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Tentación sin tentaciones. Primer domingo de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_3074“… y los ángeles le servían”

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un relato sin tentaciones (Marcos 1,12-13)

Si se hiciera una encuesta a los cristianos sobre las tentaciones de Jesús, algunos mencionarían la de convertir una piedra en pan; otros, que Satanás le ofreció toda la gloria y riqueza si lo adoraba; los más listos incluso recordarían lo de tirarse desde el pináculo del templo. Con eso, demostrarían conocer los relatos de las tentaciones que cuentan Mateo y Lucas. Pero Marcos no dice nada de eso.

En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.

Más que un relato parece un guion con seis datos que el catequista deberá desarrollar.

El Espíritu. En la tradición bíblica, el Espíritu es el que impulsa a los Jueces y a los profetas a realizar la misión que Dios les encomienda: salvar al pueblo de sus enemigos o transmitir su palabra. En este caso, con notable diferencia, el Espíritu impulsa a Jesús al desierto.

El desierto es el lugar de la prueba, como lo fue para el pueblo de Israel cuando salió de Egipto, camino de la Tierra Prometida. Allí fue tentado para ver si era fiel. Y la inmensa mayoría sucumbió en la prueba, mostrándose un pueblo de corazón duro y obstinado. Jesús, en cambio, superará en el desierto la tentación.

Los cuarenta días equivalen a los cuarenta años que, según la tradición bíblica, pasó Israel en el desierto. Es número de plenitud, de tiempo redondo (recuérdense los cuarenta días del diluvio, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí, los cuarenta días entre la resurrección de Jesús y la Ascensión, etc.).

Satanás. Nosotros hemos adornado este personaje con tantos elementos (incluidos cuernos y rabo) que conviene dejar claro cómo lo concibe Marcos. El evangelista usa el nombre de Satanás en cinco ocasiones (1,13; 3,23.26; 4,15; 8,33), y desaparece en la segunda parte del evangelio (cc.9-16); curiosamente, la última vez que se menciona a Satanás no se refiere al demonio sino el apóstol Pedro, que quiere apartar a Jesús de la pasión y la cruz. Por consiguiente, Satanás es el símbolo de la oposición al plan de Dios. Satanás quiere apartar a Jesús del camino que Dios le ha trazado en el bautismo: hacer que se olvide de pobres y afligidos, dejar de consolar a los tristes, de anunciar la buena noticia. O, como hará Pedro más adelante, pedirle que cumpla su misión, pero sin pensar en cruz ni sufrimientos.

Fieras y ángeles. Esta curiosa mención está cargada de simbolismo. Los animales del desierto no son los que ve cualquier campesino galileo a su alrededor: mulos, vacas, ovejas… Son escorpiones, alacranes, etc. Y esto nos recuerda el Salmo 91,11-13, donde aparecen mencionados junto con los ángeles:

  «A sus ángeles ha dado órdenes

  para que te guarden en todos tus caminos;

  te llevarán en sus palmas

  para que tu pie no tropiece en la piedra;

  caminarás sobre chacales y víboras,

  pisotearás leones y dragones».

Jesús, en el desierto, sufre la tentación de Satanás. Pero Dios está a su lado, lo protege mediante sus ángeles, y hace que triunfe en todos los peligros.

Estos elementos (tentación, vivir con los animales, servicio de los ángeles) recuerdan al relato de Adán en el paraíso, tal como se contaba en las tradiciones rabínicas. De este modo, Marcos presenta a Jesús como el nuevo Adán, que, a diferencia del primero, no sucumbe a la tentación, sino que la supera.

Primera actividad de Jesús y síntesis de su predicación (Marcos 1,14-15)

El relato de las tentaciones en Marcos es tan breve que la liturgia ha añadido las frases siguientes. Aunque tratan un tema muy distinto (el comienzo de la actividad de Jesús), la invitación a la conversión encaja muy bien al comienzo de la Cuaresma.

Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Esas palabras ya las leímos el domingo 3º del Tiempo Ordinario. Marcos ofrece tres datos: 1) momento en el que Jesús comienza a actuar; 2) lugar de su actividad; 3) contenido de su predicación.

Momento. Cuando encarcelan a Juan Bautista. Como si ese acontecimiento despertase en él la conciencia de que debe continuar la obra de Juan. Nosotros estamos acostumbrados a ver a Jesús de manera demasiado divina, como si supiese perfectamente lo que debe hacer en cada instante. Pero es muy probable que Dios Padre le hablase igual que a nosotros, a través de los acontecimientos. En este caso, la desaparición de Juan Bautista y la necesidad de llenar su vacío.

Lugar de actividad. A diferencia de Juan, Jesús no se instala en un sitio concreto, esperando que la gente venga a su encuentro. Como el pastor que busca la oveja perdida, se dedica a recorrer los pueblecillos y aldeas de Galilea, 204 según Flavio Josefo.

Los judíos de Judá y Jerusalén no estimaban mucho a los galileos: «Si alguien quiere enriquecerse, que vaya al norte; si desea adquirir sabiduría, que venga al sur», comentaba un rabino orgulloso. Y el evangelio de Juan recoge una idea parecida, cuando los sumos sacerdotes y los fariseos dicen a Nicodemo: «Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta» (Jn 7,52).

Mensaje. ¿Qué dice Jesús a esa pobre gente, campesinos de las montañas y pescadores del lago? Su mensaje lo resume Marcos en un anuncio («Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios») y una invitación («convertíos y creed en el Evangelio»).

El anuncio encaja en la mentalidad apocalíptica, bastante difundida por entonces en algunos grupos religiosos judíos. Ante las desgracias que ocurren en el mundo, y a las que no encuentran solución, esperan un mundo nuevo, maravilloso: el reino de Dios. Para estos autores era fundamental calcular el momento en el que irrumpiría ese reinado de Dios y qué señales lo anunciarían. Jesús no cae en esa trampa: no habla del momento concreto ni de las señales. Se limita a decir que «está cerca».

Pero lo más importante es que vincula ese anuncio con una invitación a convertirse y a creer en la buena noticia.

Convertirse implica dos cosas: volver a Dios y mejorar la conducta. La imagen que mejor lo explica es la del hijo pródigo: abandonó la casa paterna y terminó dilapidando su fortuna; debe volver a su padre y cambiar de vida. Esta llamada a la conversión es típica de los profetas y no extrañaría a ninguno de los oyentes de Jesús.

Pero Jesús invita también a «creer en la buena noticia» del reinado de Dios, aunque los romanos les cobren toda clase de tributos, aunque la situación económica y política sea muy dura, aunque se sientan marginados y despreciados. Esa buena noticia se concretará pronto en la curación de enfermos, que devuelve la salud física, y el perdón de los pecados, que devuelve la paz y la alegría interior.

El recuerdo del bautismo (dos primeras lecturas)

Desde antiguo, la celebración de la Pascua quedó vinculada con el bautismo de los catecúmenos el Sábado Santo, y eso ha influido en la selección de las lecturas. Ya la primera carta de Pedro ve en la salvación de ocho personas del diluvio atravesando el agua un símbolo del bautismo que ahora nos salva. Este texto se recoge en la segunda lectura. La primera, como es lógico, recuerda el relato del Génesis.

Génesis 9.8-15

Dios dijo a Noé y a sus hijos:

Yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestros descendientes, con todos los animales que os acompañan, aves, ganados y fieras, con todos los que salieron del arca y ahora viven en la tierra. Establezco, pues, mi alianza con vosotros: el diluvio no volverá a destruir criatura alguna ni habrá otro diluvio que devaste la tierra.

Y Dios añadió: Esta es la señal de la alianza que establezco con vosotros y con todo lo que vive con vosotros, para todas las generaciones: pondré mi arco en el cielo, como señal de mi alianza con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá en las nubes el arco y recordaré mi alianza con vosotros y con todos los animales, y el diluvio no volverá a destruir a los vivientes.

La carta de Pedro (llamada así, aunque no la escribió san Pedro) ve en el diluvio un simbolismo del bautismo: Noé y sus hijos se salvaron cruzando las aguas del diluvio, el cristiano se salva sumergiéndose en el agua bautismal.

  1 Pedro 3, 18-22

Queridos hermanos: Cristo sufrió su pasión, de una vez para siempre, por los pecados, el justo por los injustos, para conduciros a Dios. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu; en el Espíritu fue a predicar incluso a los espíritus en prisión, a los desobedientes en otro tiempo, cuando la paciencia de Dios aguardaba, en los días de Noé, a qué se construyera el arca, para que unos pocos, es decir, ocho personas, se salvaran por medio del agua. Aquello era también un símbolo del bautismo que actualmente os está salvando, que no es purificación de una mancha física, sino petición a Dios de una buena conciencia, por la resurrección de Jesucristo, el cual fue al cielo, está sentado a la derecha de Dios y tiene a su disposición ángeles, potestades y poderes.

Jesús y nuestro bautismo

La presentación de Jesús como nuevo Adán está estrechamente relacionada con la nueva vida que comienza en el cristiano con el bautismo. La Cuaresma es el mejor momento para profundizar en este sacramento que, en la mayoría de los casos, recibimos sin ser conscientes de lo que recibíamos.

 

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Primer Domingo de Cuaresma. Ciclo B. 18 de febrero, 2024

Domingo, 18 de febrero de 2024
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El Espíritu impulsó a Jesús al desierto”.

(Mc 1, 12-15)

Parece que al leer esto, lo primero que nos sale es: «¡Ay, ay, Jesús no vayas! ¡Ten cuidado! Van a intentar liarte y hacerte mal… «. Pero se nos olvida, o no prestamos atención, al sujeto de la frase: el Espíritu. Es Dios quien le empuja… No va a estar solo… Además, el evangelista Marcos nos lo presenta justo después del Bautismo donde Jesús escuchó: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.

Nos olvidamos de la acción del Espíritu de Dios en nuestro día a día. Nos podemos preguntar: ¿qué pasaría si fuésemos consciente de la acción de Dios en cada momento, en este mismo instante? ¿Cómo sería si nos dejásemos empujar libremente por su Espíritu? Nuestra vida cambiaría, ¿verdad? Seríamos personas llenas de agradecimiento, de confianza, de esperanza.

El desierto… ese lugar que nos atrae y nos da miedo al mismo tiempo… Silencio y soledad. Escucha atenta. Mirada profunda. Encuentro con nuestras sombras, con aquello que tratamos de esconder en nuestra vida porque duele… Dios está aquí, con nosotras, siempre.

Jesús fue puesto a prueba, y no solo en el desierto. Dios decidió hacerse persona, y eso incluía las pruebas, los miedos y el dolor. Conoce nuestra fragilidad, nuestros límites. Y, con toda nuestra realidad, nos llama a amar, a servir y a anunciar su Reino.

Se nos invita hoy también a convertirnos, a volver el corazón a Dios, a creer en el Evangelio. ¿Creemos en la Buena Noticia de Jesús? ¿Nos habla la Palabra de Dios? ¿Nos interpela y nos mueve a hacerla vida?

Tenemos tarea para esta Cuaresma (y para toda nuestra vida): volver nuestro corazón a Dios, creer en la Buena Noticia de Jesús y ponerla en práctica, y dejarnos impulsar por el Espíritu. ¡Ánimo, que promete salir bien!

Oración

Trinidad Santa, vuelve nuestro corazón a ti. Haz que nos dejemos impulsar por tu Espíritu en cada momento de nuestra existencia.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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Jesús fue al desierto para dilucidar el sentido de su mesianismo.

Domingo, 18 de febrero de 2024
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ar_codigo-jesus-s01e02-los-huesos-de-juan-bautista_p_mDOMINGO 1º DE CUARESMA (B)

Mc 1,12-15

Durante siglos, hemos puesto en el perdón de Dios la meta de nuestras relaciones con Él. Esta idea de Dios está en las antípodas del evangelio. Jesús nos dice que el perdón es el punto de partida. Nuestro concepto de pecado se basaba en el mito de la ruptura. A partir de ahí, la religiosidad consistía en una recuperación de lo perdido. Hoy tenemos datos para intentar otra solución al problema. Somos fruto de la evolución y seguimos avanzando. Vamos de menos a más y nuestra preocupación debe ser acelerar la marcha.

El pecado es una de las experiencias más dolorosas y humillantes del ser humano. Lo que tenemos que superar es una explicación demasiado primitiva de “fallo” y descubrir un modo de afrontarlo que pueda ser útil para superarlo eficazmente. El mal no tiene nada de misterio. Es consecuencia inevitable de nuestra condición de criaturas limitadas. Una inercia de tres mil millones de años de evolución, que nos empuja hacia el individualismo, no puede ser contrarrestada por unos cientos de miles de años de trayectoria humana.

El primer objetivo del ser vivo fue mantener esa vida contra todas las agresiones externas e internas. Esta experiencia se va almacenando en el ADN. Gracias a él, la vida no solo se conservó, sino que fue alcanzando cotas más altas de perfección, hasta llegar al “homo sapiens”. Su relativa perfección permite al hombre unas relaciones completamente distintas; ahora fundadas en la armonía. Pero permanece el instinto de conservación que le lleva al individualismo. Debemos superar esa visión miope por un nuevo conocimiento.

Fijaos bien que los tres temas clásicos de la cuaresma son: Oración, ayuno, limosna. En ellos quedan resumidas todas las posibles relaciones humanas: con Dios, con uno mismo, con los demás. Con las cosas tendríamos que añadir hoy. Nuestra calidad humana depende de la calidad de las relaciones. Si no sobrepasan lo instintivo, esas relaciones estarán basadas en un individualismo feroz. Si esas relaciones están basadas en el conocimiento de tu auténtico ser, te llevarán a la armonía con todos los demás seres.

El hecho de que Marcos sea tan breve, siendo el primero que escribió, nos está diciendo que, en Mateo y Lucas, se trata de una elaboración progresiva, y no de un olvido de los detalles por parte del primero. También pudiera ser que Mateo y Lucas encontraran ya el relato ampliado en la fuente Q, anterior a Marcos. En todo caso, esas diferencias nos están demostrando el carácter simbólico del relato, más allá de las limitaciones de tiempo y lugar. Mc está planteando en tres líneas toda la trayectoria humana de Jesús.

El objetivo del relato es distinto en cada uno de los sinópticos. Mc no pretende ponernos en guardia sobre las clases de tentaciones que podemos experimentar. En él no hay tres tentaciones, porque plantea toda la vida de Jesús como una constante lucha contra el mal. En el evangelio de Marcos no vuelve a aparecer Satanás. Su lugar lo van a ocupar instituciones y personas de carne y hueso, que a través de toda la obra intentarán apartar a Jesús de su misión liberadora. La tentación está siempre a nuestro alrededor. De aquí parte la necesidad que nosotros también tenemos de ayuno, oración y limosna.

Inmediatamente. Comienza la lectura de hoy con la anodina frase de siempre “en aquel tiempo”. Es interesante saber que en el versículo anterior nos habló de la bajada del Espíritu sobre Jesús en el bautismo. Es muy significativo que el Espíritu se ponga a trabajar, de inmediato. Toda la actuación de Jesús se realiza bajo la fuerza del Espíritu. El Espíritu, no es todavía el “Espíritu Santo” según la idea que se desarrolló en los siglos VI y V; se trata de la fuerza de Dios que le capacita para actuar.

El Espíritu le empujó. El verbo griego empleado es “ekballo” = Empujar, echar fuera. No se trata de una amable invitación, sino de una acción que supone violencia. El mismo verbo que el domingo pasado empleó Jesús para despedir al leproso. El Espíritu le arrastra al desierto. Al recibir el Espíritu en el bautismo, Jesús no queda inmunizado de la lucha contra el maligno. Como todo hijo de vecino (hijo de hombre), Jesús tiene que debatirse en la vida para alcanzar su plenitud. Precisamente por haber alcanzado la meta como ser humano, está capacitado para marcarnos el camino a nosotros.

Al desierto. El desierto es el lugar teológico de la lucha, de la prueba; y, superada la prueba, del encuentro con Dios. Es imposible comprender todo el simbolismo del desierto para el pueblo judío. La clave de su historia religiosa se encuentra en el desierto. Jesús sufre las mismas tentaciones que Israel, pero las supera. No se trata del desierto físico, sino del símbolo de la lucha. Es muy significativo que todos los evangelios nos hagan ver cómo Jesús encontrará a Satanás en su mismo pueblo.

Se quedó en el desierto cuarenta días. El número cuarenta es otra clave simbólica para entender el relato: 40 días duró el diluvio, 40 años pasó el pueblo judío en el desierto. 40 días estuvo Moisés en el Sinaí. 40 días fueron necesarios para que se conviertan los ninivitas. 40 días camina Elías por el desierto. No se trata de señalar un tiempo cronológico, sino de evocar una serie de acontecimientos salvíficos en la historia del pueblo judío, que quedarán superados por la experiencia de Jesús.

Tentado por Satanás.Peireo” indica más bien una prueba que hay que superar. No puede haber un aprobado si no hay examen. ‘Satán’ significa el que acusa en el juicio, exactamente lo contrario que ‘paráclito’, el que defiende en un juicio. En Mateo y Lucas las tentaciones tienen lugar al final de los cuarenta días de ayuno. En Marcos no aparece el ayuno por ninguna parte y la tentación abarca todo el tiempo que duró el retiro en el desierto. Marcos no nos habla de penitencia, sino de lucha por comprenderse en Dios.

Estaba entre las fieras. La traducción oficial de alimañas condiciona la interpretación. El texto griego y el latino dice: animales salvajes concretos, conocidos por todos. Puede entenderse como que Jesús está en la vida en medio de todas las fuerzas que condicionan al hombre, unas buenas (Espíritu, ángeles), otras malas (Satanás, fieras) Pero también podría aludir a los tiempos idílicos del paraíso, donde la armonía entre seres humanos y la naturaleza entera será total. Recordemos que el tiempo mesiánico se había anunciado como una etapa de armonía entre hombres, naturaleza y fieras.

Y los ángeles le servían. El verbo que emplea es “diakoneô” que significa servir, pero con un matiz de afecto personal en el servicio. En el NT “diaconía” es un término técnico que expresa la actitud vital de servicio, de los seguidores de Jesús. Su primer significado en griego clásico era “servir a la mesa”. Pero aquí este significado iría en contra de todo el sentido del relato, porque indicaría que, en vez de ayunar, era alimentado por los ángeles. Seguramente quieren hacer un contrapeso al diablo que le tentaba.

 Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Convertíos

Domingo, 18 de febrero de 2024
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Mc 1, 12-15

«El reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la buena Noticia»

La cuaresma se inspira en los cuarenta días de oración y penitencia que Jesús pasó en el desierto, y por eso tradicionalmente se le ha dado un carácter penitencial. Pero no es ése su sentido. No es un periodo de expiación por la vida mundana que llevamos el resto del año ni de penitencia por nuestros pecados, sino tiempo de conversión.

Convertirse es “volverse”, “cambiar de dirección”. Vamos caminando por la vida, nos encontramos con Jesús y tomamos su misma dirección porque nos convence su forma de vida, porque el encuentro con él produce cambio; cambio de criterios, de valores; cambio de Dios. Y Ahí está la buena Noticia, porque el Dios al que nos tenemos que convertir no es el que nos estropea la vida con exigencias, no es el que nos amenaza con castigos, sino el que salva nuestra vida de la trivialidad y el sinsentido. Convertirse es abrazar la buena Noticia.

Convertirse es ante todo desterrar el “mal espíritu” con el que nos tienta el mundo; es vivir con el “espíritu de Jesús”. El mal espíritu es el que nos mueve a banalizar la vida, a vivirla ajenos al espíritu de Dios; ajenos a Dios. Es el que nos impide aceptar la buena Noticia y nos arrastra a seguir viendo a Dios como juez que premia y castiga, y no como Padre que se desvive por sus hijos. Es el que nos imposibilita aceptar la vida como misión de Dios; una misión de salvar y de servir.

Con el espíritu de Jesús la vida tiene un sentido, y ese sentido es colaborar en la obra de Dios. Tiene una meta que es lograr la plenitud humana; el sueño de Dios. Y también tiene un camino que recorrer; el camino que nos muestra Jesús. Con el espíritu de Jesús la vida es algo diferente, es una vida nueva, renovada, con sabor, salvada de la oscuridad y de la muerte. Y todo ello animados por la fuerza de Dios, empeñado en que sus hijos lleguen a la meta.

Convertirse es también cambiar nuestro concepto del bien y del mal. “Bien” no es lo que me apetece, lo que me produce contento o placer, sino lo que me sirve para caminar hacia la Vida. “Mal” no es lo que me contraría, lo que me produce sufrimiento, sino lo que me estorba para caminar. Ni siquiera se trata de que viviendo así vayamos a ser más felices, pues no recibimos gratificación alguna por ello. Si somos más felices (el ciento por uno en esta vida) es una buena señal, es que vamos por el buen camino, pero el premio es simplemente vivir así, vivir válidamente, no tirar la vida. El premio es salvar la vida.

La cuaresma no es por tanto un esfuerzo nuestro para ver si Dios me perdona, para ver si Dios me escucha. Es un esfuerzo de Dios para que yo le escuche, una oferta de vida. “Convertíos” significa simplemente, hacedle caso a Dios, aceptad la oferta de Dios salvador.

(Entresacado de un artículo de J. E. Ruiz de Galarreta)

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Un buen empujón.

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_2725Mc 1, 12-15

“En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto…”

Verdaderamente suena muy fuerte el verbo “empujar” refiriéndose a la acción del Espíritu hacia Jesús.

Empujar a alguien implica cierta violencia: no se respeta lo que está haciendo, no se tiene en cuenta su elección, su forma de actuar.

Subir al monte a orar en la soledad de la noche es una cosa, pero adentrarse en el desierto por cuarenta días (esa cifra tan presente en momentos claves a lo largo de toda la Biblia) a enfrentarse con lo que vivía por dentro y lo que se complicaba en el camino que tenía por delante, debió ser complejo.

El Espíritu a veces susurra, otras empuja. Aquí se impuso un buen empujón, amoroso pero contundente. Había que prepararse para el combate en el mundo venciendo las tres conocidas tentaciones, tan comunes en el ser humano: apego a las cosas materiales, poner a prueba a Dios y las ansias de poder.

Se inicia la Cuaresma. Otra vez el número cuarenta nos sirve de referencia de preparación, entrenamiento y discernimiento en el desierto de cada día.

¿Qué le pido al Espíritu? Un buen empujón, como el de Jesús, para adentrarme en el desierto estos cuarenta días. Me refiero al desierto interior, ese que todos llevamos dentro y que tantas veces dejamos de lado o rodeamos para no aclarar cómo va nuestra vida interior.

Decía Thomas Merton*: “El verdadero desierto es esto: enfrentarse a las limitaciones reales de la existencia y el conocimiento de uno y no intentar manipularlas ni disfrazarlas” (1).

Merton se hace también una pregunta más directa: “¿Qué es mi desierto? Su nombre es ‘compasión’. No hay desierto más terrible, más hermoso, más árido y fructífero que el desierto de la compasión. Es el único de desierto que florecerá verdaderamente como el lirio. Se convertirá en un lago, brotará y florecerá y se regocijará con alegría. Es en el desierto de la compasión donde la tierra sedienta se convierte en manantiales de agua, donde el pobre posee todas las cosas” (2)

Cuando Jesús dejó el desierto tras los cuarenta días “se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios”, lo que me hace pensar que su corazón compasivo, lleno de todas las gentes que se le habían acercado por los caminos, le impulsó a expandir el mensaje de conversión y de creer en el Evangelio. En definitiva, continuar su Misión.

El mensaje sigue estando de total actualidad en nuestro tiempo, así que habrá que ir compartiendo cuando salgamos del desierto interior tras la puesta a punto de la Cuaresma.

Mari Paz López Santos

2024.02.18 – FEADULTA

I Domingo de Cuaresma

*DICCIONARIO DE THOMAS MERTON, Ediciones Mensajero, 2015, (1) pág. 142, (2) pág.143

Fuente Fe Adulta

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Desierto

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_2982Domingo I de Cuaresma

18 febrero 2024

Mc 1, 12-15

   En la Biblia, desierto significa, a la vez y de manera paradójica, lugar de prueba y lugar de intimidad con Dios. Aunque, si lo miramos detenidamente y, sobre todo, si lo experimentamos, apreciaremos el sentido de aquella paradoja.

Lo que solemos designar como “prueba” -pérdidas de todo tipo, dificultades, contratiempos, crisis…- saca a flor de piel nuestra vulnerabilidad. Y cuando la vulnerabilidad se acoge y se acepta, abre la puerta a nuestra humanidad profunda y, con ella, al amor y la compasión. De ese modo, la prueba se convierte en puerta que nos introduce en la profundidad.

El ser humano tiende a buscar e instalarse en cualquier zona de confort. Como si en cada uno de nosotros viviera un pequeño burgués amante de la comodidad y del bienestar. Y eso no está mal. Lo malo suele ser que esa misma dinámica tiende a mantenernos en la superficie, alejados de lo mejor de nosotros mismos, de los demás y de la vida. Porque en la superficie fácilmente nos conformamos con “sobrevivir”.

Las pruebas nos zarandean y, al hacerlo, si no nos hundimos ni nos endurecemos, nos obligan a buscar aquello que nos sostiene; la experiencia de lo impermanente -doloroso en sí mismo, antes o después- nos pone en camino de aquello que permanece. El propio dolor nos muestra nuestra vulnerabilidad, haciéndonos conscientes de que no podemos escamotearla.

Y es ahí, al abrazarla, cuando nos hace más humanos. Y eso ocurre porque, como escribe Eckhart Tolle, solo en la medida en que aceptamos nuestra vulnerabilidad, descubrimos nuestra invulnerabilidad verdadera. Absolutamente vulnerables en la forma, somos, a la vez, aquello que permanece siempre estable. por ese motivo, también el desierto, cuando sabemos vivirlo, nos conduce a casa.

La experiencia del desierto nos humaniza porque nos hace pasar de la superficialidad a la profundidad, del narcisismo a la empatía y la compasión, del egocentrismo a la ofrenda, del despiste sobre nosotros mismos a la comprensión y el gozo de lo que realmente somos, de sobrevivir a vivir en plenitud…

Enrique martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Del Paraíso al desierto y del desierto al Paraíso

Domingo, 18 de febrero de 2024
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IMG_3026Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.-  COMENZAMOS LA CUARESMA: CUARENTA DÍAS.

La cuaresma son los cuarenta días de preparación a la Pascua del Señor.

Cuarenta es un número simbólico que aparece en momentos decisivos de la Biblia, de la cultura del pueblo de Israel y de Jesús.

El número cuarenta aparece más de 100 veces en la Biblia:

+ Cuarenta días y cuarenta noches estuvo lloviendo en el diluvio “bautismal” en tiempos de Noé.

+ De Moisés se dice que vivió 120 años: 40 en Egipto, cuarenta como pastor en Madián y cuarenta años peregrinando con las tribus hebreas tras el Éxodo hasta llegar a la libertad y la tierra de promisión.

+ Cuarenta son los días que Jesús estuvo en el desierto superando las tentaciones del desierto.

+ Jesús asciende a los cielos a los cuarenta días de la resurrección.

Cuarenta Significa un tiempo -toda la vida- de una experiencia humano-religiosa intensa, decisiva.

Llegar a la tierra de promisión, a la felicidad, a la realización personal (y comunitaria), nos va a costar “cuarenta años”, toda la vida de desierto.

02.- EL DESIERTO

El desierto no es solamente algo geográfico, un lugar árido y hostil, el desierto del Sahara…

El desierto en la Biblia tiene un sentido teológico y es una actitud de vida humano-religiosa.

El desierto es el lugar de la austeridad, del silencio, de la oración, es el lugar o la situación de prueba: la dureza de la vida. El desierto es camino y búsqueda.

La vida es un desierto. A lo largo de nuestro caminar atravesamos por un desierto muchas veces entre alimañas de todo tipo como escuchábamos en el evangelio, con tentaciones de todo tipo, con crisis y penas.

Nos hará bien huir del “mundanal ruido”, retirarnos de la algarabía social al desierto, escapar del zapping y cosas por el estilo.

Mejor nos encerramos en nuestra habitación para encontrarnos con nosotros mismos y con Dios.

Por otra parte, una cierta austeridad en la vida nos hace bien.

Parece como que el ideal de vida es pasarlo bien, todo fácil, cuantas menos horas de trabajo, mejor.

Facilitar todo a las generaciones más jóvenes -y a las nuestras- ¿no está creando personas más bien blandas? La vida es desierto, camino, esfuerzo, crisis, gracia, Éxodo, libertad y liberación.

03.- NOSTALGIA DE PLENITUD

Todos tenemos un anhelo infinito de vida y felicidad. Somos un eterno deseo de bienestar, de vivir bien. Somos una pasión infinita.

Nuestra vida, nuestro Éxodo, siempre está marcado también por el esfuerzo, heridas y alimañas: el mal, la culpa y muerte ¿Tres heridas incurables?

Somos siempre una asignatura pendiente para nosotros mismos. Somos una diferencia entre lo que somos y lo que quisiéramos vivir, incluso somos un pequeño abismo entre lo que somos y lo que deberíamos ser.

El hombre moderno (Ilustración) piensa que puede darse a sí mismo la felicidad y la plenitud, pero eso no es cierto. Pensamos que el progreso, la técnica, los políticos nos van a traer el paraíso terrenal, pero seamos conscientes de que no está en nuestras manos concedernos la plena felicidad.

Ninguna realidad humana llena nuestro corazón. Nunca el placer es bastante, nunca el dinero, ni el poder colman el corazón de ser humano.

Nuestro corazón no se aquieta con la simple realización de nuestras necesidades.

El ser humano no puede, no podemos colmar nuestra vida.

San Agustín escribía aquello de: Nos hiciste para Ti y nuestro corazón está inquieto, pues solamente descansará cuando te encuentre.1

Un salmo expresa muy bien estas cosas:

Mi alma tiene sed de ti, mi vida ti ansia de Ti,

como tierra reseca, agostada, sin agua,

(Salmo 63,2)

04.-  LA CUARESMA TIEMPO DE GRACIA.

Es cierto que la cuaresma es tiempo de penitencia y de conversión, pero, sobre todo, es tiempo de gracia.

No carguemos las tintas en el pecado y la penitencia con sus secuelas de culpabilidades, miedos, angustias, condenaciones, etc.

Convertirse no es un esfuerzo titánico contra el mal a base de penitencias y castigos, ayunos, cilicios y disciplinas. Nuestra conversión es comprender y vivir que Dios es bueno. Convertirnos es pasar de la imagen de un Dios justiciero a la realidad de un Dios de bondad y misericordia.

La cuaresma, el Éxodo es mirar al futuro con esperanza. Lo que esperamos de la bondad de Dios es la alegría del presente.

Que tengamos una serena travesía creyendo en el Evangelio de la gracia: Dios está de nuestra parte,

Dios hizo un pacto con la humanidad (Noé – alianza).

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Convertirse a la misericordia de Dios sería una buena manera de comenzar este tiempo de cuaresma

Domingo, 18 de febrero de 2024
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Del blog de Consuelo Vélez Fe y Vida:

Comentario al evangelio del 1° domingo de cuaresma (18-02-2024)

Considerar las tentaciones mesiánicas de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la misión encomendada

Como nos cuesta creer y vivir el reino anunciado por Jesús, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de transformación que Jesús nos dijo que tendría

A continuación, el Espíritu empuja a Jesús al desierto y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentando por Satanás. Estaba entre los animales del campo y los ángeles le servían. Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea y proclamaba la Buena Nueva de Dios: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en la Buena Nueva”(Marcos 1, 12-15).

Comienza el tiempo de cuaresma y el evangelista Marcos, en cuatro versículos, nos relata las tentaciones y el contenido de la predicación de Jesús. Sabemos que Mateo y Lucas describen más detalladamente las tentaciones. Aquí sólo se nos dice que Jesús fue tentado durante cuarenta días lo cual podría ser más semejante a nuestra propia vida. Las crisis, dudas, retrocesos y caídas no son solo en un momento puntual, superándolas en el acto. Por el contrario, la vida es ese continuo caminar con toda la ambigüedad, dificultad, avances y retrocesos que nuestra condición humana implica. En el caso de Jesús sabemos que sus tentaciones son mesiánicas, es decir, respecto a su misión y no a lo que comúnmente llamamos tentaciones en la vida cotidiana. Jesús permanece firme en la misión encomendada, Jesús no cambia la radicalidad de la misma. De ahí que se gane la cruz y la asuma con todas las consecuencias. Precisamente porque se conoce el final de la vida de Jesús, el evangelista puede afirmar, desde el inicio del evangelio, la fidelidad durante toda su vida. Considerar este pasaje de la vida de Jesús es, entonces, confrontar nuestra propia fidelidad a la misión encomendada preguntándonos seriamente si mantenemos el vigor primero o si lo hemos acomodado a nuestros intereses o a lo socialmente aceptado para evitar conflictos y persecuciones.

Pero ¿cuál es la misión de Jesús y, por ende, la nuestra? En otro versículo, Marcos nos presenta a Jesús anunciando que el tiempo se ha cumplido, es decir, lo que anunciaba Juan el Bautista ya se hace realidad con su presencia y es hora de dar una respuesta contundente: convertirse y creer en la buena nueva. La palabra “convertirse” no significa lo que comúnmente entendemos de arrepentirnos de algo malo que hemos hecho. En este caso es situarse en otro horizonte -el del reino de Dios-, cambiar de mirada, darse la vuelta para iniciar un camino distinto. En eso consiste la vida cristiana. Es encontrar en la vida de Jesús lo que Dios espera de la humanidad y por eso disponernos a vivir como Él vivió, a mirar el mundo desde el horizonte que Él lo hizo.

Ese horizonte no es otro que el amor inconmensurable de Dios sobre la humanidad. En Dios solo hay misericordia y generosidad. En Él no hay castigo, ni reproches. Por eso mismo escandaliza y se rechaza. Nos gustaría más que Dios castigue a los malos y premie a los buenos -entre los cuales creemos estar nosotros- y nos cuesta creer que la metodología de Dios es transformar el corazón humano a punta de amor y no de miedo. Y como nos cuesta creerlo y vivirlo, el anuncio del evangelio que hacemos no tiene la fuerza de transformación que Jesús nos dijo que tendría.

Pero la Palabra de Dios nos sigue insistiendo por dónde se hace presente el reino. Tal vez en esta cuaresma podríamos poner el énfasis no en sacrificios o confesiones de los pecados de siempre sino en mirar la vida de Jesús a ver si le logramos entenderlo a fondo y convertirnos al Reino de Dios, muy distinto de normas, liturgias, confesiones, inciensos y sermones de castigo que surgen con tanta fuerza en este tiempo. Convertirse al amor, a la misericordia, a la generosidad del mismo Dios sería una buena manera de comenzar este tiempo de cuaresma.

(Foto tomada de: https://liturgia.jesuitas.pe/2019/03/08/las-tentaciones-de-jesus-en-el-desierto/)

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Crecer en la amistad

Miércoles, 14 de febrero de 2024
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jesus-abraza-a-joven-fotoPregón de Cuaresma

Carmen Herrero Martínez,
Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Tenerife

ECLESALIA, 27/02/17.- Con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos una nueva Cuaresma. Tiempo de gracia, de conversión y de misericordia, por parte del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete de la Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia Pascua, la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección.

Pero, ¿cómo conducirse por este camino que durante cuarenta días nos lleva a la Pascua? Y, ¿qué provisiones tomar para llegar a resucitar con Cristo y vivir en plenitud la vivencia pascual?

Debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad, salvados en su Hijo. Desde esta convicción y certeza caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades del camino podrán ser superados; porque no caminos solos, sino con Aquel que es nuestro Camino: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, él es mi fortaleza, mi energía y dinamismo que me lleva a caminar con paso firme y ligero a su lado; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos.

¿Qué provisiones poner en mi mochila para este camino de cuarenta días?

La primera condición es que mi mochila tiene que estar muy ligera de peso para que no sea un obstáculo al caminar. Entonces mi primera disposición es la sobriedad.

De qué sobriedad se trata: sobriedad en tus deseos, pensamientos, sueños y fantasías. La sobriedad te lleva a revenir a tu propia realidad concreta, y esto pasa por la conversión. ¡Déjate convertir! Evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de la cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior. Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido, tu alegría mayor y tu esperanza infinita.

La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad en tu vida. “la verdad os harás libres” (Jn 8, 32). Y, ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a hacer la verdad en nuestra vida, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, el desorden, la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo ídolo que se te presente y se anteponga al amor a Jesús y a vivir en verdad y libertad.

El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación. La cuaresma tienen que ayudarnos, a nosotros los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua.

Desde este conocimiento, amor e identificación con Jesús; las cuatro características propias de cuaresma serán la necesidad del: desierto, la oración, el ayuno y la limosna; en nuestro lenguaje actual, el compartir, el ayudar a nuestros hermanos necesitados, manifestada de mil maneras….

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– Desierto: Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad para estar asolas con Aquel que se me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el desierto, ésta es real, pero la mística es superior.

– Oración: La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la escucha, la escucha al amor y el fruto del amor es la oración que transforma y une con el ser Amado. La oración que le agrada al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio interior. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su presencia.

– Ayuno: El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús, y también para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y las cosas. No dejándome poseer por ellas ni tampoco quererlas poseer. La justa relación con las cosas, y los alimentos, consiste en reconocer con gratitud su valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola. “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad y hasta el hambre material, nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestra necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo más esencial, en parte por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada. Ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.

Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, él debe de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al hermano con amor. Como le pasó al rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su hermano en necesidad. Vivía al margen de Dios y como consecuencia no reconoció a su hermano. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma dice: “toda persona es un don”. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el de mi hermano, y juntos caminar hacia la Pascua.

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– Compartir: el compartir nos lleva al despojo, a la generosidad, a la pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al hermano más necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece con creces. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al  que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma: “El cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor”. Y si crezco en la amistad con el Señor, creceré también en el amor ami mi hermano, y unidos celebraremos la Pascua, la plenitud de la vida cristiana-

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Soy la voz del que grita en el desierto

Domingo, 17 de diciembre de 2023
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Del blog Pays de Zabulon:

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Éste fue el testimonio de Juan,
cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan,
a que le preguntaran:

– «¿Tú quién eres?»

Él confesó sin reservas:

– «Yo no soy el Mesías.»

Le preguntaron:

«¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»

El dijo:

– «No lo soy.»

– «¿Eres tú el Profeta?»

Respondió:

«No.»

Y le dijeron:

«¿Quién eres?
Para que podamos dar una respuesta
a los que nos han enviado,
¿qué dices de ti mismo?»

Él contestó:

«Yo soy la voz que grita en el desierto:
“Allanad el camino del Señor”,
como dijo el profeta Isaías.»

*

Juan 1, 19-23

***

Atribuyamos enseguida importancia a esta venida de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, colocado como clave normativa e interpretativa de todo el mundo religioso que de ahí se sigue.

La vocación cristiana es una vocación al gozo esencial para quien lo acepta. El cristianismo es fortuna, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una felicidad que no se contradice; el cristiano ha sido elegido para una felicidad que no tiene otra fuente más auténtica. El evangelio es una «buena nueva», es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano irremediablemente triste no es auténticamente cristiano. Hemos sido llamados a vivir y a dar testimonio de este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente, que el dolor y los sufrimientos de todo orden de nuestra presente existencia no pueden sofocar y sí provocar a una expresión simultánea y victoriosa.

*

Pablo VI,
Discurso a la audiencia general del 4 de enero de 1978.

***.

***

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Crecer en la amistad

Miércoles, 22 de febrero de 2023
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jesus-abraza-a-joven-fotoPregón de Cuaresma

Carmen Herrero Martínez,
Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Tenerife

ECLESALIA, 27/02/17.- Con la celebración del Miércoles de Ceniza, comenzamos una nueva Cuaresma. Tiempo de gracia, de conversión y de misericordia, por parte del Padre bueno que constantemente invita a sus hijos al banquete de la Pascua. Pues, Cuaresma es un caminar con alegría y jubilo hacia Pascua, la resurrección de Cristo y nuestra propia resurrección.

Pero, ¿cómo conducirse por este camino que durante cuarenta días nos lleva a la Pascua? Y, ¿qué provisiones tomar para llegar a resucitar con Cristo y vivir en plenitud la vivencia pascual?

Debemos conducirnos con dignidad, esa dignidad que nos viene de ser lo que somos: hijos e hijas de Dios, amados del Padre desde toda la eternidad, salvados en su Hijo. Desde esta convicción y certeza caminaremos con gozo y los obstáculos y dificultades del camino podrán ser superados; porque no caminos solos, sino con Aquel que es nuestro Camino: Jesús. En él pongo toda mi esperanza, él es mi fortaleza, mi energía y dinamismo que me lleva a caminar con paso firme y ligero a su lado; siempre mirando hacia adelante, sin volver la vista atrás, apoyando mis pasos sobre sus pasos.

¿Qué provisiones poner en mi mochila para este camino de cuarenta días?

La primera condición es que mi mochila tiene que estar muy ligera de peso para que no sea un obstáculo al caminar. Entonces mi primera disposición es la sobriedad.

De qué sobriedad se trata: sobriedad en tus deseos, pensamientos, sueños y fantasías. La sobriedad te lleva a revenir a tu propia realidad concreta, y esto pasa por la conversión. ¡Déjate convertir! Evangelizar las zonas más profundas de tu corazón; es decir, deja que la gracia de la cuaresma entre en ti y te reconstruya desde el interior. Seguro que, si logras hacer esta experiencia, tu caminar será más ligero y rápido, tu alegría mayor y tu esperanza infinita.

La sobriedad te lleva a la verdad. Vivir en verdad, hacer la verdad en tu vida. “la verdad os harás libres” (Jn 8, 32). Y, ¿qué es la verdad? La verdad es Cristo, conocer a Cristo nos lleva a hacer la verdad en nuestra vida, pues no podemos conocer a Cristo y vivir en la mentira, en el pecado, el desorden, la esclavitud de tantos ídolos como nos acechan. La cuaresma, ante todo, tiene que llevarte a un mayor conocimiento de Jesucristo, a rechazar con energía todo ídolo que se te presente y se anteponga al amor a Jesús y a vivir en verdad y libertad.

El conocimiento de Jesús te lleva al amor y el amor a la identificación. La cuaresma tienen que ayudarnos, a nosotros los cristianos, a identificarnos cada vez más con Cristo, y a partir de esta identificación podremos vivir esta muerte y resurrección que nos conduce a la Pascua.

Desde este conocimiento, amor e identificación con Jesús; las cuatro características propias de cuaresma serán la necesidad del: desierto, la oración, el ayuno y la limosna; en nuestro lenguaje actual, el compartir, el ayudar a nuestros hermanos necesitados, manifestada de mil maneras….

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– Desierto: Vivir el desierto no como una ascesis sin alma, sino como una necesidad para estar asolas con Aquel que se me ama y quiere entablar una relación de amor conmigo: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Oseas 2,4). Retirarse al desierto como necesidad de escucha amorosa y de estar a solas con Dios. Descubrir la mística del desierto, no quedarse solamente en la austeridad que implica el desierto, ésta es real, pero la mística es superior.

– Oración: La oración es el fruto del desierto, “acostumbrarse a soledad es gran cosa para la oración” dirá Teresa de Jesús. El desierto nos conduce a la escucha, la escucha al amor y el fruto del amor es la oración que transforma y une con el ser Amado. La oración que le agrada al Señor, es la oración de un corazón sosegado, acallado, unificado; abierto a acoger su Presencia y a vivir en su intimidad. No todos podemos retirarnos al desierto como lugar geográfico para orar; pero si podemos retirarnos, y debemos retirarnos, al desierto de nuestro propio interior. Pues el desierto no es la ausencia de las personas, sino la presencia de Dios. Y orar es vivir en su presencia.

– Ayuno: El ayuno es esencial en el seguimiento de Jesús, y también para vivir una relación, justa y armoniosa entre mi yo y las cosas. No dejándome poseer por ellas ni tampoco quererlas poseer. La justa relación con las cosas, y los alimentos, consiste en reconocer con gratitud su valor, su necesidad, y como dice san Ignacio de Loyola. “Las cosas se usan tanto en cuanto me ayudan al fin perseguido”. El saber privarse, sentir la necesidad y hasta el hambre material, nos lleva a la libertad y a valorar las cosas que Dios ha creado para nuestra necesidades; y a pensar en tantos hermanos nuestros como carecen de lo más esencial, en parte por el mal uso que hacemos de los recursos de la naturaleza; del acaparamiento y la posesión desmesurada. Ahí tendría que ir orientado nuestro ayuno.

Y siendo muy importante esta orientación del ayuno material, él debe de conducirnos mucho más lejos, a ese otro ayuno del yo que es el que realmente nos quita la libertad, nos esclaviza y nos impide ver al hermano con amor. Como le pasó al rico de la parábola de Lázaro (Lc 16, 19-31). Su pecado no está en que fuese rico, sino en que ignoró a su hermano en necesidad. Vivía al margen de Dios y como consecuencia no reconoció a su hermano. El papa Francisco en su mensaje de Cuaresma dice: “toda persona es un don”. El ayuno de mi yo me lleva a reconocer el de mi hermano, y juntos caminar hacia la Pascua.

– Compartir: el compartir nos lleva al despojo, a la generosidad, a la pobreza evangélica; y, sobre todo, a tener en cuenta al hermano más necesitado. Quien sabe compartir nunca se empobrece, antes bien, se enriquece con creces. La sagrada Escritura nos lo certifica; pero también la vida misma. “El que siembra escasamente, escasamente cosechará; y el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará. Cada uno dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, porque Dios ama al  que da con alegría” (2 Cor 9,6-7).

Quiero terminar con las palabras del papa Francisco en su mensaje de Cuaresma: “El cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor”. Y si crezco en la amistad con el Señor, creceré también en el amor ami mi hermano, y unidos celebraremos la Pascua, la plenitud de la vida cristiana-

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Desierto, espacio interior

Martes, 8 de noviembre de 2022
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desierto“Para la libertad nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes, y no dejéis que os sometan al yugo de la esclavitud” (Gálatas 5,1)

Carmen Herrero Martínez
Fraternidad Monástica de Jerusalén,
Estrasburgo (Francia).

ECLESALIA, 17/10/22.- Con los lectores de Eclesalia, quiero compartir esta reflexión sobre el desierto y silencio en nuestro propio interior, en medio del mundo en el que nos toca vivir. El desierto y el silencio van unidos. En el sentido espiritual no hay desierto sin silencio ni silencio sin desierto, ambos nos conducen al encuentro con nosotros mismos y con el Creador; esta es la finalidad que pretendemos al retirarnos al desierto interior.

Todos sabemos que el desierto es un lugar geográfico, al que no es fácil retirarse. Sin embargo, siempre podemos retirarnos al desierto de nuestro propio corazón y allí vivir la espiritualidad del desierto. A este desierto del corazón y de la mente queremos retirarnos con esta reflexión.

El desierto simboliza la belleza, imaginamos el amanecer, una puesta de sol y una clara luna; el silencio, la calma, la soledad que invitan a la interioridad, a la relación consigo mismo y con Aquel que se hace Presencia cuando todo se acalla. El desierto también simboliza la austeridad, la ascesis, el ayuno, la sed, el cansancio, la pobreza y el desprendimiento. Valores humanos y espirituales que construyen a la persona, adquiriendo poco a poco una espiritualidad, una manera de ser y de pensar.

En nuestros días, tan envueltos en el ruido, en tanta palabra vacía, junto a imágenes tan agresivas, banales y carentes de sentido, en una sociedad enloquecida que no sabe muy bien a dónde va, urge retirarse al desierto para encontrarse consigo mismo y construirse como persona; porque la dispersión nos acecha por todas partes y nos hiere en nuestro más profundo centro, distrayéndonos de lo esencial. En nuestra sociedad, todo tiende a divertirnos y sacarnos de nuestro propio centro, de nuestra interioridad, robándonos nuestra libertad. Si queremos ser personas libres, equilibradas, reflexivas y orantes, hemos de purificarnos de tantas toxinasnegativas como se van acumulando en nuestro propio cerebro, influenciándonos en nuestra manera de ser y de vivir. Vivir la espiritualidad del desierto ayuda a purificar nuestro interior, más todavía, a evitar que entren en nosotros banalidades. El silencio, la soledad y la oración son como un contrafuerte que hace barrera a toda influencia nociva de un mundo materializado sin profundidad ni alma.

Por todos los medios hemos de evitar que ni en nuestra mente ni en el corazón entre aquello que contaminay oscurece” nuestra mente y nuestra conciencia. Porque hoy día con el relativismo, todo es bueno, todo da igual. No permitamos que esa perla, límpida y diáfana que todos llevamos dentro, se mancille y contamine con tanta basura como este mundo intenta vendernos como un buen producto, para nuestro propio bienestar y desarrollo personal. Si vivimos en la superficie de lo que en realidad somos, lo mejor de nosotros mismos se queda en el fondo de nuestro ser, adormecido, sin darle la oportunidad de que se desarrolle y llegue a ser lo que en realidad es: creatura creada para vivir en relación con su Creador y en armonía consigo misma y con sus hermanos en humanidad. Y todo esto, desde la plena libertad, sin influencias ni ataduras exteriores. En general, vivimos bastante distraídos, sin profundizar en el verdadero sentido de nuestra existencia y en lo que realmente somos y valemos. Vivimos en los arrabales de nuestra existencia. De aquí nacen muchas de las enfermedades modernas: de la ruptura que se da entre lo que vivimos y lo que estamos llamados a vivir.

A quienes intentamos y queremos ir por el camino de la libertad, la interioridad y la armonía interior, el desierto nos ayudará a tomar conciencia de nuestra fragilidad y también de nuestra grandeza: “Somos creados a imagen de Dios” (Gn 1,26). Venimos de la naturaleza divina. El desierto nos ayuda a ser conscientes de lo que realmente somos: Templos de Dios. La Trinidad habita en nosotros. Dios uno y trino se ha encarnado en nosotros. Pablo dirá: “No sabéis que sois templos del Dios” (1 Cor 6,19). De aquí que el verdadero desierto lo hemos de crear y vivir dentro de nosotros mismos; porque el desierto no es solamente un lugar geográfico, que sin duda puede ayudarnos y tiene un gran atractivo, sino la presencia de Dios que me habita y quiere entablar un diálogo de amor conmigo. “La conduciré al desierto y le hablaré al corazón” (Is. 2,14). El verdadero desierto es descubrir y vivir la presencia del Dios invisible y saberme tiernamente amado/a. El desierto no es tanto un lugar, como la disposición y vivencia interior en medio de la baraúnda que nos toca vivir. El desierto no es la ausencia de los hombres ni del ruido, sino la presencia Divina. Pues, puedo estar en el desierto geográfico más perfecto llevando sobre mí el mundo de los deseos, recuerdos y frustraciones, y vivir totalmente de espaldas a Dios. Al contrario, puedo vivir en medio de las multitudes y del ruido y vivir en presencia de Dios y armonía conmigo misma. Pero para lograr este estado interior se necesita una fuerte ascesis y disciplina, para ir contra corriente de todo aquello que desgarra mi unidad interior y roba mi capacidad de pensar y de decidir en plena libertad. El verdadero sentido del desierto es vivir en su Presencia, bajo su mirada amorosa y transformadora. “El mirar de Dios es amor”. Dirá Juan de la Cruz. Mi verdadero desierto es la purificación de todo, para ser capaz de percibir la mirada amorosa de Dios que eternamente tiene sobre mí, la cual me va recreando a su imagen y semejanza. El desierto es tomar conciencia de la transformación que el Espíritu Santo realiza en mi interior haciéndome una nueva creatura.

Si así vivimos el desierto, en medio de nuestra vida cotidiana, todo aquello que me dispersa de mí mismo y de Dios lo iré dejando, como puede ser: el estar apegados todo el día al móvil, respondiendo y enviando mensajes; conversaciones vanas; imágenes y lecturas superficiales; programas de televisión que no me aportan nada y me roban el tiempo. Vivir el desierto en el corazón de las ciudades, en la vida diaria exige disciplina, voluntad y discernimiento para elegir y optar por todo aquello que realmente me lleva a vivir en armonía, en paz y serenidad conmigo mismo, en compañía de Dios y en comunión con mis hermanos y hermanas en humanidad. Este es el verdadero sentido espiritual y místico del desierto. Decía el papa Francisco que la Cuaresma es tiempo de crecer en la amistad con Jesús. Esta es la finalidad del desierto: “Vivir y crecer en esta amistad con Aquel que sabemos nos ama”, por decirlo con palabras de Santa Teresa. Jesús cuando se retira al desierto no es tanto para estar solo como para estar en compañía con su Padre. “Por la mañana, antes de que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando” (Mc 1,35). El desierto no es vivir la tranquilidad y el bienestar personal, sino vivir en compañía, en relación amorosa, en un movimiento de acogida y entrega a la acción del Espíritu Santo en mí vida.

El discernimiento, en nuestras elecciones cotidianas, se impone más que nunca; dado el abanico tan enorme que tenemos de dispersión con las nuevas tecnologías. El desierto nos enseña a amarnos a nosotros mismos, a elegir todo aquello que me construye como persona adulta y libre, sin alienaciones ni influencias ajenas, y a despegarme de todo aquello que me va destruyendo. ¡Esto es muy importante! Viviéndolo así el desierto no da miedo, al contrario, es atrayente, todavía más, es una necesidad vital tras la cual se corre. En el desierto no hay caminos trazados, el camino lo has de hacer tú.

En la vida también hay desiertos no elegidos y hemos de darles vida, aprendiendo a vivirlos desde una dimensión teologal. Pensemos en el desierto de la enfermedad, de la muerte de un ser querido, de la vejez, de la precariedad extrema, de los refugiados y perseguidos, de la violencia que se da en la sociedad y de tanta soledad no elegida. Tantas familias rotas… Estos son los desiertos de nuestras ciudades, los desiertos habitados, acompañados de una profunda tristeza y soledad. Tomemos conciencia de tantos desiertos en los que viven muchos de nuestros hermanos en humanidad y seamos solidarios desde la oración y compartiendo nuestros bienes y nuestro tiempo. Seamos hospitalarios, pues la ley de hospitalidad es una necesidad de la vida del desierto, que se convierte en virtud. Esta ley de hospitalidad la encontramos en el Antiguo Testamento: Abrahán acoge a tres hombres que pasan junto a su tienda en Mambré (Gén 18,1-8); Labán recibe con honores al servidor de Abrahán (Gén 24,28-32); Lot introduce en su casa a los ángeles (Gén 19,1-8). La norma sigue en vigor en tiempos posteriores, como demuestra el relato de Jueces 19,16-24.

Retirarse al desierto es hacer propia la historia de la humanidad, llevarla consigo, para presentarse al Señor en la oración, el dueño de la Historia, para que la purifique y la salve; pues en los desiertos del mundo Jesús es el único que puede saciar nuestra sed y sanar todas las heridas. “Jesús es la fuente de agua viva” (Jn 7,38) y sacia nuestra hambre: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 51). Él es el médico: “Él mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias” (Mt. 8,17). “Toda enfermedad y toda dolencia” (Mt. 4,23).

El desierto, como ya hemos dicho, es una realidad geográfica; pero espiritualmente es un estado de vida, una manera de ser, pensar y obrar. Para vivir la espiritualidad del desierto tengo que poner los medios necesarios, cada uno debe saber elegirlos. Fomentar tiempos de silencio, soledad, reflexión, oración, lectura de la Palabra de Dios, van creando en nosotros la espiritualidad del desierto acompañada de hospitalidad y de encuentro. Las personas que se mantiene en conexión con su propio centro y lo cultivan, son hospitalarias y transmisora de sabiduría.

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SILENCIO

Desierto y silencio van unidos. “Vuestra fuerza está en el silencio” (Is 30,15). “Guarda silencio y yo te enseñaré sabiduría” (Job 33,33). Esto es lo que nos dice la Palabra de Dios. Sin embargo, el “sonido” del silencio, es algo que asusta a muchas personas, pues les da miedo, ya que les obliga a encontrarse con su yo más profundo, con la realidad de lo que son. La espiritualidad del desierto va unida a la práctica del silencio. El silencio es como el agua tranquila del estanque que al asomarnos refleja nuestra cara. Si no queremos reconocer nuestra identidad, nuestro verdadero rostro, nos apresuramos a remover las aguas para que nuestro rostro desaparezca. Pero removiendo las aguas nos perdemos en el ruido, en el ajetreo y en la falsedad de nuestra propia imagen.

Cuando vamos al desierto, hemos de ponernos en la presencia de Dios, tal como somos, sin miedo ni disimulos, para poder escuchar lo que el Señor nos dice al corazón. Lo primero que debemos hacer es silenciar, en la manera de lo posible, el ruido exterior, pero ante todo tenemos que acallar el ruido de nuestra mente con sus preocupaciones, dispersiones y pasiones; que son las que más ruido hacen dentro de nosotros mismos y las que más nos dispersan y quitan la paz. Si estos ruidos no se acallan, el silencio puede llegar a ser una tortura insoportable. De aquí nace la dificultad de vivir el silencio, el desierto; porque en el silencio escuchamos la barahúnda que nos habita y ella nos molesta y desestabiliza, porque no nos gusta nuestra propia imagen. Y ante ello preferimos vivir en el ruido que desdibuja y nos distrae de nuestra propia realidad. El silencio es imprescindible para encontrarse con uno mismo, con Dios y con los demás. El desierto es silencio interior. No se trata de un silencio alienante, sino de una actitud interior que me capacita para descubrir la verdad en mi vida, para poner orden en mi interior y ser receptiva a la acción del Espíritu Santo que me sana y unifica. El silencio me capacita para la escucha. Aquel que sabe guardar silencio adquiere sabiduría. Y la sabiduría le llevará a saber gobernar su vida desde la verdad, la rectitud y el bien obrar. Y desde esta sabiduría, crecerá y ayudará a crecer a otras personas en su integridad humana y espiritual.

Desierto y silencio son gemelos que te invitan y te dan la mano para alzar el vuelo: el vuelo del amor, el vuelo de la libertad y de la paz .

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia. Puedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“Desierto”, por Miguel Ángel Mesa

Jueves, 5 de mayo de 2022
Comentarios desactivados en “Desierto”, por Miguel Ángel Mesa

desiertoDel blog de Miguel Ángel Mesa Otro mundo es posible:

La ciudad suele imprimir una vida consumida por la prisa y la necesidad de eficacia, sin pérdida de tiempo, produciendo en nosotros estrés y una celeridad e impaciencia que, cada vez, nos cuesta más abandonar para recuperar la quietud y el sosiego.

Además de esta realidad absorbente y desestabilizadora, para poder desarrollar algo de humanidad, de cercanía hacia el otro, utilizamos cada día con más asiduidad las redes sociales, para sentirnos acompañados, para darnos cuenta si la gente está pendiente de nosotros o no, si lo que compartimos es reenviado, retuiteado, reguasapeado…

Esta necesidad nos obliga a estar pendientes constantemente de la pantalla, no pudiendo prescindir del móvil en ningún momento, para no perdernos ningún mensaje de los que nos envían nuestros followers. Son los seguidores, que nos aportan felicidad cuando nos leen y responden con asiduidad y rapidez, o desilusión y desamparo si nos abandonan.

Aunque en teoría podamos tener 500, 1.000 o más “amigos” en Twitter, Facebook o Instagram, al final muchas veces nos encontramos solos porque, a la hora de la verdad, nos faltan las amistades auténticas, esas que están a tu lado en los buenos y en los malos momentos. Y que se suelen contar normalmente con los dedos de una mano.

La ciudad nos puede devorar. La ciudad exterior, en la que vivimos, nos desplazamos hasta el trabajo, la compra o el entretenimiento. Una ciudad llena de gente pero herida de soledades, de marginación, de exclusión… Demasiadas almas desiertas, vacías y resecas por el desamparo, el rechazo, la intolerancia o la violencia. Siempre estamos rodeados de gente pero, en realidad, la euforia de las multitudes se transforma muchas veces en el desierto de la soledad. Porque el desierto, si no es buscado y gustado, se puede transformar en una trampa mortal.

Por eso es necesario ayunar de vez en cuando de las redes sociales, dejar el móvil o la tablet a un lado y centrarnos en lo esencial. Como, por ejemplo, recuperar la llamada telefónica para hablar tranquilamente con la persona que está enferma y sola. Quedar con los amigos para pasear, ir al teatro o tomar una cerveza, disfrutando de la buena compañía, recuperando, recreando y fortaleciendo la amistad. Dedicar tiempo a la pareja o a la familia, teniendo detalles, perdiendo el tiempo, jugando, viendo una película… pero juntos.

Si no queremos naufragar en medio de esta vorágine, tenemos que parar, hacer un inciso en la actividad diaria para restaurar nuestra serenidad perdida.

Para ello es conveniente callar tanto ruido como llevamos dentro, haciendo silencio interior, para poder valorar las experiencias, los encuentros, los problemas y malestares íntimos. Solo entrando en el desierto de nuestro corazón podremos alcanzar el equilibrio, para volver a la existencia con más fuerza, ánimo y alegría.

Entonces el desierto se vuelve fértil, comienza a florecer, lenta pero constantemente. Y, buscando sin descanso, lograremos descubrir de nuevo, o por primera vez,  el pozo, el manantial que sigue fluyendo por las cavernas subterráneas que existen en nuestro hondón interior.

O las ascuas que siguen ardiendo, dando calor e iluminando, manteniendo vivo el deseo de paz profunda, el anhelo de sentirnos vivos, palpitando nuestro corazón ardiente en medio de las cenizas cotidianas.

(Publicado en Respira tu ser. Espiritualidad para la vida. Meditaciones, Ediciones Feadulta, Illescas 2021, pp. 135-136)

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No tentarás al Señor, tu Dios

Domingo, 6 de marzo de 2022
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¡Feliz el hombre
que no sigue el consejo de los malvados,
ni se detiene en el camino de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los impíos,
sino que se complace en la ley del Señor
y la medita de día y de noche!
Él es como un árbol
plantado al borde de las aguas,
que produce fruto a su debido tiempo,
y cuyas hojas nunca se marchitan:
todo lo que haga le saldrá bien.
No sucede así con los malvados:
ellos son como paja que se lleva el viento.
Por eso, no triunfarán los malvados en el juicio,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor cuida el camino de los justos,
pero el camino de los malvados termina mal.

*

Salmo 1

***

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo:

“Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.”

Jesús le contestó:

– “Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre»”.

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:

“Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo.”

Jesús le contestó:

“Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él sólo darás culto»”.

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:

“Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras»”.

Jesús le contestó:

“Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios»”.

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

*

Lucas 4, 1-13

***

El Evangelio nos presenta este duelo entre Jesús y Satanás. Jesús fue tentado. También él quiere conocer el combate entre el alma que desea permanecer fiel a Dios y el invasor que tratará de desviarla e inducirla al mal. Hay que recordar que cuanto se refiere a Jesús nos toca también a nosotros. La vida de Jesús configura la nuestra; lo que a él le acontece se refleja en nosotros.

¿Fue tentado Jesús? Tanto más podemos o debemos serlo nosotros.

Parece lógica la pregunta, puesto que vivimos en un mundo asediado y turbado por esa iniciativa oculta del que san Pablo llama “el príncipe de este mundo de tinieblas”. Estamos rodeados de algo funesto, malo, perverso, que excita nuestras pasiones, se aprovecha de nuestras debilidades, se deja insinuar en nuestras costumbres, sigue nuestros pasos y nos sugiere el mal. La tentación consiste, pues, en el encuentro entre la buena conciencia y la atracción del mal, y esto del modo más insidioso que se pueda imaginar.

El mal, de hecho, no se nos presenta con su rostro real de enemigo, como algo horripilante y espantoso. Sucede precisamente lo contrario: la tentación es simulación del bien; es el engaño del mal disfrazado de bien, es la confusión entre bien y mal. Este equívoco, que se puede presentar siempre ante nosotros, tiende a hacernos retener como bien donde, por el contrario, está el mal.

*

Pablo VI,
7 de marzo de 1965,
en U. Gamba, [ed.], Pensieri di Paolo VI per ogni giorno dell’anno, Vigodarzere 1983, 279).

***

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“De oídas”. 2 Adviento – C (Lucas 3,1-6)

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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02_adv_c-600x400Hay personas que más que creer en Dios creen en aquellos que hablan de él. Solo conocen a Dios «de oídas». Les falta experiencia personal. Asisten tal vez a celebraciones religiosas, pero nunca abren su corazón a Dios. Jamás se detienen a percibir su presencia en el interior de su ser.

Es un fenómeno frecuente: vivimos girando en torno a nosotros mismos, pero fuera de nosotros; trabajamos y disfrutamos, amamos y sufrimos, vivimos y envejecemos, pero nuestra vida transcurre sin misterio y sin horizonte último.

Incluso los que nos decimos creyentes no sabemos muchas veces «estar ante Dios». Se nos hace difícil reconocernos como seres frágiles, pero amados infinitamente por él. No sabemos admirar su grandeza insondable ni gustar su presencia cercana. No sabemos invocar ni alabar.

Qué pena da ver cómo se discute de Dios en ciertos programas de televisión. Se habla «de oídas». Se debate lo que no se conoce. Los invitados se acaloran hablando del papa, pero a nadie se le oye hablar con un poco de hondura de ese Misterio que los creyentes llamamos «Dios».

Para descubrir a Dios no sirven las discusiones sobre religión ni los argumentos de otros. Cada uno ha de hacer su propio recorrido y vivir su propia experiencia. No basta criticar la religión en sus aspectos más deformados. Es necesario buscar personalmente el rostro de Dios. Abrirle caminos en nuestra propia vida.

Cuando durante años se ha vivido la religión como un deber o como un peso, solo esta experiencia personal puede desbloquear el camino hacia Dios: poder comprobar, aunque solo sea de forma germinal y humilde, que es bueno creer, que Dios hace bien.

Este encuentro con Dios no siempre es fácil. Lo importante es buscar. No cerrar ninguna puerta; no desechar ninguna llamada. Seguir buscando, tal vez con el último resto de nuestras fuerzas. Muchas veces, lo único que podemos ofrecer a Dios es nuestro deseo de encontrarnos con él.

Dios no se esconde de los que lo buscan y preguntan por él. Tarde o temprano recibimos su «visita» inconfundible. Entonces todo cambia. Lo creíamos lejano, y está cerca. Lo sentíamos amenazador, y es el mejor amigo. Podemos decir las mismas palabras que Job: «Hasta ahora hablaba de ti de oídas; ahora te han visto mis ojos».

José Antonio Pagola

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“Todos verán la salvación de Dios”. Domingo 5 de diciembre de 2021. 2º de Adviento

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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02advientoB2cerezoDe Koinonia:

Baruc 5, 1-9: Dios mostrará tu esplendor.
Salmo responsorial: 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Filipenses 1, 4-6. 8-11:  Que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochables.
Lucas 3, 1-6: Todos verán la salvación de Dios.

El tiempo de adviento es tiempo de esperanza y de apertura al cambio: cambio de vestido y de nombre (Baruc), cambio de camino (Isaías). Cambiar, para que todos puedan ver la salvación de Dios.

En un bello poema Baruc canta con fe jubilosa la hora en que el Eterno va a cumplir las promesas mesiánicas, va a crear la nueva Jerusalén, va a dar su salvación. Jerusalén es presentada como una “Madre” enlutada por sus hijos expatriados. Dios regala a Sión, su esposa, la salvación como manto regio, le ciñe como diadema la “Gloria” del Eterno. La Madre desolada que vio partir a sus hijos, esclavos y encadenados, los va a ver retornar libres y festejados como un rey cuando va a tomar posesión de su trono. Le da un nombre nuevo simbólico: “Paz de Justicia-Gloria de Misericordia”; es decir, Ciudad-Paz por la salvación recibida de Dios. Ciudad-Gloria por el amor misericordioso que le tiene Dios.

Haciéndose eco de los profetas del destierro, Baruc dice una palabra consoladora a un pueblo que pasa dificultad: “El Señor se acuerda de ti” (5,5). Ya el segundo Isaías se había preguntado: “¿Puede una madre olvidarse de su criatura? (…) pues aunque ella se olvide, yo no me olvidaré” (Is 49,15). El Dios fiel no se olvida de Jerusalén, su esposa, que es invitada ahora a despojarse del luto y vestir “las galas perpetuas de la Gloria que Dios te da” (5,1). Es la salvación que Dios ofrece para los que ama, de los que se acuerda en su amor.

¿Dónde está nuestro profetismo cristiano? El profeta no es un adivino, ni alguien que pre-dice los acontecimientos futuros. El profeta se enfrenta a todo poderío personal y social, habla desde el “clamor de los pobres” y pretende siempre que haya justicia. Obviamente le preocupa el futuro del pueblo, la situación sangrante de los pobres. Los profetas surgen en los momentos de crisis y de cambios para avizorar una situación nueva, llena de libertad, de justicia, de solidaridad, de paz.

La misión del profeta cristiano es cuestionar los “sistemas” contrarios al Espíritu, defender a toda persona atropellada y a todo pueblo amenazado, alentar esperanzas en situaciones catastróficas y promover la conversión hacia actitudes solidarias. Tiene experiencia del pueblo (vive encarnado) y contacto con Dios (es un místico), y de ahí obtiene la fuerza para su misión. Por medio de los profetas, Dios guía a su pueblo “con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9). El profeta “allana los caminos” a seguir.

En el evangelio, al llegar la plenitud de los tiempos, el mismo Dios anuncia la cercanía del Reino por medio de Juan y asegura con Isaías que “todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,6). Para el Dios que llega con el don de la salvación debemos preparar el camino en el hoy de nuestra propia historia.

Juan Bautista, profeta precursor de Jesús, fue hijo de un “mudo” (pueblo en silencio) que renunció al “sacerdocio” (a los privilegios de la herencia), y de una “estéril” (fruto del Espíritu). Le “vino la palabra” estando apartado del poder y en el contacto con la bases, con el pueblo. La palabra siempre llega desde el desierto (donde sólo hay palabra) y se dirige a los instalados (entre quienes habitan los ídolos) para desenmascararlos. La palabra profética le costó la vida a Juan. Su deseo profético es profundo y universal: “todos verán la salvación de Dios”. La salvación viene en la historia (nuestra historia se hace historia de salvación), con una condición: la conversión (“preparad el camino del Señor”). ¿Qué debemos hacer para ser todos un poco profetas?

La invitación de Isaías, repetida por Juan Bautista y corroborada por Baruc, nos invita a entrar en el dinamismo de la conversión, a ponernos en camino, a cambiar. Cambiar desde dentro, creciendo en lo fundamental, en el amor para “aquilatar lo mejor” (Flp 1,10). Con la penetración y sensibilidad del amor escucharemos las exigencias del Señor que llega y saldremos a su encuentro “llenos de los frutos de justicia” (1,11).

Esa renovación desde dentro tiene su manifestación externa porque se “abajan los montes”, se llenan los valles, se endereza lo torcido y se iguala lo escabroso (Bar 5,7). Se liman asperezas, se suprimen desigualdades y se acortan distancias para que la salvación llegue a todos. La humanidad transformada es la humanidad reconciliada e igualada, integrada en familia de fe: “los hijos reunidos de Oriente a Occidente” (Bar 5,5). Convertirse entonces es ensanchar el corazón y dilatar la esperanza para hacerla a la medida del mundo, a la medida de Dios. Una humanidad más igualitaria y respetuosa de la dignidad de todos es el mejor camino para que Dios llegue trayendo su salvación. A cada uno corresponde examinar qué renuncias impone el enderezar lo torcido o abajar montes o rellenar valles. Nuestros caminos deben ser rectificados para que llegue Dios.

Adviento es el tiempo litúrgico dedicado por antonomasia a la esperanza. Y esperar es ser capaz de cambiar, y ser capaz de soñar con la Utopía, y de provocarla, aun en aquellas situaciones en las que parece imposible.

Dejémonos impregnar por la gracia de este acontecimiento que se nos aproxima, dejemos que estas celebraciones de la Eucaristía y de la liturgia de estos días nos ayuden a profundizar el misterio que estamos por celebrar.

Unidos en la esperanza caminamos juntos al encuentro con Dios. Pero al mismo tiempo, Él camina con nosotros señalando el camino porque “Dios guiará a Israel entre fiestas, a la luz de su Gloria, con su justicia y su misericordia” (Bar 5,9).

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(5.12.21) Iglesia en Adviento: Por un futuro de comunión (Dom 2: Lc 3, 1-6)

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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XIR162374Juan Bautista de Andrei Rublev

Del blog de Xabier Pikaza:

Se ha extendido en algunos entorno un intenso pesimismo, centrado en los errores (pecados) de un tipo humanidad actual y en la falta de esperanza de futuro, como si este mundo estuviera condenado al fracaso, por pérdida de valores, violencia universal, pandemia sanitaria, de forma que algunos piensan que vamos a terminar matándonos todos (o cayendo en manos de grandes desastres apocalípticos).

Muchos afirman que no hay remedio, que esta humanidad no tiene hay futuro: Los hombres seguiremos enfrentándonos unos con otros, dominando de un modo dictatorial sobre el mundo y consumiendo sus recursos,  hasta terminar todos en un tipo de muerte sin remedio. En contra de eso, el evangelio de este domingo nos habla de esperanza de futuro: elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale…

Estas palabras marcan una gran utopía de comunicación (de amor mutuo, de esperanza),  partiendo del mensaje de Jesús, que se expresa como Adviento o venida de Dios. Así lo mostraré, formulando siete afirmaciones o tesis desde el evangelio:

Lucas 3, 1-6.

En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.

Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.”

INTRODUCCIÓN

El evangelio propone (en clave de fe y compromiso creyente) un ideal de comunicación (comunión) creadora (salvadora), ofreciéndonos la esperanza de que podremos superar el enfrentamiento a muerte que parece dominarnos, porque en el fondo de nuestra vida late la Vida de Dios, porque él viene y se expresa a través de nuestra comunicación humana, en clave de amor y de futuro, no de muerte.  En esa línea, creer en Dios significa creer en el futuro de la vida humana, en la transformación de nuestra vida: Podemos abajar los montes altivos, elevar los valles perdidos…

Esta es una hipótesis y tarea de fe, no un dato de la ciencia. Es un dogma religioso, algo que brilla y se acoge (recibe) por el mismo testimonio personal de los creyentes, noes afirmación que pueda demostrarse a nivel racionalista. Pero ella constituye, a mi entender, un elemento muy importante en la visión de la historia y en la concepción utópica de la racionalidad humana.

 – En contra del pesimismo de aquellos que hablan de anti-humanismo, caída de los valores occidentales y muerte del cristianismo, pienso que la evolución histórica de los últimos decenios resulta positiva, pues nos capacita para valorar el sentido y tareas de una comunicación verdadera entre los seres humanos.

El cristianismo, religión del amor por excelencia, debe sentirse a gusto en este tiempo (año 2021), pues la comunicación de amor constituye el centro de la utopía del evangelio. y esa utopía de Dios sigue alimentando de amor y de vida nuestra Vida (así con mayúscula, como vida de Dios en nosotros). Se ha venido diciendo que el progreso es el nuevo nombre del amor, otros han afirmado que el verdadero amor humano es la justicia. Sin negar eso, decimos que el amor cristiano es la comunicación integral, anunciada y vivida por Jesús.

No puede haber un renacimiento cristiano, entendido en el sentido de vuelta al pasado (de querer seguir siendo como en otros siglos).  Por eso, añado que el cristianismo no no debe volverse atrás. sino que debe crear en libertad nuevas formas de comunión gratuita,  en el conjunto de la humanidad, donde han influido, de forma directa o indirecta, elementos fuertes de la experiencia cristiana, incluso a través de la misma ilustración occidental. Ha muerto un tipo de cristiandad occidental y no podemos resucitarla. Pero la raíz del evangelio y la utopía de Jesús sigue viva y debe crear formas nuevas de comunicación.

 – La utopía de Jesús no es un “hecho objetivo”, cerrado, algo que está fuera de nosotros, como una realidad física inmutable, custodiada por un tipo de jerarquía legalista. Tampoco es una forma de comunicación marginal, sino la comunicación mesiánica: aquella que puede expresarse y expandirse en pura gratuidad, en apertura universal, ofreciéndonos una esperanza de futuro, de resurrección (porque Dios es Dios y porque ha resucitado a Jesús). En ese aspecto, el mensaje de Jesús debe estar siempre re-naciendo, ofreciendo utopía de vida y espacios de comunicación gratuita a los humanos.

SIETE TESIS O AFIRMACIÓN DE FE

1.Comunicación social y religiosa se encuentran implicadas. Desde el comienzo de la historia, los humanos han construido y entendido su realidad social en clave religiosa

 La esencia de la religión es la comunión de amor y vida (de perdón y de esperanza) entre los hombres y los pueblos. Allí donde hay amor mutuo y comunicación hay religión.  Por el contrario, son anti-religiosos (y anti-cristianos) los que niegan la comunicación, los que desprecian a otros, los que buscan cotos cerrados de verdad, de poder, de economía. Por mucho que se digan religiosos y cristianos, los que rompen la comunicación real entre hombres y pueblos (en plano afectivo y social, económico y político, en nombre de un gran estado o de un pequeño país, tribu o secta) son anti-religiosos, anticristianos.

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¿Hay motivos para estar alegres? Domingo 2º de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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1D26B104-3B79-4CC5-91DB-34520A97F96EDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

“Preparad el camino al Señor…”

Las últimas noticias sobre la variante ómicron y otros muchos problemas a nivel mundial no invitan al optimismo. Sin embargo, lo que intentan transmitirnos las lecturas de este domingo es alegría. La del profeta Baruc ordena expresamente a Jerusalén: “quítate tu ropa de duelo y aflicción”. Si el sacerdote que preside la eucaristía quisiese realizar una acción simbólica, al estilo de los antiguos profetas, podría quitarse la casulla morada y cambiarla por una blanca y dorada. También el Salmo habla de alegría: “la lengua se nos llenaba de risas, la lengua de cantares”; “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Pablo escribe a los cristianos de Filipos que reza por ellos “con gran alegría”. Y el evangelio recuerda el anuncio de Juan Bautista: “todos verán la salvación de Dios”. Las lecturas de este domingo no justifican que se suprima el Gloria, todo lo contrario. Hay motivos más que suficientes para cantar la gloria de Dios.

Primer motivo de alegría: la vuelta de los desterrados (Baruc 5,1-9)

Jerusalén, quítate tu ropa de duelo y aflicción, y vístete para siempre el esplendor de la gloria que viene de Dios. Envuélvete en el manto de la justicia que procede de Dios, pon en tu cabeza la diadema de gloria del Eterno. Porque Dios mostrará tu esplendor a todo lo que hay bajo el cielo. Pues tu nombre se llamará de parte de Dios para siempre: Paz de la Justicia y Gloria de la Piedad.

Levántate, Jerusalén, sube a la altura, tiende tu vista hacia el Oriente y ve a tus hijos reunidos desde oriente a occidente, a la voz del Santo, alegres del recuerdo de Dios.

Salieron de ti a pie, llevados por enemigos, pero Dios te los devuelve traídos gloria, como un trono real. Porque ha ordenado Dios que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro bajo la gloria de Dios. Y hasta las selvas y todo árbol aromático darán sombra a Israel por orden de Dios. Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia que vienen de él.

La lectura de Baruc recoge ideas frecuentes en otros textos proféticos. Jerusalén, presentada como madre, se halla de luto porque ha perdido a sus hijos: unos marcharon al destierro de Babilonia, otros se dispersaron por Egipto y otros países. Ahora el profeta la invita a cambiar sus vestidos de duelo por otros de gozo, a subir a una altura y contemplar cómo sus hijos vuelven“en carroza real”, “entre fiestas”, guiados por el mismo Dios.

¿Qué impresión produciría esta lectura en los contemporáneos del profeta? Sabemos que a muchos judíos no les ilusionaba la vuelta de los desterrados; había que proporcionarles casas y campos, y eso suponía compartir los pocos bienes que poseían. Otros, mejor situados económicamente, verían ese retorno como un punto de partida de un resurgir nacional.

Y esto demuestra la enorme actualidad de este texto de Baruc. A primera vista, hoy día Jerusalén es Siria, Iraq, tantos países de África que están perdiendo a sus hijos porque deben desterrarse en busca de seguridad o de trabajo. Pero también nosotros podemos identificarnos con Jerusalén y ver a esos cientos de miles de personas no como una amenaza para nuestra sociedad y nuestra economía, sino como hijos y hermanos a los que se puede acoger y ayudar en su desgracia.

Segundo motivo de alegría: la bondad de la comunidad (Filipenses 1,4-6.8-11)

Rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros a causa de la colaboración que habéis prestado al Evangelio, desde el primer día hasta hoy; firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el Día de Cristo Jesús.

Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús.  Y lo que pido en mi oración es que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento, llenos de los frutos de justicia que vienen por Jesucristo, para la gloria y alabanza de Dios.

Pablo sentía un afecto especial por la comunidad de Filipos, la primera que fundó en Macedonia. Era la única a la que le aceptaba una ayuda económica. Por eso, en su oración, recuerda con alegría lo mucho que los filipenses le ayudaron a propagar el evangelio. Y les paga rezando por ellos para que se amen cada día más y profundicen en su experiencia cristiana. La actitud de Pablo nos invita a pensar en la bondad de las personas que nos rodean (a las que muchas veces solo sabemos criticar), a rezar por ellas y esforzarnos por amarlas.

Tercer motivo de alegría: el anuncio de la salvación (Lucas 3,1-6)

En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios.

A diferencia de los otros evangelistas, Lucas sitúa con exactitud cronológica la actividad de Juan Bautista. No lo hace para presumir de buen historiador, sino porque los libros proféticos del Antiguo Testamento hacen algo parecido con Isaías, Jeremías, Ezequiel, etc. Con esa introducción cronológica tan solemne, y con la fórmula “vino la palabra de Dios sobre Juan”, al lector debe quedarle claro que Juan es un gran profeta, en la línea de los anteriores. El Nuevo Testamento no corta con el Antiguo, lo continúa. En Juan se realiza lo anunciado por Isaías.

Juan, igual que los antiguos profetas, invita a la conversión, que tiene dos aspectos: 1) el más importante consiste en volver a Dios, reconociendo que lo hemos abandonado, como el hijo pródigo de la parábola; 2) estrechamente unido a lo anterior está el cambio de forma de vida, que el texto de Isaías expresa con las metáforas del cambio en la naturaleza.

Pero, a diferencia de los grandes profetas del pasado, Juan no se limita a hablar, exigiendo la conversión. Lleva a cabo un bautismo que expresa el perdón de los pecados. Se cumple así la promesa formulada por el profeta Ezequiel en nombre de Dios: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará”.

Las dos conversiones

¿Se podría mandar a una persona como penitencia estar alegre? Parece una contradicción. Sin embargo, las lecturas de este domingo y de todo el Adviento nos obligan a examinarnos sobre nuestra alegría y nuestra tristeza, a ver qué domina en nuestra vida. Es posible que, sin llegar a niveles enfermizos, nos dominen altibajos de cumbres y valles, momentos de euforia y de depresión, porque no recordamos que hay motivos suficientes para vivir con serenidad la salvación de Dios.

Al mismo tiempo, las lecturas nos invitan también a convertirnos al prójimo, acogiéndolo, amándolo, rezando por ellos.

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5 de Diciembre de 2021. Segundo Domingo de Adviento. Ciclo C.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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“…vino la Palabra de Dios sobre Juan.”

(Lc 3,1-6)

¡Anunciad!. Si este adviento empezaba con la invitación a levantarnos, a ponernos en pie y alzar la cabeza, ahora nos urge a anunciar.

Nos presenta a Juan Bautista, un personaje peculiar, de esos a los que uno se vuelve a mirar cuando te los cruzas por la calle. Así fue, una persona peculiar de las que Dios nos regala con una cierta frecuencia. Un inconformista valiente, de los que no se callan la verdad, le pique a quien le pique. Es más, de esos que se atreven a gritar verdades y por eso se buscan problemas.

Juan Bautista era de esas personas que se han dejado transformar y por eso la esperanza habita en ellas. Saben que la realidad está llena de posibilidades y de bondad y están convencidas de que todo ser humano es capaz de cambiar, que lo bueno es patrimonio de todos, “…todos verán la salvación de Dios”.

A sus ojos no existen los obstáculos: los caminos se pueden allanar, los valles se pueden elevar, los montes y las colinas pueden descender y hasta lo torcido se puede enderezar. Su confianza no tiene límites por eso atraen a otras personas.

Necesitamos “Juanes”.  Cada uno de nosotros podríamos intentar esta semana ser un poco “Juan Bautista”, lo de vestirse de piel de camello es opcional, pero llevemos allá donde vayamos un mensaje lleno de esperanza. ¡Que se nos note que la Palabra de Dios nos ha tocado el corazón!

Confiemos y que esa confianza se dilate, se contagie. Quien tiene fe, aunque esa fe sea pequeña como un granito de mostaza, si se agarra a esa fe pequeñita, ¡podrá mover montañas!

Oración

¡Anunciad! para que lo torcido empiece a enderezarse.
¡Anunciad! para que la esperanza reverdezca.
¡Anunciad! para que todos vean la salvación de Dios.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Juan fue todo un profeta, no solo el Precursor.

Domingo, 5 de diciembre de 2021
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battistaDOMINGO 2º DE ADVIENTO  (C)

Lc 3,1-6

Las tres figuras de la liturgia de Adviento son: Juan Bautista, Isaías y María. El evangelio de hoy nos habla del primero. La importancia de este personaje está acentuada por el hecho de que hacía trescientos años que no aparecía un profeta en Israel. Al narrar Lc la concepción y el nacimiento de Juan antes de decir casi lo mismo de Jesús, manifiesta lo que este personaje significaba para las primeras comunidades cristianas. Para Lc la idea de precursor es la clave de todo lo que nos dice de él. Se trata de un personaje imprescindible.

Los evangelistas se empeñan en resaltar la superioridad de Jesús sobre Juan. Se advierte una cierta polémica en las primeras comunidades a la hora de dar importancia a Juan. Para los primeros cristianos no fue fácil aceptar la influencia del Bautista en la trayectoria de Jesús. El hecho de que Jesús acudiese a Juan para ser bautizado nos manifiesta que Jesús tomó muy en serio la figura de Juan y que se sintió atraído e impresionado por su mensaje. Juan tuvo una influencia muy grande en la religiosidad de su época. En el momento del bautismo de Jesús, él era ya muy famoso. A Jesús no le conocía nadie.

Es muy importante el comienzo del evangelio de hoy. Estamos en el c. 3, y curiosamente, Lc se olvida de todo lo que dijo en los capítulos 1 y 2. Como si dijera: ahora comienza, de verdad, el evangelio, lo anterior era un cuento. Intenta situar en unas coordenadas concretas de tiempo y lugar los hechos para dejar claro que no inventa los relatos. Hay que notar que el “lugar” no es Roma ni Jerusalén sino el desierto. También quiere significar que la salvación está dirigida a hombres concretos de carne y hueso y que esa oferta implica no solo al pueblo judío sino a todo el orbe conocido: “todos verá la salvación de Dios”.

Como buen profeta, Juan descubrió que para hablar de una nueva salvación, nada mejor que recordar el anuncio del gran profeta Isaías. Él anunció una liberación para su pueblo, precisamente cuando estaba más oprimido en el destierro y sin esperanza de futuro. Juan intenta preparar al pueblo para una nueva liberación, predicando un cambio de actitud por parte de Dios pero que dependería de un cambio de actitud en el pueblo.

Los evangelios presentan el mensaje de Jesús como muy apartado del de Juan. Juan predica un bautismo de conversión, de metanoya, de penitencia. Habla del juicio inminente de Dios, y de la única manera de escapar de ese juicio, su bautismo. No predica un evangelio -buena noticia- sino la ira de Dios, de la que hay que escapar. No es probable que tuviera conciencia de ser el precursor, tal como lo entendieron los cristianos. Habla de “el que ha de venir” pero se refiere al juez escatológico, en la línea de los antiguos profetas.

Para los evangelios, Jesús predica una “buena noticia”. Dios es Abba, Padre-Madre, que ni amenaza ni condena ni castiga, simplemente hace una oferta de salvación total. Nada negativo debemos temer de Dios. Todo lo que nos viene de Él es positivo. No es el temor, sino el amor lo que tiene que llevarnos hacia Él. Me pregunto por qué, después de veinte siglos, nos encontramos más a gusto con la predicación de Juan que con la de Jesús.

La verdad es que la predicación de Jesús coincide en gran medida con el mensaje de Juan. Critica duramente una esperanza basada en la pertenencia a un pueblo o en las promesas hechas a Abrahán, sin que esa pertenencia conlleve compromiso alguno. Para Juan, el recto comporta­miento personal es el único medio para escapar al juicio de Dios. Por eso coincide con Jesús en la crítica del ritualismo cultual y a la observancia puramente externa de la Ley.

Dios no tiene ni pasado ni futuro; no puede “prometer” nada. Dios es salvación, que se da a todos en cada instante. Algunos hombres (profetas) experimentan esa salvación según las condiciones históricas que les ha tocado vivir y la comunican a los demás como promesa o como realidad. La misma y única salvación de Dios llega a Abrahán, a Moisés, a Isaías, a  Juan o a Jesús, pero cada uno la vive y la expresa según la espiritualidad de su tiempo.

No encontramos la salvación que Dios quiere hoy para nosotros, porque nos limitamos a repetir lo ya dicho. Solo desde la experiencia personal podremos descubrir esa salvación. Cuando pretendemos vivir de experiencias ajenas, la fuerza de atracción del gozo inmediato acaba contrarrestando la programación. En la práctica, es lo que nos sucede a la inmensa mayoría de los humanos. El hedonismo es la pauta: lo más cómodo, lo más fácil, lo que menos cuesta, lo que produce más placer inmediato, es lo que motiva nuestra vida.

Más que nunca, necesitamos una crítica sincera de la escala de valores en la que desarrollamos nuestra vida. Digo sincera, porque no sirve de nada admitir teóricamente la escala de Jesús y seguir viviendo en el más absoluto hedonismo. Tal vez sea esto el mal de nuestra religión, que se queda en la pura teoría. Apenas encontraremos un cristiano que se sienta salvado. Seguimos esperando una salvación que nos venga de fuera.

Al celebrar una nueva Navidad, podemos experimentar cierta esquizofrenia. Lo que queremos celebrar es una salvación que apunta a la superación del hedonismo. Lo que vamos a hacer en realidad es intentar que en nuestra casa no falte de nada. Si no disponemos de los mejores manjares, si no podemos regalar a nuestros seres queridos lo que les apetece, no habrá fiesta. Sin darnos cuenta caemos en la trampa del consumismo. Si podemos satisfacer nuestras necesidades en el mercado, no necesitamos otra salvación.

En las lecturas bíblicas debemos descubrir una experiencia de salvación. No quiere decir que tengamos que esperar para nosotros la misma salvación que ellos anhelaban. La experien­cia es siempre intransferible. Si ellos esperaron la salvación que necesitaron en un momento determinado, nosotros tenemos que encontrar la salvación que necesitamos hoy. No esperando que nos venga de fuera, sino descubriéndola en lo hondo de nuestro ser y tenemos capacidad para sacarla a la superficie. Dios salva siempre. Cristo está viniendo.

El ser humano no puede planificar su salvación trazando un camino que le lleve a su plenitud como meta. Solo tanteando puede conocer lo que es bueno para él. Nadie puede dispensarse de la obligación de seguir buscando. No solo porque lo exige su progreso personal sino porque es responsable de que los demás progresen. No se trata de imponer a nadie los propios descubrimientos, sino de proponer nuevas metas para todos. Dios viene a nosotros siempre como salvación. Ninguna salvación puede agotar la oferta de Dios.

Es importante la referencia a la justicia, que hace por dos veces Baruc y también Pablo, como camino hacia la paz. El concepto que nosotros tenemos de justicia es el romano, que era la restitución, según la ley, de un equilibrio roto. El concepto bíblico de justicia es muy distinto. Se trata de dar a cada uno lo que espera, según el amor. Normalmente, la paz que buscamos es la imposición de nuestros criterios, sea con astucia, sea por la fuerza.

Meditación-contemplación

Vivir lo que vivió-experimentó Jesús,
ha hecho libres a muchísimas personas.
¿Te está ayudando a ti a alcanzar la libertad total?
Ese es el primer objetivo de tu existencia.
El segundo es ayudar con tu Vida a liberar a otros.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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