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Lc 1, 39-56
Celebrar hoy a María que es llevada al encuentro definitivo con Dios nos compromete a vivir, como ella, esos otros encuentros transformadores en los que compartimos y cantamos la vida que Dios nos regala.
Este domingo celebramos la fiesta de la Asunción de María. Lo normal es que acudan a nuestra mente las muchas imágenes que hemos visto de María, mirando a lo alto, con las manos juntas, rodeada de ángeles, sobre nubes que indican cómo es elevada al cielo. Es realmente una fiesta que nos habla del triunfo y la santidad de María, pero que apenas nos dice nada, si nos quedamos en las imágenes, porque nuestra propia experiencia tiene poco que ver con ellas.
Pero, como tantas veces, el evangelio de hoy nos saca de estas imágenes que nosotros mismos nos hacemos y nos presenta a María con los pies en la tierra. Viviendo salidas y encuentros que sí pueden parecerse a los nuestros. Vamos a intentar acoger toda la riqueza de este texto, precioso y claro, ayudándonos de dos imágenes que nos presenta:
1. El encuentro de dos mujeres embarazadas
Según Lucas, María acaba de recibir la noticia de que ha sido elegida para ser madre del Mesías, del Hijo de Dios, y lo que hace es “ponerse en camino” y añade el texto “con prontitud”, aunque también puede traducirse con diligencia, con empeño, con cuidado… Como una decisión que brota de su nueva condición de madre, de sentir que en sus entrañas crece la nueva vida que viene de Dios.
Dios ha salido a su encuentro y ella va al encuentro de Isabel, una mujer también embarazada. Dos embarazos que se nos invita a contemplar a la luz de la fe, porque se realizan en circunstancias que humanamente son imposibles. En el caso de María porque “no conoce varón”y en de Isabel porque es anciana, “ha concebido en la vejez”. Y es que la vida que nace de Dios, nos dice el evangelio, rompe todas las normas, supera nuestros cálculos, nos sorprende irrumpiendo con fuerza allí donde nosotros no vemos posibilidades.
Esta experiencia de que para Dios “nada hay imposible”, de que Él sale al encuentro y hace surgir vida en dos mujeres sencillas, como entre tantos pobres y humildes, es una experiencia de las primeras comunidades cristianas, pobres, pequeñas y perseguidas. ¿No puede ser hoy la nuestra? ¿No se sienten nuestras comunidades a veces como Isabel, demasiado mayores y cansadas para algo nuevo, o demasiado solas y llenas de dificultades para ello?
Dos mujeres embarazadas, que se encuentran, ¿de qué hablan? Sin duda de sus hijos, de su alegría, del futuro… En este caso nos dice el evangelio que la alegría es desbordante y contagiosa, tan honda que “el niño salta de gozo en sus entrañas” y se llena del Espíritu de Dios. Y desde este Espíritu hablan de un futuro que las transciende, que no es solo el futuro de sus hijos, es el futuro de todo el pueblo, de toda la humanidad.
La hondura de gozo y de fe hace que este encuentro adquiera otra dimensión, del encuentro de dos mujeres pasa a ser el encuentro definitivo y permanente de Dios y nuestro mundo, su mundo.
2. Una mujer que se pone a cantar a Dios y al mundo nuevo que Él hace posible
Esta es la segunda imagen, María consciente de lo que está viviendo prorrumpe en un cantico que expresa una de las imágenes de Dios más rotundas y esperanzadoras del Nuevo Testamento.
Es importante considerar cómo Lucas pone en boca de María este canto que conocemos como el Magníficat. No vamos a entrar en su origen, ni a tratar de desentrañar las imágenes del AT que evoca… Vamos a dejar que nos toque el corazón desde su sencillez y frescura, a la vez que desde su hondura y tremendas afirmaciones.
María expresa su conciencia maravillada de la acción de Dios en ella, más allá de su pequeña realidad o precisamente por ella. Descubre que Dios es grande porque actúa en su sierva pobre y sin méritos. Y afirma con contundencia que es a ella, humilde mujer nazarena, a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada. No solo a su hijo ni a su Dios.
Y esta experiencia de que Dios hace maravillas en ella, es la razón por la que afirma que Dios es misericordioso y que esta misericordia realizada en ella, se extiende, de generación en generación, sobre los que le temen, sobre los que le toman en serio, sobre los que creen en él y le aman.
Su experiencia personal, es la que le hace descubrir cómo actúa Dios en el mundo y como está dispuesto a hacer nuevo nuestro futuro, con acciones desestabilizadoras a favor de los pequeños, de los necesitados:
“Dispersa a los soberbios de corazón, derriba a los poderosos y ensalza a los humildes. Llena de bienes a los hambrientos y despide vacios a los ricos”
Esta es la promesa de Dios para con su pueblo, la promesa que hace cantar de gozo a María. Esta es la promesa que Dios nos hace hoy a nosotros, que hace a nuestra Iglesia y a nuestro mudo.
Aclamar y celebrar hoy a María que es llevada al encuentro definitivo con Dios nos compromete a vivir, como ella, esos otros encuentros transformadores en los que compartamos y cantemos la vida que Dios, por su misericordia, derrama en nosotros, en nuestra pobre realidad. ¿Nos animamos a ponernos en camino?
¡Feliz domingo! ¡Feliz día de la Asunción de María!
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ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA. (Lc 1, 39-56)
¿Desde las Visiones proféticas del Apocalipsis de la primera lectura y salmo de hoy? ¿Desde el Evangelio de la Visitación? ¿Desde el Dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos? ¿Desde la Historia del Arte? ¿Desde el imaginario y creencias de la piedad popular? ¿Desde el Nuevo catecismo de la Iglesia Católica? ¿Desde la teología feminista?
Hagamos un breve recorrido. Desde la visión apocalíptica y salmo que leemos hoy y que ha ejercido una seducción irresistible en el arte y el imaginario popular: ¡Una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas! Salmo: La reina enjoyada con oro de Ofil. Por contraste, en el Evangelio de hoy, Lucas nos presenta la escena del encuentro gozoso de dos mujeres que han creído lo que se les ha dicho: La Visitación. En el Dogma de la “Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos” la Iglesia confiesa que María fue “subida” al cielo en cuerpo mortal. (Como dogma la Asunción es una verdad de fe revelada por Dios en la sagrada Escritura o contenida en la Tradición.) De la Asunción no hay nada en la Sagrada Escritura, pero sí tiene una larga tradición en el imaginario y creencias populares. En el Nuevo catecismo de la Iglesia Católica: “La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la de los demás cristianos” Así celebra la Iglesia hoy, como fruto primero de la muerte y resurrección de Jesús, la Asunción de María. Y de este modo, se abre un camino de esperanza para la misma Iglesia y para toda la humanidad.
Pero demos un paso más y veamos la Asunción y Ascensión más allá de la mitología de los relatos evangélico, el imaginario popular, el dogma y el catecismo. Lo que cuentan los evangelios, todos en lenguaje mítico, son narraciones ejemplarizantes y simbólicas que no se pueden leer al pie de la letra. Literalismo. Necesitamos interpretarlas con ayuda de las ciencias exegéticas y hermenéuticas hoy disponibles. De María, históricamente, no sabemos nada. Los narradores bíblicos usan a María para presentar su mensaje, para decir lo que de verdad quieren decir. La idealización de María está al servicio de la intención del autor. Nosotros tenemos que descubrir y descifrar el significado que, para nuestro crecimiento en la fe, aporta el texto.
¿Y qué interpretación hacemos hoy de la Asunción de la Virgen María en cuerpo mortal y alma a los cielos? En esa metáfora de la Asunción nosotros hoy contemplamos a María que ha alcanzado la plenitud de su verdadero ser. Que ha llegado a ser lo que verdaderamente era. Que a lo largo de su vida María iba evolucionando en la identificación con la divinidad y decimos que lo consumó en la Asunción-glorificación, siguiendo el mismo recorrido que Jesús realizó. Hoy no podemos entender “físicamente” ni la ascensión del Señor ni la asunción de la Virgen. Subir, ¿a dónde? Dios no está arriba. No está separado de su creación. Está transcendentemente inmanente a ella. Nadie tiene que subir ni bajar, entrar o salir para encontrarle donde está. ¿En qué Cosmología actual cabe ni la Ascensión ni la Asunción? La Ascensión y la Asunción obedecen a la cosmología de los Tres Pisos que actualmente resulta insostenible.
Desde la interpretación de la Asunción como logro de la plenitud humana, María es ejemplar, un modelo, un ideal para el creyente del siglo XXI. Hoy celebramos su participación en la Vida divina durante toda su vida, desde la cuna a la sepultura. Y sabemos que nuestra participación en la Vida es igual que fue en María. Por eso su contemplación y celebración (celebrar es recordar y vivir) nos ayuda en nuestra asunción constante hacia la plenitud, hasta llegar a ser lo que somos realmente.
A mí me ayudó a cambiar desde dónde contemplar a María y su asunción, escuchar, en 2017, una conferencia que dio Marifé Ramos con el título “María, vecina de Nazaret”. En esa conferencia se nos pedía ver a María como si fuéramos vecinas con ella en Nazaret, en el contexto histórico, político, económico, social y religioso de Palestina en el siglo I. En una sociedad machista y patriarcal. María era una mujer sencilla, pobre y obediente a la cultura en la que vivía. Como todos los judíos, esperaba al mesías que liberaría al país de la tiranía del Imperio romano.
La María de Marifé me resultó más cercana y ejemplar que la imagen infantil prolongada que todavía mantenía. Fue grande el contraste entre la mi imagen de María, alimentada por la mariología popular (apariciones, romerías, santuarios y ermitas, novenas y peregrinaciones) y la María desmitificada que nos presentó tan razonablemente. Esta María, con la que puedo compartir vecindad, me resultó más verosímil e imitable en su fidelidad al proyecto divino para ella diseñado. Esta María sí es un referente para la humanidad hoy.
Mi proceso de “desmitificación y desidealización” de María se enriqueció con los abundantes ensayos, estudios e investigaciones realizados por mujeres, en el campo de la Teología Feminista, sobre María, la madre de Jesús de Nazaret. Mi gratitud especial para Mercedes Navarro, Carmen Bernabé y Consuelo Vélez entre otras muchas. Todas ellas me han ayudado a descubrir en María a una mujer de fe, libre, activa, fuerte. Muy distinta a la María domesticada por el patriarcado desde el que se escriben los Evangelios y la literatura del Nuevo Testamento.
Y para cerrar como debe ser en nuestro hoy eclesial: En una Iglesia sinodal y “en salida” María nos convoca a ser, como ella, protagonistas en la misión liberadora del Reino, a dar testimonio del evangelio de Jesús de Nazaret y ser sacramento de salvación (liberación) de la humanidad sufriente. En verdad, es tiempo propicio para renovar nuestra espiritualidad mariana, para seguir sus pasos como discípula y misionera fiel y audaz.
Para profundizar. 1. Ver el video o leer el texto de la conferencia de Marifé Ramos “María, vecina de Nazaret” que podéis encontrar en la web de Feadulta. 2. Mercedes Navarro “Los rostros bíblicos de María.” Exégesis y hermenéutica bíblica feminista. Verbo Divino (2020). 3.El blog de Consuelo Vélez en Religión Digital.
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Fiesta de la Asunción
15 agosto 2021
Lc 1, 39-56
Entendida en su literalidad, la expresión “dichosa tú, que has creído” no se sostiene, porque la dicha o la felicidad no puede apoyarse en una creencia. La creencia, en cuanto constructo mental, únicamente puede ofrecer una sensación de seguridad mientras la persona mantiene su adhesión a ella. Pero, en sí misma, carece de consistencia.
Eso mismo ocurre cuando pensamos que la felicidad es “algo” a conseguir. La convertimos así en un objeto, sin caer en la cuenta de que todo objeto es, por definición, impermanente y, por tanto, incapaz de otorgar dicha o felicidad estable.
La felicidad no nos viene de fuera ni nos espera en el futuro. Tampoco se halla en “algo” que deberíamos alcanzar. La felicidad es una con lo que somos, es otro nombre de nuestra identidad profunda, por lo que trasciende toda circunstancia que nos pueda ocurrir.
Al escribir esto, me vienen a la memoria las palabras de Nisargadatta: “Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar”.
O aquellas otras de Ramana Maharshi: “Usted es ignorante de su estado de plena felicidad”. Ya somos felicidad. El problema es que nos identificamos con lo que no somos y, en esa misma medida, nos alejamos de la felicidad y, a continuación, la objetivamos en “algo” y la proyectamos “fuera”. Pero la felicidad no es un “estado de ánimo” -que puede variar-, sino un “estado de ser”, que nace justamente de la comprensión profunda y que es capaz de abrazar todos los estados de ánimo.
De manera inmediata, nuestra mente coloca etiquetas sobre aquello que supuestamente nos haría felices y aquello otro que supuestamente nos arrebataría la felicidad. Ante esto, la pregunta decisiva es: ¿Estamos dispuestos a incluir todo tipo de situaciones dentro de la felicidad?… ¿Estamos verdaderamente dispuestos a ser felices en cualquier situación… o queremos “salirnos con la nuestra”? Eso requiere ser honestos. Al llevar la honestidad al mundo de nuestras imágenes mentales acerca de la felicidad, nos damos cuenta de que rechazamos la felicidad constantemente. Rechazamos la felicidad cada vez que el presente no se parece a nuestra imagen feliz. ¿Cómo vamos a ser felices si renunciamos a ella constantemente? Dicho de modo más simple: el mayor obstáculo para ser felices no es otro que la imagen mental que tenemos de la felicidad.
La felicidad -no podía ser de otro modo- nace de la comprensión experiencial de lo que somos. La ignorancia introduce en la confusión y en el sufrimiento; la comprensión ilumina y nos hace reconocernos en “casa”, sea lo que sea lo que ocurra. Sin duda, solo quien comprende es feliz. Tenía razón Sócrates al afirmar que “solo hay una virtud: la sabiduría [o comprensión]; y solo hay un único vicio: la ignorancia”.
¿Qué es, para mí, la felicidad? ¿Dónde la pongo o la busco?
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Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:
01.- La fiesta de la Asunción de María a los cielos.
La fiesta de la Asunción de María a los cielos es muy popular en nuestra tradición. Al menos hasta nuestros días ha estado muy dentro de la vida, de las fiestas y de la espiritualidad de nuestros pueblos.
Siempre ha estado presente en la fe de la Iglesia que María terminó en Dios como Jesús, en lo que llamamos cielo.
Fue el papa Pío XII quien en 1950 propuso como dogma a la fe del pueblo que María fue llevada junto a Dios a los cielos. Y el papa, Pío XII, lo dice con unas palabras limitadas como todo lenguaje humano. La Virgen fue llevada al cielo en cuerpo y alma.
Bástenos saber que María, como Jesús terminaron en Dios. El cuerpo y alma son palabras, ideas nuestras, provenientes más bien de la filosofía griegas.
No podemos imaginar la Asunción de un modo físico. Sería algo muy extraño. Ni la Asunción de María, ni la Ascensión de Jesús son fenómenos astrofísicos que ocurrieran a modo de “cabo Cañaveral”.
María fue creyente, la primera creyente. María vivió de la fe en Jesús, en su hijo.
Es llamativo que ni en los evangelios, ni en todo el NT haya un relato que narre una aparición de Jesús resucitado a su madre. María llegó a la fe y creyó siempre en su hijo: en vida y después de la muerte. María fue la primera creyente.
Lo que creemos en estas afirmaciones es que María, como Jesús, vive en Dios en lo que hemos denominado cielo.
02.- Fiesta impregnada de alegría y esperanza.
La Asunción es un acontecimiento impregnado de serenidad, alegría y esperanza. Isabel se llena de alegría ante la visita de Maria. Las dos mujeres esperan nuevas vidas en su seno.
La fiesta de la Asunción es un canto a un futuro lleno de esperanza y de vida. Nuestro futuro es el mismo de Jesús y de María. Nuestra historia terminará bien en Dios Padre.
Nosotros viviremos junto a Dios, junto al Señor JesuCristo y a la Virgen lo que ya viven ellos.
Por eso la Asunción de María es buena noticia.
03.- Ir ascendiendo en la vida.
La fiesta de la Asunción fortalece nuestra esperanza. María es madre de nuestra esperanza.
La esperanza no es optimismo. El optimismo es un estado de ánimo porque nos va más o menos bien en la vida, la salud, el trabajo, la jubilación, le economía, etc… La esperanza “comienza” donde termina el optimismo. (El optimismo es la “sacarina” de la esperanza).
La vida humana es un ir ascendiendo, caminando como Jesús y María hasta llegar al cielo, a la casa del Padre.
El sentido de nuestra vida, el horizonte de la existencia, nuestro futuro consiste en alimentar la esperanza
El futuro absoluto -la esperanza- del ser humano no está ni en Madrid ni en Vitoria, ni en Roma. Esas instancias e instituciones tienen un valor y una misión, pero no son dioses, ni tienen la última palabra para el hombre.
Desde la fe en JesuCristo yo espero -esperanza- en el Reino de JesuCristo, no en las instituciones.
Se trata de mirar al cielo. El cristiano es quien mira y espera en el cielo. El cielo es un modo simbólico de hablar y de formular nuestra esperanza. La esperanza es la que nos da coraje para seguir existiendo.
Confiamos que -como María, como Jesús, como nuestros mayores- vamos caminando y seremos llevados, “ascendidos” al cielo.
04.- La Asunción. Conclusión
La esperanza de vernos plenamente realizados, como María y como Xto causa un profundo gozo y una gran serenidad en la vida
Esto es lo que celebramos en la fiesta de la Asunción.
Nuestro futuro está en la Asunción de nuestras vidas junto a Dios.
Hemos comentado varias veces la fiesta de la Asunción de María -que se conmemora este mes de agosto- porque esta, como las otras festividades marianas, han convocado durante siglos al pueblo de Dios en la vivencia de su fe. María, “una de las nuestras” o “verdadera hermana nuestra” o “primera discípula”, como se le llama en reflexiones más recientes, nos enseña el seguimiento de Jesús, con actitudes que deben acompañar la vida cristiana: escucha al espíritu (la anunciación, Lc 1, 26-38), fidelidad a los valores del reino (Bodas de Caná, Jn 2, 1-12), anunciadora de las maravillas de Dios (canto del Magnificat, Lc 1, 46-49), profeta para denunciar la injusticia y anunciar los tiempos nuevos desde Dios (canto del Magnificat, Lc 1, 50-55), fiel hasta el final (María al pie de la cruz, Jn19,25), presente en el inicio de la iglesia(Pentecostés, Hc 1, 14).
No hay datos bíblicos sobre la Asunción de María, pero la celebramos porque en 1950, el Papa Pío XII proclamó este dogma, respondiendo a una creencia que el pueblo cristiano manifestaba sobre el final de la vida de María. Si ella recibió el don de ser madre del Hijo de Dios, es fácil pensar que ella recibió, también, la plenitud de la salvación. Esta fiesta responde a un dogma proclamado por la Iglesia pero que recoge lo que el pueblo cree. Por esta razón no es un invento eclesial sino una confirmación del sensus fidei (sentido de la fe del pueblo de Dios) que la institución eclesial acoge y reafirma.
De todas maneras, tanto el dogma de la Asunción como tantos otros de la fe cristiana, necesitamos explicarlos de acuerdo a las comprensiones que se han ido desarrollando, a la luz de los aportes de la exégesis y la hermenéutica bíblica y teológica, las cuales permiten “traducir” a términos actuales lo que en el pasado se expresó con el lenguaje y comprensión de esa época. En el caso del dogma de la Asunción, el énfasis no está en un hecho milagroso que la ciencia no explica, sino en una experiencia de fe sobre la persona de María que nos hace afirmar que, a ella, Dios le concedió ya, lo que todos esperamos alcanzar cuando termine nuestra vida en este mundo. En ese sentido, la celebración de esta fiesta nos anima a seguir caminando hacia la meta, a mantener el compromiso cristiano de amor, solidaridad, misericordia, justicia, paz, como María supo mantenerlo, con la confianza de que vamos haciendo posible el reino de Dios entre nosotros y, en ese sentido, vamos experimentando lo que esperamos saborear de manera plena en la eternidad.
Cabe anotar que es importante seguir recuperando una figura de María más comprometida con la vida cotidiana que una María extraordinaria, alejada de este mundo. Recientemente el Vaticano ha lanzado una alerta sobre las “supuestas” apariciones de la Virgen que se dan en muchos lugares y se ha reservado el derecho de declararlas o no como tales. Una cosa es la experiencia de fe mariana que puede vivirse de manera privilegiada en un momento de la historia y por la cual se erige un santuario mariano y otra la explotación del sentimiento religioso acudiendo a la magia, lo sobrenatural, lo extraordinario y dirigido astutamente por supuestos “videntes”. Es necesario estar muy atentos a la confirmación eclesial de cualquier evento de este tipo para no desvirtuar la fe y no ser víctimas de estafadores que también abundan y aprovechan las cuestiones religiosas para sus fines.
Y no solo hay que ser precavidos con las apariciones marianas sino también con algunos grupos que invocando a María se han ido convirtiendo en un tipo de “secta” porque se creen los poseedores de la verdad y viven doctrinas, ritos, costumbres, tradiciones más pre-vaticanas que acordes con los desarrollos eclesiológicos actuales. Además, privilegian una imagen de María que provoca miedo, temor y que mira este mundo actual, condenándolo y fomentando el rechazo y exclusión de lo diferente, todo muy contrario a la misericordia, inclusión y acogida de los signos de los tiempos en los que el espíritu de Dios sigue hablando hoy.
En ese sentido, rezar el rosario es una devoción mariana muy rica sino se separa de Jesucristo. De ahí que se proponga la consideración de los misterios de la vida de Cristo al unísono con el rezo de las cincuenta avemarías. Lamentablemente, en esos grupos y, a veces, en algunos espacios eclesiales, se sigue fomentando una repetición de avemarías más que un momento contemplativo y de interiorización de los misterios de nuestra fe. Una revisión de esta devoción ayudaría mucho a alimentar la vida cristiana. No es María la que necesita que nosotros recemos. No es el número de avemarías lo que interesa. El rosario es un medio para ayudarnos a entrar en diálogo con Jesús, a través de María, pero el objetivo es favorecer la experiencia de oración y no la repetición inconsciente de palabras vacías.
Aprovechemos la celebración de esta festividad mariana para recrear nuestra devoción hacia ella, centrándola más en la fe en su hijo Jesús que en visiones apocalípticas del mundo o en temores que parece ella nos anuncia en supuestas apariciones, tan alejadas del reino de Dios, del evangelio, del auténtico sentir eclesial. Ella, verdadera hermana nuestra, nos acompaña en nuestro camino hacia la eternidad, invitándonos a vivir como ella vivió, siempre colaborando y haciendo posible el amor de Dios entre nosotros.
Comentarios desactivados en Nuevas imágenes para la Asunción de María.
La imagen de Asunción despierta imágenes de movimiento, de atracción hacia arriba, de impulso ascensional; nuestra mirada es atraída hacia la altura y vemos a María elevada hacia ese ámbito que llamamos “cielo”donde, con palabras de Pablo, están “las cosas de arriba“, por contraposición a “las cosas de abajo” (Col 3,1). Pero además de esta imagen espacial, podemos explorar otras que nos acerquen a María:
La obra terminada
Al hablar de la Asunción nos referimos al resultado final y a la culminación del proceso vital de María. Pero la meta supone siempre un camino, el fruto ha tenido una larga maduración en el árbol, la piedra preciosa ha cristalizado lentamente durante miles de años en la hondura de la roca. Cuando se emprende una obra pública de envergadura se suele construir una maqueta que muestre el proyecto que se está construyendo y se expone en un lugar visible para que todos puedan ver cómo va a ser el final: al mirarla, contemplamos e imaginamos la obra ya terminada. La Iglesia nos pone hoy ante una “maqueta” que nos muestra el resultado final de la obra de Dios en la mujer que no opuso ninguna resistencia a su acción: “Hágase en mí…”, dijo María, la mujer de la Nueva Creación, acogiendo sobre ella la presencia del mismo Espíritu que “se cernía sobre la faz de las aguas” (Gen 1,2) en la mañana de la primera creación.
El fruto de la nueva Tierra
Cuando Moisés no sabía cómo convencer a un pueblo cansado, escéptico y desmotivado para entrar en la tierra de la promesa, envió exploradores a Canaan que volvieron cargados con gigantescos racimos de uvas dulces, frescas y apetitosas: ¡Estos son los frutos de la tierra hacia la que nos dirigimos!”, dijo Moisés al mostrárselos a los israelitas (Num 13). Algo así hace la Iglesia cuando nos presenta la Asunción de María, como si nos dijera: “Mirad las primicias de la humanidad nueva, ella es el fruto ya granado de la Tierra hacia la que nos dirigimos. Dichosos vosotros por haber recibido la buena noticia del campo donde echa sus raíces el Árbol de la Vida que produce semejante fruto, compartid con otros ese secreto a voces, ese sabor del vino que llena de alegría”. La existencia ya glorificada de María y su alegría, son los únicos instrumentos de que dispone para decirnos: “Es una tierra que mana leche y miel. Vale la pena subir a conocerla”.
La casa preparada
Me voy a prepararos lugar, decía Jesús, y cuando vaya y os prepara el lugar, vendré de nuevo a llevaros a mi casa para que donde yo esté, estéis también vosotros (Jn 14, 2-3).
María, la primera en llegar a la Casa, toma parte con su Hijo en la tarea de preparar ese lugar para que un día, donde ella esté, estemos también nosotros. Ella nos espera “a mesa puesta” en ese banquete del que le gustaba hablar a su Hijo.
La meta alcanzada
La imagen es de Pablo en su carta a los Filipenses: Hermanos, yo no lo he alcanzado aún, ni he llegado ya a ser perfecto, sino que continúo mi carrera a fin de poder alcanzar a aquel por quien yo mismo fui alcanzado, Cristo Jesús. (Fil 3,12). El evangelio nos presenta a María desde el comienzo “caminando deprisa” desde Nazaret de Galilea a la sierra de Judea para llegar a casa de su prima Isabel y en aquella primera “meta” de su carrera, recibió de labios de Isabel la primera bienaventuranza: “Dichosa tú que has creído…”. Y aquello no fue sino un anticipo de la felicitación que iba a recibir en el final definitivo de su trayectoria. Toda la vida de María consistió en dirigirse apasionadamente hacia esa meta definitiva que no podía ser otra cosa que su propio Hijo. Como cuando llega la primavera y el ánade salvaje emprende el vuelo de retorno y nada puede detener su impulso ascensional.
Cuando era pequeña y escuchaba a mi abuela o mis tías decir: “Me llevo a la niña de visita”, a mí se me ponían los pelos de punta. El plan era un soberano aburrimiento para una niña que lo que quería era estar jugando en casa, o mejor aún, en la calle, pues en la ciudad donde vivía mi abuela, los niños todavía jugaban en la calle.
La lectura de Lc 1, 39-56 me ha llevado de viaje al pasado y, lo que antes me parecía un horror, se ha transformado en un valor.
“Y un día cualquiera, un poco antes de las primeras luces del amanecer, María cierra tras sí la puerta de su pequeña casa de Nazaret e inicia apresurada el camino hacia ‘la montaña, a un pueblo de Judá’, donde vivía Isabel. No había prisa pero el impulso de su corazón movía velozmente sus pies” (1). Este relato nos muestra lo que es visitar.
Visitar implica moverse, cerca o lejos, salir, ponerse en marcha; abandonar el espacio de confort (que decimos ahora); adentrarse en la realidad del otro, la persona que me abrirá la puerta de su espacio y, posiblemente, de lo que vive.
Visitar exige irremediablemente invertir tiempo… ¿quién tiene tiempo hoy para regalarlo desinteresadamente?
Vamos a dejarnos llevar por María y vayamos con ella de visita a casa de Isabel.
“Aquellas dos mujeres preñadas, creyentes e ilusionadas (…) envueltas en el silencio de la promesa de Dios, se encuentran y en el mismo instante del abrazo, la palabra se hace presente con la intensidad de la comprensión, la alegría y la intimidad compartida”(2).
La visita empieza a dar frutos desde el primer instante si hay una buena predisposición. La actitud de quien va y quien recibe es elemento primordial.
Ellas estaban felices. Isabel gritó de júbilo y “la criatura salto de alegría en su vientre”. Y María proclamó exultante la oración de alabanza y agradecimiento al Dios de la Vida. “El Magníficat recoge la plegaría del orante que se descubre, desde la humildad, fecundado por su Señor dentro de la Historia de Salvación” (3).
María permaneció en casa de Isabel “unos tres meses y volvió a casa”. Se movió, invirtió su tiempo y podemos imaginar qué maravillosos tres meses pasaron juntas, viendo como la vida crecía dentro de ellas, cuidándose, riendo, compartiendo…
En la sociedad que vivimos, cada vez más fragmentada e individualizada, donde las relaciones se va licuando, quedando en manifestaciones muy superficiales; reducidas a un mero contacto tecnológico a través de whatsapp (el correo electrónico dicen los jóvenes que eso es ya cosa de viejos), Twiter, Instagram, etc., me pregunto si tiene un significado el hecho de visitar, más allá de un contacto comercial, de captación de clientes, o del médico cuando el paciente no se puede mover de la cama.
Después de empaparnos del evangelio de este día hay que preguntarse a qué me mueve el “movimiento” de María visitando a Isabel. Y si realmente, el hecho de visitar, tiene un significado en mi vida.
Hay gente ahí fuera esperando una visita, de persona a persona.
Hay mucha necesidad de abrazos y de afecto, que no se solucionan con emoticonos y fotos con preciosos textos de buenas intenciones en el móvil.
Hay sed de escucha, en las alegrías y en las penas; para las primeras habrá un café o una cerveza y, para las segundas, además, un hombro y un pañuelo para enjugar lágrimas.
Hay enfermos crónicos que al inicio de la enfermedad seguro que tuvieron gente que les visitó, pero cuando la postración es larga, la soledad embarga.
Hay demasiados ancianos que viven demasiado solos, que su puerta nunca se abre para recibir porque nadie se acerca a ser recibido.
Hay muchas personas que han llegado traspasando fronteras, huyendo de sus lugares de origen que necesitan ser escuchados, recibidos, alentados, etc.
Recuerdo aquí lo que nos enseñaban en la catequesis sobre las Obras de Misericordia; dos de ellas se refieren al hecho de “visitar”: visitar a los enfermos y visitar a los presos.
El estado tiene una responsabilidad ineludible en la atención a las necesidades de quienes necesitan determinados servicios que ayuden a mejorar las condiciones de vida de quienes lo necesitan, por edad, enfermedad, etc. Eso es incuestionable. También las ONG’s, fundaciones, e instituciones benéficas tienen un papel importante en dicha atención.
Pero visitar… es otra cosa. Es una labor personal, individual. Es un estar atentos a detalles de la vida cercana, del entorno. Visitar no cuenta en las estadísticas. Es una acción muy silenciosa que no requiere estructuras organizativas, ni contractuales.
María fue. Podía no haber ido. Isabel, mayor y preñada, seguramente estaba bien atendida. Pero María fue. A estar. A escuchar. A compartir.
Mari Paz López Santos
(2) y (3) Del libro: ¿QUÉ QUIERE DIOS QUE YO QUIERA? Magnificat siglo XXI” Mari Paz López Santos
… Tú me me dominas, oh Dios, dador del aliento y del pan
margen del mundo, vaivén del mar
de vivos y muertos Señor;
Tú en mí ligaste mis huesos y mis venas, sujetaste mi carne,
después -con qué temor-, casi deshecho,
me rehiciste: ¿y vuelves a tocarme de nuevo?;
siento otra vez tu dedo y otra vez te compruebo.
***
Te admiro, Señor de las mareas,
del Antiguo Diluvio, del ocaso del año;
del flujo y del reflujo de las olas del mar,
de las costas del mundo y el espigón del muelle
calmando, conteniendo el océano de una mente agitada;
cimiento del ser y su roca: Dios todo lo sujeta,
Rey detrás de la muerte,
con un poder atento pero oculto,
que presagia aunque espera.
*
Gerard Manley Hopkins
***
Gerard Manley Hopkins (Strafford, Londres. 1844 – Dublin, 1889) fue un poeta, dibujante, pintor y compositor musical. Se convirtió del anglicanismo al catolicismo en 1866 y, dos años más tarde, entró en la Compañía de Jesús. Tras ejercer su apostolado en diferentes lugares, acabó su vida como catedrático de latín y giego en la universidad de Dublín. Destruyó, al hacerse jesuita, su obra poética anterior y se prohibió a sí mismo escribir, si no fuera por mandato explícito de sus superiores. Volvió a escribir diez años después. Buscó intensamente a Dios a través de la belleza y de la contemplación de la naturaleza. Introdujo en la escritura nuevos recursos estilísticos e innovadoras estructuras métricas. Se le considera uno de los mejores poetas en lengua inglesa. No se publicó casi nada hasta treinta años después de su muerte. Influyó poderosamente en la poesía de Auden, Waley o Eliot, y en los músicos Britten o Barber, asi como en en el poeta y jesuita navarro Angel Martínez Baigorri.
***
Imagen principal PIERRE ET GILLES – Pierre Commoy (1950) et Gilles Blanchard (1953), Dans le port du Havre (Modèle : Frédéric Lenfant), 1998,
La reflexión de hoy es de Jim McDermott, un escritor independiente de Nueva York.
Las lecturas litúrgicas de hoy para el decimonoveno domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.
Durante la Cuaresma, volví a ir a la iglesia después de un tiempo de ausencia. Aprendí con los años que, a veces, cuando evito la misa es porque hay algo allí con lo que no quiero lidiar, algún dolor o herida o tal vez una verdad que me espera.
Las primeras dos semanas me trajeron un par de sorpresas felices: momentos de la misa que, por lo general, me dicen mucho, pero que había olvidado. No sé exactamente qué es, pero la presentación de los dones, el levantamiento del cáliz y la patena siempre me brindan mucho alivio.
Sin embargo, con el tiempo, el terreno se volvió más duro: homilías narcisistas, elecciones musicales que no parecían interesadas en lo que la comunidad podía cantar o para lo que estaba allí. El malestar y el desprecio comenzaron a instalarse.
Entonces, un domingo por la noche, en la misa, cuando todos esos problemas comenzaron a aparecer nuevamente, noté algo en la iglesia: una vidriera. No tenía nada de inusual. Era el típico mosaico colorido de un santo. Simplemente, me pareció bonito. Y me hizo mirar a mi alrededor y notar otras cosas en la iglesia: la forma en que la luz del sol caía sobre la sala; las miradas en los rostros de ciertas personas; el fresco en el techo.
De repente, fue como si hubiera dos de mí: el adulto que se sentía atrapado en su asiento, cada vez más frustrado; y el niño que estaba felizmente asimilando las cosas, completamente ajeno a lo que hacían los adultos. Fue una especie de revelación descubrir esa otra parte de mí, recordar que tengo una forma completamente diferente de relacionarme con Dios en la iglesia que puede ser bastante nutritiva incluso si encuentro que algunas cosas que suceden son perturbadoras.
En el Evangelio de hoy escuchamos a Jesús decir que él es “el pan que bajó del cielo”. Fue una afirmación impactante en ese momento, una de las muchas que indignaron tanto a las personas religiosas que realmente querían ver a Jesús muerto. Hoy en día creo que luchamos más a menudo con el problema opuesto: las palabras de Jesús nos resultan tan familiares que no significan gran cosa, o parecen tan totalmente contrarias a nuestra experiencia vivida de la iglesia, a la hostilidad que a menudo encontramos allí o a la ansiedad que sentimos los que somos homosexuales al ir a misa o al tratar con otras personas religiosas (¿cómo nos tratarán? ¿cómo hablarán de nosotros?), que la autodescripción que Jesús hace de sí mismo como si nos ofreciera sustento parece representar alguna otra realidad distante.
Pero últimamente me pregunto si incluso en medio de la ansiedad o la frustración que a veces podemos sentir en la iglesia todavía es posible para nosotros experimentar el alimento que ofrece Jesús un domingo. Y una lectura más atenta de lo que dijo Jesús sugiere que tal vez me he equivocado al suponer que es una cosa o la otra. “El pan que descendió del cielo” es una alusión al maná que Dios proporcionó a los israelitas cuando vagaban por el desierto (lo que hicieron durante 40 años). La promesa que Jesús nos ofrece no es la de alimentarnos cuando estamos sentados en la mesa de un amigo, sino precisamente cuando estamos solos preguntándonos dónde estamos y qué estamos haciendo.
A veces la gente se queja de la forma de la hostia eucarística. Se pega al paladar y casi no parece pan de verdad. Pero esa forma es intencional. Se supone que nos recuerda el maná y la promesa específica que Jesús nos hace, no estar ahí solo en tiempos de abundancia sino en tiempos difíciles, cuando estemos necesitados.
Quiero que la iglesia cambie. Quiero que nos sintamos bienvenidos y seguros. Quiero que no se nos trate como chivos expiatorios convenientes o enfermos, sino como una bendición, como una familia amada. Pero, aunque lucho con el hecho de que todavía no hemos llegado a ese punto, ni siquiera cerca de llegar, ¿puedo acceder al niño que llevo dentro, que tiene un punto de vista tan diferente sobre las cosas, que puede deleitarse con la forma en que brilla el pan de oro en un fresco, el vaivén de las llamas en las velas votivas, la forma en que el lector cuenta la historia de Elías en el desierto?
¿Podría haber todavía una comida esperándonos incluso en este desierto?
Comentarios desactivados en Jesús es el pan vivo, la transparencia de Dios…
La transparencia, Dios, la transparencia.
Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.
Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
*
Juan Ramón Jimenez
Dios en la poesía atual. B.A.C., Madrid, 1970
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían:
– “No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”
Jesús tomó la palabra y les dijo:
– “No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”
*
Juan 6,41-51
***
La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico… es la historia de la vida de cada día que llena los periódicos y las pantallas de los televisores […]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible.
¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han encontrado por el camino […] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo.
*
H. J. M. Nouwen, La fuerza de su presencia,
Brescia 52000, pp. 82ss).
Comentarios desactivados en Escuchar la voz de Dios en la conciencia. 19 Tiempo ordinario – B (Juan 6,41-51)
Jesús se encuentra discutiendo con un grupo de judíos. En un determinado momento hace una afirmación de gran importancia: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre». Y más adelante continúa: «El que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí».
La incredulidad empieza a brotar en nosotros desde el mismo momento en que empezamos a organizar nuestra vida de espaldas a Dios. Así de sencillo. Dios va quedando ahí como algo poco importante que se arrincona en algún lugar olvidado de nuestra vida. Es fácil entonces vivir ignorando a Dios.
Incluso los que nos decimos creyentes estamos perdiendo capacidad para escuchar a Dios. No es que Dios no hable en el fondo de las conciencias. Es que, llenos de ruido y autosuficiencia, no sabemos ya percibir su presencia callada en nosotros.
Quizá sea esta nuestra mayor tragedia. Estamos arrojando a Dios de nuestro corazón. Nos resistimos a escuchar su llamada. Nos ocultamos a su mirada amorosa. Preferimos «otros dioses» con quienes vivir de manera más cómoda y menos responsable.
Sin embargo, sin Dios en el corazón quedamos como perdidos. Ya no sabemos de dónde venimos ni hacia dónde vamos. No reconocemos qué es lo esencial y qué lo poco importante. Nos cansamos buscando seguridad y paz, pero nuestro corazón sigue inquieto e inseguro.
Se nos ha olvidado que la paz, la verdad y el amor se despiertan en nosotros cuando nos dejamos guiar por Dios. Todo cobra entonces nueva luz. Todo se empieza a ver de manera más amable y esperanzada.
El Concilio Vaticano II habla de la «conciencia» como «el núcleo más secreto» del ser humano, el «sagrario» en el que la persona «se siente a solas con Dios», un espacio interior donde «la voz de Dios resuena en su recinto más íntimo». Bajar hasta el fondo de esta conciencia, para escuchar los anhelos más nobles del corazón, es el camino más sencillo para escuchar a Dios. Quien escucha esa voz interior se sentirá atraído hacia Jesús.
Comentarios desactivados en “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. Domingo 11 de agosto de 2024. Domingo 19º de tiempo ordinario
De Koinonia:
1Reyes 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el monte de Dios. Salmo responsorial: 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Efesios 4,30-5,2: Vivid en el amor como Cristo. Juan 6,41-51: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.
La narración del primer libro de los Reyes está sumamente cuidada y llena de detalles que hacen de esta simple huida algo más profundo y simbólico. Para empezar, las alusiones al desierto, a los padres, a los cuarenta días y cuarenta noches de camino, al alimento, al monte de Dios, son demasiado claras y numerosas como para no reconocer en el camino de Elías el camino inverso al que realizó Israel en el éxodo. No se trata sólo de una huida; también hay una búsqueda de las raíces que terminará en un encuentro con Dios. También los grandes héroes como Elías y Moisés (cf. Num 11,15) han sentido nuestra debilidad. Elías, desanimado del resultado de su ministerio huye porque «no es mejor que sus padres» en el trabajar por el reino de Dios y es mejor reunirse con ellos en la tumba (v.4). Cuando el hombre reconoce su debilidad, entonces interviene la fuerza de Dios (2Cor 12,5.9). Con el pan y el agua, símbolos del antiguo éxodo, Elías realiza su propio éxodo (símbolo de los cuarenta días, v.8) y llega al encuentro con Dios. Tal como está narrado este episodio de Elías nos habla del camino, de los empeños, de las tareas demasiado grandes para hacerlas con las propias fuerzas y de la necesidad de caminar apoyados en las fuerzas del alimento que nos mantiene.
La segunda lectura es la continuación de esta exhortación apostólica que desciende a detalles hablando de aquello que el cristiano debe evitar (aspecto negativo) o debe hacer (aspecto positivo). Así, el cristiano puede trabajar en la edificación de la iglesia y no entristecer al Espíritu rompiendo la unidad (4,25-32a; 4,3). Este modo de vivir encuentra su fundamento en aquello que Cristo ha realizado o el Padre ha cumplido por Cristo. Vivir de manera cristiana y vivir en el amor como Cristo y el Padre (cf. Mt 5,48). Como el Padre perdona, así debe hacer el cristiano (v. 32b); Mt 6,12.14-15). Como Cristo ama y se dona en sacrificio, así hace el cristiano. La unidad es fruto del sacrificio personal. El tema de la imitación de Dios, consecuencia y expresión de ser hijos suyos, revela la referencia evangélica de esta exhortación de Efesios (cf. Mt 4,43-48). El Espíritu es el elemento determinante del comportamiento cristiano. En línea con otros pasajes paulinos sobre el Espíritu, en éste su recepción se vincula (indirectamente) al bautismo y se le considera como sello/marca que identificará en la parusía a cuantos pertenecen a Cristo.
El evangelio de Juan que hoy leemos comienza con el escándalo que se produce en los judíos porque Jesús se equipara al pan; pero más aun porque dice que ha “bajado del cielo”. Para ellos esto no tiene explicación, puesto que conocen a Jesús desde su infancia y saben quiénes son sus padres. Para ellos su vecino Jesús, visto en su sola dimensión humana, no guarda relación alguna con las promesas del Padre y con su proyecto de justicia revelado desde antiguo.
Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver más allá de la dimensión humana de Jesús, para dar a conocer la dimensión que encierra la persona y la obra del Maestro. En primer lugar, la adhesión a Jesús es obra también de Dios; es él mismo quien suscita la fe del creyente y lo atrae a través de su hijo.
Conocer a Jesús es apenas un primer paso en el cual se encuentran sus paisanos; pero adherir la propia fe a él es el siguiente paso, que exige un despojarse totalmente para poder encontrar en él el camino que conduce al Padre. Sólo este segundo momento permite descubrir que Dios se está revelando en Jesús tal cual es; esto es, un Dios íntimamente comprometido con la vida del ser humano y su quehacer.
Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su ciclo de vida no se quede sólo en lo material.
Así pues, el conocimiento y aceptación de la propuesta de Jesús alimenta esa dimensión trascendente del ser humano, que es la entrega total y absoluta a la voluntad del Padre; y la voluntad del Padre no es otra que la búsqueda y realización de la Utopía de la Justicia en el mundo en todos los ámbitos (Reinado de Dios), para que haya «vida abundante para todos» (Jn 10,10). Leer más…
Comentarios desactivados en 11.8.24. Dom 19 TO. Elías y Jesús, con Benedicto XVI. Bajar del monte, compartir la vida
Del blog de Xabier Pikaza:
La eucaristía vincula este domingo a Elías con Jesús no sólo por los motivos normales del juicio de Dios y la transfiguración, sino por las curaciones y el pan compartido. Que todos puedan comer, que haya, dignidad y amor para todos.
En ese contexto, a modo de contrapunto, quiero citar y comentar unas famosas palabras de J. Ratzinger que, sorprendido por la poderosa protesta de la juventud universitaria del año 1968, anunciaba la llegada de unos tiempos duros de rechazo y minorías elitistas en la Iglesia.
| Xabier Pikaza
La eucaristía de este domingo vincula a Elías con Jesús no sólo por los motivos normales del juicio de Dios y de la transfiguración, con las curaciones y el pan compartido, sino con una más honda misión y presencia de vida y paz a favor de la salvación de muchos, si es que los “elegidos “bajan (bajamos) del monte..
En ese contexto, a modo de contrapunto, quiero citar y comentar unas famosas palabras de J. Ratzinger que, sorprendido por la poderosa protesta de la juventud universitaria del año 1968, anunciaba la llegada de unos tiempos duros de rechazo y persecución de la Iglesia. Sobotta me contó el miedo que habia pasado Ratzinger ante la protesta de algunos que habían entrado en el aula, la forma en que le ayudó y sacó del peligro K. Lehman, su ayudante, después Cardenal de Mainz y gran teólogo, etc.
1 Rey 18
1Reyes 19,4-8
En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: “¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!” Se echó bajo la remata y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!” Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: “¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.” Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.´´
(sigue):´. 9 Allí se introdujo en la cueva y pasó la noche … Pasó entonces Yavé por la boca de la cueva…13Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva. Le llegó una voz que le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?», 14y él respondió: «Ardo en celo por el Señor, Dios del universo, porque los hijos de Israel han abandonado tu alianza, derribado tus altares y pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para arrebatármela».
15Le dijo el Señor: «Vuelve a tu camino en dirección al desierto de Damasco. Cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, 16rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá…8Dejaré un resto de siete mil en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron…
Juan 6,41-51
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: “No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” Jesús tomó la palabra y les dijo: “No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi cuerpo para vida de los hombres.
Comparación general entre Elías y Jesús
Elías, profeta del pan, se queja ante Dios diciendo… que han matado a todos los profetas, que queda a solas… Por eso sube al monte de Dios (Horeb) dispuesto a morir…
Pero Dios no se muestra como vengador violento (huracán, terremoto, fuego) sino como brisa suave de vida, diciéndole que vuelva… Que hay muchos que no no han inclinado la rodilla ante Baal, que comience su nueva tarea, no sólo en Israel, sino en el entorno de Siria… una tarea social y política, una tarea religiosa de regeneración, simbolizada por el pan.
Jesús es el profeta del pan de las multiplicaciones… Ha venido a dar su propia vida, su propia carne al servicio de los demás… Uno quieren ungirle rey (porque quieren que se dé mucho pan material),otros le abandonan y quieren perseguirle, pero él sigue ofreciéndoles su carne, esto es su vida… Queda con pocos, las mayoría de los galileos que le han seguido se marchan porque no quieren su mesianismo, su iglesia, su futuro de reconciliación.
Conversión de Elías: Del Carmelo al Horeb.
Elías empezó siendo una figura violenta y la tradición israelita le vincula con al sacrificio del Carmelo, donde debía decidirse la identidad del Dios israelita y su diferencia respecto a los baales de la tierra palestina (cf. 1 Rey 18). Hubo un juicio de Dios, una ordalía, con el fuego de Dios, hecho rayo. Elías vence y manda matar a los profetas de Baal, degollados junto al río.
«Elías dijo: respóndeme, oh Yahvé; respóndeme, para que este pueblo reconozca que tú, Yahvé, eres Dios, y que tú haces volver el corazón de ellos. Entonces cayó fuego de Yahvé, que consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo; y lamió el agua que estaba en la zanja. Al verlo toda la gente, se postraron sobre sus rostros y dijeron: ¡Yahvé es Dios! ¡Yahvé es Dios! Entonces Elías les dijo: ¡Prended a los profetas de Baal! ¡Que no escape ninguno de ellos! Los prendieron, y Elías los hizo descender al arroyo de Quisón, y allí los degolló (1 Rey 18, 37-40).
Pero ese recuerdo de muerte, que ha marcado con dureza la historia posterior del judaísmo (y del mismo cristianismo), ha sido recreado (transformado) por la experiencia de la conversión de Elías, en el monte Horeb, donde él subió, como nuevo Moisés, para dialogar con Dios, buscándole ante todo como huracán, terremoto y fuego. Él se había opuesto por muchos años a los cultos de Baal, pero un día tuvo que darse por vencido: parecían haber fracaso sus esfuerzos y su lucha. Por eso quiso presentarse ante su Dios y emprendió el camino del Horeb, para morir en la presencia del Señor, que había querido hacerle su profeta.
El camino era duro y en medio de la marcha invocó la muerte: «¡Basta ya, oh Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no soy mejor que mis padres! Se recostó bajo una retama y se durmió (para morir)» (1 Rey 19, 4-5). Pero Dios no respondió a la llamada de la muerte: no quiso acogerle en medio de la marcha y del cansancio, sino que le ofreció comida para que siguiera en su camino. Así siguió caminando hacia la montaña de Dios, cuarenta días y cuarenta noches.
«Allí se metió en la cueva, donde pasó la noche. Y he aquí que vino a él la palabra de Yahvé, que le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías? Y él respondió: He sentido un vivo celo por Yahvé, Dios de los Ejércitos, porque los hijos de Israel han abandonado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Yo solo he quedado, y me buscan para quitarme la vida» (1 Rey 19, 9-10).
Elías quiere justificarse: ha venido ante Dios para pedirle cuentas y ahora está allí los dos, frente a frente: Elías, el hombre del fuego de Dios (cf. 1 Rey 18, 38-39; 2 Rey 1, 10.12) y el Dios que parece haberse olvidado de su fuego. Pero entonces Dios le manda que ponga en pie y que vea, que sienta, que discierna:
«Un grande y poderoso huracán destrozaba las montañas y rompía las peñas delante de Yahvé, pero no Yahvé no estaba en el huracán. Después del viento vino un terremoto, pero Yahvé no estaba en el terremoto. Después del terremoto hubo un fuego, pero Yahvé no estaba en el fuego. Después del fuego se oyó una brisa apacible y delicada. Y sucedió que al oírlo Elías, cubrió su cara con su manto, y salió y estuvo de pie a la entrada de la cueva. Y he aquí, vino a él una voz, y le preguntó: ¿Qué haces aquí, Elías?» (1 Rey 19, 11-13).
Nueva misión de Elías
En un primer momento se ha manifestado el Dios de Elías, que se expresa en los signos de ira y destrucción que él habría imaginado: este es el Dios del huracán, de terremoto y del fuego. Pues bien, éste no era el Dios verdadero, el que ha guiado a los israelitas lo largo de la historia. El verdadero Dos está en la brisa suave, después que han pasado los signos de la teofanía destructora, del volcán y del incendio en la montaña. Éste es el Dios del viento suave, de la brisa de amor, del agua de la vida. Éste es el Dios que le dice a Elías que vuelva, que empiece de nuevo:
«Ve, regresa por tu camino, por el desierto, a Damasco. Cuando llegues, ungirás a Hazael como rey de Siria. También ungirás como rey de Israel a Jehú hijo de Nimsí; y ungirás a Eliseo hijo de Safat, de Abel-Mejola, como profeta en tu lugar… Pues me he reservado en Israel a siete mil hombres que no han doblado las rodillas ante Baal, ni le han besado con sus labios» (1 Rey 19, 15-18).
Allí donde Elías pensaba que todo se hallaba terminado, tiene que volver para empezar de nuevo, poniendo en marcha nuevos caminos de historia en los reinos de Siria y de Israel que estaban enfrentados. Elías, profeta viejo y cansado, en diálogo con Dios sobre el monte del Horeb, vendrá a ser nuevamente mensajero de Dios en medio de la historia.
El primer Dios de Elías debía revelarse a través de los signos de la ira y destrucción que él habría imaginado (como hará más tarde Juan Bautista: cf. Mt 3, 7-12). Pero el nuevo Elías de la Montaña sagrada descubrirá que el verdadero Dios, que ha guiado a los israelitas a lo largo de la historia, es brisa suave de amor creador. Si esta presencia del Dios de Elías la historia de Israel sería incomprensible.
Elías sanador.
Unido a Eliseo, su discípulo, Elías aparece no sólo como profeta del doble juicio de Dios (ordalía del Carmelo, brisa del Horeb; cf. 1 Rey 18-19), sino como profeta popular y carismático carismático, capaz de realizar milagros a favor de los enfermos, incluso más allá de las fronteras de Israel. Así puede decirse que, en conjunto, las historias de Elías y Eliseo (cf. 1 Rey 17-21 y 2 Rey 1-8) son ante todo historias de milagros con enfermos graves, como en el hijo de la viuda de Sarepta:
«Cayó enfermo el hijo de la mujer… y su enfermedad fue tan grave que se le fue el aliento. Entonces ella dijo a Elías: ¿Qué tengo yo contigo, hombre de Dios? ¿Has venido a mí para traer a la memoria mis iniquidades y hacer morir a mi hijo? Y él le respondió: Dame a tu hijo. Lo tomó de su seno, lo llevó al altillo donde él habitaba y lo acostó sobre su cama… y dijo: ¡Yahvé, Dios mío! ¿Incluso a la viuda en cuya casa me hospedo has afligido, haciendo morir a su hijo?
Luego se tendió tres veces sobre el niño… diciendo: ¡Yahvé, Dios mío, te ruego que el aliento de este niño vuelva a su cuerpo! Yahvé escuchó la voz de Elías, y el aliento del niño volvió a su cuerpo, y revivió. Elías tomó al niño, lo bajó del altillo a la casa y lo entregó a su madre… que dijo a Elías: ¡Ahora reconozco que tú eres un hombre de Dios…! » (1 Rey 17, 17-24).
Éste es Elías, profeta del juicio y del fuego (como destacará la tradición de Juan Bautista: cf. Mt 3, 9-12), pero también sanador carismático, que resucita al hijo de una viuda extranjera. Su discípulo Eliseo, fiel yahvista, cura la “lepra” de Naamán, general sirio, enemigo oficial de los israelitas (cf. 2 Rey 5). Éstas y otras narraciones circulaban en tiempo de Jesús y alimentaban la imaginación de muchos piadosos. Por eso, no resulta extraño que los cristianos le hayan visto al lado de Moisés (acompañando a Jesús: cf. Mc 9, 1-9 par) y hayan podido pensar que Jesús llamaba a Elías desde el madero del suplicio (Mc 15, 35-36; cf. Mal 3, 23-24; Eclo 48, 1-11).
Jesús, profeta como Elías, profeta de amor y sanación universal, no de juicio
Ambos están relacionados con el Norte de Israel (más que con Jerusalén) y no son sacerdotes, aunque Elías aparece como instaurador de una nueva sacralidad sobre el Carmelo (1 Rey 18). Jesús es como Elías un hombre celoso por la identidad de Dios (Yahvé, el Señor, es el único…), y al mismo tiempo es un profeta carismático, un profeta “sanador”, también como Elías, con quien se le compara repetidamente (cf. Mc 6, 15 y 8, 28), y de un modo especial en el momento de su muerte (cf. Mc 15, 35-36).
Quizá podemos suponer que Jesús quiso retomar el signo de Elías, que significativamente aparece al final de la Biblia Hebrea que terminaba con la promesa de Malaquías, diciendo que Elías ha de venir para: (a) restaurar a Israel, (b) convertir los corazones de los hijos a los padres y (c) preparar la llegada de Dios (cf. Ml 3, 1-2. 19. 22-24).
Ciertamente, hay rasgos de esa profecía de Malaquías (y de la figura de Elías) que se aplican mejor a Juan Bautista (Ml 3, 1-2. 19), pero los más significativos (Malaquías 3, 22-24), parecen más cercanos a Jesús, que ha venido a reconciliar a los hijos con los padres (=restaurar a Israel), preparando la llegada salvadora de Dios. Es muy posible que tanto Juan* como Jesús se hayan sentido vinculados con Elías, pero lo han hecho en líneas distintas: Juan Bautista esperaba un Elías futuro, de juicio; Jesús, en cambio, supone que el signo de Elías se estaba cumpliendo en su mensaje y en sus signos milagrosos, es decir, en la curación de los enfermos.
Las curaciones de Jesús han surgido de su contacto real con los enfermos, pero ellas se inspiran en las historias de Elías y Eliseo, profetas carismáticos, sanadores de enfermos. No sabemos si Jesús había desplegado previamente capacidades sanadoras (antes de haber ido donde Juan Bautista), aunque podemos suponer que no, pues, de lo contrario, no se entendería bien su estancia ante el Jordán, en la línea del primer Elías. Leer más…
La primera lectura y el evangelio nos hablan de tres clases de pan: el que alimenta por un día (maná), el que da fuerzas para cuarenta días (Elías) y el que da la vida eterna (Jesús).
El domingo pasado, Jesús ofrecía un pan infinitamente superior al del milagro de la multiplicación. Ese pan es él, que ha bajado del cielo. El evangelio de este domingo comienza contando la reacción de los judíos ante esta afirmación. ¿Cómo puede haber bajado del cielo uno al que conocen desde niño, que conocen a su padre y a su madre?
Jesús no responde directamente a esta pregunta. Ataca el problema de fondo. Si los judíos no aceptan que ha bajado del cielo es porque no creen en él. Y si no creen en él, es porque el Padre no los ha llevado hasta él. Esta afirmación tan radical sugiere que todo depende de Dios: solo los que él acerca a Jesús creen en Jesús. Por eso, inmediatamente después se añade: «Dios instruye a todos… pero no todos quieren aprender». Solo el que acepta su enseñanza viene a Jesús, lo acepta, y cree que ha bajado del cielo. Ningún judío puede echarle a Dios la culpa de no creer en Jesús.
La idea de que Dios instruye a todos cabe interpretarla como si fuese un profesor sentado delante de sus alumnos, al que pueden ver. No. A Dios no lo ha visto nadie. Solo el que procede de él: Jesús.
Tras este paréntesis sobre la fe, la acción del Padre y la visión de Dios, Jesús vuelve al tema del pan que baja del cielo, el que da la vida, a diferencia del maná, que no la da. Pero termina añadiendo una afirmación más escandalosa aún: «El pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo». La reacción de los judíos no se hace esperar: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». La solución, el próximo domingo.
En aquel tiempo los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo», y decían: «¿No es este Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?».
Jesús les dijo:
+ «Dejad de criticar. Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo trae, y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y acepta su enseñanza viene a mí. Esto no quiere decir que alguien haya visto al Padre. Sólo ha visto al Padre el que procede de Dios. Os aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo; el que come de él no muere». «Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».
Los judíos discutían entre ellos: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
Tres notas al evangelio
El auditorio cambia. Ya no se trata de los galileos que presenciaron el milagro, sino de los judíos. En el cuarto evangelio, los judíos representan generalmente a las autoridades que se oponen a Jesús. Sin embargo, lo que dicen («conocemos a su padre y a su madre») no encaja en boca de un judío, sino de un nazareno. Esto demuestra que no estamos ante un relato histórico, que recoge los hechos con absoluta fidelidad, sino de una elaboración polémica.
El tema de la fe interrumpe lo relativo a Jesús como pan bajado del cielo, pero es fundamental. Solo quien cree en Jesús puede aceptar eso. Lo curioso, en este caso, es cómo se llega a la fe: por acción del Padre, que nos lleva a Jesús. Normalmente pensamos lo contrario: es Jesús quien nos lleva al Padre. «Yo soy el camino… nadie puede ir al Padre sino por mí». Aquí se advierte, como en todo el evangelio de Juan, la acción recíproca del Padre y de Jesús.
Tras este inciso, Jesús vuelve a contraponer el maná y su pan. En la primera parte (domingo 18), adoptó una actitud muy crítica ante el maná. Cuando los galileos, citando el Salmo 78,24, dicen que Dios «les dio a comer pan del cielo», Jesús responde que el maná no era «pan del cielo»; el verdadero pan del cielo es él. Ahora añade otro dato más polémico: los que comían el maná morían; su pan da la vida eterna.
El pan de Elías (1ª lectura: 1 Reyes 19,4-8).
El siglo IX a.C. fue de profunda crisis religiosa. El rey de Israel, Ajab, se casó con una princesa fenicia, Jezabel, muy devota del dios cananeo Baal. La gente ya era bastante devota de este dios, al que atribuían la lluvia y las buenas cosechas. Pero el influjo de Jezabel y la permisividad de Ajab provocaron que Yahvé dejase de tener valor para el pueblo. A esto se opuso el profeta Elías, denunciando a los reyes y matando a los profetas de Baal, lo que le habría costado la vida si no llega a huir hacia el sur, al monte Horeb (el Sinaí). El viaje es largo, demasiado largo, y Elías se desea la muerte. Un ángel le ofrece una torta cocida sobre piedras; la come dos veces, y con la fuerza de aquel manjar camina cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte en el que tuvo lugar la gran revelación de Dios a Moisés. Este relato se ha usado a menudo en relación con la eucaristía, y por eso se ha elegido para este domingo.
En aquellos días, Elías llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. Él se internó en el desierto una jornada de camino y fue a sentarse bajo una retama, deseándose la muerte y diciendo:
– «¡Ya basta, oh Señor! Quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres».
Luego se acostó y se quedó dormido debajo de la retama. Un ángel le tocó y le dijo:
– «Levántate y come».
Miró en derredor, y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras ardiendo y un vaso de agua. Comió, bebió y luego se volvió a acostar. El ángel del Señor volvió por segunda vez, le tocó y le dijo:
– «Levántate y come, pues te resta un camino demasiado largo para ti».
Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquel manjar caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb.
Tres clases de panes
Las lecturas de hoy sugieren una reflexión.
Antes de la reforma de Pío X, la comunión no era frecuente. Los cristianos más piadosos comulgaban una vez a la semana; normalmente, una vez al mes. La comunión era para ellos como el pan de Elías, que da fuerzas para vivir cristianamente durante un período más o menos largo de tiempo.
Con la reforma de Pío X, a comienzos del siglo XX, se difunde la comunión diaria, aunque no se oiga misa. (Recuerdo de joven, en la iglesia de los franciscanos de Cádiz, la gran cantidad de gente que iba a comulgar en un altar lateral mientras en el altar mayor se decía una misa que muy pocos seguían). Es como el maná, que da fuerzas para ese día, pero conviene repetirlo al siguiente.
El evangelio de Juan nos hace caer en la cuenta de que la eucaristía no solo da fuerzas para un día o un mes. Garantiza la vida eterna. Se comprende que Jesús interrumpa su discurso para hablar de la fe y de la acción del Padre.
La vida eterna en la vida diaria (2ª lectura: Efesios 4,30-5,2)
Se cuenta en el libro del Éxodo que, en la noche de Pascua, los israelitas mojaron con la sangre del cordero el dintel y las dos jambas de la puerta de la casa para que el ángel del Señor, al castigar a los egipcios, pasase de largo ante las casas de los israelitas. Esta costumbre se remonta a los pastores, que al comienzo de la primavera sacrificaban un cordero y untaban con su sangre los palos de la tienda para preservar al ganado de los malos espíritus y garantizar una feliz trashumancia.
El autor de la carta a los Efesios recoge la imagen y la aplica al Espíritu Santo, que nos ha marcado con su sello para distinguirnos el día final de la liberación. Y añade una serie de consejos para vivir esa unidad en la que ha insistido en las lecturas de los domingos anteriores. Sirven para un buen examen de conciencia y para ver cómo podemos vivir, ya aquí en la tierra, la vida eterna del cielo.
Hermanos:
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, que os ha marcado con su sello para distinguiros el día de la liberación. Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor, como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
Podemos comenzar transformando en positivo este versículo: “Bendecid. Solo puede venir a mí quien es atraído por el Padre”.
El seguimiento de Jesús no tiene su origen en nosotras, la iniciativa primera es de Dios. Es Dios quien atrae, quien despierta la sed, quien suscita el deseo… Nuestra parte está en ese ir a Jesús, acercarnos y seguirle, escucharle y dejarnos hacer por Él.
Los judíos que le escuchaban le criticaban porque creían saber quién era, de dónde venía, quiénes eran sus padres… Pero parece que Jesús les pide que vayan más allá, que traspasen ese muro de creer saberlo todo… y se dejen acariciar por el regalo de la novedad de su amor.
Juan, en esta parte del Evangelio, nos propone recordar a los israelitas que, al poco de huir de Egipto, en Éxodo 16, se quejan a Moisés y a Aarón por no tener qué comer.
También se nos invita hoy a mirar nuestras críticas y nuestras murmuraciones. En la Iglesia nos es muy fácil criticar a otras personas que no siguen a Cristo como nosotras, que oran de diferentes maneras, que tienen otros compromisos y otra forma de expresar su fe… Ojalá, cuando lo hagamos, escuchemos a Jesús diciéndonos: todas las personas que vienen a mí han sido atraídas por el Padre. Quizás comencemos a sentirnos realmente hermanadas, nos alegremos al descubrir la riqueza de las seguidoras de Cristo…
Cuando era adolescente, discutía mucho con mi hermano y luego iba quejándome a nuestra madre. Ella intentaba calmarme y me decía: “Pero, ¿por qué discutís tanto? ¡Si en el fondo sois los dos iguales!”. No le entendía nada. Luego me he dado cuenta “de mayor” que nos pasa lo mismo… Nos molesta y criticamos a las demás personas pero, en el fondo (nos guste o no), nos parecemos muchísimo… Hemos sido creadas a imagen y semejanza de Dios, ¿no?
Comentarios desactivados en Si vivimos la misma vida de Dios, somos ya eternos.
DOMINGO 19º (B)
Jn 6,41-52
Seguimos en el c. 6 de Juan. Aumenta la tensión entre los judíos y Jesús. A medida que Jesús va profundizando en la enseñanza y ellos creen entender lo que quiere decir, se hace más insoportable su mensaje. La propuesta sigue siendo la misma, pero va apareciendo la enorme diferencia que existe entre lo que ellos han aprendido y lo que Jesús les quiere transmitir. El balance final es desolador; de los cinco mil quedaron doce, y uno es Judas.
Lo criticaban porque había dicho: yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Bajar del cielo es una de las claves para comprender a Jesús en este evangelio. Se trata de una metáfora que no podemos entender literalmente, Dios está en todo. Siguen las alusiones al AT. “Criticaban” es el mismo verbo que la versión de los LXX utiliza para hablar de las murmuraciones en el desierto. Los israelitas murmuraron contra Moisés en el desierto por no darles de comer como comían en Egipto. Les recuerda que el pueblo estuvo contra Moisés en los momentos difíciles. Aquellos no confiaron en Moisés y estos no confían en él.
¿No es este el hijo de José? En los sinópticos, hacen el mismo comentario los vecinos de su pueblo. El mayor obstáculo para acercarse a Jesús, es conocerlo demasiado bien. Lo mismo puede pasarnos a nosotros, creemos conocer a Jesús y nos quedamos en ayunas. Para su mentalidad la lógica es aplastante. Si es hijo de José, no puede ser hijo de Dios. Hoy apreciamos el ridículo que supone contraponer la paternidad de Dios a la de José, seguimos en la misma contradicción. Jesús no puede ser hijo de José, porque es hijo de Dios. Son realidades de naturaleza distinta. Hemos caído en la trampa solo que al revés.
Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae. Se trata de una expresión clave en el evangelio de Juan. Dios nos empuja siempre desde dentro. Más de 90 veces hace Juan referencia al Padre. Nuestro concepto de padre tenemos que cambiarlo por el de principio, origen, fundamento, germen, comienzo, razón de ser, realidad última. La última realidad no se puede expresar con palabras ni con imágenes, por eso encontramos en los evangelios tantas aparentes contradicciones. El mismo Jesús dice en otro lugar: “Nadie va al Padre si no es por mí”. Para entenderlo, tenemos que ir más allá de los contrarios.
Y yo lo resucitaré el último día. Debemos tener mucho cuidado con esta frase. Lo que normalmente hemos entendido por resurrección no sirve para descubrir el sentido que aquí quiere darle el evangelio. Es una manera de decir que está tratando de una Vida, a la que no afecta la muerte. “Hemos pasado de la muerte a la vida, lo sabemos porque amamos a los hermanos”. La Vida definitiva tiene también un alimento trascendente. Ese alimento tiene el mismo origen que tiene esa Vida: Dios. “El último día” esa Vida permanecerá idéntica a hoy. La Vida definitiva ya está en nosotros, solo espera ser activada.
Serán todos discípulos de Dios. También Jesús es discípulo, el mejor; por eso puede ser a la vez maestro. Ir a Jesús, ir al Padre es conocerlos, no por vía racional, sino por vía vivencial. La fe es actitud vital y no asentimiento a verdades teóricas. “Esta es la salvación, que te conozcan a ti, único Dios verdadero y a tu enviado, Jesucristo”. Solo la persona que ha tenido experiencia de Dios, puede comprender lo que otra diga de Él. Ellos estaban incapacitados para comprender a un Dios que está al servicio del hombre. Para ellos Dios es el Soberano, el Señor. La única relación que cabe con Él es un servilismo de toma y da acá.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, pero murieron. Una nueva referencia al maná para dejar clara la diferencia. El maná alimenta el cuerpo que tiene que morir. Jesús alimenta el espíritu, dando una Vida a la que no afecta la muerte. Esa es la diferencia. La expresión “pan de Vida” no se encuentra en ninguna otra parte de la Biblia; eso indica la originalidad de Juan. La VIDA (con mayúsculas) es el tema fundamental del evangelio de Juan. Se trata de la misma Vida de Dios. Más adelante nos dirá: “El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre”. Se trata de la VIDA que es el mismo Dios.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que come este pan vivirá para siempre. Jesús es alimento de la verdadera Vida. Este es el mensaje de Juan. Dios lo es todo para Jesús, y seguirá siéndolo todo para los vivan la misma Vida que vivió Jesús. Debemos tener claro que Jesús no puede suplantar en ningún momento a Dios. En este capítulo, más de quince veces se hace referencia a Dios, para dejar claro que el verdadero protagonista es Él, no Jesús. Ya en las primeras comunidades se pasó del Jesús que predica a Dios y su Reinado, al Cristo predicado. En Juan se ve claro este paso.
El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo. No pueden comprender que su Dios se pueda manifestar en la carne. Recordemos que “carne”, para los judíos, era el mismo ser humano, pero en su aspecto más bajo; lo que le hacía limitado y contingente; aquello por lo que le venían todos sus “males”: dolor, enfermedad, muerte… Es tal vez la afirmación más rotunda sobre la encarnación en todo el NT. Para ellos, Dios era lo contrario de cualquier limitación. Para ellos un Dios-carne, un Dios ‘limitado’ es inaceptable. Jesús quiere hacerles ver que no hay contradicción, el Espíritu se manifiesta siempre en la carne.
La grandeza de la carne consiste en que está informada por el Espíritu sin dejar de ser carne. Desde ahora, solo se puede encontrar al verdadero Dios en la realidad material, no en alguna parte fuera de ella y en el Hombre. Esa diferencia radical es la que trata de manifestar el evangelio de Juan. Pensemos en el diálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo”. “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es Espíritu”. La carne es neutral; puede ser la base de lo más bajo y de lo más sublime. Nuestro error es pensar que para acercarse a Dios hay que alejarse de la carne.
Después de dos mil años, seguimos sin comprenderlo. Un Dios involucrado en la carne sigue siendo inaceptable para nosotros. Por eso hemos descarnado la persona misma de Jesús corvirtiéndolo en Cristo. La Escritura dice con toda claridad que el Verbo se hizo carne, pero nosotros nos empeñamos en decir que la carne se hizo Dios. El Dios identificado con la carne no interesa a nadie, y menos a los dirigentes, porque hace imposible la manipulación de los intermediarios. Pero es inaceptable también para los cristianos de a pie, porque nos permite la relación intimista que no pasa por el encuentro con los demás.
Hemos convertido la eucaristía en cosa sagrada, olvidándonos de que es signo de la unidad y del amor. El fin de la eucaristía es descubrir que todo ser humano es sagrado, haciéndole objeto de nuestra adoración. Cada vez que nos arrodillamos ante Dios, estamos creando un ídolo. Dios no es objetivable. Cuando me arrodillo estoy poniendo a Dios de rodillas ante mi falso yo, que intento potenciar. Seguimos empeñados en convertir el pan en Jesús, pero el evangelio dice que Jesús se convierte en pan. No tengo que adorar a Jesús, convertido en pan sino convertirme yo en pan y ser de provecho para todo el que me coma.
Estamos acostumbrados a las grandes síntesis teológicas de Juan; a su empeño en poner en boca de Jesús palabras que en realidad son suyas (de Juan), lo que nos impide saber si alguna vez Jesús dijo esas cosas. No obstante, la idea que recoge el texto de hoy es preciosa y vamos a tratar de desarrollarla brevemente.
Somos caminantes. El libro del Éxodo es una excelente metáfora de nuestra vida: “Desde la cómoda esclavitud de nuestras pasiones, por el desierto de la vida hacia la casa del Padre”. Y es cierto que podemos decidir no caminar, o que, cansados, decidamos quedarnos en algún albergue confortable del camino, pero si decidimos seguir adelante, necesitaremos alimento para reponer las fuerzas.
Unos buscan ese alimento en los sacramentos, en la liturgia, en los ritos. Otros lo buscan en su interior; en la oración, en el silencio, en la meditación. Otros en la propia comunidad de creyentes… Y la experiencia nos dice que todo esto es eficaz, y que nos alimenta, pero lo que aquí dice Juan es que el pan es Jesús mismo: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si uno come de este pan vivirá para siempre…»
Tratando de descifrar el simbolismo de estas expresiones, podemos pensar que nuestro pan, nuestro alimento, es el propio Jesús, su praxis, sus criterios, su proyecto colosal, y esto significa que nos alimentamos cuando perdonamos, cuando compadecemos, cuando damos de comer, cuando trabajamos por la paz y la justicia… Porque el compromiso con el Reino genera un círculo virtuoso que se alimenta a sí mismo, y así, cuanto más compromiso asumimos, mejor alimentados estamos para comprometernos más.
Y, lógicamente, podemos dudar del acierto de esta interpretación, pero tiene a su favor dos factores que casi podríamos calificar de empíricos. El primero viene de fuera de nosotros, pues vemos que las personas que han decidido apostar sin reservas por los criterios del Reino lo hacen cada vez con mayor fuerza y convencimiento. La segunda la encontramos dentro de nosotros, pues cuando actuamos de este modo notamos que nuestro ánimo se conforta y nos sentimos mejor.
Ahora bien, si esto es así, es decir, si es la acción lo que nos alimenta ¿para qué sirven la oración, los sacramentos, el silencio…? Pues siguen siendo cruciales porque evocan al Espíritu, y como decía Ruiz de Galarreta: «El camino de seguir a Jesús no es sin más una decisión humana, sino una obra del Espíritu; del viento de Dios en nosotros».
Miguel Ángel Munárriz Casajús
Para leer un artículo de José E. Galarreta sobre un tema similar, pinche aquí
Comentarios desactivados en La salvación como pan repartido y compartido.
Jn 6, 41-51
El lenguaje del evangelio de Juan es, sin duda, difícil de entender para la gente que habitamos el siglo XXI porque tiene conceptos e imaginarios que están ya muy lejos de nuestra cosmovisión y de nuestros referentes religiosos. Sin embargo, cuando intentamos traducir sus conceptos y categorías descubrimos que trasmite un mensaje hondo y de gran sensibilidad.
El relato de hoy nos sitúa en uno de los grandes títulos que el Evangelio da a Jesús: Pan de vida. Después de la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-13), el evangelio desarrolla un extenso diálogo entre Jesús y los presentes sobre el significado del signo que ha realizado. En él se van entrelazando el recuerdo de la memoria liberadora del éxodo, que Israel atesoraba como signo del cuidado y protección que Dios había manifestado con él, y la nueva oferta salvadora que Jesús anuncia y encarna (Jn 6, 28-40).
El maná en el desierto recuperó la vida del pueblo, ahora Jesús, es el nuevo pan que Dios envía y lo hace ya no de forma puntual e histórica sino encarnada en la vida y la palabra de Jesús.
«¿No es este Jesús, el hijo de José?»
Las comunidades que dieron a luz este evangelio vivieron conflictos importantes, se sintieron amenazadas en algunos momentos y necesitaron esforzarse por llegar a consensos que les permitiesen hacer camino como grupo en su fe en Jesús y no perder la comunión con otras comunidades que tenían sensibilidades diferentes.
El texto de este domingo tiene en su trasfondo esta realidad y en él se vislumbra con claridad las dificultades experimentadas con los grupos judíos que no reconocían el mesianismo de Jesús y estaban lejos de entender su mensaje y la entrega de su vida por hacer posible la acción salvadora de Dios. Por eso, Juan recoge la incredulidad de algunos que no podían entender que alguien tan familiar, tan humano pudiese ser portador de un mensaje tan trascendente.
La cotidianeidad, humildad y cercanía de Jesús cuestiona porque, con frecuencia, pensamos que lo de Dios tiene que ser a lo grande. Lo pequeño, lo de la puerta de al lado, lo familiar nos parece que no puede representarlo suficientemente. Eso es lo que pensaron algunos de los paisanos de Jesús cuando le criticaban que se declarara tan familiar con Dios y abriese con su vida un espacio nuevo de salvación.
Jesús, el hijo de José y María, es capaz de ofrecer un nuevo comienzo de liberación, de encuentro con Dios, de esperanza para quien desfallece, de horizonte de futuro. Pero sólo creyendo en Jesús es posible acoger y experimentar la confianza y la vida renovada (Jn 6, 43-50).
Yo soy el pan de la vida
En los versículos anteriores Jesús se había definido a sí mismo como “pan de vida”, una expresión que solo aparece en el evangelio de Juan pero que, sin duda, son el resultado de su reflexión en torno a la celebración de la Eucaristía y de la actualización del recuerdo de las palabras que Jesús pronunció en la última cena.
La expresión “bajado del cielo” traduce ese vínculo profundo entre Jesús y su Abba y su conciencia de ser enviado por él a dar vida y vida en abundancia. Jesús, sale al paso de las críticas de quienes se escandalizan de su osadía al mostrarse tan cercano con el Dios de Israel. Para él, solo quien acoge en confianza su palabra y sus obrar puede entender esa relación, sin embargo, quien no quiere abandonar sus seguridades religiosas tendrá siempre justificaciones suficientes para no creer en la acción salvadora de Dios realizada en Jesús (Jn 6, 43- 46).
Cuando Jesús, en el relato, se identifica como pan de vida, está actualizando en su persona la memoria de la presencia liberadora de Dios entre su pueblo. Yahvé fue pan para el pueblo en el desierto, lo acompañó y lo sostuvo en la prueba (Ex 16, 1-15): Ahora Jesús vuelve a ser ese pan que llena la vida de sentido, que ofrece horizontes de esperanza, que sostiene en la impotencia. Por eso invita a creer en él, a escucharlo, a entender que él entrega la vida para hacer más humano el mundo.
Comentarios desactivados en El alimento y la catequesis.
Domingo XIX del Tiempo Ordinario
11 agosto 2024
Jn 6, 41-51
Uno de los varios glosadores anónimos del cuarto evangelio muestra una particular y reiterada insistencia en presentar la eucaristía como comida de la propia “carne” de Jesús. Mientras el autor original utilizaba la metáfora del “pan de vida” para referirse a la palabra del Maestro como alimento vivificador, este otro glosador más tardío trasciende aquella metáfora -pasando de la «palabra» a la «carne»– en una afirmación que, a pesar de no pertenecer al Jesús histórico, haría fortuna en la historia de la confesión cristiana, llegando a dar lugar a la fórmula de la llamada transubstanciación.
Antes de estas catequesis, nacidas al calor de la euforia de las primeras comunidades y bebiendo probablemente de la práctica de los cultos mistéricos, el mensaje original se refería a Jesús como alimento, pero poniendo el acento en su persona y en su palabra.
A aquellos primeros seguidores les alimentaba la presencia y la palabra de Jesús, exactamente lo mismo que nos sigue alimentando a los humanos en nuestra búsqueda de la verdad. En efecto, lo que nos sostiene y fortalece siempre es la presencia de calidad que nos llega de los otros y la palabra de sabiduría que ilumina, fortalece, consuela y estimula.
La presencia y la palabra nos alimentan porque tienen el poder de despertar nuestra dimensión profunda, situándonos en ella. Es decir, porque nos conectan de manera inmediata con el “alimento” que yace, invulnerable y siempre disponible, en el fondo de todo ser humano.
La catequesis que formula el citado glosador busca “materializar” el alimento, sosteniendo que el discípulo come y bebe nada menos que la misma carne y sangre del Jesús en quien creen. Parece claro que tal formulación catequética es una mera creencia, aunque innecesaria, por otra parte, si lo que se buscaba era reconocer aquello que siempre es alimento para el ser humano en camino.
Comentarios desactivados en La vida eterna no es esta vida eternamente larga. Sería tristísimo
DelblogdeTomásMuro La Verdad es libre:
01.- Levántate y come.
En la primera lectura (1 Reyes) hemos escuchado un momento de la vida del profeta Elías, que vivió en el siglo IX a.C. Por esa época reinaba el rey Ajaz quien -con su mujer Jezabel- pretendían entremezclar el culto a los dioses paganos de Damasco dejando en un segundo plano a Yahvé, Dios de Israel y las tradiciones judías. (Ajaz mandó suplantar el altar del templo de Jerusalén por otro a las divinidades paganas de Damasco. ¿Más o menos como la representación de la última Cena en plan lgbt en la inauguración de los Juegos olímpicos de París?).
En el fondo el problema era una cuestión de tipo religioso, cultural: el rey Ajaz pretendía disolver lo propio, la fe del pueblo judío con las costumbres, modos y dioses extranjeros.
Elías, profeta y hombre libre, critica duramente con energía la postura del rey Ajaz y de su mujer Jezabel. Elías luchó con todas sus fuerzas por el yahvismo, por la propia fe y por la cultura y tradiciones judías. Pero pudo poco por lo que, -como todos los profetas- fue perseguido. Elías huyó hacia el monte Horeb, hasta que cansado y harto de la vida se sentó bajo una retama y se deseó la muerte. Basta, Señor, quítame la vida… que esto no vale la pena…
Pueda que en ciertos momentos esta sea nuestra propia situación. En determinados momentos podemos estar cansados de la vida: de la realidad sociopolítica, de cuestiones más personales, de la misma Iglesia. Y podríamos tener la tentación de Elías o la de Jonás: “Más de lo mismo, no…”, que paren el mundo que me bajo…
Sin embargo Dios le anima a Elías a que siga en la brecha, en la vida: Levántate y come que el camino es superior a tus fuerzas…
Levantarse es una expresión de gran significado en la Biblia, en el NT. Es una de las palabras que se emplean para hablar de resurrección. Jesús levantó a la hija de Jairo, Jesús levantó a Lázaro. Dios levantó a Jesús de la muerte.
Dios por medio del ángel le ofrece a Elías pan y agua.
¿No están sonando ya las campanas de la Eucaristía?
02.- Pan de vida: Carne para la vida del mundo.
El Evangelio de San Juan, al que pertenece este capítulo 6º del pan de vida que venimos escuchando estos domingos, está escrito décadas después de la vida, muerte y resurrección de Jesús.
En el cristianismo naciente, ya a finales del siglo I, comenzaba a desarrollarse una visión espiritualoide de Jesús (gnosticismo) y del cristianismo. Si Jesús era Dios, no podía haber sido hombre. Es una actitud religiosa de origen griego y nada semita (judía) ni cristiana.
De ahí que los judíos murmuraban sobre Jesús al que consideraban únicamente el hijo de José: ¿No conocemos a su padre y a su madre? Si Jesús había sido un hombre de Galilea, de Nazaret, hijo de María y José ¿cómo puede venir del cielo?
Los judíos en la tradición de San Juan no son solamente un pueblo, una etnia, sino que representan el lado negativo de la vida, significan lo opuesto a Jesús. Judío en la tradición de San Juan tiene una coloración negativa. En el párrafo del evangelio de hoy dice que los judíos murmuraban... Lo mismo que los judíos en el desierto criticaron y se rebelaron contra Moisés.
En San Juan Jesús es sarx, ser humano, debilidad como nosotros. La Palabra se hizo carne (sarx), (Jn 1,1)
Sarx significa todo el ser humano desde la perspectiva de ser débil, frágil. Humanamente Jesús era débil (sarx) como nosotros.
San Juan se esfuerza por mostrarnos a Jesús como expresión, como palabra de Dios. Jesús hombre es la palabra de Dios. Lo que Dios quería decir se llama Jesús. El Verbo, la Palabra se hizo hombre concreto (sarx / carne) en Jesús.
Decía algún místico que “en diciendo Jesús, Dios ya no tiene más que decir al ser humano”. Jesús es la última y salvífica palabra de Dios.
El “Yo soy” que tantas veces aplica de San Juan a Jesús es una afirmación continua en Jesús como expresión de Dios: Yo soy el agua, el pan, la luz, el camino, la verdad, la resurrección es un continuo decirnos que Jesús es Dios con nosotros…
03.- El que coma de este pan vivirá para siempre.
La vida eterna no es una vida muy larga, “eternamente larga”. Hoy solemos decir que se trata de tener “calidad de vida”. Pero por calidad de vida entendemos casi exclusivamente una buenas funciones orgánicas físicas y, si es posible, mentales. Si la vida eterna y la resurrección es alargar hasta el infinito este estado de cosas, mejor quedarse bien muerto. Esta vida eternamente larga no es la “vida eterna” de Jesús. Osakidetza ayuda a vivir, pero no crea vida eterna.
La resurrección ni fue en Jesús ni será en nosotros una vuelta a esta vida, sino un terminar en la vida de Dios, en el ser, que es difícil de imaginar, pero creemos que es…
Hay muchas dimensiones del ser humano que no mueren sino que viven para siempre. El amor, la amistad, la libertad, todo eso no muere, esa es la vida definitiva, la vida eterna.
Imaginemos por un momento ¿cuándo una persona es libre, querida, feliz, serena, vive en paz? Algo de eso será el cielo, la vida eterna.
No sabemos cómo ni dónde podrán sobrevivir esas dimensiones humanas; desconocemos cuál será su soporte. La ciencia y la teología callan. Y aquí “comienza”, es bueno que comience el pensamiento, la fe y la esperanza, que dan cumplimiento al sentido de la vida.
El pan que os doy es para la vida del mundo, pero no para una vida puramente biológica, sino para que tengáis vida en abundancia.
04 Alimentarse del pan de vida: Levántate y come.
“¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas”, le dice Dios a Elías, y a nosotros.
Levantarse, vivir y comer son cuestiones personales.
Levantémonos -si podemos- de nuestros cansancios, cuando no de nuestras caídas y depresiones en la vida.
Comamos del pan que alimenta el cuerpo y el espíritu.
Dios nos levantará -nos levanta- de la muerte.
El cielo, la vida eterna, no son un lugar
sino una situación, un estado personal de plenitud
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