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“La conversión fundamental”, por Juan Zapatero

Miércoles, 20 de marzo de 2024
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IMG_3276Una de las invitaciones frecuentes que la Iglesia repite con más insistencia a sus fieles, durante el tiempo de Cuaresma, es, sin ningún género de duda, la invitación a la conversión. De hecho las palabras que dirige el sacerdote o el representante de la comunidad a la persona que se acerca para que le imponga la ceniza, durante el Miércoles de dicho nombre,  van claramente en esta dirección: “Conviértete y cree en el Evangelio“.

Si nos atenemos a lo que dice la RAE sobre “convertirse“, encontramos entre otras acepciones, la de “transformarse”, “hacer que alguien cambie o cambiar uno mismo”, “moverse de un sitio para trasladarse a otro”, etc.

Para comenzar, debo decir que mis recuerdos, siendo niño o recién estrenada la juventud, por ser el momento en que yo era más consciente, respecto a la Cuaresma, eran de que se trataba de un tiempo muy especial, un tiempo privilegiado de gracia, nos decían, que debíamos aprovechar para profundizar y ahondar en nuestra conversión. Cabe recordar, en este sentido, aquellas tandas de ejercicios espirituales, conferencias cuaresmales, etc., separadas en muchos casos por razón de edad y de sexo, durante el tiempo que duraba dicha práctica, en que se nos insistía y advertía de la necesidad de cambiar nuestras vidas. Un cambio centrado, sobre todo, en eliminar, más que estructuras y actitudes arraigadas a nivel personal, acciones concretas negativas o contrarias a la moralidad vigente en el momento (recuerdo aquellas subidas del tono de la voz, por parte de los predicadores, cuando sacaban a colación el tema de las blasfemias).

A ello iban dirigidas aquellas pláticas, prédicas y sermones encaminados a mover los sentimientos de la gente allí presente, con el fin de ayudarlos a que se reconocieran pecadores por haber transgredido las leyes morales y los preceptos prescritos por la Iglesia. Se recomendaba de manera encarecida a los asistentes, una vez acabados los días que duraban los ejercicios o en cualquier momento de la Cuaresma, a hacer una “buena” confesión que, si era general, mejor que mejor. Solían centrarse los predicadores en actitudes relacionadas con posibles prácticas viciadas de la vida, relacionadas casi siempre con los “mismos” o con el “mismo” mandamiento de la ley de Dios. Una vez recibida la absolución y rezadas las oraciones pertinentes, impuestas por el confesor como penitencia, se volvía a la vida diaria procurando evitar cometer los pecados confesados o, como mínimo, retardarlos el máximo tiempo posible.

Quienes contáis con algunos años, recordaréis aquel doble tipo de dolor de los pecados sobre el que nos hablaba el catecismo: el de contrición y el de atrición, necesarios en toda confesión. Al primero se le denominaba “perfecto” por el reconocimiento por parte del pecador de haber ofendido a Dios “por su bondad infinita”, según las propias palabras del catecismo.  Al de atricción, en cambio, se le llamaba “imperfecto“, porque el motivo del dolor de los propios pecados no era otro que el miedo a las penas del infierno.

Dejando atrás semejantes distingos del catecismo de entonces, propios de la época y del tipo de moral del momento, pienso que tiene sentido seguir hablando hoy de la “conversión“, ahondando o, si se me permite, puliendo un tanto aquella idea de “contrición” de entonces.

Creo que se hace necesario, por lo que a la conversión se refiere, dejar un poco de lado el punto de la conversión “desde donde“, para centrarnos más en el de la conversión “hacia dónde”. Porque tengo muy claro personalmente que es desde lo segundo que la persona puede llegar a conseguir la “conversión fundamental”. Necesitamos dejar de dar el protagonismo a nuestras miserias y deficiencias, sin olvidarlas, claro, sólo faltaba!, para decidirnos de una vez por todas a poner todo nuestro empeño en apostar por el Dios que Jesús nos presenta en el Evangelio (de ahí el “Conviértete y cree en el Evangelio). Que no es otro que el Dios (Abba) que ama y perdona sin condiciones y, por ello, salía cada tarde, y continúa saliendo también hoy cada día, a ver si retorna el hijo que se ha apartado de Él.

Creo que sigue siendo esta la asignatura pendiente para los creyentes en general y para los cristianos, ¿católicos?, en particular. Porque, mientras no se produzca en nosotros este cambio radical y profundo (metanoia), continuaremos por los derroteros de “negar las bendiciones…”, por parte de unos y de que “dichas bendiciones no duren más de quince segundos”, por parte de otros (perdóneseme, por favor, la alusión a tan triste episodio).

No he querido hablar una vez más de la conversión, a secas, aprovechando el tiempo litúrgico en que estamos. He pretendido, sencillamente, hacer hincapié en que sólo desde la conversión fundamental”, que no es otra que la vuelta al Dios del amor y la bondad, nuestras deficiencias y miserias dejarán de tener el protagonismo, para otorgárselo al Dios del amor y la misericordia; anticipándonos, en todo caso, a aquel “Oh feliz culpa…”, de la Vigilia Pascual.

Juan Zapatero Ballesteros

zapatero_j@yahoo.es

Fuente Fe Adulta

Espiritualidad ,

Lo sientes en tus entrañas

Lunes, 18 de marzo de 2024
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IMG_0939Dra. Nicolete Burbach

La reflexión de hoy es de de la colaboradora invitada, la Dra. Nicolete Burbach, líder de justicia social y ambiental en el Centro Jesuita de Londres. Su investigación se centra en utilizar las enseñanzas del Papa Francisco para superar las dificultades en el encuentro de la Iglesia con la transidad.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el quinto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

El gran teólogo medieval Tomás de Aquino escribió una vez: “la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona”. Según una interpretación, “naturaleza” aquí significa aquello que Dios crea para luego llevar a cabo su cumplimiento por medios sobrenaturales. Dicho de otro modo, la naturaleza es aquello que espera la gracia. Cuando la gracia perfecciona la naturaleza, Dios la lleva a la expresión más verdadera de su ser.

Vista de esta manera, la gracia es “integral” a la naturaleza. La gracia no es un principio opuesto que anula o reemplaza a la naturaleza, sino su realización. Podemos ver esto en la forma en que la naturaleza, a través de la gracia, se convierte en vehículo para su propia salvación. Por ejemplo, en los sacramentos, la gracia se apodera del pan y del vino, del agua y de las palabras, y los eleva a signos eficaces de nuestra salvación.

En las lecturas litúrgicas de hoy vemos esta salvación escrita en los cuerpos. La segunda lectura de Hebreos es parte de una discusión más amplia sobre lo que significa que Cristo sea un cuerpo humano. Dios nombró a Cristo para que asumiera nuestra humanidad para que pudiera servir como Sumo Sacerdote, representándonos ante Dios e intercediendo por nosotros. Cristo consintió en obediencia, y Dios escribió nuestra salvación en Su carne: su vida, muerte y resurrección (Hebreos 5:7-10).

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entretejidas en los tendones del cuerpo de Cristo.

2000 años después, en la Eucaristía, somos ese Cuerpo. Jeremías vislumbró esta realidad. En la primera lectura de hoy, escuchamos una profecía del nuevo pacto de Dios: un pacto que será conocido y guardado no simplemente porque a la gente se le hable de él, sino porque lo conocen en lo más profundo de sus cuerpos. Como lo expresa la traducción católica de Douai Rheims del siglo XVII, lo sabrán “en sus entrañas” (Jeremías 31:33). Dios también escribe nuestra salvación en nuestros cuerpos.

IMG_3614La perfección de la naturaleza por parte de la gracia tiene un significado social. La naturaleza pecaminosa de la humanidad se expresa en “estructuras de pecado”: las características de la sociedad que nos impiden alcanzar la plenitud que Dios desea para nosotros al negarnos las cosas que necesitamos para prosperar. La gracia perfecciona la naturaleza superando estas estructuras para construir una sociedad justa. Los cuerpos también son centrales para esta superación: en Jeremías, los cuerpos en los que está escrita la nueva alianza constituyen una sociedad que vive en obediencia a ella. 2000 años después, podríamos decir que el Cuerpo de Cristo, al que están incorporados nuestros cuerpos, está llamado a continuar la obra de salvación defendiendo la justicia en el mundo.

Aquí me dirijo a mis lectores trans, que conocen íntimamente esta obra. “Trans” es un nombre que la sociedad da a las vidas que van en contra de sus normas de género. La transidad rompe la regla fundamental del género: que los seres humanos vienen en dos tipos sexuales inmutables, con dos roles sociales inmutables asociados. Las personas trans son castigadas por esta violación impidiéndoles vivir una vida plena. Las vidas trans son arrojadas, como granos de trigo, al suelo para morir (Juan 12:24). En esta reescritura de la Pasión, todas las personas trans aprenden dolorosamente que las normas de género que violamos y las instituciones que las vigilan son “estructuras de pecado” en este sentido.

Pero así como la Cruz no fue la última palabra, también hay más en la transidad. Si ser trans es toparse con estas estructuras pecaminosas, entonces vivir tu vida trans es vivir desafiándolas. Al hacerlo, la transidad es testigo de la posibilidad de vivir de una manera liberada del régimen de género. Al trabajar por la liberación trans, también ayudas a crear esa posibilidad. Finalmente, al vivir una vida trans y buscar la liberación trans, ejerces cierta libertad de su poder.

En este contexto, la transidad comienza a parecerse un poco a la obra de la gracia.

Esta liberación es, por supuesto, imperfecta. El género está presente en nuestras vidas en el nivel más profundo. Está incrustado en los mismos conceptos con los que pensamos en nosotros mismos y formulamos nuestros deseos. Está entrelazado a través de las comunidades e instituciones que dan forma a las posibilidades de nuestras actividades. Y es poco probable que algo tan profunda y complejamente arraigado pueda deshacerse durante nuestra vida.

Sin embargo, estas limitaciones no son absolutas. Como persona trans, demuestras esto cada vez que encuentras formas de vivir una vida más plena dentro de esas limitaciones y a pesar de ellas. Tomas signos de género que de otro modo dictarían tu papel en la sociedad (formas de hablar, actuar y relacionarte) y los encarnas de maneras que articulan nuevas verdades y crean nuevas posibilidades para la comunidad y las relaciones. Estos son los frutos que brotan del grano caído de tu vida (Juan 12:25); un recorrido sobre la Resurrección.

Tales triunfos hacen que tu vida trans sea más que una simple obra de gracia. En ellos, tomas el material caído de la sociedad que te rodea y lo pones en labor redentora. Construyes algo a partir de esta naturaleza caída que comienza a superar los males encarnados en ella. Al hacerlo, trazas la gracia escrita en tu cuerpo. Y a partir de ahí, como papel de calco, tu vida se convierte en una transcripción del poder redentor de la gracia.

Visto de esta manera, también podemos ver cómo la transidad es obediencia a la gracia y su exigencia de ser escrita. Entregas tu vida en medio de la naturaleza caída y así te levantas para cumplir con el decreto fundamental de la gracia: que debemos ser más que nuestro estado caído (Juan 12:25). Al volver sobre la gracia escrita primero en el cuerpo de Cristo, tomamos esa naturaleza descarriada y la ponemos al servicio de la gracia por la cual es redimida.

Gracia y naturaleza, redención y obediencia: están entrelazadas en los tendones de tu cuerpo trans.

Ni el autor de Hebreos ni de Jeremías pensaban en las personas trans mientras escribían. Sin embargo, tú, como trans, podrías encontrar tu vida en estos pasajes. Estos autores escribieron sobre una gracia que ustedes conocen tan íntimamente. Lo encarnas en tu vida trans, que es el signo efectivo de tu liberación y una imagen de su poder.

Está escrito en tu cuerpo. Lo sientes en tus entrañas.

—Nicolete Burbach, 17 de marzo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“No se ama impunemente”. 5 Cuaresma – B (Juan 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024
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Farmer's Hand Planting Seeds In Soil In Rows

Pocas frases tan provocativas como las que escuchamos hoy en el evangelio: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto». El pensamiento de Jesús es claro. No se puede engendrar vida sin dar la propia. No se puede hacer vivir a los demás si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los otros. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que sabemos entregarnos.

En el cristianismo no se ha distinguido siempre con claridad el sufrimiento que está en nuestras manos suprimir y el sufrimiento que no podemos eliminar. Hay un sufrimiento inevitable, reflejo de nuestra condición creatural, y que nos descubre la distancia que todavía existe entre lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Pero hay también un sufrimiento que es fruto de nuestros egoísmos e injusticias. Un sufrimiento con el que las personas nos herimos mutuamente.

Es natural que nos apartemos del dolor, que busquemos evitarlo siempre que sea posible, que luchemos por suprimirlo de nosotros. Pero precisamente por eso hay un sufrimiento que es necesario asumir en la vida: el sufrimiento aceptado como precio de nuestro esfuerzo por hacerlo desaparecer de entre los hombres. «El dolor solo es bueno si lleva adelante el proceso de su supresión» (Dorothee Sölle).

Es claro que en la vida podríamos evitarnos muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores. Bastaría con cerrar los ojos ante los sufrimientos ajenos y encerrarnos en la búsqueda egoísta de nuestra dicha. Pero siempre sería a un precio demasiado elevado: dejando sencillamente de amar.

Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las gentes. El que ama se hace vulnerable. Amar a los otros incluye sufrimiento, «compasión», solidaridad en el dolor. «No existe ningún sufrimiento que nos pueda ser ajeno» (K. Simonow). Esta solidaridad dolorosa hace surgir salvación y liberación para el ser humano. Es lo que descubrimos en el Crucificado: salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre.

José Antonio Pagola

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“Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto”. Domingo 17 de marzo de 2014. Domingo quinto de Cuaresma

Domingo, 17 de marzo de 2024
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23-cuaresma B5 cerezoDe Koinonia:

Jeremías 31,31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré sus pecados. 
Salmo responsorial: 50: Oh Dios, crea en mí un corazón puro. 
Hebreos 5,7-9:  Aprendió a obedecer y se ha convertido en autor de salvación eterna. 
Juan 12,20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto.

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y a los judíos divididos entre los que se quedaron y los que fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se des-absolutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen «órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad». El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo de la fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere da mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el Evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la auto-conservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la auto-conservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Éste es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis: ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo, aunque se haya dado un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado), no podemos dejar de descubrir un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las «ideologías» (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos y la colectividad, la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, ha acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al azar de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que «la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común» [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de «adelgazamiento del Estado», su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés, incluso creyendo, paradójicamente, que con ese interés propio es como mejor colabora al bien común…. Es una ideología enteramente contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de todas las religiones. Es por eso que podemos considerarla como la proclamación de una nueva religión, la del egoísmo insolidario. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de la hominización trasparenta cada vez más su verdadera naturaleza, y la inconformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»… Si, con el evangelio, creemos que «no hay mayor amor que dar la vida», que la ley suprema es «morir como el grano de trigo: para dar vida» (evangelio de este domingo), deberíamos comprometernos en hacer que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Post-data crítica sobre el evangelio de Juan

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evangelio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión, con frecuencia: el evangelio de la comunidad de Juan. Leer más…

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17.3.24. (Dom 5 C.) Como grano de trigo. Sólo da vida quien al darla muere (Jn 12, 20-33)

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_6428Crucifixión blanca de Marc Chagall

Del blog de Xabier Pikaza:

Este pasaje es una  continuación del evangelio del domingo pasado (Jn 3, 14-21: Dios no ha enviado a su Hijo para juzgar, sino para salvar al mundo), y lo hace muriendo por ellos.

He escrito en otros lugares extensos comentarios de este evangelio. Aquí me limito a destacar sus rasgos principales,  con algunos términos griegos, que pongo entre paréntesis, no porque sean necesarios para entender mi comentario, sino para animar a mis lectores a profundizar en ellos. Buen domingo a todos.

Juan 12,20-33

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: “Señor, quisiéramos ver a Jesús.” Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús, que les contestó:

“Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.

Ahora mi alma está agitada,  ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.”

Entonces vino una voz del cielo: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.” La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo:

“Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.”

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Lectura comentada

Había allí algunos griegos (Ἦσαν δὲ Ἕλληνές τινες ). El evangelio de Juan ha terminado de exponer el camino y mensaje de la “vida pública” de Jesús en Israel (en Galilea y Jerusalén). Con el nuevo capítulo (Jn 13) empieza el discurso de la cena (la gran despedida), con la pasión, muerte y pascua de Jesús.

Éste es el  momento en que Juan introduce a los griegos (helenos) que son, en sentido general los  no judíos, los paganos, los gentiles. El texto supone que Jesús ha venido también para ellos, no de un modo directo (Jesús no predicó a los gentiles), sino indirecto, a través de los discípulos que son representantes de la misión universal de la Iglesia),  en una línea que puede y debe compararse con la que traza el libro de los Hechos, a partir de Hch 6-7 (presencia y misión de los helenistas).

Intermediarios de la misión griega: Felipe y Andrés.  Según el evangelio de Juan, los portadores de la misión helenista o gentil son Felipe y Andrés de Betsaida, ciudad semi-helenista del Golán, cercana a Cafarnaúm, de donde fueron los primeros discípulos de Jesús, según Jn 1, 19-51. Andrés (hermano de Pedro) fue el primero de los discípulos de Jesús, y a su lado (en vez de Pedro, que cumple otra función) emerge Felipe (que es como Tomás y Judas  el que plantea las preguntas fundamentales de la vida cristiana, cf. Jn 14).

Por otra parte, Felipe y Tomás aparecen en la tradición cristiana como autores de los evangelios “helenistas” (gnósticos) de Jesús, no admitidos en el canon.    Pues bien, en este momento de “cambio esencial” (de apertura a los gentiles, a los nuevos paganos, al mundo nuevo/culto de la modernidad), el evangelio de Juan apela a Andrés con Felipe), como si hoy (año 2024) necesitáramos nuevos intermediarios de evangelio.

Los griegos quieren “ver a Jesús” y les contestó: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.  Son los de fuera (los griegos, gentiles) lo que le buscan, a través de dos “intermediaros” (Andrés y Felipe). Pero Jesús no les responde “voy”, ni les dice que vengan, ni propone un lugar de encuentro, sino que comenta: “ha llegado la hora” (Ἐλήλυθεν ἡ ὥρα).

Éste es el momento de abrir el evangelio a los gentiles, de forma nueva, con métodos distintos, un evangelio que no sea ya judío, ni cristiano al modo anterior, un evangelio nuevo para esta nueva hora.

Todo el texto que sigue indica el sentido de esa “hora/misión” de los gentiles, la hora en que ha de ser “glorificado el Hijo del Hombre” (ἵνα δοξασθῇ ὁ υἱὸς τοῦ ἀνθρώπου). Esta expresión (que sea glorificado, ἵνα δοξασθῇ)  indica la finalidad de la misión universal de Jesús, de su apertura a los antiguos y nuevo gentiles, en este año 2024, en que estamos llamados a expresar la gloria de Dios  como palabra salvadora para todos los pueblos, con la ayuda de los nuevos “misioneros” (Andrés el griego, patrono de la iglesia bizantina) y Felipe, el evangelista de los tiempos nuevos.

Si el grano de trigo no cae en tierra y muerte (ἐὰν μὴ ὁ κόκκος τοῦ σίτου πεσὼν εἰς τὴν γῆν ἀποθάνῃ, αὐτὸς μόνος μένει·). Grano de trigo es el mensaje de Jesús (cf. Mc 4 par); grano de trigo para morir y dar vida somos también los creyentes (cf. 1 Cor 15). Grano de trigo es finalmente Jesús, Dios hecho semilla, fermento de vida en la vida de los hombres.

El Dios de Jesús no crea imponiéndose sobre los hombres, sino dándoles su vida, muriendo por ellos. Jesús tiene que caer/morir no sólo en la tierra judía de la “ley” antigua, sino en toda la tierra de los hombres (como indica ya Mc 4). Los griegos/gentiles que buscan a Jesús a través de Andrés y Felipe son los humanidad entera en la que Jesús ha de ser “enterrado”, caer y morir como grano de trigo, elevarse en la cruz para atraer/salvar a todos.

Jesús no está solo, Jesús somos todos: Quien ame su vida (se aferra a ella), la perderá; quien odie (=entregue su vida) la ganará… (ὁ φιλῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ ἀπολλύει αὐτήν, ὁ καὶ μισῶν τὴν ψυχὴν αὐτοῦ   ζωὴν αἰώνιον φυλάξει αὐτήν. ). Es como el trigo: si queda sólo, cerrado en sí mismo, es inútil; por el contrario, al sembrarse y morir en la tierra se vuelve semilla de vida, da fruto, resucita (cobra vida más grande en la nueva espina y sus granos). También nosotros resucitamos viviendo en los otros… Jesús su presenta así como semilla de nueva humanidad, de una cosecha abundante de vida.

Como Jesús esa semilla de trigo), así lo son sus “servidores”, esto es, sus compañeros, que no son siervos sometidos (criados, esclavos: doulos, douloi…), sino dikonoi ( διάκονος), compañeros, colaboradores). Leer más…

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Angustia y oración. Domingo 5º de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024
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si el grano de trigo muere germina y da frutooracion-del-huerto-2

Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Oración del huerto

     La primera lectura, profundamente optimista, anuncia una nueva alianza entre Dios y el pueblo. Todo tendrá lugar de forma fácil, casi milagrosa, sin especial esfuerzo para Dios ni para nosotros. En cambio, las dos lecturas siguientes ofrecen una imagen muy distinta: la nueva alianza entre Dios y el pueblo implicará un duro sacrificio para Jesús. Un sacrificio que le sumerge en la angustia y le mueve a rezar al Padre. Esta trágica experiencia se recuerda hoy en dos versiones distintas: la de Juan, y la de la Carta a los Hebreos, que recoge el famoso relato de la oración del huerto de los olivos contado por los evangelios sinópticos.

Oración en el templo (evangelio de Juan 12,20-33)

            El cuarto evangelio enfoca el relato de la pasión de manera peculiar, bastante distinta a la de los sinópticos: no acentúa el sufrimiento de Jesús sino el señorío y la autoridad que demuestra en todo momento. Por eso no cuenta la oración del huerto. Pero unos días antes sitúa una experiencia muy parecida de Jesús en la explanada del templo de Jerusalén.

 En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-Señor, quisiéramos ver a Jesús.

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hambre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.

Entonces vino una voz del cielo:

-Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.

La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

           El evangelio comienza y termina en tono de victoria. El triunfo inicial se concreta en el deseo de algunos de conocer a Jesús (es secundario que se trate de “gentiles”, paganos, como dice la traducción litúrgica, o de “judíos de lengua griega” residentes en otros países que han venido a celebrar la fiesta de Pascua). Y ese triunfo, reflejado en el interés de unos pocos, alcanza dimensiones universales al final: “atraeré a todos hacia mí”.

            Pero este marco de triunfo encuadra una escena trágica: Jesús es consciente de que para triunfar tiene que morir, como el grano de trigo; tiene que ser “elevado sobre la tierra”, crucificado. Ante esta perspectiva confiesa: “me siento agitado”, angustiado. E intenta superar ese estado de ánimo con la reflexión y la oración. Ante todo, procura convencerse a sí mismo de la necesidad de su muerte: igual que el grano de trigo tiene que pudrirse en tierra para producir fruto. Sin embargo, los argumentos racionales no sirven de mucho cuando uno se siente angustiado. Viene entonces el deseo de pedirle a Dios: “Padre, líbrame de esta hora.  Pero se niega a ello, recordando que ha venido precisamente para eso, para morir. En vez de pedir al Padre que lo salve le pide algo muy distinto: “Padre, glorifica tu nombre”. Lo importante no es conservar la vida sino la gloria de Dios.

Oración en el huerto (Carta a los Hebreos 5,7-9)

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. El, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

El relato de los evangelios sinópticos es muy conocido: Jesús marcha al huerto de los olivos la noche en que será apresado. Sabe que va a morir, siente profunda angustia, y por tres veces reza al Padre pidiéndole que, si es posible, le evite ese trago amargo. La Carta a los Hebreos no se detiene a contar lo ocurrido. Pero recuerda lo trágico del momento cuando afirma que Jesús rezó “a gritos y con lágrimas”, cosa que no menciona ninguno de los evangelios. Y lo que pedía (“pase de mí este cáliz”) lo sugiere al decir que suplicaba “al que podía salvarlo de la muerte”.

Sin embargo, el final de la lectura es optimista: Jesús salva eternamente a quienes le obedecen. En medio de este contraste entre tragedia y triunfo, unas palabras desconcertantes: “en su angustia fue escuchado”. Quizá el autor piensa en el relato de Lucas, que habla de un ángel que viene a consolar a Jesús. Pero quien conoce el evangelio advierte la ironía o el misterio que esconden estas palabras: Jesús es escuchado, pero muere.

El templo y el huerto

            Es evidente la relación entre las dos lecturas. En ambos casos Jesús se siente agitado (Juan) o angustiado (Hebreos). En ambos casos recurre a la oración. En ambas lecturas, la palabra final no es la muerte, sino la victoria de Jesús y, con él, la de todos nosotros. Pero, dentro de estas semejanzas, hay una gran diferencia con respecto a la oración de Jesús: en el evangelio, se niega a pedir al Padre que lo salve, sólo quiere la gloria de Dios, por mucho que le cueste; en la Carta, Jesús suplica “a gritos y con lágrimas” para ser salvado de la muerte.

            La ciencia bíblica actual tiende a considerar estos relatos dos versiones distintas del mismo hecho. Pero durante años y siglos estuvo de moda la tendencia a armonizar los datos del evangelio. En esta postura, los relatos ofrecen dos momentos distintos y sucesivos de la experiencia humana y religiosa de Jesús.

            En un primer momento, ante la angustia de la muerte, se refugia en la reflexión racional (he venido para morir como el grano de trigo) y se niega a pedirle al Padre que lo salve. Al cabo de pocos días, cuando la pasión y muerte no son una posibilidad sino una certeza, reza con gritos y lágrimas, sudando sangre (como añade Lucas): “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz”. Una reacción más humana, pero perfectamente compatible con lo que cuenta Juan.

            A las puertas de la Semana Santa, la experiencia y la reacción de Jesús son un ejemplo excelente que nos anima en nuestros momentos de angustia y desánimo, y nos mueve a agradecerle su entrega hasta la muerte.

La nueva alianza (Jeremías 31,31-34)

            La primera lectura ofrece el quinto momento, culminante, de la Historia de la salvación.

«Mirad que llegan días —oráculo del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor —oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: «Reconoce al Señor». Porque todos me conocerán, desde el pequeño al grande —oráculo del Señor—, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados».

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17 de Marzo. Domingo V de Cuaresma. Ciclo B

Domingo, 17 de marzo de 2024
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“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”.

(Jn 12, 20-33)

Jesús llega a Jerusalén después del recorrido de una vida, en donde se ha ido conociendo y haciéndose consciente de la misión que su Padre le encomienda.

Poco a poco, en un desgranar la vida, va “comprendiendo” que la vida es una entrega continuada. Un descentramiento del mi, me, conmigo para dejar todo su espacio y tiempo a la escucha de Su Padre y al anuncio del Reino de los Cielos.

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. Y la glorificación en el Evangelio de Juan tiene lugar en la Cruz.

La Cruz, el vaciamiento de las voluntades, es el lugar de la entrega definitiva. Pero la gloria, la resurrección, la comprensión pasa por una muerte. La muerte de las pasiones, del no entender, del soltar todas las seguridades, los controles, los afectos.

Jesús se queda desnudo, se vacía, y ahí surge la novedad, el espacio totalmente libre de sí. Pero esto duele, desgarra, hace sentir el miedo, la angustia. Pero todo ello es el precio de una transformación en Vida Nueva. Vivir ya definitivamente para el Padre.

La Cruz es la entrega definitiva, la entrega plena, que conduce a la vida plena.

“Yo os aseguro que el grano de trigo seguirá siendo un único grano, a no ser que caiga dentro de la tierra y muera”.

Jesús podía haber sido el hombre que vivía para los demás. En un desalojo continuado de su ego, pero si no hubiera existido una entrega definitiva, su vida no se hubiera plenificado siendo camino de Vida para los demás.

Solo quien es capaz de morir a sí mismo, en oscuridad y soledad, en la tierra de la entrega, es capaz de hacer brotar la esencia.

Jesús nos ofrece el mejor regalo: correr la misma suerte que Él. La entrega definitiva de la seguridad para vivir en la plenitud de ser.

Oración

Ayúdanos a desalojarnos de lo que no somos, a entrar sin miedo en la sombras para llegar a esa plenitud que es vivir en TI.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Tu vida biológica es sólo un medio para alcanzar la verdadera vida.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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resizeimag-aspDOMINGO 5º DE CUARESMA (B)

Jn 12, 20-33

Estamos en el c. 12. Después de la unción en Betania y de la entrada triunfal en Jerusalén, y como respuesta a los griegos que querían verle, Juan pone en boca de Jesús un pequeño discurso que no responde ni a los griegos ni a Felipe y Andrés. Versa, como el domingo pasado, sobre la Vida, pero desde otro punto de vista. Aquí la Vida solo puede ser alcanzada aceptando la muerte del falso yo. También hoy Jesús es levantado en alto, pero para atraer a todos hacia él. Los “griegos” que quieren ver a Jesús podían ser simplemente extranjeros simpatizantes del judaísmo. El mensaje de Juan es claro: Los judíos rechazan a Jesús, y los paganos le buscan.

Ha llegado la hora de que se manifieste la gloria de este Hombre. Todo el evangelio de Juan está concentrado en la “hora”. Por tres veces se ha repetido la palabra “hora”; y otras tres, aparece el adverbio “ahora”. Es el momento decisivo de la cruz, en el que se manifiesta la gloria-amor de Dios y de “este Hombre”. En su entrega total refleja lo que es Dios. Todos estamos llamados a esa plenitud humana que se manifiesta en el amor-entrega. Ahora es posible la apertura a todos. El valor fundamental del hombre no depende ni de religión ni de raza ni de cultura. Los que buscaban su salvación en el templo tienen que descubrirla ahora en “el Hombre”.

Si el grano de trigo no muere, permanece él solo; Declaración rotunda y central para Juan. Dar Vida es la misión de Jesús. La Vida se comunica aceptando la muerte. La Vida es fruto del amor. El egoísmo es la cáscara que impide germinar esa vida. Amar es romper la cáscara y darse. La muerte del falso yo es la condición para que la Vida se libere. La incorporación de todos a la Vida es la tarea de Jesús y será posible gracias a su entrega hasta la muerte. El fruto no dependerá de la comunicación de un mensaje sino de la manifestación del amor total. Ese amor es el verdadero mensaje. El fruto-amor solo puede darse en relación con otros.

Hoy sabemos que el grano de trigo muere solo en apariencia. Desaparece lo accidental (la pulpa) para ser alimento de lo esencial (el embrión). En la semilla hay vida, pero está latente, esperando la oportunidad de desplegarse. Esto es muy importante a la hora de interpretar el evangelio de hoy. La vida no se pierde cuando se convierte en alimento de la verdadera Vida. La vida biológica cobra pleno sentido cuando se pone al servicio de la Vida. La vida humana llega a su plenitud cuando trasciende lo puramente natural. Lo biológico no queda anulado por lo espiritual.

Tener apego a la propia vida es destruirse, despreciar la propia vida en medio del orden este, es conservarse para una Vida definitiva. La traducción del griego es muy difícil. Primero habla de “psyche” (vida psicológica) y al final, de “zoen” vida, pero al añadir “aionion” perdurable, eterna, (vitam aeternam), está hablando de una vida trascendente. No es un trabalenguas, está hablando de dos realidades distintas. Hoy podemos entenderlo mejor. Se trata de ganar o perder tu “ego”, falso yo, lo que crees ser o de ganar o perder tu verdadero ser, lo que hay en ti de trascendente.

El amor consiste en superar el apego a la vida biológica y sicológica. En contra de lo que parece, entregar la vida no es desperdiciarla, sino llevarla a plenitud. No se trata de entregarla de una vez muriendo, sino de entregarla poco a poco en cada instante, sin miedo a que se termine. El mensaje de Jesús no conlleva un desprecio a la vida, sino todo lo contrario; solo cuando nos atrevemos a vivir a tope, dando pleno sentido a la vida, alcanzaremos la plenitud a la que estamos llamados. La muerte al falso yo no es la destrucción de la vida biológica, sino su plenitud. Si tomas consciencia de esto y has perdido el temor a la muerte, nadie ni nada te podrá esclavizar.

El que quiera colaborar conmigo, que me siga. “Diakonos” significa servir, pero por amor, no servir como esclavo. Traducir por servidor, no deja claro el sentido del texto. Seguir a Jesús es compartir la misma suerte; es entrar en la esfera de lo divino, es dejarse llevar por el Espíritu. El lugar donde habita Jesús, es el de la plenitud de Vida en el amor. Lo manifestará cuando llegue su “hora”. Allí entregando su vida, hará presente el Amor total, Dios. No se trata de la muerte física que él sufrió. Se trata de dar la vida, día a día, en la entrega confiada a los demás.

Ahora me siento fuertemente agitado; ¿Qué voy a decir?  “Padre líbrame de esta hora” ¡Pero, si para esto he venido, para esta hora! En esta escena, que los sinópticos colocan en Getsemaní, se manifiesta la auténtica humanidad de Jesús. Está diciendo, que ni siquiera para Jesús fue fácil lo que está proponiendo. Se trata del signo supremo de la muerte al “ego”. Se deja llevar por el Espíritu, pero eso no suprime su condición de “hombre”. Su parte sensitiva protesta vivamente. Pero está en el ámbito de la Vida, y eso le permite descubrir que se trata del paso definitivo.

Ahora el jefe del orden este va a ser echado fuera. Cuando sea levantado de la tierra, tiraré de todos hacia mí. Como el domingo pasado, identifica la cruz y la glorificación, idea clave para entender el evangelio de Juan. Muerte y vida se mezclan y se confunden en este evangelio. Habla de dos clases de muerte y dos clases de vida. Una es la muerte espiritual y otra la muerte física, que ni añade ni quita nada al verdadero ser del hombre. La muerte física no es imprescindible para llegar a la Vida. La muerte al falso “yo”, sí. La Vida de Dios en nosotros, es una realidad muy difícil de aprehender, pero a la que hay que llegar para alcanzar la plenitud humana. Toda vida espiritual es un proceso, un paso de la muerte a la vida, de la materia al espíritu.

La atracción de Jesús, una vez que ha sido levantado, no es una fuerza que nos llega desde fuera, sino un descubrimiento de que eso que vivió Jesús debemos vivirlo nosotros porque es nuestra verdadera naturaleza. Su Vida es la misma Vida de Dios y resuena en nosotros con total naturalidad, porque también está en nosotros. Ser lo que él fue es la meta de todo ser humano, porque es la única manera de desplegar nuestra humanidad. El cristo que llevo dentro me está empujando a la entrega a los demás, pero debo superar a la fuerza del ego que también me atenaza.

Mi plenitud humana no puede estar en la satisfacción de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, sino que tiene que estar en lo que tengo de específicamente humano; es decir, en el desarrollo de mi capacidad de conocer y de amar. Debo descubrir que mi verdadero ser consiste en darme a los demás. El dolor que causa el renunciar a la satisfacción del ego, la interpreta el evangelio como muerte, y solo a través de esa muerte se puede acceder a la verdadera Vida. Si ponemos todo nuestro ser al servicio de la vida biológica y psicológica, nunca alcanzaremos la espiritual.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El grano de trigo

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3569Jn 12, 20-33

«Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto»

Mientras Jesús permanece en Galilea, su enfrentamiento con escribas y fariseos es constante, pero se mantiene en un plano eminentemente dialectico y no va a mayores. Pero llega un momento en que tiene que decidir entre permanecer en Galilea o universalizar su mensaje llevando la buena Noticia al mismo corazón de Judea. Si permanece en Galilea como profeta rural, el alcance de su mensaje será muy limitado, pero su vida no correrá peligro. En cambio, si sube a Jerusalén pondrá en grave riesgo su vida, pues las autoridades le buscan para prenderle: «Vayamos también nosotros a Jerusalén a morir con él», dice Tomás, consciente del enorme peligro que ello supone.

Y Tomás tenía razón, desde que Jesús pisa Jerusalén sufre una oposición frontal por parte de las autoridades judías; una oposición que pronto pasa de las palabras a los hechos, pues los sacerdotes saben que si lo de Jesús triunfa, su estatus quedará seriamente dañado. Este enfrentamiento se agudiza día a día, y en esta dinámica Jesús acaba acusando a los sacerdotes y jefes del pueblo de usurpadores de la viña y homicidas, llamando hipócritas y sepulcros blanqueados a los escribas y fariseos, y tildando de pecadores a los santos que querían lapidar a la adúltera…

Su suerte está echada.

El texto de Juan corresponde al último discurso público de Jesús en el templo cuando los jefes ya han decidido su muerte. Fiel a su estilo, Juan no ve angustia o amargura en Jesús ante la inminencia de una muerte cruel y escarnecedora, sino que, por el contrario, lo que manifiesta es que «ha llegado la hora en que sea glorificado el hijo del hombre». La pasión y la muerte de Jesús se entenderán en aquel momento como “la hora de las tinieblas”; el momento en que las tinieblas se cierran definitivamente a la luz, pero, como dice Juan, ése es el momento culmen de su vida.

Jesús va a perder su vida, y eso precisamente dará sentido y valor a su vida entera. Si hubiese escapado de Jerusalén cuando aún estaba a tiempo, la hubiese salvado y se hubiese librado del escarnio al que le sometieron sus enemigos, pero habría quedado como un profeta de provincias sin ninguna trascendencia posterior y poca credibilidad. En cambio, de la muerte de Jesús nacerá nuestra posibilidad de creer en él, y por tanto nuestra posibilidad de conocer a Dios y reconocernos como Hijos.

De ese grano de trigo caído en tierra y enterrado brotará con enorme pujanza la fe en la Buena Noticia.

Miguel Ángel Munárriz Casajús 

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Perder para ganar. Fecundidad insospechada.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3105Jn 12.20-33

Con el texto de este último domingo de Cuaresma nos vamos situando en el pórtico de la Semana Santa. Es decir, en las consecuencias de una existencia vivida al modo de Jesús. Jesús muere no solo como consecuencia de su encarnación. Es decir, porque los hombres y las mujeres, morimos, sino que Jesús muere porque los hombres y las mujereas matan. En este texto Jesús revela el verdadero sentido de la existencia humana, que no es otro que estar dispuestos a entregarla por amor.

Pero el amor no es un ideal “blando” ni romántico, sino que pasa por el descentramiento de uno mismo, y la vivencia de una fidelidad y libertad conflictiva, vividas desde el convencimiento y la confianza en su  fecundidad misteriosa. Una fecundidad que no es “automática”, sino sembradora de un futuro alternativo. La lógica del evangelio no es exitosa ni triunfalista. El mesianismo de Jesús es un mesianismo descalzo que nos invita como iglesia a situarnos al lado de los perdedores y perdedoras de la historia para, desde abajo y desde dentro, señalar que es urgente y necesario otro mundo posible, sin primeros ni últimos, e ir alumbrándolo, desde la práctica de la gratuidad y el amor generoso, que antepone el bien común a los intereses  privados.

Esta lógica chirria frontalmente con el individualismo dominante, el sálvese quien pueda, la meritocracia, o el no todas las vidas importan, que son algunos de los dogmas con que el capitalismo neoliberal coloniza nuestras conciencias y sensibilidad. Pero el evangelio nos hace otra propuesta alternativa: la  Fraternidad, que se  construye desde un nosotros inclusivo y no desde el yo narcisista.  El camino de la  fraternidad lleva muchas veces a un aparente “perder para ganar” y a trabajar con conciencia del a largo plazo, pero con la confianza profunda  en que  lo que no  se da no se pierde y lo entregado gratuitamente puede ser semilla de un futuro inédito.

Sin embargo, una interpretación literalista de este texto puede a conducir a una inadecuada en la comprensión de la autoestima y el amor a uno mismo como una realidad no querida por Dios. Sin embargo, solo desde el amor y el reconocimiento de la propia dignidad humana en cada uno de nosotros podemos amar  y reconocer la de otros. El problema es cuando convertimos nuestro yo y nuestras necesidades personales en la medida de lo humano y en el centro de nuestros ideales y acciones, olvidando que somos en interdependencia y  en relación  y que solo desde este ser en comunión y en projimidad alcanzamos nuestra plenitud como personas. Vivir de esta manera tiene sus dificultades, pero también nos lleva a tener existencias que merezcan la alegría y el sentido de ser vividas y en esa aventura experimentar que el Dios de Jesús hace camino con nosotras sosteniéndonos y alentándonos de una forma insospechada, desde el misterio de la Pascua.

 

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Agitación

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3524Domingo V de Cuaresma

17 marzo 2024

Jn 12, 20-33

Nuestro pequeño yo se agita con facilidad. Basta que las cosas no salgan como espera para que, con la frustración, aparezcan inquietud, miedo y enfado. La frustración altera los planes del yo -que vive en la creencia ilusoria de que la realidad debe responder a sus expectativas- y genera, con mayor o menor intensidad, alteración emocional.

Una intensidad que es directamente proporcional al grado de amenaza que nuestra mente adjudica a un acontecimiento determinado. A su vez, esta catalogación mental se halla condicionada por experiencias más o menos traumáticas o, simplemente, dolorosas de nuestro pasado, que nos hacen especialmente sensibles ante determinadas circunstancias.

Encontramos, pues, diferentes factores que pueden explicar la mayor o menor intensidad de la agitación que experimentamos: experiencias dolorosas de nuestro pasado, el modo como funciona nuestra mente y el conjunto de creencias que hemos asumido, nuestra mayor o menor identificación con el yo… Con todo, me parece que, en el origen de la inquietud o angustia, se encuentra aquella creencia que nos hace vernos separados de la vida.

Una vez que nos identificamos con el yo particular -con esta forma concreta en la que nos experimentamos temporalmente-, dando por sentado que estamos separados de la vida, únicamente se puede experimentar miedo y tensión. El yo, además de solo, se sentirá amenazado. Y con razón, ya que, antes o después, será consciente de su propia impermanencia.

La agitación, por tanto, nunca podrá ser superada por el yo. Todos sus intentos no lograrán sino incrementarla, porque solo busca escapar de la situación que lo angustia (“Líbrame de esta hora”). Tampoco puede ser superada por la mente ya que, en última instancia, es esta quien la crea cuando la realidad no se corresponde con sus deseos.

La liberación pasa por superar aquella falsa creencia, reconocer que en nuestra identidad profunda somos vida -jamás podríamos pensarnos separados de ella- y, por tanto, entregar conscientemente “nuestra” vida a la vida. Ahí renunciamos al control, tan enfermizo como ineficaz -en realidad, no controlamos nada-, y se abre camino la paz.

En el relato evangélico, Jesús supera su agitación al tomar distancia de su ego amenazado y expresar: “Glorifica tu nombre”. En lenguaje no teísta, tal expresión podría traducirse por esta otra: “Que la vida sea”.

La comprensión nos permite tomar distancia del propio yo -al caer en la cuenta de que no constituye nuestra identidad-, y esa distancia nos permite liberarnos de su agitación, su agobio y su angustia. Lo que realmente importa no es lo que le suceda a mi yo, sino comprender que soy uno con la vida. Por eso puedo decir: “Que no sea lo que yo quiero, sino lo que la vida quiere”.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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El Dios de algunos moralistas es muy justo, porque condena a los malos y a los buenos en cuanto se descuidan.

Domingo, 17 de marzo de 2024
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IMG_3101Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Somos hijos del amor de Dios: Él nos ha creado por amor (gracia), y cuando nos crea, nos salva

            Nuestra concepción de la gracia y del perdón la vivimos un tanto distorsionada, porque partimos de la contraposición: estado de gracia y estado de pecado, cuando en realidad el origen es la gracia, el regalo de ser querido, creados y salvados por Dios.

Somos criaturas que brotamos del amor de Dios:

¿Me siento hijo querido por Dios? ¿Mi historia con Dios es una historia de amor o de pánico? ¿Tengo miedo a Dios?

Tú, Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo hubieses odiado, no lo habrías creado. Y ¿cómo subsistirían las cosas y los seres las si no hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia si Tú no las hubieses llamado? Pero Tú a todos perdonas, porque son tuyos, Señor que amas la vida. (Sabiduría 11,24-26).

02.- Pecador me concibió mi madre (salmo 50,7).

Es verdad, somos pecadores, pero queridos por Dios también, y sobre todo, en cuanto pecadores.

Esta es la diferencia entre el cristiano y aquel para quien la fe es un sistema de creencias, de derecho, normas y moralidad. Cristiano es sentirse querido por Dios y agradecido (gracia) a Dios también -y sobre todo- cuando el pecado invade nuestra existencia. La fe en el Señor se fundamenta no en la moral, sino en el amor de Dios, en sentirme querido por Dios.

Dios hizo una alianza con su pueblo, con la humanidad. Él nunca nos abandona: camina con nosotros, está de nuestra parte.

03. Culpabilidades malsanas.

Cuando sentimos culpa, culpabilidad, remordimientos, angustia, escrúpulos, es que no podemos “dejar nuestro pecado, ni nuestra vida en las manos de Dios y abandonarnos a Él”.

La culpabilidad es un sentimiento de orden psicológico, no precisamente cristiano. El miedo y la angustia infunden culpabilidad, y son lo contrario a la gracia. La gracia, la mirada elevada al crucificado y al Padre, pacifican, serenan el alma y la vida.

La culpabilidad hiere el alma y es lo contrario de la gracia. Vivir con miedo es exactamente lo contrario a vivir en gracia de Dios, simplemente es un “no vivir”. El miedo bloquea, paraliza, enquista, crea trincheras, pretende pone diques a la “ira de Dios.

 “El vivir en pecado del cristiano es vivir en gracia. Ser pecadores, no nos aleja de la bondad de Dios, sino que Dios se acerca más al ser humano pecador. Dios nos sigue amando más.

Quizás no podemos asumir, digerir nuestro pecado porque nuestro inconsciente y subconsciente están dañados desde la infancia, grabados a fuego por el troquel de culpabilidad. Una educación religiosa tiránica ha hecho mucho daño. Pero estas son cosas de la psicología, no del Evangelio. A Dios no le cuesta ningún trabajo acogernos, perdonarnos.

Los fracasos y el pecado vividos al amor y al calor de la lumbre de Dios, nos hacen más sencillos, más agradecido, más confiados., nos vuelven mejores.

Cristo le preguntó por tres veces a Pedro: ¿me amas? Pedro le ama a Cristo, pero como Pedro, también nosotros le amaremos siempre desde nuestro pecado o con nuestro pecado.

¿Mi conciencia de ser pecador me lleva al amor de Dios?

4.- Conversión.

La conversión no es un programa olímpico: citius, altius, fortius “más rápido, más alto, más fuerte”.

Para el cristiano todo es gracia, no objeto de conquista. Nos convertimos y transformamos nuestra mentalidad cuando nos acercamos a la gratuidad de Dios, al Dios de misericordia. Dios nos ama porque nos quiere, no porque hagamos cosas buenas, por nuestros méritos. (¡Ni mucho menos nos condena!).

Un cristiano (no una persona religiosa), vive la experiencia de la gracia cuando somos conscientes de que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, (Rom 8), ni el pecado, ni la muerte.

            Convertirse es pensar y vivir que Dios es Amor.

            A ciertas alturas de la vida, ya no podemos cambiar muchas cosas. La psicología y personalidad no se cambian así como así. Hago el mal que no quiero, decía san Pablo, (Rm 7,15). Dejemos estar nuestra existencia en manos de Dios.

05.- Dios nos perdona antes de que se lo pidamos.

Dios no espera a que volvamos; tampoco le hace falta esperar, porque nunca nos retiró la palabra ni nos dejó de amar. Dios se reconcilia con nosotros antes que nosotros demos un paso. Dios no se enoja con nuestro pecado, Dios siente pena, sufre con nosotros.

Para cuando un cristiano celebra el perdón en su comunidad eclesial, ya está más que perdonado por Dios.

La memoria de Dios amor nos serena, nos pacifica. Nada rehabilita tanto a la persona como la experiencia de que Alguien nos ama y ha hecho mucho por nosotros. Celebrar el perdón no es una auditoría de pecados, es recordar, recordarnos que la misericordia del Señor es eterna y su amor no tiene fin. El salmo 135 es un himno a la misericordia de Dios que la repite constantemente:

Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.

La alegría más grande no es la eficacia de nuestras penitencias, sacrificios, disciplinas, etc., sino el sentirnos amados por Dios y dejar en manos de Dios la última palabra. Y la última palabra de Dios es Jesús: amor y perdón.

Convertirnos probablemente significa también sanar nuestros recuerdos, nuestra memoria. Siempre estamos dando la vara: “me arrepiento de los pecados de la vida pasada”. Dios ya ha perdonado y olvidado nuestros “naufragios”. A lo mejor todavía no nos hemos instalado el “windows” de Jesús: el evangelio de la gracia.

06.- El juicio como acogida de la gracia

            El juicio de Dios es una nueva expresión de su amor. Eso es gracia. Quien nos sana no somos nosotros, sino que la terapia a nuestras carencias  está en Dios Padre.

¿Qué otra cosa es el perdón y la gracia sino el abrazo del padre y el hijo pródigo, abrazo que causa un encuentro y una crisis acogedora? Lo que vivieron y experimentaron  el padre y el hijo perdido, eso es perdón y eso es gracia.

07.- Dios deposita la semilla de trigo en nuestro barro.

            Dios nos hizo de barro, por tanto somos buena tierra. La semilla es la Palabra que el Señor ha sembrado, por tanto es una semilla llena de vida. Algunas zarzas y piedras siempre hay en nuestro acontecer por la vida, pero no tengamos duda de que lo primero y original es una buena tierra y una buena semilla. El grano de trigo que muere por los demás, siempre da fruto, no por nuestras fuerzas, sino porque el Señor no abandona la obra de sus manos.

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Ver al Jesús de los evangelios y seguirle con todas las consecuencias

Domingo, 17 de marzo de 2024
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De su blog Fe y Vida:

Comentario al evangelio del 5° domingo de cuaresma (17-03-2024)

Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada.

Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente

Muchas personas quieren ver a Jesús, pero cabe la pregunta: cuál Jesús se presenta, qué evangelio se anuncia

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:

-«Señor, queremos ver a Jesús».

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:

-«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».

Entonces vino una voz del cielo:

– «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».

La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo:

-«Esta voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir. (Jn 12, 20-33)

Cercanos al triduo pascual, el evangelio de Juan nos presenta a Jesús confirmando que “ha llegado la hora. Recordemos que en este evangelio está también el texto de las bodas de Caná, donde Jesús le dice a María que “no ha llegado su hora” (Jn 2, 4). Ahora, por la petición de los griegos que quieren verlo, Jesús ratifica la llegada de su hora, señalando en qué consiste: “para que el Hijo de hombre sea glorificado ha de ser enterrado como el grano de trigo, ha de morir y, solo entonces, dará mucho fruto.

La elaboración teológica de este evangelio es manifiesta y por eso el evangelista coloca en boca de Jesús los hechos ya consumados. Pero en su vida histórica, Jesús no tuvo estas certezas. Tuvo que afrontar el hecho de ser perseguido, mal interpretado, calumniado, rechazado y asesinado. Su muerte en cruz no fue un designio divino sino una decisión humana de aquellos que se sentían interpelados, cuestionados, confrontados y prefirieron sacarlo del camino antes que reconocer sus malas acciones. Y, en efecto, en el momento en que transcurrían esos hechos, Jesús experimentó la posibilidad de decir: “Padre, líbrame de esta hora”. Pero no lo hizo porque supo mantener la fidelidad a la misión encomendada. Y es esta fidelidad la que merecerá el “si” de Dios a toda su vida, en otras palabras, el que la muerte no tenga la última palabra, sino la vida resucita que Dios le concede.

Si aquellos griegos quieren ver a Jesús, han de verlo como Él es, confrontando al “príncipe de este mundo”, mediante la fidelidad a los valores del Reino, asumiendo, incluso, el perder la propia vida. Será esa fidelidad la que podrá atraer a muchos hacia Él y no la propaganda de sus milagros o la abundancia de panes o cualquier signo extraordinario que entusiasma a la gente. Por el contrario, si han de seguirlo ha de ser por el camino del servicio, del profetismo, de la lealtad, de la capacidad de no rehusar la muerte si ella es consecuencia de la fidelidad a la misión encomendada.

Hoy también muchas personas quieren ver a Jesús y muchos cristianos quieren anunciarlo. Pero cabe la pregunta de a cuál Jesús se presenta, de que evangelio se anuncia. La posibilidad de dar un mensaje de auto satisfacción, de beneficios personales, de signos externos que produzca tranquilidad de conciencia, abunda. E incluso, ante la necesidad de atraer más fieles porque comienzan a escasear, no importa qué espiritualidad se promueve, que grupo se apoye, que movimiento se difunde. Parece que el número es lo que importa y no hay discernimiento sobre los fundamentos de algunos grupos, contrarios a Vaticano II y, por supuesto, al papa Francisco, permitiendo que, a la larga, hagan más mal que bien. A puertas de terminar el tiempo de cuaresma, ojalá queramos ver al Jesús de los evangelios para seguirle con todas las consecuencias, sin temor a correr su misma suerte. Testigos del reino es lo que necesita nuestro mundo para que haya más bien que mal, más justicia que inequidad, más paz que guerras, más misericordia que juicio.

(Foto tomada de: https://orandosolosjuntos.blogspot.com/2018/05/siguiendo-jesus.html)

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Sobre el ayuno de Cuaresma

Martes, 12 de marzo de 2024
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“No es que el alimento sea un mal, ni que las satisfacciones naturales sean algo que Dios nos concede de mala gana, prefiriendo privarnos de ellas cuando puede. Ayunar es bueno porque el mismo alimento es bueno. Pero las cosas buenas de este mundo tienen eso, que son buenas en su momento y no fuera de él. El alimento es bueno, pero comer constantemente es malo, y en realidad ni siquiera es agradable. El hombre que se atiborra de alimento y de bebida disfruta con su hartura mucho menos que quien ayuna con su frugal colación.

Aun el ayuno mismo, en moderación y conforme a la voluntad de Dios, es cosa agradable. Hay saludables goces naturales en la contención de sí mismo: goces del espíritu, que comparte su ligereza aun con la carne. Feliz el hombre cuya carne no carga a su espíritu sino que sólo se apoya ligeramente en su brazo como graciosa compañera.

Por eso hay sabiduría en ayunar. La cabeza clara y el andar ligero de quien no come en exceso le permiten ver su camino y caminar por la vida con una alegría más sabia. Incluso hay una profunda justicia natural en este ayuno en primavera.

Estas razones son verdaderas en lo que pueden valer, pero no son por sí mismas una explicación suficiente del ayuno cuaresmal. Ayunar no es meramente una disciplina natural y ética para el cristiano. Es cierto que San Pablo evoca la comparación clásica del atleta que se entrena, pero el propósito del ayuno cristiano no es sencillamente tonificar su sistema, quitarse grasas inútiles y poner en forma el cuerpo, igual que el alma, para la Pascua. El significado religioso de la Cuaresma llega más hondo que eso. Nuestro ayuno ha de verse en el contexto de la vida y la muerte, y San Pablo puso en claro que él sometía al cuerpo a sujeción no sólo por el bien del alma, sino para que el hombre entero no fuese arrojado fuera.

Dicho de otro modo, el ayuno cristiano es algo esencialmente diferente de una disciplina filosófica y ética para el bien del ánimo. Tiene parte en la obra de la salvación, y por tanto en el misterio pascual. El cristiano debe negarse a sí mismo, sea con el ayuno o de algún otro modo, para poner en claro su participación en el misterio de nuestra sepultura con Cristo para resucitar con Él a una nueva vida. Eso no puede ser meramente cuestión de actos interiores y buenas intenciones. No se entiende que haya de ser algo puramente mental y subjetivo. Por eso el ayuno le está propuesto al cristiano por una larga tradición y por la Biblia misma, como un modo concreto de expresar la negación de sí mismo imitando a Cristo y participando de sus misterios.

Es cierto que la actual disciplina de la Iglesia, por serias razones, ha aliviado la obligación de ayunar, y en algunos países, la ha suprimido del todo. Pero, ciertamente, el cristianismo debería desear, si es capaz de ello, participar en esa antigua observancia cuaresmal, tan necesaria para una autentica comprensión del significado del Misterio Pascual”.

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Thomas Merton

Tiempos de Celebración 
(Pág. 127-128)

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Henry Gracz: El sacerdote que hizo de cada domingo un domingo rosa

Lunes, 11 de marzo de 2024
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IMG_3509Rob McDowell

La reflexión de hoy es del colaborador invitado Rob McDowell, profesor asistente de Geología en la Universidad Estatal de Georgia. Originario de Pittsburgh, PA, Rob dirige retiros sobre Laudato Si’ y la espiritualidad de la creación en el Centro de Retiros Jesuitas Ignatius House en Atlanta.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el cuarto domingo de Cuaresma se pueden encontrar aquí.

En la Iglesia Católica, el cuarto domingo de Cuaresma se llama domingo “Laetare”, de la palabra latina que significa “alegraos”. A algunas personas les gusta llamarlo Domingo Rosa, ya que en él el clero suele usar vestimentas rosas, en lugar del tradicional color púrpura de Cuaresma. El Evangelio de este Domingo Rosa  -en el ciclo litúrgico A- (Juan 9:1-45) trata sobre un hombre ciego a quien Jesús le devolvió la vista en sábado. En el contexto de los tiempos del Nuevo Testamento, un ciego, cuya enfermedad se pensaba que era una indicación de que era un pecador maldito, es amado y bienvenido por Jesús, pero todos los demás son incapaces de regocijarse por la restauración del hombre.

Los acontecimientos recientes en Atlanta muestran cómo podría haber sido esta historia. El 5 de febrero, Mons. Henry Gracz, párroco del Santuario de la Inmaculada Concepción de la ciudad durante 22 años, murió de cáncer de riñón metastásico. Henry le había contado amorosamente a la parroquia sobre su diagnóstico en una carta una semana antes, afirmando que le quedaban… tal vez… 120 días, pero Dios tenía un cronograma diferente.

El Santuario”, del cual soy miembro, es una parroquia vibrante. La misa de las once está llena de gente de todas las edades. No siempre fue así. En la década de 1980, el entonces pastor John Adamski comenzó a organizar cenas semanales para pacientes con SIDA. Los invitados a la cena comenzaron a unirse a las personas mayores y heterosexuales de la parroquia cada vez más reducida, y los feligreses heterosexuales comenzaron a ayudar en las cenas. Algunos feligreses se quejaron de este ministerio ante el Arzobispo, quien respondió uniéndose a las cenas. Finalmente, el padre John siguió adelante y el padre Henry se hizo cargo.

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El padre Henry Gracz fotografiado alrededor de 1973 mientras era párroco de la Iglesia De los Santos Pedro y Pablo, Decatur y cuándo se hizo cargo de” Santuario. Fotos cortesía de Archivos, Arquidiócesis de Atlanta

El Santuario siguió creciendo y llegó a ser conocido como “la iglesia católica gay”, ¡aunque es mayoritariamente heterosexual! Durante mucho tiempo ha albergado un stand en el Atlanta Pride Festival, que el propio Henry atendió el año pasado. Marchamos en el Desfile del Orgullo con nuestras camisetas de Shrine Pride. La hermana Jeannine Gramick y Francis DeBernardo del New Ways Ministry han hablado en el Santuario en varias ocasiones. En el Santuario se arraigó “Fortunate and Faithful Families” (Familias Afortunadas y Fieles), un grupo de apoyo a las familias de personas LGBTQ. Muchos católicos LGBTQ han regresado a la Iglesia de la que habían sido expulsados al unirse a la comunidad del Santuario. Todo esto atrajo la atención de un notorio grupo católico de extrema derecha, Church Militant, que calificó al Santuario de “fuertemente pro-homosexual” y a Henry de “sin reservas pro-homosexual”. ¡Ambos acertaron!

El Santuario también cuenta con un sólido ministerio de alimentación; un refugio nocturno organizado conjuntamente con la Iglesia Presbiteriana Central; y un ministerio de cuidado de los pies para personas sin hogar. Una marcha de protesta de Black Lives Matter encabezada por el Arzobispo de Atlanta comenzó naturalmente en el Santuario. Cuando el campeón LGBTQ, el P. James Martín, S.J. llegó a Atlanta, habló en el Santuario y fue recibido por los manifestantes afuera. Si el Papa Francisco quiere que nuestras parroquias sean hospitales de campaña, el Santuario es lo que tenía en mente. Si quiere que sus sacerdotes huelan como su rebaño, Henry Gracz era a quien tenía en mente.

El Padre Henry hizo de “All Are Welcome-Todos son bienvenidos” de Marty Haugen el himno no oficial del Santuario. Un verso comienza:

Construyamos una casa donde los profetas hablen
Y las palabras son fuertes y verdaderas
Donde todos los hijos de Dios se atreven a buscar
Soñar de nuevo el reino de Dios.

Cuán diferentes son el Santuario y el mensaje de este himno del Evangelio del Domingo de Laetare, donde la incredulidad, la indignación y la farsa frustran el regocijo. Los fariseos se sienten justamente ofendidos y poco convencidos, mientras que la gente del pueblo se muestra desdeñosa o confundida. Ni siquiera los padres del ciego se alegran de su restauración. En cambio, desvían nerviosamente las preguntas de los fariseos inquisidores con un cauteloso “Pregúntale tú mismo”. La historia termina con el hombre sanado adorando a Jesús, mientras los fariseos, una vez más, son castigados por Nuestro Señor. Es una elección extraña para el domingo de “Alégrate”.

IMG_3510Monseñor Henry Gracz 

Esta historia tiene ecos familiares para aquellos de nosotros, católicos LGBTQ+, que hemos sido sanados por hombres como el padre John y el padre Henry. No estábamos ciegos, pero la iglesia y las familias que amábamos nos rechazaban y nos lastimaban. Fuimos llamados pecadores y cosas peores. Al igual que el ciego, a nuestros padres se les culpaba de nuestra inconformidad sexual. Cuando Henry encarnó la acogida radical y la sanación llevada a cabo por Jesús, y llenó una iglesia entera con ello, muchos fueron sanados de su dolor. Mientras tanto, a menudo amigos y familiares se hicieron eco de las preguntas de los fariseos del evangelio de hoy con preguntas como: “¿Cómo puedes ser gay y católico?” A veces le enviaron cartas enojadas al Padre Henry, o nos gritaron en el Desfile del Orgullo, o nunca regresaron después de ver cuán radicalmente acogedor es el Santuario.

IMG_3515El funeral de Henry fue una celebración directa del corazón de Dios. Comenzó con un entusiasta coro de “All Are Welcome”. Hubo lágrimas, carcajadas, suspiros profundos, largos abrazos, viejos amigos y música hermosa. Las ondulantes nubes de incienso del antiguo incensario de latón que un monaguillo transgénero le entregó al amigo cercano de Henry, el cardenal Wilton Gregory, quien presidía la misa. Todos fueron bienvenidos. A través de nuestras lágrimas, todos éramos muy conscientes de ese mensaje, profundamente agradecidos por sentirnos felices y seguros en la iglesia. Nos sentimos por un rato en el Reino de Dios. Así es como se siente el regocijo.

Entonces, les deseo un feliz Domingo Rosa, esperando que tengan, o encuentren, una iglesia hogar que les permita regocijarse en su hermoso ser LGBTQ+. Entonces podrás regocijarte como lo hacemos nosotros en el Santuario de la Inmaculada Concepción, donde nos reunimos y oramos en la casa que construimos “donde los profetas hablan palabras fuertes y verdaderas”. Réquiem in pace, querido Henry, y gracias por hacer de casi todos los domingos un Domingo Rosa.

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Para leer el memorial del National Catholic Reporter sobre Mons. Gracz, haga clic aquí.

El Santuario de la Inmaculada Concepción de Atlanta es parte de la lista del New Ways Ministry de parroquias y comunidades religiosas amigables con LGBTQ. Para ver la lista o encontrar una parroquia cerca de usted, haga clic aquí.

—Rob McDowell, 10 de marzo de 2024

Fuente New Ways Ministry

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“Mirar al crucificado”. 4 Cuaresma – B (Juan 3,14-21)

Domingo, 10 de marzo de 2024
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Concept or conceptual wood cross or religion symbol shape over a blue sky with clouds backgroundEl evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos, que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas, que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su «amor loco» por la humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal… no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz, porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

José Antonio Pagola

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“Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él”. Domingo 10 de marzo de 2024. Domingo cuarto de Cuaresma

Domingo, 10 de marzo de 2024
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22-cuaresmaB4 cerezoLeído en Koinonia:

2 Crónicas 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo.
Salmo responsorial: 136: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Efesios 2,4-10: Estando muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo
Juan 3,14-21: Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.

Jn 3,14-21 corresponde a la respuesta que Jesús da a Nicodemo cuando pregunta «¿cómo puede ser eso?», refiriéndose al nuevo nacimiento en el Espíritu. Es también la segunda y última parte del diálogo de Jesús con este “jefe” de los fariseos de Jerusalén.

Nicodemo, cuyo nombre significa “el que vence al pueblo”, aparece varias veces en el evangelio de Juan (3,1-21; 7,50-52; 19,39). No es un cualquiera. Por su filiación religiosa es un fariseo, es decir, un rígido observante de la Ley, considerada como la expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano. Es el primer rasgo que señala Juan antes del nombre mismo. Nicodemo se define como hombre de la Ley antes que por su misma persona. Juan añade otra precisión sobre el personaje: en la sociedad judía es un “jefe” título que se le aplica particularmente a los miembros del Gran Consejo o Sanedrín, órgano de gobierno de la nación (11,47). En éste, el grupo de los letrados fariseos era el más influyente y dominaba por el miedo a los demás miembros del Consejo (12,42).

Nicodemo habla en plural (3,2: sabemos). Es, pues, una figura representativa. La escena va a describir un diálogo de Jesús con representantes del poder y de la Ley. Nicodemo llama a Jesús “Rabbí” (3,2), término usado comúnmente para los letrados o doctores de la Ley que mostraban al pueblo el camino de Dios. Así es como este fariseo adicto ferviente de la Ley, ve a Jesús. Es extraño, porque hasta el momento, Jesús no ha dado pie para semejante interpretación de su persona. En realidad, Nicodemo está proyectando sobre Jesús la idea farisea de Mesías-maestro, avalado por Dios para interpretar la Ley e instaurar el reinado de Dios enseñando al pueblo la perfecta observancia de la Ley de Moisés. Está lejos de comprender el cambio radical que propone Jesús. Para los fariseos, en la Ley está el porvenir de Israel; para Jesús, el nacimiento en el Espíritu abre el reino de Dios al porvenir humano. El ser humano no puede obtener plenitud y vida por la observancia de una Ley, sino por la capacidad de amar que completa su ser. Sólo con personas dispuestas a entregarse hasta el fin puede construirse la sociedad verdaderamente justa, humana y humanizadora. La Ley no elimina las raíces de la injusticia. Por eso, una sociedad basada sobre la Ley, no sobre el amor, nunca deja de ser opresora, codiciosa, injusta.

La segunda parte del diálogo de Jesús con Nicodemo se centra en el que “bajó del cielo”, sin dejar de ser “del cielo”, “para que todo el que crea tenga vida eterna”. La reflexión de Jesús resalta la relación que hay entre creer y vivir en las obras de la vida eterna, es decir, en el Reino de Dios. “Bajar del cielo” y ser “levantado” es un asunto de amor de Dios. Veamos los énfasis teológicos propuestos por el discurso:

Frente a la centralidad farisaica de la Ley, el evangelio de Juan propone la dinámica liberadora de la fe en Jesús “levantado” (levantado en la cruz, crucificado), como la serpiente que Moisés levantó en el desierto. Creer es la respuesta al inmenso amor de Dios. Es la reciprocidad del amor. Creer no es un concepto, o una doctrina; es un acto de amor, por el que adviene el Reino de Dios. El juicio sobre la humanidad tiene como criterio la fe, como acto de amor recíproco. Nuevamente llegamos a la insistencia de Juan: una humanidad justa y feliz sólo es posible sobre el amor, no sobre la Ley. Ésa es la fe que proclama Juan.

Pablo, después de agradecer el don de la fe (Ef 1,3-14), contrasta y contrapone dos tiempos: el de la muerte y el de la resurrección. El tiempo de la muerte (Ef 2,1-3) corresponde a “delitos y pecados” según el “proceder de este mundo” bajo la dominación de Satanás. Es tiempo de esclavitud e infrahumanidad. De ese tiempo Dios rescata tanto a judíos como a gentiles, por ser “rico en misericordia”, vivificándolos “juntamente con Cristo”, por su resurrección. Sólo la gracia mediante el don de la fe puede “explicar” tal sobreabundancia de amor divino. El tiempo de la resurrección es tiempo de “nueva creación” en Cristo Jesús, lo que se expresa en las “buenas obras” practicadas por quienes han sido vivificadas y vivificados. No es de extrañar que la “medida” de las buenas obras sea como la medida de Dios: el amor. El tiempo de la resurrección es el tiempo de afirmación de la vida en el amor. Para la fe cristiana, la muerte (la esclavitud) no tiene la última palabra. Vivir a plenitud como nuevas criaturas el tiempo de la resurrección es el llamado que Pablo hace a lo largo de esta carta a la Iglesia nacida entre la gentilidad. Leer más…

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10.3.24 No juzguéis. No mandó Dios a su Hijo para juzgar el mundo, sino para a salvarlo (Dom 4 cuaresma)

Domingo, 10 de marzo de 2024
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IMG_6357Del blog de Xabier Pikaza:

Algunos apelan al juicio de Dios para imponer su poder  sobre el mundo. Pero Jesús se opuso a esa visión y hay quiere que su iglesia sea portadora de salvación, no de juicio y condena, como ha recordado Francisco, comentando el evangelio de este domingo (Jn 3, 14-219), con el mensaje central del Sermón de la Montaña: Lc 6, 37-38 y Mt 7, 1-2).

Texto. Juan 3,14-21 

 En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

 El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.”

Temas de fondo

Este pasaje del sermón de la cena de Juan, unido al del monte/llanura de Mt y Lc, es el centro de la Biblia y de la vida de la Iglesia. Sólo desde aquí se puede hablar de cristianismo, en contra de lo que pregonan (incluso en los medios de Iglesia algunos pretendidos cristianos):

  1. Tema bíblico. Cierta iglesia, entendida como poder religioso, va en contra del mensaje de la Biblia, que interpreta el “juicio de Dios”  como ex-ousia (principio creador de salvación/liberación: Mt 28, 16-20),  y no como como control judicial sobre los hombres
  2. Tema eclesial: Madre-maestra (Juan XXII). Cierta iglesia ha tendido a convertir su ex-ousia (autoridad de salvación) en poder (kratos), de dominio sobre el mundo pasando de los Doce Tronos para juzgar/imponerse sobre las doce Tribus al Israel… al Trono-Primado de jurisdicción de la cátedra romana sobre todas las iglesias y los pueblos (reforma gregoriana, siglo XI.
  3. Tema de conocimiento, razón helenista. Cierta iglesia ha tomado como propio un estilo de conocimiento/verdad en forme de poder/dominio, como razón instrumental: Aprehender, juzgar, razonas (aprehender → razonar → juzgar). juicio, razonamiento
  4. Tema de orden social, justicia romana: Cierta iglesia ha interpretado el Evangelio en clave de derecho “imperial” (no está el derecho para evangelio, sino el evangelio para el derecho). En esa línea ha inventado el “sacramento del orden” (órdenes de derecho romano) por encima del bautismo/renacimiento y de la eucaristía (comida compartida).
  5. Tema político moderno: tres poderes (legislativo → ejecutivo → judicial), con retroalimentación entre los tres… Esos “poderes” no son ex-ousia o principio de ser, sino Kratos, principio de imposición. Se concibe al hombre como viviente que ha de ser domado/domesticado por la ley (¿al servicio del Estado, del Dinero: de un Dios que Leviatan/Behemot, según Hobbes)
  6. Tema de acción apostólica, movimientos de “militantes” de la Acción Católica especializada de principios del siglo XX. Esquema de ver, jugar, actuar(¿prueba, fracaso, éxito?), con sus valores y riesgos.
  7. Meta-noia: Nuevo conocimiento, acción más alta (Mc 1, 13-14). En la línea de Pablo, el evangelio de Marcos interpreta el  mensaje-vida de Jesús como meta-noia(supra-gnosis, supra conocimiento), que se condensa, conforme al Discurso del Areópago de Atenas en forma de “resurrección”. La crisis o cambio (la gran crítica cristiana, no la kantiana) es la resurrección de los muertos, como dice Hch 17, 31). Dios juzga “resucitando”.
  8. Una experiencia de Dios en Cristo: por encima del ver-juzgar-actuar, del  racionalismo helenista y de derecho imperial romano, está la contemplación de la realidad, en forma de amor mutuo y perdón. Sólo a partir de ese amor/perdón (que es superación de la ley/talión, y de la imposición sobre los demás), puede entenderse la iglesia como experiencia del Dios que no juzga (supera el plano del juicio), sino que ofrece acogida, perdón y muerte a favor de los demás, en clave de resurrección.
  9. Juicio final: Dios vendrá (=está viniendo) a juzgar (=salvar) a vivos y muertos. No juzga con razonamiento helenista, ni con derecho romano, sino conforme a su identidad “evangélica”, anunciada por los profetas y revelada en Cristo.
  10. Juicio actual de la Iglesia: No juzguéis (en sentido racional, imperial), sino en el amor de Dios: amar a los enemigos, poned la otra mejilla, regalad en amor vuestra vida, para así dar vida a los otros y resucitad vosotros mismos.
  11. En un mundo que centrándose a través de su “propio juicio” (en una ley de poder, que el fondo es ley de muerte, Kratos), corre el riesgo de destruirse a sí mismo.  Es mejor una ley que otra…, pero cerrada en sí misma, la ley desemboca en la lucha de todos contra todos, es decir, en la muerte. Ése es el evangelio de la iglesia, testimoniado por los sinópticos, por Pablo y por Juan. Ésta es la esencia de la iglesia.

COMENTARIO

No ha mandado Dios a su Hijo a juzgar, no juzguéis  (Lc 6, 37-38; Mt 7,1-2).

— Esta palabra no traza objetos ni casos concretos de superación del juicio, sino que promulga un principio superior de vida y comunión, entendido en forma universal. Parte de la iglesia posterior no ha tomado en sentido radical este principio: Ha multiplicado juicios y condenas para mantenerse verdad.

— Esta palabra (con la anterior que dice no juréis) nos lleva más allá de las divisiones y juicios eclesiales, en una línea que ha sido retomada en otro nivel por la cábala judía,  que sitúa a Dios también más allá de los juicios e imposiciones de los hombres. Solo un hombre como Jesús, con clara conciencia de Reino, asumiendo y desbordando la herencia israelita, en clave de gracia y no de ley, ha podido formular ésta palabra, como norma básica de vida de vida de los hombres en Dios.

No juzguéis y no seréis juzgados: Lc 6, 37-38; Mt 7,1-2. La comunión de Jesús se destruye allí donde unos juzgan a otros, o donde la estructura de conjunto juzga y somete a todos. El juicio pertenece al orden racional de una vida que se construye y define a sí misma, pero Dios se sitúa en un plano de gratuidad superior, más allá de razones y juicios humanos:

Lucas: 6, 37 No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. 38 Dad y se os dará, una medida buena, apretada, remecida, rebosando.

Mateo: 7,1 No juzguéis, para que no seáis juzgados, 2porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos.

Lucas introduce la exigencia de no juzgar al fin del sermón de la llanura (6, 16-49), tras las bienaventuranzas, los ayes (6, 20-26) y el amor al enemigo (6, 27-36). Mateo la sitúa hacia el final del sermón de la montaña, sin incluir las aplicaciones de Lc 6, 37b-38 (no condenar, perdonar, dar), ni las parábolas de la «razón teológica» (del ciego y del discípulo: Lc 6, 39-40), formuladas posiblemente por el redactor del evangelio para interpretar el motivo del no juicio de su iglesia [1].

La palabra base de Mt 7, 1 y Lc 6, 37a (no juzguéis, para no ser [y no seréis] juzgados) es una sentencia apodíctica o axioma, que define a Dios y modela el sentido de la iglesia como experiencia de gratuidad originaria. No es sentencia de ley, sino supra-ley, voz que nos llega de Dios), viniendo, al mismo tiempo, de la profundidad del ser humano arraigado en con Dios. Cuatro son, a mi entender, sus notas principales [2]:

– Ésta es una afirmación universal y ha de entenderse desde la gracia de Dios y la invitación de amar al enemigo. Más allá de la ley, allí donde se descubre inmerso en Dios-Gracia, el hombre puede actuar igual que Dios, sin exigir ni pedir nada, sin juzgar por nada.

– Esta palabra retoma el primer mandato de Gen 2, 7:No comerás…; no te apoderes para ti de nada, tu vida es don y gracia (Gen 2, 17). El precepto dice que no podemos fundar nuestra vida en algo que tengamos o que hagamos. Hemos brotado y somos en un Dios que nos ha dado la vida como gracia y en ella nos mantiene, de forma que que podamos vivir de un modo gratuito, unos para otros [3].

 Esta palabra (no juzguéis) no puede probarse (si se probara debería integrarse en un sistema legal expresado en forma de talión), sino que deriva de la experiencia original del Dios creador, que es “gracia universal de Vida”. No puede probarse ni postularse, pero puede y debe razonarse “a posteriori”, como suponen Lc 6, 38b-40 y Mt 7, 2: con el juicio con que juzguéis seréis juzgados.

La fe en el Dios creador nos sitúa ante el misterio de su gracia, más allá de todo juicio y castigo. Según eso, el juicio no forma parte originaria de la creación, no proviene de Dios, sino que surge y se despliega allí donde nosotros lo formulamos y aplicamos en forma de talión. Sólo superando la trama de acción y sanción, impulso y respuesta, bien y mal, descubriendo nuestra vida como puro don, en inmersión de amor, podemos hablar de Dios y contemplar (descubrir/desplegar) la vida como gracia, por encima de todo juicio que pueda separarnos del amor de Dios. Leer más…

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“Amor de Dios y respuesta humana”. 4º domingo de cuaresma. Ciclo B

Domingo, 10 de marzo de 2024
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NICODEMO1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Jesús y Nicodemo

Existe una clara relación entre las tres lecturas de este domingo: el amor de Dios. En la primera, provoca la liberación de los judíos desterrados en Babilonia. En la segunda afirma Pablo: “Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó…” En el evangelio, Juan escribe la famosa frase: “De tal manera amó Dios al mundo que le entregó a su hijo único”. Si leemos los textos más tranquilamente, advertimos algo más profundo: ese amor se manifiesta perdonando en distintas circunstancias y por diversos motivos. Al mismo tiempo, requiere una respuesta de parte nuestra. Es preferible leer los textos en el orden cronológico en que fueron escritos. Por eso dejo para el final la carta a los Efesios.

Perdón para los judíos basado en la fidelidad a la palabra dada. ¿Encontrará respuesta? (2 Crónicas 36, 14-16. 19-23)

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio. Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:  “El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!”»

La primera lectura resume la cuarta etapa de la Historia de la salvación. Nos traslada a Babilonia, donde los judíos llevan medio siglo deportados (586-539 a.C.). La ciudad cae en manos de Ciro, rey de Persia, y Dios lo mueve a liberarlos. Para justificar el medio siglo de esclavitud, la lectura comienza hablando del pecado de los israelitas, que no se limita a un hecho concreto, se prolonga en una larga historia. A la idolatría e infidelidades del comienzo respondió Dios con paciencia, enviando a sus mensajeros para invitarlos a la conversión. Pero los judíos los despreciaron y se burlaron de ellos. Entonces, la compasión de Dios dio paso a la ira, y los babilonios incendiaron el templo, arrasaron las murallas de Jerusalén, deportaron a la población. Años más tarde, la actitud de Dios cambia de nuevo y mueve a Ciro de Persia a liberar a los judíos. ¿A qué se debe este cambio? De acuerdo con la mentalidad más difundida en el Antiguo Testamento, el pueblo, tras sufrir el castigo, se convierte y Dios lo perdona. Igual que el niño que hace algo malo: su madre le riñe, pide perdón, la madre lo perdona. Sin embargo, en esta primera lectura no aparece la idea del arrepentimiento del pueblo. El único motivo por el que Dios perdona y mueve a Ciro a liberar al pueblo es por ser fiel a lo que había prometido. Volviendo al ejemplo de la madre, como si ella le hubiera dicho al niño: “Hagas lo que hagas, terminaré perdonándote”. Y lo perdona, sin que el niño se arrepienta, para cumplir su palabra. ¿Cómo reaccionan los judíos ante la noticia? El texto no lo dice, pero lo sabemos: unos pocos volvieron a Judá, arriesgándolo todo, sin saber lo que iban a encontrar; otros prefirieron quedarse en Babilonia. (¿Cuántos afroamericanos estarían dispuestos a volver de Estados Unidos a los países de origen de sus antepasados?)

Perdón universal basado en el amor, que puede ser aceptado o rechazado (evangelio)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

̶  Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

El evangelio enfoca el tema del amor y perdón de Dios de forma universal. No habla del amor de Dios al pueblo de Israel, sino de su amor a todo el mundo. Pero un amor que no le resulta fácil ni cómodo, en contra de lo que cabría imaginar: le cuesta la muerte de su propio hijo. Además, el evangelio subraya mucho la respuesta humana: ese perdón hay que aceptarlo mediante la fe, reconociendo a Jesús como Hijo de Dios y salvador. Esto lo hemos dicho y oído infinidad de veces, pero quizá no hemos captado que implica un gran acto de humildad, porque obliga a reconocer tres cosas:

  1. que soy pecador, algo que nunca resulta agradable;
  2. que no puedo salvarme a mí mismo, cosa que choca con nuestro orgullo;
  3. que es otro, Jesús, quien me salva; alguien que vivió hace veinte siglos, condenado a muerte por las autoridades políticas y religiosas de su tiempo, y del que muchos piensan hoy día que sólo fue una buena persona o un gran profeta.

Usando la metáfora del evangelio, es como si un potente foco de luz cayese sobre nosotros poniendo al descubierto nuestra debilidad e impotencia. No todos están dispuestos a este triple acto de humildad. Prefieren escapar del foco, mantenerse a oscuras, engañándose a sí mismos como el avestruz que esconde la cabeza en tierra. Pero otros prefieren acudir a la luz, buscando en ella la salvación y un sentido a su vida.

Perdón para los paganos basado en la compasión. Respuesta: fe y buenas obras (carta a los Efesios, 2,4-10)

Hermanos:

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

La salvación universal de la que habla el evangelio la concreta la carta a los Efesios en una comunidad concreta de origen pagano: la de la ciudad de Éfeso (situada en la actual Turquía). Antes de convertirse, estaban muertos por los pecados, con un agravante: Dios no les había hecho ninguna promesa de salvación, como a los judíos deportados en Babilonia. Sin embargo, los perdona. ¿Por qué motivo? Porque es “rico en misericordia”, “por el gran amor con que nos amó”, “por pura gracia”. Esto es lo que san Pablo llama en otro contexto “el misterio que Dios tuvo escondido durante siglos”: que también los paganos son hijos suyos, tan hijos como los israelitas. Esta prueba del amor de Dios espera una respuesta, que se concreta en la fe y en la práctica de las buenas obras.

Reflexión final

En el contexto de la cuaresma, que se presta a subrayar el aspecto del pecado y del castigo, la liturgia nos recuerda una vez más que nuestra fe se basa en una “buena noticia” (evangelio), la buena noticia del amor de Dios. Nosotros, que somos los herederos de los efesios, de los corintios, de los tesalonicenses, debemos reconocer, como ellos, que todo es don de Dios y no mérito nuestro, y que debemos responder con fe y dedicándonos “a las buenas obras” que él nos ha asignado.

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 10 de marzo, 2024

Domingo, 10 de marzo de 2024
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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

(Jn 3, 14-21)

¿Cuántas veces leemos en la prensa titulares sacados de contexto y terminamos malinterpretando las noticias? O en lugar de malinterpretarlas no las entendemos y acabamos perdiendo cualquier atisbo de interés.

Reconozcamos que, en ocasiones, eso mismo nos ocurre con el evangelio y llegamos a la conclusión de que no entendemos a Jesús.

Fijándonos solo en esta cita nos encontramos con unas palabras de Jesús, vamos a ubicarlas en su contexto. Jesús lleva un tiempo en Jerusalén, le acabamos de ver (el domingo pasado) echando del templo a los mercaderes, continúa enseñando y curando.  Una noche, Nicodemo, un judío importante, va en su busca y entablan una conversación de la que hoy somos partícipes, pero no de todo el diálogo, solo de una parte.

Escuchamos a Jesús hablar de varias cosas: de Moisés y la serpiente de bronce, de que Dios entregó a su Hijo único, de no perecer, de condena, luz y tinieblas.

Ahora contemplemos a Nicodemo y pongámonos junto a él, junto a este fariseo y como tal, defensor de la ley. A pesar de estar en plena noche, nos ponemos en camino, en busca de Jesús, de la luz. Reconocemos que viene de Dios, creemos en él. Y entonces lo que escuchamos ahora, desde esta situación, son palabras de amor y vida eterna.

El ser humano quiere, con esas connotaciones de poseer, de interés, de “segundas intenciones”que este verbo puede tener. Pero Dios nos ama, porque sí, sin un motivo en concreto. Y porque nos ama, nos da vida eterna; y eterna es mucha más vida de la que podamos imaginar. Vida de la gozamos hoy, y además, VIDA ante Dios cara a cara de la que gozaremos cuando Él quiera.

Con este plan… ¡¡qué bueno es esto de CREER!!

Oración

Gracias, Trinidad Santa, solamente gracias. Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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