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Jose Arregi: “¿Dios personal? Un texto de Hans Küng.”

Jueves, 20 de mayo de 2021
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personal-relation-with-god-740x444Me alegro de que, a raíz de la publicación del libro Después de Dios. Otro modelo es posible, en ATRIO se haya lanzado esta reflexión en torno a teísmo y no-teísmo. En definitiva, un debate sobre Dios, Realidad fontal de todo lo real. Realidad indecible, sobre la que no podemos ni hablar adecuadamente, pues todas nuestras imágenes y palabras no son sino aquellas que nuestra capacidad cerebral (1.400 cm3) es capaz de producir, ni callar enteramente, pues en esa Realidad indecible “vivimos, nos movemos y somos”, como dijo Pablo en el Areópago ateniense, citando a un poeta estoico (Hechos de los Apóstoles 17,28).

El debate sobre la superación del teísmo se ha abierto en los días de la pascua o del paso a la Vida del admirado Profesor Hans Küng, fallecido el 6 de abril como “teólogo no católico”, pues fue condenado por Juan Pablo II en 1979 y no ha sido rehabilitado después ni por Benedicto XVI ni por el papa Francisco. Lógica terrible del sistema vaticano.

Para honrar la memoria de Küng y pensando que pueda contribuir a enriquecer nuestra reflexión, me permito copiar aquí dos páginas de su libro El cristianismo y las grandes religiones, que llevan como título:  “¿Concepción personal  a-personal de Dios?”. Dice:

“Tanto en el hinduismo como en el cristianismo hay una tensión entre lo a-personal y lo personal en la concepción de Dios.

Aunque las religiones hindúes aceptan desde la época de las Upanishads al Brahman envolvente como la realidad última, a la que el ser humano solo tiene acceso por el camino de la contemplación mística, sin embargo, esta fe permaneció unida a una multitud de mitos antropomórficos y personalistas. Y, aunque luego también en las religiones monoteístas del visnuismo, shivaísmo y saktismo Brahman tiene prioridad en la consideración ontológica sobre la esencia de Dios, sin embargo, precisamente estas religiones acentuaron la relación personal de Dios con el ser humano en el acontecimiento liberador.

A la inversa, la teología cristiana no reduce su lenguaje sobre Dios a los antropomorfismos de todo tipo, como los que aparecen abundantemente en la Biblia. También ella habla de Dios como del Dios oculto (latens deitas), habla de Dios como de la divinidad que se sustrae al ser humano (divinitas), del bien sumo (summum bonum), del ser mismo (ipsum ese), de la verdad, bondad y belleza misma (veritas, bonitas, pulchritudo ipsa). También ella tiene conciencia del Inefable (ineffabile), del misterio (mysterium), que trata de entender simbólicamente con ejemplos, metáforas, imágenes como mar, océano, desierto o sol, luz y fuego. También la teología cristiana responde al interrogante sobre la personalidad de Dios de manera totalmente dialéctica, para evitar burdas objetivaciones, y lo que voy a expresar aquí en tres puntos podría obtener, desde luego, el asentimiento de creyentes hindúes:

El Dios uno no es ser masculino o femenino, no es persona del mismo modo que lo es el ser humano. Lo Uno, que todo lo envuelve y penetra, no es un objeto ‘sobre’ el que el ser humano podría hacer enunciados desde una distancia calculada. No hay un punto ‘más allá’ de Dios, desde el que el ser humano podría juzgar sobre lo Uno y envolvente. Lo que llamamos fundamento originario, sostén originario, meta originaria de toda realidad, no puede concebirse como ‘un dios’ o ’una diosa’ entre (o sobre) otros; no puede ser una persona individual entre otras personas, pero tampoco ningún super-hombre o super-yo. También el concepto de persona, también el concepto de padre o madre es simplemente una aproximación cifrada a la realidad suprema y más profunda, que de hecho es una no-dualidad.

¿Puede concebirse el Dios uno, que fundamenta la personalidad, de manera completamente a-personal? No, Dios tampoco es un ser neutro. Precisamente porque el fundamento y sentido de toda realidad no es una ‘cosa’, precisamente porque no es perceptible, disponible, manipulable, no puede ser im-personal, y menos aún sub-personal. Es decir, Dios hace saltar también el concepto de lo impersonal; pero tampoco es menos que persona. También según la concepción hindú, lo Uno inicial primigenio o Brahman es, al mismo tiempo, conciencia universal, a la que se atribuyen potencias: capacidad ilimitada de conocer (omnisciencia), de querer (libertad absoluta) y de obrar (omnipotencia).

Dios, por ser la realidad originaria, abarca, por tanto, lo masculino, lo femenino y lo neutro, lo personal y lo apersonal. Es decir, todas las oposiciones de lo humano-mundano-creado están en él ‘elevadas’ en el triple sentido hegeliano: afirmadas (mantenidas), negadas (relativizadas) y ‘levantadas’, superadas (trascendidas). Así, pues, Dios es de hecho el Otro, y no el completamente Otro, como el mismo Barth reconoció cada vez más decididamente en su teología posterior, cuando comenzó a hablar más de la ‘humanidad de Dios’.

A mi juicio, el cristianismo (en su tradición de la teología negativa) y el hinduismo están de acuerdo en que esta realidad tiene que describirse ante todo negativamente, pero, desde luego, no solo negativamente. En efecto, se trata de la realidad divina que todo lo penetra y todo lo vivifica y, por tanto, de la realidad más real (satyasya satyam = ‘lo real de lo real’ = ens realissimum), que, también según la concepción india, se describe con razón como ser puro (sat), conciencia cognoscente (cit) y felicidad radiante (ananda) (tres predicados esenciales, no tres personas como en la doctrina posbíblica de la Trinidad); en pocas palabras: el Yo puro que habita nuestro yo individual y constituye en último término a todos los seres. Más que designar esta realidad sumamente real como personal o apersonal, como sexuada o asexuada, será preferible llamarla, con Paul Tillich –si se tiene interés en una palabra–, transpersonal o transexual, respectivamente. Dios es, en cierto modo, la ‘personificación’ de lo divino”.

(Hans Küng, en colaboración con Josef van Ess, Heinrich von Stietencron y Heinz Bechert, El cristiansimo y las grandes religiones, Libros Europa, Madrid 1987 [original alemán de 1984], pp. 255-257).

CUATRO NOTAS AL MARGEN:

Doy por supuesto que Hans Küng no ha de constituir para nadie una meta a la hora de pensar o decir “Dios”, sino un mero punto de partida que suscita nuevas preguntas, nuevas imágenes y categorías guiadas por la pasión y el horizonte de lo Indecible. Tampoco estas páginas recogidas aquí, escritas en 1982, fueron para su autor una meta definitiva.

Nadie que –en un marco religioso o enteramente laico– se haya dejado tocar por el Fuego se aferra a imágenes y palabras, ni divide el mundo en ortodoxos y heterodoxos.

En el interior de todas las grandes tradiciones religiosas se han desarrollado y han convivido con más o menos conflictos las categorías e imágenes personalistas (teístas, duales) como las categorías e imágenes místicas (transteístas, no-duales, transpersonales). Tanto unas como otras son constructos humanos. Constructos neuro-culturales.

Me pregunto qué serán todas nuestras “teologías” (nuestros cultos y oraciones) de hoy para unos seres del futuro (humanos, trans-humanos o post-humanos) con una capacidad cerebral mucho más grande que la nuestra y, por lo tanto, con una conciencia personal más amplia, una bondad más feliz, una espiritualidad” más honda, una palabra más inspirada por la llama de lo Real Inefable… Porque la vida sigue, la evolución también, y las religiones nacen y mueren, al igual que todas las imágenes de la Realidad última. Y el Espíritu que alienta en todo nos llama a ser más libres y humildes.

Jose Arregi

Fuente Atrio

Biblia, Espiritualidad ,

“¿Un Dios personal?”, por Enrique Martínez Lozano

Martes, 6 de diciembre de 2016
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02589234Me parece claro que el modo como vemos a “Dios” es inexorablemente deudor de la idea que tenemos acerca de nosotros mismos. Mientras la persona religiosa se identifique a sí misma con el “yo” separado (personal), no podrá sino percibir a “Dios” como un Ente separado, e igualmente “personal”.

Esa comprensión es verdadera, pero únicamente en el nivel en el que aparece, es decir, el mental. Ahora bien, cuando caes en la cuenta de que ese nivel es solo aparente, percibes que tanto la identidad “personal” como la idea de un “Dios personal” no son reales, sino solo verdaderas en aquel nivel.

Esto significa –tal como lo veo– que el centro de la discusión no se halla en el plano teológico (o religioso), sino en otro mucho más profundo que tiene que ver con el propio modo de conocer.

Comprendo que una persona creyente, que asume como real el nivel mental, centre su fe en un Dios personal. Pero, ¿qué ocurre cuando te haces consciente de que ese mismo nivel es solo una creación de la mente? La nueva consciencia relativiza radicalmente las percepciones mentales. En concreto, en el campo teológico o religioso, vienes a descubrir que todo lo referido a aquel Dios en quien se creía no era sino un conjunto de proyecciones. Conceptos nucleares en teología como los de “Amor”, “Bondad”, “Justicia”…, aplicados a Dios, no eran sino proyección mental a partir de nuestra propia situación. El resultado no podía ser otro que la creación de un ídolo a nuestra medida, “personal” –a partir de nuestra propia creencia que nos identificaba como un “yo personal”– y “justo”, según nuestro propio y reductor sentido de la justicia. Etcétera…

Por eso, en el mismo instante en que dejas de verte como “persona” separada, cae el carácter “personal” que habíamos atribuido a Dios. Es decir, lo liberamos de la etiqueta que habíamos colocado sobre Él. Y accedemos a una experiencia inmediata en la no-separación. En síntesis: el “dios personal” no era sino una proyección realizada desde la percepción que el ser humano tenía de sí mismo.

Esta nueva consciencia permite percibir algo que pasaba desapercibido mientras nos hallábamos identificados con la mente y que ahora aparece como evidente. José Luis San Miguel lo formula de este modo: “Un ente personal no podría ser lo primario desde el momento que toda personalidad implica complejidad y particularidad”. Y, en nota a pie de página, añade: “Hay que hacer notar que el carácter problemático de que lo Absoluto primordial sea de naturaleza personal viene, de entrada, de que toda persona-lidad, en tanto que realidad psíquica estructurada, es necesariamente un producto evolutivo complejo que precisa, como tal, de algún sustrato estructurable. El equívoco viene de olvidar que toda persona, hasta la más elevada concebible, es “máscara”, un instrumento que la Consciencia utiliza para “entizarse” en una forma al devenir plural” (J.L. SAN MIGUEL DE PABLOS, La rebelión de la consciencia, Barcelona, Kairós, 2014, p. 107).

De un modo similar a como la salida del estado de sueño nos introduce en un mundo –el de la vigilia– previamente inimaginable desde aquel, el paso del nivel mental al nivel transpersonal –de la mano de la vivencia de la no dualidad– modifica por completo nuestra percepción en todos los ámbitos. Por eso decía que, al hablar del “carácter personal” de Dios, no nos hallamos ante un problema teológico sino de “modo de conocer” o de nivel de consciencia en que nos hallamos.

Con ello queda patente, una vez más, que la cuestión radicalmente nuclear no es la que se refiere a “Dios” –la respuesta a la misma sería una construcción mental–, sino aquella otra acerca de ¿quién soy yo? Esta es la pregunta clave –la pregunta espiritual–, de cuya respuesta pende todo lo demás. De ahí que carezca de sentido discutir sobre la cuestión de Dios, si se hace desde niveles de consciencia diferentes acerca de quiénes somos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad , ,

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