

Ya en la lectura de Jeremías encontramos el mismo mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir, a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria está en los que mandan callar al ciego. Lo repetimos todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. Ignorar la miseria que hay a nuestro alrededor es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios rechazaba todo lo defectuoso.  Nietzsche no pudo soportar ese cambio, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lucas, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios, pero la cruda realidad es que nos preceden en el Reino. ¡Qué difícil es para nuestra racionalidad aceptar esta verdad!

La escala de valores que nos propone el evangelio, no sólo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús, que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Disfrutar al estilo de Jesús.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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ob_4ae4c9_jesus-guerit-bartimeeMc 10, 46-52

«Muchos le increpaban para que callara, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”…»

El fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible y nos ayudan a conocerle mejor.

La primera se produce a su llegada. Al parecer, la fama de Jesús ha llegado hasta Judea, y muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibirle. Podemos imaginar a los notables del pueblo compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta de Galilea, y podemos imaginar, también, su estupor al ver que él los ignora y se invita a la casa del jefe de los publicanos, Zaqueo; el hombre más rico y más odiado de la ciudad.

No le conocen y quedan escandalizados. No saben que los más importantes para él no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados; necesitados de salud, de dinero o de estima. Tampoco saben que no tiene reparo alguno en que le vean en compañía de personas despreciadas por la sociedad si con ello consigue liberarles de la vergüenza, la humillación y el sentido de culpa que con tanto ahínco fomentan en ellos los tenidos por buenos. «Yo no los desprecio –parece decir a todos– porque lo importante son las personas».

La segunda escena que nos brinda el texto de hoy es su salida hacia Jerusalén. Podemos volver a imaginar a los importantes apretujándole y agobiándole a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras… pero en la puerta del Oeste se produce un suceso que da al traste con su pretensión.

Y sucede que Bartimeo, mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comienza a gritar con todas sus fuerzas: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». Algunos de la comitiva le reprenden porque está atrayendo la atención de la gente y desluciendo el fasto, pero cuanto más le riñen, más grita él. Aprietan el paso para evitarle, pero Jesús le escucha, se detiene y da una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobra la vista y le sigue loco de alegría por el camino de Jerusalén.

El primer día de su paso por Jericó es un pecador público el que capta su interés por encima de todos los personajes notables, y ahora es un empecatado ciego que a nadie le importa… excepto a Jesús. Ése es su estilo; un estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se le acerca, extiende la mano y le toca para sanarlo; o el de la viuda pobre que deposita su monedita en el arca del Templo y es la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida por salvarla…y la pierde… Y tantos pasajes más.

Suele gustarnos hacer una lectura del evangelio muy erudita, y eso estimula la mente, pero no mueve el corazón. A veces es conveniente pararse a contemplar la escena en lugar de analizarla o interpretarla; limitarse a saborearla, a disfrutar del estilo de Jesús… pues sólo de esta forma, tal vez, su lectura afecte a nuestra vida.

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Estamos dispuestos/as a gritar, a saltar y arrojar lejos lo que nos mantiene al borde del camino y nos impide seguir a Jesús?

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Marcos 10,46-52

“Esta historia es tu historia” es una de las frases que en relación a los textos bíblicos suele repetir Dolores Aleixandre y que estoy convencida es una clave valiosa para ponerse delante del evangelio.  Esto, que es verdad siempre, lo es quizá más o al menos más fácil con el evangelio que hoy se nos presenta.

Estamos ante un texto vivo, conciso, esquemático, claro y sumamente simbólico en el que cada palabra, cada detalle es sugerente y con el que podemos identificarnos fácilmente. Un texto cargado de detalles que requiere poca explicación. Por eso os propongo simplemente escuchar el evangelio, la historia de Bartimeo como “mi propia historia” y plantearnos, ¿Qué dice de mí y qué me dice de mi seguimiento de Jesús?

Recordamos el texto y nos fijamos en algunos detalles

– Donde sitúa Marcos los hechos: En el camino que lleva de Jericó a Jerusalén, etapa final de esta “subida de Jesús” y por lo tanto al final de su vida, el último signo antes de su muerte narrado por Marcos. Interesante encuadre en el que nos plantea las características del seguimiento de Jesús.

– Quienes, que personas intervienen: Jesús que va culminando su camino rodeado de gente y al escuchar los gritos del ciego se detiene para escucharle. El ciego que no es una persona anónima, sino identificada con su nombre y su origen, su padre. Los que siguen a Jesús nombrados de dos formas, unos son discípulos y el resto “otra gente” o la multitud. De todos se dice sin distinción que oyen los gritos del ciego y le mandan callar, son gritos molestos, rompen el buen ambiente.

– Lo que pasa, lo que le pasa a Bartimeo.

Bartimeo, la persona ciega, pobre, marginada, que está sentado al borde del camino, alejado de los demás, oye “que pasa Jesús” e intenta llamar su atención gritando: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi”. Un grito claro y comprometido. Atribuye a Jesús  un título mesiánico, Hijo de David, que manifiesta su reconocimiento y su fe en Él. Y le pide que tenga compasión de él, nada concreto, algo así como “date cuenta de que estoy aquí” de que quiero encontrarme contigo.

Resiste a los que intentan hacerle callar y sigue gritando, hasta que escucha entusiasmado la gran noticia: ¡Animo, te llama! Y reacciona a lo grande: Salta, tira el manto y se acerca a Jesús.

Se encuentra cara a cara con Jesús. Bartimeo le vuelva a llamar Maestro y contesta a su pregunta de forma clara y contundente: ¡Que vea! ¡Que pueda ver!

Y al ser consciente de que se produce en él un cambio, que empieza a ver y escucha el reconocimiento de Jesús: Es tu fe la que te ha devuelto la vista… Toma una gran decisión “seguir a Jesús”, se convierte en su discípulo.

Ahora nos preguntamos, ¿quién de nosotros no es o no se parece a Bartimeo? ¿No están presentes en nuestra historia personal algunos, o muchos, de estos momentos o situaciones?

1. Estar al borde del camino. ¿Cuándo nos sentimos así? ¿De qué camino estamos al borde? ¿Por decisión propia o porque las circunstancias nos han llevado ahí? ¿No estamos a veces viendo pasar a la gente desde fuera, viendo lo que pasa, incapaces de entrar en el camino?

2. Gritar a quien intuimos o creemos que puede salvarnos, ayudarnos… ¿A quién gritamos cuando parece que no podemos más? ¿Descubrimos que Jesús pasa de muchas formas a nuestro lado? ¿Cómo aprovechamos la oportunidad de encontrarnos con Él? ¿Con la lucidez y confianza de Bartimeo que llama a Jesús, Mesías y Señor? ¿No nos hemos sentido muchas veces silenciados, por las costumbres, por la barrera de la gente, por lo que “se lleva”, se ve bien, o simplemente porque molesta lo que vivimos o decimos?

3. Saltar y tirar el manto, aquello que nos ata o esclaviza, que nos pesa y no nos deja avanzar. Saltar es más que levantarnos o dejarnos levantar, es el impulso decidido a no seguir postrados, a cambiar. ¿Cuándo ha sido la última vez que nos hemos decidido a saltar y a desprendernos de los pesos muertos? ¿Cuántas veces hemos pensado que debemos hacerlo y no nos decidimos?

4. Encontrarnos con Jesús hablar con él mirarle de cerca y dejarnos mirar, escuchar su pregunta y responderle desde lo más profundo de nuestro corazón y en verdad, qué deseamos, qué queremos ver… Y desde esta experiencia única empezar a seguirle.

¿Qué le pido yo a Jesús? ¿Estoy siguiendo a Jesús como decisión personal o soy “otra gente” que va por el camino simplemente porque lo he hecho siempre, sin mirar a los del borde, sin haberme encontrado con Él? ¿Le sigo con la decisión y alegría que despierta en mí la fe y la confianza en Él?

Este domingo el evangelio nos invita a gritar, a saltar, a arrojar lejos tantos antiguos mantos que nos aplastan. Nos invita a abrir nuestros oídos y escuchar el “murmullo” de que pasa Jesús desde el sitio en que estemos, aunque sea al borde del camino y su paso nos lleva a soñar con un nuevo sitio para nosotros siguiendo al Maestro, al Señor de nuestra vida. Y finalmente nos invita a repetir una y otra vez las mismas palabras que el ciego: Maestro, que pueda ver”. Que podamos ver la situación del mundo y esa mirada nos reavive la compasión cada día. Que podamos ver todo aquello que nos paraliza y escuchar cada mañana: levántate, te llama a  ponerte en camino. Que podamos ver nuestras pobrezas y, en lugar de hundirnos o replegarnos, percibir ese ánimo que se nos regala como don.

Mª Guadalupe Labrador Encinas, fmmdp

Fuente Fe Adulta

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Ver.

Domingo, 27 de octubre de 2024
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Domingo XXX del Tiempo Ordinario

27 octubre 2024

Mc 10, 46-52

La respuesta del ciego, en el texto evangélico, es acertada. Porque acertamos cuando el objetivo primero de nuestra existencia es querer “ver”. Todo lo demás nacerá de ahí.

Se trata de un ver que es sinónimo de comprensión profunda, de aquel conocer directo, inmediato, sentido, que aporta certeza a la vez que ilumina toda la realidad.

Hay dos modos de conocer. Uno es mental, opera a través de la razón, se mueve entre conceptos y razonamientos, utiliza el análisis y la reflexión y, como resultado, aumenta nuestra capacidad de entender todo lo que se refiere al mundo de los objetos.

Pero hay otro modo de conocer, previo a la razón. Se experimenta como un conocimiento “sentido” en toda la persona, se expresa a través de la intuición o “conocimiento interno”, con tal lucidez e intensidad, que la persona tiene la sensación de “ver”. A diferencia del anterior -que podríamos definir como conocimiento por medio del análisis y la reflexión-, este es un conocimiento por identidad: conocemos algo cuando -y porque- lo somos.

Es un modo de conocer que se nos puede regalar en el momento más inesperado, aunque dotado siempre de una sensación contundente de certeza, es decir, de “visión”. Quien lo experimenta -incluso aunque luego no pueda encontrar palabras o “mapas” para expresarlo adecuadamente- sabe que es verdad.

Pero, aun siendo regalo -no puede ser de otro modo, ya que es inalcanzable para la mente-, es posible favorecer su emergencia. Y si el conocimiento mental se estimula por medio del razonamiento, este otro modo de conocer (transmental o no-dual) requiere el silencio de la mente. En la práctica de ese silencio, al ejercitarnos en suspender el pensamiento, se están poniendo las condiciones para que la intuición pueda hablarnos. Todo lo demás nacerá de aquí. Por eso decía que el primer motor de nuestra existencia, como en el caso del ciego -una metáfora, por cierto, de nuestra condición habitual-, es querer ver.

***


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Los fuegos artificiales de la tecnología deslumbran pero no iluminan.. Que vea…

Domingo, 27 de octubre de 2024
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IMG_8191Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

v 46. Jesús sale de Jericó y al borde del camino se hallaba Bartimeo, el hijo de Timeo, que era ciego y estaba mendigando. (En la tradición de san Juan el ciego lo era de nacimiento. (Jn 9).

        Probablemente en esta situación de ceguera y al borde del camino nos encontramos también muchos de nosotros: estamos ciegos, no vemos el camino, no vemos la salida a nuestra situación personal, a los problemas socio-políticos, ni a la misma situación eclesial.

El siglo XVIII es llamado en Europa el “siglo de las luces”: la Ilustración (luz – tinieblas), porque se pensaba -y se piensa- que la ciencia, el progreso tecnológico, la industrialización iban a sacar al ser humano de las tinieblas de la religión y de la fe.

Pero quizás hemos confundido los fuegos artificiales con la luz, “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Los fuegos artificiales deslumbran y ciegan más que iluminan.

01.- Ver en la vida

        Necesitamos ver en la vida, necesitamos situar bien los problemas, saber hacia dónde vamos, poner la esperanza en lo que vale la pena. ¿Quizás podríamos decir que ver es creer? El ciego Bartimeo cree en JesuCristo -hijo de David- antes de ver

El ser humano es quien ve, quien necesita ver para vivir. Vemos con inteligencia -somos seres racionales-, pero también, y sobre todo,  vemos con el corazón y con la fe.

02.- Ten compasión de mí.

        vv 47-48 El ciego comienza a gritar: “Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí” … Muchos le reprendían para que se callara. Pero gritaba más: ten compasión de mí.

Es una expresión muy frecuente en tantos enfermos que se acercan a Jesús: Ten compasión de mí, ayúdame, que vea, si quieres puedes limpiarme, si quieres puedes curarme.

Es el reconocimiento de nuestras miserias, de nuestras cegueras y pecado, al mismo tiempo que es el reconocimiento de que la luz no está en nosotros.

Por otra parte es también la actitud de Jesús, que con frecuencia siente lástima, mira con afecto, etc.

La mayoría  de los discípulos le reprendía al ciego y no le dejaba que expresara su debilidad y ceguera.

Es una situación semejante a la actual: el nihilismo en que vivimos nos ha sumido en una ceguera y ni tan siquiera se permite que afloren las cuestiones más elementales de la existencia.

Pero las mayorías llamadas democráticas, las mayorías sociológicas impiden que gritemos: ten compasión de nosotros. Los ámbitos escolares, universitarios, los medios de comunicación, la política no ofrecen luz, más bien ofrecen la oscuridad de los hijos de las tinieblas.

03.- v 51 Señor, que vea.

Aquel hombre quería ver. La luz es el símbolo de la Verdad, del saber dónde estamos en la vida, hacia dónde vamos, qué sentido tiene todo esto.

Señor que vea, es una auténtica oración.

Hay cosas que únicamente se entienden -y resuelven- en la fe y en la oración, que no es otra cosa que ponerse en referencia a Dios.

En muchos momentos de la vida en los que uno no sabe por dónde tirar, lo único que nos cabe es poner nuestra vida confiadamente en referencia a Dios: que vea el camino. Y la salida está en la confianza en Dios.

04.- v 52 Jesús le dijo al ciego: vete, tu fe te ha salvado, e inmediatamente recobró la vista.

Lo más fundamental en la vida es la fe, es decir, la confianza. La fe es el acto más central y envolvente de la existencia humana: uno vive “de”, “por“ y “para” lo que cree. Uno vive iluminado (luz), desde la realidad en la que cree. Uno ve desde su fe. La pregunta elemental para saber cuál es mi fe es preguntarme: qué es lo que más me importa en la vida. La respuesta que nos demos es nuestro dios y nuestra fe.

San Juan comienza su evangelio con un espléndido prólogo que es un canto a la LUZ:

Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

En la Palabra había VIDA y la VIDA era la LUZ de los hombres.

La LUZ brilla en la tiniebla y las tinieblas no pudieron sofocar la LUZ.

La palabra era la LUZ verdadera, que ILUMINA a todo hombre.

Señor, que veamos.

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“Que “podamos ver” para vivir un verdadero discipulado”, por Consuelo Vélez

Domingo, 27 de octubre de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXX del Tiempo Ordinario 27-10-2024

Bartimeo parece entender mejor a Jesús y emprende un auténtico camino del discipulado

Podemos preguntarnos por los caminos que hoy Jesús recorrería y de qué manera viviría la audacia, el profetismo y el compromiso que supo vivir en su tiempo histórico

Llegan a Jericó. Y cuando salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego estaba sentado junto al camino. Al enterare de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo y dijo: Llámenlo. Llaman al ciego, diciéndole: ¡Ánimo, levántate! Te llama. Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. Jesús dirigiéndose a él, le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le dijo: Rabbuni, ¡que vea! Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.  (Mc 10, 46-52).

El evangelio del domingo pasado nos presentaba a Santiago y Juan quienes no habían entendido la pasión de Jesús y le estaban pidiendo sentarse a su derecha y a su izquierda. En este domingo vemos otro personaje, el mendigo ciego Timeo o Bartimeo, que parece entender mejor a Jesús y emprende un auténtico camino del discipulado. El texto nos presenta a Jesús de camino a Jerusalén, pero deteniéndose en Jericó. Y allí es donde Bartimeo está sentado junto al camino y al enterarse que pasa Jesús, lo reconoce como Hijo de David y le pide compasión para su situación.

No le va a pedir cosas materiales, lo cual sería propio de su situación de mendicidad, sino algo esencial para su vida: el poder ver. Y aunque la multitud le increpaba para que se callara, consigue la atención de Jesús quien lo manda llamar. Si el domingo hace 15 días el hombre rico se va triste ante la respuesta que le da Jesús sobre cómo ganar la vida eterna, en este pasaje el ciego no duda en levantarse y despojarse de lo que tiene -arroja el manto- y rápidamente va donde Jesús. De alguna manera, comienza un seguimiento que explícitamente al final del texto, se dirá que fue la consecuencia de su encuentro con Él.

Ahora bien, Jesús le pregunta qué quiere que haga por él y el ciego tiene muy clara su petición: ¡que vea! Y Jesús realiza el milagro añadiendo que es la fe del mismo mendigo ciego, la que lo ha salvado. Al instante recobra la vista y aunque Jesús le dice que se vaya con el milagro conseguido, Bartimeo comienza a seguirle por el camino.

Timeo (Bartimeo) se presenta, entonces, como modelo de discipulado que no teme subir con Jesús a Jerusalén donde su muerte es evidente y donde sus discípulos se dispersarán por temor a correr la misma suerte del maestro.

A la luz de este texto, y de los de los domingos anteriores, podemos preguntarnos por el discipulado que vivimos en el aquí y ahora de nuestro tiempo. Sería importante entender los caminos que hoy Jesús recorrería y de qué manera viviría la audacia, el profetismo y el compromiso que supo vivir en su tiempo histórico.

Pero tal vez hace falta pedirle a Jesús que nos libre de las cegueras del miedo, de la prudencia, del temor a perder oportunidades, o de tantas otras actitudes que no nos dejan seguirlo por sus mismos caminos. Recuperar la vista al estilo de Bartimeo nos ayudaría a dar testimonio de un seguimiento más fiel a los valores del reino, como tantas veces lo hemos dicho en estos comentarios a los evangelios de los domingos precedentes.

(Foto tomada de https://radiomaria.org.ar/programacion/dia-15-la-curacion-de-bartimeo/)

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¡Ser!

Miércoles, 23 de octubre de 2024
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Del blog Pays de Zabulon:

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En aquel tiempo, con los ojos elevados al cielo, Jesús oró así:
Padre santo, mantén unidos a mis discípulos en tu nombre
el nombre que me diste,
para que sean uno,
como nosotros mismos”.
(Juan 17:11b)

Tu nombre, el nombre con el que me has nombrado, que estemos unidos en este nombre…
Qué otro nombre que el único y magistral que Dios quiere darnos en la Biblia:
Soy.
Fui, soy, seré.
Yo era quien soy.
Yo era quien seré.
soy quien era
soy quien seré
seré quien soy
Seré quien fui.
Soy.

Imposible limitarme
en un nombre o un concepto.
Soy.

Este nombre impronunciable
que Dios le da a Moisés
expresado en este tiempo inacabado
que hace que se pueda traducir en todos los sentidos.
Soy, fui, seré.
Permanencia en la impermanencia.
Aliento de vida que nunca se apaga.

Ser de tu ser,
y no lo sabes.

Jesús lo sabe.
Participa en este nombre,
Se acoge en este nombre que también es acción:
Soy“,
superando los límites del tiempo y la creación,
yendo también más allá de los límites de nuestras pobres racionalizaciones.

Jesús,
el primero de nosotros en encontrarse de nuevo desde el “yo soy”,
acogerse viviendo en este nombre, con este nombre.

Y nosotros,
pobres humanos que corren de aquí para allá
en busca de la felicidad,
buscando continuidad, seguridad, permanencia…

simplemente estamos invitados
a entrar en este movimiento del “yo soy”,
este movimiento de amor que comenzó antes que nosotros
– antes de nuestra existencia terrenal,
y que se extenderá más allá.

Simplemente,
acoger el “yo soy
y dejar que se desarrolle
en nosotros.

Ser,
¡Por el amor de Dios!
¿Qué estás esperando?

*

Z.
12 de mayo de 2024

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Foto: Aj Neu, modelo en Soul Artist Management

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El camino hacia la gloria parece una sinodalidad

Lunes, 21 de octubre de 2024
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IMG_8167  Sabina Marroquín

La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Sabina Marroquin (ella/ella), ministra universitaria de la Universidad de Dayton, donde para ella es una gran alegría servir a las comunidades LGBTQ+ en el campus. Después de graduarse de la Universidad Estatal de Midwestern, completó un año de servicio con las Hermanas de San Francisco de Filadelfia y ha trabajado para la iglesia de alguna manera desde entonces. Cuando no está en el trabajo, puede encontrarla pasando tiempo con su Comunidad Laica Marianista, entrenando baloncesto juvenil o disfrutando de una buena taza de café y un audiolibro.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Practicar la contemplación ignaciana, u oración imaginativa, es una de mis formas favoritas de orar con los Evangelios. A menudo me resulta fácil situarme en una escena en la que los discípulos están siendo extremadamente humanos y demasiado identificables. Despertar a Jesús durante una tormenta, preguntarme cómo podrían encontrar suficiente pan para alimentar a una multitud, Pedro sin comprender del todo las enseñanzas de Jesús pero tratando de vivirlas con gran entusiasmo: me imagino pensando o haciendo muchas de estas mismas cosas.

La lectura del Evangelio de hoy, sin embargo, me resulta un poco más difícil. Cuando los apóstoles Santiago y Juan le dicen a Jesús que quieren que haga todo lo que le piden, me sorprende su audacia. Respondiendo a su petición de lugares de honor, Jesús les pregunta si pueden beber la copa de la que él bebe. Jesús les está dando la oportunidad de reconsiderar. En cambio, Santiago y Juan se doblegan, diciendo que pueden beber de la copa. En este punto, sólo puedo imaginarme en esta escena como un discípulo recogiendo mi mandíbula del suelo. Ciertamente he pedido cosas y expresado mi propio compromiso con Dios en mis oraciones, entonces, ¿por qué la petición de Santiago y Juan me resulta tan extraña?

Para una persona LGBTQ+, la idea de pedir un lugar de honor puede parecer imposible cuando no está segura de si está siquiera invitada al banquete celestial. O, si saben que están invitados, pueden sentir que tienen que justificar por qué deberían ser bienvenidos a su llegada.

Como alguien que no siempre me considera digna de ocupar lugares distinguidos, la petición de los Apóstoles es irreconocible. Si bien un sentimiento de indignidad puede tener sus raíces en la humildad y la reverencia a Dios, la indignidad que siento al leer este pasaje no tiene sus raíces en una oración humilde como Mateo 8:8 (“Señor, no soy digno de que entres en mi casa; pero una palabra tuya bastará y mi siervo quedará sano“), sino desde mi experiencia de ser juzgada y excluida. Es difícil pedir un lugar de honor cuando la mayoría de las veces sólo quiero que me valoren lo suficiente como para que me inviten a la mesa, incluso si tengo que acercar mi propia silla. Reconocernos a nosotros mismos y a los demás como amados por Dios y que tenemos un lugar en la Iglesia es una verdad simple pero profunda que la petición de Santiago y Juan puede resaltar.

Desafortunadamente, esta verdad puede verse empañada por las dolorosas experiencias de injusticia, discriminación y juicio. A pesar de saber que las personas LGBTQ+ podrían enfrentar estos desafíos en las comunidades religiosas, seguimos apareciendo. De manera similar, Santiago y Juan sabían que seguir a Jesús tendría un costo y aun así dijeron que sí a beber la misma copa que él. ¡Estoy asombrada por su rápida respuesta porque me tomó casi una década de oración y muchas lágrimas responder a esa pregunta en mi propia vida!

Las personas queer de fe saben muy bien que reconocer y compartir diferentes partes de sí mismos tiene un costo. Sin embargo, hay algo increíblemente poderoso en traer la plenitud de quién eres a Dios y llegar a creer que Dios te ama tal como eres que hace que todo valga la pena.

IMG_8166Como católica LGBTQ+, si esa afirmación fuera el primer mensaje que escuché sobre la fe y la sexualidad, probablemente todavía habría llorado, pero me habría ahorrado años de tratar de arreglar algo que pensaba que estaba mal en mí y de preguntarme si Dios realmente me amaba. Yo cuando nada cambió.

No importa cuál sea tu historia, todos beberemos de lo que Henri Nouwen llamó la copa de la alegría y la copa de la tristeza a lo largo de nuestras vidas. No hay manera de beber de uno y evitar el otro porque la copa de Cristo contiene ambos. Para mí, tener compañeros en el viaje ha hecho que mi taza sepa menos a café instantáneo y más a un café con leche de mi cafetería favorita.

Cuando somos invitados a la vida de alguien, es una oportunidad sagrada para servirle escuchando profundamente y recibiendo sus alegrías y tristezas con el amor de Dios. Este llamado al servicio a través del encuentro es alto y claro en el Evangelio de hoy, pero también en la invitación del Papa Francisco a una cultura del encuentro y en el Sínodo sobre la sinodalidad.

Santiago y Juan piden gloria y Jesús responde con un camino hacia la grandeza que se parece mucho a la sinodalidad. Que cada uno de nosotros escuche profundamente a quienes encontramos en nuestra vida cotidiana y seamos inspirados por el Espíritu Santo para responder con acciones amorosas.

—Sabina Marroquín (ella/ella), 20 de octubre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Contra la jerarquía del poder”. 29 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,35-45)

Domingo, 20 de octubre de 2024
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IMG_8059Santiago y Juan se acercan a Jesús con una petición extraña: ocupar los puestos de honor junto a él. «No saben lo que piden». Así les dice Jesús. No han entendido nada de su proyecto al servicio del reino de Dios y su justicia. No piensan en «seguirle», sino en «sentarse» en los primeros puestos.

Al ver su postura, los otros diez «se indignan». También ellos alimentan sueños ambiciosos. Todos buscan obtener algún poder, honor o prestigio. La escena es escandalosa. ¿Cómo se puede acoger a un Dios Padre y trabajar por un mundo más fraterno con un grupo de discípulos animados por este espíritu?

El pensamiento de Jesús es claro. «No ha de ser así». Hay que ir exactamente en dirección opuesta. Hay que arrancar de su movimiento de seguidores esa «enfermedad» del poder que todos conocen en el imperio de Tiberio y el gobierno de Antipas. Un poder que no hace sino «tiranizar» y «oprimir».

Entre los suyos no ha de existir esa jerarquía de poder. Nadie está por encima de los demás. No hay amos ni dueños. La parroquia no es del párroco. La Iglesia no es de los obispos y cardenales. El pueblo no es de los teólogos. El que quiera ser grande que se ponga a servir a todos.

El verdadero modelo es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No ambiciona ningún poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio interés. Lo suyo es «servir» y «dar la vida». Por eso es el primero y más grande.

Necesitamos en la Iglesia cristianos dispuestos a gastar su vida por el proyecto de Jesús, no por otros intereses. Creyentes sin ambiciones personales, que trabajen de manera callada por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica. Seguidores de Jesús que «se impongan» por la calidad de su vida de servicio.

Padres que se desviven por sus hijos, educadores entregados día a día a su difícil tarea, hombres y mujeres que han hecho de su vida un servicio a los necesitados. Son lo mejor que tenemos en la Iglesia. Los más «grandes» a los ojos de Jesús.

José Antonio Pagola

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“El que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. Domingo 20 de octubre de 2024. Domingo 29º

Domingo, 20 de octubre de 2024
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56-ordinarioB29 cerezoLeído en Koinonia:

Isaías 53, 10-11: Cuando entregue su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años.
Salmo responsorial: 32: Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hebreos 4, 14-16: Acerquémonos con seguridad a trono de la gracia.
Marcos 10, 35-45: El hijo del hombre ha venido para dar su vida en rescate por todos.

La primera lectura de hoy, tomada de la segunda parte del libro de Isaías, nos habla de la misión del ‘siervo sufriente’, es decir, de aquel imaginado redentor del Pueblo de Dios que ofrece su vida para ver el nacimiento de una nueva posibilidad, de una nueva descendencia. Este poema nos habla más de esperanza, de tenacidad y de lucha que de sufrimiento pasivo o resignación. La misión del siervo del Señor no es ver su cuerpo destrozado, sino servir de puente para las nuevas generaciones de creyentes que se han de inspirar en su particular estilo de vida. Por esta razón la “nueva descendencia” no se refiere, ni en el texto ni en la interpretación cristiana, a los descendientes biológicos, sino a una nueva generación de personas comprometidas con la Causa de Dios en favor de su pueblo, el pueblo pobre, dolorido y oprimido.

El Salmo nos sirve de puente entre la primera y la segunda lectura, al recordarnos que la Palabra de Dios se identifica por su capacidad para ayudarnos a reconocer la verdad. Una verdad que no es un asunto metafísico o etéreo, sino la encarnación del proyecto de Dios en la historia por medio de la justicia y el derecho.

El fragmentito de la carta a los Hebreos que hoy leemos nos recuerda que Jesús ha sido probado en todo igual que nosotros, por lo que podemos tener confianza de ser bien comprendidos. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de comprender a los débiles…

El evangelio, de Lucas, nos presenta una escena breve, un pasaje simple pero muy importante del mensaje de Jesús. Jesús establece con claridad su diferencia con el espíritu del mundo, el de los jefes de este mundo, que esclavizan a los suyos y se sirven de ellos; Jesús proclama que su actitud es exactamente la contraria: «No he venido a ser servido sino a servir», y «el que quiera ser grande, que sea el servidor de todos». Es un rasgo cristiano central, decisivo. Y sin complicaciones ni alambicamientos teóricos: no se trata de creer doctrinas, sino de centrar la propia vida sobre la base del amor-servicio. No un amor cualquiera (romántico, sentimental, de bellas palabras…), sino un amor que se expresa en el servicio. No insistiremos nunca demás en este principio central del evangelio, que Lucas nos recuerda hoy.

El penúltimo domingo de octubre la Iglesia Católica lo celebra como Domingo Mundial («Do-Mund») de las Misiones. Muchos de los católicos mayores recordamos que cuando fuimos niños salimos, tal día como hoy, a las calles, con una hucha en las manos, para hacer una cuestación económica en favor de las misiones. En algunas sociedades católicas de entonces, aquello formó parte de un paisaje religioso urbano, que ya desapareció. No se dejó de hacer simplemente por pereza, o por olvido… sino por razones de la secularización de la sociedad. Pero hoy, con una perspectiva más amplia, vemos que no sólo han afectado las razones clásicas de la «secularización»; también han intervenido razones que se refieren a las «Misiones» mismas.

En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de «convertir» al cristianismo (al catolicismo concretamente en nuestro caso) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: nosotros éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión-destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a abandonar su religión ancestral y a hacerse cristianos (a «convertirse»)… El «proselitismo», por cualquier medio que fuera posible, estaba justificado; más, era lo mejor que podíamos hacer por la humanidad: el fin justificaba los medios.

Todo esto, lógicamente, ha cambiado. Comprendemos perfectamente que las religiones y las culturas (todas, no sólo la nuestra) han vivido, desde sus orígenes, aisladas, sin sentido de pluralidad. Una especie de «efecto óptico» y, a la vez, una cierta ley de la «psicología evolutiva» de la humanidad, les ha hecho concebirse a sí mismas -cada una- como únicas, y como «centrales» (pensando cada una que eran el centro absoluto de la realidad), igual que cada uno de nosotros, cuando hemos sido niños/as, hemos comenzado a conocer la realidad siempre a partir de nuestro ego-centramiento psicológico inevitable, igual también que todos los humanos han pensado que su tierra, y hasta el planeta Tierra, eran el centro del mundo y hasta del cosmos… Sólo con la expansión del conocimiento y con la experiencia de la pluralidad, las personas, los pueblos y las culturas se han ido dando cuenta de que no son el centro, de que hay otros centros, y han sido capaces de madurar y de descentrarse de sí mismas reconociendo una realidad mayor.

Todas las religiones, no sólo la nuestra, están desafiadas a entrar en esta maduración y este reconocimiento de una perspectiva panorámica mucho más amplia que aquella en la que han vivido precisamente toda su historia, los varios milenios de su existencia. La religiosidad, la espiritualidad del ser humano, es mucho más amplia, y mucho más antigua (decenas de milenios al menos) que cualquiera de nuestras religiones. Dar al tiempo sagrado de nuestra religión la centralidad y unicidad cósmica y universal que le solemos dar, necesita sin duda una reevaluación más ponderada. Un pensamiento religioso más sereno y maduro se inclina cada día más hacia una revalorización generosa de las otras religiones, y a una profundización del sentido de modestia y de pluralismo, que no es claudicación ante nada, sino apertura de corazón al llamado divino que hoy sentimos, vibrante y poderoso, hacia una convergencia universal que antes no acabábamos de captar. Leer más…

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Santiago y Juan. Para una historia de los zebedeos y su madre (20.10.34; Dom 29 TO)

Domingo, 20 de octubre de 2024
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IMG_8168Del blog de Xabier Pikaza:

Conforme a los sinópticos,  Santiago (=Jacob) y Juan forman parte del grupo de los primeros llamados (Mc 1, 19), entre los tres o cuatro discípulos preferidos de Jesús (cf. Mc 1, 29; 5, 37; 9, 2; 13, 3; 14, 33 par).

Jesús (o la tradición de la iglesia) les ha dado el nombre de Boanerges, hijos del trueno (Mc 3, 17), quizá por su ardor mesiánico, quizá en sentido apocalíptico (cf. Ap 10, 3-4; 11, 19; 16, 18).   Les encontramos entre aquellos que quieren ocupar los primeros puestos en el Reino (cf. Mc 10, 35.41) y que el fuego de Dios destruya a los que no reciben a Jesús, en especial a los samaritanos (Lc 9, 54.  

Ellos  representan una iglesia “dura”   que espera   un Reino  de tipo socio-político y religioso.  Han sido testigos de algunos milagros de Jesús (“resurrección” de la Hija de Jairo…: Mc 5) y han recibido en el Tabor la promesa y garantía de la resurrección de Jesús (Mc 9),  en línea de toma de poder… y en esa línea se mantienen.

He presentado en otros lugares  la historia de  los hermanos zebedeos y su madre. Aquí me limito a comentar algunos de sus rasgos, conforme a la  tradición de sinópticos y Hechos,  dejando abiertos (sin desarrollar) otros temas, como el desarrollo de la iglesia samarita, la relación de Juan Zebedeo con el autor del 4º Evangelio y de Apocalipsia y el posible martirio de Juan (que parece  supuesto en Mc 10.

TEXTO BASE (Mc 10, 35-45)

(a. Petición) 35 Y se le acercaron Santiago  y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole: Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte.36 Jesús les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros? 37 Ellos le contestaron: Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.

(b. Respuesta. Profecía) 38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. )Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado?39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

(c. Confirmación) 41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacobo y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del humano ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por mucho (1)

10, 38-40. Profecía. Beberéis mi cáliz 38 Jesús les replicó: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, o ser bautizados con el bautismo con que seré bautizado?39 Ellos le respondieron: Sí, podemos. Jesús entonces les dijo: Beberéis el cáliz que yo he de beber y seréis bautizados con el bautismo con que yo seré bautizado. 40 Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado.

Jesús responde cambiando el nivel de la petición. No acepta, ni rechaza lo que piden, pues de ese modo seguiría utilizando (a favor o en contra) la lógica de fuerza, sino que rechaza la misma petición como carente de sentido: ¿No sabéis lo que pedís! (10, 38). Los zebedeos han seguido a Jesús y, sin embargo, no entienden su estilo de Reino, no comprenden que Jesús no quiere el trono (¡no quiere reinar!), sino regalar la vida por los demás, para que todos los hombres y mujeres (y en especial los más necesitados) sean “reyes”. Éstos zebedeos, que llevar largo tiempo con Jesús no saben ni lo más elemental: ¡Jesús no busca el primer trono, ni para sí, ni para los demás, pues su Reino no puede entenderse en la línea de una “toma de poder”!

El verdadero Jesús (quizá en contra del de la promesa de logion ya citado de los Doce Tronos del Q, cf. Mt 19, 28), no puede ofrecer tronos para imponerse sobre el mundo, sino un camino de seguimiento, como sabe Mc 8, 34: ¡Quien me quiera seguir, que tome su cruz y me siga! (palabra que ellos, los Doce, y de un modo especial los Zebedeos no han querido escuchar). Jesús no puede ofrecer Tronos de Reino, sino un camino de entrega de la vida, como muestra la continuación del texto: de Jesús:

—Pregunta y respuesta. ¿Podéis beber mi cáliz, bautizaros con mi bautismo? (10, 38-39a). Ellos desean mandar con Jesús, para imponerse. Jesús les pregunta si pueden seguirle en su entrega, en donación de vida. Frente a la gloria que buscan en él, Jesús les ofrece su camino de entrega, expresado en el signo del cáliz (que significa solidaridad y entrega) y en la señal del bautismo (que implica también muerte: quedar bajo el poder de las aguas destructoras). En el fondo les pregunta si están dispuestos a morir con (como) él. Ellos responden que sí: ¡podemos! Ciertamente, no son miedosos o egoístas vulgares.

–Concesión. Mi cáliz lo beberéis, con mi bautismo os bautizareis! (39b). En prolepsis o anticipación de lo que vendrá, Jesús confirma la disposición de los zebedeos, ratificando su entrega martirial ya cumplida (todo nos permite suponer que han muerto ya por y con Jesús cuando Marcos se escribe este pasaje, en torno al 70 d.C.). De esa forma, Jesús acepta el sentido más profundo de la vida los zebedeos, pues al fondo de ella hay algo bueno: quieren vivir con él y acompañarle, compartiendo su entrega por el reino. Evidentemente, nos hallamos en un contexto eclesial. Marcos está presentando algo que ya ha sucedido: los zebedeos han seguido a Jesús tras la pascua, muriendo como él.

—Reserva escatológica. Pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo… (10, 40). De Jesús es la entrega, la copa y bautismo que ofrece a los suyos. Pero la gloria del trono es misterio de Dios, regalo de gracia que sólo gratuitamente puede recibirse, no como dos tronos sobre los demás, sino como Vida para todos y con todos. Jesús acoge y ratifica el camino de muerte, pero la respuesta final ya no es suya, sino de Dios.

En este contexto, al menos veladamente, Jesús indica aquí que el “triunfo mesiánico” de Dios no se expresa en forma de dominio sobre los demás. No se trata, por tanto, de decir que el puesto de poder, a la derecha e izquierda de Jesús, no lo tendrán ellos, sino otros, como podrían ser María de Nazaret y Juan Bautista (que aparecen en los ábsides de muchas iglesias románicas, a los lados del Pantokrator) o como podría ser Roca (en gran parte de la simbología católica moderna…), sino de algo mucho más profundo: ¡No existirán tales tronos de poder, nadie mandará sobre los otros”.

Ésta es la i paradoja del texto: precisamente aquí, cuando más les critica, Jesús confirma la petición de los zebedeos (darán la vida por el Reino) y les indica que su entrega no implica (ni logra) ningún tipo de dominio sobre los demás(sentarse en dos tronos, al lado del Gran Trono del Hijo del hombre, pues el Hijo del Hombre no tiene un trono de ese tipo). De esa manera, Jesús escucha su deseo de poder, para transformarlo en su camino de entrega, abriendo una “ventana de pascua” y permitiéndonos ver el buen final de Juan y Jacobo, que han muerto ya por el evangelio. Por eso su recuerdo se mantiene con gozo dentro de la iglesia, pero no como recuerdo de Poder (sentados en unos tronos), sino como presencia de solidaridad al servicio del Reino . De esa manera se vinculan y separan el cáliz y el trono.

(a) Los zebedeos piden trono, y Jesús sólo les puede ofrecer su propio gesto de entrega de la vida, garantizando su fidelidad en el camino mesiánico: «El cáliz que yo bebo beberéis, con el bautismo con que yo soy bautizado os habréis de bautizar» (10, 39); de esa manera, ellos reciben y realizan la misma vocación del Hijo del hombre, en misión que se explicita como entrega de la vida. Esto es lo que Jesús puede ofrecer a los que vengan a seguirle, subiendo con él a Jerusalén.

(b) Jesús no puede darles trono sobre los demás, sino ofrecerles lugar en su camino de entrega de su vida, poniéndose (y poniéndoles) en manos de Dios. Lo mismo ha de pasar a sus discípulos: «sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa que yo pueda concederos, sino que es para aquellos para los que ha sido reservado» (10, 40).

            Jesús deja la Gloria en manos de Dios Padre (como indica el pasivo divino de hetoimastai: a los que Dios lo ha reservado), sabiendo que ella no consiste en sentarse en unos tronos sobre los demás, sino en compartir la vida con todos. Esta unión de cáliz y trono, de entrega actual de la vida (con Cristo) y de herencia del reino futuro (desde Dios) constituye el centro y clave del discipulado.

Lo más consolador en ese texto no es el hecho de dejar la gloria (trono) en manos de Dios (sabiendo que Dios no da a nadie un trono sobre otros), sino el decir que los zebedeos podrán beber el cáliz con el Cristo: le seguirán hasta el final en el camino de entrega de la vida. Aprender a morir con Jesús, eso es seguirle, ser su discípulo. Los zebedeos le han pedido un trono de poder, en gesto equivocado de deseo de dominio. Jesús ha querido y ha podido transformar ese deseo, haciendo que ellos puedan mantenerse fieles a la gracia de la vida y a la entrega hasta la muerte (4) .

10, 41-45. Enseñanza. No ha venido a que le sirvan 41 Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Jacobo y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: Sabéis que los que parecen mandar a las naciones las gobiernan tiránicamente y que sus magnates las oprimen. 43 No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; 44 y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo de todos. 45 Pues tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

El problema de los zebedeos es de todos los discípulos. Por eso, los diez restantes (incluido Roca, que aquí queda en segundo lugar) se enojan con ellos, iniciando una disputa general por el poder (10, 41). Es evidente que, dejándose llevar por esa disputa, la iglesia acabaría destruyéndose a sí misma. Para superar ese riesgo, Jesús ofrece la nueva lógica de autoridad y servicio que brota de su entrega. Vuelve de esa forma a la enseñanza de 9, 33-35, cuando ponía al niño en el centro de la iglesia, como veremos, ofreciendo un comentario y una ampliación del sentido de este pasaje.

Los diez se indignan contra Jacobo/Santiago  y Juan, no porque rechazan su visión del reino, sino porque aceptándola también quieren alcanzar sus mismos puestos de poder a derecha e izquierda de Jesús. Estamos en la situación de 9,34: los discípulos se afanan y combaten entre sí por ocupar los “tronos” que, a su juicio, Jesús debe concederles; le han seguido buscando recompensa; le han creído, pero de una forma falsa, suponiendo que en el fondo todos sus discursos de entrega de la vida eran un simple motivo pasajero. Lo que Jesús ha de ofrecer en realidad y ellos desean ansiosamente es sentarse en unos tronos, reinar en este mundo. Piensan que hay poder en medio. Hay quizá muchísimo dinero

LOS ZEBEDEOS Y SU MADRE (Mt 20, 20-23).

El  relato de Marcos ha sido reformulado por Mateo, desde una perspectiva social y eclesial, partiendo de su madre:

Mt 20, 20 Entonces, se acercó a él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, postrándose y pidiéndole algo. 21 El le dijo: ¿Qué quieres? Ella contestó: Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino. 22 Jesús contestó: No sabéis lo que pedís ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Le dijeron: Sí, podemos 23 Él les dijo: Ciertamente, mi copa la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no me pertenece a mí el concederlo, sino que es para quienes ha sido preparado por mi Padre.

 Este pasaje expone el deseo de poderesde la perspectiva de la madre, por medio del cual Mateo ha criticado veladamente un tipo de estructura eclesial de poder, que parece necesaria en un contexto de mesianismo político, pero que va en contra del evangelio.

La madre de los zebedeos, una gebîra (20, 20). Según Mc 10, 35 eran los mismos zebedeos (Santiago y Juan) quienes elevaban a Jesús la petición. Mateo, en cambio, introduce aquí a la madre, que habla en nombre de sus hijos (Mt 20, 20-21). La intercesión de la madre resulta significativa, porque ella actúa como gebîra, mujer con autoridad, representante de sus hijos, aunque ellos se llamen oficialmente hijos del Zabedeo. Tal como aparece aquí, ella ha debido ser importante en la Iglesia, como supone Mt 27, 56 (¿ha muerto el Zebedeo, que en Mt 4, 21 aparecía con sus hijos en la barca?).

Es muy posible que esta versión de la escena en Mateo, haya sido recreada por una Iglesia antigua (quizá de Jerusalén), donde la madre de los zebedeos ha querido ejercer (a través de sus hijos) una función de control que otros grupos cristianos no aceptaban. En esa línea, la inserción de la madre, elevando su ruego  a Jesús, no tendría una función de “disculpar” a los zebedeos, para condenarle a ella como “ansiosa de poder”, sino que intentaría exponer  (y rechazar) una visión genealógica de la comunidad, donde la madre ejercería el poder a través de los hijos[1].

 ‒Que estos dos hijos míos se sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino20, 21). Aquí no se dice en tu gloria (cf. Mc 10, 38), sino en tu reino (basileia), lo mismo que en Mt 18, 1, donde se hablaba de ser los primeros en el Reino. Sentarse a su derecha e izquierda significa “compartir” el poder de Jesús, no de modo excluyente, pero sí por encima de otros, en un contexto donde se acaba de afirmar que los Doce seguidores se sentarán sobre doce tronos, juzgando a las Doce tribus de Israel, algo que lógicamente debía culminar y realizarse en Jerusalén (cf. 19, 28). El Reino se concibe por tanto como ejercicio de dominio mesiánico: Una forma de tomar el poder y ejercerlo (a favor de otros, pero en línea de supremacía).

               La madre llama a los zebedeos “estos dos hijos míos”,  como si no tuviera otros (al menos varones), y dependiera de ellos para vivir (ésta podría ser la razón de que ella siguiera a Jesús y a sus hijos: cf. 27, 56). Es evidente que no ha entendido (no ha “aceptado”) la nueva formulación de Jesús sobre la familia mesiánica (cf. 19, 28-29), pues quiere reintroducir en ella estructuras de poder, centradas en sus hijos, aunque no dice quién ocupará la derecha (parte buena),y quien la izquierda.

 Estos zebedeos forman con Pedro el “triunvirato” más saliente de la iglesia primitiva (cf. Mt 17, 1) y representan el mayor riesgo eclesial de dominio cristiano. Por eso, Jesús rechaza su petición y les recuerda su “compromiso”, que consiste en beber su cáliz, es decir, en compartir su camino de entrega hasta la muerte (cf. Mt 27, 27.39.42). En este contexto, Mc 10, 39 añadía el tema de “recibir el bautismo de Jesús”, que Mateo ha omitido quizá porque entiende el bautismo en sentido más eclesial (cf. 28, 16-20). Sea como fuere, Jesús rechaza la petición de (la madre de) los zebedeos, como contraria a su camino y compromiso de Reino.

  Una propuesta política

Jesús no se refiere ni condena, según eso, a los malos gobernantes (que podrían ser sustituidos por otros buenos), sino a los gobernantes como tales dentro de una estructura de dominio (imperium) que se expresa y despliega en clave de poder. No critica, por tanto, el “mal gobierno”, sino la misma institución de un gobierno regido por arcontes/príncipes y megaloi/grandes, a diferencia de la glosa de Rom 13, 1-7, donde el autor postpaulino acepta básicamente el orden político de Roma.

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Mc 10, 35-45. Jesús anti-zebedeo. Contra el “poder” de “unos” y “otras” (Dom 20.10. 24)

Domingo, 20 de octubre de 2024
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IMG_8135Del blog de Xabier Pikaza:

Los zebedeos (dueños de un barco)  pidieron a Jesús una más poder para servicio del “evangelio”. Venían de la buena administración de su padre Zebedeo, armador, o, al menos, propietario de barco. Sabían organizar movimientos sociales,  mejor que Jesús, pobre albañil… Podrían dirigir la política del Reino, uno a la derecha otro a la izquierda. Pero Jesús no quería política, ni buena ni mala, simplemente evangelio.

Éste es un texto para el Sínodo Vaticano y para el  anti-Vaticano  de las  obispas y presbíteras del barco/casa del nuevo Zebedeo/a sobre el río de Roma, a un tiro de piedra del Vaticano.

| Xabier Pikaza

Los que han alquilado  ese barco zebedeo de sínodos  para escenificar una ceremonia de “consagración” (ordenación) de mujeres empoderadas en la Iglesia dicen que tienen razones para ello, que no actúan por protesta, sino para escenificar la igualdad de cristianos y cristianas en una iglesia, en la que, según Mt 20, 17-29, la madre Zebedea  pidió a Jesús poder para sus hijos en el barco de familia.

 De ese anti-sínodo de las “zebedeas  ha tratado RD este mismo día, con otros “portales” que andan por ahí, entre las que quiero   articulosincensura.blogspot.com). Yo me limito a presentar  el evangelio de este domingo.

Por pudor presento la versión oficial de Marcos no la de Mateo  con su alegato de la madre Zebedea, que actúa  como “super-obispo”, de manera que un amigo me ha dicho que ella  ha rogado a Jesús por sus “hijas” presbíteras y obispas zebedeas del barco/catedral del Tíber.

Dejo para mañana el tema  de Mateo.  Hoy me centro en Marcos,

Evangelio de Marcos: 10, 35-45

 En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: “Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.” Les preguntó:- “¿Qué queréis que haga por vosotros?” Contestaron: “Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.” Jesús replico: “No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?” Contestaron /: “Lo somos”.

“Jesús les dijo: “El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.”

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: “Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos  (Mc 10, 35-45)

Éste es un pasaje evidentemente simbólico, construido en su forma presente por la comunidad y reformado por el mismo Marcos, desde su perspectiva social y eclesial (a partir, sin duda, de una experiencia de Jesús y de un proyecto eclesial “zebedeo”, que iba en línea de poder mesiánico, no de entrega de la vida por los demás).

IMG_8129Zebedeos, políticamente correctos‒ Uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria, es decir, en tu Reino. . Sentarse a la derecha y a la izquierda significa “compartir” el poder de Jesús, no de un modo excluyente, pero sí superior al de los otros (recordemos que Mt 19, 28 hablaba de los doce seguidores de Jesús sentados sobre doce tronos, juzgando a las tribus de Israel:). El Reino de Dios se concibe por tanto como camino y meta de triunfo social, a fin de lograr la pacificación de todos, como una forma de tomar el poder y ejercerlo (evidentemente bien, a favor de los demás, pero en línea de poder).

No sabéis lo que pedís: ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? De pronto, Jesús cambia de tercio… La meta y tarea del movimiento de Jesús no es no tomar el poder y triunfar (para crear un tipo de paz política mundial impuesta desde arriba, desde Washington, Moscú, Pekín o Tel Aviv), sino dar la vida por los demás, convirtiéndose en semilla de resurrección, no de una simple de “política distinta”.

Según la tradición de los sinópticos, estos zebedeos forman con Pedro el “triunvirato” más saliente de la iglesia primitiva, ellos desearon el deseo de convertir el proyecto de Jesús en un camino políticamente correcto de administración del poder. Pero Jesús no era políticamente correcto.

Por eso rechaza la petición de los zebedeos (y de Pedro) y les recuerda que su “compromiso” mesiánico consiste en beber su cáliz, es decir, en compartir su camino de entrega y de muerte: Ellos, los de Jesús, tienen que morir para que vivan otros… Ellos, su generación política, tienen que “dar la vida”, para que pueda surgir una humanidad distinta.

Beberéis mi cáliz… Jesús les ha preguntado si “están dispuestos beber su cáliz” y ellos han respondido que sí…

Éste es el el fondo” de la escena. Estos zebedeos quieren sentarse en dos tronos para beber con Jesús la copa del triunfo final sobre los pueblos. Jesús les pregunta si pueden sufrir por él, y ellos le dicen que sí, que, a pesar de todo, van a seguir con él… Que están dispuestos a beber el cáliz de la muerte, es decir, del sacrificio y de la entrega propia, para que vivan otros, para que vivan todos, los que vienen del Este y los que son (somos) del Oeste, como dice Jesús en otra ocasión (Mt 8).

Pero sentaros a mi derecha a mi izquierda… Jesús les confía la tarea de seguirle, y así puede asegurar (confirmar) el camino mesiánico, en su vertiente de “entrega de la vida”, pero no ratificar el triunfo político final (en forma externa) que depende del Padre. De esa forma se sitúa, y sitúa a sus discípulos ante un gesto mesiánico de ofrenda y regalo de la propia vida, que ha de ser ratificado por su Padre.

Un rechazo radical del poder En ese contexto ha interpretado Jesús y ha superado el principio del poder, viendo que los otros diez (los Doce sin los zebedeos) se indignaron… (20, 24), no tanto porque los zebedeos quisieran los primeros puestos, sino porque los querían también loe otros, todos los Doce.

Aquí ofrece Jesús la carta magna de la relación entre poder político e iglesia, un tema que debe interpretarse como crítica frente a un mesianismo entendido en línea de toma de  poder. El Reino de Jesús (y la iglesia) no puede establecerse en forma de toma de poder (ni económico, ni político, ni religioso), sino de renuncia a todo poder.

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Una teoría política: Sabéis que los jefes de las naciones (arkhontes) las aplastan, y los grandes (megaloi) las oprimen (20, 25). Ésta es una interpretación negativa de la política, que no habría sido aceptada en modo algunos por los ideólogos del poder imperial romano, ni siquiera por el autor de la glosa de Rom 13, 1-7.

Un tipo de iglesia posterior, que ha pactado con el poder romano y con los reinos de este mundo, ha interpretado esta frase en sentido moralista, como algo que puede y debe superarse. En contra de eso, el evangelio la entiende en un sentido radical (igual que lo hubiera hecho el Apocalipsis).

Jesús no dice  a los arkhontes y megaloi de los pueblos (tôn ethnôn) que sean buenos administradores del poder, sino que abandonen todo poder,  si quieren ser hombre o mujeres de evangelio . Jesús no está criticando   el “mal gobierno”, sino la misma institución de un gobierno regido por arkhontes/primeros y megaloi/grandes.

Según eso, él quiere en la iglesia un gobierno que no sea gobierno, un poder sin poder, sin arkhontes y megaloi, un poder que no venga desde arriba para imponer y dominar  a los pequeños.

Eso significa que es la misma estructura del poder de los pueblos (que según Marcos se expresa en la política del imperio romano) está pervertida, pues no es servicio, sino como pre-potencia.

‒ Iglesia, anti-política: No sea así entre vosotros, sino que quien quiera ser grande sea vuestro servidor, y quien quiera ser primero sea vuestro esclavo. Así formula Jesús la destrucción cristiana del poder (sin recreación cristiana posible), rechazando para ello un tipo de orden y dominio social, fundada en la pre-eminencia del emperador sobre el pueblo, y de los estratos más altos de población (orden senatorial, ecuestre etc.) sobre los más bajos, utilizando para ello el poder sagrado del ejército, entendido como revelación del poder de Dios sobre los hombres.

Formulando así el tema, Jesús invierte también el orden religioso de un tipo de judaísmo fundado en la preeminencia de los sacerdotes y de otros grupos influyentes de la población sobre el resto de los hombres y mujeres. No es que las buenas mujeres sean “ordenadas” en un barco de Roma para tomar el poder de sacerdotes y obispos como mujeres…sino que no haya poder de sacerdotes ni obispos (no dice Jesús que no haya sacerdotes y obispos, varones o mujeres, sino que no sean poder).

 En contra de ese “orden” político-social de poder (de emperadores, reyes u obispos/obispas), Jesús propone un cambio radical, que se expresa a través de la figura y presencia de los siervos y esclavos (diakonoi, douloi), pero no con el fin de tomar el poder y ocupar así el puesto de los dominadores antiguos, sino para superar de raíz la estructura y sentido del conjunto centrado en la superioridad de los arkhontes/megaloi. Jesús no busca, pues, una simple inversión de lugares (los de abajo arriba, y los de arriba abajo), sino de una superación de este tipo de lugares sociales, que se expresan a través de una dominación ideológica y social de clase.

‒ Una tradición bíblica. Este Jesús que sube a Jerusalén (cf. 20, 17-19) no propone una toma de poder, sino una negación del mismo poder, entendido como dominio de unas “clases altas” (arkhontes, megaloi), que utilizan su pretendida grandeza como justificación y medio de dominio económico, social e ideológico  (religioso) sobre los demás.

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Al plantear de esa forma el tema, Jesús se sitúa en una línea de tradición antigua de la Biblia que ha formulado, al menos desde el Canto de Ana (1 Sam 2, 1-10), que proclama  la exigencia (experiencia y tarea) de una inversión de todos los poderes, hasta culminar en el canto de María, que ofrece la versión lucana del tema, desde un contexto de judeo-cristianismo (Lc 1, 47-55) . Pero aquello que en otros casos era una visión “profética” o una anticipación apocalíptica se ha convertido ahora en proyecto concreto de vida social, encarnado en los seguidores de Jesús, a quienes Jesús ofrece su enseñanza: “No sea así entre vosotros, sino que…” (20, 27).

De manera bastante común, la iglesia posterior ha tomado estas palabras como un “proyecto espiritual”, para regulación interna de la vida de algunos privilegiados (sobre todo monjes), dejando sin cambiar la forma y estructura externa de la vida de los hombres. Pues bien, en contra de eso, Jesús propone aquí un programa activo de transformación social, encarnado en el grupo de sus seguidores, que aparecen de esa forma a modo de “comunidad protesta”, como alternativa social concreta, en medio de un contexto imperial que piensa y actúa de otra forma.

La pequeña iglesia de los seguidores de Jesús ha de instituirse según eso en forma de grupo testimonial y de protesta, en contra del gran imperio de Roma. ‒ Como el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos. En la línea de lo que vengo diciendo, esa tradición socio-política de superación del poder antiguo se funda en la experiencia del Antiguo Testamento, pero ella ha sido ratificada y ha venido a culminar en una línea de transformación mesiánica en la figura y obra de Jesús, que aparece así como aquel que da la vida por los otros, y que triunfa precisamente al no triunfar, en una perspectiva que por los demás ha sido ratificada por Pablo en Flp 2, 6-11. Esta frase (el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido…) recoge el cambio esencial del mesianismo de Jesús, que se opone expresamente a la imagen de Dan 7, 13-14, donde se decía que el Hijo del Hombre vendrá al final, tras el juicio del Anciano de Días, para recibir el poder regio y el dominio sobre las naciones… 

Según eso, el Hijo de Hombre de los evangelios, lo mismo que el de   Flp 2, 6-11 lugares, no ha venido recibir el honor de los pueblos (a ser servido), sino a servir, dando la vida por los otros, para iniciar de esa manera un tipo nuevo de “redención”, es decir, de lytron, que no es el viejo sacrificio de los que se “humillan” o quedan destruidos ante Dios, sino el de aquellos que entregan su vida por los demás.

Jesús, que no ha venido a tomar el poder de los que mandaban (sacerdotes de Jerusalén, emperadores de Roma), ni a invertirlo en un tipo de poder opuesto, aunque equivalente, sino a superarlo, convirtiendo así la vida en gesto de servicio y comunión por los demás. Ésta ha sido la enseñanza más honda del evangelio,  la lección que él ha debido transmitir a los zebedeos (y a través de ellos a otros), es decir, a todos sus discípulos, mostrándoles la necesidad de un cambio radical en la visión del poder.

(Seguira mañana la historia de los zebedeos… empezando por la madre que quiere el poder para los hijos)

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¿Triunfar o servir? Domingo 29. Ciclo B

Domingo, 20 de octubre de 2024
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IMG_8125Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En las lecturas de los domingos anteriores Jesús ha ido instruyendo a los discípulos a propósito de los más diversos temas (los niños, el divorcio, la riqueza, etc.). En el de hoy da su última gran enseñanza antes de subir a Jerusalén para la pasión.

En lo que piensa Jesús

Todo comienza con el tercer anuncio de la pasión y resurrección, que no se lee, pero que es fundamental para entender lo que sigue. Jesús repite una vez más a los discípulos que los sumos sacerdotes y los escribas lo condenarán a muerte, lo entregarán a los paganos, se burlarán de él, le escupirán, azotarán y matarán.

En lo que piensan Santiago y Juan: Presidente del Gobierno y Primer Ministro

Igual que en los casos anteriores, al anuncio de la pasión sigue una muestra de incomprensión por parte de los apóstoles: Santiago y Juan, dos de los más importantes, de los más cercanos a Jesús, ni siquiera han prestado atención a lo que dijo.

En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:

-Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.

Les preguntó:

-¿Qué queréis que haga por vosotros?

Contestaron:

-Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.

Mientras Jesús habla de sufrimiento, ellos quieren garantizarse el triunfo: “sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda”. “En tu gloria” no se refiere al cielo, sino a lo que ocurrirá “en la tierra”, cuando Jesús triunfe y se convierta en rey de Israel en Jerusalén: quieren un puesto a la derecha y otro a la izquierda, Presidente de Gobierno y Primer Ministro. Para ellos, lo importante es subir.

Jesús replicó:

No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?

Contestaron:

-Lo somos.

Jesús les dijo:

-El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.

La respuesta de Jesús, menos dura de lo que cabría esperar, procede en dos pasos. En primer lugar les recuerda que para triunfar hay que pasar antes por el sufrimiento, beber el mismo cáliz de la pasión que él beberá. No queda claro si Juan y Santiago entendieron lo que les dijo Jesús sobre su cáliz y su bautismo, pero responden que están dispuestos a lo que sea. Entonces Jesús, en un segundo paso, les echa un jarro de agua fría diciéndoles que, aunque beban el cáliz, eso no les garantizará los primeros puestos. Están ya reservados, no se dice para quién.

La reacción de los otros diez y la gran enseñanza de Jesús

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo:

-Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.

¿Por qué se indignan? Probablemente porque también ellos ambicionan los primeros puestos. Jesús aprovecha la ocasión para enseñarles cómo deben ser las relacio­nes dentro de la comunidad. En la postura de los discípulos detecta una actitud muy humana, de simple búsqueda del poder. Para que no caigan en ella, les presenta dos ejemplos opuestos:

1) el que no deben imitar es el de los reyes y monarcas helenísticos, famosos por su abuso del poder: “Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las opri­men”.

2) el que deben imitar es el del mismo Jesús, que ha venido a servir y a dar su vida en rescate por todos.

En medio de estos dos ejemplos queda la enseñanza capital: “el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos”. En la comunidad cristiana debe darse un cambio de valores absoluto.

Pero esto es lo que debe ocurrir “entre vosotros”, dentro de la comunidad. Jesús no dice nada a propósito de lo que debe ocurrir en la sociedad, aunque critica indirectamente el abuso de poder

Primera lectura: Isaías 53,10-11

El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá su descendencia, prolongará sus años;
lo que el Señor quiere prosperará por sus manos.
A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará,
con lo aprendido mi Siervo justificará a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.

Este texto se ha elegido como comentario de las palabras de Jesús: “el Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” y de sus referencias anteriores a la pasión (el cáliz y el bautismo). Por eso comienza diciendo que El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento; unas palabras que escandalizan por la forma de hablar de Dios, pero que hay que interpretarlas como un recurso para el triunfo final. De hecho, el texto de Isaías insiste más en el éxito de Jesús (verá su descendencia, prolongará sus años, verá y se hartará) y de su obra (el plan de Dios prosperará por sus manos, justificará a muchos).

Reflexiones

1. Este pasaje constituye la última enseñanza de Jesús antes de la pasión, en la que nos deja su forma de entender su vida: “El Hijo del Hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos”. Este ejemplo es válido para todos los cristianos, no sólo para papas y obispos.

2. Esta espléndida enseñanza no nos habría llegado si Santiago, Juan y los otros diez hubieran sido menos ambiciosos. Los fallos humanos pueden traer grandes beneficios.

3. La enseñanza de Jesús ha calado muy poco en la Iglesia después de veinte siglos y en ella se sigue dando un choque de ambiciones al más alto nivel. La única solución será tener siempre presente el ejemplo de Jesús.

4. El texto de Isaías nos ayuda a mirar con esperanza los momentos difíciles de nuestra vida. Aunque la impresión que podemos tener a veces es que Dios nos está triturando con el sufrimiento, no es ésa su intención, sino sacar de nosotros algo muy bueno.

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