Comentarios desactivados en “La vida como regalo”. Domingo 11 Tiempo ordinario – B (Marcos 4,26-34)
Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y el rendimiento. Pocas diferencias ha habido en esto entre el capitalismo y el socialismo. A la hora de valorar a la persona, siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.
Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único importante es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.
Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña parábola, recogida por el evangelista Marcos, en la que Jesús compara el «reino de Dios» con una semilla que crece por sí sola, sin que el labrador le proporcione la fuerza para germinar y crecer. Sin duda es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que no se debe a su esfuerzo.
Experimentar la vida como regalo es probablemente una de las cosas que nos puede hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera nueva, más atentos no solo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos recibiendo de manera gratuita.
Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor «desgracia» es vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir por Dios, y sin disfrutar de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar por la vida sin dejarnos sorprender por la «novedad» de cada día.
Todos necesitamos hoy aprender a vivir de manera más abierta y acogedora, en actitud más contemplativa y agradecida. Alguien ha dicho que hay problemas que no se «resuelven» a base de esfuerzo, sino que se «disuelven» cuando sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros. Se nos olvida que, en definitiva, como decía Georges Bernanos, «todo es gracia», porque todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.
Comentarios desactivados en “Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas”. Domingo 16 de junio de 2024. Domingo 11º Ordinario
De Koinonia:
Ezequiel 17,22-24: Ensalzo lo árboles humildes. Salmo responsorial: 91: Es bueno darte gracias, Señor. 2Corintios 5,6-10: En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor. Marcos 4,26-34: Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta que las demás hortalizas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.”
Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.” Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
La gran virtud de las parábolas es la de superar los obstáculos más obvios e inmediatos del entendimiento. Una parábola es un arco que se eleva por el aire y cae justo en su objetivo, evadiendo los obstáculos, enfocándose a su meta. Las parábolas de Jesús tienen un efecto similar. Frente a las interpretaciones oscuras y cargadas de sanciones con las que los maestros de la ley solían responder a sus interlocutores, las palabras de Jesús se imponen con una claridad demoledora. Frente a las intrincadas y sofisticadas interpretaciones de los maestros griegos, las enseñanzas de Jesús se presentan con una evidencia incontrovertible. Las palabras de Jesús hablan de la vida cotidiana: el campesino que salva su cosecha; de la persona que al cocinar administra con tino y prudencia la sal. Las palabras del profeta Ezequiel nos hablan del cedro, un árbol excepcional por su longevidad y por la calidad de su madera. Pablo nos hablará del cuerpo, como un domicilio provisional, y sin embargo imprescindible, para alcanzar una residencia permanente en un cuerpo resucitado.
El profeta Ezequiel compara la acción de Dios con la de un campesino que reforesta las cumbres áridas con cedros que se caracterizan por su tamaño excepcional, por la duración de su madera y por su singular belleza. El nuevo Israel será un rebrote joven plantado en lo alto de los montes de Judá; atrás quedaría la soberbia de la monarquía y todos los peligros de su desmesurada avidez de poder. El profeta tiene la esperanza de que su pueblo renazca luego del exilio y su estirpe perdure como lo hacen los cedros que pueden llegar a durar dos mil años.
Las parábolas de Jesús, en cambio, no hablan desde la perspectiva de los árboles grandes, sino de los arbustos que pueden crecer en nuestros jardines sin derribar la casa ni secar las otras hortalizas. La primera parábola habla de la fuerza interna de la semilla, que opera prácticamente sin que el campesino se percate. Si la semilla encuentra las condiciones favorables, florecerá. La labor del campesino se limita a preparar el terreno para que ofrezca esas condiciones que hacen posible el cultivo; a los cuidados indispensables para que la semilla germine y se fortalezca, y a la acción oportuna para cosechar los frutos. De manera semejante opera la acción del cristiano, favoreciendo la implantación de la semilla del Reino.
La homilía podría orientarse también muy justificadamente, más que por esa línea bíblica, por la línea teológica: el tema del Reino, que es el protagonista de las parábolas de Jesús del evangelio de hoy. En realidad sabemos que el tema del Reino fue… la pasión, la manía, el estribillo, la obsesión de Jesús. Por que fue también «Su Causa», la Causa por la que vivió y luchó, la causa por la que fe perseguido, capturado, condenado y ejecutado. Para comprender a Jesús nada hay más importante que tratar de comprender el Reino y la relación de Jesús con él.
[Es importante recordar –sin marcar bien los contrastes históricos caemos en el riesgo de repetir los errores pasados- que el Reino era en realidad un ausente mayor en el cristianismo clásico, incluso en el cristianismo que los hoy día «mayores» aprendimos y vivimos antes del Concilio Vaticano II… En el último milenio de la Iglesia se dio lo que Teófilo Cabestrero denomina «el eclipse del Reino»: la Iglesia prácticamente lo desconoció. Empleaba la palabra, el término, pero confundiéndolo. Típica es la expresión de esta confusión en las palabras del P. Vilariño, jesuita español de principios del siglo XX que sintetizaba su definición de Reino de Dios en aquel triple nivel: el Reino de Dios es el cielo, porque allí es donde Dios puede reinar efectivamente; el Reino de Dios es la Iglesia, porque la Iglesia sería el Reino de Dios en la tierra…; y el Reino de Dios, en tercer lugar, sería la gracia santificante en las almas, pues por medio de ella Dios se hace presente y reina en nuestro interior… Ninguna de estas tres definiciones coincide con lo que el obsesionado Jesús tenía en mente cuando hablaba y soñaba y se exponía por el Reino de Dios…]
Hay que subrayar que el tema del Reino de Dios, su redescubrimiento, a partir de ese citado «eclipse del Reino», es sin duda el tema teológico que más ha transformado a la Iglesia –y a la eclesiología y a la teología toda-. Véase la descripción del «Reinocentrismo» (por ejemplo en el libro Espiritualidad de la Liberación, de Casaldáliga-Vigil, disponible en servicioskoinonia.org/biblioteca) para desarrollar el tema dela transformación de la teología y de la espiritualidad con el re-descubrimiento del tema jesuánico del Reino…
El Reinocentrismo significa la superación del eclesiocentrismo, que se instaló en la Iglesia bien pronto, en contra de la mentalidad de Jesús. Y no es una «nueva teología», sino el pensamiento mismo de Jesús… Leer más…
Comentarios desactivados en 16.6.24.El reino de Dios se parece…. ¿A qué se parece? Palabra de Jesús, parábolas
Del blog de Xabier Pikaza:
Palabra viene de parábola, lenguaje simbólico y figurado, conversación abierta. No es lo ya dicho, sino lo que estamos diciendo, para niños, para ancianos, para pobres, para todos… Nadie queda excluido. El Reino de Dios se parece, la vida es como…
¿Seguimos hablando, pensando, cantando? ¿Me ayudáis y descubrimos juntos el sentido de la vida, sin excluir a nadie, sin pontificar sobre nada.
Hay siempre un lugar y un momento en el corro de las parábolas. Entremos hoy en la conversación de Jesús según el evangelio de Marcos.
No enseñaba de memoria, no daba lecciones. Se fijaba, escuchaba, proponía, matizaba, creando en la calle una escuela de vida.
| Xabier Pikaza
Marcos 4,26-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: “El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.”
Dijo también: “¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.” Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Jesús, mesías de palabras…
Jesús conocía el mensaje central de la Escritura, pero no se ha limitado a repetir sus argumentos ni ha discutido sus aplicaciones con otros rabinos, sino que ha proclamado la llegada del Reino (palabra de Dios) de un modo directo, entrando apelando a la conciencia de cada uno, desde el contexto de los campesinos y prescindibles de Galilea, expresando así la Palabra de Dios.
La sorpresa del pensamiento. Más allá de la lógica. Las parábolas son relatos breves, de carácter figurado, que nos introducen en la realidad desde una perspectiva imprevista, rompiendo el orden usual normal del pensamiento discursivo. Ellas expresan el poder creador del pensamiento, que es capaz de situarse de un modo paradójico ante el misterio de la realidad (que es Dios).
Las parábolas se cuentan en formas distintas en muchos pueblos y culturas, donde se vinculan con enigmas y cuentos, koan y las paradojas, con los poemas breves ylas adivinanzas, apólogos y alegorías y otras composiciones de la literatura oral más que de la escrita.
Tienen algo de juego y enigma, de curiosidad y eclosión imaginativa y han sido especialmente cultivadas en el mundo oriental y en el contexto de la Biblia, donde se afirma que Salomón, sabio por excelencia, fue autor de tres mil proverbios y de cien poemas (cf. 1 Rey 4, 32; cf. también Prov 1, 1; 10, 1; Eclo 1, 1; cf. 12, 9).
Normalmente, las mejores parábolas y enigmas de la Biblia no son obra de reyes, sino de personas que están fuera de las estructuras del poder, de manera que ellas pueden pensar más libremente y mostrar la otra cara de la realidad, rompiendo las redes del sistema. Entre los autores de parábolas antiguas podemos citar a Natán (2 Sam 12, 1-4), a la mujer sabia de Técoa (2 Sam 14, 2-7) o a Jotán, autor del apólogo famoso sobre el rey de los árboles (cf. Jc 9, 8-15).
Jesús, una puerta de parábolas que se abre
En el judaísmo del siglo I d. C. había otros narradores de parábolas, pero no conocemos a nadie que, entonces o después, se tuviera unos temas y modos de narrar como los haya podido comparar con Jesús, que no ha sido letrado de escuela o de corte, o escuela. P sino mensajero de un Reino (Palabra de revelación) cuyo impacto él ha descrito en forma de parábolas que ha proclamado en plazas y campos, para introducir a los hombres y mujeres en el “mundo de la palabra”, que es mondo de sorpresa y comunicación.
(1) Jesús ha creado parábolas de tierras y plantas, evocando el lago donde faenan los pescadores (Lc 5), el campo donde siembran los labriegos (Mc 4, Mt 13), de la semilla que crece por sí misma, y del grano de mostaza (Mc 4), o d el trigo y la cizaña que se mezclan das en la tierra (Mt 13), la de higuera estéril… (Mc 11).
Jesús ha contado también parábolas que evocan trabajos y afanes: una mujer que amasa el pan con levadura (Mt 13) o que busca la moneda que ha perdido (Lc 15),; hay también un un comerciante experto en perlas finas (Mt 13), un agricultor acomodado que contrata jornaleros (Mt 20) y de un viñador y sus renteros (Mc 12).
(3) Las parábolas de Jesús no son relatos ejemplares de piedad, sino llamadas de atención, ante la hora de Dios, es decir, ante la llegada del Reino con personajes ambiguos: administradores injustos (Mt 18; Lc 16), reyes crueles (Mt 22) o esposos desconsiderados (Mt 25), levitas y sacerdotes que abandonan al herido del camino (Lc 14). Ellas recogen así la vida real de los hombres y mujeres de su tiempo, situando ante esa misma vida el don y tarea del Reino.
En general, las parábolas evocan experiencias desconcertantes y en casi todas ellas late un rasgo que desconcierta, una paradoja que rompe los esquemas usuales de la vida: Un comerciante que vende su hacienda para comprar una fina perla (Mt 13, 45: ¿de qué vive después?), un padre que recibe y vuelve a dar sus bienes (anillo) al hijo pródigo que había dilapidado los bienes anteriores (Lc 15), un propietario que envía entrega a su hijo querido, sin armas ni defensa, poniéndole en manos de los duros viñadores que le matan (Mc 12), un sembrador que malgasta su semilla en el camino y entre zarzas (cf. Mt 4). Ellas evocan así la sorpresa de la vida, que nos sobrepasa y nos hace capaces de pensar de un modo distinto, en fidelidad a la tierra, sin un posible recurso a la evasión; pues bien, en ese trasfondo presenta Jesús su mensaje de Reino.
Una tabla de parábolas.
Como he dicho, las parábolas sacuden al oyente y le capacitan para situarse de otro modo ante la realidad. Parecen hablar de un mas allá, como en el caso del rico Epulón (Lc 16) y del juicio del Hijo del Hombre (Mt 25), pero en realidad están hablando del más acá: El Epulón debe ayudar al pobre Lázaro, el rico ha de alimentar al hambriento, aquí y ahora, desplegando de esa forma el Reino. Jesús ha ido trazado así su itinerario de Reino, superando las seguridades oficiales y abriendo rutas desde la ley y el te felicidad y fidelidad. Éstas son algunas de sus parábolas, con las preguntas que suscitan (y con su paradoja): Leer más…
En el evangelio del domingo pasado vimos cómo se formaba una pequeña comunidad en torno a Jesús: su familia, sus hermanos, sus hermanas y su madre. Inmediatamente después introduce Marcos una serie de parábolas contadas por Jesús. Algo que el lector esperaba desde hace tiempo, porque el evangelista ha insistido en que Jesús enseñaba, pero no decía qué enseñaba. De ese largo discurso (34 versículos), la liturgia ha elegido dos parábolas (una que solo se encuentra en Marcos, y la conocida del grano de mostaza) y el final del discurso.
El campesino y la tierra (1ª parábola)
En aquel tiempo decía Jesús a las turbas:
– El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Lo que dice la primera parábola parece una tontería: que el campesino siembra y luego se olvida de lo que ha sembrado hasta llegar el momento de la siega; la que trabaja es la tierra, es ella la que hace crecer los tallos, las espigas y el grano. Eso lo saben todos los galileos que escuchan a Jesús. ¿Dónde radica la novedad de esta parábola? En que Jesús compara la actividad del campesino con lo que ocurre en el reino de Dios. También aquí la semilla termina dando fruto sin que el campesino trabaje, mientras duerme.
Y entonces surgen los interrogantes: ¿quién es el campesino? ¿Es Jesús? No parece lógico, porque el campesino de la parábola no sabe lo que ocurre. ¿Son los apóstoles y misioneros que anuncian el evangelio, y éste da fruto, aunque ellos no se den cuenta? ¿Quién es la tierra? ¿Es cada cristiano, en el que la semilla va dando fruto mientras el que ha sembrado duerme?
La explicación hay que buscarla en otra línea: la parábola habla del proceso misterioso por el que crece el reino de Dios, la comunidad cristiana, semejante al de la simiente que crece sin que el campesino intervenga ni se dé cuenta. Cuando uno piensa en la forma misteriosa en que la simiente plantada por Jesús y sus discípulos en una región remota y sin importancia del imperio romano ha terminado produciendo fruto en todos los países del mundo, el sentido de la parábola resulta más claro. Es una invitación a confiar en la acción misteriosa de Dios en la iglesia y en cada uno de nosotros, renunciando a considerarnos los protagonistas de la historia, y a pensar que todo depende de lo que hacemos.
Sin embargo, parece que la parábola resultó demasiado extraña y difícil de entender, y quizá por eso Mateo y Lucas (por motivos pastorales, como ahora se dice) no la copiaron.
La mostaza y el cedro (2ª parábola y lectura de Ezequiel)
Dijo también:
– ¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas. Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
La segunda comparación es más clara y de enorme actualidad, sobre todo en muchos países occidentales, donde el cristianismo parece andar de capa caída. Jesús compara a la comunidad cristiana, el reino de Dios en la tierra, con la semilla de mostaza; algo diminuto, pero que, al cabo del tiempo, se convierte en árbol y puede acoger a los pájaros del cielo. No hay que desanimarse si la iglesia es un arbolito pequeño, poco mayor que las hortalizas.
Quien conoce el Antiguo Testamento, advierte que esta parábola recoge una comparación de Ezequiel modificándola radicalmente. Este profeta se dirige a los judíos de su tiempo, desanimados por tantas desgracias políticas, económicas y religiosas. Para infundirles esperanza, compara al pueblo con un árbol. Pero no con el modesto arbolito de la mostaza, sino con un majestuoso cedro, del que Dios arranca un esqueje para plantarlo «en un monte elevado, en la montaña más alta de Israel».
Esto dice el Señor Dios:
– Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré. De sus ramas más altas arrancaré una tierna y la plantaré en la cima de un monte elevado; la plantaré en la montaña más alta de Israel, para que eche brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Anidarán en él aves de toda pluma, anidarán al abrigo de sus ramas.
Todo es grandioso en Ezequiel; en el evangelio, todo es modesto. Pero el resultado es el mismo; en ambos árboles pueden anidar los pájaros. La comparación de Ezequiel recuerda la imagen de una iglesia universal dominante, grandiosa, respetada y admirada por todos. La de Jesús, una comunidad modesta, sin grandes pretensiones, pero alegre de poder acoger a quien la necesite.
En resumen, las dos parábolas se complementan. La primera habla del crecimiento misterioso del reino; la segunda advierte que, a pesar de su crecimiento, no debemos esperar que se convierta en algo grandioso. Pero, aunque sea modesto como el arbolito de la mostaza, podrá cumplir su misión de acoger a los pájaros del cielo
Final del discurso (Mc 4,33-34)
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.
Marcos ha querido cerrar su discurso con una nota sobre el modo de enseñar de Jesús, sin caer en la cuenta de que se contradice. Comienza diciendo que hablaba en parábolas para acomodarse al entender de su auditorio. Pero la gente no debía de entenderlas, porque sus discípulos tenían necesidad de que se las explicara en privado. Podemos decir, resumiendo mucho, que Jesús utilizaba dos tipos de parábolas: las muy fáciles de entender (hijo pródigo, buen samaritano…) y las que pretendían que la gente pensase; si ni siquiera los discípulos encontraban la respuesta, él se la explicaba (estas son la mayoría).
El destierro y la patria (2 Corintios 5,6-10)
El tiempo ordinario nos devuelve también a la problemática realidad de la segunda lectura, sin relación con la primera ni con el evangelio. Un inciso que dificulta más que ayuda. Eso no significa que no contenga mensajes importantes.
Hermanos: Siempre tenemos confianza, aunque sabemos que, mientras vivimos, estamos desterrados, lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Y es tal nuestra confianza, que preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir junto al Señor. Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarle. Porque todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.
Este breve fragmento de la segunda carta a los Corintios nos permite conocer los sentimientos más íntimos de Pablo. La conversión supuso para él un cambio radical con respecto a la persona de Jesús. De perseguirlo pasó a estar tan entusiasmado con él que, por su gusto, preferiría morir para estar con el Señor. Su situación le recuerda a la de tantos contemporáneos suyos, que por motivos políticos eran desterrados, lejos de Roma o de otra ciudad importante. Él también se siente desterrado, lejos del Señor. Y le gustaría morir, porque sólo con la muerte se puede volver a la verdadera patria y estar cerca del Señor. (Siglos más tarde santa Teresa diría algo parecido: «Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero que muero porque no muero».) Pero Pablo acepta la realidad. En el destierro o en la patria, debemos esforzarnos por agradar a Dios.
«Es bueno darte gracias, Señor» (Salmo 91)
Tanto si la semilla germina y da fruto en cada uno de nosotros o en toda la Iglesia, la respuesta al evangelio debe ser la acción de gracias. El salmo usa también una imagen vegetal, aunque no habla del cedro ni de la mostaza, sino de la palmera. Como ella, el justo «en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso».
Al abrir la biblia por la cita de hoy lo primero que leemos es este enunciado: Parábola del grano que crece por sí sólo. El subconsciente de cada cual es muy peculiar pero si el tuyo es de los que saltan disparados para protestar, no tardará en salirte un “¡sí, claro!”. Vamos, que no te parece muy convincente eso de que crezca por sí sólo.
Pues bien, ¿cuántas veces has escuchado o leído que nos tenemos que hacer como niños? Con esta, una más.
Si jugando con un niño haces que, por ejemplo, un muñeco le hable, en un primer momento se sorprenderá pero acto seguido te dirá “has sido tú”. Reconoce que alguien mayor que él ha hecho que el muñeco le hable. Luego, agradecido, incluso él imitará ese gesto que le acabas de enseñar y lo hará con otros niños.
Algo así podríamos hacer en nuestra cotidianidad. No me refiero a hacer cosas extraordinarias y ponernos medallas, qué va, aunque nos encanta. Me refiero a la actitud del niño: sorprendernos con lo que ocurre en el momento presente, es decir, estar despiertas y atentas al ahora, reconocer que lo que vivimos no es mérito nuestro sino que nos viene de Dios, alguien infinitamente más grande que nosotras, y así, llenas de gratitud, imitar entre las demás ese pequeño gesto que nos ha hecho sonreír.
Verás que así el grano sí que crece por sí sólo. Con gratitud y pequeños gestos. Una vez que una hermana acababa de sembrar unas semillas, una noche al acostarse se acordó que no las había regado y un rato después escuchó que comenzaba a llover. Dijo “gracias, Señor, por encargarte tú de regar ahora”… y vaya si crecieron.
Oración
Jesús de Nazaret, Maestro, no dejes de enseñarnos en el Silencio. Amén.
Comentarios desactivados en La semilla, como Vida que es, crece desde dentro.
DOMINGO 11º (B)
Mc 4,26-34
Más que parábolas son dos ejemplos simples que todo el mundo podía comprender. Con ellos Jesús intenta comunicar a los demás lo que está pasando en lo más hondo de su ser. El Reino de los cielos no se parece a nada, está más allá de todo lo que podemos comprender. En cada ser humano es una Realidad distinta e intransferible, solo el lenguaje simbólico puede apuntar a esa Realidad escurridiza. Si es única en cada uno, la manera de manifestarse también será siempre diferente. No cabe la programación.
Todos los exégetas están de acuerdo en que el “Reino de Dios” es el centro de la predicación de Jesús. Lo difícil es concretar en que consiste esa realidad tan escurridiza. La verdad es que no se puede concretar, porque no es nada concreto. Tal vez por eso encontramos en los evangelios tantos apuntes desconcertantes sobre esa misteriosa realidad. Sobre todo en parábolas que nos van indicando distintas perspectivas para que vayamos intuyendo lo que puede esconderse en esa expresión tan simple.
Podíamos decir que es un ámbito que abarca a la vez materia y espíritu. Todo el follón que se armó el primer cristianismo a la hora de concretar la figura de Jesús, nos lo armamos nosotros a la hora de definir que significa ser cristiano. El Reino es a la vez, una realidad divina que ya está en cada uno de nosotros y una realidad humana, terrena que se tiene que manifestar en nuestra existencia de cada día. Ni es Dios en sí mismo ni se puede identificar con ninguna situación política, social o religiosa.
Las parábolas no se pueden explicar. Solo una actitud vital adecuada puede ser la respuesta a cada una. Como nuestra actitud espiritual va cambiando, la parábola me va diciendo cosas distintas a medida que avanzo en mi camino. Tampoco las dos parábolas de hoy necesitan aclaración alguna. Todos sabemos lo que es una semilla y como se desarrolla. Si acaso, recordar que la semilla de mostaza es tan pequeña que es casi imperceptible a simple vista. Por eso es tan adecuada para precisar la fuerza del Reino.
El crecimiento de la planta no es consecuencia de una acción externa sino consecuencia de una evolución de los elementos que ya estaban en ella. Este aspecto es muy importante, por dos razones: 1ª porque nos advierte de que lo importante no viene de fuera; 2ª porque nos obliga a aceptar que no es algo estático sino un proceso que no tiene fin, porque su meta es el mismo Dios. El Reino, que es Dios, está ya ahí, en cada uno y en todos a la vez. Nuestra tarea no es producir el Reino, sino hacerlo visible.
Tampoco podemos pensar en una meta preconcebida. Desde lo que cada uno es en el núcleo de su ser, debe desplegar todas las posibilidades sin pretender saber de antemano a donde le llevará la experiencia de vivir esa Realidad que nos desborda. En la vida espiritual es ruinoso el prefijar metas. Se trata de desplegar una Vida y como tal, es imprevisible, porque es respuesta interna incontrolable. No pretendas ninguna meta, simplemente camina. La fuerza que necesitas para caminar ya está en ti.
En cada una de las dos parábolas se quiere destacar un aspecto de esa realidad potencial dentro de cada semilla. En la semilla se quiere destacar su vitalidad, es decir, la potencia interna que tiene para desarrollarse por sí misma. En el grano de mostaza se quiere destacar la desproporción entre la pequeñez de la semilla y la planta que de ella surge. Parece imposible que de una semilla apenas perceptible surja, en muy poco tiempo, una planta de gran porte, donde pueden hacer su nido las aves.
En una religión que tenía verdadera obsesión por controlarlo todo, Jesús propone una total autonomía de la fuerza del Reino. La semilla crece sin que sepamos cómo. El afán de controlarlo todo, hasta los últimos detalles, arruina la energía de la semilla que la puede hacer crecer. La fuerza viene de la propia semilla que la desplegará en cuanto encuentre las condiciones adecuadas. La Iglesia pretende que pongamos toda nuestra confianza en las normas, los ritos y las verdades dogmáticas, olvidando lo esencial.
En una sociedad en que se valoraba el poder por encima de todo, Jesús da a entender que hay una Realidad que se muestra en lo infinitamente pequeño. El Reino que es Dios se manifiesta siempre, no a través del dominio sino a través del servicio. Jesús nos invita a ver la presencia de Dios en la insignificancia de todo ser humano. Dios no se manifiesta en lo grandioso sino en lo más pequeño. Como Iglesia y como individuos debemos recuperar esta manera de ver el mundo si queremos ser fieles a Jesús.
Cada uno de nosotros debemos preguntarnos si, de verdad, hemos descubierto y aceptado el Reino de Dios y si lo hemos rodeado de unas condiciones mínimas indispensables para que pueda desplegar su propia energía. Si no se ha desarrollado, la culpa no será de la semilla, sino nuestra. La semilla se desarrolla por sí sola, pero necesita humedad, luz, temperatura y nutrientes para poder desplegar su vitalidad latente. La semilla con su fuerza está en cada uno, solo espera una oportunidad.
No somos nosotros los que desarrollamos el Reino. Es el Reino quien se desarrolla en nosotros. Incluso los que tenemos como tarea hacer que el Reino se desarrolle en los demás, olvidamos ese dato fundamental. No tenemos paciencia para dejar tranquila la semilla, o intentamos tirar de la plantita en cuanto asoma y en vez de ayudarla a crecer la desarraigamos, o la damos por perdida antes de que haya tenido tiempo de germinar.
Puede frustrarnos el ansia de producir fruto sin haber pasado por las etapas de crecer como tallo, luego la espiga y por fin el fruto. La vida espiritual tiene su ritmo y hay que procurar seguir los pasos por su orden. La mayoría de las veces nos desanimamos porque no vemos inmediatamente los frutos. Cada paso que demos es un logro y en él ya podemos apreciar el fruto. Si tomas conciencia de tu verdadero ser, estás en camino.
El Reino está en nosotros como semilla que está sembrada en cada uno de nosotros. Es la realidad espiritual que está más allá del tiempo y del espacio. Está a la vez en todas partes y siempre. Si soy consciente de esa Realidad lo descubriremos mirando las obras. Si mi relación con los demás es adecuada a mi verdadero ser, demostrará que el Reino está en mí. Si es inadecuada, demostrará que el Reino no se ha desarrollado.
Jesús experimentó dentro de sí mismo esa Realidad y la manifestó en su vida. Toda su predicación consistió en proclamar esa posibilidad. El Reino de Dios está dentro de nosotros, pero puede que no lo hayamos descubierto. Jesús hace referencia a esa Realidad. Creo que, aún hoy, nos empeñamos en identificar el Reino de Dios con situaciones externas. La lucha por el Reino tiene que hacerse dentro de nosotros mismos.
«Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas»
Imaginemos a Jesús sentado en una roca de la loma de un monte contando historias sencillas a la gente para hablarles de Dios y del Reino: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios» … Enfrente, acomodados como pueden en la irregularidad del terreno, vemos gran número de personas que le siguen a todas partes y hasta se olvidan de comer por escucharle; que están entusiasmadas, pues les habla de Dios con cosas sencillas y en un lenguaje tan asequible que todos le entienden. Además, Jesús les abre una puerta a la esperanza que los letrados y fariseos mantenían cerrada, porque el Dios que predica no los rechaza por sus pecados, sino que los acoge: es como una Madre, no como un Juez…
Algunos especialistas dicen que las parábolas, tal y como las recoge el evangelio, son invento de Jesús; que las parábolas del Antiguo Testamento son más bien alegorías cuyo estilo no se puede equiparar al suyo. En cualquier caso, no cabe duda de que les hablaba en parábolas y que si las ignoramos (o las infravaloramos) nos quedamos sin mensaje. Son tan importantes para entender al Dios de Jesús y el Reino, que me van a permitir enunciarlas juntas para hacernos una idea de conjunto de la propuesta de vida que encierran.
“El sembrador”: Dios siembra a voleo la semilla de la Palabra para que llegue a todos, y cuando cae en buena tierra, da el ciento por uno… “La cizaña”: No habla de buenos y malos, sino de que el bien y el mal conviven en el interior de cada uno de nosotros… “La red”:bastante parecida a la anterior, añadiendo, quizá, que el ser humano no está capacitado para juzgar la bondad o maldad de los actos ajenos… “El grano que crece solo”: La semilla no es nuestra; nosotros no la hacemos germinar; lo nuestro es preparar el campo para que la semilla pueda germinar en nosotros… “El grano de mostaza”: Es un acto de fe en la fuerza imparable del Reino que acabará fertilizándolo todo allí donde caiga… “La levadura”: el Reino no crece por la fuerza del poder o el poder del dinero, sino desde dentro, en silencio…
“El tesoro”: Quien lo encuentra lo vende todo, pero lo hace lleno de alegría porque lo demás ha dejado de tener importancia para él; ya sólo le interesa el tesoro que ha encontrado… “Los talentos”: Los hemos recibido para que den fruto, no para quedárnoslos… “El fariseo y el publicano”: Complementaria de la anterior; no basta con dar gracias por los talentos recibidos, hay que ponerlos a trabajar por el Reino… “El administrador infiel”: ¡Hay si fueseis tan listos para las cosas de Dios como para las cosas de este mundo!… “Epulón y Lázaro”: Si estáis poseídos por el dinero, no se os ablandará el corazón aunque resucite un muerto…
Pero entre ellas podemos destacar cinco “cumbres” que nos ayudan especialmente a conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos. “La oveja perdida”: Todos somos importantes a los ojos de Dios, pero más importantes cuanto más necesitados; como ocurre con las madres… “El hijo pródigo”: El hijo pequeño creía que iba a estar mejor lejos de la casa de su padre. El padre sale todas las tardes a esperarle, y cuando le ve aparecer lleno de miseria, no sólo le acoge por caridad, sino que le restituye inmediatamente a su condición de hijo… “Los obreros de la hora undécima”: Vivimos en el mundo de la justicia, pero Jesús nos invita a dar el salto al mundo del amor; nos invita a pensar como Dios… “El buen samaritano”: De nada les sirve al sacerdote y al levita su condición sagrada; Jesús pone como ejemplo al hereje despreciado que se detiene a socorrer al herido… “El juicio final”: Venid benditos de mi Padre… porque a mí me lo hicisteis…
No podemos terminar sin hacer mención a las innumerables “expresiones parabólicas” de las que se vale Jesús a lo largo de su vida. La sal de la Tierra y la luz del mundo… Hacerse como niños… Ser esclavo de todos… La senda estrecha… Poner la otra mejilla… El vino nuevo y los odres viejos… El camello y el ojo de la aguja… Edificar sobre roca… Tomar la cruz… La higuera estéril… La viga y la paja… Colar el mosquito y tragarse el camello… El agua… El grano de trigo… El médico…
Jesús hizo la mejor teología contando cuentos sencillos a gente sencilla. Pero, entre todas sus parábolas, podemos sin duda destacar una genial y definitiva: Abbá…
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
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Marcos 4, 26-34
16 de junio de 2024
El evangelio de este domingo propone dos parábolas muy sugerentes que nos revelan aspectos esenciales sobre cómo se manifiesta el reinado de Dios en nuestra vida. Jesús prefiere anunciar con parábolas la realidad del reinado de Dios como pedagogía para comprender mejor su mensaje. No es un lenguaje inventado por Jesús, ya los rabinos usaban las parábolas para explicar algún punto de la doctrina o sentido de algún pasaje de la Escritura. La diferencia es que Jesús convierte las mismas parábolas en enseñanza para hacer que el oyente se sumerja en ella y conecte con la misma esencia de su mensaje y no con su literatura.
Estas parábolas se encuadran en el capítulo 4 del evangelio de Marcos, cuyo objetivo es “enseñar” en qué consiste la novedad del mensaje de Jesús con respecto al judaísmo. Es un capítulo especial en cuanto a la palabra pronunciada por Jesús ya que parece que es en el que más habla; su palabra se va convirtiendo en una provocación para situarse ante un Dios que va liberando la religión de lo que no es esencial.
A través de escenas comprensibles de la vida ordinaria, pretende revelar lo incomprensible para movilizar a muchas mentes llenas de prejuicios, ideas prestadas, patrones esclavizantes, dogmatizados y, en algunas ocasiones, rígidos. Jesús no entra en dialécticas teológicas y metafísicas para mostrar y demostrar su verdad, sino que utiliza un método más sereno, sin agresividad y despertando reacción interna en los oyentes, aun reconociendo la realidad de sus destinatarios.
Comienza el relato con una comparación, en boca de Jesús, no para explicar teológicamente lo que es el Reino sino cómo actúa en lo profundo del ser humano. No es casual que lo compare con una semilla que crece por sí sola, un crecimiento que no podemos controlar ni manipular porque pertenece a otro plano. Esta es la primera línea discontinua con respecto al judaísmo radical de entonces y a ese mismo judaísmo, casi inconsciente, que puede seguir presente hoy en nuestra manera de vivir la fe.
Con esta comparación pone de manifiesto que “lo de Dios” es un dinamismo que se escapa a nuestra percepción racional necesitada de cuantificar, sumar, restar, ampliar, clasificar, controlar… El reinado de Dios pertenece a otras categorías porque es un dinamismo que necesita de nuestra percepción espiritual. No se trata tanto de comprender sino de conectar con esta corriente que trasciende nuestra existencia y que es su mismo origen. El reinado de Dios, por tanto, no es un lugar, no ocupa espacio, no tiene tiempo, ni volumen, ni es reservado para aquellos que cumplen fielmente todo cuanto hay que hacer para “salvarse”. No es una conquista que llega por nuestros méritos, no es un premio, ni propiedad de una élite elegida.
El reinado de Dios es el mismo dinamismo divino que se manifiesta en lo humano que, en nuestra existencia, coge volumen, espacio, tiempo y presencia a través de nuestra humanidad. Jesús no lo puede explicar mejor: es una semilla que crece por sí sola, imperceptible, pero pujante, como potencia transformadora, primero como raíz, a través de la que fluye la verdadera naturaleza que somos.
Sería interesante que viviéramos con más conexión a este grano de mostaza, oculto a nuestros sentidos, revelado a nuestra conciencia interior, y que nos hace ser ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros. Este es el verdadero signo del reinado de Dios: cuando hacemos presente nuestra capacidad de comunión con el género humano a través del respeto a la dignidad de todo cuanto existe. Lo demás se dará por añadidura.
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Domingo XI del Tiempo Ordinario
16 junio 2024
Mc 4, 26-34
Desde una lectura mental, la vida suele verse como “algo” que aparece en un momento determinado, fruto del azar para unos o creada por un dios para otros. En la misma línea, refiriéndonos ya a nosotros mismos, la vida se ve como “algo” que tenemos y que un día habremos de perder.
Al ser esta una lectura típicamente mental, es la que maneja la biología en particular y la ciencia en general, así como la que pervive en el imaginario colectivo. Sin embargo, a poquito que seamos capaces, no de pensarla, sino de atenderla y de contemplarla, podremos advertir que, más allá de aquella impresión, la vida es un proceso inteligente y autodirigido, en constante despliegue. No necesita de “alguien” que, desde el exterior, la cree: ella misma es eterna, el núcleo y la fuente de todo lo que es.
Una semilla -por retomar la parábola de Jesús- sabe lo que tiene que hacer para llegar a ser la planta que ella misma contiene. Ese es el modo de desplegarse de la propia vida. En cuanto proceso inteligente, vida y consciencia resultan términos equivalentes para nombrar la realidad originaria, de la que todo sin excepción está hecho. Todo es vida -todo es consciencia- que, en cada ser, se manifiesta en una forma concreta impermanente y transitoria.
Más allá de la “persona” en la que nos estamos experimentando, somos vida. Y podemos comprobarlo cuando, acallada la mente, en lugar de pensarnos -el pensamiento, por su propia naturaleza, reduce todo a objeto delimitado-, nos atendemos, apreciamos que no hay distancia ni diferencia entre la vida y nosotros, sino que, en nuestra identidad profunda, somos Vida.
La conclusión es clara: si la Vida es un proceso inteligente y autodirigido, la actitud acertada consiste en vivir diciendo sí a lo que la vida nos trae. No desde una resignación fatalista -la resignación es lo opuesto a la aceptación-, sino desde una aceptación lúcida que comprende el fondo de lo real.
Comentarios desactivados en Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol, (Martin Luher King.)
Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01. HACIA EL FIN DE CURSO.
Mediado ya el mes de junio es el tiempo de fin de curso, por otra parte y en muchas partes es el momento de la siega, de la cosecha del trigo, del cereal… Tiempo de cosechar.
Las lecturas de hoy están llenas de vida:
+ El profeta Ezequiel nos habla de ramas tiernas, cedros altos, palmeras, brotes tiernos, árboles que florecen…
+ El salmo que hemos rezado, 126, nos llena de esperanza: al ir iban llorando llevando la semilla, al volver vuelven cantando trayendo las gavillas.
+ Jesús en el evangelio nos habla de semillas pequeñas que crecen, trigo, el grano de mostaza se convierte en un gran árbol…
Jesús compara el Reino de los cielos a la semilla humilde pero llena de vida que poco a poco, calladamente va creciendo, creando vida.
La semilla del Reino de Dios está ya en el surco de la historia humana. Poco a poco irá creciendo. Tengamos fe y esperanza.
02. LA HUMILDE SEMILLA.
La sociedad industrial nos ha hecho olvidar y desconocer el mundo rural, la estima y el valor de la semilla, de la siembra, de la cosecha…
Por otra parte, ha cambiado mucho el estilo de vida y la calma, la paciencia, la espera que requiere la semilla y la espiga, el tiempo sereno de dejar que la naturaleza, el día, la noche, la lluvia, el sol, la tierra hagan su tarea “vital”.
Sería interesante que recordáramos el sosiego del tiempo en la cultura rural, en el mundo rural: las estaciones de año: la quietud del invierno, el duro trabajo de la siega en verano – otoño. El día estaba regulado por el sol, por el ángelus, las campanadas, las fiestas se celebraban con gozo e intensidad. Se vivía al ritmo de la naturaleza. Había que saber esperar… Todo tiene su tiempo (Eclesiastés).
Todo eso nos es ya desconocido y las prisas, la ansiedad, el stress regulan nuestra vida. Escribía el neurólogo y psiquiatra V. Frankl que la prisa y el continuo movimiento, el stress es como una “falsa” automedicación ante la ansiedad.
Las prisas y eficacias, la impaciencia no sirven en estas cosas de la vida.
Seguramente hemos visto la película “Campeones”. En una escena de aquel equipo de baloncesto de chicos y chicas con síndrome de Down, uno de ellos se queda un tanto bloqueado. El entrenador se exaspera y otro muchacho del equipo le dice: “hay que esperar”. ¿Esperar a qué? A que vuelva…
No tengamos prisas en las cuestiones educativas, (cuesta mucho tiempo que el grano de trigo vuelva a ser espiga, cuesta mucha dedicación, trabajo y, a veces, sufrimiento, educar un niño, un adolescente).
Es inútil que tiremos de la espiga, de la planta, porque no va a crecer ni antes, ni mejor y, con toda seguridad la vamos a romper y destrozar.
En otro orden de cosas, no tengamos urgencias morales, ni precipitaciones en las conversiones, en los cambios personales, sociales, políticos, teológicos, pastorales, etc., porque nos puede invadir la ansiedad, y la ansiedad puede generar miedo y angustia, lo cual puede llevarnos a pretender solucionar las cosas con una insaciable prisa y avidez de poder, de placer, etc.
Por otra parte el grano de trigo, un grano de mostaza son semillas humildes, pequeñas, pero llenas de vida. La semilla es paciente, callada, pero va creciendo poco a poco: duermas o veles, de día o de noche, la semilla sigue creciendo, desarrollando toda su vitalidad.
El crecimiento de la semilla no depende -al menos no totalmente- del trabajo humano, de los esfuerzos humanos. La semilla está llena de vida en sí misma y sigue creciendo aun cuando estemos dormidos.
03. SEMBRAR ES UNA TAREA SENCILLA PERO MUY NOBLE.
Sembrar es en todos los sentidos una tarea noble.
¿Quizás hoy sembramos poco?
SOCIALIZACIÓN
No me refiero al orden político, sino que en el mundo de la pedagogía, en el ámbito de la familia y de la educación por socialización se entiende la transmisión de lo que para nosotros (para un pueblo, para una sociedad) es bueno y valioso: comunicar la cultura en la que vivimos: desde el o los idiomas y la alimentación, hasta las fiestas, las costumbres, las tradiciones, los mitos, la fe, las normas de vida, la esperanza, etc…
Todo pueblo, toda sociedad tiene la obligación de transmitir a las siguientes generaciones lo que para ella es valioso.
Hoy transmitimos poco, sembramos poco, quizás porque para muchos padres -para la sociedad- ya no son valiosos y buenos los criterios y valores que configuraron la existencia en otros tiempos. (Quizás por eso se ha establecido como un “puente” y educan más los abuelos que los padres (¿)).
Sembrar es una tarea noble. Salió el sembrador a sembrar su semilla (Mt 13). Podríamos decir que vivir hasta cierto punto es sembrar.
04. SEMBRAMOS PORQUE ESPERAMOS LA COSECHA.
(CALMA Y PACIENCIA Y ESPERANZA).
Los que todavía conocimos y vivimos, al menos en la infancia, el mundo rural sabemos que cuando el labrador sembraba el trigo en otoño lo hacía lleno de esperanza. No tiene sentido sembrar si no esperas recoger. Cuando uno siembra es porque espera la cosecha y hay que esperar (esperanza) con calma y paciencia.
Sembrar es una tarea muy noble: sembrar vida. En muchas ocasiones sembrar es duro, difícil, sobre todo cuando no se ven ni se intuyen frutos. A veces hemos de hacer nuestro el salmo 126 que hemos rezado:
Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares.
Al ir, iba llorando, llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas.
Sembrar es un acto -una actitud- de esperanza. El labrador que siembra en otoño espera recoger en verano.
La cosecha será el momento de la alegría, de la plenitud, la siembra se hace con esfuerzo.
Si supiera que el mundo se acaba mañana,
yo, hoy todavía, plantaría un árbol, (Martin Luher King.)
Comentarios desactivados en “ El reinado de Dios es gratuidad”, por Consuelo Vélez
De su blog Fe y Vida:
Comentario al evangelio del domingo XI del Tiempo Ordinario 16-06-2024
El reino necesita nuestra acogida, pero es iniciativa divina que supera cualquier expectativa humana
La actitud que se nos pide es esa confianza infinita en el don que Jesús nos trae
Lo pequeño se puede hacer grande no porque nuestras fuerzas sean suficientes sino porque seguimos confiando en la fuerza de Dios que sostiene nuestra vida y nuestro compromiso
En esta escuela del discipulado se alimenta la esperanza, se mantiene la fe, se practica el amor
Decía también: El reino de Dios es como un hombre que echa semilla en la tierra, y se acuesta y se levanta, de noche y de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra produce fruto por sí misma; primero la hoja, luego la espiga, y después el grano maduro en la espiga. Y cuando el fruto lo permite, él enseguida mete la hoz, porque ha llegado el tiempo de la siega. También decía: ¿A qué compararemos el reino de Dios, o con qué parábola lo describiremos? Es como un grano de mostaza, el cual, cuando se siembra en la tierra, aunque es más pequeño que todas las semillas que hay en la tierra, sin embargo, cuando es sembrado, crece y llega a ser más grande que todas las hortalizas y echa grandes ramas, tanto que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra. Con muchas parábolas como éstas les hablaba la palabra, según podían oírla; y sin parábolas no les hablaba, sino que lo explicaba todo en privado a sus propios discípulos. (Marcos 4, 26-34).
El evangelio de hoy trae dos comparaciones campesinas para hablarnos del reino de Dios. Es el mismo Jesús quien usa el género literario “parábola” para darnos a entender la buena noticia que nos trae. El reinado de Dios no puede definirse con categorías precisas porque no es una teoría sino una vida, no puede plantearse en su totalidad porque no es algo dado sino un dinamismo en construcción. La primera parábola toma como protagonista el proceso de crecimiento de las semillas. Aunque es sembrada por un hombre, el grano tiene su propio dinamismo y crece y da fruto, independiente del cuidado de quien lo sembró. Los campesinos podrían afirmar que muchas veces la tierra es capaz de dar mucho fruto, aunque las condiciones no parezcan ideales. Tantas flores que nacen en medio del cemento, tantos frutos en medio de la maleza. Sin embargo, una cosecha excelente necesita del cuidado del sembrador. Pero en esta parábola el sembrador es Dios mismo. Es decir, el reino necesita nuestra acogida, pero es iniciativa divina que supera cualquier expectativa humana. Como toda parábola, no pretende decir todo sobre el reino, sino enfatizar en un aspecto. En este caso: la gratuidad del reino, la inconmensurable misericordia de Dios. La actitud que se nos pide es esa confianza infinita en el don que Jesús nos trae.
La siguiente parábola es la del grano de mostaza. Aquí el énfasis está puesto en lo imposible que se hace posible. Si el grano de mostaza es tan pequeño, por la gracia de Dios puede llegar a ser una planta tan grande que anidan los pájaros en ella. Podríamos remitirnos, aunque no está en el evangelio de Marcos sino en el de Lucas, a las palabras del Magnificat: “Derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada” (1, 52-53). Estas palabras parecen imposibles de hacerlas realidad, más aún, si miramos la injusticia social que marca nuestras sociedades, la dificultad para llevar adelante políticas sociales para garantizar la vida digna para todos. Ahora bien, justamente esta es la propuesta del evangelio: incluir a los excluidos, garantizar la vida digna para todos, mostrar la igualdad fundamental de todos los seres humanos por ser creados a imagen y semejanza de Dios. A pesar de las dificultades son muchos los cambios alcanzados, muchos los derechos ganados, bastantes las transformaciones logradas a lo largo de la historia. Escuchar esta parábola es fuerza para los que seguimos este camino. Lo pequeño se puede hacer grande no porque nuestras fuerzas sean suficientes sino porque seguimos confiando en la fuerza de Dios que sostiene nuestra vida y nuestro compromiso.
Termina el pasaje de hoy hablando de la enseñanza que Jesús da a sus discípulos en privado. Esto no significa que Jesús haga grupos de selectos excluyendo a los demás. Significa lo que dijimos el domingo pasado: el discipulado que se va formando en torno a Jesús, está representado en los de la casa, en los que escuchan la palabra de Dios, en los que la llevan a la práctica. En esta escuela del discipulado se alimenta la esperanza, se mantiene la fe, se practica el amor. Escuchemos, entonces, con atención al maestro para entender en que consiste el reino y dar un testimonio coherente con ello.
(Foto tomada de: https://argumentaciones.blogspot.com/2015/06/parabolas-de-la-semilla-y-del-grano-de.html)
Comentarios desactivados en No hay “otro” en la familia de Dios
Sr. Jane Aseltyne, IHM
La publicación de hoy es de es de la colaboradora invitada Sr. Jane Aseltyne, IHM. La Hna. Jane está en primeros votos con las Hermanas Siervas del Inmaculado Corazón de María de Monroe, Michigan. Tiene una maestría en Teología Sistemática y Espiritualidad de la Unión Teológica Católica de Chicago. Su tesis de maestría titulada “Más allá de lo binario: ampliando la comprensión de la Imago Dei” busca desarrollar una comprensión más inclusiva de lo que significa ser hecho a imagen y semejanza de Dios, particularmente en lo que respecta al género y la orientación sexual.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el X Domingo del Tiempo Ordinario, se pueden encontrar aquí.
Para muchos de nosotros, personas LGBTQ+, el proceso de salir del armario no es lineal ni un trato único. Es continuo. Momentos de claridad (la sensación de finalmente poder nombrarse a uno mismo y abrazar una identidad que puede haber estado enterrada durante mucho tiempo) se alternan con momentos de miedo (preguntarnos si aquellos a quienes se lo decimos todavía nos amarán tal como somos). Y hay momentos de tranquilidad, en los que nos sentamos con nuestro Dios y nos permitimos ser amados por Aquel que nos creó tal como somos.
En mi propio viaje de salida del armario, recuerdo este tipo de momentos muy claramente. Durante años, permanecí en las sombras del armario, temiendo abrir la puerta para dejar entrar la luz. Me preocupaba que si salía, sería rechazado, llamado pecador y mirado de manera diferente. Pero lo que superó el miedo a las reacciones negativas fue el deseo de mostrarle al mundo quién soy y quién siempre he sido.
La segunda lectura de la liturgia de hoy me recuerda un viaje de salida del armario, como el mío y el de otras personas con las que he caminado. Pablo dice: “que el que resucitó al Señor Jesús, también a nosotros nos resucitará con Jesús y nos colocará con vosotros en su presencia. Por tanto, no nos desanimamos; más bien, aunque nuestro yo exterior se va desgastando, nuestro yo interior se va renovando día a día”. Continúa diciendo que “lo que se ve es transitorio, pero lo que no se ve es eterno”. Esta noción de una disposición interna de renovación y una relación correcta con uno mismo y con Dios revela que el viaje que se desarrolla dentro de cada uno de nosotros debe considerarse sagrado, incluso cuando las cosas son difíciles.
Para los católicos LGBTQ+, la lucha interna por la autenticidad a veces puede ser intensa. Hemos internalizado la homofobia y debemos navegar en una Iglesia y una cultura que todavía luchan por aceptarnos plenamente y vernos a través de los ojos de Dios. A veces, nos preguntamos si ciertos espacios serán lo suficientemente seguros para que podamos presentarnos tal como somos. Nos ocupamos de titulares clickbait que en un momento declaran al Papa Francisco como un defensor LGBTQ+ inclusivo y en el siguiente sugieren que posiblemente usó un insulto homofóbico. Si bien los titulares pueden ser engañosos y a menudo no cuentan toda la historia, el impacto emocional de este tira y afloja puede ser un desafío. Destaca la realidad de que existimos en un mundo que tiene muchos pensamientos y opiniones sobre lo que significa ser gay y católico.
Como personas queer, a menudo nos vemos obligados a filtrar la retórica exterior para poder prestar atención a lo que se agita en nuestro interior, como describe Paul.
Pablo también nos recuerda que no nos desanimemos porque Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos también nos resucitará a nosotros. El deseo de vivir como Dios nos llamó a vivir alimenta la renovación de nuestra vida interior a través de la oración, la comunidad y la lucha continua por la justicia y la inclusión. Jesús traspasó los límites de la inclusión, como vemos en la lectura del Evangelio de hoy cuando desafió las concepciones tradicionales de la familia.
En el pasaje del evangelio de hoy, leemos que cuando la madre y los hermanos de Jesús lo encuentran enseñando frente a la multitud, no los recibe fácilmente con los brazos abiertos. En cambio, cuando se le notifica su llegada, pregunta: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Estoy seguro de que esta pregunta sorprendió a algunos de los que estaban allí con Jesús. Básicamente pregunta: ¿quién es cercano a mí en la relación? ¿Quién está ahí para mí? ¿Quién me entiende? ¿En quien puedo confiar? ¿Quién comparte mi vida, misión y visión para lograr el reino de Dios?
En la comunidad queer, a menudo hablamos de “familia elegida“. Si bien una familia elegida puede parecer diferente para todos, en términos generales está formada por personas cuyo amor y apoyo son inquebrantables, independientemente de su orientación sexual o identidad de género. Para algunas personas queer, tenemos tanto una familia elegida como una familia de origen amorosa y tolerante en la que nacimos. Para otros, una familia elegida puede ser el sistema de apoyo central cuando la familia de origen no es un espacio seguro.
Como revela Jesús, no hay “otro” en la familia de Dios. Todos tienen un lugar en la mesa. Dios es quien nos llama a ser nosotros mismos y quiere que vivamos en la luz de Dios como los seres hermosos para los que Dios nos creó. Unidos en la misión con Jesús, podemos entrar en espacios difíciles sabiendo que el Dios dentro de nosotros nos ama y guía, sosteniéndonos y amándonos mientras navegamos por las complejidades de un mundo polarizado. Dios nos levantará. Mi esperanza para nosotros, especialmente durante este mes del Orgullo, es que dejemos espacio para las experiencias de vida de los demás: que escuchemos, aprendamos, soñemos y trabajemos juntos por un mundo más justo.
Comentarios desactivados en “La fuerza sanadora del Espíritu”. Domingo 10 Tiempo ordinario – B (Marcos 3,20-35)
El hombre contemporáneo se está acostumbrando a vivir sin responder a la cuestión más vital de su vida: por qué y para qué vivir. Lo grave es que, cuando la persona pierde todo contacto con su propia interioridad y misterio, la vida cae en la trivialidad y el sinsentido.Se vive entonces de impresiones, en la superficie de las cosas y de los acontecimientos, desarrollando solo la apariencia de la vida. Probablemente esta trivialización de la vida es la raíz más importante de la increencia de no pocos.
Cuando el ser humano vive sin interioridad, pierde el respeto por la vida, por las personas y las cosas. Pero sobre todo se incapacita para «escuchar» el misterio que se encierra en lo más hondo de la existencia.
El hombre de hoy se resiste a la profundidad. No está dispuesto a cuidar su vida interior. Pero comienza a sentirse insatisfecho: intuye que necesita algo que la vida de cada día no le proporciona. En esa insatisfacción puede estar el comienzo de su salvación.
El gran teólogo Paul Tillich decía que solo el Espíritu nos puede ayudar a descubrir de nuevo «el camino de lo profundo». Por el contrario, pecar contra ese Espíritu Santo sería «cargar con nuestro pecado para siempre».
El Espíritu puede despertar en nosotros el deseo de luchar por algo más noble y mejor que lo trivial de cada día. Puede darnos la audacia necesaria para iniciar un trabajo interior en nosotros.
El Espíritu puede hacer brotar una alegría diferente en nuestro corazón; puede vivificar nuestra vida envejecida; puede encender en nosotros el amor incluso hacia aquellos por los que no sentimos hoy el menor interés.
El Espíritu es «una fuerza que actúa en nosotros y que no es nuestra». Es el mismo Dios inspirando y transformando nuestras vidas. Nadie puede decir que no está habitado por ese Espíritu. Lo importante es no apagarlo, avivar su fuego, hacer que arda purificando y renovando nuestra vida. Tal vez hemos de comenzar por invocar a Dios con el salmista: «No apartes de mí tu Espíritu».
Génesis 3, 9-15: Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer. Salmo responsorial: 129: Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. 2Corintios 4, 13-5,1: Creemos y por eso hablamos. Marcos 3, 20-35: Satanás está perdido.
Para sus familiares Jesús está loco, fuera de sí. Ha perdido la cabeza y deben contenerlo volviéndolo a su casa y haciéndole reflexionar, para eso llevan a su madre con ellos. Y para los letrados de Jerusalén, Jesús está poseído de un demonio. Loco y endemoniado. Desquiciado y dominado por un mal espíritu. ¡Pobre Jesús! Se necesitaba mucha valentía y convicción para superar opiniones tan negativas de su propia familia y de los maestros de su pueblo. ¡Cómo quedarían de confundidos los discípulos después de escuchar comentarios de tal calibre sobre el Maestro que recién comenzaban a seguir!
Jesús no pierde la serenidad. Enfrenta con firmeza profética a sus adversarios. A los escribas los desenmascara colocándolos delante de sus propias contradicciones. Si está poseído por un demonio ¿Cómo puede echar otro demonio? Si Satanás está contra Satanás significa que su reino está siendo destruido. Si una persona está siendo liberada por el poder de Jesús de la alienación a la que estaba sometida, ¿cómo pueden declarar a Jesús endemoniado, si el que aliena y domina es el demonio? Están luchando contra la evidencia de que Dios ha comenzado a actuar en la historia a través de Jesús. Están luchando para no ver, para cerrar los ojos a la verdad. Están luchando contra el Espíritu de Dios que libera y da vida. Ese pecado no puede ser perdonado porque es cerrazón a la gracia, es contumacia, es obstinación. No niegan a Dios, niegan que la práctica liberadora de Jesús sea de Dios. Y a su familia que lo tiene por desquiciado, Jesús agrega una nueva locura: declara que ese pequeño grupo de hombres y mujeres de Galilea, sentados a su alrededor, son más familia suya que la que lo busca. Esa nueva familia está comulgando con sus ideas y sus enseñanzas más que la otra.
Delante de este Jesús valiente y libre, debemos preguntarnos cuántas veces nosotros mismos que nos decimos cristianos, que nos decimos su comunidad, enmascaramos nuestras cobardías ante lo nuevo de Dios y nos refugiamos en poner etiquetas y descalificar lo que no queremos admitir: que donde hay liberación, más salud, más vida y dignidad está actuando el Espíritu de Dios. Leer más…
Comentarios desactivados en 09.06.2024. Jesús, Dios falsificado. Muchos le acusan de ser un demonio (Mc 3, 22-30)
Del blog de Xabier Pikaza:
Éste es quizá, con sus paralelos (Mt 12, 24-29; Lc 11, 15-23 y Ap 17-18), el texto más inquietante del NT. Los que acusan a Jesús de “demonio” no son gente de fuera, sino de su “iglesia”, incluso de sus “familiares” (argumento de Mc 3).
El tema no es que muchos dejen este cristianismo (esta iglesia), sino que una iglesia (sociedad) llamada cristiana diga estar con Jesús para hacer y decir lo contrario de lo que él hacía y decía. El problema no es nuevo. Había comenzado ya poco después de Jesús (e incluso en el tiempo de su vida) conforme a Marcos (y Mateo).
Éste es el argumento de fondo del libro de Th. Ruster (portada): Si no vales para cristiano como Jesús, intenta “dar el cambiazo”, diciendo que él estaba endemoniado A juicio de Ruster, uno que no falsificó/demonizó a Jesús fue Juan de la Cruz, recio cristiano del XVI.
| Xabier Pikaza
Un tema complejo
Mil años de cristianismo de poder nos han enseñado a leer este pasaje al revés, de forma que es preciso un ejercicio de “inversión” para entenderlo a “las derechas”. Así he querido hacerlo en mis comentarios a Marcos y Mateo y especialmente al Apocalipsis (Ap 17-18). Aquí me limito a ofrecer unas simples reflexiones de “advertencia”. Siga quien quiera entrar en el tema o lea con cierta detención el evangelio:
Marcos 3,20-35
En aquel tiempo, Jesús fue a casa con sus discípulos y se juntó de nuevo tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque decían que no estaba en sus cabales. También los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: “Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.”
Él los invitó a acercarse y les puso estas parábolas: “¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino en guerra civil no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
Creedme, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.” Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Los escribas acusan a Jesús llamándole endemoniado… porque no está de acuerdo con su forma de luchar contra Satán
Los escribas/dirigentes del pueblo quieren que Jesús defienda su sistema de poder, expulsando a los malvados, a los “endemoniados”, a los distintos.
Jesús, en cambio, defiende a los excluidos, en contra del sistema de poder… Por eso le acusan diciendo que está aliado con los enemigos, que no es buen “patriota”. — Jesús se defiende, insistiendo en el pecado contra el Espíritu Santo, que consiste en no dejar que Dios (su enviado mesiánico) libere a los pobres y posesos. Éste es el pecado de aquellos que negando a los otros se niegan y destruyen a sí mismos. Los escribas le acusan de expulsar demonios con ayuda de Belcebú…Dicen que en el fondo (esta guerra) el fondo está contra los que quieren destruir la nación de Dios…., ayudando a gente de mala vida, excluidos, endemoniados.
La condena de los escribas resulta coherente: Sólo el Dios de Israel es para ellos el Señor de la Morada Buena y ejerce su reinado desde Jerusalén, salvando a los humanos a través del judaísmo; el Diablo, en cambio, es Señor de la Morada Mala y quiere destruir la obra de Dios por todos los medios a su alcance. Al servicio de ese Diablo obra Jesús: parece bueno lo que hace; como un hombre piadoso ayuda a posesos y enfermos, pero en realidad actúa así para engañar a los ingenuos, destruyendo al judaísmo y encerrando a los humanos bajo el reino implacable de Satán.
Ésta es la sentencia final de unos letrados oficiales que han venido de Jerusalén para observar a Jesús y definir con autoridad el sentido de su obra. Han verificado su conducta, han sopesado su intención de fondo y su manera de enfrentarse al poder de lo satánico en el mundo. Han visto claro y pueden emitir su veredicto. No se sientan en el aula de condenas capitales (como harán en 14, 53-66, con sacerdotes y ancianos), pero a nivel social y religioso ya han fijado la sentencia: ¡Culpable de magia diabólica o satanismo! Este tribunal se coloca en el lugar de Dios, en cuyo Nombre (viniendo de Jerusalén y apoyándose en su Ley) dicta sentencia. No se limita a rechazar algunos rasgos menores del mensaje de Jesús: no le acusa por desviaciones secundarias. Ha visto lo que hace y desde Dios emite sentencia:
— Es una sentencia teológico-social. El tema de discusión no es Dios, en plano de teoría o de experiencia individual sino saber cómo se expresa, a través de quién (de qué comunidad o iglesia) actúa, cómo se manifiesta en la vida social. El tema de fondo es el de saber cuáles son las mediaciones sociales de la manifestación y presencia de Dios.
— Es sentencia razonada y razonable. Los escribas no parecen envidiosos o engañado: piensan que el movimiento de Jesús es un peligro pues destruye la identidad social del pueblo israelita. Por eso su más hondo deber (cf. Dt 17) les obliga a dar sentencia: piensan que Jesús es emisario de Satán y así lo tienen que decir, en nombre de Jerusalén y el judaísmo. La acusación en contra de Jesús sigue la lógica de los poderes del mundo, que se defienden a sí mismo (su visión de estado, diciendo que los que van en contra de ella (de su poder, de su autoridad, de su visión de Estado) son unos endemoniados. Los escribas de Jerusalén han condenado el movimiento de Jesús, diciendo que es satánico. Marcos le defiende, poniendo en boca de Jesús unas palabras rítmicas, con una pregunta, tres frases condicionales y una afirmación conclusiva, que retoma el motivo de la pregunta. Éste es el núcleo de su argumento: a Pregunta de Jesús: ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? (2, 23). ¿Cómo puede permitir Satanás que yo ayude a los marginados…? Si Satanás permite que yo ayude a los pobres, acoja a los sin casa, defienda a los expulsados… está luchando en contra de sí mismo. Este es el problema de fondo:
Los escribas nacionales… quieren el bien de la nación, el orden del estado, la autoridad establecida… Todo lo que debilite de algún modo el poder sagrado del templo y sus escribas, del poder del Estado y sus prerrogativas es diabólico… Por eso, ellos acusan a Jesús de estar endemoniado, de ir en contra del poder de Dios.
Jesús, en cambio piensa que la autoridad de Dios son los pobres, los locos, los expulsados, los posesos, los enfermos… El bien de los pobres (expulsados, posesos, enfermos, extranjeros…) está por encima del Estado Sacral del templo y de sus instituciones…
El problema es dónde está Dios, cómo se defiende la obra de Dios… defendiendo al Estado-Poder-Sistema por encima de los pobres…. O defendiendo a los pobres, expulsados por encima del sistema…Entiéndase desde aquí las preguntas (parábolas) de Jess:
Si un reino está dividido… (3, 24). Sirve como ejemplo o concreción del tema (por eso empieza kai ean, y si…), situándolo a la luz del símbolo del reino (basileia; cf. 1, 15). Ha venido Jesús a construir el Reino de Dios, pero los escribas dicen que de hecho está construyendo el de Satán. Jesús responde: ¿podría mantener su reino Satanás si estuviera dividido, permitiendo que Jesús cure a sus posesos? ¿no habrá que entender la acción sanadora de Jesús y de su iglesia como argumento en favor de la caída del reino de Satán? Así supone Marcos.
Si una casa está dividida… (3, 25).Repite el comienzo anterior (kai ean) y la estructura de la frase, pero no desde la perspectiva del reino, sino de la casa, entendida como espacio (edificio) donde Dios y Satán disputan su dominio. Los escribas llaman a Jesús enviado de Satán, dicen que rompe la casa judía y destruye su verdad sagrada. Jesús responde adoptando el argumento anterior: si la casa de Satán estuviera dividida, si Jesús luchara en contra de sus habitantes (posesos), esa casa no podría mantenerse. Argumentando así, Marcos desea que el oyente (lector) responda de manera negativa: ¡No! Satán no deja que su casa se divida
Si Satanás está dividido… (3, 26).Lo que decía sobre el reino y casa se aplica ahora a Satán, objeto de la controversia. Han acusado a Jesús de emisario suyo diciendo que en su nombre expulsa a los demonios. Jesús contesta otra vez en estilo condicional (kai ei…): ¿cómo podría mantenerse Satanás así escindido? La respuesta del lector ha de ser esta: Satanás no está escindido; Jesús ha conquistado el duro edificio de su reino y casa; no ha venido a destruir la casa de Israel sino a Satán que dominaba a los humanos; de esa forma construye la iglesia/casa de los liberados. b. Afirmación mesiánica conclusiva: nadie puede entrar en la casa del Fuerte sin atarle o vencerle primero (3, 27). De las condicionales pasamos a afirmación solemne de Jesús (encabezada por un alla, pero…), por las que él se presenta veladamente como triunfador de Satán. Fuerte (iskhyros) era Satán; dura su casa o familia (oikia), potente su reino. Pero Jesús es el Más Fuerte (cf. Iskhyroteros de 1, 7), conforme a una palabra de clara confesión mesiánica: él ha conquistado ya el reino/casa de Satán; le ha vencido, le ha atado, ha empezado a liberar a sus cautivos, cumpliendo así lo que latía en 1, 12-13. La iglesia de Jesús está constituida por aquellos que confiesan su victoria sobre el Diablo y continúan realizando su tarea sobre el mundo.
Argumentación de Jesús sobre Satanás (3, 23-27). Jesús asume el reto de los escribas y responde, en palabras de gran dureza que expresan su mensaje. Recogiendo elementos prepascuales, su discurso (3, 23-30) forma parte de la polémica cristiana con el judaísmo. La respuesta de Jesús empieza siendo una llamada al pensamiento, para culminar en una de condena fuerte expresada a través de una intensa voz de alerta, que dirige a los que manipulan a los otros, manteniendo la propia religión (seguridad) a costa de oprimirles. No desarrollo la respuesta; me limito a presentar sus temas:
Reino o casa dividida. Siguiendo la terminología de aquel tiempo, Jesús supone que Satanás tiene su reino bien organizado y así pregunta: ¿Cómo podría mantenerse ese reino si está dividido? Si una casa se escinde en lucha interna, no puede mantenerse. Si, como dicen los escribas, luchara Satanás contra Satanás, esa sería una noticia buena. ¿Qué más podrían pedir los escribas? La propia división de Satanás ofrecería un signo de su ruina. Pero ¿es eso cierto? Así pregunta Jesús, introduciendo un tinte de ironía inquietante en el discurso que han trenzado los escribas (3,23-27).
• La casa del fuerte. Juan llamó a Jesús «más fuerte» (1,7). Pero en el lenguaje de los escribas el más fuerte es Satanás. Así lo emplea Jesús y pregunta: ¿quién puede entrar en su casa y atarle para apoderarse luego de su armamento? Pues bien, al venir y vencer a Satanás, el mismo Jesús cumple la palabra del Bautista y se presenta, de un modo implícito, pero bien claro, como aquel que es más fuerte que Satanás: es emisario de Dios. Sus enemigos, los escribas, no lo han entendido. Viene a luchar contra Satanás, liberando a los posesos-pecadores y ofreciendo a todos un camino de reino, y los escribas, enfrascados en sus discusiones eruditas y en su forma de entender los ritos de su pueblo, no le aceptan (3, 27).
• Profundización: Pecado contra el Espíritu Santo (3, 28-29). Son iglesia los que aceptan la acción liberadora de Jesús. Caen en pecado, según Marcos, aquellos que le condenan como emisario de Satán. De esa manera, Jesús invierte la razón de los escribas, diciendo que son ellos en el fondo los endemoniados (pues luchan contra el Espíritu de Dios), corriendo el riesgo de quedar prendidos, destruidos, bajo el poder diabólico de la opresión humana.
El argumento de Jesús: Los pobres, posesos, expulsados… por encima del sistema de poder el templo Los escribas acusan a Jesús de traición contra la casa nacional del judaísmo, afirmando que es un “poseso”: no es hombre de Dios, sino del Diablo. Jesús les contra-acusa diciendo que son ellos los que en realidad destruyen la obra de Dios (del Espíritu Santo), corriendo así el riesgo de quedar prendidos bajo el poder de Satán (pecado contra el Espíritu Santo). La misma ayuda que Jesús ofrece a los proscritos, su forma de acoger a los posesos, pecadores, publicanos, viene a presentarse también (junto al tema de la comida con los pecadores y marginados, cf. 2, 16) como articulum stantis et cadentis Ecclesiae (es decir, como el “dogma práctico” que define la esencia de la iglesia).
Los escribas piensan que al abrir su comunión a los posesos, marginados, pecadores, Jesús destruye la estructura sagrada del judaísmo legal, actuando así como emisario satánico. Por el contrario, Jesús muestra que su acción expresa y despliega la más honda verdad del judaísmo universal (abierto desde ahora a todos los necesitados del mundo). En el fondo de esta disputa se vinculan el aspecto teológico y social. Hemos destacado hasta aquí más el rasgo social; ahora evocamos el teológico:
— Dios. Sólo rechazando a los escribas, Jesús puede ofrecer mensaje de Dios y acción liberadora en favor de los proscritos. Por eso emplea la fórmula de revelación solemne (amên legô hymin), mostrando (cf. pasivo divino) que Dios mismo perdona los pecados… (3, 28). En nombre de ese Dios actúa Jesús cuando ayuda a los endemoniados. Sin el descubrimiento fuerte y creativo de su gracia carece de sentido esta controversia. Sólo allí donde Dios se revela como amor, venciendo la opresión de los que intentan controlar a los demás con su legalismo, puede hablarse de evangelio.
— Espíritu Santo. Han acusado a Jesús de poseso, infiltrado de Satán, Espíritu impuro (3, 22), como muestra el aparte literario conclusivo: ¡Decían: tiene un Espíritu impuro! (3, 30). Pues bien, al hablar así, los escribas pecan en contra del Espíritu Santo, rechazan la acción salvadora universal que convoca por Jesús a los posesos y pobres (3, 28-29). De esta forma se oponen los espíritus: el impuro de la destrucción del ser humano, vinculado a Satán; y el santo que brota de Dios y se presenta por medio de Jesús como fuerza de liberación. El Espíritu Santo es el Poder de pureza que se opone a la impureza del demonio; es el amor y comunión que va creando familia desde los últimos (posesos). — Jesús. Aparece en el centro de la discusión como Fuerte (iskhyros, cf. 3, 27), en palabra que sitúa nuestra escena en el trasfondo del Bautismo (cf. iskhyroteros: 1, 7). Vino a vencer a Satanás, ya le está venciendo. Esa victoria no implica el fortalecimiento de la ley sino superación del Israel de los escribas. Jesús no es mensajero de renovación israelita; no ha venido a repetir u organizar en clave de ley lo que ya existe, para bien de la nación sagrada, como desean los escribas (cf. 1, 22), sino a vencer a Satanás y construir sobre el mundo la nueva familia de Dios, con autoridad sobre los espíritus impuros (cf. 1, 21-28). Leer más…
Después de tantas fiestas (Pentecostés, Trinidad, Corpus Christi), volvemos al Tiempo Ordinario y a los comienzos de la actividad de Jesús. Ateniéndonos al relato de Marcos, después del Bautismo y las Tentaciones, Jesús ha predicado en la sinagoga de Cafarnaún y ha realizado diversos milagros. Sin embargo, su forma de actuar, sus ideas y sus pretensiones, provocan la oposición de los fariseos que, ya desde el principio, «se pusieron a planear con los herodianos la forma de acabar con él» (Mc 3,6). Pero todavía queda mucho para la pasión y muerte. Jesús sigue ganando popularidad en todas partes (3,7-12) y elige a los doce (3,13-19).
En este momento comienza el evangelio de hoy. Se compone de tres episodios que reflejan tres actitudes ante Jesús: 1) Desconfianza: la familia de Jesús desconfía de él y piensa que está loco. 2) Condena: los escribas lo acusan de endemoniado. 3) Aceptación: hay personas que se convierten en la verdadera familia de Jesús.
Desconfianza de la familia
En aquel tiempo, Jesús llegó a casa con sus discípulos y de nuevo se juntó tanta gente que no los dejaban ni comer. Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí.
Los escribas y fariseos se escandalizan de lo que hace y dice Jesús. La reacción de su familia es distinta. Cuando se entera de que no tiene tiempo ni para comer, piensan que está loco, «fuera de sí», y quieren llevárselo a la fuerza a Nazaret. [La traducción litúrgica deja mejor a la familia. No traduce: «porque decían», sino «porque se decía», como si la familia no compartiese del todo la opinión.] Al principio no queda claro quiénes son «los suyos». Al final, cuando lleguen a Cafarnaúm, sabremos que son «tu madre y tus hermanos y tus hermanas». Toda la familia.
Para Mateo y Lucas, la simple sospecha de que la familia de Jesús lo considerase «fuera de sí» resultaba inaceptable, y suprimieron estos versículos de su evangelio: la madre y los hermanos bajan a visitarlo, no porque desconfíen de él. Sin embargo, el evangelio de Juan confirma esta desconfianza de sus hermanos (no de María): «sus hermanos no creían en él» (Juan 7,5). Si queremos conocer bien a Jesús, este dato es fundamental. Las críticas de escribas y fariseos, el rechazo de los sacerdotes, el desinterés de muchos de sus oyentes, le resultarían dolorosos; pero la desconfianza de la propia familia sería algo más duro de lo que podemos imaginar. Sin embargo, el saberlo serviría de consuelo a tantos cristianos del siglo I para los que hacerse cristianos supondría un enfrentamiento a la familia.
Condena de los escribas
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
–Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios.
El los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas:
-¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido.
Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.
En verdad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre.
Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.
Los grandes conocedores de la Ley de Moisés, los escribas, emiten un juicio más radical: «Tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Lo peor que puede decirse de uno que pretende hablar y actuar en nombre de Dios. A nosotros puede extrañarnos que el evangelista dedique tanta atención a este tema, pero Jesús debía defenderse, y las comunidades cristianas saber responder a esta acusación gravísima. Curiosamente, Jesús no reacciona de forma airada. Se porta como un maestro que hace reflexionar a sus alumnos y los instruye. Su breve discurso contiene un argumento, una enseñanza y una amenaza.
El argumento es de sensatez: si Satanás se introduce en Jesús para expulsar a los endemoniados, está luchando contra sí mismo, destruyéndose. Solo un estúpido puede decir que Jesús «expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios».
La enseñanza se centra en la victoria de Jesús sobre Satanás. Los discípulos, al ver los milagros de Jesús y las curaciones de endemoniados, pueden considerarlos hechos aislados, sin relación entre ellos. Para Jesús, demuestran que él ha vencido a Satanás, el aparentemente forzudo, y por eso puede arrebatarle todas sus víctimas. La primera lectura de hoy, tomada del Génesis, pienso que se ha elegido porque anuncia esta victoria de Jesús sobre el demonio.
La amenaza se dirige a los escribas y a quienes piensan como ellos: quien considere a Jesús un endemoniado, blasfema contra el Espíritu Santo y no tendrá perdón jamás. Es el famoso «pecado contra el Espíritu Santo»: cuando Jesús perdona los pecados lo hace con el poder del Espíritu; quien dice que ese espíritu es el demonio, se cierra el perdón, porque Satanás no puede perdonar.
Aceptación
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice:
–Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.
Él les pregunta:
– ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice:
–Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.
Estos son mi madre y mis hermanos
Jesús ha terminado su breve discurso y le avisan de su familia está fuera y lo busca. Una vez más comienza formulando una pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos»? Como Sócrates, quiere que la gente piense, aunque lo más probable es que nadie respondiera nada. Pero así adquiere más fuerza la solución: «El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre». Esas palabras las dirige a quienes los rodean y escuchan. Porque la condición indispensable para hacer la voluntad de Dios es escuchar a Jesús. Y ellos lo hacen. Ellos son la familia de Jesús.
En nuestra sociedad, muchos presumen de «conocer» a una familia importante, de haberla visto un día en directo, incluso de haber dado la mano a alguno de ellos. Tenemos un motivo de orgullo mucho mayor: ser la familia de Jesús… si lo escuchamos y cumplimos lo que nos dice.
Nota pastoral para la homilía
En el evangelio hay dos cuestiones que pueden resultar complicadas (por no mencionar la primera lectura, en la que todo es complicado):
1) La familia de Jesús. El mismo Marcos ofrecerá más tarde los hombres de los hermanos: Santiago, José, Judas y Simón. No creo que merezca la pena, en una homilía, perderse en las discusiones sobre este tema: si eran hijos de un primer matrimonio de José (cosa que ya rechazaba san Jerónimo), si se trata de primos hermanos (el concepto de «hermano» es muchísimo más amplio entre los pueblos semitas que entre nosotros), etc.
2) Quienes disfrutan hablando del demonio, como Marcos, tienen este domingo materia abundante. Pero otros pueden sentirse molestos de tener que abordar este tema. El ejemplo de Mateo y Lucas es muy instructivo. Cuando encontraban en Marcos algo que podía escandalizar o extrañar a sus lectores, lo omitían.
Algo me parece esencial en el evangelio de hoy: las actitudes tan distintas que provoca la persona de Jesús, que siguen dándose hoy día. No creo que nadie lo acuse de endemoniado (cada vez son menos los que creen en el demonio); pero el rechazo de su persona, o el rebajarlo a un simple iluso «fuera de sí», son reacciones muy frecuentes. Aunque su familia sea pequeña (cada vez más), aconsejaría centrar en ella la atención.
Comentarios desactivados en Domingo X del Tiempo Ordinario. 10 de junio de 2018
“Y pasando la mirada por el corro, dijo: -Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre.”
(Mc 3, 20-35)
El evangelio de Marcos acaba de comenzar, nos encontramos en el tercer capítulo. Sin embargo, la incomprensión y la oposición a Jesús ya es bien palpable.
Por un lado, su familia lo busca porque piensa que “no está en su cabales”. Por otro lado, los letrados, las personas influyentes del tiempo de Jesús, andan diciendo que Jesús tiene un demonio dentro.
La verdad es que todo junto no se puede catalogar como un buen inicio. Se oye decir eso de que “si es de Dios saldrá”. Es una frase peligrosa.
¿Acaso todo lo que acaba “saliendo” es cosa de Dios? Porque es evidente que muchas veces prosperan cosas que son malas de raíz. Y también sucede que muchas veces hay cosas buenas que encuentran grandes obstáculos y acaban por no salir.
Nosotras, las personas cristianas, creemos que lo de Jesús venía todo de Dios, sin embargo no le salieron las cosas muy bien que digamos. La marca de Jesús es la marca del fracaso personal.
Es condenado a muerte como un criminal, se oponen a él tanto el poder religioso como el poder civil de su tiempo, su grupo de seguidores le abandona y de su familia no volvemos a saber nada, desaparece aquí, al principio del evangelio, y lo que sabemos es que pensaban que estaba loco.
Tendemos a relacionar lo bueno que nos pasa en la vida con la voluntad de Dios y eso está bien. Dios habita nuestras alegrías y, como nos recuerda el profeta Sofonías, ¡es el primero en danzar y saltar de alegría por nosotras! De esto no hay duda.
Pero de lo que no deberíamos dudar ni un solo instante es que Dios habita también nuestros fracasos. Dios también está en la adversidad, es más, nos lleva la delantera (Cfr. Mc 10, 32)
Dios en Jesús nos dice que Él ha querido ocupar esos lugares de desprecio y sin razón, de dolor y de sufrimiento. La muerte en cruz de Jesús es el grito de Dios por la humanidad sufriente. Es la compasión de Dios encarnada y doliente que acompaña a cada una de sus hijas.
Los cristianos deberíamos estar convencidos de que Dios está en cada fracaso humano, en toda adversidad y sufrimiento. No, Dios no nos envía el sufrimiento, no. Lo que hace Dios es sufrir con nosotros, arrimar el hombro, procurar que el peso de la adversidad no nos aplaste.
El sufrimiento forma parte de la existencia humana. Eso lo sabemos todos por propia experiencia. Desde el momento en que nacemos, antes incluso de respirar, experimentamos el sufrimiento. Dicen los expertos que el parto es doloroso tanto para la mujer que da a luz como para la criatura que nace.
Sí, el sufrimiento es un misterio que acompaña la existencia humana y Dios no ha querido desentenderse, al contrario, ha elegido pasarlo con nosotros. Ha querido ser hijo y hermano nuestro.
Oración
Regálanos, Trinidad Santa, esa hermosa mirada de Jesús, que nuestros ojos se encuentren con los suyos y podamos reconocernos como hermanas, y hermanos, y madre suyas.
Comentarios desactivados en Para Jesús fue más importante la familia de Dios que su familia.
DOMINGO 10 (B)
Mc 3,20-35
Es frecuente en el evangelio de Marcos hacer relatos encerrados en otro relato. En este caso el acusarlo de poseído por Belcebú está colocado dentro de un episodio, más bien desagradable con sus familiares. No fue un hecho puntual ni anecdótico. Este enfrentamiento familiar se manifiesta de muchas maneras en los evangelios y debemos tenerlo en cuenta si queremos acercarnos a los hechos reales. No es ningún desdoro para ellos, porque lo que intentaban era evitar su marginación y un fatal desenlace.
El relato sobre el enfrentamiento de su familia tiene muchas posibilidades de ser histórico porque a nadie se le hubiera ocurrido añadir por su cuenta esta oposición de su familia a la predicación de Jesús. Encontramos en los evangelios otros claros indicios de que su familia se opuso a que Jesús sacara los pies del tiesto y se pusiera a predicar abandonando su estado social. Lo que su familia buscaba era que Jesús se acomodara a la manera normal de pertenecer a una familia, actuando como uno más de sus miembros.
Casi nunca se trata el tema de la relación de Jesús con su familia, porque plantea serios problemas. No encaja con el concepto que nos hemos hecho de la sagrada familia. Si somos capaces de superar los prejuicios, veremos como normal que incluso su madre se preocupara de las andanzas de Jesús que no podían acarrearle nada bueno. En los evangelios se ve con toda claridad el conflicto que Jesús tuvo con sus parientes; y eso a pesar de las matizaciones que hacen y la delicadeza con que tratan el tema.
A los doce años nos cuentan el primer problema; se queda en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. En su pueblo, les echa en cara su falta de confianza: “solo desprecian a un profeta en su pueblo y entre sus parientes”. Su familia quiere apartarlo de la vida pública porque considera que esa manera de actuar es una locura. El tiempo les dio la razón. Ellos no tenían capacidad para comprender desde qué perspectiva actuaba Jesús. Desde su punto de vista humano, puramente humano, era lógico que su familia se preocupara por las acciones de Jesús que ponían en peligro su honor y su vida.
Este relato deja muy claro que todo lo que habían dicho Mateo y Lucas sobre la infancia de Jesús eran elucubraciones piadosas. Si hubieran tenido algún fundamento histórico, su madre y familiares hubieran aceptado desde el primer momento todo lo que Jesús hacía y enseñaba. Lo que hicieron su madre y sus hermanos (parece que José había muerto) fue cumplir con su obligación de preocuparse del futuro de la familia y de Jesús, evitándole una catástrofe como la que terminó sucediendo con su persecución y muerte.
Debemos dejar muy claro que esta actitud de la familia de Jesús lo que pretendía era salvar su honor. El honor era el principal valor de una familia, sin él no había posibilidad ninguna de mantener relaciones dignas con los demás. Por esta razón, la principal obligación de todo miembro de la familia era velar por ese honor familiar. Lo que veían los familiares de Jesús era que estaba poniendo en riesgo ese honor y por lo tanto había que hacer todo lo que estuviera en sus manos para evitar la catástrofe. Jesús ya había dado muestras suficientes de que le interesaba más el reino de Dios que su familia.
A pesar de todo Jesús sigue adelante en su empeño de comunicar a los demás su experiencia de Dios, a años luz de la de su religión. Esta postura de Jesús puede ilustrar el tema del desapego de su familia. Jesús no se conforma con lo que le enseñan de Dios, quiso ir más allá en el descubrimiento de lo que Dios es para el hombre y el hombre para Dios y para los demás. Se abre al Espíritu. No tiene inconveniente en cuestionarse hasta las verdades más sagradas. ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?
Esta enseñanza supone una cristología muy elaborada que supone una larga andadura de la comunidad. Desde muy pronto comenzaron a llamarse hermanos, lo que denota una conciencia de familia espiritual con lazos más fuertes que los de cualquier familia carnal. Con ello quería expresar su convicción de que sentirse unidos por lazos espirituales les daba mayor seguridad que los lazos puramente biológicos. De hecho, muchos cristianos tuvieron que elegir entre su familia y la pertenencia a la nueva comunidad.
Acusarle de endemoniado tiene mucho que ver con la locura de que le acusa su familia. En aquella época, toda enfermedad se creía que estaba causada por espíritus diabólicos. Tal vez esta idea es la que une el tema del endemoniado con el de su familia. En ambos casos se da por supuesto que Jesús está fuera de sí y que no actúa desde la libertad de una persona normal. Ni unos ni otros fueron capaces de admitir que Jesús no era una persona normal, pero no porque era menos, sino porque sobrepasaba toda expectativa.
No es fácil concretar lo que en el texto quiere decir ‘pecado contra el Espíritu Santo’. Podría referirse a estar cerrados a toda posible novedad, por miedo a lo nuevo o por creernos en la posesión de la verdad absoluta. La mente rechaza espontáneamente todo aquello que no encaja con lo que ya tiene adquirido. Es un mecanismo de defensa automático que le da seguridad. Podríamos recordar el dicho castellano: el que no se arriesga no pasa la mar. O aquel otro oriental que me habéis oído tantas veces: El que se empeña en cerrar la puerta a todos los errores, dejará inevitablemente fuera la verdad.
Siempre que nos aferramos a una verdad, dándole valor absoluto, estamos pecando contra el Espíritu Santo que siempre empuja hacia delante. La Verdad es inalcanzable para nuestra mente, por eso debemos estar siempre abiertos a ir más allá de la verdad que ya tenemos, por muy seguros que estemos de ella. Tampoco podemos apelar a la revelación para defender una verdad, porque ni el mismo Dios puede actuar por encima de nuestras limitaciones. La Verdad no puede ser formulada con nuestros conceptos racionales.
Nos ha tocado vivir una época de cambios drásticos en todos los órdenes, sobre todo en el orden de las verdades trascendentes. Estamos constatando que verdades que creíamos absolutas se están desvaneciendo como un azucarillo en un vaso de agua. Hace falta tener una gran valentía para superar las seguridades y abrirnos a lo que nos deja más a la intemperie. El principal reto de nuestro tiempo es aprender a vivir en constante búsqueda sin pretender tenerlo todo atado y bien atado como pretende la religión.
La verdadera salvación sólo puede venir por el camino del conocimiento. En la medida que tengamos conocimiento de lo que es bueno para nosotros, seremos capaces de actuar en consecuencia. No olvidemos la frase capital del evangelio: la verdad os hará libres. Solo la verdad tiene capacidad de liberar y de salvar del error y por lo tanto del pecado. Estar abiertos a la verdad es estar abiertos al Espíritu y viceversa.
El evangelio de hoy es muy instructivo para conocer el ambiente de incomprensión y acoso en que tuvo que moverse Jesús en Galilea, pero de él podemos sacar pocas enseñanzas útiles para vivir nuestra vida. Por ello, me van a permitir dedicar esta reflexión a un tema que nada tiene que ver con el texto de hoy, pero que es recurrente a lo largo de todo el evangelio y nos atañe muy directamente: el dinero.
El dinero es sin duda un talento que podemos poner a trabajar por el Reino, pero es un talento peligroso por el que Jesús muestra un gran recelo. Llama bienaventurados a los pobres, alerta sobre la dificultad de los ricos para entrar en el Reino, considera necio al hombre ufano de su riqueza que esa noche va a morir, en la parábola de Epulón y Lázaro muestra hasta qué punto se puede endurecer el corazón de un hombre por causa de su riqueza… «Aunque resucite un muerto» … y se entristece cuando el “joven rico” renuncia a seguirle porque tenía muchos bienes…
El dinero no es algo marginal en el evangelio, algo que se menciona de pasada, sino una línea clara y recurrente dentro del mensaje global y la concepción del Reino. Algo que nos interpela de manera especial, porque vivimos en una sociedad de ricos en la que el dinero ha dejado de ser un medio para convertirse en el fin por excelencia de nuestra vida. Y cuando esto sucede, el dinero se convierte en amo, en el peor amo que podemos tener, porque nos esclaviza, socava nuestra humanidad y nos arrebata la capacidad de compadecer, de ayudar, de perdonar, de servir…
La expresión que usa Jesús para alertarnos de la trampa mortal que encierra el dinero, es una de esas exageraciones geniales que empleaba para hacer especial énfasis en algo importante: «Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios».
Pero siendo realistas, en el mundo actual el dinero es necesario no solo para vivir el día a día, sino también para prevenir el futuro ante las infinitas incertidumbres que presenta la sociedad actual. Por eso, para nosotros, «vende lo que tienes y dalo a los pobres» no es una orden que podamos cumplir al pie de la letra, pero sí es un espíritu que puede marcar nuestra forma de poseer y de usar.
Y lo que es válido a nivel individual también lo es a nivel colectivo, porque las sociedades opulentas estamos llevando al mundo al desastre con nuestra forma de vivir. Sólo un cambio de mentalidad generalizado puede evitarlo, pero cuando más necesita la humanidad de un potente bagaje moral para hacer frente a la situación extrema a la que se ve abocada, mayor es su carencia; mayor es la dureza de su corazón. Quizá la única vía de salida que le queda a este mundo sean las palabras que Jon Sobrino repetía tan a menudo: «Debemos caminar hacia la cultura de la austeridad compartida».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Comentarios desactivados en La Buena Noticia que legitima el actuar de Jesús.
Mc 3,20-35
Marcos relata un episodio en el que encontramos a Jesús viviendo una situación muy difícil. Después de un tiempo proclamando la Buena Noticia de Dios por las tierras de Galilea se ve confrontado no solo por escribas y fariseos sino por su propia familia. La experiencia de liberación que acompañaba a sus curaciones, sus enseñanzas sobre un Dios amor y perdón que solo quería acoger y salvar se veían cuestionadas por el miedo, la vergüenza y las actitudes rigoristas de aquellos/as que no podían entender que Dios iba más allá de lo que esperaban de él (Mc 1).
Los/as pobres, los/as heridos/as, los/as marginados/as lo buscaban porque en él encontraban lo que nadie les había ofrecido nunca. Junto a él encontraban nuevas posibilidades de ser y de vivir, descubrían que Dios no los/as había abandonado, aunque la sociedad y la religión si lo hicieran. Sabían que solo necesitaban confiar en aquel hombre, que los/as miraba con ternura, los defendía y los/as acogía, para recuperar el camino perdido, el espacio robado y su voz silenciada (Mc 2, 1-3, 12). Pero había quien no entendía que esa alegría y esperanza recuperada pudiese venir de Dios sino pasaba por las normas, doctrinas o valores instituidos (Mc 2, 23-3,6).
Lo acusaban de blasfemo
Para los que se consideraban fieles observantes de ritos y normas establecidos siglos atrás para cumplir con la voluntad de Dios y honrarlo adecuadamente, la conducta y el mensaje de Jesús eran blasfemas porque hablaban mal de Dios y por lo tanto, la autoridad para hablar así y el poder para actuar del modo en que lo hacía no podía venir de Dios, sino que era obra de Satanás (Mc 3, 22-23).
Lo que más les molestaba era que Jesús dijese que los seres humanos tenían a su alcance el perdón de Dios de forma gratuita y sin condenas, que podían reincorporarse a la comunidad si confiaban y se dejaban sanar por el amor de Dios que los acogía sin límites y sin esperas. Para ellos Jesús no tenía autoridad para afirmar tal cosa de parte de Dios. Con esa actitud se imposibilitaban para acoger ellos mismo ese perdón que Dios también les ofrecía a ellos.
Jesús les responde con contundencia: ellos son los que blasfeman porque están negando la acción que Dios está realizando. El Espíritu de Dios es el que está haciendo nuevas las cosas, es el que trae vida y vida en abundancia, es que el que pone en nosotros/as la fuerza para construirnos desde lo mejor de nosotros/as mismos/as. No hay nada más triste y desesperanzador, más limitante y destructor que negar esa acción de Dios en todo ser humano. Nadie es más ciego que quien pretende limitar la misericordia y la bondad de Dios creyendo que cumple su voluntad. (Mc 3, 28-30)
Pensaban que estaba fuera de sí
El relato recuerda también que s u madre y sus hermanos van a buscarle para vuelva a casa y reoriente una conducta que no solo le afecta a él sino a sus familiares pues las críticas que está recibiendo ponen en entredicho la honorabilidad familiar.
En el mundo antiguo la familia designaba a un grupo amplío de parentesco a través del cual se transmitía el honor, las propiedades y la condición social. En ella se ofrecía apoyo y sustento y, salvo excepciones, nadie consideraba honorable abandonarla porque suponía la perdida de la identidad y pertenencia. El hecho de que Jesús abandonase su casa dejando a su madre viuda era difícil de entender. Sin embargo, Jesús dio a esta decisión un profundo significado y le permitió construir una nueva familia, la familia del Reino. Una familia que cuestionaba muchos de los valores tradicionales y posibilitaba relaciones circulares e inclusivas.
Ante las demandas familiares Jesús responde señalando que la Buena Noticia del Reino de Dios incluía la propuesta audaz de una comunidad alternativa. Por eso, cuando proclama que su familia es quien cumple la voluntad del Padre, no está rechazando a su familia biológica, sino que está proponiendo un nuevo modo de relaciones, una nueva forma de encuentro y de vida compartida en la que la única jerarquía era la paternidad/maternidad de Dios y el único poder era el servicio. Y era así como de verdad se podía encarnar la Buena Noticia.
Cumplir la voluntad de Dios
La voluntad del Padre era para Jesús liberar y sanar, perdonar e incluir y por eso quien decide vivir haciendo vida la voluntad de Dios es su hermano, su hermana y su madre (Mc 3, 35). Su nueva familia, su comunidad. Una comunidad llamada a ser inclusiva, generadora de vínculos sanadores y de sueños compartidos. Una comunidad que discierne la voluntad de Dios desde lo que genera vida y potencia lo mejor de cada miembro.
Una comunidad que libera la memoria del perdón, la misericordia y la acción salvadora de Dios y la ofrece allí donde hay heridas, sufrimiento, impotencia o miedo. Una memoria que no quiere ser encerrada en los límites de nuestra justicia, de nuestras costumbres o ideas. Una memoria que reivindica la alegría, la pasión, la esperanza y el encuentro. Una memoria conflictiva y audaz. En definitiva, la memoria del Reino.
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