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La argumentación de Pablo en Romanos

Jueves, 29 de diciembre de 2016
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Del blog Pays de Zabulon:

Shot of a young gay couple walking outdoors

El pecado que Pablo condena

Una vez más, una triste ironía reina en este tema. Hay una lección religiosa que debemos aprender.

Una cierta lectura de las Escrituras, antigua e ingenua, ha inducido a error a muchos discípulos sinceros de Jesús. Se oponen a las lesbianas y a los gays y les oprimen en nombre del apóstol Pablo. Confortados por los prejuicios de nuestra sociedad, persuadidos por la superioridad de su inclinación sexual, estos cristianos han leído mal la Carta de San Pablo a los Romanos y rechazan a miembros de la comunidad cristiana en su nombre.

Sin embargo, asegurar la unidad de los creyentes era un objetivo cardinal de los escritos de Pablo. Insistía en el hecho de que, en Cristo, sólo cuentan  verdaderamente la fe y el amor. Pero, equivocándose en la argumentación de Pablo, ciertas personas se fían, involuntariamente, más de sus gustos y costumbres que de la palabra de Dios. Discuten sobre lo que es limpio o sucio, discuten acerca de lo que es puro o impuro y dirigen a los heterosexuales contra los homosexuales. Dividen y hacen volar en pedazos la Iglesia sobre cuestiones que no tienen ninguna importancia en Cristo. En nombre de Dios, excitan el odio, alimentan la opresión y siembran la cizaña en toda la sociedad. Son culpables de una grave injusticia, cometen la misma falta que Pablo pensaba contrarrestar.

Es una situación triste, indigna de los discípulos de Jesús.

*

Daniel Helminiak, s.j.,
Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad,
Editorial Egales, p 158-159.

***

9788495346377-usAsí concluye el capítulo de Daniel Helminiak dedicad0 al estudio de la Carta a los Romanos, donde algunos creen ver el argumento esencial en la condena de la homosexualidad en el Nuevo Testamento (Romanos 1, 18-32)

Según el autor, no hay duda de que Pablo habla de homogenitalidad entre hombres, pero contrariamente a lo que queremos ver, no es necesariamente para condenarlos.

Sería demasiado largo incluir aquí todos los argumentos de este capítulo muy documentado, pero retengamos por lo menos que las palabras griegas empleadas para designar la homosexualidad muestran que Pablo no contempla una condena moral sino que se refieren más bien al código de pureza que se encuentra en la “Ley de Santidad” del Levítico, cuando se trataba de mostrar en qué debía Israel, consciente de ser un pueblo escogido entre otros, distinguirse de las otras naciones.

Así el plan de la Carta a los Romanos es muy instructivo para comprender lo que Pablo quiere verdaderamente decir.

En primer lugar, habla a los cristianos de orígen judío, incluso los que conocen las leyes de pureza y, a veces la tentación de imponerlas al conjunto de la comunidad cristiana. El tema de la circuncisión es evitado por ser demasiado controvertido, pero el de la homosexualidad, ampliamente aceptada y practicada en el mundo griego y romano, es abordada entre otros. Y Pablo para mostrar cómo, sí, el tipo de costumbres de los gentiles son diferentes de las normas de pureza recibidas de Israel. Estamos en el registro de la  impureza ritual, no en el del pecado. El principal argumento de Pablo – que sólo puede complacer a los Judios, es: es porque los hombres se han alejado de Dios que el pecado está en el mundo. Y la larga lista de desórdenes citados, incluyendo la homosexualidad, no es más que la consecuencia. Así que Pablo, halaga el sentido de la superioridad moral de los Judios. Los no-Judíos no reconocen la ley judía y, por tanto tienen, a ojos de los Judíos de la época, las prácticas impuras.

[Argumento puramente teórico ya que los judíos que viven en el imperio conocen muy bien las costumbres de la gente con la que viven y no podemos imaginar que hubieran querido cambiarlas, se adaptaban.]

Pero, a partir del capítulo 9, se dirige a los cristianos de origen pagano, a las “naciones” (Ro 11,13). Allí también, advierte: no sería oportuno que el olivo salvaje se burlase del olivo original en el que ha sido injertado. Es un tiempo en el que una parte de Israel se ha endurecido y cegado para que el conjunto de la humanidad pueda ser salvado (Ro 11,25). “No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, por temor a que os toméis por sabios.”

Así, invita a la moderación. Porque aunque los gentiles no están sometidos a las leyes de los Judíos, no todo está permitido, no todo es bueno y hay que evitar el desenfreno. Pero invita también a no confundir el acto de idolatría (sacrificar a los dioses falsos) y los usos sociales: comer, beber con los no cristianos, poder comprar de todo lo que se vende sobre el mercado (Ro 10,25).

Se siguen vigorosas y conmovedoras llamadas al amor fraternal, al respeto de las diferencias, a no juzgar. ¿Quién eres para juzgar a un servidor que no te pertenece? Pregunta San pablo (Ro 14,4) porque, todavía precisa, “lo sé, estoy convencido de eso por el Señor Jesús: nada es impuro en sí. Pero una cosa es impura para aquél que la considera como tal “ (Ro 14,14)

Notemos que no hay ninguna mención de la homosexualidad en todos estos desarrollos, Pablo habla en lo sucesivo de alimento como en otros numerosos lugares, ya que parece que para los primeros cristianos la gran inquietud moral sea saber si comiendo con paganos, o incluso comiendo alimentos sacrificados a los ídolos, ofenden a Dios y se volverían idólatras. El Reino de Dios no es cuestión de alimento responde Pablo sino de adhesión a Cristo. Es todo el tema de la circuncisión del corazón que prosigue también en otro lugar y el de la libertad fundamental del cristiano que desarrolla tan también en Corintios.

En resumen, todo esto para llegar a esta simple propuesta válida tanto para los judíos como para los gentiles: es la adhesión a Cristo solo lo que justifica, no hay más ley necesaria para esto. No la hay para mí (soy libre) y no la hay tampoco para mi hermano  al que no tengo que juzgar por esto: él mismo tiene que estar de acuerdo con su propia fe (Ro 14, 23).

De paso, Pablo habría mostrado que los reproches dirigidos a los gentiles por los judíos también pueden aplicarse a los judíos, y que si hay una obligación esta es la de acogerse mutuamente unos a otros como Cristo nos acogió (Ro 15, 7).

No hay más ley judía que valore. En Cristo, los ritos de pureza que permitían distinguirse de los paganos no tienen ya razón de ser. Separan en lugar de unir. Y en cuanto a la homogenitalidad, la mancha de los gentiles citada entre otros, a causa de su desconocimiento de Dios, no puede ser  más una razón para apartarse de ellos. Pablo sólo recordaba a los Judíos que su código de pureza se ha vuelto ahora inútil en Cristo. Porque, en Cristo, nada es puro o impuro.

En Cristo ya no hay ninguna diferencia entre los seres humanos que pueda  justificar la separación de Dios.

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daniel-helminiakDaniel A. Helminiak es un sacerdote y teólogo católico, autor de varios libros, que en el momento actual es catedrático en el Departamento de Psicología Humanística y Transpersonal de la Universidad de West Georgia, en Atlanta.

Luego de graduarse del seminario Nuestra Señora del Lago en Siracusa, Indiana, terminó sus estudios profesionales en filosofía y obtuvo los titulos de Bachiller en Teología Sagrada y Licenciado en Teología Sagrada. Hizo su doctorado en teología en el Boston College, y obtuvo un segundo doctorado en la Universidad de Texas, Austin.

Durante su estadía en el Boston College fué catedrático asistente a Bernard Lonergan, a quien Newsweek ha llamado el Tomás de Aquino del siglo XX. En 1976, Helminiak,  declaró su homosexualidad y en 1995 presentó su renuncia formal ante el Vaticano. El Vaticano no ha respondido todavía.

A partir de la utilización de los textos originales de la Biblia, este autor intenta conciliar creencias religiosas y homosexualidad, según él manipuladas durante siglos con concepciones homofóbicas. En su obra “Lo que la Biblia realmente dice sobre la Homosexualidad” (1994) analiza como tratan los textos bíblicos las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Romanos, Levítico, Deuteronomio, David con Saul o Jonatán, Rut i Noemí, el fin de Sodoma o Jesús y el Centurión… Todos estos textos son analizados con rigor a partir de los textos antiguos.
“Dejemos, por tanto, de juzgarnos unos a otros; declarad mas bien que no se debe poner tropiezo al hermano. Bien sé y estoy persuadido de ello en Jesús, que nada hay de suyo impuro; a no ser para el que juzga que algo es impuro; para ése si lo hay” (Romanos 14: 13,14, cita de Daniel A. Helminiak.)
Tras la publicación de esta obra se vio obligado a renunciar del sacerdocio, no de sus creencias. Sigue siendo profesor de teología en el departamento de la psicología humanista y transpersonal de la Universidad de West Georgia, Atlanta.

Helminiak es autor de muchos libros, entre los cuales se nombra a “El Sexo y lo Sagrado: Identidad Gay y Crecimiento Espiritual” , “Lo que realmente dice la Biblia sobre la homosexualidad”, “El mismo Jesus: Una Cristología contemporánea”.

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LGBT y textos sagrados: la cuestión hermenéutica

Jueves, 10 de abril de 2014
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lgbt-520x245Este texto se basa en un taller ofrecido en Madrid, en febrero de 2013, sobre el libro “Lo que la Biblia realmente dice sobre la homosexualidad”, de Daniel A. Helminiak, Ed. Egales, 2003. El taller estaba dividido en dos sesiones. En la primera sesión se reflexionaba acerca de las cuestiones hermenéuticas; en la segunda sesión se trabajaba sobre el texto bíblico.“Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para aprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre [y la mujer] de Dios sean perfectos, equipados para toda buena obra.” (2Tim. 3,16-17).Para abordar un tema tan sensible como  la homosexualidad y su relación con el texto sagrado (la Biblia), se hace necesario plantear ciertas cuestiones hermenéuticas que deberían constituirse en algo así como puntos de partida preliminares que  nos permitirán tratar dicha cuestión con la seriedad y la sensibilidad que se merece.Podemos comenzar con una pregunta: ¿Por qué la Biblia se ha mantenido como un libro de cabecera de generación en generación? Aventuremos un par de respuestas: 1) Por su capacidad de responder preguntas y de plantear nuevas, independientemente de los cambios sociales, políticos, culturales y religiosos a los que la Historia ha asistido hasta este momento; 2) Porque actúa como un sujeto con en el que se puede establecer un diálogo real, de acuerdo con el primer punto. Sin embargo, nos encontramos con un problema, lo que se ha dado en llamar “la doble autoría”.

La “doble autoría” tiene que ver con que, en el caso de la Biblia, nos encontramos con un autor divino y muchos autores humanos. ¿Cómo debemos abordar, entonces, nuestra lectura de la Biblia, como un libro sólo divino o como un libro sólo humano, o como ambas cosas a la vez? Si nos enfrentamos a la lectura del texto como algo divino y humano, no tenemos más remedio que decidir qué significan conceptos como “inspiración”, “inerrancia”, “palabra de Dios”, etc. ¿Estamos ante un texto cuyos autores humanos han sido anulados por una especie de daimon que secuestra su manera de entender e interpretar su mundo? ¿O más bien nos encontramos ante una obra que utiliza una determinada cosmovisión para ofrecer una forma alternativa de afrontar y confrontar cuestiones universales?

Otra cuestión a la que debemos atender se relaciona con el problema de la comprensión. ¿Qué significa comprender? De acuerdo con Hans Georg Gadamer, comprender significa “ponerse de acuerdo con la cosa”. Esto quiere decir que la comprensión no es algo que se dé de forma inmediata, sino que se necesita un ejercicio personal importante que, sin duda, implica una determinada actitud de apertura total que hará posible dicha comprensión.

Todo lo que se ha expresado hasta ahora está íntimamente relacionado con la acción lectora. En la mayoría de los casos, presuponemos que al leer estamos entendiendo exactamente lo que el autor o autores quisieron transmitir exactamente. Sin embargo, eso no es del todo cierto, porque todo ejercicio lector supone un cierto grado de interpretación, y esto sucede porque vamos a los textos con nuestras propias anticipaciones y expectativas, las cuales no podemos dejar de imponer a los mismos.

Por otro lado, es muy común pretender que en nuestra lectura de los textos, simplemente entendemos, como ya se ha expresado, de forma clara y distinta exactamente lo que dicen. Pero, esa creencia de accesibilidad a los textos como si fuéramos una tabula rasa es del todo equivocada, ya que debemos tener en cuenta el papel de los prejuicios o preconceptos en nuestra comprensión del texto. En este sentido, debemos aclarar que los prejuicios o preconceptos son absolutamente necesarios para comprender el mundo en el que nos movemos y somos, el cual incluye los textos que leemos. Por ejemplo, nuestra comprensión responde a una determinada lengua, a una cultura específica, a un simbólico que hemos ido elaborando de acuerdo con la educación que hemos recibido, etc. La cuestión es que debemos aprender a discriminar entre los prejuicios que nos ayudan a comprender y los que interfieren en dicha comprensión: “Una comprensión llevada a cabo desde una conciencia metódica intentará siempre no llevar a término directamente sus anticipaciones sino más bien hacerlas conscientes para poder controlarlas y ganar así una comprensión correcta desde las cosas mismas… <Prejuicio> no significa pues en modo alguno juicio falso, sino que está en su concepto el que pueda ser valorado positivamente o negativamente.” (Gadamer, H. G., Verdad y Método, pp. 336-337, Ed. Sígueme).

Si tenemos en cuenta todo lo que se ha expresado hasta este momento, debemos afirmar la importancia de cultivar el arte del diálogo o de la conversación. Dialogar o conversar significa, sobre todo y ante todo, entrar en la dinámica de preguntas y respuestas, lo cual supone y presupone la apertura total e incondicional a la argumentación del sujeto que nos interpela y que tenemos enfrente, en este caso la Biblia. En palabras de Gadamer: “La forma literaria del diálogo devuelve lenguaje y concepto al movimiento originario de la conversación. Con ello la palabra se protege de cualquier abuso dogmático.” y “Lo que caracteriza a la conversación frente a la forma endurecida de las proposiciones que buscan su fijación escrita es precisamente que el lenguaje realiza aquí en preguntas y respuestas, en el dar y tomar, en el argumentar en paralelo y en ponerse de acuerdo, aquella comunicación de sentido cuya elaboración como arte es la tarea de la hermenéutica frente a la tradición literaria. Por eso cuando la tarea hermenéutica se concibe como un entrar en diálogo con el texto, esto es algo más que una metáfora, es un verdadero recuerdo de lo originario.” (Gadamer, H. G., op. cit. P. 446).

No cabe duda de que en el tema que nos ocupa –como en tantos otros que se han presentado como conflictivos- nos encontramos con un problema de comprensión, o lo que es lo mismo con un problema hermenéutico. Los métodos de interpretación de los textos sagrados han ido cambiando a lo largo de la historia. Por ejemplo, la tradición judía y la iglesia cristiana hasta el siglo XIX mantenían diferentes formas de acceso a la comprensión de los textos. En el siglo XIX surge de la mano de Schleiermacher, entre otros, lo que se ha dado en llamar el sistema gramático-histórico-literal, en el cual se pretende ir más allá de “la literalidad de las palabras y su sentido objetivo” para atender también a “la individualidad del hablante o del autor.” (Gadamer, H. G., op.cit., p. 239). Sin embargo, dicho sistema presenta ciertas limitaciones en el quehacer hermenéutico y surgen los métodos histórico-críticos que, combinando diferentes disciplinas intentan llegar al “verdadero sentido” de los textos.

Tanto el sistema histórico-gramático-literal como los métodos histórico-críticos, aunque muy útiles y dignos de ser tenidos en cuenta, no han sido capaces de dar respuesta a la cuestión principal: la comprensión. Y, en este sentido una vuelta de tuerca a la hermenéutica podría proporcionarnos una posible solución. ¿Por qué no aplicar un modelo deconstructivista? En mi opinión, este modelo aporta la consideración y asunción de la diferencia como algo valioso. Su protesta contra lo tradicional y su preocupación por poner de manifiesto que las instituciones pretenden eternizarse a costa de la vida, tienen una clara aplicación: la diferencia no debe ser un principio de marginación o discriminación; las instituciones no están por encima de la vida (en palabras de Jesús, el sábado fue hecho por causa de las personas y no las personas por causa del sábado).

Por otro lado, otra de sus grandes aportaciones es la idea de que cada nuevo contexto necesita nuevas lecturas. Lecturas actualizadas que transformen las vidas actuales de los lectores. Es necesaria una cierta flexibilidad y creatividad en la interpretación que posibiliten la destrucción de viejas estructuras y la creación de otras que respondan a las necesidades actuales de individuos y colectividades.

¿Qué conexión podemos establecer entre las cuestiones hermenéuticas y las de identidad sexual en su relación con los textos bíblicos? Para empezar, la identidad sexual es algo que no se plantea en ningún momento en dichos textos, ya que que la sexualidad humana se consituye en objeto de reflexión sólo a partir del planteamiento de uno de los filósofos de la sospecha: Sigmund Freud (1856-1939). Por tanto, resulta del todo anacrónico imponer al texto una problemática ajena al mismo. Esto quiere decir que deberíamos ser capaces de entender que, en los pocos textos en los que tradicionalmente hemos entendido una condena de la homosexualidad, lo que nos encontramos más bien es con una regulación de la homogenitalidad, íntimamente relacionada con la penetración (masculina) como impureza (ver los Códigos de Santidad en Levítico).

Por otro lado, y en el tema que nos ocupa, como en otros de índole parecida (el papel de la mujer, el divorcio, las relaciones fuera del matrimonio, el aborto, etc.) hacemos de los textos bíblicos un uso deshonesto. Apelamos a ellos únicamente para dar valor a lo que sólo es una opinión personal poco contrastada, sin ningún tipo de argumentación –o con una muy débil y poco sostenible- y que tiene que ver con una supuesta literalidad mal aplicada y bastante parcial, todo sea dicho. Creo que las ciencias bíblicas, como cualquier otra disciplina, deben ser aplicadas con todo rigor, y no se trata de renunciar al libre examen de las Escrituras, sino simplemente de reconocer nuestros propios límites, ser algo más humildes y no pensar que somos teólogos o biblistas sin serlo en realidad. De  hecho, pretendemos hacer del mundo que nos rodea y de sus practicas algo sagrado de acuerdo con nuestra propia “interpretación” de eso “sagrado”, y sin embargo debemos reconocer que, a partir del cristianismo, de los textos del Nuevo Testamento y de la oferta de salvación que hace la iglesia, el mundo no es más que “este mundo” (H. G. Gadamer, op. cit., p. 200), así que ¿cómo vamos a hacernos cargo de él? ¿cómo vamos a pensarlo? ¿cómo vamos a entenderlo? ¿a través de la exclusión y la marginación de ciertos colectivos? ¿vulnerando los derechos humanos? ¿ignorando las enseñanzas y las prácticas del Maestro?

Puede que muchas personas crean que la homosexualidad es pecado, y que estén convencidas de que dicha creencia está basada estrictamente en las Escrituras, pero ello, si fuera verdad, no les legitima para privar a las personas de su derecho a vivir con dignidad y en libertad. Se cuenta que en una ocasión una mujer fue llevada ante Jesús acusada de adulterio; los que la acusaban (de forma injusta y de mala fe) estaban dispuestos a ejecutarla, e iban a hacerlo sin ninguna dilación ni misericordia, hasta que Jesús dijo: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.”

Una pregunta final: ¿No será que nuestros prejuicios o anticipaciones negativas están privando al texto bíblico de aportar en nuestro tiempo y en nuestra cultura alternativas reales de soluciones reales en situaciones reales?

Por Joana Ortega Raya para Lupa Protestante

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