“Hola: ¿podemos hablar? “, por Magdalena Bennásar.
Tengo que salir de viaje y aunque estaba empezando mi tiempo sagrado de silencio, he buscado en mi móvil información sobre el tiempo. Y de refilón veo un rostro ensangrentado en las noticias, un abuelo atacado…y se convierte en mi texto de oración para hoy.
La noticia está en CNN y en Washington Post… Un abuelo mexicano de 91 años que está visitando a su familia en California es atacado por una mujer que paseaba con su bebé por el mismo parque. A los gritos de “vete a México” al verle, coge un ladrillo de cemento y empieza a golpearle rompiéndole la mandíbula, huesos de las mejillas, costillas… para tener más fuerza corre a un grupo de hombres diciéndoles que el abuelo quería robarle el niño y ellos enfurecidos ayudan con la paliza.
El abuelo ni siquiera vive allí, había ido a visitar a su familia de la que posiblemente lleva muchos años separado y a pesar de la edad es él quien se desplaza para que no detengan a sus familiares más jóvenes si cruzan la frontera, según están las cosas hoy.
Pensemos como tratamos o hemos tratado a nuestros mayores y pequeños en nuestras familias. El cariño, a pesar a veces del cansancio ante innumerables situaciones que se crean en estos extremos de la vida, y que nos pillan trabajando, con situaciones familiares…pero ahí estamos, acompañando, aliviando, buscando soluciones. Si le ponemos el rostro de nuestro abuelo, o padre o madre, o bebé de la familia ¿cambia algo?
No podía creer lo que leía y veía: una mujer con un bebé atacando a un anciano débil, paseando en un parque en pleno día, sólo porque unos políticos, como en otros momentos de la historia y en la actualidad en tantos lugares, nos dicen lo que tenemos que pensar y sentir.
El abuelo mexicano puede ser el abuelo marroquí o senegalés… en nuestras calles, y tampoco sentimos, en general una gran compasión pues cada vez son más…
¡Qué fácil es interpretar! Desde nuestra orilla, siempre la buena, interpretamos lo diferente y al diferente, desde nuestros parámetros, siempre los justos a nuestros ojos no cristificados, razonados, enrarecidos por nuestros complejos o miedos…
¡Qué fácil es interpretar y no dialogar! Si interpreto, el abuelo, con rostro de Cristo ensangrentado, indefenso y malherido se convierte en un enemigo secuestrador de bebés y potencialmente un asesino, o lo que sea.
Tal vez sea de lo que más duele en las relaciones humanas, que nos interpreten pero que no dialoguen. Dialogar es de fuertes; supone quitarse la coraza y acercarse a la persona que no entiendo.
Interpretar nos hace ver fantasmas, dialogar la quita. Interpretar nos afianza en nuestro yo dialogar nos saca a la intemperie para encontrarnos a mitad de camino, sin escudos ni excusas dispuestos a comprender, a dar una oportunidad.
Si al abuelo mal herido de nuestro parque, en lugar de interpretarle, le hubieran saludado, posiblemente hubieran conseguido la sonrisa más hermosa de un rostro arrugado y envejecido por duros trabajos y pobreza. La sonrisa del noviolento que aguanta la violencia con paciencia es hermosa, recuerda la mirada reconciliadora del crucificado, que es capaz de morir perdonando, dando siempre otra oportunidad.
Interpretar la palabra de Dios puede llevarnos a fanatismos. Si dialogamos con Dios, a través de su Palabra, nos adentramos en la verdad y en el amor que todo lo cambia.
Dialogar es difícil sólo cuando tengo miedo de perder terreno. Es liberador cuando lo descubro como la herramienta de la amistad, de la no violencia, de la convivencia.
En estos días de verano en que conviviremos, tal vez, con otras personas y lugares, quisiera aprender a no interpretar porque creo que me ayudará a adentrarme en el otro, en su cultura o realidad haciendo así posible que lo que podría ser tenso o difícil sea gozoso.
Dialogar es recorrer el camino para acercarnos a la otra orilla. La orilla de la otra persona, a veces orillada por nuestras miradas que interpretan y se protegen. Y viene Jesús y se adentra en todas las orillas que los buenos y justos consideraban peligrosas, diferentes, potencialmente malas y peligrosas.
Y Jesús dialoga, y dialoga y dialoga. Y así cambia la historia, cambia la vida de la gente. Y la sigue cambiando, y ¿qué me pide? Que deje lo que me impide dialogar, mirar a la persona cara a cara, sin tapujos, que no interprete su expresión: lo que interpreto como que no le gusto igual es dolor de cabeza, o inseguridad ante mis aires de superioridad que también ella o él interpretan pero que tal vez en mí o en ti es timidez o sensación de que no le caes…
¿Sabes que te digo? Que lo mejor, con diferencia, es dialogar, aclararse y vivir dejando vivir.
Feliz Verano!!!
Magdalena Bennásar Oliver
www.espiritualidadintegradoracristiana.es
Fuente Fe Adulta
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