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“Abrir caminos a Dios”. 2 Adviento – C (Lucas 3,1-6)

Domingo, 8 de diciembre de 2024

IMG_8892Juan grita mucho. Lo hace porque ve al pueblo dormido y quiere despertarlo, lo ve apagado y quiere encender en su corazón la fe en un Dios Salvador. Su grito se concentra en una llamada: «Preparad el camino del Señor». ¿Cómo abrirle caminos a Dios? ¿Cómo hacerle más sitio en nuestra vida?

Búsqueda personal. Para muchos, Dios está hoy encubierto por toda clase de prejuicios, dudas, malos recuerdos de la infancia o experiencias religiosas negativas. ¿Cómo descubrirlo? Lo importante no es pensar en la Iglesia, los curas o la misa. Lo primero es buscar al Dios vivo, que se nos revela en Jesucristo. Dios se deja encontrar por aquellos que lo buscan.

Atención interior. Para abrir un camino a Dios es necesario descender al fondo de nuestro corazón. Quien no busca a Dios en su interior es difícil que lo encuentre fuera. Dentro de nosotros encontraremos miedos, preguntas, deseos, vacío… No importa. Dios está ahí. Él nos ha creado con un corazón que no descansará si no es en él.

Con un corazón sincero. Lo que más nos acerca al misterio de Dios es vivir en la verdad, no engañarnos a nosotros mismos, reconocer nuestros errores. El encuentro con Dios acontece cuando a uno le nace desde dentro esta oración: «¡Oh, Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador». Este es el mejor camino para recuperar la paz y la alegría interior.

En actitud confiada. El miedo cierra a no pocos el camino hacia Dios. Les da miedo encontrarse con él: solo piensan en su juicio y sus posibles castigos. No terminan de creerse que Dios solo es amor y que, incluso cuando juzga al ser humano, lo hace con amor infinito. Despertar la confianza en este amor es empezar a vivir de manera nueva y gozosa con Dios.

Caminos diferentes. Cada uno ha de hacer su propio recorrido. Dios nos acompaña a todos. No abandona a nadie, y menos cuando se encuentra perdido. Lo importante es no perder el deseo humilde de Dios. Quien sigue confiando, quien de alguna manera desea creer, es ya «creyente» ante ese Dios que conoce hasta el fondo el corazón de cada persona.

José Antonio Pagola

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“Todos verán la salvación de Dios”. Domingo 8 de diciembre de 2024. 2º de Adviento

Domingo, 8 de diciembre de 2024

02advientoB2cerezoDe Koinonia:

Baruc 5, 1-9: Dios mostrará tu esplendor.
Salmo responsorial: 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 1, 4-6. 8-11:  Que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochables.
Lucas 3, 1-6: Todos verán la salvación de Dios.

El tiempo de adviento es tiempo de esperanza y de apertura al cambio: cambio de vestido y de nombre (Baruc), cambio de camino (Isaías). Cambiar, para que todos puedan ver la salvación de Dios.

En un bello poema Baruc canta con fe jubilosa la hora en que el Eterno va a cumplir las promesas mesiánicas, va a crear la nueva Jerusalén, va a dar su salvación. Jerusalén es presentada como una “Madre” enlutada por sus hijos expatriados. Dios regala a Sión, su esposa, la salvación como manto regio, le ciñe como diadema la “Gloria” del Eterno. La Madre desolada que vio partir a sus hijos, esclavos y encadenados, los va a ver retornar libres y festejados como un rey cuando va a tomar posesión de su trono. Le da un nombre nuevo simbólico: “Paz de Justicia-Gloria de Misericordia”; es decir, Ciudad-Paz por la salvación recibida de Dios. Ciudad-Gloria por el amor misericordioso que le tiene Dios.

Haciéndose eco de los profetas del destierro, Baruc dice una palabra consoladora a un pueblo que pasa dificultad: “El Señor se acuerda de ti” (5,5). Ya el segundo Isaías se había preguntado: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura? (…) pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré” (Is 49,15). El Dios fiel no se olvida de Jerusalén, su esposa, que es invitada ahora a despojarse del luto y vestir “las galas perpetuas de la Gloria que Dios te da” (5,1). Es la salvación que Dios ofrece para los que ama, de los que se acuerda en su amor.

¿Dónde está nuestro profetismo cristiano? El profeta no es un adivino, ni alguien que pre-dice los acontecimientos futuros. El profeta se enfrenta a todo poderío personal y social, habla desde el “clamor de los pobres” y pretende siempre que haya justicia. Obviamente le preocupa el futuro del pueblo, la situación sangrante de los pobres. Los profetas surgen en los momentos de crisis y de cambios para avizorar una situación nueva, llena de libertad, de justicia, de solidaridad, de paz.

La misión del profeta cristiano es cuestionar los “sistemas” contrarios al Espíritu, defender a toda persona atropellada y a todo pueblo amenazado, alentar esperanzas en situaciones catastróficas y promover la conversión hacia actitudes solidarias. Tiene experiencia del pueblo (vive encarnado) y contacto con Dios (es un místico), y de ahí obtiene la fuerza para su misión. Por medio de los profetas, Dios guía a su pueblo “con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9). El profeta “allana los caminos” a seguir.

En el evangelio, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Dios anuncia la cercanía del Reino por medio de Juan y asegura con Isaías que “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6). Para el Dios que llega con el don de la salvación debemos preparar el camino en el hoy de nuestra propia historia.

Juan Bautista, profeta precursor de Jesús, fue hijo de un “mudo” (pueblo en silencio) que renunció al “sacerdocio” (a los privilegios de la herencia), y de una “estéril” (fruto del Espíritu). Le “vino la palabra” estando apartado del poder y en el contacto con la bases, con el pueblo. La palabra siempre llega desde el desierto (donde sólo hay palabra) y se dirige a los instalados (entre quienes habitan los ídolos) para desenmascararlos. La palabra profética le costó la vida a Juan. Su deseo profético es profundo y universal: “todos verán la salvación de Dios”. La salvación viene en la historia (nuestra historia se hace historia de salvación), con una condición: la conversión (“preparad el camino del Señor”). ¿Qué debemos hacer para ser todos un poco profetas?

La invitación de Isaías, repetida por Juan Bautista y corroborada por Baruc, nos invita a entrar en el dinamismo de la conversión, a ponernos en camino, a cambiar. Cambiar desde dentro, creciendo en lo fundamental, en el amor para “aquilatar lo mejor” (Flp 1,10). Con la penetración y sensibilidad del amor escucharemos las exigencias del Señor que llega y saldremos a su encuentro “llenos de los frutos de justicia” (1,11).

Esa renovación desde dentro tiene su manifestación externa porque se “abajan los montes”, se llenan los valles, se endereza lo torcido y se iguala lo escabroso (Bar 5,7). Se liman asperezas, se suprimen desigualdades y se acortan distancias para que la salvación llegue a todos. La humanidad transformada es la humanidad reconciliada e igualada, integrada en familia de fe: “los hijos reunidos de Oriente a Occidente” (Bar 5,5). Convertirse entonces es ensanchar el corazón y dilatar la esperanza para hacerla a la medida del mundo, a la medida de Dios. Una humanidad más igualitaria y respetuosa de la dignidad de todos es el mejor camino para que Dios llegue trayendo su salvación. A cada uno corresponde examinar qué renuncias impone el enderezar lo torcido o abajar montes o rellenar valles. Nuestros caminos deben ser rectificados para que llegue Dios.

Adviento es el tiempo litúrgico dedicado por antonomasia a la esperanza. Y esperar es ser capaz de cambiar, y ser capaz de soñar con la Utopía, y de provocarla, aun en aquellas situaciones en las que parece imposible.

Dejémonos impregnar por la gracia de este acontecimiento que se nos aproxima, dejemos que estas celebraciones de la Eucaristía y de la liturgia de estos días nos ayuden a profundizar el misterio que estamos por celebrar.

Unidos en la esperanza caminamos juntos al encuentro con Dios. Pero al mismo tiempo, Él camina con nosotros señalando el camino porque “Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su Gloria, con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9). Leer más…

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8.12.24. Adviento, Dios es utopía (2º Dom Adviento)

Domingo, 8 de diciembre de 2024

IMG_8636Del blog de Xabier Pikaza:

Adviento significa venida y, en nuestro caso, venida de Dios como principio de utopía (de salvación), más allá de la pura creatividad humana, tal como actualmente la conocemos. Desde ese fondo quiero establecer en pequeño diálogo con Nietzsche, M. Eliade, Heidegger, Bultmann y Habermas. Buen domingo a todos

Nietzsche: historia sin utopía. Sólo queda el superhombre

 Según Nietzsche, la vida no se funda en ideales o principios superiores: vale por sí misma, en el proceso de su eterno auto-surgimiento. No tiene un camino definido, no es historia de caída, conflicto y reconciliación, como piensan Hegel y Marx (en línea judeocristiana), sino que es siempre idéntica a sí misma: no se dirige a ningún sitio, no vale para nada (es decir, para otra cosa), sino por sí misma. No está sometida a un Dios más alto, ni dirigida hacia el futuro de ninguna reconciliación superior, material o espiritual, sino que es lucha auto-creadora donde triunfan los más fuertes, no para evadirse de la vida, sino para mantenerse y realizarse en ella. La historia no busca así nada fuera de sí misma, ni debe lograr ninguna meta, sino que vale en sí, como proceso que perviven y se imponen los más capaces[1].

A su juicio, sólo aquellos individuos o grupos que no han sido capaces de asumir y desplegar la fuerza de la vida, por impotencia o carencia de creatividad, han buscado evasiones, inventando el mundo del Espíritu, como han hecho los cristianos. Invirtiendo y re-formulando una palabra evangélica (cf. Mc 14, 38 par), podría decir que el espíritu es débil y la carne o vida fuerte. Precisamente allí donde la vida se despliega en plenitud emerge el superhombre, nuevo y verdadero ser humano, idéntico a sí mismo. Nietzsche ha invertido de esa forma el mesianismo cristiano del futuro (esperanza de la gracia de Dios, utopía de los más pequeños) para defender el mesianismo actual y eterno de la vida:

 – Super-hombre, fin de la historia. Habían dominado los seres disminuidos, inmersos en la lucha por un reconocimiento ilusorio (amos y siervos, ambos enfermos), esclavizados por la economía (burgueses y proletarios), incapaces de vivir en plenitud, realizando por sí mismos su vida. Frente a ellos debe elevarse el hombre superior, dueño de sí, capaz de enfrentarse a su destino. Había individuos domesticados, enjaulados en una cárcel de moralismo y resentimiento. Llegan los auténticos humanos, que serán ser por siempre, super-hombres.

Eterno retorno, no hay historia. El super-hombre no entrega su existencia a otro, sino que vive y se despliega por su propio poder; no es producto de un Dios superior, ni efecto de una acción externa, sino expresión de su creatividad. No hay para Nietzsche transcendencia (platonismo) ni meta final (judeocristiasmo). La verdad de los humanos es lo que siempre ha sido y vuelve sin cesar, donde ellos son lo que son, en proceso que valioso por sí mismo (eterno retorno), que no lleva (no debe llevar) a ningún futuro o transcendencia fuera de sí mismo.

Según eso, la historia cesa y cesa toda búsqueda de un ser futuro y/o superior, siendo ya el eterno retorno de la voluntad de poder, donde los humanos aceptan lo que son y no pretenden conseguir metas distintas. El espiritualismo ha sido negación de la vida, cobardía ante la propia realidad. La división de clases y la búsqueda de reconciliación desde la clase inferior (comunismo) es invento de los resentidos (débiles), que se oponen al despliegue de los poderosos. Frente a la pre-historia pasada (dominada por el resentimiento) y la pot-historia de los idealistas, sitúa Nietzsche la pura voluntad de poder, siempre actual, sin pasado ni futuro, ajustada al destino (eterno retorno) de la vida, sin historia[3].

            Esta visión de la actualidad (eterno retorno) de la historia, sin utopías ni esperanzas de futuro, contiene elementos que pueden resultar valiosos para los cristianos, pues también Jesús ha valorado el presente como revelación de Dios (del Reino). Pero en ella falta algo esencial para el evangelio: la experiencia del valor de los pequeños, la ternura compasiva, el gozo de la mutua dependencia en diálogo de amor,la gracia del perdón, la creatividad compartida y el futuro de la utopía que puede recrearse en clave de esperanza cristiana. El super-hombre de Nietzsche ha sido interpretado de diversas formas, que aquí no detallamos, desde los bordes del nazismo hasta de la post-modernidad. Pero todas destacan la exigencia de auto-creatividad humana, con la “exaltación” de los más capaces y un fondo de desprecio por los “pobres” del mundo, que siguen quedando así excluidos, fuera de los campos de juego donde triunfan e imponen su eterna verdad los vencedores del sistema[4].

El problema de fondo sigue siendo la exclusión, justificada de los débiles. La razón ilustrada era en principio universal, y había querido incluir en su proyecto de reconciliación a todos los humanos (amo y esclavo, burgués y proletario), aunque no hubiera logrado conseguirlo; por eso, su utopía acababa resultando imposible. Por el contrario, la razón nietzscheana empieza y acaba siendo parcial, propia de privilegiados, que emergen de la masa y pueden situarse frente a ella. No se sienten llamados a cambiar a los demás (al modo budista o cristiano), pues su tarea consiste en ser ellos mismos, desarrollando su propio privilegio, como seres distintos, conscientes de su destino, de su más honda verdad. En contra de eso, la utopía racional y la esperanza cristiana del Reino quieren abrirse a todos los humanos[5].

Tampoco hay utopía, sólo queda eterno retorno (M. Eliade)

 Los filósofos anteriores (Kant, Hegel, Marx…)seguían entendiendo la historia en sentido lineal, abierta a la utopía de la reconciliación final, de manera que podían tomarse como herederos de la Biblia. En contra de eso, Nietzsche había negado esa visión, concibiendo el ser como eterno retorno de la voluntad de poder y/o como justificación del poder de los que habían logrado conseguirlo. En una perspectiva en parte convergente se sitúa M. Eliade (1907-1986), fenomenólogo interesado en recuperar, más allá de la historia cristiana o de la “negatividad” budista, la sacralidad eterna del paganismo.

Eliade entiende la experiencia religiosa como hierofanía, o revelación de lo sagrado, que se manifiesta de un modo especial en las religiones fundantes de la naturaleza, que descubren y celebran los poderes divinos del cosmos. La finalidad más honda de la religión no ha consistido en dar sentido a la historia (como quisieron Hegel y Marx) sino en superar su terror y/o riesgo. Las cosas pasan, todo cambia, todo muere. Inmerso en esa situación, el humano siente miedo de sí mismo (de perderse en el flujo de cambios) y por eso se refugia en aquellas realidades que vuelven siempre y siempre permanecen.

Lógicamente, la hierofanía básica es aquella que arraiga a los humanos en la raíz eterna de la naturaleza, en poderes que siempre permanecen pues siempre retornan. Lo divino se desvela de un modo especial en las realidades “inmutables” (estrellas del cielo y rocas de la tierra) y, de un modo especial, en aquellas que renacen de la muerte y/o vuelven siempre, conforma al ritmo del eterno retorno de la naturaleza (estacione del año) y de la misma vida. La religión constituye, según eso, una estrategia de supervivencia para aquellos que no pueden (no son capaces de) vencer el miedo a la fragilidad y a la muerte. Los humanos conocen su diferencia (son conscientes de la muerte), pero en el fondo quieren negarla (o superarla) a través de la religión, insertando su vida en el eterno retorno de la naturaleza; negando así el sentido de la historia como proceso temporal:

 La humanidad pudo soportar en el pasado los sufrimientos históricos (porque)eran considerados como un castigo de Dios… Fueron aceptados precisamente porque tenían un sentido meta-histórico, porque, para la gran mayoría de la humanidad, que aún permanecía en la perspectiva tradicional, la historia no tenía y no podía tener ningún valor en sí. Cada héroe repetía el gesto arquetípico, cada guerra reiniciaba la lucha entre el bien y el mal, cada nueva injusticia social era identificada con los sufrimientos del salvador…[6].

 El cristianismo es religión del tiempo: descubrimiento de Dios en la historia de Jesús. Pero su novedad ha resultado engañosa: muchos cristianos han seguido manteniendo su fe en el valor eterno de la realidad, en el fondo del eterno retorno de los tiempos. Han sido cristianos de nombre, pero paganos de experiencia profunda, descubriendo y cultivando la religión como experiencia de la repetición del orden primordial, afirmación de aquello que siempre permanece. Al pensar así, M. Eliade se sitúa cerca de Nietzsche, aunque no acepte su crítica anti-religiosa, su voluntad de poder o exaltación del super-hombre, porque parece defender una vuelta al paganismo pre-cristiano (y pre-budista) con su sacralización del eterno retorno de la naturaleza. Lógicamente, rechaza una filosofía historicista(como la de Hegel o Marx), pues ofrece una solución falsa al terror de la historia, al paso del tiempo. La “razón histórica” de la modernidad no libera al humano del terror del tiempo, haciéndole capaz de adentrarse en lo divino. Tampoco puede liberarle una filosofía de la acción social, pues el tiempo todo lo destruye.

Pero Nietzsche queda básicamente en la crítica, de tal forma que su vida y obra culmina, al menos parcialmente, con la afirmación del Anticristo, que podría traducirse como expresión de una vuelta al Dionisio griego, de la sacralización de la vida, sin historia. Por el contrario, M. Eliade, analista certero de la modernidad, se atreve a replantear el pensamiento y experiencia religiosa desde el enigma del tiempo, es decir, del proceso de la historia. Da la impresión de que, a su juicio, la vuelta a la naturaleza, con el eterno retorno de la sacralidad cósmica, no es la solución definitiva. La ciencia no ofrece repuesta, tampoco lo hace la creatividad política. Sólo siguen abiertos dos posible caminos religiosos:

El mito del eterno retorno, la certeza de que existe un orden permanente de estabilidad y sentido en el fondo de los cambios de la historia. Según este modelo, no puede hablarse de creatividad personal (individual ni social), pues los humanos no hacemos nada nuevo, simplemente repetimos y/o actualizamos, hogaño como antaño, los arquetipos de la realidad originaria. Tememos a la historia (a nuestra creatividad), pues todos los caminos llevan a la muerte, y por eso nos refugiarnos una y otra vez en la matriz vital del cosmos de la que, quizá, no deberíamos haber salido nunca. No queremos tener o no tenemos responsabilidad moral estricta: nada hacemos en verdad, nada destruimos, nos limitamos a dejar que el ciclo eterno (divino) de la Vida se exprese en nuestra vida.

El cristianismo, con su historia mesiánica, vinculada a la libertad creadora del humano y a la existencia personal de Dios llama, sustenta y responde a los humanos. l “terror a la historia”(del paso del tiempo que todo lo destruye) se ha vuelto cada vez más difícil de soportar. Muchos ya no pueden refugiarse en los modelos divinos del eterno retorno sagrado. “Sólo una libertad que tiene su fuente y halla su garantía y su apoyo en Dios es capaz de defender al hombre moderno del terror de la historia”, es decir, del destructivo del paso del tiempo, del horrible gusano de la muerte.En esa línea podríamos y deberíamos hablar de un cristianismo que fuera capaz de descubrir activamente la presencia de Dios en el camino de realización comunitaria de los creyentes[7].

Como fenomenólogo e historiador de la religión, M. Eliade no ha querido ofrecer una valoración confesional, diciendo por dónde debemos caminar. Pero, al menos en una perspectiva, su obra parece un canto nostálgico a las viejas religiones cósmicas, como si hubiera sido mejor que no nacieran las grandes religiones post-axiales (cristianismo, budismo). Parece que lamenta el triunfo de esas nuevas religiones, pues las anteriores, del eterno retorno, ofrecían una experiencia mejor de integración del humano en el cosmos.Más en concreto, el cristianismo es religión del “hombre caído en desgracia”, que ha perdido el paraíso de los arquetipos y la repetición, condenados a morir en la historia[8].

A pesar de esa nostalgia, Eliade deja abierto el camino a la singularidad del cristianismo como experiencia y movimiento de libertad, pues el pecado, que es propio del humano y no de la naturaleza o de los dioses del eterno retorno, puede superarse humanamente en un camino de historia, centrado en el Cristo. Ciertamente, los humanos pueden vivir en desgracia, destruyéndose a sí mismos en la historia (ese es su pecado, el terror de la muerte); pero pueden elevarse y cultivar en amor el misterio del encuentro personal con Dios, que se expresa y realiza en el encuentro interhumano. La misma historia, que es tiempo de caída, puede interpretarse y realizarse como tiempo de salvación (de Reino) en clave de esperanza que asume y transfigura los valores de la utopía racional de la modernidad[9].

  1. De Heidegger a Bultmann. Sólo queda un adviento existencial

 Nietzsche había criticado la visión escatológica de la historia; M. Eliade parecía inclinado a superar las confesiones históricas (de tronco bíblico), para defender la religión del cosmos, centrada en el eterno retorno de la realidad sagrada, simbolizada por los dioses, aunque había mostrado la posibilidad de superar el terror de la historia (entendida como proceso de muerte) a través de una experiencia personal de libertad, en relación con lo divino. En este contexto resulta casi obligatoria la referencia a M. Heidegger, que (en Ser y tiempo) ha distinguido historia e historicidad:

– Historia (Historie) evoca el decurso externo de los hechos, que suceden en el tiempo cronológico del cosmos, conforme al decurso de generaciones. Pues bien, ella carece de sentido: los hechos pasan, suceden y se pierden, en un ritmo dominado finalmente por la muerte. Heidegger no puede asumir en este plano la utopía racional y política (de Hegel o Marx), nila esperanza escatológica del cristianismo y su promesa de Reino.

Historicidad (Geschichte) es el carácter propio (temporal) del ser humano, llamado a realizarse y decidirse de manera auténtica, superando la fijación del pasado que le determina de manera objetiva, y asumiendo la angustia de la muerte. No pertenece al orden social externo, sino a la realidad de cada humano. No hay “historia universal”, ni “historias parciales”, sino historicidad de cada individuo. Sólo a ese nivel, en la decisión del aquel que, asumiendo su angustia por (ante) la muerte, vive en autenticidad tiene sentido la existencia. Leer más…

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¿Hay motivos para estar alegres? Domingo 2º de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 8 de diciembre de 2024

1D26B104-3B79-4CC5-91DB-34520A97F96EDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

“Preparad el camino al Señor…”

Las últimas noticias sobre la variante ómicron y otros muchos problemas a nivel mundial no invitan al optimismo. Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.

Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados (Baruc 5,1-9)

Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: Paz de la Justicia y Gloria de la Piedad.

Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios.

Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios. Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.

La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura y contemplar cómo sus hijos vuelven“en carroza real”, “entre fiestas”, guiados por el mismo Dios.

¿Qué impresión produciría esta lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor situados económicamente, verían ese retorno como un punto de partida de un resurgir nacional.

Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. Pero también nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.

Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad (Filipenses 1,4-6.8-11)

Rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.

Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús.  Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.

Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.

Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación (Lucas 3,1-6)

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.

A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.

Juan, igual que los antiguos profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la naturaleza.

Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.

Las dos conversiones

¿Se podría mandar a una persona como penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que, sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles, momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.

Al mismo tiempo, las lecturas nos invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por ellos.

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8 de Diciembre de 2024. Segundo Domingo de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 8 de diciembre de 2024

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“…vino la Palabra de Dios sobre Juan.”

(Lc 3,1-6)

¡Anunciad!. Si este adviento empezaba con la invitación a levantarnos, a ponernos en pie y alzar la cabeza, ahora nos urge a anunciar.

Nos presenta a Juan Bautista, un personaje peculiar, de esos a los que uno se vuelve a mirar cuando te los cruzas por la calle. Así fue, una persona peculiar de las que Dios nos regala con una cierta frecuencia. Un inconformista valiente, de los que no se callan la verdad, le pique a quien le pique. Es más, de esos que se atreven a gritar verdades y por eso se buscan problemas.

Juan Bautista era de esas personas que se han dejado transformar y por eso la esperanza habita en ellas. Saben que la realidad está llena de posibilidades y de bondad y están convencidas de que todo ser humano es capaz de cambiar, que lo bueno es patrimonio de todos, “…todos verán la salvación de Dios”.

A sus ojos no existen los obstáculos: los caminos se pueden allanar, los valles se pueden elevar, los montes y las colinas pueden descender y hasta lo torcido se puede enderezar. Su confianza no tiene límites por eso atraen a otras personas.

Necesitamos “Juanes”.  Cada uno de nosotros podríamos intentar esta semana ser un poco “Juan Bautista”, lo de vestirse de piel de camello es opcional, pero llevemos allá donde vayamos un mensaje lleno de esperanza. ¡Que se nos note que la Palabra de Dios nos ha tocado el corazón!

Confiemos y que esa confianza se dilate, se contagie. Quien tiene fe, aunque esa fe sea pequeña como un granito de mostaza, si se agarra a esa fe pequeñita, ¡podrá mover montañas!

Oración

¡Anunciad! para que lo torcido empiece a enderezarse.
¡Anunciad! para que la esperanza reverdezca.
¡Anunciad! para que todos vean la salvación de Dios.

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Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Juan fue todo un profeta, de él partió Jesús para su mensaje.

Domingo, 8 de diciembre de 2024

battistaDOMINGO 2º DE ADVIENTO (C)

Lc 3,1-6

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. El evangelio de hoy nos habla del primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lucas la concepción y el nacimiento de Juan antes de decir casi lo mismo de Jesús, manifiesta lo que este personaje significaba para las primeras comunidades cristianas. Para Lucas la idea de precursor es la clave de todo lo que nos dice de él. Se trata de un personaje imprescindible.

Los evangelistas se empeñan en resaltar la superioridad de Jesús sobre Juan. Se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades, a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no fue fácil aceptar la influencia del Bautista en la trayectoria de Jesús. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado, nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan, y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso. A Jesús no le conocía nadie.

Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3, y curiosamente, Lucas se olvida de todo lo que dijo en los capítulos 1 y 2. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio, lo anterior era un cuento. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los hechos para dejar claro que no inventa los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso, y que esa oferta implica no solo al pueblo judío sino a todo el orbe conocido: “todos verán la salvación de Dios”.

Como buen profeta, Juan descubrió que, para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo.

Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de “el que ha de venir” pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Para los evangelios, Jesús predica una “buena noticia”. Dios es Abbá, Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él. Me pregunto, por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús.

La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y a la observancia puramente externa de la Ley.

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo.

No encontramos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, porque nos limitamos a repetir lo ya dicho. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de atracción del gozo inmediato acaba contrarrestando la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida.

Más que nunca, necesitamos una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Apenas encontraremos un cristiano que se sienta salvado. Seguimos esperando una salvación que nos venga de fuera.

Al celebrar una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del hedonismo. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta, caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación.

En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriéndola en lo hondo de nuestro ser que tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está viniendo.

El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud como meta. Solo tanteando puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como salvación, pero ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios.

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. El concepto que nosotros tenemos de justicia, es el romano, que era la restitución según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor. Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Juan Bautista.

Domingo, 8 de diciembre de 2024

Juan-Bautista-John-BaptistLc 3, 1-6

«Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego»

Juan era un profeta enfrentado al sistema; un hombre austero y exigente consigo mismo que recorría el Jordán invitando al pueblo a volver la espalda al pecado, a cumplir su parte de la Alianza con Dios, a la penitencia y al bautismo por inmersión. Se movía entre Enón (cerca de Salin) en Perea, y las inmediaciones de Jericó, en Judea, y allí acudía gente de toda Palestina a escucharle.

El gran éxito de Juan provenía del hecho insólito de abrir una puerta de salvación al pueblo llano y depauperado. A aquella chusma maldita —según expresión de los fariseos—, a los que todos despreciaban y condenaban de antemano, les decía que el Señor no les despreciaba; que también podían acceder al reino de Dios; que la salvación, en contra de lo que decían las autoridades religiosas, no estaba reservada a los selectos, sino a todos los que se convirtiesen arrepintiéndose de sus pecados.

Su enfrentamiento con las autoridades civiles tenía su origen en que Juan les hablaba con inusitada crudeza, denunciaba en público sus abusos y ponía de relieve sus vicios y corrupciones. También estaba amenazado por las autoridades religiosas, porque ofrecía la salvación al pueblo a través de un rito no sancionado por ellas, y en lugar profano; ajeno al Templo. La gente sagrada de Israel no podía permitir un hecho de estas dimensiones al margen de su omnímoda influencia.

En cualquier caso, su fama como profeta era formidable y crecía de día en día. Mucha gente de Jerusalén, de toda Judea e incluso de Galilea, salía al Jordán a escucharle y a ser bautizados por él.

Los cuatro evangelistas lo presentan como el precursor de Jesús, su heraldo, pero el discurso catastrofista de Juan —«ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles»— nada tiene que ver con el discurso de Jesús. Tampoco lo tiene su estilo de vida; ascético en el caso de Juan, y hasta cierto punto confortable en el de Jesús. Juan es el último de los profetas alarmistas propios del Antiguo Testamento, y Jesús es el portador de la Buena Noticia. Nada que ver.

No obstante, ambos tenían en común que fueron aceptados por el pueblo llano, y acosados hasta la muerte por los poderosos que no querían ver su modo de vida comprometido por la predicación de aquellos marginados. También tenían en común que su coherencia y su coraje los llevaron a la muerte.

Y ésta es una constante a lo largo de la historia. Dios esparce la palabra a boleo para que llegue a todos, pero solo es aceptada por los que se sienten necesitados de ella; por los insatisfechos, por los que desean mejorar y están dispuesto a cambiar. Es rechazada por los entendidos que se sienten seguros y no precisan de la Palabra de nadie; por los que se sienten satisfechos y quieren que todo siga como está.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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De vuelta a casa.

Domingo, 8 de diciembre de 2024

IMG_8772“Casa” es el primer lugar donde nacemos, el hogar que se nos ha preparado con tanto mimo y cariño que nos va “constituyendo” y nos hace ser quienes somos, hasta que llega el momento de romper con todo ello para forjarnos nuestra propia casa, la que construimos con nuestro esfuerzo, con nuestros sueños, a veces lejos en todos los sentidos de nuestra casa original porque para crecer hay que separarse.

Puede ser que nuestra vida tenga poco movimiento físico, que vivamos en la misma ciudad donde nacimos, que conservemos amistades y relaciones durante muchos años, que sea lo más parecido a una rutina monótona en la que van pasando los días…y sin embargo el camino de la vida es un sendero tortuoso con muchas curvas, con grandes pendientes e interminables senderos llanos, sin árboles a los lados, sin perspectiva al frente muchas veces, un gran desierto con ansia siempre de regresar a “casa”.

Los cambios no vienen dados por las circunstancias que acontecen y nos “salpican” de una u otra manera, sino de la lectura que hacemos de eso que nos acontece y de la manera que reaccionamos a todo ello.

El pueblo de Israel nos precede en esa lectura de lo que le acontece como un pueblo que vive en diálogo con su Dios, que a raíz de las vicisitudes de la vida va entendiendo que su fidelidad y su amor son eternos, y que se hacen realidad en el deseo de que el pueblo viva en la justicia, en la paz, en el gozo. Sin embargo, la libertad, prima por encima de todo y es el pueblo mismo quien se busca su propio dolor, su propio sufrimiento cuando opta por el egoísmo, la violencia, la opresión de los más pequeños.

Esas vueltas cíclicas del luto y la aflicción al gozo y la celebración, de la opresión a la vuelta a casa en libertad, del esfuerzo físico y moral a la seguridad, la paz y la alegría de un pueblo que se sabe guiado, conducido por la justicia y la misericordia de Dios, no es únicamente patrimonio del pueblo de Israel, es más bien un “ir y venir” de un camino que se realiza en la historia del ser humano como individuo y también como colectivo.

Esa lectura de un Dios que interviene en la historia, es la lectura de quien se va dando cuenta de la trayectoria de madurez en su vida, de cómo va aprendiendo tanto de sus equivocaciones como de sus logros.

Eso que suena a promesa de Dios en un futuro incierto es más bien una llamada a ir realizando aquí y ahora ese ideal que vemos tan lejos y que es el que estamos llamados a construir piedra a piedra, día a día.

“Dios ha mandado rebajarse a todos los montes elevados y a todas las colinas encumbradas”. La Palabra de Dios nos relata cómo desde el principio la raza humana se ha creído superior al resto de la Creación y se ha encumbrado utilizando todos los recursos naturales para su propio beneficio. El camino que Dios elige es opuesto a nuestros sueños y delirios de grandeza. No aceptamos la pequeñez, el vivir en la intemperie, el ocupar nuestro puesto en un entramado de redes maravillosas de vida.

Adviento, “ad ventum”, venida, a- hacia… No rememoramos un pasado maravilloso ni esperamos un futuro glorioso. Estamos en un presente muy complicado, muy decisivo en lo que se refiere a la supervivencia del género humano.

Ahora, más que nunca, es imprescindible, no celebrar la Navidad como acontecimiento histórico, sino hacer realidad esa cercanía de Dios que busca “Paz en la justicia”, reunirnos de oriente y occidente para que rebajemos el uso de combustibles fósiles, que acojamos a quien deja su hogar y su “casa” por su propia supervivencia y la de los suyos, que cuidemos de la naturaleza que sabiamente nos enseña el equilibrio para que ella puede cuidar de nosotrxs.

Se nos llama a un cambio de conciencia de quienes somos y donde estamos. No es un cambio moral únicamente ni un cambio que pedimos a lxs poderosxs, a lxs ricxs; sabemos que ese cambio es muy difícil.

Dios viene hoy “hacia”, “a” nosotrxs en esa llamada a cuidar de la “casa común”. Esa casa a la que pertenecemos y a la que añoramos porque es el hogar que nos prepararon con tanto mimo y cuidado. Somos producto de su evolución. Esa es la buena obra que Dios ha empezado en cada unx de nosotrxs y que llevará al final si damos nuestro consentimiento.

No es lo que pasa, las circunstancias que rodean nuestra vida lo que nos condiciona sino la lectura que hacemos de ellas y las decisiones que tomamos las que nos convierten en quienes somos.

Dios viene hacia nosotrxs, nosotrxs vamos hacia Dios es sólo un lenguaje. Somos parte de un universo en constante evolución, nunca estamos fuera, ni nos desconectamos porque la Vida lo permea todo.

Este tiempo de adviento es una llamada a entrar en otro registro: desacelerar el paso, contemplar lo pequeño, lo insignificante, dejarnos envolver por el silencio, transformar por la Palabra y actuar según nos vaya hablando nuestra conciencia. Llegar a casa y abrir la puerta para dejar entrar a quien lo necesite.

Carmen Notario, SFCC

Fuente Fe Adulta

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Mito y sabiduría

Domingo, 8 de diciembre de 2024

28/04/2022 Parto. Bebé recién nacido. SALUD LITTLEDOGKORAT / SHUTTERSTOCKDomingo II de Adviento,

8 de diciembre de 2024

Lc 3, 1-6

El evangelista recurre al relato mítico como vehículo de su propia creencia en Jesús como Hijo de Dios. El mito -y, en concreto, este que habla de un ser divino que nace de una virgen- era habitual en diferentes religiones. Con él se quería señalar la presencia de divinidad en el corazón mismo de la historia humana.

Con el mito, la confusión surge cuando se olvida el simbolismo y se hace una lectura literal del mismo. Lo que solo era un símbolo -una forma de hablar- se toma como si fuera una descripción casi fotográfica de lo ocurrido. Cuando eso sucede, el mito, no solo pierde toda su fuerza expresiva, sino que se convierte en un cuento de niños, totalmente inasumible desde otro nivel de consciencia distinto de aquel en que nació.

Un clave elemental para captar la riqueza del relato mítico consiste en aplicar su contenido, no a un personaje concreto -el que aparece en el propio relato-, sino a la humanidad en su conjunto.

En concreto, en el relato que leemos hoy, “María” es símbolo de todos los seres humanos. Todos ellos, cuando asumen actitudes de apertura, disponibilidad y docilidad, son cauce de Vida.

Leída desde esta perspectiva, la existencia humana es un proceso para “dar a luz” la divinidad que somos. Con frecuencia vivimos hipnotizados y alienados, reduciéndonos a la forma del yo individual (personaje). Pues bien, en medio de esa ignorancia, escuchamos un mensaje que nos dice: “Darás a luz un hijo”. O dicho de otro modo: deja que nazca en ti la divinidad que eres. Eres ya “lleno/a de gracia”, comprende tu identidad y reconócete en ella. Deja de vivir identificado con tu yo y permite que la Vida se viva en ti, en una actitud de rendición incondicional que lleva a exclamar: Que se haga en mí lo que la Vida quiera”.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

Foto: 28/04/2022 Parto. Bebé recién nacido. SALUD. LITTLEDOGKORAT / SHUTTERSTOCK

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Todos -todos- verán la salvación de Dios

Domingo, 8 de diciembre de 2024

8db8ca72-ec8f-4e6c-99db-da6188139fb7Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

1.- Comienzo del evangelio de Lucas.

    Los relatos de la infancia de Jesús: nacimiento, Belén, el censo, la “no posada en Belén”, los pastores, el niño Jesús en el Templo, son relatos tardíos tanto los del evangelio de Lucas, como los de Mateo.

Muy probablemente el Evangelio de Lucas comenzaba con el texto que hemos escuchado hoy: con el marco socio político de Tiberio, Pilatos, Herodes, Lisanio, etc. y con la Palabra del Señor que viene sobre Juan Bautista en el desierto.

En esto Lucas se parecería a Marcos que comienza su evangelio con Juan Bautista en el río Jordán.

2.- 7 personajes 7

    El evangelio de hoy comienza mencionado a 7 personajes, paganos y judíos: Tiberio, Pilatos, Herodes, Felipe, Lisanio, Anás y Caifás. El número siete tiene un significado de totalidad. Lucas menciona la totalidad del poder político y económico en la historia de aquel tiempo, ¿El grupo 20G? Los 7 representan el contexto histórico político-religioso de aquel tiempo.

3.- La palabra viene sobre Juan y en el desierto.

    Juan Bautista era hijo de Zacarías, sacerdote del Templo, por lo que -siguiendo la tradición- Juan Bautista debería haber sido también sacerdote y debería haber vivido y servido en el Templo. Pues no, Juan Bautista se retira al desierto.

    Por otra parte, parecería lógico que la Palabra de Dios recayera en el Templo, quizás en los palacios de Tiberio, Herodes, Pilatos, quizás la Palabra podría sobrevenir en la Unversidad, en el parlamento, etc. Pues, tampoco. La Palabra viene a Juan Bautista en el desierto.

La Palabra le viene a Juan en la historia y para Juan Bta la historia es el desierto. En tiempos de aquellos poderosos, como los de hoy, Juan Bautista, recibe la Palabra en el desierto.

El desierto tiene hondas evocaciones para un creyente judío y cristiano:

El desierto evoca la experiencia fundamental del Éxodo: de la liberación. La vida muchas veces, probablemente siempre es un desierto.

El desierto es el silencio en la vida, que es donde podemos escuchar y acoger la Palabra: el amor de Dios, el sentido de la vida.

El desierto es vivir con lo esencial, allí no hay ruido, ni norias que entretengan al personal, ni luces de navidad, ni lujos. En la profundidad del silencio del desierto nos encontramos a nosotros mismos y a Dios. En el desierto se camina ligero de equipaje, sin consumismos, sin “black friday”, sin quincallería litúrgica.

La Palabra, la sensatez, el horizonte de la vida viene a nosotros en el desierto

4.- Desierto: camino éxodo y exilios

    La vida es un desierto, un Éxodo, también un Exilio. (En la “Salve” con un tono algo pesimista pero real, rezamos: los desterrados hijos de Eva).

    El profeta Baruc (1ª lectura) escribe a los judíos desterrados en el Exilio de Babilonia en el siglo VI a.C. Y les anima a no perder la esperanza: levántate y mira hacia Oriente, hacia la luz. Dios os rescatará … Dios os llenará de alegría.

    Tal vez también nosotros podemos sentirnos en el destierro, sea personal, socio-político, eclesiástico.  Posiblemente la única seguridad del desierto es el futuro, y en ese futuro todos verán la salvación de Dios.

5.-La historia humana está salvada: historia de salvación.

    Estamos en una historia de salvación, no de condenación.

    Juan Bautista es un hombre fuerte, y siendo un hombre enérgico, lo que anuncia es la salvación de Dios. Juan Bautista anuncia que  todos verán la salvación de Dios

Es una palabra de ánimo y esperanza. Sea cual sea la condición en que nos encontremos, sea cual fuere mi exilio: levántate, ten ánimo, confía en el señor (Salmo 27).

    El profeta Baruc anima a su pueblo y le anuncia un futuro mejor. Pueblo mío, levántate … quítate ya el luto … llegan la paz y la justicia … los valles y las montañas se igualarán y habrá un equilibro en la vida.

Seamos profetas de la paz, de la luz y de la vida

***

Día del Seminario: Mejor sembrar esperanza que manejar el incensario.

Tres temas están presentes en la Eucaristía de hoy (demasiados para una homilía).

  1. Ante todo hoy es el II domingo de Adviento: tiempo de esperanza.
  2. Celebramos también la fiesta de la Inmaculada.
  3. En nuestras diócesis vascas se celebra el día del Seminario.

Homilía

01.- Inmaculada

El papa Pío IX, con la Bula Ineffabilis Deus, presentaba a la Iglesia el 8 de diciembre de 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción. Las palabras eran:

Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…”

02.- Eva – María

        Hemos escuchado hoy la memoria de dos mujeres, “madres de la humanidad”: Eva y María (Adán y Jesús), que son también rumores de la complejidad de la existencia humana: luz y tinieblas, bien y mal, vida y muerte, Adán y Cristo. Somos así. Somos a dos tiempos.

Hoy celebramos la memoria de María, Madre del Señor. Y la recordamos como quien no tuvo pecado en su vida.

Nos hace bien mantener la memoria de María como madre, como creadora de vida, como mujer dispuesta a desempeñar la misión que Dios le pedía en la historia de la salvación; mujer que pensaba, que guardaba y meditaba todas las cosas en su corazón; mujer creyente que llega a la fe en su propio Hijo.

Seguro que a María le costó también llegar a la fe en su propio Hijo, por eso decimos que María fue la primera creyente.

María estaba presente en el nacimiento de la comunidad cristiana, al pie de la cruz con el creyente (discípulo) amado, en Pentecostés con los primeros cristianos.

La iglesia, sobre todo la tradición oriental (ortodoxia), ha guardado fielmente la memoria de María como Madre de Dios (Theotokos), advocación muy temprana en la vida de la Iglesia: en el Concilio de Éfeso (431) se denominó así a María: madre de Dios.

El relato evangélico que hemos escuchado, tiene un tono de serenidad, de alegría, de paz y de vida. Cuando el Espíritu de Dios embarga nuestra vida -como la de María-, ésta recobra la calma. Cuando el Señor está con nosotros nuestra alma recobra la serenidad para vivir.

Dios te salve, María, llena de gracia

03.- Día del Seminario.

        En nuestras diócesis vascas celebramos hoy el día del seminario.

En San Sebastián este curso hay 1 seminarista.

        El asunto tiene mucha trastienda. La primera cuestión es ¿Por qué no hay seminaristas?

        Guipúzcoa ha perdido 650 curas en 50 años. En 1970 nuestra diócesis contaba con 840 sacerdotes diocesanos. Hoy apenas llegamos a 170 y con una media de edad de más de 74 años. Muchos de estos 170 curas estamos o pasan de 80 años.

Tal y como va la sociedad: estilos de vida, mentalidad socio-política, ideologías, etc. previsiblemente no aumentará el número de seminaristas en un futuro inmediato, por lo que, para las próximas décadas, se presenta un vacío enorme de seminaristas y de sacerdotes.

Con un seminarista difícilmente se llenará el vacío de los 650 curas que en estos años han ido muriendo.

        Una empresa que “se queda sin mandos intermedios”, se lo piensa. Me da la impresión de que en la Iglesia se habla mucho, se piensa poco y se hace menos en este sentido.

Quiera Dios que Francisco abra caminos y cauces a los ministerios en la vida eclesial.

04.- ¿qué nos dice la caja negra de este hundimiento?

  • Si no hay curas al estilo tridentino, -curas- es porque no hay seminaristas y si no hay ni curas ni seminaristas es porque no hay cristianos.
  • La descristianización y la secularización, la ausencia de evangelio y de pensamiento en nuestro pueblo es enorme. El nihilismo nos embarga.

En nuestra diócesis se bautizan menos del 50% de los que nacen. Apenas se dan matrimonios canónicos. En los años 1990’ se confirmaban en Guipúzcoa alrededor de 3000 chicos / chicas al año, hoy escasamente llegan a confirmarse algún centenar al año; cada vez son más los que mueren sin sacramentos y va aumentando el número de quienes no tienen -no desean- un funeral cristiano.

  • Si no hay cristianos haríamos bien en preguntarnos ¿por qué?, ¿Qué ha pasado en esta Europa, también en nuestro pueblo, en nuestra diócesis en los últimos 150 años, y qué ha pasado en la Iglesia y en nuestro pueblo?
  • Hemos de ser conscientes también que el régimen de cristiandad terminó hace ya décadas y no es cierta la “España católica”, ni el “euskaldun fededun”.
  • El nuevo Código de Derecho Canónico de 1983, define la Iglesia como la comunidad de bautizados.

Recuerdo que D José Mª Setién comentando el nuevo Código decía que comenzaba con mal pie, pues la Iglesia no es la comunidad de bautizados, sino la comunidad de creyentes.

Una primera conclusión es que, si no hay curas ni seminaristas es porque no hay creyentes.

  • Sin embargo la pastoral sigue funcionando como “si, sí”, aquí “no pasa nada”. La pastoral va de “remiendo en remiendo litúrgico sacramental”, pero sin evangelización, si fe.
  •  ¿No deberíamos caminar hacia una evangelización humilde, creativa, con anzuelo (ya no con red), personalmente? Porque no estamos ya en tiempos de redes de cristiandad masiva, estamos en un momento de una pastoral de Nicodemo o de la samaritana, o Zaqueo (personalmente) y no de masas y grandes concentraciones.
  • Según me parece, la pastoral en nuestra diócesis es casi meramente ritualista, sacramentalista, pero la evangelización “ni se toca”. Las grandes cuestiones de la vida no se abordan desde el evangelio, desde la fe: el sentido de la vida, la descristianización, la secularización, la esperanza y la desesperación, el nihilismo: el suicidio, las opciones socio-políticas, etc.
  • Por otra parte nos haría bien volver a recorrer los caminos bíblicos, históricos, teológico-pastorales y pensar desde el evangelio en una diversidad y amplitud de la estructura de la misma Iglesia, del ministerio eclesial. Ello abriría puertas y caminos, abriría mentes, para comprender lo que es la Iglesia y el servicio eclesial.
  • Día del Seminario.

En el NT, en los primeros siglos de la vida iglesia, la ministerialidad fue mucho más amplia de la trilogía actual: diácono, presbítero, epískopo.

En los primeros tiempos de la iglesia había ministerios mucho más variados, En la Iglesia primitiva había profetas, maestros, doctores, jóvenes, incluida la mujer: Febe era una diaconisa a la que menciona S Pablo en Rm 16,-2.

En la Iglesia de los comienzos se vivió con otra concepción del ministerio, con otra mentalidad y con otros estilos y otras tareas.

  • La llamada en la iglesia primitiva no era una “vocación” que uno sentía en su interior e iba a un seminario. (Los seminarios en la Iglesia nacen a partir del concilio de Trento: finales del siglo XVI, XVII). La llamada la hacía la comunidad.

En una comunidad (parroquia) tenemos enfermos, hemos de atender las mesas (Aterpe), cuidar, educar a los niños, celebrar la Eucaristía, etc. Y alguien, algunos  de esa comunidad eran elegidos e instituidos en ese ministerio…

  • El ministerio es más sencillo y servicial que la clericalización que proviene de la época constantiniana y se acuña en el modelo sacerdotal tridentino. La Iglesia nació sin curas (José Mª Gzlez Ruiz).
  • Son posibles y deseables otros tipos de ministerios ¿No habrá que pensar, y potenciar después otras formas y modelos de ministerios en la Iglesia?
  • En el NT, era imposible una “crisis de vocaciones” en la vida de las comunidades cristianas, porque “alguien” era designado o se ofrecía para atender las necesidades de la asamblea eclesial. ¿No es pensable hoy ese modo de proceder?

05.- El miedo subyace al clericalismo.

Llevamos tres o cuatro años con el Sínodo a vueltas, pero una sinodalidad que no termina de “arrancar”. Es muy valioso el pensamiento y deseos de cambio del papa Francisco, pero según me parece, el miedo a los sectores más conservadores de la Iglesia es lo que frena y bloquea una apertura y un “pequeño nuevo Pentecostés” como lo fue el Concilio Vaticano II.

        Volvamos al Evangelio, a las iglesias nacientes, a la historia, volvamos a pensar y repensar las cosas.

Pueda que se den algunas dificultades en la configuración moderna de las estructuras y ministerios eclesiales, pero se puede -si se quiere- abrir nuevos cauces para que corra el agua del Evangelio y lleguemos a la fe.

        El clericalismo y el poder no soportan cambios ni aperturas, ni fisuras.

06.- Mirada ecuménica

        Por otra parte a nadie se le ocurre echar una mirada a nuestros hermanos cristianos separados -o no-: sobre todo a la ortodoxia, al luteranismo, al anglicanismo.

        Ellos llevan muchos años configurando la Iglesia lo mejor que Dios les da a entender y van dando pasos. Nosotros los católicos no somos ni más listos, ni mejores.

07.- No perdamos la calma.

        Sin embargo, y a pesar de todo, No perdáis la calma nos dice Jesús también hoy a nosotros. Confiad. Hay una virtud que se llama humildad. Si fuimos potentes, una cristiandad por todo el mundo. Hoy nos podemos aplicar lo del libro de Daniel:

En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes … Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde. (Dn 3,37-39)

        Seamos humildes y no nos angustiemos, ni caigamos en un voluntarismo ultramontano No somos más, no podemos más: esta es nuestra debilidad, nuestra fe, nuestro testimonio. Ser anciano no es ningún delito ni fuente de culpabilidad; ser pobre, tampoco; ser sencillo, menos; ser pocos tampoco es malo.

No estamos en un momento clericalmente brillante, pero sí estamos en el centro del evangelio, no perdamos la calma. Confiemos.

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“Ya viene la salvación de Dios”, por Consuelo Vélez

Domingo, 8 de diciembre de 2024

IMG_8898De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del II domingo de adviento 08-12-2024

Con Juan Bautista se cierra el profetismo del Antiguo Testamento para dar paso a Jesús

Juan Bautista encarna las palabras del profeta Isaías, siendo ese profeta que prepara los caminos del Señor

Pidamos una conversión sincera para reconocer en el Niño que nace, al Salvador del mundo

El año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, tetrarca de Galilea Herodes, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítida y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, la Palabra del Señor se dirigió a Juan, hijo de Zacarias, en el desierto. Juan recorrió toda la región del río Jordán predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en el desierto, Preparen el camino al Señor, enderecen sus senderos. Todo barranco se rellenará, montes y colinas se aplanarán, lo torcido se enderezará y lo disparejo será nivelado y todo mortal verá la salvación de Dios

(Lc 3, 1-6).

En este segundo domingo de adviento, el evangelio de Lucas nos presenta la figura de Juan el Bautista a quien conocemos como el profeta que cierra el ciclo de profetas del Antiguo Testamento para dar paso al profeta Jesús en el Nuevo Testamento. En primer lugar, el texto sitúa el tiempo en el que vive Juan Bautista señalando las autoridades políticas y religiosas. Es tiempo del emperador Tiberio, de Poncio Pilato, de Herodes en cuanto el ámbito civil y con Anás y Caifás en lo religioso. De alguna manera estos datos de la historia muestran a los profetas respondiendo a cada momento histórico, haciendo de su palabra una lectura sobre el presente que viven, percibiendo lo que los demás no ven y ayudando a sus contemporáneos a interpretar lo que está sucediendo.

El texto continúa diciéndonos quien es Juan, lo cual ya lo sabemos por los primeros capítulos del evangelio. Es hijo de Zacarías y añade donde está realizando su misión: en el desierto, lugar que representa el encuentro con Dios, reafirmando así que su palabra viene de Dios. Juan está predicando el bautismo de conversión de los pecados y, como el texto lo explicita, está cumpliendo la palabra del profeta Isaías el cual ya hablaba de un profeta cuya misión era preparar el camino del Señor con quien llegaría la salvación.

Esa palabra de Juan hoy se dirige también a nosotros y adviento es el tiempo propicio para ello. La salvación llega con Jesús y los cambios serán evidentes y radicales: los senderos se enderezan, los barrancos se rellenan, los montes y colinas se aplanan, pero todo esto exige nuestra preparación para conseguir su realización. Hemos de entender la realidad que vivimos para propiciar los cambios que urgen. La salvación no es meramente en sentido espiritual sino en sentido integral. Porque los corazones cambian, la realidad se transforma para el bien y, en la medida que esta se transforma, más corazones o más personas podrán vivir el bien y la bondad. Escuchemos, entonces, la predicación de Juan y pidamos esta conversión sincera y la apertura necesaria para reconocer en el Niño Jesús que viene al Salvador del mundo.

(Foto tomada de: https://www.sotodelamarina.com/2018/04/Q3/20180425Estanislao_Martin_Rincon.htm

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II Domingo de Adviento – Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Domingo, 8 de diciembre de 2024

anunciacion_ustungComentario a la lectura evangélica (Lucas 1,26-38) del II Domingo de Adviento – Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Vamos llegando a la Encarnación.

Un acontecimiento humilde y modesto. Como Dios.

Una invitación a acoger a este Cristo de Dios. Nadie nos impedirá hacernos una cueva. Nadie nos impedirá, finalmente, hacer de este tiempo un tiempo de cambio, de conversión, incluso de renacimiento.

Esto nos es dado. Podemos hacerlo.

Y estamos aquí para preguntarnos si todavía lo queremos, a un Dios así. Si todavía tenemos el deseo de implicarnos, de despertar, de asombrarnos y maravillarnos.

Dios sigue naciendo, viniendo, provocándonos, pidiéndonos hospitalidad y acogida.

Basta con que no cometamos el error fatal de tomarnos por Dios.

Él viene, todavía, llamando a las puertas de nuestro corazón. Irrumpe en nuestra vida cotidiana, tal como somos, en medio de este mundo que parece fragmentarse e implosionar, en esta Iglesia tan tenaz y compasiva a pesar de nuestras evidentes limitaciones.

Aquí viene. Dios nace. Renace en cada uno de nosotros.

¿Estamos preparados para acogerlo? Escuchemos: contemplemos a María.

Un ángel

María fue tocada por Dios.

No sabemos cómo. Sí sabemos que tuvo la certeza de una teofanía, de la irrupción de Dios en su vida. No fue una ilusión, sino una percepción real en su interior, una profunda experiencia interior. No, no tengo ninguna dificultad en creer que Dios se manifiesta en el alma de quien lo busca. Que Dios es otro que nuestras creencias y no creo en absoluto que la fe sea un sentimiento religioso, sino un encuentro real. Tan real que asusta. María, en ese saludo, comprende que debe alegrarse porque Dios la ha colmado de gracia, porque el Señor está con ella.

El saludo del ángel es una invitación a la alegría.

La alegría del cristiano. La alegría de saberse en compañía de Dios.

Está llena de gracia porque Dios precede y suscita nuestra conversión, acompaña nuestra búsqueda, orienta nuestras decisiones.

También nosotros estamos llenos de gracia. También nosotros estamos llenos, si antes tenemos el valor de vaciarnos. También nosotros nos hacemos capaces de Dios. Contenedores del Absoluto.

Agitación.

María está agitada. Debería estarlo.

¿Cómo no sentirse abrumada y sobrecogida por la repentina visita de Dios? ¿Cómo no rendirse ante el soplo de Dios? ¿A la belleza del Altísimo? ¿Cómo no sentir una emoción cuando nos damos cuenta de que es Dios, y está presente, y es hermoso?

¿Y de que nos visita? María está turbada, estremecida. Dios es y está ahí.

El ángel invita a María a no asustarse. Y añade: serás madre.

El tuyo será un gran hijo y se llamará hijo del Altísimo.

Reinará en el trono de David. Estamos hablando del Mesías…

Dios irrumpe en la vida de María para hacerla fructificar, para hacer grandes cosas a través de ella.

Su hijo será grande, como cualquier hijo, pero también será fuente de bendición para muchos. Dios siempre viene a hacer grandes cosas en nosotros para los demás. También en mí.

María, como toda hija de Israel, sabe que el pueblo espera un libertador, un nuevo rey David que devuelva el valor y la gloria al pueblo elegido de Dios.

Ahora por fin está sucediendo.

¿Pero cómo?

Concreción.

Entonces María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» (Lc 1,34).

Estas son las primeras palabras de María.

Hasta aquí la habíamos imaginado intimidada, una adolescente ensimismada escuchando el rimbombante anuncio del príncipe de los ángeles. Nada de eso.

María no es tímida ni torpe.

Es escalofriante ver cómo se enfrenta a Gabriel, cómo interactúa con determinación y lucidez. Sus primeras palabras -una petición de aclaración- revelan a una mujer adulta, una creyente inteligente y aplomada, una persona concreta con los pies firmemente plantados en el suelo.

¡Mirad a la niña que interroga al asombrado príncipe de los ángeles!

Enorgulleceos, hijas de Eva, de tanta fuerza, de tanta gracia, de tanta audacia.

¡Aprended, hijos de Adán, de tanta concreción y determinación!

La adolescente que se atreve, que rebate, que pregunta.

Sin embargo, así es como debemos hacerlo. Ésta es la actitud que debe adoptar el creyente.

El Dios que relata la Biblia, el que se revela definitivamente en Jesús, es un Dios que no trata a los hombres como siervos (Jn 15,15), sino como hijos, que los pone en pie de igualdad (Sal 8,5-6), que acepta ser interpelado (Gn 18).

Explicaciones.

El ángel explica, interviene, sin esperar una objeción tan sensata, tan oportuna.

Dios entra en su vientre, el infinito se contrae en su seno inmaduro, y ella pregunta: ¿cómo es posible si no he tenido relaciones conyugales con José?

Se hace el silencio. Todo está quieto. Todo permanece en suspenso.

Dios espera una respuesta.

María es joven, ciertamente, pero no ingenua.

¿Qué pasará al día siguiente? ¿Con José? ¿Con Ana, su madre? ¿Con Joaquín, su padre?

¿Quién la habría creído? ¿Cómo podría ella misma haber pensado en aquel momento sin sentirse abrumada por las dudas? ¿Sin creerse agotada?

¿Qué habríamos respondido nosotros?

Sí.

Se rompe el silencio. María ha elegido.

Sabe que su vida no es suya, que es un don y hace de ella un regalo.

Una respuesta directa, precisa, la suya, una disponibilidad razonada que revela la profundidad del alma adolescente. Uno se prepara, para las grandes elecciones, día a día, y ella está preparada. Hace tiempo que hizo de su vida un servicio a Dios. Sabe que todos somos servidores de la felicidad de los demás. Sabe que la vida se da o se marchita. Lo sabe.

Si he abrazado la fe, si tengo un horizonte de esperanza, si creo, con fatiga pero con tenacidad, después de tantos años, si viviré sin embargo esta Navidad como una gracia, es gracias a ese «sí».  El sí pronunciado por un adolescente en el recóndito espacio de un pueblo en medio de la nada.

Estoy aquí gracias a ese sí.

Y comienza la salvación tomando cuerpo, carne humana.

  1. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

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Viene de camino, si le das posada. Meditación de Adviento.

Miércoles, 4 de diciembre de 2024

IMG_8893Del blog de Xabier Pikaza:

He comentado ayer el evangelio del primer domingo de Adviento, tomado de Lucas. Pero el verdadero comienzo de adviento para los cristianos sigue siendo Moisés, con la revelación de Dios como Yahvé (el que nos hace ser) , retomando el camino del Éxodo, gran Salida, la marcha que nos lleva  a la tierra prometida.

Toma el libro del Éxodo, si te parece. Vuelve al Dios de Moisés, con las reflexiones que ofrezco a continuación. Pero no olvides que tú mismo eres Moisés, si quieres hacer el camino de Adviento de Dios. Mi reflexión puede acompañarte. Lo importante es la posada 

Los vecinos de Israel y muchos judíos adoraban a Dios como Baal, Señor Toro, y le unían a la Ashera, Gran Madre. Ese Dios Toro podía engendrar y luchar y vencer, pero no podía amar ni cuidar a los hombres y mujeres. Era signo del sexo fecundo y la riqueza (oro), como indica el texto central de Ex 32, que le contrapone a Yahvé. Muchos judíos preferían al Dios-Toro, según la confesión del Sumo Sacerdote Aarón, hermano de Moisés, que decía: «Éste es tu Dios, Israel, que te sacó de Egipto» (Ex 32, 4). Ése Toro/Dios importante, como sabían otros pueblos antiguos (que adoraban a Indra y Zeus, Baal y Hadad etc.), pero no podía dialogar con los hombres, ni enseñarles un camino de vida, ni darles una ley social, ni amarles.

            Superando ese nivel del Dios-Toro, los creadores de la nueva religión israelita han interpretado a Dios como Persona y Presencia salvadora, alguien que puede hablar con los hombres, y enseñarles a vivir como con una Ley, sin imágenes sagradas ni signos sexuales divinos. Los responsables de esa revolución de Dios han sido los profetas del VIII al V a.C. y su influjo ha quedado reflejado en los textos fundamentales del Pentateuco, que le presentan como Yahvé, Aquel que Es.

Dios sin imagen (Ex 20, 2-6).Ese Dios Yahvé no es macho ni hembra, ni cielo ni tierra, nada que podamos conocer o ignorar, sino Amigo y Protector supremos de los hombres, Aquel que es por sí mismo, sin que nosotros podamos manejarle. Por eso, la Biblia prohíbe poner a su lado a otros dioses o representarle con signos del mundo y rechaza las imágenes sagradas (de madera o bronce) y las representaciones políticas (reyes sagrados):

  •  Yo soy Yahvé, tu Dios, que te saque de Egipto, de la esclavitud.
  • No tendrás otros dioses frente a mí.
  • No te harás ídolos, imagen alguna
  • de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o  debajo de la tierra.   (Ex 20, 2-6).

Es un Dios celoso de su identidad, Yahvé, el Señor, sin esposa sin hijos, sin hermanos ni compañeros, por encima de todo lo que puede hacerse, decirse o pensarse. Es Dios invisible y no puede compararse con ninguna realidad del mundo (cielo, tierra, infierno). Y sin embargo es fuente de amor, de presencia liberadora, de responsabilidad humana, en línea de libertad. Así dice Moisés a los israelitas:

  • No os pervirtáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna,
  • efigie de varón o hembra, imagen de animales terrestres, imagen de aves que vuelan por el aire…de peces que nadan por el agua, debajo la tierra….
  • Porque Yahvé, tu Dios, los ha repartido entre todos los pueblos.
  • Pero a vosotros os ha tomado Yahvé de la mano
  • y os ha sacado del horno de hierro, de Egipto,
  • para que seáis el pueblo de su heredad (Dt 4, 11-20).

             Ésta es la palabra clave: “No os hagáis imagen de varón ni hembra, de padre o madre, de lo masculino o femenino…” Estrictamente hablando, los israelitas deben superar todos los signos humanos de Dios, de manera que no pueden llamarle ni siquiera padre… Sin embargo, paradójicamente, este Dios sin imagen aparece como alguien muy amigo, muy cercano, pues la Biblia sabe desde el principio que él les ha creado a su imagen y semejanza (cf. Gen 1, 28), ocupándose en especial de los oprimidos de Egipto, a quienes ama y libera de un modo eficaz:

‒ Yahvé es trascendente, supera todo límite cósmico y social, de manera que no podemos llamarle ni siquiera Padre, pues al hacerlo le identificaríamos con un tipo de función humana. Dios desborda, al mismo tiempo, todo poder impositivo, representado por el Faraón y el sistema de Egipto (¡horno de hierro!).No se impone con autoridad, pero abre para los oprimidos un camino de libertad. No se confunde con nada, está más allá de todo lo que conocemos y desconocemos, pero nos impulsa a vivir.

‒ Yahvé es creador, un Dios cercano, y así ofrece a los hombres su “palabra” (mandamientos), de forma que ellos puedan vivir en libertad y justicia sobre el mundo. Él se revela por encima de los grandes poderes del cosmos (nube, oscuridad y fuego; cf. Ex 19), sin que podamos verle, siendo, al mismo tiempo, totalmente cercano a nosotros. No le vemos, pero podemos escuchar su Palabra, acoger sus mandamientos y cumplirlos, sabiendo que él cuida de nosotros, pues somos su tesoro (es decir, su heredad).

             Ésta formulación tiene grandes consecuencias sociales y políticas: Los israelitas han in­terpretado la estructura y práctica religiosa de los pueblos vecinos (egipcios, babilonios, cananeos) como idolatría (adoración de pode­res cósmicos) y como sometimiento social y político (el Dios falso avala y ratifica la opresión de Egipto y de los cananeos). Sólo rechazando el paganismo y descubriendo a Dios como liberador de los oprimidos, los israelitas han podido descubrir la verdad de Dios como fuente e impulso de todo lo que existe.

 Dios amor. Shema (Dt 6, 4-5).Dios no es padre ni madre, ni tiene figura, de forma que no le vemos, pero nos habla; no tiene rostro, pero nos acompaña. No se confunde con nada, y sin embargo crea todo, desde su trascendencia personal. ¿Cómo podremos representarle? Éstos son los momentos de su historia, vinculada de un modo especial con su Pueblo Israel:

‒ Yahvé, Dios del Éxodo: nos libera del pasado de opresión y nos hace dueños de nuestra propia vida. Algunos ante­pasados de Israel, queriendo superar la esclavitud de Egipto, sintieron la ayuda protectora de Dios en el Mar Rojo. Desde entonces, su forma de entender la historia estuvo vinculada a esa experiencia: Dios es mano poderosa que libera a los oprimidos, es voz de gracia y libertad que convoca a los hebreos (esclavos, expulsados de un sis­tema imperial, pobres de toda raza y lengua), abriendo para ellos un camino de vida. Así lo siguen celebrando todavía judíos y cristianos en su fiesta pascual, con Moisés y Jesús (cf. Ex 1-15).

‒ Dios, Prome­sa de Vida: así impulsa a los hombres abriendo para ellos un futuro. Les libera de la esclavitud cósmica (por hermosa que ella sea), de la repetición cíclica del tiempo y de la vida, instaurando para ellos un camino personal (humano) de fidelidad y de esperanza. Él es poder de vida que, venciendo las limitaciones del miedo y de la muerte, la esclavitud social y la violencia cósmica, abre a los creyentes un futuro de existencia liberada. Así aparece en la Biblia desde Gen 12, con Abraham).

‒ Dios es Alianza, se une con los hombres como amigo, estableciendo con los suyos un contrato o compromiso de fidelidad mutua en amor, como persona con persona: no es un poder cósmico (un toro fuerte, con gran sexo y mucho oro),sino el Viviente Amigo: Aquel que sostiene y garantiza la vida de los hombres y mujeres de Israel, que así aparece como pueblo de la alianza, que mantiene con Dios un diálogo incesante, de libertad a libertad, de persona a persona, a lo largo del Éxodo (cf. Ex 19-34) y del Deuteronomio

             La visión de Dios que aparece en estas tradiciones es fruto de un proceso teológico (y vital), es el resultado de un camino  que los israelitas fueron descubriendo y recorriendo en una marcha religiosa (histórica y social) llena de riesgo y tensiones, a lo largo de siglos (del XII al V-IV a.C). Desde ese fondo se pueden precisar sus rasgos más significativos:

 ‒ Yahvé es trascendente (está siempre más allá). No es la vida del cosmos, ni lo más alto del mundo, ni su totalidad. No es cielo estrellado ni la extensión de la tierra ni los mares. No es el todo, ni una zona especial dentro del todo. Tampoco es poder político, ni principio de estabilidad de los imperios de la tierra, sino el Infinito, Trascendente; existe por sí mismo, más allá de todo. Cambian y mudan las cosas que conocemos: todas se mantienen en constante movimiento de unión y separación, de nacimiento y de muerte, pero él está siempre como amor, cerca de su pueblo.

Es Dios del pueblo y libremente ha querido vincularse a Israel, a través de la “historia” ya citada (de Éxodo, Promesa y Alianza). En ese sentido, utilizando una palabra que es propia de la tradición teológica posterior, podemos afirmar que (siendo trascendente) Dios se ha hecho “inmanente” (se ha introducido) en la historia del pueblo. Más aún, siendo “eterno” (inmutable), él se ha hecho tiempo (mudable) para compartir la vida de los hombre. En este sentido podemos afirmar que él es Padre (protector, amigo) del pueblo.

            En esa línea, los israelitas más fieles a la alianza saben que Dios no es  padre ni madre, esposo ni esposa, hijo ni hermano, en sentido biológico, sino en sentido vital y personal mucho más hondo. Dios actúa como Padre y Amigo, porque es amor vivo y efusivo y porque actúa de esa forma,  de un modo personal (amoroso) en nuestra vida. No le conocemos, y sin embargo sabemos que nos ama. No necesita nada de nosotros, y sin embargo quiere que le amemos. Así lo muestra la gran Confesión de Fe de Israel, llamada “shema” (escucha):

   Amar a Dios, amar a los hombres. Dios  No tiene figura, y no le podemos ver, pero nos habla. Carece de imagen material, pero nosotros somos su imagen, su presencia en el mundo y así acompaña. No se confunde con nada, y sin embargo  está en todo y mantiene en su ser todo, desde su trascendencia (sin hacerse una cosa más entre las cosas). No conocemos su rostro, pero sabemos que nos ama y pide nuestro amor, estando así presente en cada uno de los hombres y mujeres que encontramos en la vida en camino de amor, siendo su imagen (cf. Gen 1, 27-28). No necesita nada de nosotros, pero quiere que le respondamos. Es trascendente y, sin embargo, es el más cercano, aliado en amor:

  •  Escucha, Israel: Yahvé, nuestro Dios, es Yahvé Uno.
  • Amarás a Yahvé, tu Dios,
  • con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
  • Estas palabras que yo te mando estarán en tu corazón.
  • Las repetirás a tus hijos y las dirás sentado en casa o haciendo camino,
  • cuando te acuestes y cuando te levantes (Dt 6, 4-7).

 La Biblia sabe que hay otros amores (de padre o madre, hijo o hermano, amigo o compañero), pero descubre y proclama como principio de todos el amor originario de Dios, Gran Amado, que pone en movimiento la vida de los hombres con su mandamiento primero: Amarás a Yahvé, tu Dios… Ésta es la palabra creadora del cielo y de la tierra: “Amarás”, es decir “amadme, quiero ser amado, en mi amor encontraréis vuestro  camino”.

Ese amor que Dios reclama queriendo ser Amado despierta a los seres humanos, les hace carne de amor, les pone en camino, y así en camino seguimos desde los primeros “limos iníciales”. Esta es la tarea de Dios, este su oficio: Atraernos con amor, impulsarnos y darnos compañía, de manera que en él y por él vivamos, nos movamos y seamos (Discurso de Atenas: Hechos 17). Amarle con todo el corazón, con toda el alma… significa escuchar su llamada, acogiendo su presencia, respondiendo a su llamada, de persona a persona. Respuesta al amor de Dios, eso es la vida de los hombres. Este pasaje, convertido en centro de la experiencia israelita (shema), incluye dos artículos: Dios Amado, los hombres como amantes.

 (1) Dios amado, fondo y meta de  vida  de los hombres, más allá de todo lo sabido e ignorado. Conforme a la Biblia judía, él, se vincula de un modo especial con los israelitas (y por medio de ellos con todos los hombres y mujeres del mundo) diciéndoles “amadme”. Es como si él dependiera en un sentido muy hondo del amor y la respuesta de los seres humanos. No es solamente el que ama, como indica la tradición profética, sino también el que quiere ser amado, no por carencia o deficiencia, sino por plenitud suprema.

(2) Israel, pueblo Adviento, expresión de la venida de Dios en el mundo, en su vertiente judía (que es muy importante, no la única) ha escogido para hacerse presente, diciéndole “amarás…” (=amadme), desde su transcendencia, confiándole así una misión de amor y fidelidad entre todas las naciones, como si fuera su esposa querida, no en un pleno de hierogamia sexual cerrada en sí misma, sino de identidad abierta y y comunión comunicativa  (y al al servicio de) todos los pueblos de la tierra[1].(cf. Eclo 17, 14-17) Éste es el primer mandamiento, y, en el fondo, el único: Dios, como trascendencia absoluta de amor quiere que le amemos, como si su esencia dependiera del amor que nosotros le damos, como espejo donde su luz se refleja Dios es para ser amado; existe en sí mismo existiendo en aquellos que le aman, es decir, que se aman entre sí, pues, como Jesús, el amor a Dios se expresa y despliega en el amor entre los seres humanos, que entre sí prójimos (cercanos, en la vida y camino: cf. Mc 12, 28-32).

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“Isabel, con firmeza, dijo, ¡NO!, por Magdalena Benassar

Sábado, 30 de noviembre de 2024

IMG_8802Isabel dijo no, pero antes, hacía unos meses, había creído y había dicho sí a lo imposible. Su vida cambió la historia, la suya y la nuestra, para siempre.

Llevo días dialogando con ese texto y sus personajes, y es tanta la fuerza que tienen, que me da temor empezar a escribir, porque no es fácil sacar a la luz interpretaciones que normalmente no se hacen. Puede ocurrir que, si las haces, te miren con sospecha en nuestra Iglesia tradicional.

Luego siento que por dentro me dicen: “Más sospecha que la que vivieron ellas, Isabel y María… imposible”. Qué fácil es y qué peligroso engrandecer y rezar a las personas que nos acompañan en nuestra travesía, pero menos fácil es desentrañar las verdades cronificadas que se interpretan desde un contexto histórico hoy ya anacrónico. Es urgente que a esas verdades las despojemos del polvo patriarcal para verlas a la luz de la Ruah y de los signos de hoy.

De construir para reconstruir. Esta es la historia de Isabel.

A Isabel, por aceptar el anuncio del ángel hecho a su esposo, el sacerdote Zacarías, se le considera bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Ella, aunque no nos lo cuenten así, es una de las mujeres bastante invisibilizadas que hace posible la encarnación de Jesús, porque su aceptación del plan de Dios es paralela a la de María de Nazaret.

Ambas mujeres, llenas de vida, contra todo pronóstico, encabezan el Evangelio. Ellas son mujeres judías practicantes, y por su apertura al Espíritu del Dios vivo, posibilitan con sus vidas que una tradición en aquella época, que se estaba quedando mortecina, pueda evolucionar hacia un nuevo paso, que tendrá que alejarse de lo de antes para poder surgir. Y así nos lo cuentan, con pasión, los evangelistas.

La esterilidad de Zacarías e Isabel significa la esterilidad de la institución judía, expresada en su incredulidad al no dar el paso de la lógica a la fe: Zacarías replicó al ángel: “¿Qué garantías me das de eso? Porque yo soy ya viejo y mi mujer de edad avanzada”.

El ángel le repuso: “Yo soy Gabriel (que significa la fuerza de Dios), que estoy a las órdenes inmediatas de Dios, y me ha enviado para darte de palabra esta buena noticia. Pues mira, te quedarás mudo por no haber dado fe a mis palabras…” (Lucas 1, 18-21).

Esa mudez significa que el judaísmo representado en la figura del sacerdote Zacarías dejó de alimentar su fe; significa que su relación con Dios es más de cumplimiento de sus leyes y múltiples prescripciones. La mudez también significa que ya no surgen profetas, porque su palabra dejó de encender la chispa de la fe en los corazones.

A partir de ahí, en el relato bíblico, es Isabel quien tiene la palabra, porque ella sí creyó y, por ello, quedó llena del Espíritu de Dios, que a través de su vida sencilla y abierta a la Ruah hace de su palabra profecía.

Por los textos sabemos que hay una historia preciosa, intercalada, que es el anuncio del ángel a María de Nazaret. El diálogo es absolutamente fascinante. La joven María, desde su transparente humildad, le hace preguntas al representante de Dios (Lucas 1, 34); a diferencia del representante de la institución sacerdotal, Zacarías, su actitud es abierta y disponible. No pide garantías, acoge el misterio, se fía y se lanza a una experiencia que cambia la historia y nos abre un camino de vida, de gestación, de dolor aceptado para dar a luz el proyecto de Dios.

María acompaña a Isabel; sus embarazos son para ellas un gozo y un misterio. La mayor con la joven, la joven con la anciana; como en nuestras comunidades, todas gestando vida, unidas por el mismo sentir.

Como decía, es Isabel quien toma la palabra cuando nace el pequeño. Según la tradición del judaísmo, sería el padre quien pondría el nombre a la criatura en esa cultura patriarcal… y además se pondría el mismo nombre que el padre.

“Pero la madre (Isabel) intervino diciendo: ‘¡No! Se va a llamar Juan’” (Lucas 1, 60).

Isabel, con su sincero compromiso con el Dios de su vida, toma fuerza y recibe la palabra que escuchará toda la historia. Con esa autoridad interior, dobla y arquea la institución y al patriarcado, y será el mismo Zacarías quien, al acatar el plan de Dios a través de ella, recuperará la palabra, ahora más dócilmente, desde la casa donde vivían, no desde el templo donde tenía el trabajo de sacerdote, rezando en nombre del pueblo.

Y aquí estamos, queridas hermanas, en esa coyuntura histórica. Tal vez muchas nos sintamos estériles porque la institución tal o cual…

Yo, apoyada por esa palabra, por esa mujer, por Isabel, deseo compartir que este tiempo que nos toca vivir es tiempo de escucha atenta para irnos haciendo más y más servidoras de la Palabra de Dios, que tiene la fuerza de derribar las férreas torres institucionales para otorgar la palabra a las personas que la institución invisibiliza.

Nuestro llamado al profetismo, que recibimos en el bautismo, a ser sacerdotes, profetas y pastoras, que luego ratificamos de un modo muy potente al realizar nuestros votos o promesas de consagración, nos indica un camino de renovación, de evolución.

A veces serán las voces de las hermanas mayores las que dirán, como Isabel: “¡No! Por ahí no; no vayamos a perpetuar tradiciones obviando el Evangelio, el cual —con su desnudez, desinstalación y dinamismo interno— nos conduce a lo desconocido que, si es de Dios, será bueno”.

Otras veces, las menos mayores, tendremos que proponer con la vida y la palabra proyectos de autentificación y actualización de nuestras propuestas y ministerios.

De construir para construir: así es la historia de las mujeres bíblicas y la nuestra. La evolución vendrá si asumimos el ministerio de “ser bisagras”, de decir no a lo viejo, de empujar esa puerta que se abre aparentemente al vacío, pero es que ese es el camino de la fe y el del futuro inminente de la vida consagrada, de la vida en el Espíritu.

Jesús tuvo que separarse de la institución porque le impedía ser él mismo. La institución llegó a quitarle de en medio, pero su Espíritu es el que impregna nuestras vidas; es el que posibilita la gestación que el momento histórico necesita. Para ello respondimos a su llamado.

Decir no puede parecer negativo, pero puede posibilitar cerrar sótanos para abrirnos a la luz. Ya desde la casa, su casa, lugar donde el Espíritu habita, los dos dan vida a Juan Bautista, que nos mostrará el camino que conduce a Jesús.

Y hoy nosotras damos vida a estas historias que están ahí para ser reencarnadas en los diferentes lenguajes de hoy.

Decimos no para poder decir sí y dejar que la vida siga su evolución.

Magda Bennásar Oliver, sfcc

espiritualidadcym@gmail.com

Fuente Fe Adulta

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“¿Dónde estaba Dios?”

Sábado, 30 de noviembre de 2024

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Captura de EiTB

Koldo Aldai Agirretxe
Artaza (Navarra)

ECLESALIA, 15/11/24.- ¿Estaba también flirteando con una periodista rubia, se lio con su último «smartphone» y no atinó a avisarnos…? ¿Cómo no frenó lo imparable? ¿Cómo el Dios del amor pudo permitir esos torrentes que arrasaron con todo…? ¿Dónde estaba Dios cuando el barro desbordado…?, se preguntan en algunos de los foros cristianos en los que estoy suscrito.

El camino espiritual comienza cuando dejamos de eludir responsabilidades y asumimos, tanto personal como colectivamente, nuestro destino, las consecuencias de nuestras acciones. ¿Y si Dios cuando el barro hasta arriba estaba invitándonos a repensar la civilización que hemos creado? ¿Y si nos estaba sugiriendo que por ahí no, que debíamos esbozar un mundo más en comunión con la Tierra nuestra Madre, más fraterno con cuanto palpita…?

La violenta riada desemboque en el lago calmo de la reflexión profunda, ineludible. Nos sobra quizás tanta rebeldía como estruendo de motosierras que arrasan con los hermanos erguidos, como cemento encajonando los ríos, como asfalto inundándolo todo… Hacemos y deshacemos a nuestro antojo, violando a menudo las Leyes superiores y después queremos a Dios en primera línea comandando los ejércitos de salvación. No se trataba de que el Eterno calzara katiuskas y agarrara la más grande de las escobas. Quizás era más cuestión de detenernos a meditar en medio del océano de destrucción y barro. Quizás era la oportunidad que necesitábamos parar reorientar nuestra brújula compartida.

Las pandemias, las danas, las crisis climáticas… nos van acercando interrogantes cada vez más mayúsculos e inquietantes. Quizás haya llegado el momento de atenderlos, de considerar que podría ser de otra forma, con supremo y sagrado respeto por todos los Reinos, por la entera Madre Naturaleza, por el bendito templo físico que a cada uno nos ha otorgado.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Dios y los pobres…

Viernes, 29 de noviembre de 2024

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Gustavo Gutiérrez, marcado por la realidad del continente latinoamericano y lo que en su momento se definió como la opción preferencial por los pobres, planteó dos interrogantes para desarrollar su propuesta conceptual desde la teología:

“¿Existen dos órdenes paralelos, es decir, un fin autónomo y secular del ser humano y una revelación sobrenatural, de tal modo que el hombre se moverá en dos ámbitos del saber y de la vida, completamente separados e independientes uno del otro?  y luego la que constituye una grave cuestión ¿cómo decirle al pobre que Dios lo ama?”

***

Y es urgente responderla ya que,la pobreza no es una fatalidad, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia. Es resultado de estructuras sociales y de categorías mentales y culturales, está ligada al modo como se ha construido la sociedad, en sus diversas manifestaciones”.

***

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Y algo tan cristiano tenía que poner de los nervios a los poderosos, por eso, ante los críticos vaticanos… En 2015, Gustavo Gutiérrez hablando sobre su obra publicada y traducida a 20 idiomas en 1971 con el título Una teología de la liberación: historia, política, salvación” afirmaba que esta propuesta teológica no podia asociarse con el marxismo porque:

“La teologia de la liberación, desde la primera hasta la ultima linea del libro, está en contra del marxismo porque para Marx el cristianismo era opresión y el trabajo de mi vida está comprometido con la idea de que el cristianismo es liberación”

*

Gustavo Gutiérrez

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

El viaje hacia la inclusión es un viaje hacia el sueño que Dios tiene para nosotros

Lunes, 25 de noviembre de 2024

IMG_8764Paraíso, de Giusto de’ Menabuoi (c. 1320–1391)de cúpula con frescos del Baptisterio de Padua, detalle (1375-1378)

La reflexión de hoy es del colaborador de Bondings 2.0. Mark Guevarra

Las lecturas litúrgicas de hoy para la Solemnidad de Cristo, Rey del Universo, trigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

El reino de Dios consiste en SER en plena unión: en comunión. El reino consiste en estar en común: en unión con los más grandes y los más pequeños, desde las células de nuestro cuerpo hasta las galaxias a millones de años luz de distancia, desde los multimillonarios hasta los más pobres entre los pobres. Y para entrar en plena comunión, empezamos por recorrer el camino de la misericordia y la gracia para nosotros mismos. Esto por sí solo es un viaje arduo y valiente. Y mientras recorremos ese camino, también lo hacemos con otros y, con la ayuda de Dios, les extendemos misericordia y gracia, incluso a nuestros enemigos, como manda Jesús. Y también extendemos misericordia y gracia a todos los seres vivos no humanos de la Tierra. Todo eso es el sueño que Dios tiene para nosotros y que Cristo proclamó con su nacimiento, vida, alegrías, sufrimiento, muerte y resurrección.

Después de que el Sínodo sobre la Sinodalidad terminara a fines de octubre, muchos católicos, incluido yo mismo, nos sentimos frustrados y decepcionados de que las personas LGBTQ+ no obtuvieran la inclusión total que nosotros y tantos en la iglesia hemos clamado por años. Para mí, el camino hacia la inclusión es también un camino hacia el sueño que Dios tiene para nosotros: la comunión. Sin embargo, lamentablemente, el miedo, la ignorancia voluntaria y la arrogancia son lo que impidió que este sueño se convirtiera en realidad.

Y, sin embargo, todavía podemos encontrar esperanza, que es obra de Cristo Rey, en la bienvenida del Papa Francisco a las personas LGBTQ+ y sus historias, y en las enseñanzas del documento final del Sínodo que el miembro principal del Ministerio New Ways, Brian Flanagan, ve como “semillas para el crecimiento y el cambio futuros en nuestra iglesia que, con la guía del Espíritu Santo y nuestro propio trabajo continuo por la justicia, podrían conducir a una aceptación más amplia de los católicos LGBTQ+“. Después de las elecciones en los Estados Unidos, muchas personas, no solo estadounidenses, sino canadienses como yo y otras personas en todo el mundo, estamos decepcionados. Se eligió a un líder que divide y demoniza, un líder que hace la vista gorda ante las experiencias vividas por las personas trans, un líder que alimenta el odio y la codicia. Estas cosas no son del reino de Cristo. Y, sin embargo, mientras navegaba por las redes sociales en busca de señales de esperanza, encontré una determinación más profunda de continuar la lucha por una sociedad inclusiva, compasiva, justa y equitativa.

Hoy, nuestra iglesia celebra el reino de Cristo: la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Es un día para renovar nuestra confianza en que Cristo reina en todas partes, especialmente en nuestros corazones. Es un día para renovar nuestra confianza en que Cristo ha formado el camino hacia la comunión y nos guía continuamente a todos por él. Esta renovación de la fe es lo que nos permite trabajar hacia la comunión plena incluso con aquellos que pueden no querer la comunión plena con nosotros: nuestros hermanos en la iglesia que continúan marginando y silenciando a las personas LGBTQ+ y conciudadanos que votaron por alguien que lidera con codicia y división.

La buena noticia es que es el reino de Cristo, no el nuestro. Estamos llamados a participar en la obra divina de la comunión y en la lucha divina de la inclusión, pero no somos los arquitectos de ella: Dios lo es. Confiar en esa verdad no es fácil, pero sí renueva nuestra esperanza y determinación.

En el programa Late Show con Stephen Colbert, poco después de las elecciones, Colbert compartió cómo le explicaría las elecciones a un joven de 14 años. Dijo, sin ironía, que tenemos que “comenzar con la suposición virtuosa de que las personas votan de la manera que creen que será mejor para ellas y sus familias. Esta es, en efecto, una buena suposición, que se puede inferir de la enseñanza del Catecismo de que tenemos que dar a los demás el beneficio de la duda.

El invitado de Colbert esa noche, el analista político de CBS John Dickerson, católico de toda la vida, fue más allá y dijo que no debemos alinearnos con aquellos que quieren más riquezas, control y poder para sí mismos, sino con aquellos que también quieren brindar oportunidades a los demás, incluidos aquellos que no se sienten vistos y están perdidos, incluso los que están del otro lado. Esta noción habla del sueño que Dios tiene para nosotros y que estamos llamados a convertir en realidad. Debemos comenzar con la premisa de la buena intención y debemos luchar, como Cristo lo hace continuamente, para hacer realidad el reino de comunión, justicia y paz eterna de Dios.

En este Domingo del Reino de Cristo, renovemos nuestra confianza en Cristo Rey para gobernar nuestros corazones y mentes, y darnos poder para realizar la obra divina de hacer realidad el reino de Dios.

—Mark Guevarra (él), 24 de noviembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Con Verdad”. Jesucristo, Rey del universo – B (Juan 18,32-37)

Domingo, 24 de noviembre de 2024

55_34_TO_B_1480687Es raro que una persona pueda vivir la vida entera sin plantearse nunca el sentido último de la existencia. Por muy frívolo que sea el discurrir de sus días, tarde o temprano se producen «momentos de ruptura» que pueden hacer brotar en la persona interrogantes de fondo sobre el problema de la vida.

Hay horas de intensa felicidad que nos obligan a preguntarnos por qué la vida no es siempre dicha y plenitud. Momentos de desgracia que despiertan en nosotros pensamientos sombríos: ¿por qué tanto sufrimiento?, ¿merece la pena vivir? Instantes de mayor lucidez que nos conducen a las cuestiones fundamentales: ¿quién soy yo? ¿Qué es la vida? ¿Qué me espera?

Tarde o temprano, de una manera u otra, toda persona termina por plantearse un día el sentido de la vida. Todo puede quedar ahí o puede también despertarse de manera callada, pero inevitable, la cuestión de Dios. Las reacciones pueden ser entonces muy diversas.

Hay quienes hace tiempo han abandonado, si no a Dios, sí un mundo de cosas que tenían relación con Dios: la Iglesia, la misa dominical, los dogmas. Poco a poco se han ido desprendiendo de algo que ya no tiene interés alguno para ellos. Abandonado todo ese mundo religioso, ¿qué hacer ahora ante la cuestión de Dios?

Otros han abandonado incluso la idea de Dios. No tienen necesidad de él. Les parece algo inútil y superfluo. Dios no les aportaría nada positivo. Al contrario, tienen la impresión de que les complicaría la existencia. Aceptan la vida tal como es, y siguen su camino sin preocuparse excesivamente del final.

Otros viven envueltos en la incertidumbre. No están seguros de nada: ¿qué es creer en Dios? ¿Cómo se puede uno relacionar con él? ¿Quién sabe algo de estas cosas? Mientras tanto, Dios no se impone. No fuerza desde el exterior con pruebas ni evidencias. No se revela desde dentro con luces o revelaciones. Solo es silencio, oportunidad, invitación respetuosa…

Lo primero ante Dios es ser honestos. No andar eludiendo su presencia con planteamientos poco sinceros. Quien se esfuerza por buscar a Dios con honradez y verdad no está lejos de él. No hemos de olvidar unas palabras de Jesús que pueden iluminar a quien vive en la incertidumbre religiosa: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz».

José Antonio Pagola

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“Tú lo dices: soy rey.” Domingo 24 de noviembre de 2024. Domingo 34 del tiempo ordinario. Fiesta de Cristo Rey

Domingo, 24 de noviembre de 2024

61-ordinarioB34 cerezoLeído en Koinonia:

Daniel 7, 13-14: Su dominio es eterno y no pasa.
Salmo responsorial: 92: El Señor reina, vestido de majestad.
Apocalipsis 1, 5-8: El príncipe de los reyes de la tierra nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios.
Juan 18, 33b-37: Tú lo dices: soy rey.

Problemática pastoral concreta de la festividad de Cristo Rey

Vamos a comenzar removiendo obstáculos, porque hay problemas respecto a los posibles significados de esta fiesta. Veamos algunos:

a) El origen de esta fiesta y su contexto original. Esta fiesta fue establecida en un contexto anterior al Vaticano II, en 1925, por Pío XI, y con un espíritu muy cercano al de cristiandad, cuando el Vaticano expresaba claramente su deseo de que el cristianismo fuera la religión oficial, la religión de los Estados cristianos. Al confesar a Cristo como Rey universal se quería con ello vehicular el deseo de que también la Iglesia fuese testigo y participante ya aquí en la tierra de esa realeza: una realeza de Cristo reconocida, redundaba inevitablemente en una Iglesia respetada, favorecida por el Estado, con alto estatus en la sociedad, fuerte y organizada, que aunque no podía ya revestirse de poder político temporal, al menos podía participar de él por una relación estrecha y armoniosa con los poderes sociales. Durante mucho tiempo, el título de “Cristo Rey”, el “reinado social del Corazón de Jesús”… incluyeron esos aspectos de autoencumbramiento de la Iglesia, olvidando que la práctica de Jesús de Nazaret fue muy distinta, incluso totalmente contraria.

b) El concepto de Reino-monárquico. El Reino no es hoy día la forma más frecuente de organización sociopolítica. La mayor parte de los países son repúblicas, de diferentes rostros, y los reinos que persisten, ya no lo son en su forma clásica, sino en adaptaciones a la cultura política actual (por ejemplo las monarquías “parlamentarias”) que, al superarla, niegan en el fondo la esencia misma de lo que era un “reino”.

Aun siendo conscientes de la limitación inevitable que todo lenguaje teológico tiene por su misma naturaleza analógica, figurada, simbólica, apofática… cada vez más se viene insistiendo en que la palabra “reino” no sería la más adecuada para expresar la utopía bíblico-mesiánica del Reino de Dios, porque en esta altura de la historia la palabra «Reino» ya no expresa una forma de organización sociopolítica deseable para los humanos. Cada vez se evidencia más la dificultad de hablar de Dios (y de Cristo) como “rey”, y de su proyecto escatológico como un “reino”. ¿Estamos seguros de que un reino, una monarquía, podría ser una analogía del “Reino de Dios” realizado? La realización del reino de Dios, ¿no exigiría la superación de muchos aspectos de lo que es una monarquía, un “reino”? Acaso una comunidad, ¿puede ser comparada con un «reino», con una «monarquía»? ¿Y una familia?

Pablo Suess viene proponiendo la expresión “democracia participativa del RD” para corregir la evocación que el término clásico conlleva. Ya sabemos que no se puede simplemente sustituir una expresión por otra, pero es bueno aludir con frecuencia a esa insuficiencia de la expresión clásica, para hacer caer en la cuenta a los oyentes, y para liberar al contenido (el Reino mismo, el significado), de las limitaciones del significante (una palabra no completamente adecuada).

Para hablar del Reino puede ser mejor hablar del Proyecto, de la Utopía de Dios… que hacemos nuestra: queremos «construir la Democracia de Dios, cósmica, pluralista, inclusiva, y por eso, amorosa, encarnación viva del Dios de los mil rostros, colores, géneros, culturas, etnias, sentidos…».

c) Connotación de género en la palabra “Reino”.

Es útil saber que en el ámbito de la teología feminista angloparlante se rechaza también la expresión (God’s Kingdom), a causa de su machismo larvado (kingdom alude directamente a king, no a queen…). En castellano no tenemos ese problema en esta expresión, pero el saber que existe en otras lenguas invita a prevenirlo en su uso consciente.

Los grandes temas de la fiesta de hoy y de la semana

Hay varios grandes temas que podrían servir para orientar la reflexión de la homilía o la reflexión del círculo bíblico o la comunidad cristiana en torno a los textos de este domingo. Habrá que elegir entre ellos. Aquí sólo los apuntamos:

a) El Reino de Dios, como contenido del mensaje de Jesús. Jesús nunca se proclamó Rey: nada más lejos de Él. Lo que Jesús hizo fue ponerse al servicio total del Reino, de forma que éste fue el centro mismo de su predicación y de su vida, la Causa por la que dio la vida. Importa pues hacer honor a la identidad verdadera de Jesús: Él no fue rey, ni lo quiso ser nunca, por mucho que algunos cristianos crean que llamándolo así lo honran… La intención puede ser buena, pero el título que de hecho se le atribuye no podría ser de su agrado.

Jesús habló del Reino, fue su servidor y su mensajero, pero sus seguidores se olvidaron del Reino. y lo constituyeron a él como el Reino mismo, como el Rey… El mensaje fue sustituido por el mensajero. Jesús nos indicaba el Reino, como la Causa por la que estaba apasionado y por la que dio su vida, y un buen grupo de seguidores se olvidaron de esa causa, y se enamoraron de Jesús. Es preciso volver a Jesús, y su Causa…

Para hablar concretamente del Reino es bueno reparar en el texto del prefacio de esta fiesta, que da una «descripción» muy plástica de su contenido. Esa idea fue recogida en el conocido estribillo del Salmo 71 del compositor Manzano, que dice: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia… es Paz… es Gracia… es amor, ¡venga a nosotros tu Reino, Señor». Bien glosada, y debidamente justificada esa perspectiva teológica, puede ser un buen guión para la homilía. Y no debería faltar ese canto en la celebración de hoy.

b) La relación entre cristocentrismo y reinocentrismo. Una cierta interpretación de esta fiesta –muy común por lo demás en el cristianismo en general– propicia un cristocentrismo exagerado, absoluto, que no hace justicia a la verdad de la revelación, al mensaje real de Jesús, a lo que Jesús realmente dijo, no a lo que después dijeron que había dicho. Importa pues pastoralmente discernir una «correcta jerarquía de valores», que la teología de la liberación fue la primera que dio en llamar “reinocentrismo”, con tal fuerza de persuasión, que no hay teología ni espiritualidad honesta que se puedan resistir.

c) El mesianismo de Jesús. La aclamación o la espera de Jesús como Rey se dio en el contexto del mesianismo: se esperaba un liberador. Hoy la postración es tal que ni siquiera se espera nada, pudiendo hacer de la aclamación de Jesús como Rey algo bien alejado de lo que el mesías supuso realmente para los que lo esperaron.

d) La dimensión escatológica: el final de los tiempos, nuestro ineludible caminar en la historia, el “juicio final”… El final del año litúrgico nos hace tematizar en nuestra reflexión el final mismo de la historia, y el final también de nuestras vidas personales. Pero ya en un contexto mental diferente, en el que sabemos que nuestra aventura humana no es la razón del cosmos, que el mundo no acabará el día que Dios decida acabar el ciclo de la humanidad y pasar a la vida eterna, y que no se trata de que estemos aquí para una prueba que se verificará en el día del juicio final, tras lo cual iríamos al cielo o al infierno… Leer más…

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24.11.25. Cristo Rey. Ser testigo de la verdad

Domingo, 24 de noviembre de 2024

IMG_8707Del blog de Xabier Pikaza:

¿Eres Rey? Para eso he venido, para ser testigo  de la verdad. No para ganar la guerra,  ni para ser presidente del Gran Tribunal, sino para dar testimonio de la Verdad.

El primer muerto en la guerra es la verdad, el primero fue Jesús. No le mataron por un tema militar, económico o político (aunque eso está en el fondo), sino para ofrecer el testimonio de la verdad la verdad, como sabe Ap 13-17, con  el texto de Juan, este día de la Fiesta del Testigo

Casi cualquiera puede ser rey, presidente o caudillo con suerte y en general con violencia y engaño. En tiempos de Jesús había más reyes/emperadores/caudillos impresentables que presentables, más sangrientos que pacíficos, más mentirosos que verdaderos. En ese “juego” de reyes, por no ser como otros, mataron en un contexto de riesgos militares y guerras que culminaron en el 67-70 d.C.

Pasado un tiempo, hacia el 90/100 d.C. el evangelio de Juan  reinterpretó esa historia en una página admirable  , diciendo que el tema de fondo no era militar, ni siquiera político, en sentido estricto, ni económico. El tema era la verdad, como en USA en las elecciones, en Palestina/Israel en la guerra mesiánica sin fin, y lo mismo en la Iglesia, y  en la política actual de España, con el resto de Europa, Asia y América. El primer muerto en toda guerra es la verdad.

 Domingo de Cristo rey. Jn 18, 33-37. Poncio Pilato, Representante del Rey/Emperador de Roma, le pregunta: ¿Tú eres Rey? Y Jesús contesta: Lo soy. Por eso he nacido y para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18, 37).

Significativamente, este pasaje (para eso he venido, para dar testimonio de la verdad) es el primer texto conservado del NT, en un papiro llamado Rylands 52, como seguiré contando.  Puede ser casualidad o providencia, pero es cierto. Estamos en riesgo de que muera totalmente la verdad. Son, puede ser, los últimos tiempos.

El reino de Jesús es la verdad

Jesús identifica así el Reino de Dios con la Verdad, en sentido pleno: Personal y social, material y espiritual, económico, político y religioso. Que cesen y acaben las mentiras y ocultamientos, de personas y pueblos, de iglesias y personas… de forma que cada uno se abra de un modo transparente ante los otros.

En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…,no de una verdad metafísica o teológica separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos, de la misma vida como verdad.

Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartida, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…Ésta es la fiesta de la Iglesia, la fiesta de la Verdad.

No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira estructural  organizada… Se trata, simplemente, de vivir en verdad:-– Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismos de ningún tipo… Se trata de ser lo que somos, de no tener miedo, de vivir en trasparencia, en salud expansiva, pues la verdad cura (en el tema de la pederastia, en el tema del dinero, en el tema del poder…).

La primera palabra de Jesús. Ésta es, significativamente, la primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52. Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) y se debió escribir hacia el año 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:

En ese sentido, Jesús es Rey, porque viene a dar testimonio de la verdad…, pero no de una verdad  separada de la Vida, sino de la misma vida como transparencia de amor, en comunión de todos y con todos. Jesús es Rey (y todos podemos ser en él y con él reyes), siendo en verdad lo que somos, en gesto de transparencia, que es amor mutuo, conocimiento compartido, sin armas, sin secretos militares, sin dineros escondidos…

Ésta es la fiesta de Cristo Rey, la fiesta de la Verdad. No se trata de decir que Jesús es la verdad y vivir después en un tipo de mentira jerárquica organizada, sino de vivir en verdad Verdad que es transparencia afectiva y personal, sin secretismo y engaño

Ésta es como he dicho a primera palabra de Jesús (y del Nuevo Testamento) que se ha conservado hasta hoy, escrita en un pequeño papiro que se encontró en Egipto en los años 20 del siglo pasado y que y que se conserva en una biblioteca de Manchester, con el nombre de P. J. Rylands 52.

Está escrito en la letra llamada “adriánica” (del tiempo de Adriano) hacia 140 d.C. Ofrezco aquí el texto central, con imagen del papiro, quizá el mayor tesoro de la literatura cristiana primitiva:

“Soy Rey. Para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”

Así dice el primer papiro conservado del NT:

ΒΑΣΙΛΕΥΣ ΕΙΜΙ ΕΓΩ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΓΕΓΕΝΝΗΜΑΙ ΚΑΙ ΕΙΣ ΤΟΥΤΟ ΕΛΗΛΥΘΑ ΕΙΣ ΤΟΝ ΚΟΣΜΟΝ ΙΝΑ ΜΑΡΤΥΡΗΣΩ ΤΗ ΑΛΗΘΕΙΑ

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  En un contexto como aquel, obsesionado por pecados, faltas e impurezas, en un tiempo en que el templo de Jerusalén funcionaba como máquina de expiación y purificaciones, al servicio de la remisión de los pecados, Jesús vino a presentarse como un hombre a quien Dios mismo había enviado para dar testimonio de la verdad, anunciar así un Reino en el que todos los hombres y mujeres serían “reyes”, seres libres, abiertos a Dios por la verdad.

Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino de Dios, presentándose implícitamente como servidor y testigo de ese Reino, esto es, de Dios como Rey pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida.

Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo a los enfermos, marginados y pobres la Palabra, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres. Jesús no sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea.

No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha de Reino entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

  . Ciertamente, en un sentido, la llegada del Reino será como relámpago que alumbra y transforma de pronto el espacio y tiempo de los hombres. Pero en otro ha de entenderse como resultado de un proceso que habían puesto en marcha los profetas y que Jesús ha ratificado y acelerado con su vida, siendo testigo de la verdad de Dios. El reino viene con la Verdad, el Reino de Dios es la verdad del ser humano

Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni fue promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más profundo y duradero:

Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de verdad , siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres. No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía seguir manteniéndose en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… . Así respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (= no provenía) de las fuerzas de este mundo dominado por la mentira estructural de la política y la economía dominante.

Jesús aparece y actúa como testigo de la verdad, frente a Pilatos y frente a los sacerdotes de Jerusalén, que le acusan ante Pilato, porque también ellos tienen que apelar a la mentira para mantenerse en el poder. Jesús sólo quiere el Reino de la vida del Hombre y su Verdad, de los hombres y mujeres en verdad de amor y vida.

Por eso no pudo triunfar externamente  en un mundo de mentira y violencia, dominado por políticos y militares… por sacerdotes  de la mentira organizada Pero de esa forma él ha podido quedar y queda como testigo y portador de la verdad entre los hombres, como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

Juan Bautista había sido  profeta de juicio   y así pensaba que este mundo debía pasar por el fuego (siendo destruido por el hacha y huracán), a fin de que surgiera después otro distinto, para un “resto”, un grupo pequeño de liberados (Mt 3, 1-10 par). Jesús no quiso anunciar el juicio, ni ofrecer la salvación sólo a unos pocos (un resto de salvados), sino que inició un programa de liberación por la verdad, anunciando y preparando así la llegada del Reino de Dios para todos los que buscan y aceptan la verdad (cf. Mc 1, 14-15).

       La respuesta de Juan era más fácil: Dios había fracasado con el mundo y debía destruirlo, para crear después uno distinto (con los limpios, ya purificados). Jesús, en cambio, se atrevió a pregonar la presencia y acción creadora de Dios en ese mismo mundo que parecía condenado, para crear de esa manera un Reino distinto, fundado en la verdad, desde los pobres y excluidos.

Jesús, en cambio, vino simplemente a decir la verdad, la verdad de cura, que transforma, que sana.  Ciertamente, Jesús utilizó la imagen del Reino, pero no en sentido de dominio económico, social o militar, sino de servicio mutuo, ofreciendo a los hombres el testimonio de la verdad de Dios y del sentido de la vida. Por eso no vino anunciando una guerra apocalíptica, ni la destrucción de los perversos, sino sembrando humanidad, desde Galilea, ofreciendo la Palabra a los enfermos, marginados y pobres, pues otros se habían apropiado de ella, dejándoles sin nada, sin riqueza ni semilla humana. Quiso así que todos fueran reyes, en un Reino fundado en la verdad de Dios y en la fraternidad entre los hombres.

No sabía de antemano la forma en que vendría ese Reino en concreto (ni en qué día), pero estaba seguro de que había comenzado a revelarse, y que culminará muy pronto, desde Galilea, transformando a los artesanos y pobres, a los expulsados y enfermos de las aldeas de su tierra, que se convertirán en portadores de la Verdad de Dios, desde Galilea. No quiso ni pudo evocar sus detalles, pero estaba convencido de que el Reino estaba viniendo a través de los campesinos, artesanos y pobres, a quienes él concibió como portadores de la verdad de Dios, para culminar así la obra de la creación (Gen 1). No fue a las ciudades mayores de Galilea (Séforis, Tiberíades) o de su entorno helenista (Tiro, Escitópolis, Gadara, Gerasa, Damasco), pues, aunque en ellas había muchos pobres, su núcleo dominante se hallaba pervertido, al servicio del poder.

Así inició su marcha entre las aldeas de Galilea, con la certeza de que Dios le enviaba a recoger y transformar a las “ovejas perdidas” (cf. Mt 10, 6), para iniciar con ellas un movimiento al servicio de la Verdad de Dios (que es el Reino), para Israel y para la humanidad entera.

 Jesús no fue inventor de empresas productoras, ni organizó nuevos mercados laborales, como los que estaban imponiendo en aquel tiempo los magnates de Galilea, ni promotor de una alternativa política, pero hizo algo mucho más significativo: Inició desde (con) los pobres (enfermos, excluidos) de su entorno un camino de humanidad, es decir, de Reino de Dio,  siendo así testigo de la verdad de Dios y de su vida entre los hombres.

No fue pensador erudito como Filón de Alejandría (maestro de filósofos), ni profeta político como Josefo (que al fin pactó con el poder establecido), sino hombre de pueblo, que conocía por experiencia el sufrimiento de los hombres, sabiendo que la historia de Israel (y el mundo) no podía mantenerse ya en su dinámica actual de imposición y violencia (mentira)… Por eso, sabiendo que Dios es mayor que el pecado de los hombres y que había decidido cumplir sus promesas, proclamó y preparó la llegada y triunfo de su Verdad, que es el Reino.

Jesús no quiso hacerse rey militar, pues la violencia pertenece al nivel de los poderes de un mundo donde la verdad se encuentra pervertida por la mentira  de los poderosos.  Jesús quiso ser Rey, pero de forma que todos fueran reyes, testigos de la verdad. Asi respondió a Pilato diciéndole que «su reino no era (=no provenía) de las fuerzas de este mundo». Pilato sólo conoce un Reino que se funda en la espada y la mentira oficial del imperio (cf. Rom 13, 1-7; Ap 13) que se apoya y defiende con las armas, de manera que la verdad como tal resulta secundaria, preguntando a Jesús ¿qué es la verdad?  para marcharse sin esperar una respuesta(cf. Jn 18, 38a).

 Jesús, en cambio, no quería más Reino que la vida del Hombre en la Verdad. Por eso, en el caso de que él hubiera triunfado externamente (¡por un milagro de Dios!) Jesús no habría actuado como rey político o militar, en el sentido usual del término; no habría tomado el poder, ni se habría convertido en emperador o regente político, sino que se presentaría como testigo y portador de la verdad de Dios entre los hombres, presentándose como signo y representante del Dios de la verdad, es decir, de una humanidad reconciliada y fraterna.

Nos faltan modelos para imaginar este reinado de Jesús, pues nuestras categorías mentales y sociales se encuentran marcadas por dinámicas de poder militar, político o sagrado. Pero el evangelio de Juan ha trazado el perfil fundamental de su reinado, diciendo que Jesús ha venido a “dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37), una verdad que no sería como la de aquellos sabios platónicos que se imponían sobre militares y trabajadores (como se dice en la República), sino una verdad de amor compartido, desde los más pobres.

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