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El poder levanta la cruz, el carisma es crucificado en ella.

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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crucifijo-san-damiano-estampa-sobre-maderaDel blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01.- Una vez en casa…

      Tras  repetirles a los discípulos que el Mesías iba a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán, Jesús y los suyos vuelven a casa…

      La casa en el Evangelio de San Marcos es la comunidad cristiana, la iglesia.

      Una vez en casa, en la Iglesia, Jesús les pregunta a sus discípulos: ¿De qué  veníais hablando por el camino?

      Si a nosotros nos preguntaran¿De qué vamos hablando por la vida? Seguramente que también nos callaríamos como los discípulos, pues también nuestro interés es quién es el primero, quién es el más importante, con quién importante trato y me codeo en la vida…

        ¿La mayor parte de nuestros temas y de nuestras actitudes son acerca del poder? Poder económico, político, religioso, prestigio social, religioso, etc. Hasta en el ámbito familiar las pequeñas cuestiones de poder juegan un papel  importante…

      También en la Iglesia -por desgracia- el poder tiene una gran vigencia. Muchas de las cuestiones aparentemente dogmáticas, litúrgicas, se sostienen por el humus de poder en el que se apoyan: ¿Quién puede -poder- presidir la Eucaristía? ¿Quién y cómo puede absolver de los pecados? ¿Quién puede -poder- nombrar obispos?, ¿Quién manda en una diócesis, parroquia, etc.?

      Por otra parte -y al mismo tiempo- está el “carrerismo” en la Iglesia. El papa Francisco (creo que con poco éxito) ha tratado y trata de paliar esta ansia de poder de muchos clérigos y jerarcas.

      El poder, el mando tiene un atractivo enorme. Hoy lo mismo que en tiempo de Jesús.

      Es nuestra mentalidad de poder. Estamos en un año olímpico (Paris). El “lema” de las olimpiadas es citius, altius, fortius: Es la manía de verlo todo desde “el más”: el más rápido, más alto, más fuerte,  el mejor, etc…

      La “casa”, la Iglesia es la comunidad de los más débiles, de los más sencillos.

02.- El poder / el carisma

El poder sirve para algunas cosas. Pero no sirve para que los hombres se vuelvan buenos.

El poder no sirve para liberar o sanar la libertad humana, sino sólo para suprimirla. La gracia, en cambio, hace buenos a los hombres y libera la libertad humana. El poder obliga, la gracia ayuda. El poder crea cuarteles o campos de concentración; el carisma edifica comunidad. El poder crea bancos de dinero, el carisma multiplica los panes. El poder impone silencio, el carisma habla hasta con su silencio. El poder sólo es capaz de preservar, el carisma es capaz de transmitir. El poder sospecha siempre, desconfía siempre; el carisma alienta siempre, apuesta siempre.

El poder da la seguridad de la instalación, el carisma se mantiene vivo en la inseguridad de Abrahán. El poder se ama sólo a sí mismo, la gracia ama a los seres humanos. El poder se atribuye carismas, el carisma no se atribuye poderes. El poder suplanta al Espíritu, el carisma transparenta al Espíritu. Y por eso, el poder acaba por levantar la cruz y el carisma acaba por morir en ella. En una palabra: el poder es de este mundo como todos los sanedrines: el carisma es del cielo como Jesús.

03.- El poder sagrado en la Iglesia es el servicio.

        Jesús llama a un niño (que bien podemos traducir por un criado). El niño es símbolo de debilidad, de dependencia. Jesús les dice a los discípulos: el que acoge a uno de estos pobres y sencillos, a mí me acoge.

        El camino para ser grande en la Iglesia no es el nombramiento  que pueda venir de Roma, la vestimenta de colorín, colorado, sino que el camino para vivir en “casa”, en la Iglesia, es la acogida de los más humildes, el servicio sobre todo a los débiles a coger a quien no tiene ni poder ni defensa. El poder en la Iglesia es el servicio.

        Una Iglesia que viva en una búsqueda y dialéctica del poder, no es, está muy lejos de ser la Iglesia de Jesús.

  • Una Iglesia que no escucha jamás a la mayor parte de sus miembros, es decir a los propios curas, a los laicos: catequistas, monitores, voluntarios, etc., es una iglesia totalitaria y está lejos, muy lejos de ser la Iglesia del lavatorio de los pies y se ha re-convertido en una “agencia de servicios religiosos”.
  • El clericalismo se pasa la vida discutiendo lo que puede o no puede (poder), se ha convertido en una clase dirigente, pero está muy lejos de la diaconía, el servicio de Jesús.

Como decía el papa Francisco bien estaría que la Iglesia se pareciese a un hospital de campaña donde se curan las heridas.

Termino con el texto eclesial programático de Jesús:

Los jefes de la tierra tiranizan y oprimen a los suyos … Entre vosotros no puede ser así.El que quiera ser el mayor, ha de ser vuestro servidor. (Mc 10)

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“Pidamos conversión de corazón para entender el camino de Jesús”, por Consuelo Vélez

Domingo, 22 de septiembre de 2024
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IMG_7568De su blog Fe y Vida:

La persecución que Jesús les anuncia a sus discípulos es frutos de su fidelidad a la predicación que realiza

La predicación de Jesús no es aceptada porque los poderosos de nuestro mundo -de ayer y de hoy- no están dispuestos a renunciar a sus privilegios

Es vergonzoso pensar que mientras Jesús les comparte la dificultad que implica la misión, los discípulos están preocupados por quién será el mayor

En la comunidad no debe haber más que servidores, nade de jefes, padres o maestros

Y saliendo de allí, iban caminando por Galilea; él no quería que se supiera, porque iba enseñando a sus discípulos. Les decía:

+ El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará.

Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba:

+ ¿De qué discutían por el camino?

Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quien era el mayor. Entonces se sentó, llamó a los Doce y les dijo:

+ Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos.

Y tomando un niño, le puso en medio de ellos, le estrechó entre sus brazos y les dijo:

+ El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe y el que me reciba a mí, no me recibe a mis sino a Aquel que me ha enviado. (Mc 9, 30-37)

Continua el evangelio de Marcos, con los anuncios de la pasión, en este caso diciéndoles que el Hijo del hombre será entregado, lo matarán, pero resucitará a los tres días. No quiere decir esto que la vida cristiana es una vida de sufrimiento, de dolor, de cruz, de aguante, como tantas veces se dice y se vive. El dolor por el dolor no es redentor, como tampoco lo es la pobreza por la pobreza. La persecución que Jesús les anuncia a sus discípulos es frutos de su fidelidad a la predicación que realiza. En un mundo de injusticia social, de muchas veces, opresión en nombre de la religión, de exclusiones y rechazo a los más necesitados, la predicación de Jesús no es aceptada porque los poderosos de nuestro mundo -de ayer y de hoy- no están dispuestos a renunciar a sus privilegios. De igual manera, porque el egoísmo del corazón humano no deja de hacerse presente y se necesita, la continua conversión, para transformarlo en amor y servicio a los demás.

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Ya en casa, que para Marcos es el lugar de la intimidad, de la enseñanza, de la catequesis, Jesús les pregunta sobre la discusión que los discípulos traían por el camino. Es vergonzoso pensar que mientras Jesús les comparte la dificultad que implica la misión, ellos están preocupados por quién será el mayor. Esta es una de las grandes tentaciones de las religiones. Todas ellas, llamadas al servicio, a la humildad, al desinterés, se ven convertidas, muchas veces, en lugares de ascenso social, de poder ejercido de muchas maneras, de privilegios, de riquezas y honores.

Conocemos toda la denuncia que el papa Francisco está haciendo en estos tiempos contra el clericalismo, contra los abusos no solo sexuales sino también de estructuras de poder que se gestan en los lugares eclesiales, produciendo tanto dolor y escándalo. Conocemos las riquezas que se van acumulando en obras de la Iglesia que dejan de ser de servicio y se convierten en empresas con los mismos criterios de la economía reinante. Sabemos de tantos títulos honoríficos que siguen utilizándose sin ningún pudor, como si no fuera fácil entender que en la Iglesia nada de eso debería existir.

La enseñanza de Jesús a sus discípulos no puede ser más sencilla y concreta: el que quiera ser el primero, sea el último y servidor de todos. Esta frase nos hace recordar el lavatorio de los pies relatado en el evangelio de Juan. En la comunidad no debe haber más que servidores, nade de jefes, padres o maestros. El hecho de que Jesús coloque a un niño entre ellos, no es por la inocencia de los niños sino por el poco valor que tenían en la sociedad judía hasta que no cumplieran la edad de 12 años para formar parte del pueblo de Dios. El reinado de Dios que Jesús anuncia tiene los valores contrarios a la sociedad de todos los tiempos -lo que no tiene valor, lo más insignificante, los últimos de cada tiempo, son los que han de estar en primer lugar, los que han de ocupar el centro, los que han de entrar primero a la mesa del banquete del reino.

Pidamos, entonces, conversión de corazón para entender el camino de Jesús de manera que nuestras obras den testimonio de ello.

(Foto tomada de: https://blogs.iadb.org/transporte/es/mujeres-inmoviles-y-cautivas-en-la-nueva-ruralidad/)

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En el sufrimiento nos pertenecemos unos a otros. En la solidaridad prevalecerá la paz.

Lunes, 16 de septiembre de 2024
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IMG_7536La reflexión de hoy es de Michael Sennett, colaborador de Bondings 2.0.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

La lucha y el sufrimiento son partes inevitables de la experiencia humana, y las lecturas litúrgicas de hoy nos confrontan con estas realidades de frente. Desde el desafío de Isaías ante la persecución hasta el reconocimiento tajante de Jesús de su propio sufrimiento y muerte, se nos recuerda que el camino de la fe no está exento de dificultades.

Reflexionar sobre estas lecturas me ha llevado a darme cuenta de un mensaje más profundo: en el sufrimiento, nos pertenecemos unos a otros. Estamos llamados a estar presentes unos para otros, a llevar las cargas de los demás y a trabajar juntos por la liberación y la justicia en todas las tierras. Caminar unos junto a otros es donde nos encontramos con Dios.

En ningún otro lugar veo este espíritu de solidaridad con más claridad que en el pueblo de Palestina. Su camino hacia la liberación es una gran lucha: niños que crecen bajo asedio, familias destrozadas por bombas y balas, comunidades enteras que enfrentan la amenaza constante de muerte y desplazamiento. En medio de la violencia y la opresión, los palestinos siguen aferrándose unos a otros. Un compromiso feroz con la comunidad trasciende divisiones y diferencias.

Una amistad que comenzó en la universidad me ayuda a entender la profundidad del llamado a la solidaridad. Pasé mis años de estudiante en una universidad católica en el Medio Oeste de los Estados Unidos, un entorno no siempre acogedor para un estudiante transgénero. Uno de mis amigos, que es palestino, me acompañó en la navegación por los desafíos de la transfobia. A menudo era el primero en defenderme a mí y a otros estudiantes, y nunca dudó en hablar en contra de la injusticia.

Antes de que me cambiaran el nombre legalmente, me acercaba a mis profesores antes de que comenzaran las clases cada semestre para explicarles mi situación y pedirles que me llamaran “Michael“. Un profesor se negó y usó repetidamente mi nombre de nacimiento dentro y fuera de la clase. Mi amigo me acompañó en todas las discusiones con los administradores, aunque informar sobre la terrible experiencia resultó inútil. Cuando a los directivos de la escuela no les importaba, a él sí. Apoyó a los estudiantes en sus batallas contra los prejuicios raciales, las actitudes sexistas, los ataques homofóbicos y los sentimientos xenófobos.

Mi amigo enaltecía a la comunidad que lo rodeaba, pero muy pocos estudiantes lo defendieron cuando lo reprendieron una y otra vez después de pedir la liberación de Palestina. Me desilusiona admitir que antes me daba miedo solidarizarme con él. Temía que hablar abiertamente sobre el antisionismo se confundiera con el antisemitismo. Sin embargo, el silencio siempre favorece la opresión. Solo sirve para reforzar el sistema de ocupación israelí sobre la tierra palestina.

A pesar de la traición constante de nuestros compañeros, mi amigo siguió estando presente para los demás. Una vez, cuando me pregunté por qué era tan fiel a todos, me dijo: “Es porque todos estamos conectados. Mi liberación depende de la tuya y la tuya de la mía”. El Papa Francisco también ha dicho que “todo está conectado”. Pensar en su respuesta fortalece mi espíritu y da forma a mi propio compromiso con la comunidad.

Durante el Mes del Orgullo, los organizadores llamaron nuestra atención sobre las luchas de los palestinos y estadounidenses LGBTQ+, y cómo su camino hacia la justicia se cruza con el camino hacia una Palestina libre de ocupación.

La segunda lectura de hoy nos dice que la fe sin obras está muerta. La fe debe ser más que palabras; debe ser acción. Caminar con otros en su sufrimiento y crecer en comunidad es un movimiento hacia la justicia. Si no estamos dispuestos a arremangarnos y a involucrarnos en el caos del sufrimiento humano, nuestra fe está muerta al llegar. Estamos llamados a estar presentes, a darnos a nosotros mismos, a reconocer que nuestra propia libertad está entrelazada con la libertad de los demás. Mi amigo y la gente que he conocido en espacios de activismo palestino me inspiran a darle vida a mi fe.

La cruz de la que habla Jesús en la lectura del Evangelio no es un llamado al sufrimiento pasivo, sino un llamado a la solidaridad activa con los oprimidos. Tomar nuestra cruz significa oponernos a las estructuras violentas de opresión como la transfobia, la homofobia, la colonización y tantas otras, incluso cuando nos cuestan nuestra comodidad o seguridad. Significa perder nuestras vidas, nuestros privilegios, nuestra complacencia, por el bien de los demás, sabiendo que al hacerlo, prevalecen la paz y la liberación.

—Michael Sennett (él), 15 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“¿Qué nos puede aportar Jesús?”. 24 Tiempo Ordinario – B (Marcos 8,27-35)

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7067¿Quién decís que soy yo?”. No sé exactamente cómo contestarán a esta pregunta de Jesús los cristianos de hoy, pero tal vez podemos intuir un poco lo que puede ser para nosotros en estos momentos si logramos encontrarnos con él con más hondura y verdad.

Jesús nos puede ayudar, antes que nada, a conocernos mejor. Su evangelio hace pensar y nos obliga a plantearnos las preguntas más importantes y decisivas de la vida. Su manera de sentir y de vivir la existencia, su modo de reaccionar ante el sufrimiento humano, su confianza indestructible en un Dios amigo de la vida es lo mejor que ha dado la historia humana.

Jesús nos puede enseñar sobre todo un estilo nuevo de vida. Quien se acerca a él no se siente tanto atraído por una nueva doctrina como invitado a vivir de una manera diferente, más arraigado en la verdad y con un horizonte más digno y más esperanzado.

Jesús nos puede liberar también de formas poco sanas de vivir la religión: fanatismos ciegos, desviaciones legalistas, miedos egoístas. Puede, sobre todo, introducir en nuestras vidas algo tan importante como la alegría de vivir, la mirada compasiva hacia las personas, la creatividad de quien vive amando.

Jesús nos puede redimir de imágenes enfermas de Dios que vamos arrastrando sin medir los efectos dañinos que tienen en nosotros. Nos puede enseñar a vivir a Dios como una presencia cercana y amistosa, fuente inagotable de vida y ternura. Dejarnos conducir por él nos llevará a encontrarnos con un Dios diferente, más grande y humano que todas nuestras teorías.

Eso sí. Para encontrarnos con Jesús en un nivel un poco auténtico hemos de atrevernos a salir de la inercia y del inmovilismo, recuperar la libertad interior y estar dispuestos a «nacer de nuevo», dejando atrás la observancia rutinaria y aburrida de una religión convencional.

Sé que Jesús puede ser el sanador y liberador de no pocas personas que viven atrapadas por la indiferencia, distraídas por la vida moderna, paralizadas por una religión vacía o seducidas por el bienestar material, pero sin camino, sin verdad y sin vida.

José Antonio Pagola

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“Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho”. 15 de septiembre de 2024. Domingo 24º de tiempo ordinario

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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51-ordinarioB24 cerezoDe Koinonia:

Isaías 50, 5-9a: Ofrecí la espalda a los que me apaleaban.
Salmo responsorial: 114: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Santiago 2, 14-18: La fe, si no tiene obras, está muerta.
Marcos 8, 27-35: Tú eres el Mesías. . . El Hijo del hombre tiene que padecer mucho.

Cuando los cristianos se propusieron la transformación del mundo esclavista, inhumano y violento que había impuesto el imperio romano, no comenzaron su labor apelando al hambre de la gente, ni a sus deseos de «acabar con los opresores romanos», sino que apelaron a la conciencia. En efecto, los discursos que prometen remediar el hambre, sólo son efectivos en la medida en que la carencia, la desprotección y el abandono son vistos como injusticias. De lo contrario, no pasan de ser una búsqueda de satisfacciones inmediatas y poco duraderas. Lo mismo ocurre con el deseo de derrocar a los poderosos del imperio y colocar allí a la gente del pueblo. Al poco tiempo, los líderes se llenan de ambiciones y se convierten en tiranos implacables. La única alternativa que queda y de la cual nos habla la carta de Santiago, es la frágil dignidad humana. Si la comunidad no está dispuesta a transformar en su interior toda esa realidad de muerte, miseria y marginación, es inútil que se proponga transformarla afuera. La solidaridad de la comunidad no sólo es un camino para remediar la injusticia en «pequeña escala», es una alternativa de vida. La solidaridad de una comunidad nos permite descubrir que «otro mundo es posible» y que el destino no está atado a la destrucción y la barbarie. La fe cristiana no es tal si se contenta con mirar, desde la barrera, el circo en el que mueren tantas personas inocentes.

El profeta Isaías nos enseña que el camino de la justicia, de la misericordia y la solidaridad no es un idílico sendero tapizado de rosas. La persona que opta por la verdad y la equidad debe prepararse al rechazo más rotundo e, incluso, a una muerte ignominiosa. Esto puede sonar un poco «patético», sin embargo, basta leer cualquier página del evangelio para verificar que ésta es la realidad de Jesús, su opción y su camino.

El camino a Jerusalén estaba plagado de dificultades, incertidumbres y ambigüedades. Una de ellas, era la incapacidad del grupo de discípulos para reconocer la identidad de Jesús. Aunque él había demostrado a lo largo del camino que su interés no era el poder, en todas sus variedades, sino el servicio, en todas sus posibilidades, sin embargo, los seguidores se empeñaban en hacerse una imagen triunfalista de su Maestro. Jesús, entonces, debe recurrir a duras palabras para poner en evidencia la falta de visión de quienes lo seguían. Pedro, Juan y Santiago, líderes del grupo de Galilea, siguen aferrados a la ideología del caudillo nacionalista o del místico líder religioso y no descubren en Jesús al «siervo sufriente» que anunció el profeta Isaías.

Este episodio marca el centro del evangelio de Marcos y es el punto de quiebre en el cual el camino de Jesús sorprende a sus seguidores. Ninguno está de acuerdo con él, aunque él esté realizando la voluntad del Padre. En medio de esta crisis del grupo de discípulos, Jesús decide continuar el camino y tratar de enderezar la mentalidad de sus discípulos, torcida por las ideologías sectarias y triunfalistas.

El anuncio que Jesús hace de las dificultades que van a venir, la «Pasión», la «Cruz», debe ser tomada siempre como una consecuencia inevitable, no como algo buscado… Jesús no buscó la Cruz, ni debemos buscarla nosotros… Véase el amplio comentario que hacemos al respecto en este próximo día 14, fiesta de la «exaltación» de la Cruz. Leer más…

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14.9.(Santa Cruz); 15.9 (Dom 24.TO): Y como sabía vivir supo morir por los demás, llevando su cruz

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7527Del blog de Xabier Pikaza:

Marcos 8, 27-35: Y empezó a instruirlos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.” Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!” Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: “El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.”

Los animales no viven (=no saben que viven), ni saben que mueren… Por eso no pueden vivir para los demás, ni morir por ellos.  Los hombre, en cambio, saben que viven y pueden vivir por los demás, muriendo por ellos, como Jesús.

Pero muchos viven matando a los demás, y de esa forma se matan ellos mismos y mueren para siempre sin resucitar. Jesús, en cambio vive dando vida, tomando su cruz (la de los otros) para que ellos vivan, haciendo que resuciten y resucitando en ellos, como celebramos hoy (14.9: la Cruz de Septiembre)  y celebraremos mañana (15.9: Dm 24. TO), como dice el evangelio de Mc 8, el centro del Evangelio.

Introducción

Vegetales y animales ni nacen ni mueren, sino que forman parte de un continuo biológico, sin identidad personal. Sólo el hombre nace, sólo el hombre muere… Así lo pusieron de relieve los judíos, el pueblo de María.

Si no muriéramos no dejaríamos sitio en el mundo para los que vienen, no podríamos darles del todo aquello que hemos sido y somos. Si no muriéramos haríamos que fuera imposible la vida de nuestros sucesores. De esa forma morimos para que otros vivan, abriendo con nuestra vida y nuestra muerte un espacio (un cuerpo) en el que ellos puedan encarnarse y recorrer su camino en Dios en esta humanidad en la que habita Dios con los hombres.

La muerte nos da miedo, e incluso suscita en nosotros el terror supremo. Pero sólo sabiendo que hay muerte podemos gozar de verdad de la vida y regalarla a los demás, para que puedan vivir, y nosotros podamos per-vivir en ellos:

«Por la muerte, por el miedo a la muerte empieza el conocimiento del Todo… Todo lo mortal vive en la angustia de la muerte; cada nuevo nacimiento aumenta en una las razones de la angustia, porque aumenta lo mortal».

       Así comenzaba Rosenzweig su libro inquietante y luminoso de antropología judía (La Estrella de la Redención, Sígueme, Salamanca 1997 43-44). En un sentido, ese saber sobre la muerte es maldición, como ha visto el relato del «pecado ejemplar» de Adán/Eva, en Gen 2-3: «El día en que comas morirás…». Pero, en otro sentido, la muerte puede y debe convertirse en bendición: Es el momento culminante del sí a la vida, en Dios y con los otros.

Sólo los hombres pueden morir sabiendo que mueren, regalando la vida a los demás (con ellos, para ellos); sólo los hombres pueden abrir su cuerpo (dar  su vida), para que otros vivan por ellos (como hizo Jesús en su Pascua, como muchos cristianos han visto también en María, su madre). Sólo por saber que morimos podemos regalar y transmitir de verdad lo que somos y queremos a los otros. Un hombre condenado a no morir, sería un monstruoso, un ser de pura angustia, una momia, como las terribles momias de Egipto o de algunos lugares de la América pre-colombina.

Morir es duro. Pero más dura sería esta vida sin muerte, condenados a ser como piedras de menhir plantadas en la tierra, dólmenes sagrados sin aliento. Una vida sin muerte sólo tiene sentido en otra “tierra” muy distinta, cuando cambien en Dios las condiciones de este mundo, como ha querido Jesús, como han querido y quieren millones de personas, que esperan y desean una resurrección. Sólo muriendo a este mundo (regalando a otros la vida que tenemos, como Jesús en la cruz, como su madre rodeada de “apóstoles”) podemos esperar una resurrección como entrada a la vida sin muerte.

      Así lo ha enseñado Jesús en su sermón central de Cesarea de Felipe, bajo el monte Hermón  conforme a leyendas antiguas (libros de Henoc) bajaron los ángeles viejos haciéndose demonios y enseñando a los hombres a matar y violar para vivir. Jesús, en cambio, nos enseña a dar la vida, para que vivan otros y nosotros resucitemos en ellos.

Sólo quien acepta la muerte puede vivir plenamente. 

Muchos filósofos y pensadores han querido engañar a los hombres con una mentira piadosa, diciendo que son inmortales y añadiendo que la muerte no es más que una apariencia.   Los hombres mueren, es su destino; mueren y no son felices… pero todavía serían más infelices si no pudieran morir.

       Los hombres mueren, pero pueden descubrir en la muerte la mano de Dios y ofrecer su mano de amor a otros, como ha hecho Jesús. En ese contexto se sitúa la respuesta de la fe, cuando afirma que el sentido de la vida está en vivir para los demás… y que de esa forma la misma muerte, sin perder su bravura, dureza y enigma (¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?), se convierte en signo de solidaridad (de comunión de vida en todos y con todos).

  MORIR PARA DAR VIDA, dar vida muriendo

 Le mataron rápido, muy rápido, para que su cruz no estorbara el día de la fiesta. Le enterraron después de inmediato, por puro oficio, los sepultureros oficiales,judíos o romanos, con ganas de acabar muy pronto, antes de que llegara la noche, casi a escondidas, por puro oficio, para que el cadáver de Jesús no impidiera las celebraciones de pascua.

La vida histórica de Jesús acabó donde acaba la muerte de muchos condenados, descartados, asesinados, con juicio o sin juicio, para acabar encerrados o incinerados en la fosa común, de los que mueren y son expulsados, arrojados, aplastados, sin honor, en cualquier zanja de la humanidad triunfante.

Allí quisieron echarlo, allí lo echaron con los otros dos crucificados (quizá con la ayuda de un hombre bueno, llamado José de Arimatea), para que los otros (¡los judíos y romanos triunfadores, nosotros!) pudiéramos seguir celebrando la vida orgullosa de una Pascua dedicada al Dios de la victoria de los «buenos». Pues bien, de esa manera, Jesús bajó al infierno de la historia humana, a través de la fosa común, para dar vida a los muertos, según confiesa estremecida la tradición cristiana (el credo romano).

Lógicamente, las mujeres que fueron al “tercer día” (el sábado no se podía salir fuera de las murallas) no lograron encontrar su cuerpo. Quizá lo habían cambiado de fosa o sepultura. Quizá era imposible separar su cuerpo de los otros cuerpos de los ajusticiados. El evangelio de Marcos dice que las tres mujeres con aromas vieron el sepulcro “abierto”, pero no pudieron   encontrar su cuerpo, ni embalsamarlo con honor, ni llevarlo a casa, como quiso en locura de amor María Magdalena (Jn 20).

            No pudiera hacerlo simplemente porque era imposible en aquellas condiciones de persecución, de violencia, de miedo y de muerte. Pero pronto descubrieron que la razón era mucho más profunda, una razón de Dios, razón de Vida y Pascua: No podían encontrarle porque “no estaba allí”, porque se hallaba vivo, en la Vida del menaje que había proclamado, en la más intensa travesía del camino del Reino que él había iniciado y sembrado en la tierra:

¡Si el grano de trigo no muere…! (Jn 12, 24). Murió como el grano de trigo para que la espiga naciera, el ciento por uno, el millón por cada unos. Eso es vivir de verdad: morir dando vida por los demás, por todos,  sin buscar glorias ajenas, haciéndose semilla de vida, fermento de resurrección en la tierra.

            Por eso, no se le pudo enterrar en un glorioso sepulcro de mártir (como el de Mahoma en Medina, como el de los apóstoles en Roma, como el de Lenin en Moscú), pues su muerte se había trasformado en Vida para todos y en ellos (en nosotros) vivía y sigue viviendo. Y por eso el ángel de la pascua les dijo a las mujeres, en palabra de fe que nosotros seguimos escuchando:

«No está aquí, id a Galilea, es decir, al camino de su vida… Allí le encontraréis, con aquellos y en aquellos que aceptan su historia» (cf. Mc 16, 7-8).

Dios trasformó de esa manera la muerte del “maldito” Jesús (condenado a muerte y crucificado) en victoria de Vida. Desde ese fondo puede y debe leerse el relato simbólico de Mt 28, 1-4 que evoca la acción escatológica de Dios, que ha empezado a romper las tumbas de la vieja historia de muerte, para ofrecer una esperanza a los crucificados y muertos de la historia (cf. Mt 27, 51-53). Es muy difícil asegurar lo qué pasó físicamente con su cadáver, pero, según la tradición que hemos evocado, Jesús «bajó a los infiernos», entró hasta el fin en el reino de la podredumbre y muerte, para iniciar desde allí un camino de pascua (cf. 1 Pedro 3, 18-22).

SER TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN

Desde el trasfondo se entienden los bellísimos relatos de los evangelios sobre la tumba vacía, que la Iglesia ha transmitido no como prueba histórica de la resurrección, sino como signo de la fe pascual, que ella confiesa, porque los cristianos “han visto a Jesús resucitado”.

Lógicamente, esos textos poseen más valor antropológico integral que puramente físico. Por eso, en un plano de historia materialista (saber lo que externamente pasó) y de biología (saber cómo se descompuso o desmaterializó el cadáver de Jesús) debemos tener mucha sobriedad, pues resulta difícil alcanzar conclusiones «científicas».

  Parece que Jesús no tuvo un entierro honorable y su tumba (propiedad de un rico y famoso judío) se encontró después vacía, sin que humanamente se pudiera saber lo que pasó. Le enterraron como a un ajusticiado peligroso, para que ninguno de sus discípulos pudiera llegar hasta su tumba para robar su cadáver y proclamar la venganza por su muerte. Sus discípulos varones no hallaron su tumba, pero después afirmaron que él había “bajo al infierno” de la muerte para liberar de allí a los condenados.

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Encuesta, examen teórico, suspenso, y ejercicio práctico. Domingo XXIV Ciclo B

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7459Cesarea de Felipe y monte Hermón

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La encuesta

Cesarea de Felipe, junto a las fuentes del Jordán, es uno de los lugares más hermosos de Israel. El peregrino actual, que parte generalmente de Nazaret, tarda poco más de una hora en un cómodo autobús con aire acondicionado. Jesús y los discípulos tuvieron que hacer el camino a pie, salvando un desnivel de unos 800 ms: desde los 200 bajo el nivel del mar (Lago de Galilea) hasta los 500-600 sobre él (pie del monte Hermón). No es un paseo cualquiera. Hay tiempo para callar y tiempo para hablar. En esos momentos de comunicación, Jesús pregunta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Hasta este momento, el evangelio de Mc ha ido planteando el enigma de quién es Jesús. Un personaje desconcertante, que enseña con autoridad y tiene poder sobre los espíritus inmundos (1,27), perdona pecados como si fuera Dios (2,7), escandaliza comiendo con publicanos y pecadores (2,16) y se considera con derecho a contravenir el sábado (2,27; 3,4). Los fariseos y los herodianos deciden muy pronto que debe morir (3,6), sus familiares piensan que está mal de la cabeza (3,21), los escribas que está endemoniado (3,22), y los de Nazaret no creen en él, lo siguen considerando el carpintero del pueblo (6,1-6). Mientras, los discípulos se preguntan desconcertados: «¿Quién es este que hasta el viento y el lago le obedecen?» (4,41). Ahora, cuando llegamos al centro del evangelio de Mc, Jesús aborda la cuestión capital: ¿quién es él?

En aquel tiempo salió Jesús con sus discípulos hacia las aldeas de Cesarea de Filipo, y en el camino les preguntó:

+ «¿Quién dice la gente que soy yo?».

Ellos le dijeron:

-«Unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que uno de los profetas».

Para la gente, Jesús no es un personaje real, sino un muerto que ha vuelto a la vida, se trate de Juan Bautista, Elías, o de otro profeta. De estas opiniones, la más «teológica» y con mayor fundamento sería la de Elías, ya que se esperaba su vuelta, de acuerdo con Malaquías 3,23: «Yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible; reconciliará a padres con hijos, a hijos con padres, y así no vendré yo a exterminar la tierra». En cualquier caso, resulta interesante que el pueblo vea a Jesús en la línea de los antiguos profetas. En ello pueden influir muchos aspectos: su poder (como en los casos de Moisés, Elías y Eliseo), su actuación pública, muy crítica con la institución oficial, su lenguaje claro y directo, su lugar de actuación, no limitado al estrecho espacio del culto.

Si la pregunta la hubiera formulado Jesús en nuestros días, la encuesta habría resultado más variada y desconcertante que entonces: Hijo de Dios, profeta, marido de la Magdalena, precursor de la dinastía merovingia…

Examen teórico

Él les dijo:

+ «Y vosotros, ¿quién decís que soy?».

Pedro tomó la palabra y dijo:

– «Tú eres el Mesías».

Jesús quiere saber si sus discípulos comparten esta mentalidad o tienen una idea distinta. Es una pena que Pedro se lance inmediatamente a dar la respuesta; habría sido interesantísimo conocer las opiniones de los demás. Según Mc, la respuesta de Pedro se limita a las palabras «Tú eres el Mesías».

¿Qué significaba este título? En el Antiguo Testamento se refiere generalmente al rey de Israel; un personaje que se concebía elegido por Dios, adoptado por él como hijo, pero normal y corriente, capaz de los mayores crímenes. Sin embargo, la monarquía desapareció en el siglo VI a.C., y los grupos que esperaban la restauración de la dinastía de David fueron atribuyendo al mesías esperado cualidades cada vez más maravillosas.

Los Salmos de Salomón, oraciones de origen fariseo compuestas en el siglo I a.C., describen detenidamente el papel del Mesías: librará a Judá del yugo de los romanos, eliminará a los judíos corruptos que los apoyan, purificará Jerusalén de toda práctica idolátrica, gobernará con justicia y rectitud, y su dominio se extenderá incluso a todas las naciones. Es un rey ideal, y por eso el autor del Salmo 17 termina diciendo: «Felices los que nazcan en aquellos días».

Si imaginamos al grupo de Jesús, que vive de limosna, peregrina de un sitio para otro sin un lugar donde reclinar la cabeza, en continuo conflicto con las autoridades religiosas, decir que Jesús es el Mesías implica mucha fe en el personaje o una auténtica locura.

Lo que piensa Jesús de sí mismo

Y Jesús les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Desde entonces comenzó a declararles que el hijo del hombre tenía que padecer mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los maestros de la ley, morir y resucitar al tercer día. Esto lo decía con toda claridad.

En contra de lo que cabría esperar, Jesús prohíbe terminantemente decir eso a nadie. Y en vez de referirse a sí mismo con el título de Mesías usa uno distinto: «Hijo del Hombre», que parece inspirado en Ezequiel (a quien Dios siempre llama «Hijo de Adán») y en Daniel. Lo importante no es el origen del título, sino cómo lo interpreta Jesús: el destino del Hijo del Hombre es padecer mucho, ser rechazado por las autoridades políticas, religiosas e intelectuales, morir y resucitar. En una concepción popular del Mesías, como la que podían tener Pedro y los otros, esto es inaudito. Sin embargo, la idea de un personaje que salva a su pueblo y triunfa a través del sufrimien­to y la muerte no es desconocida al pueblo de Israel. Un profeta anónimo la encarnó en el personaje del Siervo de Yahvé (Isaías 53).

Suspenso de Pedro

Pedro se lo llevó aparte y se puso a reprenderle. Jesús se volvió y, mirando a sus discípulos, riñó a Pedro diciéndole:

+ «¡Apártate de mí, Satanás!, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres». 

Igual que el poema del libro de Isaías, Jesús termina hablando de resurrección. Pero Pedro se queda en el sufrimiento. Se lleva a Jesús aparte y lo increpa, sin que Mc concrete las palabras que dijo.

Jesús reacciona con enorme dureza. Pedro lo ha tomado aparte, pero él se vuelve hacia los discípulos porque quiere que todos se enteren de lo que va a decirle: «¡Retírate, Satanás! ¡Piensas al modo humano, no según Dios!» La mención de Satanás recuerda lo ocurrido después del bautismo, cuando Satanás somete a Jesús a las tentaciones. El puesto del demonio lo ocupa ahora Pedro, el discípulo que más quiere a Jesús, el que más confía en él, el más entusiasmado con su persona y su mensaje. Jesús, que no ha visto un peligro en las tentaciones de Satanás, si ve aquí un grave peligro para él. Por eso, su reacción no es serena, sino llena de violencia.

Ejercicio práctico

Llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:

+ «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mí y por el evangelio la salvará». 

De repente, el auditorio se amplía, y a los discípulos se añade la multitud. Las palabras que Jesús deberían desconcertarnos y provocar un rechazo. ¿Se imagina alguien a un político diciendo: «El que quiera votarme, que esté dispuesto a perder las elecciones e ir a la cárcel»? Pero el punto de vista de Jesús no es el de los políticos. No pretende ganar las elecciones en este mundo, sino en el futuro. Para Jesús, el mundo futuro es como un hotel de cinco estrellas; el mundo presente, una chabola asquerosa situada en el entorno más degradado imaginable. Todos podemos salir de la chabola y alojarnos en el hotel. Pero el camino es duro, empinado, difícil. Jesús se ofrece a ir delante, y deja en nuestras manos la decisión: el que se aferre a la chabola, en ella morirá; el que la abandone y lo siga, tendrá un durísimo camino, pero disfrutará del hotel.

Y tú, ¿quién dices que es Jesús?

            El evangelio de hoy no puede leerse como simple recuerdo de algo el pasado. La pregunta de Jesús se sigue dirigiendo a cada uno de nosotros, y debemos pensar detenidamente la respuesta. No basta recurrir al catecismo («Segunda persona de la Santísima Trinidad») ni al Credo («Dios de Dios, luz de luz…»). Tiene que ser una respuesta personal, sentida. En la línea del evangelio de Juan: «El camino, la verdad y la vida». Pero, sea cual sea la respuesta, es más importante aún la decisión de seguir a Jesús con todas las consecuencias.

La aceptación del sufrimiento y la certeza del triunfo (1ª lectura: Isaías 50,5-10)

 

El Señor Dios me ha abierto el oído y yo no he resistido, no me he echado atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a quienes me mesaban la barba; no he hurtado mi rostro a la afrenta y a los salivazos. El Señor Dios viene en mi ayuda; por eso soporto la ignominia, por eso he hecho mi rostro como pedernal y sé que no quedaré defraudado. Próximo está el que me hace justicia, ¿quién puede litigar conmigo? ¡Comparezcamos juntos! ¿Quién es mi demandante? ¡Preséntese ante mí! Si el Señor Dios me ayuda, ¿quién puede condenarme? Todos se gastarán como un vestido, la polilla los consumirá.

 

Jesús ha dicho en el evangelio que «el Hijo del hombre tiene que padecer y ser despreciado». Este breve poema anticipa esas ofensas: golpes, burlas, insultos, salivazos, antes de un juicio que se supone injusto. En este breve poema destacan dos detalles: la acción de Dios y la reacción del Siervo.

            La acción de Dios consiste en revelar a su servidor lo mucho que va a sufrir («me ha abierto el oído»), pero asegurándole que se mantendrá junto a él: «Mi Señor me ayudaba», «Tengo cerca a mi abogado», «El Señor me ayuda». Esto supone una gran novedad, porque en la teología habitual del Antiguo Oriente (y entre muchas personas de hoy día), el sufrimiento se interpreta como un castigo de Dios. En cambio, el Siervo está convencido de que no es así: el sufrimiento puede entrar en el plan de Dios, como un paso previo al triunfo, y en ningún momento deja Él de estar presente y ayudarle.

            Por eso, la reacción del Siervo es de entrega total: no se rebela, no se echa atrás, ofrece la espalda y la mejilla a los golpes, no oculta el rostro a bofetadas y salivazos.

            Si Pedro hubiera conocido y comprendido este texto de Isaías, no se habría indignado con las palabras de Jesús, que representan el punto de vista de Dios, mientras que él se deja llevar por sentimientos puramente humanos. Pero debemos reconocer que nuestro modo de pensar se parece mucho más al de Pedro que al de Jesús.

Una polémica muy antigua: la fe y las obras (2ª lectura: Santiago 2,14-18)

            «Genio y figura, hasta la sepultura». Eso le pasó a san Pablo. Radical antes de convertirse, lo siguió siendo en algunas cuestiones después de la conversión. Y su forma de expresarse se prestaba a ser mal interpretado. En su lucha con los cristianos judaizantes, partidarios de observar estrictamente la ley de Moisés, como si fuera ella quien nos salva, defiende que la salvación viene por la fe en Cristo. Él no excluye que el cristiano deba comportarse dignamente, todo lo contrario. Pero insiste tanto en la fe y en la libertad del cristiano que sus adversarios le acusaban de negar la necesidad de las buenas obras.

            En esta polémica se inserta el texto de la carta de Santiago, atacando la postura del que presume de tener fe, pero no hace nada bueno. El ejemplo que utiliza, la respuesta egoísta del que presume de tener fe a un hermano que pasa hambre, es esclarecedor y sigue inquietándonos actualmente.

Hermanos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? Si un hermano o una hermana están desnudos y les falta el alimento cotidiano, y uno de vosotros les dice:

«Id en paz, calentaos y alimentaos», sin darles lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve esto? Lo mismo es la fe: si no tiene obras, está muerta en sí misma. Por el contrario, alguien dirá:

Tú tienes la fe, y yo las obras. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Si el autor de la carta y Pablo se hubieran reunido a charlar, habrían estado plenamente de acuerdo. Pablo podría haberle leído un fragmento de su carta a los Gálatas, en la que viene a decir lo mismo: «Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad, pero no vayáis a tomar la libertad como estímulo del instinto; antes bien, servíos mutuamente por amor» (Gal 5,13). Nos salva Jesús y la fe en él, pero esa fe debe impulsarnos a una vida que no se deja arrastrar por los bajos instintos (fornicación, indecencia, desenfreno, reyertas, envidias, borracheras, comilonas, etc.), sino que está guiada por los frutos del Espíritu de Dios (amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad…,) (Gal 5,19-25).

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Domingo XXIV del Tiempo Ordinario. 15 de septiembre de 2024

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Se lo explicaba con toda claridad.”

(Mc 8, 27-35)

“…, por el camino preguntó a sus discípulos…” Por el camino, de manera informal. Porque así son las cosas de nuestro Dios. No suele ceñirse a horarios ni lugares.

Nosotros construimos iglesias, pero luego Dios se hace el encontradizo en el silencio de la montaña o en el bullicio del mercado. Nosotros nos marcamos un tiempo para la oración o para las celebraciones. Pero luego va y resulta que el ENCUENTRO (con mayúsculas) es en una mirada o en una conversación.

Las cosas importantes de Dios pueden acontecer en cualquier lugar y a cualquier hora. Ah! Pero esta no es excusa para no dedicarle un tiempo y un espacio. Toda relación necesita de tiempos y espacios. La relación con Dios también. Pero le gusta “asaltarnos” cuando menos lo esperamos.

Y sé de más de una persona que en medio de sus idas y venidas tiene el rato de volver a casa en autobús como un momento “sagrado” en el que conversa tranquilamente con Dios. Hablan de como le ha ido el día, de lo que la inquieta… Y quizá en alguna ocasión Dios le pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?

El autobús, el coche, mientras esperan la cola del supermercado, al acostarse o levantándose un poco antes. Hay un montón de gente conversando con Dios. Llenando el mundo de oración.

Luego también hay monjas y curas, religiosas y obispos, que también oran dentro y fuera de las iglesias, dentro y fuera de las celebraciones.

Y es que Dios es un gran conversador y tiene mucho que decirnos a cada uno de nosotros. Sabe que necesitamos escucharle y que son sus preguntas las que nos sacuden la pereza. Por eso insiste hasta hacernos comprender.

Por eso nos lo explica “con toda claridad” y nos ayuda a colocarnos en el lugar que nos corresponde. Como hizo un día con Pedro, pero ya lo había hecho con Adán y Eva, y con muchos otros.

Originales, originales no somos. Caemos todos en el mismo supino error. ¡Queremos quitarle el sitio a Dios! Y Él, con su infinita paciencia nos tiene que recordar que nuestro sitio está a SU LADO. Junto a Él.

Oración

Pregúntanos, incrépanos, pero no te vayas de nuestro lado. Somos torpes, ya nos conoces. Después de reconocerte nos volveremos a equivocar de lugar. Pero TÚ sabes que somos TUYAS.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nunca descubriré quién es Jesús, si no vivo lo que él vivió.

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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DOMINGO 24º(B)

Mc 8,27-35

Responder a la pregunta de ¿quién es Jesús? es una tarea desorbitada. Desde el día de Pascua, los seguidores de Jesús no han hecho otra cosa que intentar responderla. Durante los tres últimos siglos, pero sobre todo en el pasado y lo que va de este, se ha dado un vuelco en la manera de entender los evangelios. Hasta ese momento nadie cuestionó que lo evangelios eran historia y había que entenderlos literalmente.

Hoy sabemos que son una interpretación de la figura de Jesús, condicionada por sus circunstancias de todo tipo. Nos transmitieron lo que ellos recordaban, pero no lo que fue en realidad Jesús. No podemos aceptar hoy su interpretación con la idea que hoy tenemos de ‘historia’. Hoy estamos en mejores condiciones para hacer una nueva interpretación de Jesús y no podemos desaprovechar la ocasión. Tenemos la obligación de intentar traducir su figura a un lenguaje más adecuado a la realidad.

Todo recuerdo es interpretación de lo que entra por los sentidos. Solo somos conscientes de una mínima parte de lo que vemos y oímos. De esa pequeña parte solo recordamos lo que tiene algún interés para nuestra vida. Si no fuera así, nos volveríamos todos locos. Los primeros seguidores de Jesús, todos judíos, no tenían otra herramienta que el AT para explicar lo que vieron y oyeron en él. Por eso la respuesta de Pedro no puede coincidir con el verdadero mesianismo de Jesús.

La obligación de un cristiano será siempre tratar de conocer a Jesús. Solo en la medida que le conozcamos mejor podremos vivir lo que él vivió. La idea que hoy tenemos de Dios del mundo y del hombre nos tiene que llevar a una comprensión más profunda del mensaje evangélico. Jesús fue un ser humano fuera de serie que nos empuja a una nueva comprensión de lo que significa ser plenamente humanos.

La doble pregunta de Jesús parece suponer que esperaba una respuesta distinta. La realidad es que, a pesar de la rotunda respuesta de Pedro: “tú eres el Mesías”, la manera de entender ese mesianismo estaba lejos de la verdadera comprensión de Jesús. Pedro, como se manifestará más adelante, sigue en la dinámica de un Mesías terreno y glorioso. Para él es incomprensible un Mesías vencido y humillado hasta la aparente aniquilación total. Apenas tres versículos después, Pedro increpa a Jesús por hablarles de la cruz.

El Hijo de hombre tiene que padecer mucho. Hijo de hombre significa, perteneciente a la raza humana, pero en plenitud. Por cierto, “este hombre es el único título que se atribuye Jesús a sí mismo. “Tiene que” no alude a una necesidad metafísica o a una voluntad de Dios externa, sino a la exigencia del verdadero ser del hombre. “Padecer mucho” hace referencia no solo a la intensidad del dolor en un momento determinado sino a la multitud de sufrimientos que se van a extender durante toda su vida.

Jesús proclama, con toda claridad, cuál es el sentido de su misión como ser humano. Diametralmente opuesta a la que esperaban los judíos y la que también esperaban los discípulos de un Mesías. Nada de poder y dominio sobre los enemigos, sino todo lo contrario, dejarse matar, antes de hacer daño a nadie. Pedro se ve obligado a decirle a Jesús lo que tiene que hacer, porque su postura equivocada le hace pensar que ni Dios puede estar de acuerdo con lo que acaba de proponer Jesús como itinerario de salvación.

Como Pedro habla en nombre de los apóstoles, Jesús responde de cara a los discípulos, para que todos se den por enterados del tremendo error que supone no aceptar la entrega al servicio de los demás y de la cruz. Ese mensaje es irrenunciable. Pedro le propone exactamente lo mismo que le propuso Satanás: el mesianismo del triunfo y del poder, por eso le llama Satanás. Claro que esa manera de pensar es la más humana (demasiado humana) que podríamos imaginar, pero no es la manera de pensar de Dios.

Lo que acaba de decir de sí mismo, lo explica ahora a la gente. “Si uno quiere venirse conmigo, que se niegue a sí mismo…” No es fácil aquilatar el verdadero significado de esta frase; sobre todo si tenemos en cuenta que el texto no dice negarse, sino renegar de sí mismo. Aquí el ‘sí mismo’ hace referencia a nuestro falso yo. El desapego del falso yo es imprescindible para poder entrar por el camino que Jesús propone.

El que quiera salvar su vida la perderá…” No está claro el sentido de ‘psykhe’: No puede significar vida biológica, porque diría ‘bios’; tampoco significa alma, porque los judíos no tenían el concepto de alma. No se trata de elegir entre dos vidas, sino buscar la plenitud de la Vida en su totalidad. El que solo se preocupa de su individualidad, malogra toda su existencia; pero el que, superando el egoísmo, descubre su verdadero ser y actúa en consecuencia, dándose a los demás, dará pleno sentido a su vida y alcanzará su plenitud.

La esencia del mensaje de Jesús sigue sin ser aceptada. Ni el instinto ni los sentidos ni la razón podrán comprender nunca que el fin del individuo sea deshacerse. Por eso hemos hecho verdaderas filigranas para terminar tergiversando el evangelio. Si creemos que lo importante es lo sensible, lo material que me da seguridades egoístas, lo defenderemos con uñas y dientes y no dejaremos que lo que vale de veras cobre su importancia.

¿Quién es Jesús? La respuesta no puede ser la conclusión de un razonamiento. No servirán de nada ni filosofías ni teologías. Los análisis externos de lo que hizo y dijo no nos lleva a ninguna parte, porque no son comprensibles. Solo una vivencia interior que te haga descubrir dentro de ti lo que vivió Jesús, podrá llevarte al conocimiento de su persona. Jesús desplegó todas las posibilidades de ser humano. La clave de todo el mensaje de Jesús es esta: dejarse machacar es más humano que hacer daño a alguien.

Debemos seguir preguntándonos quién es Jesús. Pero lo que nos debe interesar es un Jesús que encarna el ideal del ser humano, que nos puede descubrir quién es Dios y quién es el hombre. La pregunta que debo contestar es: ¿Qué significa, para mí, Jesús? Pero debemos dejar muy claro que no se puede responder a la pregunta si no nos preguntamos ¿Quién soy yo? No se trata del conocimiento externo. Ni siquiera se trata de conocer y aceptar su doctrina. Se trata de responder con mi propia vida.

La razón puede dejarse llevar de las exigencias biológicas y utilizar toda su capacidad para buscar el placer o para huir del dolor. Pero el hombre, desde su vivencia interior, puede descubrir que su meta no es el gozo inmediato, sino alcanzar la plenitud humana, que le llevará más allá de la satisfacción sensorial. Si la razón no cede a las exigencias del ego, y pretende imponerse un bien superior, la biología reaccionará produciendo dolor. Este dolor es el que Jesús propone como inevitable para alcanzar la plenitud.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién es ese hombre?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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untaljesusMc 8, 27-35

¿Quién dicen los hombres que soy yo? … ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios

Retrocedamos un poco en la historia y vayamos al momento en que Jesús decide dedicar su vida a la misión. Acompañado de cuatro pescadores de Cafarnaún, va el sábado a la sinagoga y allí se suscita por primera vez la incógnita que nos sigue desafiando veinte siglos después: «¿Qué es esto?… ¿Una doctrina nueva y revestida de autoridad, que manda a los espíritus impuros y le obedecen?»… A partir de ese momento, tras cada hecho extraordinario o cada alocución genial de Jesús, la gente se pregunta lo mismo que hoy nos preguntamos nosotros: «¿Quién es ese hombre…?»

Para sus seguidores, Jesús es un profeta o el mesías esperado, y para sus enemigos, un impostor peligroso al que había que eliminar. Desde el momento de su muerte, se desarrollan sobre Jesús cristologías que tratan de poner de manifiesto su condición divina; desde la más primitiva, de carácter ascendente y formulada por Pedro: «Dios estaba con él», hasta la que terminó prevaleciendo (de carácter descendente) que Juan formula en los siguientes términos: «El verdadero Dios se hizo hombre para salvarnos». Siguiendo la estela de Juan, los concilios de Nicea y Constantinopla lo declaran “Segunda Persona de la Santísima Trinidad”… y en ello estamos.

Fuera del ámbito cristiano, los filósofos de la ilustración francesa reducen la figura de Jesús a su dimensión antropológica, pero toman buena parte de su enseñanza para formular su código ético basada en la razón. Hegel llega a escribir una “vida de Jesús”, pues afirma que su praxis es la única capaz de integrar a las personas en un “nosotros” que constituye el Espíritu Universal. Nietzsche se muestra tan entusiasmado con él en un periodo de su vida, que llega a calificarlo de precursor de su “superhombre”… Gandhi se declara gran admirador de Jesús, y no se recata en decir que su movimiento de la no violencia estuvo inspirado en el capítulo sexto de Mateo… Y así muchos más.

Pero ¿quién es ese hombre…?

Podemos concebir a Jesús como maestro de sabiduría, como un hombre lleno del espíritu de Dios o como Dios mismo hecho hombre, pero lo más importante para un cristiano es entenderlo como visibilidad de Dios, porque así se convierte en su mejor referencia de vida y le ayuda a vivir. El prólogo solemne del evangelio de Juan termina así: «A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo Unigénito que está en el seno del Padre nos lo ha dado a conocer» … En el capítulo 14, Juan añade: «¿Tanto tiempo que he estado con vosotros, y todavía no me conoces, Felipe? … El que me ha visto a mí, ha visto a mi Padre».

Como decía Ruiz de Galarreta: «El quicio fundamental de quienes nos llamamos cristianos es creer en Jesús visibilidad de Dios sin poner en duda su humanidad. Creemos que en un ser humano, tan humano como nosotros, podemos ver a Dios».

 

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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¿Quién decís que soy yo?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end. Mc 8,27-33

El Evangelio de este domingo ocupa un lugar central en la narración de Marcos y nos recuerda una vez más que la Buena noticia de Jesús, su estilo de vida y propuesta es liberadora y felicitante, pero tiene consecuencias que hemos de afrontar. El Evangelio no es un tranquilizante, sino más bien un despertador de conciencias, como leemos también en la primera lectura de este domingo: El Señor me abrió el oído; y no resistí ni me eché atrás (Is 50, 5-9ª). Un aguijón que nos empuja a salir de nuestras zonas de confort hasta hacer del mundo un banquete sin primeros ni últimos.

Por eso el episodio de Cesarea puede resultarnos sumamente familiar. Jesús y sus discípulos atraviesan este lugar caracterizado en aquel tiempo por su gran diversidad cultural y religiosa, al igual que muchos de nuestros barrios y ciudades hoy. Por eso un primer aprendizaje que podemos sacar del texto es constatar como a Jesús transitar estos no le resultan amenazantes, sino una oportunidad desde donde compartir la Buena Noticia de la universalidad del Amor, la fraternidad y la sororidad humana. Es desde este lugar concreto, en esa realidad diversa y plural donde conviven distintos cultos y ofertas de sentido donde Jesús se interroga sobre sí mismo y su proyecto: ¿Quién dice la gente que soy yo?, o dicho de otra manera: ¿Qué sentido tiene para la gente la propuesta de vida que comparto? ¿En qué y cómo conecta con sus búsquedas y anhelos más hondos, sus esperanzas y sus interrogantes más profundos?

Jesús, al hacer esta pregunta, nos recuerda implícitamente que la fe ha de dialogar siempre con las culturas y tomarse en serio a sus interlocutores e interlocutoras. Los otros y otras no son meros destinarios u objetos de evangelización, sino sujetos y por tanto también portadores del Misterio,  donde el espíritu y el misterio de Dios también habitan, con capacidad de ser oyentes de la Palabra (Rahner). Retomar estas preguntas como comunidades cristianas y dejarnos afectar por las respuestas para hacer cambios pertinentes, en nuestros lenguajes, formas, y modo de acercamiento a la realidad y a las personas, sigue siendo uno de nuestros mayores desafíos como iglesia.

Pero la pregunta de Jesús se hace aún más incisiva cuando se dirige directamente a sus más íntimos: ¿Y vosotros quién decís que soy yo? Como le sucedió a los discípulos, el modo de responder a ella no es una mera formulación teórica sino una posición existencial, una forma de situarnos en la vida y ante los demás al modo de Jesús. Confesarle como Cristo significa narrar en gestos y palabras su buena Noticia de liberación en nuestros ambientes, desde la vulnerabilidad asumida pero también, desde la confianza que nos recuerda la primera lectura: “El Señor Dios me ayuda” (Is) y hacerlo asumiendo todas sus consecuencias.

Porque el mesianismo de Jesús no es triunfalista, sino compasivo y kenòtico y conlleva siempre una dimensión conflictiva. Algo que a nosotras y nosotros, como a sus discípulos, nos cuesta reconocer, resistiéndonos a ella. Pero para Jesús, negarla como hace Pedro no es solo una ingenuidad, sino edulcorar la profecía del Evangelio y tentar a Dios. Hacer de la memoria peligrosa de Jesús, una memoria domesticada. Esta es quizá una de las principales paradojas del Evangelio, que es a la vez Bienaventuranza, Buena Noticia pero también signo de contradicción. ¿Quién es para nosotros y nosotras Jesús hoy y qué aspectos de su mesianismo compasivo y kenótico se nos hacen más cuesta arriba en este momento de nuestra vida?

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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¿Qué puede significar “cargar con la Cruz”?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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Cruz-salvacion_2223687624_14524239_1777x1024Domingo XXIV del Tiempo Ordinario

15 septiembre 2024

Mc 8, 27-35

El terrible suplicio de la crucifixión parece proceder de Persia o incluso de Asiria. Posteriormente, los romanos la adoptaron como un método de ejecución particularmente cruel y humillante.

El condenado podía morir en cuestión de horas o al cabo de varios días, dependiendo de las circunstancias, pero en cualquier caso resultaba una imagen terrible que el imperio utilizaba como medio de escarmiento y advertencia: en el siglo I a.C., tras aplastar la revuelta de esclavos liderada por Espartaco, unos 6.000 prisioneros fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia. Por todo ello, la cruz despertaba en el mundo antiguo un horror particularmente intenso.

Sin embargo, a partir del siglo V d.C., lo que había sido el símbolo de la tortura más arroz, se difunde ampliamente como símbolo del cristianismo. ¿Qué es, por tanto, la cruz?

Lo que era un instrumento de tortura empieza a ser visto y venerado, en el ámbito cristiano, como signo de salvación, en la medida en que la propia muerte de Cristo se interpreta como misterio salvador.

Con el paso del tiempo, en la cultura popular se ha utilizado este término para referirse a todo aquello percibido como dolor, molestia o simple incomodidad. De ahí que fuera común la expresión “¡qué cruz!” para aludir a cualquier circunstancia desagradable, desde una enfermedad hasta una relación conflictiva.

Sin embargo, si se quiere hablar con propiedad, lacruz” no es cualquier dolor, sino aquel que es consecuencia de la fidelidad asumida o de la entrega a los otros. Tanto la persona que quiere ser fiel a sí misma como aquella que hace una opción comprometida a favor de los demás, sobre todo de los más vulnerables, sabe que, antes o después, el dolor hará acto de presencia. Esto fue lo que le ocurrió a Jesús y esto es lo que sucede a toda persona fiel y entregada.

“Cargar con la cruz” -por retomar la expresión evangélica- significa asumir, de manera lúcida, las consecuencias dolorosas de una opción de vida marcada por la fidelidad y la entrega.

Tal actitud es posible en la medida en que la persona avanza en la desidentificación del propio ego. Así, mientras este rehúye la cruz, la persona que crece en comprensión la asume de modo consciente. Hasta el punto de que, leída en clave simbólica o espiritual, la cruz puede entenderse como símbolo de la “muerte” al  (a la identificación con el) propio ego, que queda clavado -definitivamente entregado- en ella.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿La gente se pegunta hoy por Cristo?

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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4a704a0f07f8c60c4d8f1dfb362f3f6eIMG_7406Del blog de Tomás Muro, La Verdad es libre:

01.- ¿Quién es este? 

        La pregunta acerca de quién era Jesús es constante en el NT y también en la historia, al menos hasta ahora,  porque  Jesús ni fue, ni es alguien banal e insignificante. De ahí que provocara y suscite, polémicas, adhesiones y contradicciones. ¿Quién dice la gente que soy yo?

    La ejecución de Juan Bautista por capricho de Herodes les debió haber causado un fuerte impacto. Juan Bautista  no era un saltimbanqui o arrivista de los aledaños del templo, no era un hombre convencional, no se casaba ni con Herodes ni con  Pilatos, ni con el Templo.

        ¿Jesús sería otro Juan Bautista? ¿Quizás un profeta, un nuevo Elías: hombres recios, que se alzaban con voz profunda para criticar las injusticias o animar al pueblo en sus tristezas?

    Las respuestas respecto de Jesús ni fueron ni son uniformes, sino más bien muy diferentes.

     Hoy en día también hay respuestas dispares: ¿Qué Jesús late tras la Teología de la Liberación o tras los movimientos ultraconservadores?

        Podemos preguntarnos, ¿quién es Cristo para mí? ¿Un personaje acomodaticio que no supone ninguna renuncia a mis pequeñas ambiciones e intereses? ¿Qué me supone ser cristiano y en qué afecta a mi vida, al ambiente en que vivo: familia, sociedad? ¿Cambiaría mi vida si no creyera en Cristo?

02.- La sedación de las preguntas

        Tal vez la cuestión hoy en día en nuestra sociedad no es ya ¿quién es JesuCristo? o  ¿Qué tipo de cristianismo (de Iglesia) vivimos?

    Posiblemente gran parte de la población no se pregunta por Cristo (¿ni por nada transcendente?).

        Incluso hoy en día hay una corriente –no digo de pensamiento, porque piensan poco o nada- que niega la existencia de Jesús. Jesús no existió (¡).

Decir que no creo, no tengo fe en Cristo, es razonable, pero decir que Jesús no existió, es necio.  Yo no creo en Marx, pero Marx existió en el siglo XIX.

        Quiero decir que en nuestro tiempo, al menos en nuestro contexto socio-cultural, la pregunta por Cristo ha sido dinamitada, eliminada. Basta darse un paseo por las aulas escolares-universitarias. El pasado viernes, día 6 de septiembre, comenzaba el curso escolar. Nadie les hablará a los alumnos de JesuCristo: missing.

        Los criterios que predominan en el estilo de vida que llevamos, la ansiedad en la que estamos sumidos no permite que afloren las grandes cuestiones. Si brotan las grandes preguntas es en los momentos límite de la vida: enfermedad, depresiones, fracasos, sufrimientos, muerte, es decir, cuando es tarde y los problemas surgen patológicamente y “casi todo” termina en el testamento vital y en si es legítima la eutanasia.

        Pero eliminar las grandes preguntas de la vida no es humanizar.

     Se trata de dar una respuesta a las grandes cuestiones de la existencia, al menos intentarlo. No es sano (salud) dejar el sentido de la vida para la consulta con el psiquiatra. Habrá que intentar fundamentar  antes la vida. No es del todo razonable dejar la moral y la ética en manos de los parlamentos, políticos y economistas. Tampoco es muy sensato organizar toda la vida desde el gimnasio y la macrobiótica.

         Sin embargo las grandes preguntas son consideradas como cuestiones religiosas y, por lo tanto, de poco interés. Quizás por eso las eliminamos (¿).

        Me parece que hoy en día humanizar y evangelizar significan: despertar, Effetá ¡Abre los oídos, la cabeza! (que escuchábamos el pasado domingo) , espabilar, pensar.

03.- Jesús es el Mesías.

      La respuesta de Pedro a la pregunta de ¿quién es Jesús? es muy entusiasta, como el mismo Pedro, siempre fogoso: ¡Tú eres el Mesías! Probablemente tras la respuesta de Pedro hay un contenido político. Tú eres nuestro libertador de la opresión romana… Era normal que Pedro contestase así en aquel momento sociopolítico de aquel pueblo.

        Por eso Jesús le corta inmediata y un poco violentamente: ¡Quítate de mi vista, Satanás!

        Y Jesús les hace conscientes a los discípulos de su mesianismo

       El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado, y resucitar a los tres días

        No es un mesianismo triunfal, grandioso, de masas. Es el mesianismo que intuyó el AT, Isaías (y que lo hemos escuchado hoy y lo evocamos en el Viernes santo:

        Ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

        Una religión, una iglesia triunfalista y prepotente tiene poco que ver con Jesús Mesías, siervo de Yahvé.

        La humildad de tantos misioneros “perdidos” en los lugares más recónditos, el servicio de tantos voluntarios en las parroquias, la atención y acogida de los inmigrantes, la atención  a los ancianos, a los enfermos, el trabajo humilde y callado es el mesianismo de Jesús, la Iglesia de Jesús.

04.- ¿En qué Mesías creemos nosotros?

        Es cierto que hay personas muy cristianas entre nosotros. Hombres y mujeres nobles que siguen al Señor.

       No es menos cierto que también pulula en nuestra iglesia un gran sector de una ideología ultramontana.

       Pero también  circula un cristianismo más bien blando, edulcorado  y “con sabor a fresa” o cosa perecida, que tiene poco que ver con lo que hemos escuchado en el evangelio de hoy.

      En junio pasado fallecía el buen teólogo G. Lohfink [1] (1934-2024). En  su última publicación dejó escrito el siguiente comentario sobre el cristianismo que abunda en muchas personas y grupos cristianos:

        “Hoy se dicen como en un bucle frases como: ¡sé completamente tú mismo!, ¡Entra en armonía contigo mismo! ¡Hazte uno contigo mismo!, ¡Ten fe en ti mismo! ¡Escucha los sueños de tu corazón!, ¡Sé bueno contigo mismo!, ¡No te hagas daño!, ¡Afírmate incondicionalmente a ti mismo!, ¡Sé bueno contigo mismo!, ¡No te hagas daño!, ¡Perdónate por fin! ¡Toma las riendas de tu vida”.

        Es una literatura que preside algunos círculos actuales, catequesis, homilías, grupos, etc. Pero me da que es una literatura edificante cristiano-esotérica.

       Posiblemente sea una actitud “higiénica” desde el punto de vista psiquiátrico por aquello de la “autoestima”, pero no tiene mucho que ver con el seguimiento de Jesús:

      El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.

        Lejos de mí pensar que el cristianismo haya de ser masoquista, pero tampoco creo que el cristianismo sea el opio del pueblo, como decía Marx, ni tan siquiera el cristianismo es el “valium u orfidal” de siglo XXI.

        El que quiera ganar su vida, la perderá.

      Jesús no nos llama a amarnos a nosotros mismos, a cuidar nuestro ego, sino a dar y a entregar nuestra vida como Él la entregó.

       Buscarse siempre a sí mismo como un “narciso”, no lleva a la vida. La vida se tiene y se potencia en la creatividad, en el trabajo, la entrega, en el esfuerzo por los demás, en la generosidad: el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.

       La vida humana no es individual, es comunitaria. La comunidad integra y realiza a las personas individuales. La persona es persona en tanto en cuanto lo es con los demás. El ser humano no es un Robinson Crusoe aislado. Sin la comunidad las personas no viven, no se realizan, no logran la plenitud humana. El ser humano es por naturaleza un ser social y comunitario.

     La persona es una presencia abierta hacia las demás personas. Ser persona es relacionarse profundamente con los demás. Y ser cristiano es dar la vida por los demás. Existo en tanto en cuanto existo con y para los demás.

        Uno se posee en tanto que se da. Uno es persona y cristiano en tanto en cuanto es solidario y vive en una comunidad.

         El que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.

[1] G. Lohfink, Las palabras más importantes de Jesús, Estella, Ed Verbo Divino, 2024, 109.

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“Es indispensable entender quién es Jesús y en qué consiste su mesianismo”, por Consuelo Vélez

Domingo, 15 de septiembre de 2024
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IMG_7439De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del domingo XXIV del Tiempo Ordinario 15-09-2024

Jesús espera que sus discípulos, quiénes han compartido la vida con Él, hayan entendido quién es Él y el mesianismo que realiza, pero Pedro muestra que no acaban de entenderlo.

Jesús es un mesías crucificado y quien esté dispuesto a seguirlo, ha de correr su misma suerte

Este evangelio nos invita a entender quién es Jesús y en qué consiste su mesianismo

Revisemos nuestra comprensión de la persona de Jesús y busquemos seguirle en lo que Él es y no acomodándolo a nuestros intereses personales.

Salió Jesús con sus discípulos hacia los pueblos de Cesárea de Filipo, y por el camino hizo esta pregunta a sus discípulos:

 ¿Quién dicen los hombres que soy yo?

Ellos le dijeron:

– Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que uno de los profetas.

Y él les preguntaba:

+Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?

Pedro le contesta:

– Tú eres el Cristo.

Y les mandó enérgicamente que a nadie hablaran acerca de él.

Y comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar a los tres días. Hablaba de esto abiertamente.

Tomándole aparte. Pedro, se puso a reprenderle.

Pero él, volviéndose y mirando a sus discípulos, reprendió a Pedro, diciéndole:

¡Quítate de mí vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres.

Llamando a la gente, a la vez que, a sus discípulos, les dijo:

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. (Mc 8, 27-35)

El evangelio de Marcos comienza en el capítulo 1,1 diciendo: “comienzo del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios“. Esto es lo que se va a ir desarrollando a lo largo del evangelio y en el texto de hoy encontramos la primera confesión de fe sobre quién es este Jesús, dada por la boca de Pedro: Tu eres el Cristo, es decir, el Mesías, el Ungido. Con esta confesión de fe se cierra la primera parte del evangelio. En el capítulo 15,39, la confesión del centurión romano será la segunda confesión de fe sobre Jesús: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”.

Previo a llegar a esta primera confesión de fe, Jesús interroga a los discípulos sobre quién dicen las gentes que es él. Las respuestas son generales: unos que Juan el Bautista, otros que Elías y otros que los profetas. Jesús sabe que su misión es entendida de varias formas, como se ha visto a lo largo del evangelio. Pero aquí viene la confrontación a los mismos discípulos. Jesús espera que ellos, ya que han compartido su vida con Él, verdaderamente hayan entendido quién es Él y cuál es la clase de mesianismo que viene a realizar. Pedro toma la palabra, pero su respuesta adelanta la incomprensión que el mismo Jesús sufrirá, no solo con los de fuera, sino entre los de dentro, entre los suyos. Aunque parece que Pedro conoce bien la respuesta: “Tu eres el Cristo”, razón por la que Jesús se anima a explicarles mejor qué tipo de mesianismo está realizando, pero rápidamente se da cuenta, que no lo han entendido. Y tanto no lo han entendido que Pedro comienza a reprenderlo por decir que sería reprobado por las instituciones religiosas de su tiempo, sería asesinado y, solo después, habría de resucitar.

Jesús es un mesías crucificado y quien esté dispuesto a seguirlo, ha de correr su misma suerte. Pero Pedro no parece estar dispuesto a ello. Por eso Jesús le llama Satanás, dándole las razones de tal nombre: Pedro, y seguramente la mayoría de los discípulos, están esperando un mesianismo de gloria, de triunfos, de aceptación, de acogida, de realización plena. No han comprendido que los valores del reino son contraculturales a los valores aceptados por la mayoría. Pedro necesita entender que seguir a Jesús es asumir su mismo camino, sus mismas opciones, su fidelidad incondicional al mensaje del reino, su disposición para afrontar lo que venga en aras de permanecer fiel al mensaje que se anuncia.

Este texto sigue vigente en nuestra comprensión de Jesucristo. O lo hemos convertido en un Dios al que le pedimos bendiciones y nuestras oraciones se limitan a pedir y demandar; o lo hemos convertido en un Dios del culto, como lo dijimos la semana pasada, al que solo le interesa el rito, la norma, el mandato; o lo hemos convertido en un Dios a nuestra medida que justifica nuestros estilos de vida. Así,  sucesivamente, podríamos describir tantas y tan variadas deformacionesde la persona de Jesús.

Una vez más como Jesús lo hizo con los discípulos, este evangelio nos invita a entender quién es Jesús y en qué consiste su mesianismo. Él ha venido para mostrarnos los valores del reino que son justicia, igualdad, fraternidad/sororidad, servicio, transformación. Quien se dispone a vivir estos valores, sabe que no está exento de sufrir la misma suerte del maestro. Pero en eso consiste el seguimiento. Revisemos, entonces, nuestra comprensión de la persona de Jesús y busquemos seguirle en lo que Él es y no acomodándolo a nuestros intereses personales.

(foto tomada: http://blog.pucp.edu.pe/blog/victornomberto/2021/09/12/quien-dice-la-gente-que-soy-yo/)

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La Cruz Gloriosa

Sábado, 14 de septiembre de 2024
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Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de la comunión renovada con Dios.

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Estaríamos enajenados hasta el punto de permitirnos el lujo de buscar a Dios, en las horas cómodas del ocio, en templos lujosos, en liturgias pomposas y a menudo vacías, y de no verle, oírle y servirle allí dónde está, y nos espera, y exige nuestra presencia: en la humanidad, en el pobre, en el oprimido, en la víctima de la injusticia de la que somos, muy a menudo,  cómplices?

 

*

Don Helder Camara,
Un pensamiento para cada día”,
Médiaspaul, 2010

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Jesus in Love

***

Orar, es penetrar despacio, tranquilamente,
En el silencio de Dios,
Dejar a Dios darse y darme su silencio,
Para que pueda dejar mi corazón
latir al unísono del suyo,
dejar mi respiración entrar
En la respiración de Dios,
Dejarme penetrar por Su presencia,
Darme cuenta cada vez más
de que Dios está dentro de mí,
No, evidentemente, para evitar a mis hermanos
Sino para llevarles más,
Porque es verdaderamente imposible acercarse al crucificado
Sin acercarse a los crucificados del mundo entero.

*

Jean Vannier

***

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En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

1Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él.

*

Juan 3,13-17

***

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Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el centro de atracción, de salvación para toda la humanidad.

Quien no se rinde a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es bautizado, confirmado, absuelto.

El primer signo que la Iglesia traza sobre el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es siempre el santo signo de la cruz. No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad.

La vida cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es engendrado por el Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los méritos de su pasión, puede salvarse.

Ahora bien, la fe en Cristo crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz, debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada – y no sólo de una manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y resucitado.

La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano no ha sido redimido por un muerto, sino por un Resucitado de la muerte en la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo resucitado .

*

G. di S. M. Maddalena,
Infinita divina, Roma 1980, pp. 342ss

***

La Iglesia católica Romana, muchos grupos protestantes y ortodoxos celebran la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz el 14 de septiembre, ya que ese día es el aniversario de la consagración de la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 335 de la era actual, tras haber sido descubierta la cruz por Santa Elena. También se dice que ese día se conmemora la recuperación de la Cruz por Heraclio en el 628 de manos de los persas, quienes la habían llevado a Ctesifonte tras tomar Jerusalén en 614. En la liturgia se tiene constancia de esta celebración desde el siglo IV. En la liturgia romana celebra este día como “fiesta del Señor“, segunda categoría litúrgica entre las fiestas de los santos, celebrándose en todas las iglesias. Si cae en domingo, tiene preferencia ante la celebración dominical. El color litúrgico del día es el rojo. Tradicionalmente, en esta fiesta se exponen las reliquias de la Santa Cruz, si existen en el templo, u otras cruces.

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Por qué una cura no es todo lo que deseo

Lunes, 9 de septiembre de 2024
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IMG_7341La reflexión de hoy es de la colaboradora invitada Lily (ellos/él/ella), estudiante de doctorado en una gran universidad pública del Medio Oeste, donde investigan instituciones internacionales y estudios queer. Tienen experiencia en organización interreligiosa y educación en justicia social, y les apasiona facilitar el diálogo sobre cómo los jóvenes de fe pueden participar en movimientos por la paz y la justicia social.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el vigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario se pueden encontrar aquí.

Recientemente, tuve la oportunidad de leer el libro de Amy Kenny My Body Is Not A Prayer Request: Disability Justice In The Church, y me sorprendió la afirmación de Kenny de que la Iglesia se está perdiendo el testimonio profético y la bendición de (las personas discapacitadas y por tanto) discapacidad. Entre una serie de otros puntos bellamente aclarados, Kenny establece una distinción importante que creo que los católicos de todo el mundo deben tener en cuenta al enfrentar la liturgia de hoy; la diferencia entre curar y sanar.

Como explica Kenny, la curación es un proceso rápido, individual y físico con el único propósito de eliminar la enfermedad o la discapacidad. Es lo que nosotros, en la sociedad occidental, buscamos a menudo cuando visitamos el consultorio de un médico, con la esperanza de encontrar una manera de solucionar cualquier síntoma que estemos experimentando. La curación, por otro lado, es un proceso mucho más rico, profundo, lento, complicado y complejo de restaurar el bienestar comunitario. Implica restaurar la interdependencia, el bienestar espiritual y las relaciones interpersonales y, a menudo, puede tener lugar incluso sin la eliminación de la enfermedad o la discapacidad.

Como católica queer que también vive con enfermedades crónicas, estoy bastante familiarizada tanto con la búsqueda de la curación como con la búsqueda de una cura. Hoy espero compartir con ustedes cómo veo que mi fe encaja en ambas actividades, con la esperanza de que puedan sacar de mi reflexión al menos una idea que complica su comprensión de la relación entre las personas discapacitadas y con enfermedades crónicas. tener con la Iglesia.

No todas las personas con enfermedades crónicas buscan una cura, pero resulta que yo sí. Con frecuencia estoy saltando de un consultorio médico a otro, con la esperanza de encontrar el medicamento/suplemento/régimen de terapia que me quite el dolor y la fatiga con los que he vivido durante casi tres años. Muy a menudo, sentado en una sala de espera, me encuentro rezando por una cura, rezando para que este nuevo médico sea quien tenga la clave para que yo pueda vivir la vida de una persona de 23 años “sana”. viejo (lo que sea que eso signifique); que mañana podré despertarme sin cansancio ni dolor.

Sin embargo, en ese momento de oración, con frecuencia elijo ignorar un par de hechos inconvenientes: incluso si encontrara una cura y me despertara sano y salvo mañana, seguiría cargando conmigo el dolor de todo el tiempo que aparentemente perdí mientras estar enfermo, la ira por no haber encontrado la cura más rápido, el peso de todas las relaciones y oportunidades que se me escaparon por todas esas veces que no podía levantarme de la cama o no podía subir un tramo de escaleras. y mucho más. Ni siquiera los mejores médicos pueden hacer que desaparezcan.

Si bien, por un lado, desearía nunca haber desarrollado esta enfermedad crónica, también soy muy consciente de cómo me ha unido a algunos increíbles activistas por la justicia de las personas con discapacidad y me ha mostrado cómo ser solidario con algunos de los ahora marginado del pueblo de Dios, dejó claro cómo mi liberación está entrelazada con la de muchos otros grupos, y me expuso la forma en que la Iglesia no es capaz de cuidar de un montón de comunidades. Entonces (aunque a veces a regañadientes) acepto que este dolor aparentemente sin sentido es de alguna manera parte del plan de Dios para mi vida.

En ausencia de una cura para mi sufrimiento (o incluso si existe), ¿cómo puede ser entonces la curación, especialmente en el contexto de la Iglesia? La respuesta a esta pregunta es notablemente similar a la respuesta a otra pregunta a la que me enfrento con bastante frecuencia: en ausencia de mi capacidad para casarme con mi pareja en la Iglesia Católica, ¿cómo puede verse una afirmación de mi personalidad plena por parte de la Iglesia? ¿como?

Mientras todavía estoy pensando en mi respuesta completa a esta segunda pregunta, inmediatamente me vienen a la mente algunas sugerencias. La Iglesia puede brindar atención pastoral que sea sensible a las necesidades y experiencias de los católicos queer, centrándose en la comprensión, la compasión y el acompañamiento, reconociendo las luchas que enfrentamos. Puede afirmar públicamente la dignidad inherente de los católicos queer al hablar contra la discriminación, la violencia y el trato injusto basado en la orientación sexual o la identidad de género. Puede condenar oficialmente prácticas como la terapia de conversión, cuyo objetivo es cambiar la orientación sexual o la identidad de género de un individuo, reconociendo el daño que tales prácticas causan. Puede reevaluar su lenguaje respecto a cuestiones LGBTQ+, evitando términos o frases duras o excluyentes.

En la misma línea, la Iglesia puede apoyar la curación de personas discapacitadas y con enfermedades crónicas, para aquellos que desean y aún no han encontrado la curación, adoptando enfoques holísticos y comunitarios que enfaticen el bienestar espiritual, las prácticas inclusivas y las redes de apoyo. El trabajo debe comenzar primero abordando el capacitismo dentro de la iglesia, deshaciéndonos de cualquier complejo de salvador y promoviendo la accesibilidad no solo dentro de las liturgias sino también en toda la programación. La iglesia también debe hacer el trabajo de abogar por la justicia social y la accesibilidad para abordar los problemas sistémicos que enfrentan las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, reconociendo que las experiencias individuales de discapacidad están determinadas por otros aspectos de su identidad, como la raza, el género y la orientación sexual. y estatus socioeconómico. Lo más importante es que, mientras participa en este trabajo, la Iglesia debe seguir comprometida a priorizar las necesidades y deseos de las personas discapacitadas o con enfermedades crónicas, y comprometerse a rendir cuentas ante aquellos más afectados por los males del capacitismo.

Mientras tanto, a veces me encontrarás orando por una cura, pero casi siempre orando por sanación.

—Lirio, 8 de septiembre de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Salir del aislamiento”. 23 Tiempo Ordinario – B (Marcos 7,31-37)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7216La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Se desarrolla la telefonía móvil y la comunicación por Internet. Pero muchas personas están cada vez más solas.

El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente apenas responsable de los demás. Cada uno vive encerrado en su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.

Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. No son ya capaces de acoger y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie. Se relacionan cada día con mucha gente, pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.

Según el relato evangélico, para liberar al sordomudo de su enfermedad, Jesús le pide su colaboración: «Ábrete». ¿No es esta la invitación que hemos de escuchar también hoy para rescatar nuestro corazón del aislamiento?

Sin duda, las causas de esta falta de comunicación son muy diversas, pero, con frecuencia, tienen su raíz en nuestro pecado. Cuando actuamos egoístamente nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia caemos en el riesgo de vivir cada vez más solos.

Sin duda es bueno aprender nuevas técnicas de comunicación, pero hemos de aprender, antes que nada, a abrirnos a la amistad y al amor verdadero. El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello, la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos no está solo. Vive de manera solidaria.


José Antonio Pagola

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“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.” Domingo 8de septiembre de 2024. Domingo 23º del tiempo ordinario

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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49-ordinarioB23 cerezoDe Koinonia:

Isaías 35, 4-7a: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará.
Salmo responsorial: 145: Alaba, alma mía, al Señor.
Santiago 2, 1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres para hacerlos herederos del reino?.
Marcos 7, 31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

El profeta Isaías es el profeta de la consolación. El pueblo en medio del dolor que ha generado el destierro, necesita de una voz de aliento y esperanza, por eso el profeta los invita a tener valor a que «no tengan miedo», es necesario confiar en Dios pues él va a salvar a su pueblo de la esclavitud.

El profeta evoca con sus palabras el recuerdo de la tierra de Palestina con sus riquezas naturales, torrentes y manantiales, una tierra fértil y espaciosa, un paraíso o una tierra prometida, que les espera después del exilio, a la que regresarán como en un nuevo éxodo. En esta tierra se volverán a instaurar y reconstruirán el Templo, la ciudad y la historia. Y vivirán en plenitud, llenos de vida y salud, con sus órganos de los sentidos completos, capaces de percibir lo que está pasando a su alrededor. En las mismas palabras del profeta, se puede descubrir la fuerza de Dios, que busca reanimar a los abatidos y transformar la tierra devastada. El profeta anuncia tantos bienes que parece la llegada de los tiempos mesiánicos.

La carta de Santiago es un reclamo fuerte a la fraternidad. El que hace distinción de personas en la asamblea, es decir, en la celebración litúrgica, no puede ser cristiano. Santiago en su carta nos habla de diferencias y desigualdades en el interior de la misma comunidad, paradójicamente donde se tendría que construir otro modelo que prefigure la relación que los seres humanos deben construir en la vida social. En una palabra: la fraternidad, como fruto del mandamiento del amor, empieza en la misma celebración litúrgica y se debe hacer realidad en las relaciones sociales de los miembros de la comunidad.

Cada vez que el cristiano celebra la eucaristía debe asumir el compromiso del amor real, un amor que se hace efectivo en las obras que enriquecen la vida y la llenan de contenidos de humanización. Ésta es una tarea que tenemos que asumir para hacer de la celebración cristiana un espacio de vida abundante y de experiencia profunda de amor.

El evangelio de hoy nos dice que los paganos también fueron destinatarios del anuncio del Reino de Dios por parte de Jesús. Que saliendo Jesús de nuevo de la región de Tiro se dirigió por Sidón hacia el mar de Galilea, por en medio de los límites de la Decápolis, todo en territorio pagano. Y le trajeron un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Es una de las poquísimas veces que vemos a Jesús fuera de su país; si creemos a los evangelios, Jesús, prácticamente, no viajó al extranjero. Es importante señalar que en aquel entonces, ir al «extranjero» es también ir al «mundo de los paganos»… no como hoy. En este fragmento del evangelio de Marcos observamos a Jesús pues en medio de gente de otra religión… Puede ser muy significativo para nosotros el comportamiento que tenga hacia esas personas que no creen en el Dios de Abraham que cree Jesús…

En efecto. Vemos en primer lugar cómo Jesús no está entre los gentiles o paganos con una actitud «apostólica», no lo vemos preocupado por catequizarles. Tampoco parece preocupado por hacer entre ellos proselitismo religioso: no trata de convertir a nadie a su religión, a la fe israelítica en el Dios de Abraham. Y tampoco vemos que Jesús aproveche su paso para «impartir la doctrina», «enseñar y divulgar las santas máximas de su religión». Más aún: observemos que ni siquiera predica, no da discursos religiosos. Más bien, simplemente «cura». Es decir: no teoría, sino práctica. Hechos, no dichos.

No podemos decir que Jesús pase por el territorio pagano con indiferencia, o con los ojos cerrados, como si no tuviera nada que hacer allí… Más bien diríamos que lo que considera es que no tiene mucho que decir. No lo vemos discurseando, ni dando su «servicio de la palabra», sino curando y sanando. No habla del Reino (lo que es su «profesión» y hasta su «obsesión» dentro de los límites de Israel); fuera de su territorio religioso calla sobre el Reino y «hace Reino». O como dice la gente al verle: «hace el bien», no habla sobre el bien. (Y ya sabemos que «ubi bonum, ibi Regnum», «donde se hace el bien, allí está el Reinado de Dios», una fórmula que nos hace caer en la cuenta de una cierta tautología que se da entre «bien» y «Reino»; ya lo decía la antífona-canto del salmo 71: «Tu Reino es Vida, tu Reino es Verdad, tu Reino es Justicia, tu Reino es Paz, tu Reino es Gracia, tu Reino es Amor…»).

Bien mirado, aunque Jesús no predica en esa región pagana, sí «ev-angeliza», en el sentido más exacto de la palabra: da la «buena noticia» («eu-angelo»). No «informa sobre ella», no trata de trasmitir «conocimientos salvíficos», ni siquiera de «poner signos» o de simplemente «anunciar-decir», sino de «hacer presente», de «poner ahí», de construir esos «hechos y prácticas» que son, por sí mismos, la «buena noticia». «Evangelización práctica», pues, sin teorías, ni palabras. (No estamos despreciando la teoría, la doctrina, la teología, la palabra… ni creemos que para Jesús no tuviera importancia… Lo que estamos queriendo decir -fijándonos en Él- es que también para nosotros, como para Él, el puesto de estas dimensiones «teóricas» es un puesto segundo; el primer puesto es para la Vida, para la acción, para la práctica del bien que identifica el Reino, no para la palabra que lo anuncia. Lo último que en definitiva perseguimos, es la práctica, los hechos, la realidad. La teoría, la palabra, la concienciación… también forman parte de la realidad, pero no como objetivos, sino como «instrumentos» para su consecución plena).

Excelente lección para nuestros tiempos de pluralismo religioso y de diálogo interreligioso. Tal vez nuestro histórico celo apostólico y misionero por la «conversión de los infieles», por la «llamada de los gentiles a la fe cristiana», por la «cristianización de las naciones de otra religión», o por «la expansión de la Iglesia» o su «implantación en otras áreas geográficas»… debieran mirar a Jesús y tomar nota de su peculiar conducta misionera. Tal vez hoy necesitaríamos, como Jesús, callar más y simplemente actuar. Es decir, dialogar interreligiosamente comenzando –como se suele decir técnicamente- con el «diálogo de vida»: juntarnos con los «otros» y conjugar nuestros esfuerzos en la construcción de la Vida (en la construcción del bien –«¡ibi Regnum!», ¡allí está el Reino!-). Porque si logramos estar unidos en la construcción del «Reinado de Dios» (no importa el nombre con que se designe, claro está), estaremos de hecho unidos en la adoración (práctica) del Dios del Reino. La doctrina, el dogma, la teología… vendrán después. Y caerán por su propio peso, como fruta madura, cuando el diálogo ya sea una realidad palpable en la práctica de la vida diaria.

«Todo lo hizo bien, hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»; este versículo 37 tal vez sea una mala traducción, o una derivación de la exclamación que, más probablemente, brotó a los observadores de la conducta de Jesús: «Ha hecho todo el bien [que ha podido], hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos». O sea, sí que predicó Jesús a los gentiles, pero con «el lenguaje de los hechos», y no pidiendo una conversión “mental” a su religión, o a una nueva Iglesia que él no estaba pensando fundar, sino compartiendo con ellos su «conversión al Reino». Jesús no trataba de convertir a nadie a una nueva religión, sino de convertir a todos al Reino, dejando a cada uno en la religión en la que estaba. La conversión importante no es hacia una (u otra) religión, sino hacia el Reino, sea cual sea la religión en la que se dé.

La misión del misionero cristiano se inspira en Jesús. El misionero -todos nosotros, en determinadas circunstancias- no debe buscar la conversión de los «gentiles» a la Iglesia, como su primer objetivo, sino su conversión al Reino (sea cual sea el nombre con el que el “otro” lo llame, y recordando que de nominibus non est quaestio, que «acerca de los nombres no hay que discutir»). Y esa conversión, claro está, no es de diálogo teórico, ni de predicación doctrinal solo… sino de «diálogo de vida» y de construcción del Reino. Leer más…

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Mc 7, 31-37. Sordomudo decapolitano: ¿Quién nos enseñará a hablar (8.9.24, Dom 23 TO)

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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IMG_7338Del blog de Xabier Pikaza:

Somos aquel sordomudo. Nos han quitado la palabra, la hemos olvidado, nos la han robado. ¿Quién abrirá nuestros oídos, quién soltará nuestra lengua? Sigamos leyendo, meditemos, hablemos.

Situar el texto

Éste es el último relato de la primera sección de los panes  (6, 34−7, 37), que había comenzado con  la multiplicación (6, 34-44) y el paso por el mar (6, 45-56), para centrarse en la disputa de Jesús con los fariseos sobre la cuestión de las comida (7, 1-23), hasta el descubrimiento de que el pan mesiánico ha de ofrecerse también a los gentiles (7, 24-30). Pues bien, todo eso exige un cambio radical: hombres y mujeres han de aprender a escuchar y hablar de un modo distinto. Así lo muestra este relato final, con la curación de un sordomudo decapolitano (quizá  pagano, como el geraseno de 5, 1-20), a quien Jesús abre los oídos y desata la lengua para que pueda proclamar la nueva palabra de comunión universal:

(a. Presentación) 31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano;

            (b. Milagro) 33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

(c. Conclusión) 36El les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más insistía, más lo pregonaban. 37 Y en el colmo de la admiración decían: Todo lo ha hecho bien. Hace oír a los sordos y hablar a los mudos[1].

             Con este relato termina la primer desarrollo de la sección de los panes; es un texto de carácter sacramental, que recoge una especie de “iniciación catequética” (vinculada quizá con el bautismo). El cristiano es un hombre o mujer al que Jesús abre los oídos y desata la lengua, para que pueda escuchar y proclamar una palabra distinta, abierta a todos los seres humanos. Como de costumbre, siguiendo la lógica de Marcos, hemos dividido el relato en tres partes[2].

 7, 31-32. Presentación.

31 Y de nuevo, saliendo de las fronteras de Tiro, llegó, a través de Sidón, al mar de Galilea, a través de las fronteras de la Decápolis. 32 Y  le llevaron un hombre que era sordo y tartamudo y le suplicaban que le impusiera la mano

Jesús está recorriendo un camino que lleva de Tiro, al noroeste de Galilea, a través de Sidón (más al norte) al Mar de Galilea (lugar de encuentro de los diversos pueblos), pasando  a través de la Decápolis, que está básicamente al oriente, al otro lado de ese  mar de Galilea. Es un camino en zigzag, difícil de fijar en el mapa, al menos de un modo rectilíneo, pues el relato tiene un sentido y una finalidad más teológica y pastoral que geográfica. Además, como sabemos por 6, 45-53, los caminos de Jesús pueden hallarse llenos de sorpresas, pues parecen dirigirse a un sitio y acaba llegando a otro.

Todo nos permite afirmar que este trazado no es producto de la ignorancia geográfica de Marcos, sino de la misma identidad del proyecto  y tarea de Jesús, que tiene dos partes. (a) En la primera parte,  se dice que Jesús anuncia el Reino en Galilea, abriéndose a un entorno, formado de un modo especial por la región de Tiro y Sión (cf. 3, 8), a la que ahora se une la Decápolis. Según eso, la misión a los paganos del entorno se enraíza en la misma historia de Jesús del mensaje de Jesús en Galilea (1, 14−8, 26). (b) En la segunda parte, Marcos narra la subida de Jesús a Jerusalén, retomando los motivos básicamente israelitas, pero después de haber dicho que Jesús ha “pasado” por los bordes paganos de la tierra de Israel  (8, 27−1, 47)[3].

Sea como fuere, Jesús, que en 7, 24 estaba en el territorio de Tiro, sube hacia el norte (por la zona de Sidón), abarcando de esa forma el conjunto de Felicia, zona importante en la historia más antigua de Israel (en especial en los relatos de Elías y Eliseo) y también al comienzo de la Iglesia, como he dicho en la introducción de este libro. Pues bien, en vez  de dirigirse después directamente hacia el sudeste, al mar de Galilea, Marcos dice que Jesús dio un gran rodeo, pasando por la Decápolis (=Las Diez Ciudades), un ancho territorio de metrópolis siro-helenistas (entre las que se hallaban Damasco y Gerasa),  alnorte y al este del Mar de Galilea.

Es muy posible que Marcos esté evocando en este viaje los lugares de presencia cristiana en los que se arraiga su evangelio, fuera de Israel, en el entorno de Fenicia, Siria y Decápolis (con un centro en Damasco, como hemos destacado). Según eso, no sabemos dónde está Jesús al realizar el milagro que sigue (7, 33-35), aunque todo nos permite suponer que, tanto ahora como en el relato de la segunda multiplicación, se encuentra fuera de la tierra de Israel, en alguna zona de la Decápolis, pues sólo llegará a Galilea (a Dalmanuza) en 8,10. Ciertamente, según eso, el sordo-tartamudo de este relato puede ser judío (pues hay muchos judíos en la zona), pero puede igualmente ser pagano, tema que, en este contexto de la narración, a Marcos ya no le importa.

Desde ese fondo se entiende la razón por la que Marcos ha situado aquí este milagro de Jesús, como  signo de un cambio, esto es, de un giro o transformaciónde paradigma. En este momento de su relato, él nos dice que lo más importante es aprender a escuchar y hablar de manera personal. Por eso insiste en la exigencia de abrir los oídos y escuchar la nueva palabra (como él mismo ha escuchado la palabra de la siro-fenicia) para así poder hablar (el texto paralelo de la segunda sección de los panes, expandirá ese motivo, desde la perspectiva de los ojos, aprender a ver: 8, 22-26). Lógicamente, para visualizar este cambio de paradigma ha ofrecido este milagro.

Le traen a un hombre que sordo (no es capaz de escuchar la palabra) y tartamudo (mogilalon: tiene la lengua impedida), de manera que apenas puede expresarse. Es un enfermo de comunicación: no puede hablar correctamente, ni expresarse con soltura, no puede escucha la voz de Dios, ni comunicarse de verdad con los demás. En el fondo es un esclavo de su propia sordera y tartamudez: no logra entender lo que dicen, no puede expresarse. Por eso vive encerrado en la doble distorsión de su lenguaje, como un hombre incapaz de escuchar y hablar, sin poder conversar con los demás. Así puede entenderse como signo de aquellos que no entienden: prefieren mantenerse en sus esquemas viejos, escuchando sólo sus palabras y razones, que en este caso son razones de los fariseos, que Jesús ha querido superar en Mc 7, 1-23. No saben oír, no sabe hablar, a no ser que Jesús les cure[4].

 7, 33-35. Milagro. Abrir los oídos, soltar la boca.

33 y separándolo de la gente y, a solas con él, le metió los dedos en los oídos y escupiendo tocó la lengua con saliva. 34 Luego, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: Effatha (que significa: ábrete).35 Y al momento se le abrieron sus oídos, se le soltó la traba de la lengua y comenzó a hablar correctamente.

Este “milagro” de curación se encuentra estratégicamente situado, al final del primer desarrollo de los panes. Para que este enfermo entienda y diga el evangelio (es decir, la buena noticia de la salvación) ha de haber alguien que le abra los oídos y le suelte la lengua. Jesús lo hace, siguiendo probablemente un ritual de catequesis e iniciación sacramental, en la que se refleja la práctica cristiana de la iglesia de Marcos. Para ello,  toma al enfermo en privado, separándolo de la muchedumbre (7, 33), a fin de mantener un contacto directo con él y realizar un signo sacramental, que puede interpretarse de un modo mágico (si sólo nos fijamos en el gesto externo) o como simbolización ritual, dirigida al desarrollo personal del “enfermo” (o, quizá mejor, del catecúmeno, por emplear una palabra posterior de la Iglesia).

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¿Es Jesús un mago o el Mesías? Domingo 23. Ciclo B

Domingo, 8 de septiembre de 2024
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porta23-12Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La dificultad de curar a un sordo

Cuando llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple contacto con su persona o con su manto para que se produjese la curación.

Ahora, al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad (algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o la hemorroisa. Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron suprimir este relato.

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano. Él apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

-«Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:

-Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Conviene advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas; 3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos; 5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effetá (se discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del evangelio.

Desde el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado sería el uso de la saliva, a la que se concede poder curativo. El gemido y la palabra en lengua extraña recuerdan al mundo de la magia.

Sin embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en la primera lectura: «Entonces… las orejas de los sordos se abrirán… y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.

La dificultad de curar a un ciego

Si la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha, dentro de dos o tres domingos habríamos leído un milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que ocurrió con el sordo.

Jesús: 1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6) Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.

La sordera y ceguera de los discípulos

¿Por qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos? La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos: «¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no veis? Tenéis oídos, ¿y no oís?» (Mc 8,17-18).

Ojos que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.

Las maravillas de la época mesiánica (Isaías 35,4-7)

Este texto ha sido elegido por la promesa de que «los oídos de los sordos se abrirán», que se ve realizada en el milagro de Jesús. De hecho, el poema del libro de Isaías se centra en la situación de los judíos desterrados en Babilonia, sin esperanza de verse liberados. Y, aunque se diese esa liberación, tienen miedo de volver a Jerusalén. Se consideran una caravana de gente inútil: ciegos, sordos, cojos, mudos, que deben atravesar un desierto ardiente, sin una gota de agua y con guarida de chacales. El profeta los anima, asegurándoles que Dios los salvará y cambiará esa situación de forma maravillosa. Estas palabras terminaron convirtiéndose en una descripción ideal de la época del Mesías y fueron muy importantes para los primeros cristianos.

Decid a los inquietos: «¡Sed fuertes, no temáis! ¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios. Viene en persona y os salvará».

Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo, y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto, y corrientes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial.

Un milagro más difícil todavía (Santiago 2,1-5)

Aunque sin relación con el evangelio, este texto puede leerse como una visión realista, nada milagrosa, de la época mesiánica. Aquí el pueblo de Dios no está formado por gente que se considera inútil y débil. Al contrario, está dividido entre personas con anillos de oro, elegantemente vestidas, y pobres con vestidos miserables. Y lo peor es que el presidente de la asamblea concede a los ricos el puesto de honor, mientras relega a segundo plano a los pobres. Como en el fastuoso funeral de Juan Pablo II, con tantas personalidades famosas en primer plano, mientras los fieles cristianos llenaban la plaza y la Via della Conciliazione. El nuevo milagro, la nueva época mesiánica, será cuando los cristianos seamos conscientes de que «Dios ha elegido a los pobres para hacerlos ricos en la fe».

Hermanos míos, no mezcléis la fe de nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de personas. Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estáis haciendo discriminaciones entre vosotros, y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos? Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del reino que prometió a los que lo aman?

Reflexión final

Tomado por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice que Jesús «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se complementan.

Pero quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.

La segunda lectura, en la situación actual de la Iglesia, cuando tantos escándalos parecen sumirla en un desierto sin futuro, supone una invitación a la esperanza. Pero el milagro será imposible mientras las personas que tienen mayor responsabilidad en la Iglesia sigan luchando por los primeros puestos, los anillos de oro y los capelos cardenalicios.

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