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Jesús nos quiere llevar a la verdadera vida.

Domingo, 4 de febrero de 2024
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Mc 1,29-39

Recuerda que los evangelios no son crónicas de sucesos sino teología narrativa. No tiene importancia que las palabras atribuidas a Jesús sean exactamente las que él pronunció; ni que los hechos narrados hayan sucedido así. Lo importante es el mensaje que quieren trasmitirnos. Lo difícil será traducirlo adecuadamente a nuestro lenguaje, siempre relativo, de manera que lo podamos entender hoy. Para ello es imprescindible que nos coloquemos en el ambiente de aquella época y conozcamos las características de aquella cultura.

Seguimos en el primer día de la actuación de Jesús. Marcos intenta perfilar a grandes rasgos y con firmes trazos, la figura de Jesús. Se trata de un montaje programático para dejar muy clara la manera que tenía Jesús de desarrollar su ministerio. No podemos desligar la perícopa que hemos leído hoy de la del domingo pasado. Ambas forman un todo teológico progresivo, que empieza en la sinagoga y termina orando solo en descampado. Allí consigue reavivar la experiencia de Dios, que le permite hablar y actuar con autoridad.

El paso de la sinagoga a la casa, y después a la calle, nos dice que Jesús lleva la salvación a todos los lugares en donde se desarrolla la vida y a todas las personas que tienen necesidad de liberación. Con toda naturalidad se nos habla de la suegra de Pedro, aunque nunca se hable de la esposa. En aquella sociedad era impensable el estado de soltero y Jesús nunca cuestionó las normas existentes con relación a la sexualidad, al matrimonio o a la familia. Los cambios que después se produjeron no se pueden vender como mensaje evangélico.

La cogió de la mano y la levantó. La palabra katekeito para decir “estaba postrada”, puede significar enfermedad o muerta, en cualquier caso, falta de vida. También para decir que la levantó, Mc emplea hgeiren, que puede significar levantar o resucitar. Está claro que Mc quiere dar un doble sentido a todo el relato, más allá del sentido literal.

Se le pasó la fiebre y se puso a servirles”. Jesús cura para que la mujer pueda servir. En el mundo griego, el servicio (diakonía) se consideraba una deshumanización. En las primeras comunidades cristianas, era el signo de seguimiento de Jesús. El verbo que se utiliza en griego es dihkonei = servía a la mesa. Los cristianos eligieron precisamente la palabra “diakonía” para expresar el nuevo fundamento de las relaciones humanas en la comunidad. El mismo Jesús dirá que no ha venido a ser servido sino a servir.

Al anochecer… Nos está indicando que los que se admiraban de las palabras y obras de Jesús eran judíos y no habían superado la dependencia de la Ley, que era la causa de la opresión. Al ponerse el sol terminaba el sábado y la obligación de descanso. Por lo tanto, ya podían ellos llevar a los enfermos y Jesús curarlos, sin faltar al primer precepto de la Ley.

Curó a muchos y expulsó muchos demonios. Todos buscan a Jesús para ser curados. Todos los evangelios comienzan con un éxito espectacular de la predicación de Jesús. Más tarde se verá que no les interesa nada más que ser atendidos en sus necesidades. Cuando queda claro que ese no es el objetivo de Jesús, le abandonan sin ninguna consideración.

Se marcha a descampado y allí se puso a orar. En muchos lugares de los evangelios se dice lo mismo: “Se levantó de madrugada, se fue a un descampado y allí se puso a orar”.Pasó la noche en oración”. “Por la mañana estaba allí sólo“. Es la clave de la vida de Jesús. Realmente necesitaba orar como verdadero ser humano que era. Descubrir lo que era su Abba para él y lo que era él para su Abba fue la clave de su espiritualidad. Esto solo se puede hacer apartándose de bullicio de la gente en soledad y silencio.

El domingo pasado decía el evangelio que hablaba con autoridad, no como los letrados. La clave está en este descubrimiento continuado de la presencia de Dios en él. A pesar de la absorben­te actividad, encontraba tiempo para estar a solas consigo mismo y cargar las pilas. Los evangelios nos dicen que también iba a la sinagoga y al templo, pero el verdadero encuentro con Dios lo realizaba a solas y en medio de la naturaleza.

¡Todo el mundo te busca! En el relato encontramos tres exageraciones intencionadas: ‘todo el mundo te busca’; ‘la población entera’; ‘todos los enfermos’. Los discípulos están en la misma dinámica que la gente. No quieren que su Maestro pierda la ocasión de afianzar su prestigio (poder). Jesús sabía muy bien lo que tenía que hacer: “Vámonos a otra parte”. En el principio del relato se habló por dos veces de su enseñanza (didach). Ahora dice predicar (khruxw), de donde viene kerigma, concepto clave de la primera comunidad.

Todos los evangelios empiezan constatando la euforia con que la gente sigue a Jesús. Pero pronto, se va apoderando de ellos, primero la decepción, después el abandono, y finalmente la oposición total. En Juan este proceso se escenifica de manera genial en el c. 6, después de la multiplicación de los panes, cuando quieren hacerle rey y terminan abandonándole todos diciendo: “¿quién puede hacerle caso?” El porqué de esta actitud es claro: buscan ser curados, liberados, queridos, no les interesa curar, servir y amar.

Si tomásemos conciencia de este cambio en la gente, comprenderemos donde falla nuestro cristianismo. La respuesta está en el relato de la curación de la suegra de Pedro. Jesús cura para que seamos capaces de servir. Esto es precisamente lo que no nos gusta. Cuando Jesús va dejando claro que Dios no es un tapagujeros, que su predicación lo que persigue es cambiar las actitudes fundamentales del ser humano y convertirle en libre servidor en vez de opresor, la gente empieza a sentirse incómoda y le abandona sin contemplaciones.

El evangelio no habla de resignación ante cualquier clase de dolor, sea físico, sea psíquico, sea moral. Tampoco identifica la salvación con la supresión del dolor. Todo lo contrario, afirma expresamente que la verdadera salvación puede alcanzarla todo ser humano a pesar del mal que nos rodea. Siempre que se pueda, se debe suprimir el dolor. La victoria contra el mal no está en suprimirlo, sino en evitar que te aniquile.

La solución al problema vital del hombre no puede venir de fuera, la tenemos que encontrar dentro. Solo un conocimiento de lo hondo del ser nos descubrirá lo que somos. El hombre tiene que superar sus limitaciones. Pero solo lo conseguirá descubriendo que esas limitaciones no le impiden alcanzar su plenitud. Conocerme a mí mismo es conocer a Dios como fundamento de mi ser. Ser fiel a sí mismo es la única manera de ser fiel a Dios.

El fallo del cristianismo fue convertir la buena noticia del evangelio en una religión. Jesús quiso liberar al ser humano de todo lo que le impide ser él mismo, incluida la religión. Hay problemas que no tienen solución, pero una vida más humana siempre es posible. El esperar que cambien las circunstancias para sentirme bien es señal de hedonismo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Planteamiento de Marcos

Domingo, 4 de febrero de 2024
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Mc 1, 27-39

«Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios»

Estamos acostumbrados a leer el evangelio a pequeñas dosis, y esto tiene el riesgo de hacernos perder su visión de conjunto. Por ejemplo, el comienzo del evangelio de Marcos es una unidad que debe leerse de un tirón, pues muestra el ambiente de confrontación que vivió Jesús desde el primer momento y nos da las claves para entender mejor el resto. Vamos pues a tratar de hacer una síntesis de sus primeros capítulos.

Jesús, carpintero de Nazaret, siente la llamada de Dios, deja oficio y familia y va al Jordán al encuentro de Juan el Bautista. Se bautiza con él y se dirige al desierto para confirmar o afianzar su vocación antes de dedicar la vida a la misión a la que se siente llamado.

A su regreso del desierto, conoce e Simón, Andrés, Juan y Natanael y vuelve con ellos a Galilea. Se hospeda en Cafarnaúm, en casa de Simón, e invita a los tres primeros y a Santiago (hermano de Juan) a unirse a él en la aventura de predicar el Reino de Dios por los caminos de Galilea. Ellos aceptan y se emplazan el sábado en la sinagoga de Cafarnaúm.

Ante el asombro de todos, el carpintero toma la palabra y expone con autoridad una doctrina nueva y sorprendente. Al finalizar, un demente le increpa, y Jesús lo devuelve a su ser con la simple autoridad de sus palabras. A la salida, cura a la mujer de Simón que estaba enferma, y al atardecer le llevan a su puerta multitud de enfermos para que los cure. Pronto su fama se extiende por toda la comarca.

Marcos hace hincapié en el enfrentamiento que desde el principio mantiene Jesús con escribas y fariseos… y lo curioso es que parece ser él quien lo provoca. Su primera sanación la hace en sábado, quebrantando el precepto más sagrado para todo israelita. Sale a los caminos, encuentra un leproso, se acerca a él y le toca incurriendo en impureza. Vuelve a Cafarnaúm, perdona los pecados de un paralítico que le presentan para que lo sane, y los fariseos le acusan de blasfemo.

Invita a Leví, el publicano, a unirse al grupo y cena en su casa, con escándalo de los justos. Cuando le acusan de no ayunar, les habla del vino nuevo que va a romper sus odres viejos, y cuando les increpan por comer espigas en sábado, se arroga una vez más la potestad de interpretar la Ley en contra del criterio de los doctores: «El Sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el Sábado». Esta serie constante de enfrentamientos culmina en la sinagoga de Cafarnaúm, donde cura en sábado (sin necesidad alguna) a un hombre que tiene la mano paralizada. Los fariseos se conjuran con los herodianos para matarle…

Y ésta es la base del planteamiento posterior: Jesús, hombre poderoso en palabras y avalado por Dios con hechos asombrosos, es seguido por la gente sencilla a quien sana y devuelve la esperanza, y es rechazado de plano por la ortodoxia y el poder que acaban llevándolo a la muerte.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fe Adulta

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La suegra de Simón, modelo de discipulado y anfitriona de la comunidad.

Domingo, 4 de febrero de 2024
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Hay una figura muy importante en el evangelio que leemos hoy en Marcos 1,29-39. Se trata de la suegra de Simón. No se ha prestado suficiente atención a esta mujer en los estudios de exégesis ni se han hecho las habituales aplicaciones teológicas de su figura como debería ser el caso de un personaje que está presente en los tres evangelios sinópticos. Incluso en algunos casos se ha hablado de ella en contraste con Simón Pedro o como la causante de sus dudas de fe.

Esta mujer, sin embargo, aparece en el texto de Marcos con los verbos que definen a un verdadero discípulo de Jesús y a un modelo de discipulado. Jesús se acerca a ella, la toma de la mano, la levanta, la cura… y ella se pone a servirles, es decir ejerce la diaconía. Y prestará sus servicios de acogida y diaconía no solo a Jesús sino a todos quienes se acerquen a su casa. Más aún, pone su casa al servicio de la comunidad y la convierte en espacio de hospitalidad para quienes buscan a Jesús.

Esta situación de casas que se abren a los nuevos conversos está muy presente en los relatos evangélicos y reflejan la realidad de comunidades nacientes, que se reunirían en casas de aquellos que habían comenzado a seguir a Jesús. Así este relato bien cuenta la presencia y la acción diaconal de esta mujer que se convierte en discípula y organizadora de comunidades y seguramente la presenta como modelo para otros que quieran seguir a Jesús. Podríamos llegar a suponer que el espacio de casas, regido muchas veces por mujeres, aparece como el espacio de encuentro más habitual de las comunidades originarias, tal como también las describe san Pablo en sus cartas.

El texto sigue a continuación indicando que Jesús se irá con “Simón y sus compañeros” a “otra parte, a las aleas cercanas, para predicar también allí”. Es decir, el texto muestra cómo se consolidan grupos de discípulos itinerantes y misioneros junto a espacios más estables que se reúnen en las casas. Es habitual prestar más atención al movimiento de Jesús como un grupo itinerante pero los relatos parecen también hacer referencia a comunidades que se van consolidando en torno a espacios que son acogedores y que dan cierta estabilidad al grupo misionero. Recordar a esta mujer y su acción de diaconía nos presenta grupos y comunidades nacientes muy acogedora y capaces de generar espacios habitables concretos para reunir a grupos de creyentes.

Resulta cuanto menos llamativo que la presencia de una mujer que consolida una incipiente organización creyente según los textos de los tres sinópticos no resulte relevante para a eclesiología actual y que se focalicen unilateralmente las formas institucionales en la figura de Pedro. Este relato, junto a muchos otros, señala a Pedro como discípulo itinerante y a la mujer como un contrapunto de modelo de discipulado cuyas funciones son más orgánica e institucionales que las de su yerno. Habrá que seguir profundizando en este texto que puede dar mucha luz a los desafíos ministeriales que se presentan en la vida eclesial actual.

Paula Depalma

Fuente Fe Adulta

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Buscar el silencio.

Domingo, 4 de febrero de 2024
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IMG_2723Domingo V del Tiempo Ordinario

4 febrero 2024

Mc 1, 29-39

No hay profundidad humana sin cultivo del silencio. Porque solo el silencio mental -que no es mutismo no está reñido con la actividad ni con el encuentro con los otros- posibilita el autoconocimiento en profundidad y el saboreo, consciente y detenido, de aquello que somos. Y solo de ese saboreo puede nacer la sabiduría o comprensión.

La experiencia nos dice que el ruido mental y emocional fácilmente nos perturba y descoloca, introduciéndonos en los vericuetos oscuros, interminables y ansiosos del hacer y del acaparar, situando al ego como protagonista de la acción y eje alrededor del cual se hace girar todo lo demás.

La resistencia o incluso el miedo al silencio tienen siempre un porqué, posiblemente conectado con uno de estos dos elementos (o con los dos a la vez): el miedo al propio mundo interior y la hiperactividad mental.

Decía que con frecuencia se dan unidos porque, cuando se ha sufrido en soledad desde niños, se ha tendido a alejarse de los propios sentimientos -ya que sentir era sinónimo de sufrir- y se ha refugiado en la cabeza, haciendo del pensamiento un mecanismo de defensa. No es raro que la hiperactividad mental -una manifestación de la ansiedad- sea síntoma de sufrimiento interno, muchas veces olvidado. Cuando estamos bien, notamos que la mente se relaja y rumiamos menos.

Siendo conscientes de las dificultades, es bueno saber que siempre es posible entrenarse en el silencio mental: encontrando la propia motivación, ajustando los tiempos a nuestro momento, apoyándonos en textos o en audios que faciliten entrar en el silencio, practicándolo en grupo…

En la medida en que se va viviendo, el silencio pacifica, unifica, armoniza, relativiza los dramas, libera del sufrimiento mental, desinfla el ego y sus pretensiones, nos hace comprender nuestra verdadera identidad y, en consecuencia, aporta alegría y nos hace más humanos.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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De la sinagoga a casa de Pedro, siempre con fiebre.

Domingo, 4 de febrero de 2024
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Day_SimonsMotherinLaw_710Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- DE LA SINAGOGA A CASA DE PEDRO.

No se trata de salir de la sinagoga e ir a casa: Jesús está en la sinagoga, sale y va a casa de Pedro… No es esa la cuestión.

Como todo en los evangelios, también la geografía, los lugares, los números, los símbolos tienen un sentido más hondo, más teológico.

Jesús sale de la sinagoga, se marcha del viejo sistema del AT, de la ley… Jesús sale de la sinagoga y “va” a casa de Pedro, a la familia de Pedro que es la “asamblea eclesial”, la iglesia naciente.

La familia de Pedro es la Iglesia. (La familia del papa Francisco es la Iglesia…).

Jesús sale, pasa del AT al NT, de la ley a la libertad, del poder al servicio.

02. PEOR EL REMEDIO QUE LA ENFERMEDAD.

La familia de Pedro es la comunidad cristiana naciente la Iglesia. Jesús se encuentra ahora en “familia”, entre los suyos, incluso con los más íntimos, dice el evangelio: Pedro, Santiago y Juan. Pero resulta que los suyos, la suegra de Pedro, tiene fiebre. (en griego: piros: fuego: (piresousa: pirotecnia, pirómano, pirolisis, pira, etc…).

El fuego, la fiebre es de poder. Parece ser que Pedro, su familia y parte del grupo de discípulos de Jesús tenían ansiedad violenta de poder para expulsar a los romanos como fuere, -zelotismo-. Algunos de aquellos discípulos pretendían ocupar las primeras carteras del futuro e inmediato Reino o gobierno que Jesús iba a instaurar. La familia de Pedro, la línea eclesial de Pedro tenía fiebre, fuego por el poder.

Y va a resultar que es peor el remedio que la enfermedad: va a ser peor la casa de Pedro con su fiebre de poder, que la sinagoga.

03. LO DE JESÚS NO ES EL PODER.

Porque lo de Jesús no es el poder, Jesús no tiene poder, sino una bondadosa autoridad.

Lo de Jesús no es instaurar un sistema religioso de “ordeno y mando, hago saber y os vais a enterar”.

Tampoco es un asunto racial, nacional. Mi Reino no va por etnias, ni fronteras, ni por economía o escaños parlamentarios, ni por poder eclesiástico.

En resumidas cuentas: “mi reino no es como los de este mundo”, (Juan 18,36), pues “ya sabéis que los príncipes de la tierra tiranizan y oprimen a los suyos y entre vosotros no puede ser así, sino que el que quiera ser el mayor que sirva a los demás”, (Mateo 20,25).

04. “EXTRAÑAMENTE” DOS MUJERES SON MODELO DE IGLESIA.

El primer signo (milagro) de Jesús en el evangelio de Marcos es la curación de la suegra de Pedro. Y este mismo evangelista termina esta primera parte de su evangelio, antes de relatarnos la pasión y muerte del Señor, con la narración de aquella pobre viuda que da en el templo como

limosna los “cincuenta céntimos” que necesitaba para comer. (Mc 12,37-.44).

Es muy significativo que Marcos comience y termine su evangelio con dos mujeres sencillas: la de suegra de Pedro y con una pobre viuda. Las dos sin valor ni relevancia en la vida pública. (La mujer ni tan siquiera valía para ser testigo).

Sin embargo, la curación de la suegra de Pedro (curación de la familia de Pedro, es decir, de la Iglesia) de la fiebre de poder y la generosidad de aquella pobre viuda constituyen el modelo de identidad y de vida eclesial. La Iglesia es servicio y generosidad.

Resulta chocante cómo la mujer ha quedado tan relegada en la Iglesia.

En realidad en el sistema eclesiástico ha quedado relegado todo aquello que no sea sacro y clero, es decir, todo el laicado.

El “poder sacro”, incluidas sus intromisiones en el sutil dominio de las conciencias, se parece más a la sinagoga, al “estado febril” de la casa de Pedro, que a la suegra ya curada de sus deseos de poder.

05. (La suegra de Pedro) SE LEVANTÓ Y SE PUSO A SERVIRLES.

Dos aspectos más que importantes:

SE LEVANTÓ

En la primera lectura hemos escuchado como Job desesperado y postrado, fuera de la convivencia por la lepra y todo “gracias” al abandono de Dios, Job se pregunta: ¿cuándo me levantaré?

La suegra de Pedro estaba también postrada por otra enfermedad peor que la lepra, por el poder.

Cuando uno se encuentra con Cristo (con Dios) recupera la dignidad, la vida personal. En otros signos de este tipo: paralíticos, ciegos, etc. se dice que: levantándose le seguían por el camino.

Levantar es una expresión que se emplea también en los evangelios para hablar de resurrección. Estamos postrados, abatidos, muertos como el hijo menor y Cristo nos devuelve a la vida.

Podemos estar, vivir desvanecidos. Cristo es capaz de levantarnos.

Y SE PUSO A SERVIRLES.

Los del Obispado piensan que con marketing pastoral, estructuras, reuniones, consejos de gobiernos, Unidades pastorales y demás, ya está constituida la Iglesia. Para ser Iglesia, comunidad cristiana, no hace falta poder, sino actitud de servicio.

La Iglesia es valiosa por lo que sirve, no por lo que organiza y manda. Jesús salió de la sinagoga… La pobre viuda, el buen samaritano, el lavatorio de los pies son los criterios eclesiales.

06. SE MARCHÓ A DESPOBLADO A ORAR.

Es una actitud constante de Jesús: vivir siempre mirando a Dios, vivir en una interioridad constante.

Necesitamos vida interior, un clima de reflexión constante, un diálogo con Dios, confrontar nuestras vidas con Dios.

Y necesitamos marchar a “despoblado”, lejos del “mundanal ruido”, lejos de la tv, de la algarabía y palabrería de los mítines, de tanto ruido social, eclesiástico y político.

Hay cosas que solamente se entienden en silencio y en la oración.

Se levantó y se puso a servirles.

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Ella le dijo toda la verdad… (Mc 5,33). La maestra de Jesús

Martes, 29 de junio de 2021
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9e85a5a5-05ba-4033-8513-5dc464ea053bDel blog de Xabier Pikaza:

La iglesia posterior ha negado, en general, la palabra a la mujer, y sólo ha reconocido palabras de hombres varones, conforme a una mala glosa de un revisor de San Pablo (1 Cor 14, 34). Pero en el principio no fue así: Según el evangelio de Marcos, en 5, 33, como en 7, 28;14, 3-9 y 16, 1-8, la primera palabra en la iglesia ha sido siempre de mujeres.

La que hoy comento (y ella le dijo toda la verdad) se sitúa en el contexto del “milagro” de la hija del archisinagogo y de la hemorroísa, que ayer presenté en RD con ocasión del evangelio del domingo (27.6.21, cf. Mc 5, 21-43).

A fin de curar a la “hija” de 12 años del archisinagogo, Jesús tuvo que curar  primero la hemorroísa, que llevaba doce años encerrada por una ley de varones “religiosos” que le prohibían ser libre y expresarse, a través de un “milagro” ostentoso, pidiendo a la mujer que diga toda la verdad, la de su vida, la del judaísmo, la de la iglesia

Jesús cura a la hemorroísa, pero necesita que ella cuente “su historia” ante todo, que enseñe (proclame) ante todos ante todos su verdad.  Por eso le llama, le pide (le exige) que hable y diga su verdad, para aprender él  y para que aprendan todos (archisinagogos, jerarcas, pueblo)… Y, a pesar de que tiene miedo de todos aquellos, esa mujer cuenta su vida, les enseña toda la verdad.   

    | X Pikaza

Introducción

Jesús necesita saber la verdad de esta mujer, su experiencia de enferma y oprimida por una ley falsamente religiosa de varones, para seguir así curando, creando iglesia. Para responderle,  ella no saca la Misná judía ni lo que dice un tipo de pretendido dogma o catecismo  oficial sobre las mujeres (¡eso a Jesús no le importa, ya se lo sabe!). Esta mujer hace algo mucho más profundo: Cuenta a Jesús y a todos sus acompañantes su verdad de oprimida y hemorroísa, no solamente su anécdota particular de “tocadora” (buscadora) de un Jesús de carne, sino su verdad universal de mujer oprimida que quiere ser curada

            El texto dice que ella le cuenta toda la verdad (con eipen: la verdad se narra, no se demuestra con teorías inventadas) toda la verdad (pasan tên alethêian). No hay en el evangelio, ni en el Nuevo Testamento, ni en toda la historia de la Iglesia una “palabra” (una confesión) más importante que ésta. Sólo una mujer tiene y dice “toda la verdad”, ante el Dios de Cristo y de la Iglesia, y sólo tras escucharla y aprenderla, Jesús podrá seguir curando a la niña enferma del eclesiástico y a todos los demás.

            Hasta el día de hoy (año 2021), en su conjunto,  la iglesia no ha sabido (o querido saber) la verdad que cuenta (confiesa) esta mujer. He comentado este pasaje en un libro sobre la Familia en la Biblia  y en un comentario de Marcos.  Desde ese fondo, con la ayuda de dos comentarios de mujeres (de M. Navarro  y E. Estévez) quiero comentar este evangelio.

 Mujer con hemorragia (5, 24b-29) ( [1] )

             Mc 5 24b…. Y mucha gente lo seguía y lo estrujaba, 25 y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, 26 y que había sufrido mucho con muchos médicos y había que gastado todo lo que tenía, sin provecho alguno, yendo más bien a peor, 27 habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la gente y tocó su manto. 28 Pues se decía: Si logro tocar aunque sólo sea su manto, quedaré curada. 29 E inmediatamente se secó la fuente de su sangre y supo por su cuerpo que estaba curada del flagelo.

Según la Misná judía y gran parte de la práctica eclesiástica cristiana, esta mujer es fuente y foco de impureza (¡tiene que  estar escondida en una casa de “arrecogías”, como monjas de clausura a la fuerza!), pero ella sale y avanza escondida y miedosa, en medio del gentío, pues si la reconocen tienen que expulsarla del grupo, haciendo un hueco en su entorno o incluso apedrearla.

            Nadie puede ponerse en contacto con ella, ni tocar sus pertenencia personales. Es una muerta viviente, expulsada de la sociedad y condenada a su propia soledad impura, por causa de una ley religiosa, defendida con celo por las «sinagogas» (por los archisinagogos, como éste al que Jesús acompaña). Pues bien, esta mujer, que no ha podido ser curada por la medicina (5,26), no se ha resignado a vivir como lo manda la ley israelita.

            Es persona sin familia. Conforme a la ley sacral judía, su condición de hemorroísa (mujer con hemorragia menstrual permanente) le expulsa de la sociedad: no puede tener relaciones sexuales ni casarse; no puede convivir con sus parientes ni tocar a los amigos, pues todo lo que toca se vuelve impuro a su contacto: la silla en que se sienta, el plato del que come…

  Es mujer condenada a soledad, maldición social y religiosa; pero ella se arriesga y sale para “tocar” y decir su verdad a Jesús. En este contexto,  el milagro de Jesús consiste en dejarse tocar, ofreciéndole un contacto purificador, contacto de persona a persona, de varón a mujer, de Dios con la humanidad. En el fondo del relato hay un recuerdo histórico (forma de actuar de Jesús) y una experiencia eclesial (la comunidad cristiana ha superado las normas de pureza humana y sexual del judaísmo) [2].

Jesús no la ayuda con el fin de llevarla después a su grupo; no le dice que venga a sumarse a la “familia” de sus seguidores, sino que hace algo previo: la valora como mujer, acepta el roce de su mano en el manto, ofreciéndole el más fuerte testimonio de su intimidad personal; le anima a vivir y le cura, para que sea sencillamente humana, persona con dignidad y para que construya el tipo de familia que ella misma decida. No la quiere convertir en nada (a nada) sino capacitarla para que ella sea, al fin y para siempre, humana. Socialmente impura era esta hemorroísa: rescatarla para la humanidad, para las relaciones personales, para la familia, esta ha sido una conquista capital del evangelio [3]:

 — Era hemorroísa desde hace 12 años (5, 25). Nadie podía acercarse a su cuerpo, compartir su mesa, convivir con ella. Como solitaria, aislada tras el cordón sanitario y sacral de su enfermedad, vivirá en la cárcel de su impureza femenina. No puede curarla la ley, pues la misma ley social y sacral la ratifica como enferma. Por eso no puede acudir a los escribas ni a los sacerdotes para curarse. Vive sin esperanza de curación humana, pues tampoco los muchos médicos (pollôn iatrôn; 5, 26) fueron incapaces de curarla. Lo ha gastado todo en sanidad y no ha sanado, como dice con ironía el texto [4].

Es mujer solitaria, pues su mismo “tacto” ensucia lo que toca, pero tiene un deseo de curarse que desborda el nivel de los escribas de Israel y de los médicos del mundo.Lógicamente, su misma enfermedad se expresa como búsqueda de “contacto” personal. Ha oído hablar de Jesús y quiere entrar relacionarse con él, de un modo personal, a nivel de “cuerpo”: ¡Si al menos pudiera tocar su vestido! (cf. 5, 27-28). No puede venir cara a cara, no puede avanzar a rostro descubierto, con nombre y apellido, mirando a los ojos a la gente que la estruja, porque todos tenderían a expulsarla, sintiéndose impuros a su roce. Por eso llega por detrás (opisthen), en silencio (5, 27).

 — Es mujer que conoce y sabe con su cuerpo (5, 29). Toca el manto de Jesús y siente que se seca la fuente “impura” de su sangre, se sabe curada. Alguien puede preguntar: ¿Cómo lo sabe? ¿De qué forma lo siente, así de pronto? ¿No será ilusión, allí en medio del gentío? Evidentemente no. Ella lo sabe por su cuerpo (egnô tô sômati…), que es la fuente y verdad del primer conocimiento. Los hombres tienden a conocer “a través de leyes” o por medio de razonamientos. Esta mujer, en cambio, conoce por su cuerpo, es decir, a través de la sensación interior por la que se expresa su corporalidad más honda.

             El conocimiento intelectual y racional resultan en este caso secundarios. En el fondo de su vida, hombres y mujeres conocemos a través de la sensación, es decir, a través del cuerpo, de manera que podemos afirmar que somos “inteligencia sentiente”. Pues bien, frente a todas las razones religiosas de los escribas y sacerdotes de Israel, Jesús quiere volver y vuelve a este nivel más hondo de conocimiento corporal, que es fuente de salud humana, el principio de toda religión. En ese nivel, lo que importa de verdad es que ella sepa con su cuerpo, se sepa curada, que pueda elevarse y sentirse persona, rompiendo la cárcel de sangre que la tenía oprimida, expulsada de la sociedad por muchos años. Por eso es decisivo que sepa, se descubra limpia en contacto con Jesús. Así dice Marcos que ella “conoce por su cuerpo” [5].

El mismo gesto de esconder su enfermedad y avanzar entre el gentío, corriendo el riesgo de tocar a unos y otros a su paso, era una especie de protesta religiosa. Esta mujer no se había resignado a vivir condenada y aislada, como un cadáver ambulante, porque así lo diga una ley regulada por los sabios varones de su pueblo. Sin duda, ella iba rozando a muchos y expandiendo a todos (según ley) su contagio de impureza legal, pero nadie se daba cuenta, mostrando así la impotencia de esa ley (pues si todos están contagiados nadie lo está). Sólo Jesús advierte el toque «profundo» de la mujer, que no se atrevía ni a rozar su cuerpo, ni a tomar su mano, sino que le ha bastado con rozar manto (5,28) [6].

Jesús, la fuerza sanadora de Dios (5, 30-32)

Mc 5, 30 E inmediatamente, Jesús, conociendo en sí mismo la fuerza que había salido de él, volviéndose a la muchedumbre, preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto? 31 Y sus discípulos le replicaron: Ves que la gente te está estrujando ¿y preguntas quién me ha tocado?

La salvación aparece así a nivel de contacto personal, como muestra el gesto de Jesús que busca a la persona que le ha tocado, y la conversación que sigue, que nos conduce al centro del poder purificador del evangelio. Jesús conoce “en su cuerpo” la fuerza que ha salido de él, lo mismo que la mujer ha conocido “en su cuerpo” la curación que ha recibido. Eso significa que Jesús es una persona en comunicación, un cuerpo que se pone en contacto con otros otros, de hombres y mujeres, en un nivel de solidaridad profunda y de acción transformadora, antes de toda racionalización. A partir de este “conocimiento” se entiende la conversación:

1) Jesús: «¿Quién ha tocado mi manto?» (5,30). Pregunta así porque sabe que él se ha puesto en contacto sanador (de solidaridad personal) con otro cuerpo/persona, a través de un manto, un vestido que mantiene su intimidad (le permite resguardad lo más profundo), pero que, al mismo tiempo, le comunica con los otros, haciendo así posible que todos le miren y le toquen. No pregunta “qué” me ha tocado (como si fuera una cosa), sino tis, es decir, quien, una persona. Notemos que no pregunta por aquellos que le han tocado en general, en roce de tipo ordinario. Quiere saber quién le ha tocado precisamente el manto, aludiendo de esa forma al simbolismo ya indicado del manto nupcial, pero, sobre todo, al signo de la comunicación corporal.

2) Los discípulos no entienden (5,31). Piensan que Jesús alude al toque ordinario de aquellos que caminan a su lado y le empujan u oprimen por curiosidad o falta de espacio. No conocen el poder de su vida (de su cuerpo), ni saben distinguir los roces de la gente: quedan en el plano físico de la gente que aprieta, en un nivel de encuentros materiales, como si fueran simples “cosas”. A diferencia de ellos, la mujer entenderá (5, 33). Sabe lo del manto y conoce el movimiento de su cuerpo sanado (conoce a nivel de corporalidad humana, no de contacto de cosas) [7].

3) Jesús, en cambio, distingue y reconoce que éste ha sido un roce de mujer (es decir, de una persona distinta, que en aquel contexto ha de venir escondido), pues el texto dice que,  antes de verla y conocerla externamente, se ha vuelto para descubrir tên touto poiêsasan, es decir, para ver a “la” que había hecho esto (5, 32), sabiendo que la persona que le ha tocado sólo podía ser una mujer creyente, alguien que cree en el poder liberador del contacto corporal (en contra de aquellos que le habían condenado por ley a ser impura). Éste es el principio de su gesto posterior (de su palabra de curación): Una mujer “distnta” (que según Ley debía alejarse de todos) le ha tocado, y él se deja tocar [8].

             El texto nos sitúa así ante el contacto de dos cuerpos. (a) El de una mujer que se encuentra expulsada de la sociedad y declarada impura por su trastorno de sangre. (b) Y el de Jesus que irradia pureza y purifica a la mujer que le ha tocado,  vinculándose a ese plano con la hemorroísa. Sólo ellos dos, en medio del gentío de curiosos legalistas, se saben hermanados por el cuerpo.

Al “tocar” a Jesús, ella le ha enseñado algo que quizá Jesús antes no sabía (o no había pensado expresamente): Que no hay un “cuerpo impuro” de mujer; que igual que ha podido “limpiar” al leproso (1, 39-45), él puede y debe curar a la mujer menstruante, declarada por otros impura. Al “tocar” a Jesús, esta mujer ha declarado que quiere ser pura y que lo es. Ésta es su verdad, es la primera palabra de esta mujer-persona, que quiere dejarse curar por el Dios de Jesús…, que conoce en el fondo a Jesús mejor que todos los hombres que le siguen y manejan, como son al archisinagogo y los mismos discípulos, que gobernarán después su iglesia. Al sentirse “tocado” en su cuerpo, Jesús descubre y declara que esta mujer está limpia.

Nos hallamos, por tanto, ante un “con-tacto” personal primigenio y salvador, ante el roce de dos cuerpos que no se rechazan, un roce humano, primigenio, de reconocimiento y de aceptación “mesiánica”, es decir, personal. A ese nivel ha tocado la mujer a Jesús; a ese nivel ha aprendido Jesús que ese “toque” no es impuro, no mancha. Jesús descubre así que, más allá de los que aprietan y oprimen de manera puramente física, le ha tocado una persona pidiendo su ayuda; evidentemente, él se la ha dado.

            Jesús se ha dejado sorprender por el “toque” de esta mujer  (que es como el “toque” sorprendente de Dios, del que han hablado algunos místicos, como Teresa de Jesús). Esta mujer ha “tocado” a Jesús en lo más hondo de su vida (de su persona), y él se ha dejado “tocar”, no ha rechazado su roce más hondo, y por la ha buscado con insistencia, logrando que ella venga, a la vista de todos, y se postre (pros-epesen)  a sus pies, como el archisinagogo se había postrado, confesando así el poder de Jesús, que le  ha “obligado” a confesar abiertamente lo que ha hecho (le ha tocado), declarando toda la verdad (pasan tên alêtheian), que es la verdad de su dolencia y de su curación (5,33).

            Esta mujer era invisible, estaba encerrada en la cárcel de su impureza (es decir, de la impureza y falta de palabra que habían impuesto sobre ellas los varones “falsamente religiosos” de un judaísmo de ley o de un cristianismo de derecho de varones), sin que nadie pudiera tocarla, ni ella tocar a nadie, bajo amenaza de fuerte condena. Por eso ha venido a escondidas, con miedo, pues quien la viera podía castigarla (5, 27). Pero Jesús se ha dejado tocar, y quiere decir ante todos lo que ha pasado, haciendo que ella pueda romper ese ocultamiento vergonzoso, hecho de represiones exteriores y miedos internos, que ahora podrá ya superar abiertamente.

Una mujer que cuenta toda la verdad (5, 32-34)

32 Pero él (Jesús) miraba alrededor para ver quién lo había hecho. 33 Pero la mujer, temerosa y temblorosa, conociendo lo que le había pasado, vino y se postró ante él y le dijo toda la verdad34. Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu flagelo [9].

Jesús necesita que ella cuente toda la verdad (no sólo su verdad particular, sino toda la verdad del evangelio). En otras ocasiones, Jesús había pedido a los curados que no dijera nada, para que el “milagro” no rompiera el secreto mesiánico, ni pudiera convertirse en propaganda mentirosa sobre su persona (cf. 1, 34. 44; 3, 12).

Pero, en esta ocasión, él pide a la mujer que salga al centro y cuente a la muchedumbre lo que ha sido su vida en cautiverio y cómo ha conseguido la pureza de su cuerpo. De esa forma, le concede (o, mejor dicho, le devuelve) la palabra, para que así ella pueda mostrar en la plaza pública, ante todos los hombres legalistas y de un modo especial ante el Archisinagogo, lo que fue el tormento de su vida antes clausurada en la “impureza” que le imponían los demás, y lo que es la gracia de la curación que Jesús le ofrece.

Esta mujer viene a presentarse así como la primera maestra de la Iglesia, la doctora que enseña a Jesús, la el “ministro” superior de la palabra en la iglesia. Todos los dogmas posteriores de concilios y papas han sido y seguirán siendo secundarios. Esta mujer es la primera doctora  y maestra de la Iglesia de Jesús, porque ha sido maestra de Jesús.

            Es ella la que tiene que decirlo  (decirse a sí misma): tomar su palabra de mujer y persona, proclamando ante todos su experiencia, para que así descubran, por su palabra, apoyada por Jesús, que ella no es impura. Es una mujer que conoce lo que le ha pasado (eiduia ho gegonen autê, 5, 33) por su propio cuerpo (5, 29), una mujer que puede elevarse ante todo y declarar lo que había en el fondo de su exclusión, sin estar ya sometida a lo que otros dicen de ella a través de sus leyes.

Así dice toda  la verdad (pasan tên alêtheian, en absoluto)ante los varones de la plaza (y en especial ante el Archisinagogo, enseñándoles así con su propia experiencia. Ésta es la meta de la curación, éste es el principio de la iglesia mesiánica, que surge allí donde las mujeres pueden y deben decir lo que sienten y saben, lo que sufren y esperan, en una historia que deben oír los varones.

Ella cuenta y él ratifica lo que ha dicho esta mujer. De manera muy significativa, Jesús no añade nada, no se pone por encima de ella. No se atribuye la curación, no quiere ponerse en primer plano, sino que confirma, de manera cercana y personal, lo que ella ha hecho: ¡Hija! Tú fe (expresada en tu palabra) te ha salvado. Vete en paz (5, 34). Esta palabra ¡hija! (thygatêr), no hijita (thygatrion, en diminutivo, como ha dicho el archisinagogo al referirse a su hija/niña), es aquí el término apropiado.

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“Una ‘revolución ignorada’”. Domingo 13 Tiempo ordinario – B (Marcos 5,21-43).

Domingo, 27 de junio de 2021
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34_13_TO_B_1467538Jesús adoptó ante las mujeres una actitud tan sorprendente que desconcertó incluso a sus mismos discípulos. En aquella sociedad judía, dominada por los varones, no era fácil entender la nueva postura de Jesús, acogiendo sin discriminaciones a hombres y mujeres en su comunidad de seguidores. Si algo se desprende con claridad de su actuación es que, para él, hombres y mujeres tienen igual dignidad personal, sin que la mujer tenga que ser objeto del dominio del varón.

Sin embargo, los cristianos no hemos sido todavía capaces de extraer todas las consecuencias que se siguen de la actitud de nuestro Maestro. El teólogo francés René Laurentin ha llegado a decir que se trata de «una revolución ignorada» por la Iglesia.

Por lo general, los varones seguimos sospechando de todo movimiento feminista, y reaccionamos secretamente contra cualquier planteamiento que pueda poner en peligro nuestra situación privilegiada sobre la mujer.

En una Iglesia dirigida por varones no hemos sido capaces de descubrir todo el pecado que se encierra en el dominio que los hombres ejercemos, de muchas maneras, sobre las mujeres. Y lo cierto es que no se escuchan desde la jerarquía voces que, en nombre de Cristo, urjan a los varones a una profunda conversión.

Los seguidores de Jesús hemos de tomar conciencia de que el actual dominio de los varones sobre las mujeres no es «algo natural», sino un comportamiento profundamente viciado por el egoísmo y la imposición injusta de nuestro poder machista.

¿Es posible superar este dominio masculino? La revolución urgida por Jesús no se llevará a cabo despertando la agresividad mutua y promoviendo entre los sexos una guerra. Jesús llama a una conversión que nos haga vivir de otra manera las relaciones que nos unen a hombres y mujeres.

Las diferencias entre los sexos, además de su función en el origen de una nueva vida, han de ser encaminadas hacia la cooperación, el apoyo y el crecimiento mutuos. Y, para ello, los varones hemos de escuchar con mucha más lucidez y sinceridad la interpelación de aquel de quien, según el relato evangélico, «salió fuerza» para curar a la mujer.

José Antonio Pagola

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“Contigo hablo, niña, levántate”. Domingo 27 de junio de 2021. Domingo 13º ordinario.

Domingo, 27 de junio de 2021
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38-ordinarioB13 cerezoLeído en Koinonia:

Sabiduría 1,13-15;2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo.
Salmo responsorial: 29. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
2Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la falta que tienen los hermanos pobres.
Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate

Jairo viene de vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo, imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús, buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta…” Para quien cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.

Curiosamente estos tres discípulos están presentes también en la transfiguración y en el Huerto y, en ambas escenas, se duermen. Este sueño es todo un símbolo. En la Transfiguración, Jesús habla con Moisés y Elías de su éxodo –esto es, de su paso de la muerte a la vida-; en el Huerto, Jesús pide a Dios fuerzas para aceptar el camino que le lleva a la muerte, como paso para la vida definitiva. Pedro, Santiago y Juan no tienen interés en aceptar este camino del maestro hacia la muerte, porque –al igual que los judíos- no creen que sea un paso hacia la vida definitiva. Tal vez, por esto, para que aprendan que Jesús es la imagen de un Dios que da vida, Jesús se los lleva consigo. Sorprende, no obstante, que, cuando Jesús devuelve la vida a la niña, insista vivamente a los discípulos para que no digan nada a nadie. Orden lógica, pues todavía no están capacitados para digerir y asimilar y proclamar este mensaje de vida.

Se asemeja a veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo, nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.

Pablo, en su carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida, para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera.. Dios creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”…

Añadamos una «nota crítica» de precaución. Una lectura no crítica de la primera lectura evoca espontáneamente el tema del «pecado original» y deja claramente la idea de que la muerte sería consecuencia del pecado original, y que éste habría sido consecuencia de «la envidia del diablo» (Sb 2,24). Es todo un conjunto teológico y simbólico lo que es evocado aquí, como de paso, el pecado original. Es importante no caer en la facilidad de apoyarse acríticamente en ese supuesto, y hablar del mal o de la muerte, con toda naturalidad, como fruto del pecado o -peor aún- como introducida en el mundo por el diablo envidioso. Somos personas de hoy, y los oyentes de las homilías también lo son. Y aunque en alguna comunidad hubiera bastantes personas con una visión mítica atrasada, aun ellas merecen ser tratadas con dignidad, con una pedagogía crítica que le ayude a reconciliar su atrasada visión mítica con una religiosidad apta para los tiempos de hoy.

Todos, los predicadores de las homilías, y también los oyentes, tenemos la obligación de reivindicar un discurso «para hoy», que no repita -con frecuencia simplemente por pereza, o por miedo- las afirmaciones manidas afirmaciones míticas, y, más importante aún, que no las repita como si de afirmaciones reales (descriptivas de algo que realmente hubiera sucedido) se tratara. Se puede evocar el mundo simbólico del pasado para explicarlo y discernirlo, pero siempre con la obligación de dejar explícitamente claro que se trata de afirmaciones «simbólicas», que en otro tiempo fueron tomadas como literalmente reales (así fue, y hasta hace bien poco tiempo), pero que hoy sabemos que sólo son simbólicas, es decir, que tienen un valor para nuestra vida espiritual, pero que en su sentido literal no son históricas, o que incluso pueden ser contrarias a la verdad histórica.

En el caso que nos ocupa en concreto -aunque aquí no debamos justificarlo- la verdad original profunda es contraria a lo que tradicionalmente nos ha sido dicho: lo «original», lo que se dio en el principio, no fue un «pecado original», sino una «bendición original». [Matthew Fox es el teólogo que más emblemáticamente ha desarrollado esta afirmación, en su libro «La bendición original. Una nueva espiritualidad para el hombre del siglo XXI», Ediciones Obelisco, Barcelona – Buenos Aires 2002]. Leer más…

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Dom 27.6.21. Terapia de familia. La hija del archisinagogo (Mc 5, 21-24.36-45)

Domingo, 27 de junio de 2021
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hemorroisa1Del blog de Xabier Pikaza:

Una familia que “mata” a los niños. A los cinco años de Amoris Laetitia

El evangelio de este domingo (13 del TO) consta de dos “terapias de mujeres” (la hija del archinagogo y la hemorrosia), unidas entre sí. Trataré de la hemorroísa el próximo día. Hoy me ocupo de la hija del archisinagogo, que está en trance de morir, y que hubiera muerto, si es que Jesús no hubiera curado primero a su padre.

Este es un milagro de familia. Lo más importante del mundo es que una niña, como esta hija “desgraciada” (¿desamorada?) del archisinagogo pueda vivir, lo que exige que el padre “cambie” (sea de verdad padre).

El Papa Francisco ha querido que este año 2021, a los cinco de su encíclica “Amoris Laeticia”, esté dedicado a la familia, como seguiré poniendo de relieve en este blog.

Muchos estamos sobrecogidos no sólo por las últimas noticias de pederastia en ciertos espacios clericales, sino por el “internamiento” y en parte la muerte de niños indígenas de Canadá (en instituciones de Iglesia) hasta finales del siglo XX.

Por eso quiero dedicar cierta atención a este relato de la hija de archisinagogo, uno de los que mejor recogen y proclaman la identidad del evangelio y la terapia de familia de Jesús

25.06.2021 | X Pikaza

Texto. Mc 5, 21-24.35-43)

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga (archisinagogo), que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva.” Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente   que lo apretujaba….

(Se introduce el texto de la hemorroísa: Mc5, 25-34)

     Todavía estaba hablando, cuando]llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle: “Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?” Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: “No temas; basta que tengas fe.” No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: “¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida.”

          Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo: “Talitha qumi” (que significa: “Contigo hablo, niña, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

(He desarrollado este motivo de familia en mi libro sobre la Familia en la Bibliay en mi comentario de Marcos. Allí podrá verse un estudio más completo de los temas, que resume en  reflexión que sigue).

Introducción

Éste es el primer milagro de familia (de niños y padres) en Marcos. Un milagro sorprendente, entretejido con toda la trama del evangelio, mirado aquí desde la perspectiva de un judaísmo sinagogal que parece impedir que sus hijos (y en especial sus hijas) crezcan y vivan. Este “sinagogo” principal es un hombre importante del sistema socio-religioso de Israel, debería ser un modelo de padre de familia, pero tiene una hija enferma, y no encuentra manera de curarla y por eso acude a Jesús pidiéndole ayuda.

            Como dice el texto, Jesús acepta la petición del archisinagogo, y se pone a andar con él…, pero cuando comienza a caminar hacia su casa para curar a la niña, se interpone una hemorroísa (mujer condenada al aislamiento, por su flujo irregular de sangre), que le toca y queda así sanada. Es como si, antes de llevarnos a la casa de la niña enferma, el evangelio quisiera introducirnos en el problema de una mujer que vive aislada (condenada como impura) por un tipo de enfermedad “femenina”. El problema y curación de esta mujer (¡doce años enferma!) resulta esencial para entender el problema de esta niña de doce años, que parece morirse, en la casa del archisinagogo.

  1. Enfermedad de familia.

 En ese contexto, el “milagro” de la hija de Jairo se vincula, en forma de sándwich o tríptico con la curación de esta hemorroísa que está condenada a la soledad (sin marido, sin hijos), mostrando así que ambos temas (niña que se niega a crecer y mujer que no puede amar, vivir en libertad y engendrar), aunque distintos, se encuentran vinculados, y suponen (exigen) una nueva forma de entender y vivir la familia.

            Como seguiremos viendo, en nuestro caso, el verdadero enfermo es el padre, y por su culpa se muere la niña. Por eso,  que quien debe cambiar desde el principio es el archisinagogo, responsable del “orden” (o desorden) de un tipo de familia israelita.

La hemorroísa (Mc 5, 24-34) había vivido encerrada en su enfermedad durante doce años por flujo constante de sangre menstrual, de manera que no podía tener verdadera familia: casarse, engendrar, entablar relaciones sociales cercanas y afectivas. En línea convergente, la hija del Archisinagogo, resguardada hasta entonces en el espacio de máxima pureza de Israel (casa de su padre), parece apagarse y morir al descubrirse mujer, con el primer flujo de sangre, a los doce años, como diciendo que no tiene sentido madurar a la vida (sometimiento) de mujer en estas circunstancias.

Ésta es una niña/adolescente que se nieva a vivir de esa manera, en la casa del archisinagogo, un hombre de la buena sociedad, posiblemente rico. Esta niña, de casa rica y “santa”, se nieva a vivir así, a asumir su “responsabilidad” personal en aquel tipo de familia que debía estar resguardado por el archisinagogo.

Son muchas las niñas/mujeres que han sufrido y sufren al llegar a esa edad, dominadas bajo un gran trastorno personal y de familia. Es normal que sientan la condición y exigencia de su cuerpo, diferente ya y diferenciado, preparado para el amor y la maternidad, pero amenazado por un duro control familiar y una ley de varones (padres y hermanos, vecinos y posibles esposos) que especulan sobre ellas, convirtiéndolas en rica y frágil mercancía. Se descubren objeto del deseo de unos hombres que quizá no las respetan, ni escuchan, y así responden de la única forma que pueden, enfermando, a no ser que alguien les conceda fuerza para vivir.

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“En busca de la mejor medicina”. Domingo 13. Ciclo B.

Domingo, 27 de junio de 2021
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B13h09Del blog El Evangelio del Domingo de José Luis Sicre sj:

Los relatos de milagros son como contenedores bien cerrados, unos juntos a otros, sin que se mezcle su contenido. El pasaje de Marcos que leemos hoy recuerda, en cambio, a las muñecas rusas: un milagro dentro de otro. Jesús va a curar a una niña y se cuela por medio una enferma con flujo de sangre. Esa mezcla da gran dramatismo e interés al conjunto.

 En busca de la mejor medicina (Mc 5,21-43)

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al mar. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies rogándole con insistencia:

̶ Mi niña está en las últimas; ven, impón las manos sobre ella para que se cure y viva.

Jesús fue con él y lo seguía mucha gente, que lo apretujaba.

Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando: «Con sólo tocarle el manto curaré». Inmediatamente, se secó la fuente de las hemorragias y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió enseguida, en medio de la gente y preguntaba:

̶ ¿Quién me ha tocado el manto?

Los discípulos le contestaban:

̶ Ves cómo te apretuja la gente y preguntas: ¿Quién me ha tocado?

Él seguía mirando alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que le había ocurrido, se le echó a los pies y le confesó toda la verdad. Él le dice:

̶ Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:

̶ Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?

Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:

̶ No temas; basta que tengas fe.

No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga, y encuentra el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos y después de entrar les dijo:

̶ ¿Qué estrépito y qué lloros son estos? La niña no está muerta, está dormida.

Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y le dijo:

̶ «Talitha qumi», que significa: «Contigo hablo, niña: ¡Levántate!».

La niña se levantó inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y quedaron fuera de sí llenos de estupor. Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.

La medicina tradicional: imposición de manos

El comienzo parece normal: un padre preocupado por su hija gravemente enferma. Lo que no es normal es su convencimiento de que Jesús pueda curarla con sólo ponerle la mano encima. En nuestra cultura, el enfermo agradece que el médico no le hable a distancia; que lo ausculte y lo palpe, si es preciso. En la cultura antigua, el hombre santo y el curandero ejercen su poder mediante el contacto físico. En el evangelio de Lucas se dice que «toda la gente intentaba tocarlo, porque salía de él una fuerza que curaba a todos» (Lc 6,19). En efecto, Jesús cura a la suegra de Pedro tomándola de la mano; imponiendo las manos cura a diversos enfermos (Mc 6,5; Lc 4,40), a un sordomudo (Mc 7,32), a un ciego (Mc 8,23.25), a la mujer tullida (Lc 13,13); poniendo barro en los ojos del ciego de nacimiento le devuelve la vista (Jn 9,15); y a los discípulos les concede el poder de curar enfermos imponiendo las manos (Mc 16,18). Quien se haya fijado en las citas, habrá visto que casi todas son de Marcos y Lucas. Parece que a Mateo y Juan no les entusiasmaba el procedimiento, podría causar la impresión de un poder mágico.

Una nueva receta: tocar el manto

Si Jairo está convencido de que la imposición de manos de Jesús basta para salvar a su hija, la mujer con flujo de sangre va mucho más lejos: le bastaría tocar su manto. La idea del manto milagroso se encuentra también en otro relato posterior del mismo Marcos: «En cualquier aldea, ciudad, o campo adonde iba, colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejara tocar al menos la orla de su manto. Y los que lo tocaban se sanaban» (Mc 6,56 = Mt 14,36).

El relato acentúa la gravedad y persistencia de la enfermedad (¡doce años!), el fracaso de los médicos y el dineral gastado en buscarle solución. De repente, a la mujer le basta oír hablar de Jesús para depositar en él toda su confianza; ni siquiera en él, en su manto. ¿Fe o desesperación? Algunos de los primeros cristianos, amantes de aplicarse los relatos evangélicos, podrían identificarse fácilmente con la mujer. «Yo también estaba desesperado, oí hablar de Jesús, y todo cambió.»

La verdadera medicina: la fe

La mujer se cura al punto. Pero el relato toma un sesgo dramático. Jesús nota que una fuerza especial ha salido de él y quiere saber quién la ha provocado. Pregunta, rechaza la excusa de los discípulos, mira con atención a su alrededor, hasta que la mujer se presenta temblorosa y asustada. (Marcos describe a Jesús de forma tan humana, tan poco ortodoxa, que Mateo suprimió toda esa parte en su evangelio: Jesús no necesita indagar, sabe perfectamente lo que ha pasado).

El lector termina poniéndose en contra de Jesús y a favor de la mujer. ¿Por qué le está haciendo pasar un rato tan malo? Es un recurso genial de Marcos, el mismo que utiliza en la curación de la hija de la mujer cananea: poner al lector en contra de Jesús y a favor del quien le suplica. ¿Para qué? Para que Jesús ofrezca al final la verdadera enseñanza.

Imaginemos que la mujer se cura y Jesús no pregunta nada. El lector se dice: «Llevaba razón la mujer. Bastaba con tocarle el manto.» Quizá añadiría: «En realidad, quien cura es Jesús, no el manto.» Pero todo el teatro montado por Jesús sirve para llegar a una conclusión muy distinta: «Hija, tu fe te ha curado.» Ni Jesús ni el manto, «tu fe». Esta afirmación podrá parecer atrevida, casi herética, a algunos teólogos. Pero, en este caso, Mateo y Lucas coincidieron con Marcos al pie de la letra: «Hija, tu fe te ha curado.»

Una medicina que, además de curar, resucita

La acción vuelve a su origen, pero de forma trágica: la niña ha muerto. No hay que molestar al Maestro. Pero Jesús le recomienda al padre la medicina usada por la hemorroisa: «No tengas miedo; tú ten fe, y basta». Siguen hasta la casa y se sumergen en un mundo de llantos y lamentos.

La gente es lista, no se deja engañar por Jesús

Cuando yo era joven, me indignaba leer que la gente se ríe de Jesús cuando dice que la niña no está muerta, sino dormida. Me parecía una tremenda falta de respeto. Pero estaba equivocado. La risa de la gente demuestra que Jesús no puede engañarlos. Él quiere pasar desapercibido, presentar lo que hace como algo normal, sin importancia; pero la gente sabe muy bien que la niña ha muerto, que Jesús ha realizado un gran milagro. El detalle final de darle a la niña de comer sirve para demostrar la realidad de la resurrección.

Resurrecciones en esta vida y fe en la vida futura

La resurrección de la hija de Jairo (contada por Marcos, Mateo y Lucas) trae a la memoria otros relatos parecidos, pero peculiares: la resurrección del hijo de la viuda de Naín, que sólo cuenta Lucas; y la resurrección de Lázaro, que sólo cuenta Juan. ¿Cómo es posible que estos dos hechos tan famosos no se encuentren en los cuatro evangelios? Es cierto que la tradición oral olvida a menudo cosas y detalles. Pero resulta extraño que un evangelista no los conozca. Como un biógrafo de Beethoven que no ha oído hablar de la 9ª Sinfonía.

A los evangelistas no les preocupaba, como a nosotros, el hecho histórico en cuanto tal, sino la realidad de lo que contaban. Lo importante no es que Jesús resucitase a Lázaro (que al cabo de los años volvería a morirse), sino que nos resucitará a todos a una vida sin fin. «Yo soy la resurrección y la vida» es también el gran mensaje de la resurrección de la hija de Jairo.

La victoria sobre Satanás (Sabiduría 1,13-15; 2,23-24)

La 1ª lectura, tomada del libro de la Sabiduría, afirma que la muerte no es algo querido por Dios, entró en el mundo por envidia del diablo. Aunque esto resulte discutible desde un punto de vista científico moderno, así lo interpretaban los judíos del siglo I. Con ello, la resurrección de la hija de Jairo adquiere un sentido nuevo. Marcos enfoca su evangelio como una lucha entre Jesús y Satanás. Y este es un ejemplo de su victoria sobre el que introdujo la muerte en el mundo por envidia.

Dios no ha hecho la muerte, ni se complace destruyendo a los vivos. Él todo lo creó para que subsistiera, y las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas veneno de muerte, ni el abismo reina en la tierra. Porque la justicia es inmortal. Dios creó al hombre incorruptible y lo hizo a imagen de su propio ser. Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que de su bando.

 

Solidaridad en tiempos de migración (2 Corintios 8,7.9.13-15)

Aunque no tenga relación con el evangelio, el fragmento de Pablo es de enorme actualidad en una época en la que miles de personas (hermanos nuestros) se encuentran en grave necesidad de acogida, comida, vestido, trabajo…

Pablo anima a los corintios a ayudar económicamente a la comunidad madre de Jerusalén, que sufre la terrible hambruna del tiempo del emperador Claudio. Su mejor argumento es recordarles el ejemplo de generosidad de nuestro Señor Jesucristo.

Hermanos: sobresalís en todo: en fe, en elocuencia, en ciencia, en vuestra preocupación por todo y en vuestro amor para conmigo; sobresalid también en esta obra de caridad. Esto no es una orden; os hablo de la buena disposición de otros para poner a prueba la sinceridad de vuestro amor. Vosotros ya conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual siendo rico se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza. No se trata de que vosotros paséis estrecheces para que otros vivan holgadamente, se trata de que haya igualdad para todos. Por eso, ahora vuestra abundancia debe socorrer su pobreza, y un día su abundancia socorrerá vuestra pobreza. Y así reinará la igualdad, como dice la Escritura: Al que tenía mucho no le sobraba y al que tenía poco no le faltaba.

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Domingo XIII del Tiempo Ordinario. 27 de junio de 2021

Domingo, 27 de junio de 2021
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“No temas, solamente ten fe”

(Mc 5, 21- 43)

En el Evangelio de este domingo es necesario un punto de atención extra porque suceden muchas cosas. A Jesús y a sus discípulos les acaban de echar de un pueblo por curar a un hombre. Cruzan el lago y hay mucha gente esperándoles para encontrarse con ellos.

Si cerramos los ojos, podemos ver a Jesús a la orilla, sin mucha posibilidad de movimiento, con la gente queriéndose acercar y tocarle…, es entonces cuando se les acerca uno de los jefes de la sinagoga. Llama la atención que Marcos, décadas después de escribir el Evangelio, recordara el nombre de Jairo. Debió de ser alguien muy conocido. Este hombre importante se arrodilla a los pies de Jesús. Se trata de alguien que deja de lado su posición social y se acerca a Jesús con un corazón necesitado por su hija enferma.

Yendo de camino hacia la casa de Jairo, se nos habla de una mujer con hemorragias. Perdía su vida. Podemos imaginarnos a esta mujer, casi sin energía, haciéndose paso entre la multitud, impura según las costumbres judías por su mal, a empujones… Todo esto para poder llegar a tocar el manto de Jesús creyendo así poder curarse. El impulso que la mueve no es físico, ya no le quedan fuerzas, sino una fe muy profunda.

A veces creemos que a Jesús le seguía solo la gente humilde, pero hoy parece que no es así. Además de Jairo, se nos dice de la mujer que había tenido fortuna pero que se la había gastado en médicos deseando curarse de su enfermedad.

Tu fe te ha curado, escucha la mujer. No temas, solamente ten fe, escucha el jefe de la sinagoga cuando parece que su hija ha muerto. La fe nos cambia la vida. El miedo ahoga la fe, la oscurece, la pone en duda. Cuando nos dejamos llevar por el temor, descuidamos nuestra fe, aflojamos nuestra confianza en Dios y podemos perdernos en querer controlar y en organizarnos cada detalle de nuestra vida, sin dejarnos tocar, curar, mecer, por el amor de Dios.

Oración

Trinidad Santa, esculpe y fortalece nuestra fe. Haznos confiar a ti nuestros proyectos, nuestras dificultades, nuestra vida.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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¡Basta que tengas confianza!

Domingo, 27 de junio de 2021
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canaanite%2bwoman%2band%2bjesusMc 5, 21-42

Del final del c. 4 de Mc pasamos al final de c. 5. En este capítulo, antes del relato que vamos a leer, Jesús cura a un endemoniado y permite que los espíritus inmundos se metan en una piara de cerdos que se precipita en el mar. Jesús vuelve a atravesar el lago en dirección a Galilea, y allí encuentra de nuevo a la multitud que le busca. El domingo pasado nos hablaba del “poder” de Jesús sobre la naturaleza. Continúa el evangelio con la manifestación de “poder” sobre los espíritus inmundos. Hoy damos dos pasos más: “Poder” sobre la enfermedad; Y “poder” sobre la muerte (la hija de Jairo). No cabe una síntesis más clara, ordenada y progresiva de la actividad salvadora de Jesús.

En el doble relato de hoy, descubrimos un mensaje muy profundo. Por una parte, la niña y su padre son imagen de los sometidos a la institución. Jairo es un cargo público, aunque no estrictamente religioso. La mujer enferma representa a los marginados y excluidos por una interpretación demasiado legalista de la Ley. Este simbolismo se hace más claro por el anonimato de las dos mujeres, y los doce años de enfermedad de la mujer y los doce años de vida de la niña. El número doce es símbolo de Israel.

Jairo (símbolo de la institución) no encuentra salida en la religión y busca la salvación en Jesús, que había sido rechazado por sus jefes. La decisión es tan difícil que espera hasta el último momento para ir en busca de Jesús. La mujer enferma también se había gastado toda su fortuna en buscar salvación. Tampoco le quedaba otra salida. La religión no solo no le daba solución, sino que la excluía hasta límites inimaginables hoy. Uno viola formalmente la Ley acudiendo a un proscrito. La otra viola literalmente la Ley tocando a Jesús. En ambos casos, Jesús apela a la fe-confianza como motor de salvación.

Para descubrir la importancia del relato hay que tener en cuenta las leyes de pureza que afectaban a la mujer. El Levítico dice: “La mujer permanecerá impura cuando tenga su menstruación o hemorragias”. La mujer considerada impura y causante de impureza. Podemos imaginar la tara psicológica que dejaba en la mujer esta considera­ción de impura. La hemorroísa tenía prohibido tocar y ser tocada. Ella sabe que el acto que puede salvarle está prohibido por la Ley. Sin embargo, doce años de sufrimiento la empujan. Esta valentía no está exenta de temor; se acerca por detrás. Tocar a Jesús no solo manifiesta la confianza en él, sino en sí misma. Su valentía le devuelve la salud.

Con una aguda sensibilidad, más que humana, percibe que le han tocado (todos le están apretujando). Cuando Jesús pregunta “¿Quién me ha tocado?”, está dando a entender que alguien ha llegado hasta él buscando una respuesta a su opresión. Aceptando ser tocado, más allá de la norma, entra en la dinámica que la mujer había iniciado. Se abre a la comunicación profunda y sanadora a través del cuerpo. Los dos están expresando lo mejor de sí mismos. El cuerpo “impuro” de la mujer es reconocido y aceptado como normal. Dejándose tocar, Jesús se coloca por encima de los códigos sociales y religiosos. Una relación que abarca todos los aspectos del ser: el físico, el psíquico y el religioso. La mujer se salta la Ley, pero Jesús va más allá y reacciona como si la Ley no existiera.

El milagro se produce sin que intervenga la voluntad de Jesús. La fe-confianza de la mujer desencadena la curación. Este relato es una mina para tratar de descubrir qué es lo que sucedía de verdad cuando el evangelio habla de “milagros”. No significa una acción en contra de las leyes de la naturale­za. Todo lo contrario. Es dejar libre la naturaleza para que pueda desarrollar su ‘ley’ sin las trabas que le pone la racionalidad. Porque esa armonía es lo normal. Llamamos milagro a procesos que serían los más naturales: Un ser humano liberado de sus complejos, de sus miedos, de una religión opresora; Un ser humano que puede empezar a ser él mismo, a valorarse porque se siente apreciado.

Se reanuda el relato de la hija de Jairo con la llegada de los emisarios, que traen noticias de muerte. Jesús es portador de vida y le dice a Jairo: basta que tengas fe. La multitud se pone de parte de los emisarios de muerte y se pone a llorar; pero Jesús no hace ningún caso y sigue adelante. Cogió de la mano a la muchacha, pero a diferencia de la suegra de Pedro, no la levanta, sino que le dice: ¡levántate!, el mismo verbo que Mc emplea para hablar de resurrección. En contra de lo que dice expresamente la Ley, toca a un muerto, y en vez de quedar contaminado de muerte, da la vida al cadáver.

No nos engañemos, la importancia de estos relatos no está en el hecho de curar o de resucitar, sino en el simbolismo que encierran. Pensar que la obra de Jesús se puede encerrar en tres resurrecciones y en una docena de curaciones, es ridiculizar su figura. Objetivamente, los curados volverán a enfermar y entonces no estará allí Jesús para curarlos. Los resucitados volverán a morir sin remedio. Jesús no puso el objetivo de su misión en una solución de los problemas. La salvación de Jesús es para todos y en cualquier circunstancia; También para los enfermos, marginados, explotados. Si no tengo esto en cuenta, puedo pensar que la salvación de Jesús no es para mí.

En el AT queda claro que Dios no hizo la muerte. Jesús va más allá y nos dice que Dios no quiere nada negativo para el hombre. Las limitaciones son inherentes a nuestra condición de criaturas. La salvación está siempre en un plano superior y más pleno que toda limitación. Se puede dar en plenitud, a pesar de cualquier limitación, incluida la muerte. La salvación, la que propone Jesús, libera siempre. No se trata de un premio para privilegiados sino de una oferta absoluta de Dios para todos. Esa fuerza, que Jesús era capaz de poner en marcha, está disponible para todos; lo único que tenemos que hacer, es dejar que actúe. Nos puede salvar, de la misma manera que tiene poder para bloquear los procesos naturales y causar así un daño a su propio ser y/o a los demás.

En los dos casos, la multitud queda al margen de la salvación. Para Jesús, los entes de razón (multitud, pueblo, iglesia) no pueden ser objetos de salvación. Lo que le importa es la persona, porque es lo único real. Esto lo hemos olvidado y hemos cometido el disparate de sacrificar a la persona en aras de la institución. También hoy tendría que ser nuestra principal tarea el liberar a tantos seres humanos atrapados en las interpretaciones aberrantes de Dios y de su Ley. La religión seguirá oprimiendo y esclavizando mientras seguimos dando más importancia a la institución que a la persona.

 

Meditación

En el orden espiritual, es imprescindible la fe-confianza.
Sin confianza en el OTRO no daremos un paso.
Tu lámpara está capacitada para iluminarse.
Toda la energía está a tu disposición.
Solo tienes que dejar que fluya la corriente.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¿Quién me ha mirado?

Domingo, 27 de junio de 2021
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artworks-000121602575-x6rh7u-t500x500“Escuchar con nuestros ojos y ver con nuestros oídos nos enseña cómo abrir nuestras orejas y mentes en un nivel más profundo de receptividad y escucha” (Mark Coleman)

Domingo XIII del TO

Mc 5, 21- 43 “Él miraba alrededor para descubrir a la que lo había tocado”

La hemorroísa del evangelio de este domingo no se atrevía a hablar y utiliza el lenguaje corporal expresando con un gesto lo que quería decirle a Jesús. Y él, sensible siempre a los problemas humanos, advirtió: “Alguien me ha tocado, yo he sentido que una fuerza salía de mí” (Lc 8, 46).

Quizás sabía que el Maestro de Nazaret, siguiendo el ejemplo del filósofo latino Lucio Anneo Séneca (4 a.C- 65 d.C) aconsejaba: “escucha aún a los pequeños, porque nadie es despreciable entre ellos” Y así como hay un arte del bien hablar, existe también un arte del bien escuchar.

Tu enfermedad se esfumó de tu cuerpo y se cumplió en ti lo que Gong Li, protagonista de la película china Adiós a mi concubina (1993) dirigida por Chen Kaige, exclamó: La vida en este mundo es como una noche en primavera”. Y tú, querida hemorroísa, la viste florecer en tu cuerpo y tu espíritu. Y también te encontraste con Jesús, como Saulo en el camino de Damasco; en aquella ocasión fue él quien le miro, pero esta vez quien le miró fuiste tú. El poeta escocés Robert Burns (1759-1796), escribió un poema que comienza con unos versos referidos igualmente a floraciones estacionales:

 “O my Luve’s like a red, red rose,

That’is newly sprung in June”.

Una imagen -en este caso una mirada- dice mucho más que mil palabras, asegura el refrán. El contacto visual apenas dura unos segundos, pero la información que podemos obtener de ellos es mucho más de lo que pudiéramos sospechar.

Tu vida, floreció como la del mundo, como la del camino, como la de la primavera y el verano. En el AT encontramos elocuentes imágenes varias de transformación. Por ejemplo: el cayado de Moisés en forma de serpiente (Éx 7, 10); la roca de Horeb que se convierte en fuente de agua fresca (Éx 17, 6). Imágenes bíblicas que nos muestran la posibilidad de transformar nuestro interior, sin dejar de ser nosotros mismos.

Vincent van Gogh (1853-1890), pintor holandés, lo expresó de este modo considerando su vida llena de nuevos comienzos, cambios de paisaje e ideas de cosas cada vez mejor: transformación constante. Y así lo quiso representar en su cuadro Rama de almendro en flor, sobre un cielo iluminado de azul: óleo sobre lienzo (Museo Van Gogh, Ámsterdam, Países Bajos).

Jesús te miró a ti y tú le miraste a él. Y así tu enfermedad se esfumó de tu cuerpo a no sabemos dónde, y amanecieron en ti sugerentes floraciones estacionales.

“Escuchar con nuestros ojos y ver con nuestros oídos nos enseña cómo abrir nuestras orejas y mentes en un nivel más profundo de receptividad y escucha” (Mark Coleman).

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), religiosa mexicana de la Orden de San Jerónimo y escritora exponente del Siglo de Oro de la literatura en español, canta en el siguiente poema la relación amorosa entre Jesús y los necesitados:

Esta tarde, mi bien, cuando te hablaba,
como en tu rostro y acciones vía
que con palabras no te persuadía,
que el corazón me viese deseaba.

Y Amor, que mis intentos ayudaba,
venció lo que imposible parecía,
pues entre el llanto que el amor vertía,
el corazón deshecho destilaba.

Baste ya de rigores, mi bien, baste,
no te atormenten más celos tiranos,
ni el vil recelo tu inquietud contraste

con sombras necias, con indicios vanos,
pues ya en líquido humor viste y tocaste
mi corazón deshecho entre tus manos.

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Convertir el corazón o la conciencia.

Domingo, 27 de junio de 2021
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talita-cumi550DOMINGO 13º T.O. (B)

(Mc 5, 21-43) Contigo hablo, niña, levántate.

Según Jesús, el corazón o la conciencia es el centro de la vida moral o el lugar donde se decide la voluntad de Dios. No se trata de cumplir unos preceptos legales sino de llevar a cabo la nueva justicia del Reino, que es defender a los vulnerables de la sociedad. De ahí la exigencia de convertir el corazón o la conciencia.

La referencia a la palabra de Dios no es en Jesús algo abstracto o individual sino referido a la comunidad creyente en medio de las situaciones históricas de injusticia en el “tiempo presente” a través de la lectura de los signos de los tiempos. El “amaros unos a otros” es la clave para afrontar los desamparos y los desvalimientos de las personas concretas.

La conciencia es el acontecimiento central de la interioridad o subjetividad cristiana, mediante la cual la persona creyente se siente relacionada íntimamente con Dios (aunque no siempre caiga en la cuenta de ello) en Jesucristo por medio de la fe. La fe genera energía para dar un paso adelante en momentos concretos, para abandonar la poltrona, las seguridades, la comodidad alienante, la indolencia interesada; en realidad, la fe mueve endorfinas, esa sustancia que elabora el cerebro para ponerse en acción, que dirían los entendidos. De la conciencia brotan las decisiones, el discernimiento, los juicios, etc., en el ámbito de las conductas, guiados por la palabra y la acción de Jesús que libera a las personas y proclama la buena noticia de que las cosas pueden cambiar.

Dice Esperanza Borús [1], que la primera de las curaciones que el alma necesita es no perderse en las identificaciones o enredos que nos ofrece engañosamente el mundo a fin de que el flujo de sangre (sangre = espíritu) sea cortado y todas esas energías vuelvan de nuevo a su fuente que es el Ser. El relato nos dice que la mujer había gastado sus bienes sin resultado alguno e incluso había empeorado. Esto es, el camino verdadero es aquel que nos lleva al núcleo mismo de nuestro Ser esencial. Los demás caminos nos desvían, nos desorientan y nos alejan de la íntima unión del alma con la Divinidad.

Mas cuando el alma roza, aun levemente, y experimenta la verdad del corazón, fuente de vida inagotable, y la fuerza necesaria para despertar, es cuando el Cristo oculto en nuestro interior reconoce al alma que lo busca; esa unión se profundiza y se abisma en el Amor.

Jesús al llegar a la casa de Jairo, echa a esos “egos” que no nos permiten acceder a la Verdad plena. Es entonces cuando el alma “despierta” y se levanta. Que el tiempo se ha cumplido viene expresado por el número doce, que indica perfección, y que el evangelista Marcos señala que es la edad de la niña y los años de búsqueda de la mujer que perdía sangre. Cuando buscamos fuera lo que llevamos en nuestro interior el encuentro íntimo no se produce.

Con frecuencia en los relatos donde se narran milagros de sanación o resurrección Jesús insiste en no divulgar lo sucedido. “Les insistió en que nadie lo supiera”, advertencia a ser prudentes y no exponer la Verdad a los extraños que puedan pisotearla, manipularla. El alma ha de nutrirse para fortalecerse. Por eso Jesús les pide que “le dieran a ella (al alma) de comer”.

Mas, ¿cuál es el vínculo entre corazón, conciencia y alma en búsqueda de la Verdad, del Amor? Esos signos o señales que la sociedad y el mundo actual nos ofrecen cada día. Para Jesús, el Reino de Dios era ante todo remediar el sufrimiento humano en todas sus formas y hacer posible la felicidad en cada circunstancia. Algo no siempre fácil y hasta arriesgado en determinadas ocasiones.

Vivimos en una sociedad enferma que da la espalda al dolor de las víctimas y sigue aplazando los temas de fondo que sacarían a muchos de situaciones de riesgo, especialmente las mujeres, sujetos seculares de explotación y sufrimiento. Francisco, en la Fratelli Tutti, nos recuerda que en la base de todo está la caridad que transforma e invita al compromiso por el Bien Común y el reconocimiento de la dignidad de todos los seres humanos. A pesar de que la comunidad internacional ha adoptado acuerdos para poner fin a la esclavitud y a todo desamparo, todavía hay millones de personas privadas de su libertad y obligadas a vivir en condiciones de esclavitud (FT 24).

En todo caso, la oración viene en nuestro auxilio para tener fuerza, para perder el miedo, para no sentirnos solos/as, para transformar la realidad. Cuando las noticias de cada día nos dejan helada la sangre, cuando el corazón se nos rompe de dolor, de impotencia, cuando los “por qué” quedan sin respuesta sólo nos queda la confianza de “Aquel que sustenta nuestra fe” pues “ahora” es Él quien está sosteniendo todas las cosas. Eso no es sólo cierto del universo físico, incluso nuestros cuerpos y todo lo que somos, sino que abarca las otras fuerzas y poderes en el mundo: psicológicos, sociales, espirituales y cuantos acontecimientos ocurren en él. Algo que solemos olvidar los cristianos tan acostumbrados a ver las cosas a través de los medios de comunicación sin caer en la cuenta de la fuerza que todo lo Unifica, por incomprensible que nos parezca.

Jesús se retiraba a orar una y otra vez. En Getsemaní agobiado por una angustia mortal, en la cruz, envuelto en tinieblas por el silencio de Dios, reza por todos incluso por aquellos que lo han condenado. Ora sin renunciar nunca a la confianza en su Abbá-Dios. Porque “incluso en el más doloroso de nuestros sufrimientos, nunca estamos solos”.

¡Contigo hablo, levántate! ¡No tengas miedo!

¡Shalom!

Mª Luisa Paret

[1] Esperanza Borús, Luminarias y Asombros, Ed. Visión Libros, Madrid 201

Fuente Fe Adulta

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¡Levántate!

Domingo, 27 de junio de 2021
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VolarDomingo XIII del Tiempo Ordinario

27 junio 2021

Mc 5, 21-43

Para el autor del evangelio, tanto la mujer gravemente enferma como la niña fallecida son imagen del pueblo, al que considera “agonizando”. Y, en tal situación, quiere proponerle que se adhiera a Jesús, a quien muestra como fuente de salud y de vida.

  En el nivel de consciencia mítico es lógico atribuir la salvación y la vida a alguna fuerza exterior -los dioses o héroes de que hablan las mitologías- que posee ese poder. Trascendido ese nivel, se hace manifiesto que la vida no es “algo” que se pueda comunicar desde “fuera”, sino que constituye justamente la identidad última de todo lo que es. Somos vida…, aunque con frecuencia lo olvidemos o incluso vivamos ignorándolo.

  Afirmar que la salvación no viene de “fuera” no es una muestra de autosuficiencia o de orgullo espiritual, ya que el sujeto de aquella afirmación (“soy vida”) no es el yo particular, sino la propia Vida, nuestra verdadera identidad. Bien entendida, por tanto, esa afirmación implica una total desidentificación del yo, al que reconocemos solo como una “forma” en la que nos estamos experimentando, pero no como el “sujeto” de lo que somos.

  El camino de la comprensión nace exactamente donde se cruzan las dos palabras de Jesús: “Tu fe te ha curado” y “Levántate”. La “curación” está en nosotros, pero necesitamos “levantarnos”.

  Levantarse significa salir de la ignorancia y de la postración, soltar la queja y el victimismo y reconocer nuestra verdadera identidad, la vida que somos. “Levántate” significa: “Comprende lo que eres”. Desde ahí -lo decisivo siempre es el desde donde hacemos las cosas-, conectando con lo que realmente solemos, podremos “levantarnos”, ponernos en pie y “resucitar”.

   A partir de esa experiencia, vivida con gozo y gratitud, podremos ayudar a otros a “levantarse” de cualquier situación de postración. El compromiso nacerá de la comprensión y fluirá a través de nosotros de una manera gratuita y desapropiada.

¿Vivo en actitud de ponerme en pie y de ayudar a vivir?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hacía doce años que la hemorroísa enfermaba, cuando nacía la niña de Jairo. ¡Esos viejos sistemas religiosos!

Domingo, 27 de junio de 2021
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resurreccion-de-la-hija-de-jairo_thumbDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Personajes del relato.

Jairo

         Era un personaje importante del mundo religioso judío, jefe de la sinagoga (un miembro destacado del sistema religioso judío. Jairo no encontraba remedio para su pequeña hija en el sistema religioso y acude a Jesús, un “excomulgado” del sistema. Jesús es quien confiere vida

A Jesús no le fue muy bien ni en el Templo ni en las sinagogas. Cuando Jesús termina de predicar en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, los jefes de la sinagoga querían echarlo por un barranco, (Lc 4,28).

Sin embargo Jesús no duda en acoger y “sanar – levantar – resucitar” a la hija de Jairo. (Levantar es una de las palabras que el NT emplea para hablar de la resurrección de Jesús).

Jesús se fue con él… Jesús sana a todo aquel que se encuentra con él. Jesús devuelve la vida.

La hija de Jairo y la hemorroísa.

Dos mujeres. Las dos perdían la vida. La niña estaba dormida-muerta. A la hemo – rroísa: hemo: sangre / reo: correr (flujo) se le “iba” la vida. La niña “estaba en las últimas”.

Tampoco la hemorroísa halla solución al problema de la vida en el sistema religioso y, por ello, acude, se acerca a Jesús

Ambas, la niña y la mujer en situación de impureza por la muerte y por la pérdida de sangre. Según el judaísmo, nunca debieron acercarse a Jesús ni la hemorroísa, ni Jairo para pedir la curación de su hija, así como tampoco nunca debió acercarse Jesús a estas dos situaciones.

Aquella mujer perdía la vida. En las culturas primitivas creían que la vida estaba en la sangre, y quien perdía la sangre, perdía la vida. (No es una afirmación muy exacta, pero con cierto sentido común y coloquial (aunque no exactamente científico), cuando vemos que una persona tiene una hemorragia por un derrame, un accidente, “vemos” que pierde la vida.

No se trata de meramente un hecho biológico. Aquella mujer, como tantas personas perdía o perdemos  o “malgastamos” la vida.

Jesús “nunca debió” haber tratado con mujeres, ni tener discípulas, ni curar a una mujer. Pero “lo de Jesús” es algo muy diferente de la religión judía y -probablemente- de todas las religiones. Jesús se acerca a todo el mundo: hombres, mujeres y niños, judíos y paganos, buenos y malos. Y se acerca no para recriminar nada, sino para que tenga vida.

Jesús

         Es la figura central. Jesús se distancia del legalismo y de la religión judía. Antes es la vida que la ley. Se puso del lado de la mujer impura y le devuelve la salud, la dignidad y la felicidad. Jesús se muestra como  liberador de lo que esclaviza e infunde miedo al ser humano: la opresión -interna y externa-, la enfermedad, la marginación y la muerte.

Jesús -lejos de la religión oficial- se posiciona del lado de la mujer impura y le devuelve la salud, la dignidad, la serenidad que no había encontrado en la religión, ni en la sociedad.

En algún otro momento Jesús ya lo había dicho: Dios no es un Dios de muerte, sino de vida, (Lc 20,38).

  1. Símbolos del relato

Tocar el manto

Varias veces se repite en el relato de hoy la expresión “tocar, apretujar”.

Jesús se acerca a la niña, la coge de la mano y la levanta, la devuelve a la vida.

         La hemorroísa quiere tocar el manto. El manto era, significaba “el ámbito” de una persona, en este caso, el espacio de Jesús

         Tocar es entrar en contacto con Jesús. La presencia, la cercanía de Jesús transforma a la persona y la rehabilita y reintegra en la vida.

En situaciones de muerte, de depresión, de droga, de hundimientos personales, de pérdida de la vida, el encuentro con Cristo, devuelve la vida, nos devuelve a la vida.

Podemos ser viejos católicos, religiosos de toda la vida; solamente el encuentro con Cristo es el que nos liberará y nos dará o nos devolverá a la vida. La cercanía de Jesús transforma la existencia humana.

Doce

Curiosamente en las dos mujeres se repite la cifra: “Doce”. La niña tenía doce años y la hemorroísa llevaba doce años enferma. De otra manera: Hace “doce  años”, cuando la hija de Jairo nacía, enfermaba la vieja hemorroísa, como si fueran incompatibles la salud y las vidas de ambas en el viejo sistema religioso. No es casual, el simbolismo. El número doce es símbolo del pueblo judío, Israel. Doce es la totalidad de Israel.

Ambas mujeres representan a Israel, que no encuentra solución en sus instituciones ni en su religión -la sinagoga, la Torah (ley)-.

Después de haber buscado y hecho lo indecible –“se había gastado en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor”-, hasta morir.

Podemos ser viejos católicos, religiosos de toda la vida; solamente el encuentro con Cristo es el que nos liberará y nos dará o nos devolverá a la vida.

  1. Estamos hechos para vivir y vivir bien.

Estamos llamados a la vida. Estamos hechos para vivir y para vivir bien.

Tres breves consideraciones

  1. El suicidio

En el otoño del 2004 se celebró en Roma (Vaticano) un Congreso médico-psicológico-teológico sobre la depresión y el suicidio. Las actas de tal Congreso están publicadas y las cifras son alarmantes: en Europa Occidental el índice de suicidio ha aumentado en un 60 % en los últimos 45 años. (En Euskadi se produce un suicidio cada dos días. En España se produce 10 suicidios al día).

Para que una persona quiera cesar en la vida ha tenido que pasar mucho y malo. Quien se toma un tubo de pastillas está gritando que no puede más y que “se va” porque precisamente quiere vivir.

Quizás el cliente del evangelio de nuestro tiempo no será el hombre pecador, sino el hombre proveniente del absurdo y del sinsentido.

De lo que no hay duda es que estamos hechos para vivir. Muchas veces lo problemático es el cómo.

  1. hijos de la ilustración.

En Europa Occidental somos hijos de la Ilustración (siglo XVIII) que nos ha metido en la cabeza y en el hábitat cultural en el que vivimos que la vida, la salvación, la felicidad nos vienen del progreso, de la razón-ciencia, de la tecnología, etc. La esperanza y la vida de la Ilustración, nuestra esperanza radican en el desarrollo. Pero bien sabemos que el hombre no puede darse a sí mismo la plenitud, la felicidad, la vida. Son un don, una gracia de Dios. El ser humano no termina de ser feliz por sus propios medios. Y esto no es una ideología, sino una experiencia existencial. La vida es un regalo, en último término una gracia de Dios.

C       ¿Qué es vivir bien?

         Confiamos y nos entregamos a aquella realidad de la que esperamos nos va a venir la vida, el bienestar, la felicidad.

  •  Cuando nuestros jóvenes amanecen somnolientos, si no en peores condiciones, tras una noche de placer, están buscando la vida.
  •  Quienes conciben la vida como unas vacaciones permanentes o viven en una continua dispersión o se vive en turismo de sexo o cosa parecida, también están buscando la vida.
  •  Todo este mundo de la macrobiótica, gimnasios, el culto al cuerpo y el mito de la eterna juventud, busca la vida.
  •  La ciencia y la tecnología nos ofrecen paraísos terrenales de vida.
  •  Las ideologías, el poder, el dinero pretenden garantizar y amarrar la vida.

Sin embargo la muerte y las situaciones de muerte nos embargan.

         A veces vivimos en situaciones que ponen al ser humano en las “últimas” como la niña hija de Jairo: penosas situaciones económicas, raciales, políticas, etc.

         En muchas ocasiones perdemos o derramamos sangre –vida-, como la mujer hemorroisa. Perdemos la vida.

         Y el ser humano, a pesar de estar hecho inmortal e incorruptible (Libro de la Sabiduría y todo el pensamiento griego) experimentamos la muerte.

  1. Dios de vida: Acercamiento a la vida.

         Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes. Nuestro Dios es de vivos y no de muerte.

         La actitud de Jesús es siempre de vida, de conceder o restablecer la salud: ciegos, leprosos, hemorroisa, el hijo pródigo. El evangelio de san Juan está plagado de referencias a la vida: Yo soy el pan, el agua de vida, yo soy la resurrección, he venido para que tengan vida,etc.

         Los dos momentos de vida que nos ofrece el evangelio de hoy muestran un acercamiento al que es la vida.

         El jefe de la sinagoga se acerca a Jesús, la hemorroisa toca aunque solamente sea a Jesús.

         Cristo es fuente de la vida.

El enigma del ser humano, incluida la muerte, quedan iluminadas desde la Vida que se manifiesta en Jesús.

Cada cual podemos reconocernos como Jairo que acude a Jesús, como la mujer que siente estar perdiendo su vida, o como la niña que escucha la palabra que le dice: “levántate“.

         Se trata de acercarse a Cristo, al Logos, a la verdad, de amar la vida a fondo perdido y trabajar por ella. La vida está en crisis en muchos aspectos y problemas éticos en nuestro momento cultural.

         En el principio existía la Palabra y la Palabra era vida. Acercarnos a Cristo tal vez signifique volver a la Palabra, al sentido de la vida, volver todos a ser razonables y sensatos ante los muchos problemas que debilitan o amenazan la vida.

Lo hemos escuchado en la primera lectura: Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo los vivientes.

Y, a esa luz, podemos preguntarnos: ¿por dónde se me escapa la vida?, ¿qué es lo que me tiene hundido?, ¿tengo fuerzas para levantarme, vivir y trabajar por la vida?

         La cuestión crucial no es: ¿qué ocurre después de la muerte?, sino: ¿quiénes somos y cómo estamos en esta vida? ¿Estamos bajo el manto de Cristo? ¿Cristo está en nuestra vida?

Dios creó al hombre incorruptible, para la vida

El encuentro con Cristo es vida.

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Vámonos a otra parte…

Domingo, 7 de febrero de 2021
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 ¡Vámonos a otra parte!

No es bueno dormirse en los laureles
ni asentarse allí donde nos reconocen.
No es bueno mantener nuestro puesto y estatus
mientras otros son marginados y expulsados.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno ser el centro del encuentro
mientras hay quienes se quedan fuera, al margen.
No es bueno vivir con abundancia y confort
mientras otros carecen de lo básico y necesario.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno que a uno le atienda y sirvan
mientras a otros se les esconde y olvida.
No es bueno tener tanta calidad de vida
mientras hay quienes luchan por ella cada día.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

No es bueno creer que estamos en lo cierto
mientras hay tantos hermanos perdidos.
No es bueno quedarse donde hemos llegado
habiendo tantos caminos que no hemos recorrido.

Y sucede cada día, Señor,
aquí y en otros lugares de nuestra tierra.

¡Vámonos a otra parte!

*

Florentino Ulibarri

***

Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron.

– “Todo el mundo te busca.”

Él les respondió:

“Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

*

(Marcos 1,29-39)

***

La compasión es una cosa diferente a la piedad. La piedad sugiere distancia, incluso una cierta condescendencia. Yo actúo frecuentemente con piedad: doy dinero a un mendigo en las calles de Toronto o de Nueva York, pero no le miro a los ojos, no me siento a su lado, no le hablo. Mi dinero sustituye a mi atención personal y me proporciona una excusa para proseguir mi camino. La compasión, en cambio, es un movimiento de solidaridad hacia abajo. Significa hacerse próximo a quien sufre. Ahora bien, sólo podemos estar cerca de otra persona si estamos dispuestos a volvernos vulnerables nosotros mismos. Una persona compasiva dice: «Soy tu hermano; soy tu hermana; soy humano, frágil y mortal, justamente como tú. No me producen escándalo tus lágrimas. No tengo miedo de tu dolor. También yo he llorado. También yo he sufrido». Podemos estar con el otro sólo cuando el otro deja de ser «otro» y se vuelve como nosotros.

Tal vez sea ésta la razón principal por la que, en ciertas ocasiones, nos parece más fácil mostrar piedad que compasión. La persona que sufre nos invita a llegar a ser conscientes de nuestro propio sufrimiento. ¿Cómo puedo dar respuesta a la soledad de alguien si no tengo contacto con mi propia experiencia de la soledad? ¿Cómo puedo estar cerca de un minusválido si me niego a reconocer mis minusvalías? ¿Cómo puedo estar con el pobre si no estoy dispuesto a confesar mi propia pobreza? Debemos reconocer que hay mucho sufrimiento y mucho dolor en nuestra vida, pero ¡qué bendición cuando no tenemos que vivir solos nuestro dolor y nuestro sufrimiento! Estos momentos de verdadera compasión son a menudo, además, momentos sin palabras, momentos de profundo silencio.

Recuerdo haber pasado por una experiencia en la que me sentía totalmente abandonado: mi corazón estaba sumido en la angustia, mi mente enloquecía por la desesperación, mi cuerpo se debatía con violencia. Lloraba, gritaba, pataleaba contra el suelo y me daba contra la pared. Como en el caso de Job, tenía a dos amigos conmigo. No me dijeron nada: simplemente, estaban allí. Cuando, algunas horas más tarde, me calmé un poco, todavía estaban allí. Me echaron encima sus brazos y me tuvieron abrazado, meciéndome como a un niño.

*

H. J. M. Nouwen,
Vivir en el Espíritu,
Brescia 41998, pp. 101-103, passim

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“Aliviar el sufrimiento”. 5 Tiempo Ordinario – B (Marcos 1,29-39).

Domingo, 7 de febrero de 2021
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La enfermedad es una de las experiencias más duras del ser humano. No solo padece el enfermo que siente su vida amenazada y sufre sin saber por qué, para qué y hasta cuándo. Sufre también su familia, los seres queridos y los que le atienden.

De poco sirven las palabras y explicaciones. ¿Qué hacer cuando ya la ciencia no puede detener lo inevitable? ¿Cómo afrontar de manera humana el deterioro? ¿Cómo estar junto al familiar o el amigo gravemente enfermo?

Lo primero es acercarse. Al que sufre no se le puede ayudar desde lejos. Hay que estar cerca. Sin prisas, con discreción y respeto total. Ayudarle a luchar contra el dolor. Darle fuerzas para que colabore con los que tratan de curarlo.

Esto exige acompañarlo en las diversas etapas de la enfermedad y en los diferentes estados de ánimo. Ofrecerle lo que necesita en cada momento. No incomodarnos ante su irritabilidad. Tener paciencia. Permanecer junto a él.

Es importante escucharle. Que el enfermo pueda contar y compartir lo que lleva dentro: las esperanzas frustradas, sus quejas y miedos, su angustia ante el futuro. Es un respiro para el enfermo poder desahogarse con alguien de confianza. No siempre es fácil escuchar. Requiere ponerse en el lugar del que sufre, y estar atentos a lo que nos dice con sus palabras y, sobre todo, con sus silencios, gestos y miradas.

La verdadera escucha exige acoger y comprender las reacciones del enfermo. La incomprensión hiere profundamente a quien está sufriendo y se queja. De nada sirven consejos, razones o explicaciones doctas. Solo la comprensión de quien acompaña con cariño y respeto puede aliviar.

La persona puede adoptar ante la enfermedad actitudes sanas y positivas, o puede dejarse destruir por sentimientos estériles y negativos. Muchas veces necesitará ayuda para confiar y colaborar con los que le atienden, para no encerrarse solo en su dolor, para tener paciencia consigo mismo o para ser agradecido.

El enfermo puede necesitar también reconciliarse consigo mismo, curar heridas del pasado, dar un sentido más hondo a su sufrimiento, purificar su relación con Dios. El creyente puede entonces ayudarle a orar, a vivir con paz interior, a creer en su perdón y a confiar en su amor salvador.

El evangelista Marcos nos dice que las gentes llevaban sus enfermos y poseídos hasta Jesús. Él sabía acogerlos con cariño, despertar su confianza en Dios, perdonar su pecado, aliviar su dolor y sanar su enfermedad. Su actuación ante el sufrimiento humano siempre será para los cristianos el ejemplo a seguir en el trato a los enfermos.

José Antonio Pagola

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“Curó a muchos enfermos de diversos males”. Domingo 6 de febrero de 2021. Domingo quinto del tiempo ordinario.

Domingo, 7 de febrero de 2021
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14ordinarioB5 cerezoLeído en Koinonia:

Job 7,1-4.6-7: Mis días se consumen sin esperanza.
Salmo responsorial: 146: Alabad al Señor, que sana los corazones destrozados.
1Corintios 9,16-19.22-23: ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!
Marcos 1,29-39: Curó a muchos enfermos de diversos males

Hoy el libro de Job nos lo presenta sumido en un gran sufrimiento. Delante de sus amigos desnuda su corazón, su desilusión. Ellos, que defienden una teología alejada de la vida, no pueden comprender la queja de su amigo ni acompañarlo plenamente en su dolor. El grito de Job está presente en la vida diaria de muchos hombres y mujeres en todos los rincones del planeta, que enfrentan una vida de lucha y dificultad. Job compara su existencia con la vida de un «mercenario»; mercenario es quien vende su lucha, que libra por dinero causas que no son suyas y se fatiga por empresas que no ama.

El libro de Job, como sabemos, es una joya literaria dentro de la Biblia hebrea (de la que está tomado nuestro «Primer Testamento»). Es una reflexión sapiencial sobre ese problema irresoluble, o mejor, sobre ese misterio eterno que es «el mal». El misterio del mal, su presencia injustificada en el mundo, ante la cual necesitamos justificar a quienes podrían resultar implicados por la existencia del mal. A Dios, en primer lugar. En efecto, la «teodicea» o disciplina filosófica que trata de mostrar la existencia de Dios, trata en realidad de «justificar» a Dios –como expresa la etimología misma de la palabra–.

Lo importante del libro de Job no son sus «datos históricos» (que no existen, pues no es un libro histórico), ni las respuestas de tipo explicativo que quisiera dar sobre el dolor humano (que estarían hoy absolutamente sobrepasadas), sino la sabiduría que encierra en sus reflexiones.

En efecto, la ciencia avanza cada día, y no tiene sentido hoy estudiar la óptica en la obra de Newton por ejemplo, que fue uno de sus fundadores, pues como ciencia su obra está hoy enteramente sobrepasada. En cambio, no avanzamos cada día en sabiduría –que no está en el mismo plano de la ciencia–, y hoy la humanidad sigue viviendo de la sabiduría de personajes como Confucio, Buda, Sócrates, Jesús… En realidad no hemos avanzado sobre aquella sabiduría fundamental adquirida hace ya tres mil años… Esa constatación nos permite escuchar y leer el libro de Job.

Pablo, de manera parecida a Job, se encuentra en una discusión acalorada con sus interlocutores, en la comunidad de Corinto, en la que grupos fracciones que critican y cuestionan su autoridad (v.3). Pablo responde haciendo una defensa radical de su misión y declara su absoluta libertad frente a toda manipulación o poder humano. No se declara miembro de un movimiento o representante de alguna institución, sino como un hombre “obligado a cumplir una tarea”. En el imperio Romano era común la práctica del clientelismo, en la cual el benefactor se convertía en patrón de quien recibía sus beneficios. El apóstol desea dejar en claro la pureza de su mensaje, que no está vendido a ningún “cliente”, ni moldeado por ningún interés personal (v. 17-18). Esta libertad en Cristo, le permite al apóstol ser un servidor de los demás. No teme amoldarse a las condiciones de vida de los destinatarios de su mensaje: judíos, seguidores de la ley o rebeldes a ella, débiles. Pablo anuncia así el Evangelio de la libertad que no se matricula con la rigidez, ni hace el juego a ningún interés particular o sectario, sino que es capaz de entrar en diálogo con la diferencia y de llegar a “todas” las realidades humanas, como una Buena Noticia del amor de Dios.

Esto es precisamente lo que hace Jesús en el evangelio de Marcos: entrar en la vida de las personas, ser uno de ellos en su cotidianidad. El domingo pasado, lo vimos sanando a un endemoniado. Hoy, lo acompañamos con Simón y Andrés a la casa de Pedro. La casa, el lugar íntimo done se comparte el techo, la mesa. Allí se encuentra con una anciana enferma, la suegra de Pedro, Jesús se acerca, la toma de la mano y la levanta. Un gesto tan simple como es el acercarse, y tomar de la mano hace el milagro de recuperar a esta mujer, que no sólo recupera su salud, sino su capacidad de servicio. Al atardecer muchos vinieron a buscarlos, y relata el evangelista que Jesús continuó sanando. Era común en la época de Jesús que los enfermos fueran tenidos por malditos o poseídos por espíritus malos, de manera que eran alejados, excluidos y nadie se atrevía a acercarse a ellos. Jesús, al contrario, se entrega con amor y dedicación a su cuidado, siendo su servidor.

La práctica de curación, la lucha contra el mal, es decir, la praxis liberación del ser humano… es la práctica habitual de Jesús. Tan importante como hacer el bien, es evitar el mal, y luchar contra él: dar la vida en la tarea de procurar la paz, la salud, el bienestar, la felicidad… a todos aquellos que la han perdido. Ser cristiano es, entre otras muchas cosas, luchar contra el mal, no quedarse de brazos cruzados, o ensimismado en los propios asuntos, cuando vivimos en un mundo con las cifras escalofriantes de pobreza y miseria que hoy padecemos.

«Anunciar hoy el Reino» no es cuestión de sólo palabras; exige simultáneamente construirlo. La «evangelización», la nuestra, ha de ser como la de Jesús. Su «anunciar» la buena noticia no es cuestión de simplemente transmitir información… sino de hacer, de construir, de luchar contra el mal, de sanar, curar, rehabilitar a los hermanos, ponernos a su servicio, acompañar y dignificar la vida que, en todas sus manifestaciones, es manifestación de la mano creadora de Dios. Leer más…

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Dom 7.2.21: Dura batalla es la vida. Crónica y “razón” de la in-felicidad (Job)

Domingo, 7 de febrero de 2021
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William-blake-job-and-his-family-restored-to-prosperityDel blog de Xabier Pikaza:

Hay tiempo para llorar y reír; para sufrir y disfrutar; para abrazarse y despedirse (Eclesiastés 3, 4-5). Del tiempo para sufrir trata la lectura del domingo 7.2.21 (5º del TO) con un texto de  Job.

No es un capítulo dulce de  consuelo o auto-ayuda, sino  de lucha fuerte con un Dios enigmático y esquivo, como indicaré a continuación: (a) Breve  comentario  de la lectura del domingo. (b) Discusión con Job: una crónica de la infelicidad humana

a. LECTURA DEL DOMINGO.

Texto. Job 7.

  1. Dura milicia es la vida del hombre en la tierra, y sus días son días de duro trabajo
  2. Como esclavo al sol que quiere, o jornalero que espera un salario que no llega,
  3. así he tenido meses de desengaño y me han venido noches de sufrimiento.
  4. Estando acostado, digo ¿cuándo me levantaré y romperá la aurora?
  5. Y me canso de cambiar de postura, de un sitio a otro, hasta que llegue el alba.
  6. Mi carne está llena de gusanos y costras de tierra; mi piel hendida y abierta, supura.
  7. Mis días corren más que lanzadera de tejedor, y sin esperanza pasan.
  8. Recuerda, oh Dios, que mi vida es un soplo y que mis ojos no volverán a ver prosperidad.
  9. No me verán más los ojos que me ven; me mirarán, pero ya no seré.
  10. Las nubes se disipan y pasan; así es quien desciende a la fosa y no vuelve.
  11. El que muere no retornará a su casa, ni su lugar volverá a reconocerlo.
  12. Por eso, no refrenaré mi boca, sino que hablaré en la angustia de mi espíritu…

Comentario  

Primer soliloquio: ¿No es acaso una milicia dura la vida del hombre? (7, 1‒5). El término hebreo (saba‘) está indicando como lucha militar (guerra constante), aunque esa palabra puede tener otros matices, vinculados con diversos tipos de esfuerzo o tarea. El Dios de la Biblia se define como sebaot, Señor de batallas, de los ejércitos del cielo (ángeles, astros) o también de la tierra (de los que combaten las guerras de Yahvé).

En esa línea, el hombre es luchador sin salida ni cescanso, siervo sufrido, bajo un Señor que le domina desde arriba, en una guerra sin fin, como enfermo que espera la noche para reparar cansancio del día, y nuevamente aguarda el día para alejar los terrores de la noche, sin descansar ni un momento ni otro. La vida es según eso enfermedad consciente (culpable) de sí misma (Buda). Una enfermedad de muerte, una guerras cuya única victoria y certeza es el sepulcro, cerrado, para siempre.

Segundo soliloquio: Corren mis días más que lanzadera… (7, 6‒11). Como ha destacado en un capítulo anterior, Job hubiera preferido no nacer o fallecer de inmediato. Y, sin embargo, paradójicamente, se aferra a la vida, que avanza inexorable, como vara de telar que viene y va, a gran velocidad, hasta completar la trama de la vida y detenerse, no para gozar al fin, sino para sufrir sin fin bajo la muerte. Así lo había dicho el rey Ezequías, en su canto famoso de enfermo condenado de antemano al sepulcro: “Como tejedor devanaba yo mi vida y me cortan la trama” (cf. Is 38, 12). La vida del hombre es así una experiencia radical de fragilidad, aliento/ruah que se desvanece.

            Ciertamente,el hombre es ruah fuerte, espíritu de Dios (cf. Gen 2,7); pero, al mismo tiempo, es un soplo que se apaga y desciende al Sheol, lugar/estado de opresión, en el que todo cesa, de forma que el hombre se hunde en una especie oquedad y sombra, oscuridad de muerte. Entre el espíritu de Dios que es vida y la oscuridad del Sheol que es muerte habita el ser humano: Por una parte quiere morir y descansar; por otra tiene miedo acabar por siempre.

          Conforme a la visión de Job, el hombre no es alma inmortal  y poderosa (como han dicho algunos), sino un aliento frágil, entre Dios y la nada, en la frontera que separa vida y muerte, para caer al fin siempre en la . Por un lado, morir es un descanso, como el nirvana del budismo; por otro es la mayor dureza de la vida, y por eso Job protesta en contra ella.

          Ésta es la paradoja: Por un lado, el hombre desea la muerte, acaba cansado, esperando que suene la hora. Pero, al mismo tiempo, desea que tarde, que no llegue nunca el toque de la muerte. Así vive, así muere-

b. JOB, UNA CRÓNICA DE LA INFELICIDAD HUMANA

 En el límite de la vida, al borde de la angustia, rechazado por sus familiares y  combatido por cuatro amigos que le echan la culpa de su malaventuranza, diciéndole que él mismo la ha causado y la merece por sus males,  Job no tiene más forma de vida que el sufrimiento.  (1) Antes de la prueba de Dios, Job había sido bienaventurado siendo rico y poderoso. (2) En medio de la “prueba”, enfermo y expulsado en el estercolero, él tendrá que discutir con Dios y con sus amigos sobre la razón y sentido de su malaventuranza[1].

 La felicidad de Job cuando había sido poderoso

En su apología (Job 29‒31), antes de que Dios dicte su juicio, Job se presenta a sí mismo como un hombre que había sido bienaventurado, conforme a unos principios morales y sociales de abundancia y riqueza externa, en línea de poder sobre los otros; él se presenta así como bienaventurado porque era rico, muy poderoso, respetado por todos, pero siempre en una línea de justicia y misericordia: Sostenía, ayudada y respetaba a los pobres (aunque en el fondo les tomara como infelices, e incluso como pecadores).

  Hablaban de él con admiración y gratitud (cf. 29, 11), pues ayudaba a los necesitados, ofreciéndoles su apoyo económico y social, de tal forma que podía presentarse como abogado y defensor de los excluidos y expulsados de la sociedad. Era padre de huérfanos, protector de viudas, garante de justicia para los extranjeros, signo y presencia del Dios en la tierra:

Era ojos para el ciego, pies para el cojo, padre de los necesitados. Me ocupaba de la causa de los desconocidos, y quebrantaba los colmillos del inicuo; de sus dientes le hacía soltar la presa (29, 15‒17).

 Era justo y bienaventurado (feliz), pero situándose siempre y actuando desde un plano superior, como poderoso, justo y sabio, rico bienhechor de todos, en la cumbre de los poderes de la tierra (a diferencia de los bienaventurados de Lc 6, 20‒22, que serán los pobres, hambrientos, los que lloran). Job no era bueno como ser humano sin más, pobre entre los pobres, sino como rico; no era hambriento sino un hombre bien saciado, comiendo de banquete siete días por semana, cada día en la casa de sus siete hijos ricos (en compañía sus tres hijas bellas).

De un modo significativo, este Job era rico, y así podía actuar como bienhechor de los demás, desde su lugar más alto de riqueza. Era dueño de campos de labranza, con dehesas de pastores, amo de grandes caravanas, honrado en la ciudad, poderoso en la sede los tribunales. Lo tenía todo y de esa forma podía ayudar a los demás (huérfanos, viudas, extranjeros), conforme a la ley israelita, pero siempre desde arriba, como gran protector o patrono de los necesitados, aunque sin convivir de verdad con ellos.

 Job era una clara demostración de que los ricos pueden ser también en su línea “buenos” (magnánimos), pero al servicio de sí mismos, dentro de una sociedad de clases, donde ellos, haciendo “favores” a los pobres, les tenían en el fondo someterles, obrando así para sentirse mejor a sí mismos, recibiendo el reconocimiento y la fidelidad social de aquellos a quienes favorecían En esa línea se entiende mejor la durísima diatriba que Job dirige, en 30, 1‒15, contra un tipo de pobres “desagradecidos” a quienes él antes había ayudado, como si ellos tuvieran el deber de respetarle, mostrándose sumisos por los dones recibidos.

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