“La dignidad nacional tiene alma totalitaria”,
José Ignacio Calleja Sáenz de Navarrete, Profesor de Moral Social Cristiana
Vitoria-Gazteiz
ECLESALIA, 25/09/17.- En mi opinión, y sería bueno pensarlo de uno mismo, cuando los nacionalistas de “credo e iglesia-partido” plantean los conflictos políticos en términos de “dignidad absoluta de un pueblo”, aparecen los Rajoy y Puigdemont/Junqueras de turno (y otros peores), y millones de seguidores a cada lado, que ya no quieren otra cosa que ganar “el partido”. La dignidad de cada pueblo es muy importante, pero absolutizada frente a la política democrática en un conflicto, siempre termina en “religión” laica y barbarie. Con otros o por separado, pero “religión” laica y barbarie en el origen. Es ya lo que ocurre a ambos lados; pero, eso sí, con dignidad absoluta del pueblo, ese dogma que en política nos libra de pensar democráticamente lo que es constitutivamente diverso y pacto entre distintos.
La dignidad absoluta en política, y discernida de sí mismo por cada pueblo y ciudadano es un desastre democrático. ¿Quién es buen juez en su propia causa? Nadie. La dignidad absoluta se pierde sin remedio en un conflicto político, si se abandona el pacto democrático, el que sea, y se persigue la salida por procedimientos democráticos, siempre. Estoy pensando que la dignidad absoluta de una nación es germinalmente totalitaria siempre, sin remedio; si no tiene poder, parece pura ética, pero en cuanto tiene poder, germina la planta, y “aplastaré a Corea del Norte si no rectifica”. Invariablemente, sin remedio. Las realidades humanas, divinizadas, son temibles. Por tanto, menos dignidad nacional de todos los pueblos del Estado Español -la que nos impondría hacer esto o lo otro, o la que nos daría derecho a esto o lo otro- y más paciencia y respeto democráticos a la salida de los conflictos. Salidas definitivas, si es posible; y provisionales, normalmente, como corresponde a la vida política de las distintas generaciones.
Porque los pueblos acumulan sabiduría, pero las generaciones vivas deciden su presente; y no tienen obligaciones absolutas con ninguna fe nacional, sino con los derechos humanos de todas las personas y la solidaridad justa con los más débiles y excluidos. Al servicio de esta máxima de justicia universal surgen mediaciones nacionales y estatales subordinadas; a mi juicio, “instrumentales“. Los que hoy gestionan el conflicto político español y catalán, no me representan. Me oprimen con su dignidad nacional idolatrada y, germinalmente, totalitaria. Nos han traído a un lugar político corto de miras e injusto. La dignidad nacional absoluta los ha arruinado como demócratas. Me gustaría que las Iglesias locales compartieran esta independencia moral en sus pueblos. Paz y bien
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