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“La dignidad del ser humano en la Jornada Mundial de los Derechos Humanos”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Martes, 10 de diciembre de 2024

IMG_8982El concepto de dignidad humana indica el valor de la persona humana como tal. Por esta razón, la dignidad de la persona representa la base sustancial y ontológica de todos los derechos que tiene la persona humana y la finalidad por la cual esos derechos deben ser reconocidos y protegidos.

Como subrayaba el gran jurista alemán Ernst-Wolfgang Böckenförde Bockenforde, la dignidad “pertenece al hombre independientemente de sus características específicas, signos distintivos o capacidades existentes; pertenece únicamente al ser hombre, cualquiera que sea la etapa de ese ser hombre… Y la dignidad reconocida es válida tanto para cada hombre individual como para toda la humanidad: la fórmula “dignidad del hombre” abarca ambos, incluso la referencia a los hombres como género humano. Indica lo que se debe a cada hombre individual y al hombre como tal, es decir, una dignidad intangible, y cómo los hombres debemos tratarnos entre nosotros en base a esta dignidad y cómo el Estado debe tratar a los hombres, es decir, en el reconocimiento y respeto de esta dignidad“.

Parece claro, en este sentido, por qué el primer concepto que recuerda el preámbulo y el artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos está específicamente dedicado a la dignidad de la persona, así como el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas y por numerosas declaraciones internacionales y cartas constitucionales.

Por este motivo, establecer una jornada mundial de reflexión sobre la dignidad de la persona humana es una iniciativa oportuna y digna. Los días mundiales sobre los derechos humanos y las libertades individuales son de gran importancia para mantener la atención mundial sobre cuáles son las cuestiones jurídicas y sociales más importantes a nivel mundial. Lo que falta, sin embargo, es la valorización del sustrato común de todos estos contenidos: y el sustrato común es, precisamente, la dignidad de la persona humana.

Como tal, merece ser recordado por las Naciones Unidas como un previo lógico a las distintas jornadas de promoción y protección de los derechos y libertades, para dejar clara su matriz común, su raíz unitaria, que es su arraigo sustancial en el valor de la persona humana. Es necesario proporcionar pruebas tangibles de que todos los derechos y todas las libertades tienen su fundamento y su finalidad en el bien de la persona humana: sólo desde esta perspectiva pueden interpretarse y aplicarse los derechos y las libertades individuales de manera justa y coherente, de lo contrario vacían su alma.

Como todo valor auténtico, la dignidad de la persona humana tiene un carácter absoluto, innegociable, inaccesible a quien la posee.

Cada valor tiene una raíz objetiva, que es independiente de la voluntad de quienes lo poseen o de quienes lo afirman. Existe como tal, simplemente porque existen las condiciones para ello. El valor de la dignidad existe por el mero hecho de que una persona humana existe, independientemente de todas sus características y de todos sus merecimientos. Por este motivo debe considerarse un valor absoluto, que no nos puede ser quitado por ningún motivo.

Como dijo Giovanni Pico della Mirandola en la oración De hominis dignitate de 1486, el creador creó al hombre ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, para que pudiera moldearse a sí mismo, libre de degenerar en las cosas inferiores que son las bestias, o de ser capaz de regenerarse en cosas superiores que son divinas. Sin embargo, sigue siendo el depósito de semillas de toda vida, lo que establece su valor constante incluso cuando ha sido destruido.

Ni siquiera el comportamiento más reprobable priva a la persona de ese núcleo de valor que la caracteriza por el mero hecho de ser persona. Algunas de sus facultades pueden, y si es necesario deben, restringirse en caso de culpabilidad, pero nunca hasta el punto de negar el valor de la persona como tal. En efecto, la dignidad humana, como valor absoluto, es inviolable.

Como dijo Cesare Beccaria en su célebre obra Sobre los delitos y las penas de 1764, anticipando el contenido del actual artículo 5 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «¿Quién no siente estremecerse todas las partes más sensibles al ver a un culpable despedazado por la tortura y los tratos inhumanos?». Y más adelante: «Si demuestro que la pena de muerte no es útil ni necesaria, habré ganado la causa de la humanidad». Hoy podríamos decir: la causa de la dignidad humana.  

Nacido con la persona, el valor de la dignidad no es fruto del trabajo, acción, trabajo, méritos,…, de la propia persona. Por tanto, este valor no se encuentra entre las cosas de las que la persona puede disponer. La dignidad es algo que nos caracteriza intrínseca e innatamente como seres humanos y que no podemos renunciar ni cambiar por otra cosa (en particular, con dinero).

Es particularmente importante reiterar este concepto hoy en día, donde el economicismo que aflige a nuestra sociedad en todo el mundo tiende a otorgar a cada aspecto de la vida un valor económico y, por lo tanto, comerciabilidad. El valor de la persona humana, su dignidad, no puede ser objeto de negocio económico.

Esta conclusión es sustancialmente compartida en su contenido esencial: pensemos en la esclavitud. Como comportamiento reconocido como profundamente perjudicial para la dignidad de la persona (art. 4 de la Declaración Universal de Derechos Humanos), nunca puede permitirse, incluso si, paradójicamente, la persona aceptó renunciar a su libertad a cambio de dinero. Además, no podemos dejar de señalar que hay áreas en las que aún hoy en algunos países se permite la disponibilidad del propio cuerpo o de funciones vitales para fines económicos.

La dignidad de la persona humana, en otras palabras, va unida a la verdad sobre el hombre. «Es a la luz de la dignidad de la persona humana -que hay que afirmar por sí misma- como la razón capta el valor moral específico de ciertos bienes, a los que la persona está naturalmente inclinada. Y puesto que la persona humana no es reducible a una libertad autodiseñada, sino que comporta una determinada estructura espiritual y corporal, la exigencia moral originaria de amar y respetar a la persona como fin y nunca como mero medio, implica también intrínsecamente el respeto de ciertos bienes fundamentales, sin los cuales se cae en el relativismo y en la arbitrariedad». «Sin embargo, es siempre de la verdad de donde deriva la dignidad de la conciencia» (Veritatis Splendor, 48, 63).

El propio Immanuel Kant, al afirmar que “la autonomía es el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana”, no pretende afirmar un principio libertario de autodeterminación, sino conectarse con la racionalidad intrínseca de la persona: “los seres racionales se llaman personas, porque su naturaleza ya los distingue como fines en sí mismos, es decir, como algo que no puede usarse simplemente como medio, y en consecuencia limita toda arbitrariedad (y es objeto de respeto)… En el reino de los fines todo tiene un precio o dignidad. Lo que tiene precio puede ser sustituido por otra cosa a modo de equivalente. Lo que en cambio no tiene precio, y por tanto no admite equivalente, tiene dignidad… Lo que constituye la condición bajo la cual, sólo, algo puede ser un fin en sí mismo, no tiene simplemente un valor relativo, es decir, un precio, sino un valor intrínseco, es decir, la dignidad” (Fundamento de la metafísica).

El valor como tal de la dignidad de la persona humana permanece incluso en la persona que sufre. El dolor y el sufrimiento no degradan a la persona humana, al contrario, a menudo refuerzan su valor.

El sufrimiento contiene una llamada particular a la virtud, que el hombre debe ejercer por su parte. Y ésta es la virtud de la perseverancia para soportar lo que perturba y duele. Al hacerlo, el hombre libera la esperanza, que mantiene en él la convicción de que el sufrimiento no prevalecerá sobre él, no le privará de la dignidad propia del hombre, unida a la conciencia del sentido de la vida” (Salvifici Doloris, 23).

La Jornada Mundial de los Derechos Humanos que celebramos hoy es también una oportunidad para llamarnos la atención, por ejemplo en nuestro continente europeo, del valor del ser humano, de cualquiera y de todo ser humano, como tal. Porque el fundamento de esos Derechos Humanos no es otro sino la dignidad de la persona humana.

Joseba Kamiruaga Mieza CMF

(Remitido por el autor)

General, Homofobia/ Transfobia. , , ,

“Lo inteligente de verdad”, por Gabriel María Otalora

Sábado, 1 de junio de 2024
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IMG_6488 De su blog Punto de Encuentro:

Ante la posibilidad, ya real, de crear máquinas dotadas de inteligencia cuasi humana, y la incógnita de si una máquina extremadamente inteligente podría reprogramarse a sí misma, la cuestión ética cobra gran importancia para garantizar que no se produzca ningún daño a los seres humanos ni a otros seres vivos. Lo cierto es que el desarrollo tecnológico y científico avanza a tal velocidad que la inteligencia artificial del siglo XXI supone también un importante impacto en todos los campos, para bien y para mal, con las nuevas amenazas en forma de la desinformación y manipulación informativa, la falta de transparencia, la concentración de poder o la pérdida de privacidad, entre otras amenazas.

La inteligencia racional avanza más rápidamente que la inteligencia emocional y la espiritual del amor. En estas se invierte bastante menos. ¿Hacia dónde vamos? Los beneficios innegables tapan la mayor concentración de codicia que hoy se pueda dar. Crecer más, más y más, corriendo como pollos sin cabeza, solo genera desigualdades en aumento  y daños muy graves al ecosistema. Y no será porque no tenemos datos y señales de alarma como nunca los tuvieron en otros momentos de la historia; además de la experiencia acumulada de lo que ocurre cuando nos gobiernan con determinadas actitudes, y se confunde progreso con crecimiento desaforado…

Si la sociedad de consumo es líquida (Z. Bauman dixit), el individuo también debe ser líquido para poder seguir el ritmo consumista. Es la consecuencia de que nadie está dispuesto a renunciar a nada. Entonces la vida se convierte en una lucha entre individuos, y la libertad tiende a ser patrimonio de los más fuertes. El profeta que es el Papa Francisco no para de advertirnos sobre el estilo de vida que nos hemos dado; y está siendo criticado duramente por ello, incluso entre cristianos que se dicen guardianes de las esencias católicas.

Mi intención no es recordar, sin más, un escenario distópico. Lo que pretendo, precisamente en estos momentos, es que tengamos presente el capital interior extraordinario que atesora cada ser humano para vivir bien si lo hace desde su compromiso ético impulsando en nuestro interior la inteligencia integral, no solo la parte racional. ¿De qué sirve arrugarse dentro de la actitud decadente de vivir en la indiferencia y gozar de manera despreocupada e insolidaria?

Por eso mismo es importante recordar que la IA puede plantear desafíos éticos y espirituales que requieren una reflexión profunda. Por ejemplo, ¿cómo deberíamos entender la dignidad humana en el contexto de la IA? ¿Cómo se puede incardinar esta ventana tecnológica con las enseñanzas cristianas? ¿Es posible aprovechar la IE para cultivar una mejor solidaridad, o una espiritualidad más rica? Al menos puede servir de recordatorio de la importancia de la humildad y la confianza en Dios más que en la ciencia. Existe un riesgo real cada vez que tecnología avanza y nuestras capacidades se expanden, de sentirnos tentados a creer que somos autosuficientes o que tenemos control total sobre nuestro mundo. Existen límites a nuestro conocimiento y poder, líneas rojas a no traspasar para no causar más daño que producir bien.

Ya que los cristianos tenemos la suerte de tener la experiencia de fe en Alguien que nos creó por infinito amor y para el amor, urge que recuperemos en nuestro interior el potencial transformador del Evangelio, nuestra espiritualidad dormida capaz de generar Reino de amor a nuestro alrededor. Sin asustarnos por la nueva era tecnológica (“No tengáis miedo”). Escudarse en que no puedo arreglar el mundo porque a mi nivel no puedo cambiar nada, solo aporta un plus de desesperanza; pero si cada uno limpiara su acera, la calle, y la ciudad entera, estarían limpias. Y viviríamos menos tristes y con sensación de pertenencia; menos solos en nuestra pequeña acera, de manera más humana.

Hemos perdido la fe en la oración, como si orar fuera un instrumento utilitarista más. Nos falta confianza en el amor que podemos dar, fe en lo que no podemos controlar y esperanza en la semilla de amor que ponemos a germinar. Seamos conscientes de que nuestras obras y omisiones mejoran o empeoran la vida nuestra y la de los demás; ese limpiar nuestra acera amorosamente todos los días, es mucho más inteligente, importante y necesario que la inteligencia artificial. Pidamos a Dios luz y fuerza para lograrlo. Lo digo ahora que se acerca Pentecostés…

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“Buda y Freud”, por Jaume Patuel Puig

Sábado, 11 de junio de 2022
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B39DE445-8465-4B70-96EF-CCEC0EB4A14FLA ALDEA GLOBAL (AG) pide una visión universal, pero al mismo tiempo una acción concreta. Vivimos una realidad social radicalmente nueva. No hay historia y nos toca hacer historia viva. Y en esta historia viva, nadie debería vivir fuera de esta AG, no hay otra ni aquí ni allá. Por tanto, ninguna exclusión ni por sexo ni por etnias (sólo hay una sola raza: la humana) ni por religiones ni por ideologías ni por diferencia de poder adquisitivo, entre otros. La AG es la casa de todos y hay que cuidarla entre todos: El Planeta tierra. Éste se encuentra en un mar inmenso de galaxias y universos o en la inmensidad de los mundos o un multiverso infinitamente abierto. Esto más que un enigma (a resolver desde la razón) es todo un misterio (incorporarnos dinámicamente) con una visión humana profunda.

Y para eso necesitamos unos criterios de convivencia. Sólo hace unos siete mil años tenemos textos escritos; no tienen más autoridad que los textos actuales, pero sí son testigos de cómo eran los seres humanos en un momento dado, por las orientaciones que indicaban. Y, sorpresa ciertamente, estos textos son muy actuales. El ser humano se hace humano porque no nace humano, pero sí nace con la dignidad humana. Se desarrolla en un proceso de autorrealización o de ir madurando, obteniendo en cada momento su fruto. Siempre en un lugar concreto de espacio y tiempo, o si desea, en un m2, como me gusta expresar.

El título del artículo se me ocurrió al leer el libro de Jean-Charles Bouchoux (2018): Por los caminos de Buda y Freud. Transformar el dolor en sabiduría con la meditación y el psicoanálisis. Y acompañado de dos publicaciones recientes: Psicoanálisis y espiritualidad(Longhi, 2022); y El cuenco vacío (Stern, 2022). Sin dejar de lado Budismo zen y psicoanálisis (Suzuki-Fromm, 1960). Pero quiero, además, remarcar o insistir en el gran movimiento internacional de la “psicología transpersonal”, iniciada por psicoanalistas, y tan mal comprendido y no aceptado por los ámbitos académicos y también psiquistas.

Pues bien, toda persona, como Freud (1856-1939) y Buda (S. VI-V a. C.), son como unos faros, que buscan aliviar el dolor. Llevan al paso de una hominización a una humanización. Dicho de otra forma, el proceso dinámico de la autorrealización para dar un paso más consciencial, que es la autotrascendencia o ser consciente de Sí Mismo.

La AG está marcada por infraestructuras, que son necesarias, y una de ellas es la economía. Pero ésta al convertirse además en superestructura pone, como en un sándwich, en medio la humanidad. No permiten ni la autotrascendencia ni poder subir el segundo peldaño de la espiral de Maslow: la autorrealización. Entonces, esa AG no tiene escala de valores humanos, sino sólo criterios científico-técnicos. Es decir, una fuerza sin alma.

Siempre hay un malestar cultural, como indican Freud y Buda. Y quien lo guía o dirige, sintiendo que es infra/súper estructura a la vez, está llevado por un narcisismo perverso. Es evidente que ante una situación humana así, necesitamos Sabios y Maestros que ayuden a liberarnos de esta esclavitud para progresar humanamente de forma integral. Por eso Freud nos dice: Trabaja y ama. Buda: Evita el dolor y se compático (compasivo). Ambos vienen a decir: Evita el sufrimiento inútil y evitar hacer el mal. Un buen punto de partida. Hace falta pasar del no-hacer al hacer. No en vano, todo Ser Humano tiene un corazón para sentir, una cabeza para pensar, unas piernas para ir a y unas manos para obrar. Ciertamente, que todo esto puede explicarse de muchas formas. Freud y Buda son unos indicadores de una forma o mapa, que pueden impregnar la cultura de esa AG. Ambos hablan de autoobservarse, conocerse, cuidarse, tomar responsabilidades, buscar el bienestar sin olvidar el bienser. Diferenciar el dolor, que es inevitable, del sufrimiento innecesario. Ambos acentúan el valor del silencio y la autocomprensión. Es decir, personas sabias que orientan hacia un espíritu humano crítico o luminoso. Y esa capacidad crítica o luminosa que existe en cada Ser Humano nos clarificará la forma de pensar y actuar: Sentir el pensamiento y pensar el sentimiento. Estamos en el terreno de datos antrópicos, no en el mundo de las creencias o mundo mágico y mítico.

En la AG necesitamos un nuevo lenguaje para poder expresar toda esta dinámica o potencial humano con el que todo Ser Humano nace. Hay que partir de un ego, bien entendido, que conduzca el timón del barco, pero sabiendo que no lo guía. Un ego que al ser consciente de su hondura descubre o toma conciencia de una identidad más profunda. Es como mirarse en el espejo con los ojos abiertos: el ego se ve. Pero con una mirada más profunda contempla su propia hondura o el principio fontal.

Tanto el psicoanálisis como el budismo, empezados por Freud y Buda, pero continuados por otros, nos pueden llevar a esa consciencia. Es la lucha y la visión que cada Ser Humano debe hacer para amar, trabajar y evitar el dolor, acompañado del silencio: Humanizar al Ser Humano.

En esta AG hay que ir trabajando de nuevo porque todo lo que nos ha traído la ciencia técnica, no es más que un nuevo medio. Ni tecnofilia ni tecnofobia ni tecnocracia sino tecnoética, es decir, amor a la Ciencia y a la Técnica como verdaderos medios de humanización en función siempre de la “dignidad humana“.

Jaume PATUEL PUIG, Pedapsicogogo

Fuente Fe Adulta

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