“Una aportación sobre la homosexualidad”, por Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Un amigo sacerdote me ha invitado a detenerme en esta distinción entre “ir contra la naturaleza” y “trascender la naturaleza” porque hay quien considera la homosexualidad como una enfermedad y, de hecho, la considera un pecado o, por lo menos, un desorden moral.
Y me parece que este razonamiento esconde graves tergiversaciones tanto de la homosexualidad, como de la sexualidad y del deseo humano. Y una pobre comprensión de lo que son la naturaleza, la cultura y la trascendencia.
La homosexualidad es el deseo de intimidad con personas del mismo sexo. Es un fenómeno presente en todas partes (no sólo en la especie humana), en cada período de la historia y en cada cultura. El hecho de que no sea la orientación mayoritaria de los seres humanos es totalmente secundario. La mayoría no establece ni establecerá nunca (¡afortunadamente!), en el ámbito moral, una “norma” o “normalidad” a seguir.
Esta universalidad del fenómeno debería hacernos comprender, si es que alguna vez era necesario después de casi ciento cincuenta años de estudios en el campo de la psicología, el psicoanálisis y la antropología social, que la sexualidad es mucho más que una función biológica ligada a la fisiología y procreación. ¡Y esto sería muy liberador incluso para aquellos que somos heterosexuales! La sexualidad es un deseo fundamental del ser humano, que a pesar de tener rasgos comunes es al mismo tiempo una de las cosas más íntimas y personales que cada uno de nosotros posee. Y, como enseñó Sigmund Freud, hasta puede ser que gran parte de las creaciones humanas más importantes nazcan del deseo particularmente en los campos artístico y cultural.
El deseo es un componente maravilloso de nuestra humanidad. Cada uno de nosotros tiene sus propios deseos, que nunca deben ser reprimidos o negados a priori, pero que requieren criterios de orientación y canalización, tanto en beneficio propio como del prójimo.
En la tradición bíblica judía y cristiana, el deseo en sí nunca es condenado. En el Decálogo, por ejemplo, no se dice no desear mujeres/hombres o cosas, pero sí no hacerlo si pertenecen al otro. Como bien entendió Emmanuel Levinas, el ‘otro’ es el criterio fundamental de la moral judeocristiana.
Si hay un elemento fundamental de nuestra antropología, este sí “natural“, es el deseo humano. Y si eres creyente, a menos que optes por una visión profundamente sombría y triste de la naturaleza humana “caída” -una visión que sitúa a los creyentes en una posición automáticamente no dialógica, sino de pura confrontación con el mundo-, la verdadera cuestión es cómo “evangelizar” nuestros deseos, no juzgarlos a priori en función de criterios externos al propio Evangelio.
Volviendo al tema de la naturaleza, la cultura y la trascendencia, sólo quisiera señalar que la naturaleza es constantemente trascendida por la cultura, en una tensión continua. Decir que sólo la gracia de Dios trasciende la naturaleza es una simplificación indebida, que además de dificultar el diálogo con los no creyentes, en realidad no tiene en cuenta que el Espíritu de Dios, desde la perspectiva del creyente, siempre y en cualquier caso actúa en la historia a través de nuestras facultades humanas, como nuestra racionalidad y nuestra libertad, y por tanto en última instancia a través de la cultura a la que damos vida y a través de nuestros deseos.
Mi amigo sacerdote me hace una pregunta incómoda. Pero ¿por qué nos molesta tanto la homosexualidad? ¿Por qué queremos reservar la palabra “bondad, matrimonio, moralidad, normalidad, santidad” sólo para determinadas categorías y orientaciones sexuales?
A menudo tengo la impresión de que detrás de estas tendencias contra la homosexualidad, que en realidad surgen en todas partes de la historia y de las culturas humanas, independientemente de las creencias religiosas, se esconde simplemente una inquietud por lo diferente, por lo no homologable. Los clichés son mucho más cómodos para nuestra mente que las verdades abiertas. El otro siempre es incómodo, “peligroso” para nuestras pseudo seguridades.
Una segunda razón, aparentemente más noble para los cristianos, es el deseo de “proteger una especificidad” de los ataques de culturas consideradas hostiles. Pero ¿qué es, en profundidad, lo específico cristiano: la sabiduría de la cruz (Pablo), el mandamiento del amor (Sinópticos y Juan), o la manera de ejercer la sexualidad? Si realmente queremos defender la “diferencia cristiana“, debemos defender la primacía del amor y de la misericordia, ni más ni menos.
Si volvemos a poner el Evangelio en el centro, el cristianismo volverá a identificarse con las enseñanzas del Maestro que practicó y enseño este camino de vida, en lugar de ser visto como una doctrina a menudo afectada por la sexofobia, la homofobia (y la misoginia). Y volveremos a ayudar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo a evangelizar su deseo, incluido también el deseo sexual.
Porque, y estoy convencido, el mundo moderno está, en su incertidumbre y confusión, muy ansioso de escuchar el mensaje tan humano de vida, de misericordia y de esperanza de Jesús de Nazaret. Entonces, volvamos a él y echemos una mirada crítica seria a nuestros clichés prejuiciosos y a nuestras creencias y tradiciones religiosas, incluso si están arraigadas en la noche de los tiempos. Porque, como dicen que dijo san Cipriano, “la antigüedad sin verdad no es más que un error empedernido“.
Joseba Kamiruaga Mieza CMF
Budismo, Cristianismo (Iglesias), General, Hinduísmo, Iglesia Católica, Islam, Judaísmo
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