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“El Infinito en el texto”, por José Arregi

Lunes, 9 de julio de 2018
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libros_sagrados-300x300Leído en su blog:

Hace 5000 años, la humanidad dio un salto cultural decisivo: inventó la escritura. La palabra efímera se convirtió en texto duradero, la memoria olvidadiza dejó paso a tablillas de barro o de arcilla grabadas a estilete y secadas luego al aire libre o cocidas en un horno de fuego. Sucedió en Sumeria, actual Irak (solo con esto debiera bastar para que el llamado Occidente depusiera su arrogancia y retirara de allí sus mortíferos tanques, drones y expolios).

Entonces empezó lo que llamamos “historia”, aunque no es más que nuestra historia humana, tan breve y tan intensa, tan contradictoria, marcada como las tablillas de arcilla por lo más sublime y lo más infame. Dicen que los primeros textos cuneiformes conocidos recogen, no bellos poemas, sino prosa económica: contratos, compraventa, contabilidad, “tantas vacas engordadas” para el sacrificio y el negocio… ¿Será la escritura mero instrumento para una economía más efectiva?

Entonces empezó también la historia conocida de las religiones, y nacieron, por lo que sabemos, los dioses como seres sobrehumanos a imagen humana, presididos siempre por un dios supremo, casi siempre masculino. En su nombre, mitos, creencias, códigos de virtud e himnos litúrgicos quedaron plasmados en el barro o en la arcilla que somos. ¿Volverá a nacer la vida en el barro y en la arcilla, como nació hace cuatro mil millones de años en nuestro maravilloso planeta Tierra, tan fecundo y tan frágil?

La pregunta se concreta: ¿esos textos que llamamos “sagrados” –que solo son sagrados en la medida en que inspiran la vida y no son más sagrados que cualquier otro texto que la inspire–, esos viejos textos, por admirables que sean –la Biblia, el Corán, los Vedas, las Upanishads, el Gîta, las Analectas de Confucio, el Dao De Jing de Laozi…–, contienen aún para nosotros, en este siglo XXI del conocimiento en aumento exponencial y del cambio acelerado, en este mundo desconcertado y afligido, algún rayo de luz que ofrecernos?

Respondo categóricamente: Sí, contienen innumerables chispas de luz para vivir la comunión planetaria de la vida. Pero con una condición: la de saberlos leer hoy. La escritura supuso una enorme oportunidad para las tradiciones religiosas: la transmisión fidedigna a las generaciones venideras de todos los tiempos y culturas. Pero la fijación por escrito constituyó igualmente la peor tentación, el mayor peligro: la fijación por escrito de la sabiduría originaria, de la inspiración vital.

¿Cómo leerlos hoy? Ésa es la cuestión: cómo volver a leer esos textos religiosos milenarios, cómo recuperar el aliento vital que late en ellos, con todas sus ambigüedades, en su fondo más verdadero. Es la pregunta y el propósito que nos mueve a la Fundación EREITEN y las asociaciones AGORA y GUNE a organizar para los próximos dos cursos unos ciclos de relectura de los textos fundantes de las grandes tradiciones religiosas o sapienciales, en Oñati y en euskera (si quisieras informarte, con gusto te atenderemos en testufundatzaileak@agora21.eus).

Leer es releer, pues el texto es como una fuente que mana: la palabra del escritor, de origen remoto y oscuro, se vuelve palabra reestrenada en labios del lector, y lo dicho vuelve a sumergirse en la tierra de lo indecible.

Aferrarse al significado del pasado es desecar el curso del texto, su manar siempre nuevo, su ilimitada posibilidad de nuevos sentidos. El agua de la fuente no se repite jamás; solo en cuanto nueva es siempre la misma. El texto es la fuente, no el agua. Es la forma, no el espíritu. Tuvo un significado en su origen: lo que el escritor “quiso decir”; pero aquel primer significado fue adquiriendo nuevos matices y sentidos a lo largo de la historia de la lectura. Todo texto está abierto al Infinito indecible más allá de todo lo dicho.

Mar-Alain Ouaknin, prestigioso rabino, filósofo y teólogo, ha escrito que la Biblia es el Infinito vuelto finito en el texto como en una cárcel estrecha: toca al lector abrir sus barrotes y devolver a Dios su infinitud. “Lo escrito escrito está”, dijo Pilato, y condenó a Jesús. Jesús fue condenado por el “está escrito”, pues decía: “Está escrito, pero yo os digo…”, algo siempre nuevo. Quien se limita a repetir lo dicho, el significado, convierte el texto en ídolo. Solo quien se arriesga a reinterpretarlo confiesa la infinitud de Dios. En eso consiste leer.

Biblia, Biblioteca, Budismo, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, Hinduísmo, Islam, Judaísmo , , , , , , , , , , ,

“Bondad”, por José Arregi

Viernes, 22 de enero de 2016
Comentarios desactivados en “Bondad”, por José Arregi

nube_corazonLeído en su blog:

Así, sin artículo ni preposición ni adjetivo. Todos entendemos lo que quiere decir ‘bondad’: una ‘persona buena’, una actitud, una acción, una palabra ‘buena’ (muy diferente de las ‘buenas palabras’, que son mentira). No hace falta definir el término, pues las definiciones abstraen y estrechan; la bondad es concreta y espaciosa.

La bondad ensancha. La humildad, la ternura, la compasión, la tolerancia, la confianza dilatan el alma, brindan al prójimo amplitud y respiro, abren en él las fuentes del bien, lo hacen libre para lo mejor de sí. La enemistad, el rencor, la venganza, la insensibilidad, la soberbia nos encierran y ahogan, asfixian en el prójimo el aliento vital, el bienestar indispensable para ser bueno. En eso consiste la espiritualidad, con religión o sin religión. La bondad no equivale a conformidad con cánones y leyes; éstas solo valen si ayudan a ser buenos. No hacen falta dogmas ni leyes religiosas para ser buenos. Al contrario, el valor de una religión se mide por su capacidad de crear bondad, una bondad feliz.

Apelar a la bondad en un mundo tan ingobernable y desgobernado puede ser irresponsable o cursi. “Buenismo estúpido y vacío”, dirá alguien. Puede ser. El buenismo es la mentira o el desmentido de la bondad. Pero cuidémonos mucho de advertir contra el buenismo para justificar nuestras pequeñas mezquindades, para defendernos de la bondad creativa y creadora, subversiva. ¿Qué mundo global nuevo podemos construir sin esa bondad como base inspiradora? No lograremos vencer el mal con el mal, aumentando penas, ahogando libertades, cerrando fronteras a los refugiados y abriéndoselas a los flujos financieros, endureciendo el control sobre las personas y aliviándolo sobre el capital, ni disparando haces ardiente de microondas con cañones invisibles a gran distancia para disolver manifestaciones (última novedad americana)… No lo lograremos con nada mientras no nos mueva la bondad.

Vasili Grossman, escritor ruso de origen judío, testigo cercano y relator de tantos horrores, escribió: “Yo no creo en el bien, yo creo en la bondad. Es la bondad de un hombre para con otro hombre, una bondad sin testigos, pequeña, sin grandes teorías. La bondad insensata podríamos llamarla. La bondad de los hombres más allá del bien religioso y social”. Dice ‘bondad insensata’, pero quiere decir: bondad más allá de esa sensatez que habitualmente identificamos con el cálculo del propio interés inmediato. No se trata del ‘bien” en abstracto, sino de la bondad en acto: la bondad de la mirada, la bondad del gesto, la bondad del samaritano, la bondad de la fe en el ‘malo’.

¿Bondad insensata? ¿Existe acaso algo más sensato que esa bondad, algo más transformador de este mundo turbulento, de sus estructuras inicuas y asesinas? La bondad ha de ser inteligente: “Sed astutos como las serpientes y sencillos como las palomas”, dijo Jesús. Pero solo la bondad dispuesta a perder por un bien común mayor puede ser inteligente o sabia. Emplear la inteligencia para dañar es lo más insensato.

En su visita a Cuba, ante Raúl Castro, el papa Francisco reivindicó una “revolución de la misericordia”. Al día siguiente, el editorial de un periódico calificaba estas palabras como “expresión probablemente importante en lo teológico, pero absolutamente inane en política”. ¿Puede ser teológico si no es político? ¿Puede haber auténtica política sin misericordia? ¿No será la bondad lo más razonable también en política? Cuando Jesús hablaba de bondad o de misericordia, no hablaba de algo importante en lo teológico e inane en lo político; hablaba de una revolución política. Y ésta exige estrategias y plazos, de acuerdo, pero la primera condición es la bondad. Revolución y misericordia son inseparables.

Y no lo olvides, solo serás bueno si no ambicionas nada, ni siquiera ser bueno. La bondad no pretende nada. “Obra sin actuar”, diría el Dao De Jing. Sé y obra como el agua, que busca el lugar más bajo. Debes planificar y proyectar objetivos concretos, pero sin aferrarte a la consecución del fruto proyectado. Quien ambiciona metas y logros se encadena, reprime su auténtica libertad, impide que aflore y se realice su ser verdadero, que no es sino la bondad. Solo la bondad sin pretensiones es efectiva, eficiente.

Por eso mismo, la bondad tampoco aspira a ser perfecta. Es inconformista, pero no radical. La radicalidad es apego al yo superficial. La persona buena no necesita ser un héroe, ni poseer un carácter optimista y bondadoso, ni luchar contra todas las injusticias ni resolver todos los problemas ni salvar a todas las personas. “Quien salva a una sola persona, salva a toda la humanidad”, dice la sabiduría del Talmud judío. La persona misericordiosa para con un gusano es misericordiosa para con todo el mundo. Haz lo que puedas, sin mirar al logro, y serás libre y feliz, serás bueno.

Amiga, amigo, te deseo de todo corazón un feliz año bueno.

Espiritualidad , , , ,

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