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“¿Dos clases de víctimas?”, por José Ignacio González Faus

Jueves, 21 de noviembre de 2024

IMG_8197De su blog Miradas cristianas:

Viendo lo que pasa

Los humanos tenemos una gran capacidad para desfigurar las cosas más grandes.

la sacralidad y la opción por las víctimas es una de las cosas más serias que hemos conquistado

Pero a la hora de ponerla en práctica, solo pensamos en aquellas víctimas que no nos exigen ningún sacrificio:¿quién se acuerda hoy de Haití?

Y siguen otros ejemplos

Los humanos tenemos una capacidad inaudita de falsificar las cosas más grandes. Parece que últimamente habíamos conquistado el valor sagrado de las víctimas y su lugar primario en nuestro trabajo para los demás. La iglesia de los pobres, que decía Juan XXIII, el grito de Pablo VI ante los campesinos de Colombia (“vosotros sois Cristo para mí”), la teología de la liberación y hasta (sin que Marx se entere) la difusión de la palabra “proletariado” o, posteriormente “precariado”, habían ayudado a poner las víctimas en el centro de nuestra actividad social, como algo sagrado, para creyentes y no creyentes.

Pero luego parece que hemos ido buscando las víctimas que menos nos molestan y menos nos piden. ¿Quién se acuerda o hace algo por Haití? ¿Quién se preocupa por los millones que mueren como moscas en Sudán? ¿Quién reconoce el carácter de víctimas de todos los migrantes, a quienes acusamos ahora de envidiosos o delincuentes, y para los que pensamos construir monstruosos y disimulados “campos de concentración”, no dentro de nuestros territorios (como los de Hitler), sino fuera de ellos? En cambio ¡cómo nos preocupan y cuánto gritamos por todos aquellos maltratados que no nos exigen más esfuerzo que el de levantar la voz!

Y así, parece que no haya más víctimas que las de delitos sexuales: o que estas son las de primera división y las otras son solo “de categoría regional”: unas tienen mucha voz y otras casi no tienen voz. Y no sugiero de ningún modo que nos olvidemos de las unas, pero sí que apliquemos a las otras aquellas palabras de Jesús: “esto es lo que habría que hacer aunque sin olvidar lo otro”. Imaginemos qué pasaría, si ante uno de esos casos infames de violación repetida, de los que leemos noticias estos días, alguien exclamara: “bueno, ella se lo habrá buscado”, porque (como escribía Cela en La Catira) “a las mujeres eso también les gusta”… Imaginemos la que se armaría.

Pero ¡eso es exactamente lo que estamos haciendo con los inmigrantes!, algunos de ellos chavales y huérfanos. Y si es verdad que a veces hay sexualidades criminales, como estamos viendo cada día, también es cierto que hay, como dice un título de Amin Maalouf: “Identidades asesinas”.

Entre creyentes se habla con frecuencia de la necesidad de hacer algo de oración cada día; y no cabe duda de que eso te lleva a comenzar la jornada con un talante más pacificado y más benevolente. Pero ese mismo consejo puede servir también para los que no creen: cada mañana antes de comenzar el día, dedica al menos un cuarto de hora a pensar: hoy van a morir en Gaza o en el Líbano una serie de personas que aún no lo saben: unos perderán seres queridos y necesarios, otros quedarán heridos o mutilados para siempre; y otros en el mundo morirán de hambre o no probarán bocado en todo el día: de modo que si unos pocos pueden cada día comer “solomillo”, muchos otros no tienen más plato que “solo-tuyo”… Y perdón por el mal chiste.

En cualquier caso, quien procure comenzar así diariamente, verá cómo le puede resultar un poco incómodo al principio, pero acabará viviendo cada día de manera muy distinta a la habitual.

Y a la larga, quizás acabaremos comprendiendo otra lección muy sorprendente: más dignos de compasión son (¿somos?) los verdugos que las víctimas: porque si estas pierden la vida, aquellos pierden su humanidad, y nos deberían provocar mucha más pena que ira. Pues los cristianos sabemos que la vida se recupera en esa “otra vida” que esperamos y que es la verdadera vida: ya versificó A. Machado que “tras el pavor de morir – está el placer de llegar”. Pero la humanidad perdida es muchísimo más difícil de recuperar. Y Juan Crisóstomo ya decía hace más de quince siglos que el género humano puede dividirse en infrahumanos e inhumanos.

En este sentido quisiera decir, para terminar, una palabra sobre el señor Netanyahu: esa figura tan inhumana que se cree con derecho a dar órdenes a las Naciones Unidas, y que piensa que matar varios niños y mujeres es un medio justificado por el fin de eliminar a un líder enemigo. Me niego a creer que Netanyahu sea tan inhumano, sé que lo que está haciendo es una huida hacia adelante, que no busca la defensa de Israel sino la suya propia (porque sabe que el día que se acabe la guerra le espera seguramente un juicio y varios años de cárcel y a lo mejor evitaba eso apareciendo como un vencedor absoluto y constructor de un nuevo Israel). Prefiero pues creer que se ha vuelto loco y que se parece a aquel señor que entró en una autopista por la dirección contraria; y cuando comenzó a oír avisos oficiales que decían aquello de “cuidado, que hay un coche que va circulando en dirección contraria” se limitaba a exclamar: “¿uno? Pues yo veo que son muchos”…

En fin, quede al menos claro que esto de las víctimas es algo muy serio, y no podemos desfigurarlo. Y que en nuestra postura ante ellas nos jugamos el ser o no ser humanos.

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Libertad

Martes, 13 de junio de 2023
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Del blog Nova Bella:

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“La libertad es siempre libertad para quien piensa diferente”

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Rosa Luxemburgo

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

“La Iglesia y las mujeres”, por José Mª Castillo, teólogo.

Lunes, 3 de septiembre de 2018
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mujer-en-la-iglesiaDe su blog Teología sin censura:

“¿Los fieles abandonan la Iglesia, o es la Iglesia la que abandona a los fieles?” 

“La Iglesia va casi siempre rezagada para dar solución a los grandes problemas”

El “argumento teológico” para impedir el sacerdocio femenino también serviría para justificar la esclavitud

En una entrevista, que me hizo nuestro amigo Jesús Bastante, en RD, yo me preguntaba “por qué la Iglesia no permite que las mujeres puedan ser ordenadas como sacerdotes”. Ante esta pregunta mía, algunos comentaristas me han cuestionado con un reproche que, a primera vista, parece enteramente razonable: “Si el Evangelio no es una religión, ¿por qué tanta insistencia en ordenar a las mujeres como sacerdotes?

Agradezco sinceramente a quienes me han planteado esta pregunta. Porque me ofrecen una ocasión excelente para poder expresar algo que me parece importante. Me explico.

Una vez más, es conveniente repetir que no es lo mismo hablar de “igualdad” que hablar de “diferencia”. En pocas palabras, la “diferencia” es un hecho, mientras que la “igualdad” es un derecho. El hombre y la mujer son “diferentes” e “iguales”. Son distintos, pero tienen (o deberían tener) los mismos derechos.

Estos trasvases o desplazamientos (de un orden de cosas a otro) son frecuentes en la vida. Como he dio, es frecuente pasar, sin darse cuenta, del ámbito de lo “hechos” al de los “derechos”. Que son dos cosas completamente distintas. Pero, cuando se confunden, desembocamos en el lenguaje de las tonterías, las ignorancias o simplemente hacemos el ridículo.

Pues bien, por este procedimiento de los trasvases indebidos, ocurre también que, con bastante frecuencia, hacemos, de un “hecho sociológico”, una cosa que nunca se debería hacer, que consiste en montar o elaborar un “argumento teológico”. Es de sobra sabido que, en tiempo de Jesús, las mujeres, no sólo no tenían los mismos derechos que los hombres (Robert C. Knapp, “Los olvidados de Roma”, 67-145), sino que sobre todo no podían ser testigos oficiales de nada en ninguna causa (J. Jeremias, “Jerusalén en tiempos de Jesús”, 371-387). Este es el “hecho sociológico”.

Por eso Jesús, aunque siempre defendió la dignidad y la igualdad de las mujeres (Lc 8, 1-3; 7, 36-50; Mt 19, 1-12; Mc 10, 1-12; Jn 8, 1-11; 12, 1-8…), lo que no podía hacer es constituir a las mujeres como “testigos oficiales” suyos, en una sociedad que no admitía ni aceptaba tales testigos. Pero insisto en que esto es un “hecho sociológico” de aquellos tiempos y culturas. Lo doloroso (y sin sentido) es que, después de veinte siglos, seguimos pensando y diciendo que aquel “hecho social” de la Antigüedad es un “argumento teológico” para la Iglesia de la Modernidad. Esto es un disparate tan monumental como sería el disparate de empeñarse en que deben seguir existiendo los esclavos, por la sencilla razón de que san Pablo justificó que entre los cristianos de la Antigüedad los esclavos fueran obedientes a sus amos (Flm 16; 1 Cor 7, 21 s; Ef 6, 5; Col 3, 22; 1 Tim 6, 1 s; Tt 2, 9).

La Iglesia va casi siempre rezagada. Y por eso llega tarde cuando se trata de dar solución a los grandes problemas que se le presentan a la humanidad. Ahora nos encontramos con el problema de la falta creciente y galopante de sacerdotes. Son miles las parroquias que no pueden celebrar la eucaristía. Y estando las cosas como están, por lo visto, se piensa que es más importante mantener una “norma social” de la Antigüedad que dar la debida respuesta a un “derecho de los fieles cristianos”. No me estoy inventando este “derecho”. Lo dijo, con claridad, el Concilio Vaticano II, en la “Constitución Dogmática sobre la Iglesia”: “todos los fieles cristianos tienen derecho (“ius habent”) de recibir con abundancia de los sagrados pastores… los auxilios de la palabra de Dios y de los sacramentos…” (LG 37, 1).

Esta es la enseñanza solemne de la Iglesia. Pero parece que es más solemne el poder de los obispos y de los sacerdotes a enfrentarse incluso al Papa, al Concilio Ecuménico y a millones de fieles abandonados, con tal de mantener firme su poder, su dignidad, sus criterios y no sé si, en algunos casos, intereses inconfesables. ¿Y nos lamentamos de que los fieles abandonan la Iglesia? ¿No habría que decir, más bien, que es la Iglesia la que abandona a los fieles? Y si es que hablamos de los infieles…, entonces mejor es que nos callemos. O que gritemos todos al Cielo pidiendo misericordia. Que la necesitamos.

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“No se nace gay: se llega a serlo”, por Ramón Martínez

Martes, 21 de marzo de 2017
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2042946992_b975560315z-1_20150517074101_000_g2o4grj6r-3-0Leído en Cáscara amarga:

La semana del 8 de marzo debería servirnos a quienes no somos los sujetos fundamentales del Feminismo para intentar averiguar, en tanto que apoyamos la lucha de las mujeres desde una segunda fila, cómo el Feminismo puede cambiarnos la vida también a nosotros.

 Antes de ser gais, o lesbianas, o bisexuales, o transexuales, o lo que queramos afirmar que somos, no éramos nada. Así lo afirma Paco Vidarte en su Ética marica, y tiene toda la razón: antes de que se nos pudieran aplicar las categorías diferenciadoras de la orientación sexual o la identidad de género nadabamos indiferenciados en el vasto océano de la sexualidad libre. Pero entonces, mientras aprendíamos a ejercer el género y el deseo hegemónico, una interpelación con forma de injuria nos marcaba a fuego para siempre. Maricones o marimachos, nunca volveríamos a ser iguales.

Desde entonces aprenderíamos que somos diferentes y cómo debemos ejercer nuestra diferencia, cómo esconderla o visibilizarla, y, en este caso, cuál es la manera adecuada de hacernos visibles. Recientemente ha sido traducido al castellano el Cómo ser gay, de David Halperin: un gran estudio sobre los mecanismos socioculturales a través de los que se manifiesta la identidad gay. Es mediante esa enculturación -o no- en esos códigos supuestamente propios de la Diversidad Sexual y de Género, y desde los aprendizajes del niño marica y la niña marimacho, que iremos levantando una identidad a la que de un modo u otro nos destinaba aquella diferenciación primigenia que sonó como un insulto; una identidad que nos será útil para presentarnos frente al mundo como sujetos sujetados a un discurso que nos diferencia y que, quizá erróneamente, emplearemos también para levantar nuestra voz y reivindicar derechos.

La semana del 8 de marzo debería servirnos a quienes no somos los sujetos fundamentales del Feminismo para intentar averiguar, en tanto que apoyamos la lucha de las mujeres desde una segunda fila, cómo el Feminismo puede cambiarnos la vida también a nosotros.

Así, podemos recordar que hace ya casi setenta años Simone de Beauvoir escribía en El segundo sexo que «no se nace mujer: se llega a serlo». Analizaba la filósofa cómo la niña iba aprendiendo a convertirse en mujer, siendo esta una categoría construida socialmente a partir de lo que se presumen una serie de cuestiones biológicas, psíquicas, económicas, etc. con la suficiente relevancia como para diferenciar el destino de quien las porta. Me interesa, en ese pasaje de su obra, una frase que considero digna de nuestra atención como activistas por los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales: «solo la mediación ajena puede convertir un individuo en alteridad».

En este momento en que ya no solo reivindicamos derechos para las clásicas identidades LGTB, sino que ahondamos en nuestras diferencias y descubrimos nuevas categorías diferenciadoras, quizá sea necesario, si no urgente, no plantearnos únicamente los muchos y distintos parámetros que nos sirven para diferenciarnos, sino también quién controla esas diferenciaciones y a qué intereses sirven. Porque si bien el activismo identitario puede resultarnos una buena táctica de reivindicación -así nos lo han inculcado, al menos-, quizá falle estrepitosamente como estrategia, a largo plazo, porque no llega a cuestionar de una manera radical el sistema de la orientación sexual y la identidad de género que categoriza como diferentes a personas que, del mismo modo que el varón y la mujer en el pensamiento de Beauvoir, no tendrían por qué serlo.

Sabemos desde Hegel que el sujeto solo es sujeto en tanto que se erige en oposición a otro sujeto y, de este modo, para poder alzar nuestras voces nos ha sido necesario construir nuestra subjetividad oponiéndonos al sujeto heterosexual hegemónico. Pero en el camino quizá hayamos olvidado que el sujeto heterosexual también se ha construido oponiéndose a las categorías que, con un retoque de empoderamiento, ahora reivindicamos; y que, como consecuencia, quizá antes de definirnos como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, o como bolleras, maricones, viciosos y travelos, o como quiera que queramos definirnos, nuestra primerísima identidad era precisamente la no identidad: no ser heterosexuales, ni cualquier otra cosa. Al principio éramos sirenas en el océano, y el poder acudió a ordenar nuestros cantos.

Necesitamos un activismo radical, que en otro tiempo se llamó revolucionario, que supere las categorías de orientación sexual e identidad de género, que cuestione la construcción de la homosexualidad, la bisexualidad, la transexualidad, y de manera fundamental la propia heterosexualidad, para conseguir denunciar que nuestras diferencias no son nuestras, sino que nos han sido impuestas de una u otra manera desde aquellos insultos de la infancia. Que aunque haya quien se empeñe en descubrir los orígenes biológicos, psíquicos, etc. de nuestras diferencias la gran pregunta no es si nacemos así como somos, sino cómo hemos llegado a ser quienes somos, y qué hacer a partir de aquí.

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“Nuestro problema es la diferencia”, por Ramón Martinez

Viernes, 10 de marzo de 2017
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empleadoemprendedorInteresante artículo publicado en Cáscara Amarga:

Recientemente, como consecuencia de una proposición no de ley que el partido Ciudadanos ha presentado en la Asamblea de Madrid, ha vuelto a la primera fila del debate activista en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales una cuestión interesante. Entre las poco ambiciosas reclamaciones de dicha iniciativa política se recogía la pretensión del partido naranja de «convertir nuestra región en una Comunidad abierta, amigable y tolerante con las personas LGTBI bajo la denominación ‘Comunidad de Madrid LGTBI friendly’»; texto que el Grupo Socialista quiso enmendar, sin éxito, corrigiendo ese tolerante por un actualizado respetuosa. ¿Qué debemos hacer? ¿Reclamamos respeto o tolerancia hacia las orientaciones sexuales e identidades de género no normativas?

Se trata de dos términos casi sinónimos. El diccionario de la Academia nos indica que tolerante es el «que tolera o es propenso a la tolerancia», indicando en la segunda acepción de esta última palabra que se trata del «respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias». Del mismo modo, sobre respeto se nos explica que consiste en la «veneración, acatamiento que se hace a alguien» o el «miramiento, consideración, deferencia». Solo un pequeño matiz puede llegar a distanciar ambos conceptos: el valor que de tolerar recoge el diccionario en sus dos primeras definiciones, a saber «llevar con paciencia», y «permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente».

De esta suerte la UNESCO, queriendo emparentar con las ideas de la Carta sobre la tolerancia de Locke de un modo quizá no muy adecuado, defiende en su Declaración de principios sobre la tolerancia, de 16 de noviembre de 1995, el uso de este término definiéndolo como «el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos». No obstante, en los más de veinte años transcurridos desde la publicación del texto el discurso activista ha fijado su atención sobre aquellas dos primeras acepciones de tolerar, y es habitual hoy encontrar que se demanda respeto, pues se considera una política de trato entre iguales, en tanto que se comprende la tolerancia como un similar ‘respeto’, pero ejercido desde una posición hegemónica sobre una serie de otredades, de diversidades, que se seleccionan como aceptables.

Defendamos la necesidad del respeto o la tolerancia, me interesa reflexionar sobre el hecho de que, más allá de las precisiones que venimos realizando, ambos conceptos comparten como primer fundamento de su significado la distinción radical entre unas y otras «ideas, creencias o prácticas». Considero que nuestro problema va mucho más allá de una simple consideración terminológica; de decidir si personas heterosexuales y no heterosexuales deben respetarse, o de si aquellas deben tolerar los comportamientos de estas y viceversa, si es que es posible reclamar ese viceversa que implica la existencia personas heterosexuales que no son respetadas o toleradas, cosa que solo sucede en las retorcidas fantasías de la más recalcitrante homofobia. No, ni respeto ni tolerancia: nuestro problema es la diferencia.

Los seres humanos no siempre tenemos el mismo aspecto y no siempre hacemos las mismas cosas. Hay personas rubias, morenas, y otras que no tienen pelo. Tenemos los ojos y la piel de colores perfectamente diferenciables. Hay quienes trabajan en minas de carbón, y hay quienes lo hacen en hospitales de gran prestigio. Y, claro está, hay quienes mantienen relaciones sexuales con quien se considera apropiado que deben mantenerlas, y hay quienes no lo hacen, de igual manera que hay quienes se comportan de acuerdo a los roles de género que les fueron asignados en el momento de su nacimiento y otras personas que no se adecuan, en absoluto o en parte, con dichos mandatos de comportamiento. El problema no son nuestras diversidades, nuestras diferencias, sino que algunas de ellas resultan insignificantes y otras están intensamente significadas.

Hablamos hoy, como activistas, de la necesidad de unas políticas que gestionen adecuadamente la diversidad, del derecho a la diferencia, de respeto o tolerancia, y sostenemos así que esas diversidades y diferencias tienen un significado relevante que es preciso tener en cuenta. Y lo tienen, por supuesto, en tanto que la diferenciación puede generar una serie de violencias específicas cuando está cargada de una determinada significación. Pero tengo el convencimiento de que para erradicar dichas violencias el camino adecuado no estriba en respetar o tolerar las diferencias que se consideran relevantes, sino en cuestionar la relevancia que se ha otorgado a unas u otras distinciones, para poder designificarlas y, como consecuencia, erradicar de una vez por todas, y para siempre, las violencias que se desprenden de los significados que se les ha asociado de manera interesada.

Es necesario plantear cuál es nuestro objetivo final: la vindicación de una serie de identidades sexogenéricas asentadas en un conjunto de diferenciaciones significadas, estructuradas a partir de las categorías de orientación sexual e identidad y expresión de género, o la abolición de dichas categorías como generadoras de diferenciaciones significadas. Quizá por ambos caminos pueda alcanzarse la erradicación de la violencia, pero es preciso elevar el tono del debate y llegar más allá de la simple diatriba entre respeto o tolerancia, que al fin y al cabo es hablar de lo mismo, para reflexionar sobre qué sociedad futura pretendemos construir: una sociedad de respeto o tolerancia o una donde prime la indiferencia, el «estado de ánimo en que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado», según la Academia. Hay que tomar una decisión primordial, y yo, aunque creo que es el camino más largo, pero porque creo que es el más productivo, cada vez más decididamente empiezo a definirme como activista por la indiferencia.

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La argumentación de Pablo en Romanos

Jueves, 29 de diciembre de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

Shot of a young gay couple walking outdoors

El pecado que Pablo condena

Una vez más, una triste ironía reina en este tema. Hay una lección religiosa que debemos aprender.

Una cierta lectura de las Escrituras, antigua e ingenua, ha inducido a error a muchos discípulos sinceros de Jesús. Se oponen a las lesbianas y a los gays y les oprimen en nombre del apóstol Pablo. Confortados por los prejuicios de nuestra sociedad, persuadidos por la superioridad de su inclinación sexual, estos cristianos han leído mal la Carta de San Pablo a los Romanos y rechazan a miembros de la comunidad cristiana en su nombre.

Sin embargo, asegurar la unidad de los creyentes era un objetivo cardinal de los escritos de Pablo. Insistía en el hecho de que, en Cristo, sólo cuentan  verdaderamente la fe y el amor. Pero, equivocándose en la argumentación de Pablo, ciertas personas se fían, involuntariamente, más de sus gustos y costumbres que de la palabra de Dios. Discuten sobre lo que es limpio o sucio, discuten acerca de lo que es puro o impuro y dirigen a los heterosexuales contra los homosexuales. Dividen y hacen volar en pedazos la Iglesia sobre cuestiones que no tienen ninguna importancia en Cristo. En nombre de Dios, excitan el odio, alimentan la opresión y siembran la cizaña en toda la sociedad. Son culpables de una grave injusticia, cometen la misma falta que Pablo pensaba contrarrestar.

Es una situación triste, indigna de los discípulos de Jesús.

*

Daniel Helminiak, s.j.,
Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad,
Editorial Egales, p 158-159.

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9788495346377-usAsí concluye el capítulo de Daniel Helminiak dedicad0 al estudio de la Carta a los Romanos, donde algunos creen ver el argumento esencial en la condena de la homosexualidad en el Nuevo Testamento (Romanos 1, 18-32)

Según el autor, no hay duda de que Pablo habla de homogenitalidad entre hombres, pero contrariamente a lo que queremos ver, no es necesariamente para condenarlos.

Sería demasiado largo incluir aquí todos los argumentos de este capítulo muy documentado, pero retengamos por lo menos que las palabras griegas empleadas para designar la homosexualidad muestran que Pablo no contempla una condena moral sino que se refieren más bien al código de pureza que se encuentra en la “Ley de Santidad” del Levítico, cuando se trataba de mostrar en qué debía Israel, consciente de ser un pueblo escogido entre otros, distinguirse de las otras naciones.

Así el plan de la Carta a los Romanos es muy instructivo para comprender lo que Pablo quiere verdaderamente decir.

En primer lugar, habla a los cristianos de orígen judío, incluso los que conocen las leyes de pureza y, a veces la tentación de imponerlas al conjunto de la comunidad cristiana. El tema de la circuncisión es evitado por ser demasiado controvertido, pero el de la homosexualidad, ampliamente aceptada y practicada en el mundo griego y romano, es abordada entre otros. Y Pablo para mostrar cómo, sí, el tipo de costumbres de los gentiles son diferentes de las normas de pureza recibidas de Israel. Estamos en el registro de la  impureza ritual, no en el del pecado. El principal argumento de Pablo – que sólo puede complacer a los Judios, es: es porque los hombres se han alejado de Dios que el pecado está en el mundo. Y la larga lista de desórdenes citados, incluyendo la homosexualidad, no es más que la consecuencia. Así que Pablo, halaga el sentido de la superioridad moral de los Judios. Los no-Judíos no reconocen la ley judía y, por tanto tienen, a ojos de los Judíos de la época, las prácticas impuras.

[Argumento puramente teórico ya que los judíos que viven en el imperio conocen muy bien las costumbres de la gente con la que viven y no podemos imaginar que hubieran querido cambiarlas, se adaptaban.]

Pero, a partir del capítulo 9, se dirige a los cristianos de origen pagano, a las “naciones” (Ro 11,13). Allí también, advierte: no sería oportuno que el olivo salvaje se burlase del olivo original en el que ha sido injertado. Es un tiempo en el que una parte de Israel se ha endurecido y cegado para que el conjunto de la humanidad pueda ser salvado (Ro 11,25). “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, por temor a que os toméis por sabios.”

Así, invita a la moderación. Porque aunque los gentiles no están sometidos a las leyes de los Judíos, no todo está permitido, no todo es bueno y hay que evitar el desenfreno. Pero invita también a no confundir el acto de idolatría (sacrificar a los dioses falsos) y los usos sociales: comer, beber con los no cristianos, poder comprar de todo lo que se vende sobre el mercado (Ro 10,25).

Se siguen vigorosas y conmovedoras llamadas al amor fraternal, al respeto de las diferencias, a no juzgar. ¿Quién eres para juzgar a un servidor que no te pertenece? Pregunta San pablo (Ro 14,4) porque, todavía precisa, “lo sé, estoy convencido de eso por el Señor Jesús: nada es impuro en sí. Pero una cosa es impura para aquél que la considera como tal “ (Ro 14,14)

Notemos que no hay ninguna mención de la homosexualidad en todos estos desarrollos, Pablo habla en lo sucesivo de alimento como en otros numerosos lugares, ya que parece que para los primeros cristianos la gran inquietud moral sea saber si comiendo con paganos, o incluso comiendo alimentos sacrificados a los ídolos, ofenden a Dios y se volverían idólatras. El Reino de Dios no es cuestión de alimento responde Pablo sino de adhesión a Cristo. Es todo el tema de la circuncisión del corazón que prosigue también en otro lugar y el de la libertad fundamental del cristiano que desarrolla tan también en Corintios.

En resumen, todo esto para llegar a esta simple propuesta válida tanto para los judíos como para los gentiles: es la adhesión a Cristo solo lo que justifica, no hay más ley necesaria para esto. No la hay para mí (soy libre) y no la hay tampoco para mi hermano  al que no tengo que juzgar por esto: él mismo tiene que estar de acuerdo con su propia fe (Ro 14, 23).

De paso, Pablo habría mostrado que los reproches dirigidos a los gentiles por los judíos también pueden aplicarse a los judíos, y que si hay una obligación esta es la de acogerse mutuamente unos a otros como Cristo nos acogió (Ro 15, 7).

No hay más ley judía que valore. En Cristo, los ritos de pureza que permitían distinguirse de los paganos no tienen ya razón de ser. Separan en lugar de unir. Y en cuanto a la homogenitalidad, la mancha de los gentiles citada entre otros, a causa de su desconocimiento de Dios, no puede ser  más una razón para apartarse de ellos. Pablo sólo recordaba a los Judíos que su código de pureza se ha vuelto ahora inútil en Cristo. Porque, en Cristo, nada es puro o impuro.

En Cristo ya no hay ninguna diferencia entre los seres humanos que pueda  justificar la separación de Dios.

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daniel-helminiakDaniel A. Helminiak es un sacerdote y teólogo católico, autor de varios libros, que en el momento actual es catedrático en el Departamento de Psicología Humanística y Transpersonal de la Universidad de West Georgia, en Atlanta.

Luego de graduarse del seminario Nuestra Señora del Lago en Siracusa, Indiana, terminó sus estudios profesionales en filosofía y obtuvo los titulos de Bachiller en Teología Sagrada y Licenciado en Teología Sagrada. Hizo su doctorado en teología en el Boston College, y obtuvo un segundo doctorado en la Universidad de Texas, Austin.

Durante su estadía en el Boston College fué catedrático asistente a Bernard Lonergan, a quien Newsweek ha llamado el Tomás de Aquino del siglo XX. En 1976, Helminiak,  declaró su homosexualidad y en 1995 presentó su renuncia formal ante el Vaticano. El Vaticano no ha respondido todavía.

A partir de la utilización de los textos originales de la Biblia, este autor intenta conciliar creencias religiosas y homosexualidad, según él manipuladas durante siglos con concepciones homofóbicas. En su obra “Lo que la Biblia realmente dice sobre la Homosexualidad” (1994) analiza como tratan los textos bíblicos las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Romanos, Levítico, Deuteronomio, David con Saul o Jonatán, Rut i Noemí, el fin de Sodoma o Jesús y el Centurión… Todos estos textos son analizados con rigor a partir de los textos antiguos.
“Dejemos, por tanto, de juzgarnos unos a otros; declarad mas bien que no se debe poner tropiezo al hermano. Bien sé y estoy persuadido de ello en Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro; para ése si lo hay” (Romanos 14: 13,14, cita de Daniel A. Helminiak.)
Tras la publicación de esta obra se vio obligado a renunciar del sacerdocio, no de sus creencias. Sigue siendo profesor de teología en el departamento de la psicología humanista y transpersonal de la Universidad de West Georgia, Atlanta.

Helminiak es autor de muchos libros, entre los cuales se nombra a “El Sexo y lo Sagrado: Identidad Gay y Crecimiento Espiritual” , “Lo que realmente dice la Biblia sobre la homosexualidad”, “El mismo Jesus: Una Cristología contemporánea”.

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“Diferente lo serás tú”, por Ramón Martínez

Viernes, 2 de diciembre de 2016
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jovenes-emprendedoresDiferentes son las personas heterosexuales, precisamente porque tienden a ser todas iguales.

Uno de los debates más apasionantes -y por desgracia más olvidado- dentro del pensamiento en torno al movimiento en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales es el que se refiere a si nuestras características particulares convierten a este grupo más o menos definido de personas en diferentes o no con respecto a las personas heterosexuales.

Si bien suele ser una reivindicación de consenso que merecemos ser considerados iguales en lo que respecta a los derechos que nos reconoce la ley, a partir de ahí se desarrollan dos posturas fundamentales: nuestra especificidad como personas no heterosexuales no supone una cuestión que nos diferencie de ellas o, por el contrario, las características de nuestra sexualidad tienen la relevancia suficiente para convertirnos en personas significativamente diferentes.

Nuestras etiquetas identitarias, construidas como herramientas reivindicativas a partir de categorizaciones heterónomas levantadas hace más de cien años en un intento de diferenciarnos para hacer más fácil la forma de discriminarnos, han servido en las últimas décadas no solo como estrategias de protesta y demanda de derechos sino que, en una paradoja de las que hacen época -literalmente-, han ido asociándose con hábitos culturales más allá de lo estrictamente referido al género y al deseo, hasta convertirse en identidades que sostienen un posible discurso sobre el derecho a la diferencia, que entiende a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales como desiguales mientras reclama la igualdad legal y real.

Además, con la crisis actual de las etiquetas más habituales, resumidas en el célebre LGTB, buena parte del discurso activista sigue aislando posibles distinciones en torno al sexo, al deseo, y al género, y sigue así desarrollándose la cuestión de la diferencia con la recopilación de un catálogo identitario con aire de taxonomía decimonónica.

Frente a la diferencia que reclama igualdad, es posible un discurso igualitarista, que elimina cualquier consideración diferenciadora con respecto a las cualidades no normativas referidas al sexo, género, y deseo.

Pero pretender que la diferencia entre una persona heterosexual y otra que no lo sea es equivalente a la distinción entre que alguien tenga los ojos azules o marrones resulta, aunque deseable, ciertamente fraudulento: el color de nuestros ojos no nos hace susceptibles de convertirnos en víctimas de la violencia física, verbal o simbólica.

Las diferenciaciones, de este modo, no resultan tan relevantes en sí mismas como atendiendo a sus consecuencias sociales. En una novela de David Levithan recientemente traducida a nuestra lengua, Dos chicos besándose, se recoge la inteligente frase “soñar, amar y hacer el amor. Eso no son identidades”, y puede ser cierto si bien, aunque valoremos que no son cuestiones sobre las que construir toda una identidad, sí tienen una considerable importancia cuando se apartan de lo normativo y convierten a quienes sueñan, aman y hacen el amor en sujetos suspecibles de padecer la discriminación.

Para no caer en el esencialismo identitario ni en la banalización de cualquier característica diferenciadora existe el discurso presuntamente intermedio de la Diversidad Sexual y de Género. Una óptica aparentemente más amplia hace posible dejar a un lado la cuestión de las etiquetas, y valorar cualquier rasgo referido al sexo, deseo, y género como equivalente, sea normativo o heterodoxo.

Pero en el pensamiento DSG, si bien mucho más útil, substiste un problema que no por ser extremadamente sutil debe dejar de preocuparnos; un problema de índole lingüístico que revela un problema mayor: el prefijo di-. Diverso, que se aparta del verso, del mismo modo que diferente se aparta del ferente o deforme se aparta de una determinada forma.

Mucho más claro con este último ejemplo, resulta evidente que la supuesta valoración equivalente no lo es tanto: siempre existe un verso de referencia, y esta no es otra que la heterosexualidad, como sistema normado y programado de comportamiento respecto al sexo, género, y deseo.

Creo que en esa norma y programa heterosexual puede encontrarse una clave para resolver la cuestión sobre la igualdad o diferencia de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Uno de los popes del liberalismo económico, Friedrich A. Hayek, calificó como camino de servidumbre tanto el sistema fascista como el socialista, por estar sujetos a una planificación definida.

«¿Cabe imaginar mayor tragedia -decía- que esa de nuestro esfuerzo por forjarnos el futuro según nuestra voluntad, de acuerdo con altos ideales, y en realidad provocar con ello involuntariamente todo lo opuesto a lo que nuestro afán pretende?».

Puede que Hayek siga unos planteamientos demasiado liberales para mi gusto en bastantes aspectos pero, en el tema que me ocupa, quizá desplazar de una vez por todas el instrumental de análisis hacia la norma heterosexual nos lleve a comprobar que es ahí donde reside la servidumbre, en un programa de comportamiento que no deja capacidad de agencia suficiente para desarrollar un modo de vida que, en lo referido a la sexualidad, pueda apartarse del matrimonio y la reproducción.

Frente a la capacidad de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, diversos y diversas, más o menos indentitarios, para generar modelos propios de comportamiento -antes de la irrupción del igualador Matrimonio Igualitario- la diferencia hemos de encontrarla en la sospechosa igualdad a que se ven sometidas todas las vidas que se desarrollan de acuerdo a la norma heterosexual. Diferentes son las personas heterosexuales, precisamente porque tienden a ser todas iguales.

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La primera diputada transexual venezolana quiere construir “en las diferencias”

Sábado, 26 de diciembre de 2015
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Screen-Shot-2015-08-04-at-18.12.16La diputada transexual electa por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), Tamara Adrián, fue registrada este miércoles durante un entrevista con Efe, en Caracas (Venezuela).

Venezuela contará por primera vez con una diputada transexual, la opositora, abogada y profesora Tamara Adrián, que propone construir la democracia “en las diferencias”, acabar con “la hegemonía” y “reactivar el aparato productivo” sin excluir a la comunidad LGBT

Desde sus “tres o cuatro años”, Tamara, “tenía la certeza de que su identidad género no correspondía con su cuerpo”, sin embargo, tenía más de 30 años cuando lo expresó.

“Siendo un hombre exitoso (…) en ejercicio del derecho (…) me enfrente con armas diferentes a la exclusión (…) a la población LGBT”, dijo en entrevista con Efe.

Su vocación activista es herencia familiar, su padre, abuelo y bisabuelo “han sido luchadores sociales” por lo que a los 8 años tenía claro que sería abogado, una de sus facetas profesionales que desempeña “tratando de ser lo mas eficiente posible”.

Adrián preside el Día Mundial contra la Homofobia y la Transfobia, coopera en otras organizaciones en apoyo a las poblaciones minoritarias y ha participado en foros de la ONU y la Organización de Estados Americanos (OEA), donde, asegura, “casi todas las declaraciones y resoluciones” en la materia tienen su “sello, firma y contribución”.

Ahora, en su nuevo rol como parlamentaria, cree tener “ventaja” por haber redactado “parte de las leyes” que existen o existieron en Venezuela en materia económica entre las que cita la Ley de Mercado de Capitales, la Ley de Seguros y la Ley de Banco Central, por lo que planea aportar su “aprendizaje” a “diputados que fueron electos nuevos”.

Tras las elecciones del domingo, el cargo que Adrián empezará a ejercer el 5 de enero será de suplente del diputado reelecto en el Distrito Capital Tomás Guanipa, lo que le permitirá intervenir en comisiones y “casos específicos” en los que acuerden sea más capacitada. “Un buen suplente puede ser más conocido que un mal principal”, expresó con el buen ánimo de un actor que argumenta que no existen papeles pequeños sino pequeños actores, y aclaró que “no cree que Tomás (Guanipa) sea malo”.

Adrián se muestra decidida a anteponer las prioridades de la alianza opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) a sus propias propuestas.

En la agenda de la MUD, menciona, dan especial importancia al área económica, la seguridad y los “presos políticos”.

“Yo sé qué hacer para reactivar el aparato productivo y cuáles leyes hay que modificar para lograr salir de este estado de postración económica en el cual se encuentra Venezuela”, afirmó, y detalló que ha trabajado los temas “petróleo, gas, mercado de capitales, títulos valores, inversiones extranjeras, bancas y seguros”.

Para Adrián, el debate sobre la comunidad de lesbianas, gais, bixesuales y transexuales (LGBT) tiene cabida en otras discusiones.

“Si vamos a discutir el tema de la reactivación económica puedo decir ¿sabe que un estudio hecho por el Banco Mundial en India muestra que un Estado homofóbico pierde al menos el 3 por ciento de su PIB debido a esa homofobia y puede ganar hasta el 6 por ciento con esa integración?”, citó, entre otros ejemplos.

Adrián promueve espacios para las minorías no solo en cuanto a sexualidad se refiere, “la democracia se construye en la diferencia, no se puede construir en la hegemonía” donde “una sola voz es escuchada y tomada en cuenta, eso lo hemos visto en el devenir nacional, ha llegado la hora de aceptar la diferencia”, dijo.

La experta en finanzas y economía recalcó la importancia de que todos los partidos puedan participar en condiciones de igualdad, y manifestó que “no querría” que el gobernante Partido Socialista Unido (PSUV) “desapareciese, siempre que sea una alternativa democrática”. “Es una voz y nadie tiene el monopolio de la verdad (…) solo en la concentración de esas diferentes visiones puede aparecer una visión colectiva”, añadió.

Para “construir en las diferencias” desde la Asamblea Nacional, la MUD tiene “planteado que uno de los tres puestos de la directiva sea del PSUV” y eso, dice, “muestra de lo que ellos (los gobernantes) no saben hacer”. “Este es un gobierno que ha querido ejercer el control de todo”, reiteró.

Adrián propone también la creación de una “Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública” que obligue a los organismos del Estado a proporcionar datos como la inflación oficial, que no han expuesto desde 2014, el número de muertes y enfermos, la tasa de desabastecimiento, el nivel de pobreza y el uso de los recursos.

Otra de sus iniciativas personales es evaluar la producción de las empresas que gestiona el Estado, “empresas nacionalizadas o incautadas”, pues, dice, el 80 por ciento de las marcas de harina de maíz las maneja el Estado y no están produciendo.

El cambio prometido por la MUD durante su campaña para las legislativas “no se logrará inmediatamente”, según Adrián, se necesita “tiempo, dinero y mucho trabajo” para enmendar “17 años de políticas erradas que nos han llevado a este estado de postración económica, social, educativa y política en el cual nos encontramos”.

Tamara Adrián cambió de sexo, de identidad y ahora promete incentivar el “cambio” en el país caribeño.

Fuente EFE, vía AmbienteG

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“La desigualdad programada” por José M. Castillo, teólogo

Martes, 21 de julio de 2015
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desigualdad jodidaLeído en su blog Teología sin censura:

No pretendo descubrir nada oculto. Ni permitamos que nos lo pretendan ocultar. Lo sabemos de sobra. ¿Es que se puede poner en duda la desigualdad aterradora que existe entre África y Europa? Y si nos atenemos a lo que pasa entre nosotros, ¿hay alguien en España que, a estas alturas, no se ha enterado de que la desigualdad entre los más ricos y los más pobres se hace cada día más profunda y más devastadora?

Pero, antes de seguir, debo hacer una precisión importante. No es lo mismo la “diferencia” que la “desigualdad”. La diferencia es un hecho. La igualdad es un derecho. La diferencia es un término descriptivo: quiere decir que de hecho, entre las personas hay diferencias. La igualdad es un término normativo: quiere decir que los “diferentes” deben ser tratados y respetados como iguales (L. Ferrajoli). Por eso, al hablar de la “desigualdad programada”, lo que estoy diciendo es que se ha proyectado respetar y asegurar los derechos de unos pocos (los mejor situados en esta sociedad nuestra), sobre la base de quitarles derechos a los demás. De ahí que, con todo derecho, unos pocos se están forrando, al tiempo que los demás nos sentimos cada día más inseguros. Y los últimos, ya desesperados, huyen de España, se quedan sin trabajo, sin casa, sin futuro y hasta hay quienes se quitan la vida.

Lo peor de esta situación no es lo que está pasando, sino lo que se ve venir. Y lo que se ve venir – si a esto no se le pone pronto remedio – es la quiebra interna del sistema a base de indecibles sufrimientos. Hace más de 60 años, el profesor E. R. Dodds pronuncio unas conferencias en la Universidad de Berkeley, en las que explicó la relación de la antigua Grecia con “lo irracional”. ¿Por qué se hundió aquella civilización que todavía nos alimenta y nos impresiona? La respuesta más razonable es ésta: en el hundimiento de aquella civilización, intervino un factor decisivo: no se desarrolló aquel proyecto porque no existió una tecnología seria; no existió una tecnología seria porque la mano de obra era barata; la mano de obra era barata porque abundaban los esclavos. Por eso se hundió la civilización griega. Y después se hundió también el imperio romano. Hasta que terminó por imponerse la concepción medieval del mundo. Una concepción que fue posible porque resultó devastadora la abundancia de esclavos.

Cuando el peso de la sociedad se carga sobre las espaldas de esos esclavos, es evidente que los señores triunfan y se divierten. Pero tan cierto como eso es que una sociedad así, no tiene futuro. ¿Por qué? Lo diré sirviéndome, de nuevo, del pensamiento del profesor Dodds: los elementos irracionales de la naturaleza humana, que gobiernan nuestro conocimiento, determinan una parte enorme de nuestra conducta. Y también, en gran medida, determinan igualmente lo que pensamos. Pero si esto es así, confieso que, a mí por lo menos, me da miedo. Mucho miedo.

Es verdad que ya no hay “esclavos”. Pero, ¿es que no lo son quienes se ven privados de los derechos que habíamos conquistado con sangre, sudor y lágrimas? Y me permito recordar que, en este país nuestro, cuando se nos calienta la sangre, lo irracional se impone con un furor imprevisible. Mucho me temo que por ahí puede ir nuestro futuro.

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La Vida

Jueves, 19 de junio de 2014
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Del blog de la Communion Béthanie:

acul_8

No te subestimes comparándote con los demás.
Es justamente porque todos somos diferentes por lo que que somos absolutamente
únicos.

No fijes tus objetivos en función de los demás..
Sólo tú sabes lo que es bueno para ti.

Estate siempre a la escucha de tus deseos más profundos.
Valóralos como valoras la vida, porque sin ellos, la vida no es nada..

No dejes pasar la vida entre tus dedos soñando con el pasado o soñando con el futuro.
Vive tu vida día a día, y vivirás intensamente cada día de tu vida.

No bajes los brazos mientras tengas todavía algo que dar.
Nunca está nada perdido mientras continúes luchando.

No tengas miedo de admitir que no eres perfecto.
Es el frágil vínculo que nos une los unos a los otros.

No tengas miedo de arriesgarte.
Porque es arriesgándose, como el valor se aprende.

No apartes el amor de la vida pensando que no existe.

El mejor medio de encontrar el amor es darlo;
El mejor medio de perderlo es retenerlo preso;
Y la mejor manera de mantenerlo es darle alas.

No ahogues tus sueños.
No soñar, es vivir sin esperanza;
Vivir sin esperanza, es errar sin objetivo.

No huyas hacia adelante a lo largo de tu vida de modo que olvides de dónde vienes y a dónde vas.
La vida no es una carrera, sino un viaje en el que hay que saber saborear cada etapa.

vivencia(Fotografía À Corps… À Coeur)

***

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