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“Navidad, nacer de nuevo”, por Enrique Martínez Lozano

Viernes, 30 de diciembre de 2016
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nacerLeído en su blog Vivir lo que somos. Psicología y espiritualidad:

El autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús estas palabras: “El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3,3). En un lenguaje más comprensible para nosotros –universal, no religioso- podría traducirse de este modo: “Si no desaprendes todo lo aprendido no podrás conocer quién eres”.

         “Desaprender” significa soltar lo aprendido: ideas, creencias o hábitos. Porque mientras permanezcamos aferrados a todo ello, seguiremos anclados en el pasado y reducidos a la mente. Dicho con otras palabras: la adhesión a las creencias nos mantiene enjaulados en la mente –a la que hemos absolutizado- y reducidos a ella. Y dado que la mente es pasado, porque pensar es volver al pasado –guardado en la memoria- para, desde ahí, leer el presente, si nos quedamos en ella, estaremos cerrados a la vida, ignorantes de quienes realmente somos.

         En síntesis, no es posible reducirse a la mente y abrirse a la verdad. Porque la mente –preciosa herramienta para manejarnos en el mundo de los objetos e incluso para desarrollar la razón crítica- es incapaz de acceder a la verdad, así como a todo aquello que no es objeto. La mente no nos dice cómo es la realidad; lo que nos ofrece es únicamente la interpretación que ella hace de lo real. No solo eso: lo único que la mente percibe es el nivel aparente o manifiesto. Por todo ello, reducirse a la mente –a las creencias, de cualquier tipo que sean- es el modo más eficaz de quedarse encerrados en el error. No hay duda: desde la mente es imposible “nacer de nuevo”.

         Por su parte, la polisémica expresión “Reino de Dios” apunta a aquello que constituye nuestra verdadera identidad. De ahí que el propio Jesús afirmara que “el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21). En contra de lo que la mente percibe, lo que somos no es nada que podamos nombrar ni pensar. Somos Eso que observa y no puede ser observado, el Fondo único de todo lo real, la consciencia (el ser, la vida) que se despliega en variadísimas formas. Por el contrario, lo que llamamos “yo” es solo una forma en que se expresa lo que realmente somos.

         Cada tradición se ha referido a Eso que somos con expresiones diferentes: para el taoísmo, es el Tao; el hinduismo lo nombra Atman, que es uno con Brahman; el budismo habla de la “naturaleza búdica” que constituye el núcleo de todos los seres; para la filosofía griega es el Logos y, más en concreto, los estoicos se referirán a Eso como el “principio rector” (hegemonikón) (Epicteto) o como la “divinidad interior” (Marco Aurelio)… En esa misma línea, la expresión “Reino de Dios” a veces se ha traducido como “realidad crística” o, simplemente, el “Cristo” que vive en todo ser humano. Esta expresión, como todas las anteriores, son términos inadecuados que buscan apuntar a Eso –inefable- que constituye nuestra verdadera identidad.

         Ahora bien, Eso que somos no puede ser alcanzado por la mente, porque no es un objeto. Por lo tanto, si queremos captarlo –“nacer de nuevo”-, tendremos que ir “más allá” de la mente, atreviéndonos a salir de la “jaula” en la que nuestros pensamientos nos habían encerrados. A esto es a lo que se refiere otro de los términos centrales del evangelio: la “conversión” o “metanoia”.

         La conversión no tiene que ver, en primer lugar, con el comportamiento moral, sino con la comprensión auténtica, aquella que nos permite “ver” más allá de la razón. Ese es precisamente el significado etimológico del término metanoia: meta-noia (de nous: mente) significa, en su sentido literal, “más allá de la mente”. “Convertirse”, por tanto, equivale a ver “de otro modo”, y esto requiere soltar todas las creencias –desaprender lo aprendido- si queremos conocer y vivir lo que realmente somos –“nacer de nuevo” o nacer a nuestra verdad-.

        Con todo este trasfondo es fácil comprender el rico contenido simbólico que encierra la celebración de la Navidad. Tanto si se vive solo como un “recuerdo” del pasado, como si se centra exclusivamente en la figura de Jesús, no se ha salido de la consciencia mítica. La Navidad –como, por otra parte, todo lo que sucede a cualquier persona, puesto que no hay nada separado de nada- habla de todos nosotros. Y en este caso, en concreto, de nuestro anhelo por “nacer” a lo que somos.

         Y ahí descubrimos admirados y agradecidos que todo encaja, como un puzle armonioso: lo que es Jesús lo somos todos; en la tradición cristiana, lo reconocemos como un “espejo” nítido en el que todos nos vemos reflejados. No somos seres separados –el propio Maestro de Nazaret recordaba que “el Padre y yo somos uno” y que “lo que hicisteis a cada uno de estos me lo hacéis a mí”-, sino la misma Vida que, temporalmente, adopta “formas” o “disfraces” diferentes.

         “Navidad” es celebrar lo que ya somos, quitando los “velos” que nos despistan o incluso hipnotizan. De ahí que podamos verla también como una invitación que conecta con nuestro Anhelo más profundo a “nacer de nuevo” o nacer conscientemente a lo que, paradójicamente, siempre hemos sido.

Biblia, Espiritualidad , ,

“Desaprender”, por Enrique Martínez Lozano

Jueves, 23 de junio de 2016
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Smiling male student working Cada día más, me habita la certeza de que no he elegido estar donde estoy ni decir lo que digo. No he elegido estar aquí.

Todo se ha ido dando, en una coherencia admirable, que solo he podido percibir a posteriori.

Constituye para mí una evidencia el hecho de que he sido –estoy siendo- conducido hacia donde “no sé” a partir de lo que “creía saber”…

Creía saber qué era “creer” y quién era “Dios”; quién era “yo” y qué era mi “vocación”.

Y se me ha regalado percibir la realidad de una manera tal, que ha dado la vuelta a todas mis ideas y creencias.

Había creído en un Dios personal, Padre amoroso…, y descubrí que, aun sobre la base de una intuición sabia, esa idea era fruto de una proyección mental. No me resultó fácil decir adiós a aquel dios en quien había creído sostener mi vida y mi propia identidad. Fue necesario un duelo intenso en el que llorar -y despedirme de- mis sentimientos de orfandad y de culpa.

Y, sin embargo, en este nuevo desaprendizaje, la caída de dios me mostró a Dios.

El camino empezó queriendo “acercarme” a Dios y “encontrarme” con él. Y se me ha hecho ver que entre Dios y yo no hay distancia para un camino: somos no-dos.

Tuve que fortalecer mi yo y llegué a identificarme con él, con sus necesidades, sus deseos y sus miedos, sintiéndome con frecuencia como si estuviera en una noria cansina. Y se me ha hecho descubrir que ese yo no tiene nada que ver con mi verdadera identidad.

Crecí identificado también con una creencia, recibida como “la verdad”, a la que me aferraba en busca de la seguridad que mi yo necesitaba. Y se me ha hecho patente que es necesario dejar caer todas las creencias, porque terminan convirtiéndose en obstáculo para abrirse a la verdad. He visto que la Verdad es inapresable, que no se la puede pensar, aunque se la puede “ser”. Y, al serla, se la conoce y se muestra en su radiante luminosidad.

Me moví en un mundo de dualidades, fronteras y etiquetas. Y me han abierto los ojos para ver que todo lo que se muestra no es sino expresión y despliegue de lo Único real, el Misterio del Ser, el Fondo de todo fondo, la Mismidad de lo que es; que todo lo que pasa no es sino la otra cara de Lo que es.

Busqué la salvación en el mundo de las formas. Y se me hizo caer en la cuenta de que ese es solo un mundo onírico, del que hay que despertar.

Me devané intentando hallar el sentido de mi existencia -¿para qué estoy aquí?-. Y se me regaló la plenitud de sentido en cuanto pude detener mi mente: vi que el sentido no es algo “añadido” a la existencia, sino otro nombre más de lo que es, de lo que somos. Y que, silenciada la mente, se muestra por sí mismo en plenitud.

Me fatigué desde un perfeccionismo cuya meta era siempre “hacer”. Y se descorrió el velo que me permitió reconocer que se trata solo de ser, y que todo lo demás “se da por añadidura”.

Creí encontrar en Jesús el “salvador” de mi vida. Y se me mostró que todo está ya “salvado”, que no hace falta sino “verlo”, y que Jesús no era alguien separado, sino mucho más: nada menos que un “espejo” nítido y radiante en quien ver reflejada mi (nuestra) verdadera identidad.

Crecí en una religión que me ofrecieron como “la verdadera”. Y se me ha ofrecido palpar el “territorio” al que todas las religiones, como mapas, conducen: la espiritualidad transconfesional y transreligiosa.

Fui ordenado sacerdote en el marco de una religiosidad y teología dualista. Y, sin saber previamente cómo, me he visto traído a una vivencia universal que trasciende roles y etiquetas.

Pero aún faltaba el aprendizaje mayor. Desde niño crecí pensando que tenía que ser “alguien”, que todo dependería de mi esfuerzo, que tenía que aprender a controlar todo… El objetivo, aunque no siempre explícitamente declarado, no era otro que fortalecer el sentimiento de la que consideraba mi identidad: llegar a ser yo. Había aprendido que ese era el objetivo último de la existencia, y que a ello debían encaminarse todos los esfuerzos…

Y, de pronto, de manera imprevista y sorpresiva, se me hace ver que también ese yo era solo otra creación mental. No existe tal cosa como “yo”; eso es solo un personaje del sueño, una “forma”, una apariencia… Veo claro que lo que soy es Consciencia, Vacuidad, Espaciosidad…, compartida con todas las otras “formas”. Cae toda apropiación. No hay nadie que haga nada. Y, sin embargo, todo se hace.  Cae igualmente todo orgullo y toda culpa.

Y aquí estoy… Aquí he sido conducido…

Por caminos de soledades y de plenitud, de “no saber” y de evidencias, de desconcierto y de luz, de resistencias y de entrega…, hasta la rendición ante Lo que es.

Necesito seguir expresando todo esto, aun siendo consciente de que, al hacerlo, vuelvo a caer en la dualidad –las palabras y los conceptos no pueden superar esa barrera-, pero sé bien que, en realidad, no es “nadie” quien esto expresa.

Celebro con gozo la Unidad que somos, lo único realmente Real, La Consciencia una que sostiene las mil formas aparentes, la Vida que juega a “disfrazarse” en cada uno de nosotros.

Celebro el desaprender… Solo queda Admiración y Gratitud.

Fuente Fe Adulta

 

Enrique Martínez Lozano

Espiritualidad , ,

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