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“Mirar con Fe al Crucificado”. 14 de septiembre de 2014. Exaltación de la Cruz (A ). Juan 3, 13-17

Domingo, 14 de septiembre de 2014
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imageLa fiesta que hoy celebramos los cristianos es incomprensible y hasta disparatada para quien desconoce el significado de la fe cristiana en el Crucificado. ¿Qué sentido puede tener celebrar una fiesta que se llama “Exaltación de la Cruz” en una sociedad que busca apasionadamente el “confort” la comodidad y el máximo bienestar?

Más de uno se preguntará cómo es posible seguir todavía hoy exaltando la cruz. ¿No ha quedado ya superada para siempre esa manera morbosa de vivir exaltando el dolor y buscando el sufrimiento? ¿Hemos de seguir alimentando un cristianismo centrado en la agonía del Calvario y las llagas del Crucificado?

Son sin duda preguntas muy razonables que necesitan una respuesta clarificadora. Cuando los cristianos miramos al Crucificado no ensalzamos el dolor, la tortura y la muerte, sino el amor, la cercanía y la solidaridad de Dios que ha querido compartir nuestra vida y nuestra muerte hasta el extremo.

No es el sufrimiento el que salva sino el amor de Dios que se solidariza con la historia dolorosa del ser humano. No es la sangre la que, en realidad, limpia nuestro pecado sino el amor insondable de Dios que nos acoge como hijos. La crucifixión es el acontecimiento en el que mejor se nos revela su amor.

Descubrir la grandeza de la Cruz no es atribuir no sé qué misterioso poder o virtud al dolor, sino confesar la fuerza salvadora del amor de Dios cuando, encarnado en Jesús, sale a reconciliar el mundo consigo.

En esos brazos extendidos que ya no pueden abrazar a los niños y en esas manos que ya no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, los cristianos “contemplamos” a Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

En ese rostro apagado por la muerte, en esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a las prostitutas, en esa boca que ya no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, en esos labios que no pueden pronunciar su perdón a los pecadores, Dios nos está revelando como en ningún otro gesto su amor insondable a la Humanidad.

Por eso, ser fiel al Crucificado no es buscar cruces y sufrimientos, sino vivir como él en una actitud de entrega y solidaridad aceptando si es necesario la crucifixión y los males que nos pueden llegar como consecuencia. Esta fidelidad al Crucificado no es dolorista sino esperanzada. A una vida “crucificada”, vivida con el mismo espíritu de amor con que vivió Jesús, solo le espera resurrección.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Invita a mirar al Crucificado con fe. Pásalo.

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“Tiene que ser elevado el Hijo del hombre”. Domingo 14 de septiembre de 2014 Exaltación de la Santa Cruz 24ª semana de tiempo ordinario

Domingo, 14 de septiembre de 2014
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pascuaLeído en Koinonia:

Números 21,4b-9: Miraban a la serpiente de bronce y quedaban curados.
Salmo responsorial: 77: No olvidéis las acciones del Señor.
Filipenses 2,6-11: Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.
Juan 3,13-17: Tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

En el diálogo entre Jesús y Nicodemo, en el fragmento del evangelio de Juan que hoy leemos, encontramos una alusión al relato de la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto (Núm 21,8s) y que el evangelista retoma para compararlo con la manera como el Hijo del Hombre fue levantado en la cruz. La palabra “levantar” es usada en dos sentidos: la elevación en la cruz y la elevación a la diestra del Padre. La tradición cristiana la ha traducido por “exaltación”. Juan, en su teología, ve en la crucifixión el momento culminante de la vida de Jesús, la “hora” de su glorificación. La “exaltación” sería el tránsito de Jesús del mundo al Padre, la Pascua salvadora en la que Jesús es glorificado. Éste sería el sentido en el que celebramos hoy la exaltación de Jesús, más que de la cruz. La cruz no la exaltamos. La cruz un signo del gran amor de Jesús para con la humanidad. Sólo en ese sentido podría exaltarse la cruz. Por eso, el evangelio insiste en que Jesús no vino a juzgar, condenar o acabar el mundo, por el contrario, vino a dar testimonio de que el amor es el camino seguro que conduce a la resurrección.

Jesús no amó la cruz, sino que quiso evitarla. Lo cual no fue una «debilidad humana», sino su deber lógico. Porque tampoco podemos ya decir que «el Padre lo envió a la muerte y una muerte de cruz… En Jesús no hay nada de una visión ni masoquista (que ame o valore la cruz por sí misma), ni que la incorpore «al plan de Dios» por voluntad divina, ni una visión expiadora: Jesús sufriendo, muriendo en la cruz para ofrecer a Dios Padre ese sufrimiento violento en nombre de la humanidad, para así «aplacar» al «airado» Eterno Padre, que habría cancelado sus relaciones con la humanidad por causa de un supuesto pecado original cometido por una supuesta «primera pareja» de primates humanos…

Lamentablemente –tenemos que reconocerlo– la cruz es también, no sólo ese signo del amor consecuente y de la coherencia de Jesús con su misión, sino sobre todo el signo central de todo este relato mitológico de pecado original, masa humana condenada, envío desde el cielo de un Mesías redentor, expiación en la cruz, recuperación de la humanidad. Se puede decir, sin temor a exagerar, que durante demasiado tiempo ha fungido como el relato esencial cristiano. Ha sido el mensaje concentrado en que las Iglesias cristianas han hecho coincidir su doctrina, su visión, y su misión. Y es la visión más ampliamente difundida… en nombre de Jesús, que nunca supo de ello ni nunca quiso morir para expiar un pecado original.

Afortunadamente, ello ha sido algo tan extendido masivamente en las Iglesias y tan ingenuamente (mitológicamente) aceptado, que ni siquiera ha sido declarado oficialmente dogma… se dio por supuesto simplemente. De forma que, sencillamente, no es dogma; es –aunque pueda sorprendernos este su status– una tradición, tan antigua y venerable como superable y prescindible. Esto alivia a muchos cristianos que ya no pueden vivir en el mundo mitólógico (ni siquiera siendo conscientes de que se las han con símbolos…: muchas personas de la sociedad de hoy ya no toleran símbolos de determinado tipos mitológicos, ni siquiera sabiendo conscientemente que son mitos; su cultura actual no tolera ya mitologías a la hora de manejar/expresar el sentido de su vida humana: se ha convertido incluso en una cuestión de dignidad, de honor).

Son demasiadas cosas las que están implicadas en esta mitología de la cruz, que no sólo ya no puede ser «exaltada», sino que debe ser «deconstruida». Ya los hemos insinuado, pero merecerían un abordaje detenido, detallado y a fondo: pecado original como pecado mitológico primordial que causa la desgracia de la humanidad (mito común en muchas religiones); la massa damnata o humanidad condenada por el pecado original, de la que san Agustín hablaba y que marcó a la teología por más de un milenio; la interpretación de todos los males como castigo de Dios por «nuestro» pecado original (pérdida de los supuestos dones preternaturales, de la ciencia infusa, de la inmortalidad, del equilibrio psíquico-espiritual, condena a ganar el pan con el sudor de nuestra frente, condena de la mujer a dar a luz con dolor y a estar sometida al varón…); la interpretación de la muerte de Jesús como expiación para aplacar al Padre Eterno; la interpretación esencial del bautismo como instrumento para el perdón del pecado original; el valor expiatorio del dolor asumido (incluso provocado, la mortificación) voluntariamente; el amor a la cruz…

El cristianismo tiene ahí una responsabilidad colectiva por tanto sufrimiento psíquico infligido a tantas generaciones humanas, durante tanto tiempo, aunque haya sido involuntariamente, por un espejismo cultural, no por mala voluntad. No basta dejar de hablar de aquello que ya da vergüenza hablar. Es una obligación de responsabilidad colectiva «agarrar el toro por los cuernos», de frente, reconocidamente, sin callar nada vergonzantemente, y negar explícitamente lo hoy reconocemos que fue un error, y tratar de liberar a tantas personas que aún arrastran en su conciencia, y con frecuencia en las capas subconscientes de su psiqué, la desconfianza ante el mundo, ante la materia, ante la sexualidad, ante el placer y la felicidad. O una visión espiritual masoquista (como aquella de la Imitación de Cristo, de Kempis: «Tanto más santo te harás, cuanta más violencia te hicieres»). Leer más…

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Dom 14. 9. 14. Exaltación de la Santa Cruz

Domingo, 14 de septiembre de 2014
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SIC18692Leído en el blog de Xabier Pikaza:

Dom 14.9 14. Fiesta de la Santa Cruz. El signo de la cruz constituye quizá la mayor aportación del cristianismo a la simbología y a la experiencias de las religiones Ciertamente, un tipo de cruz se ha utilizado desde hace mucho tiempo, como símbolo solar (cruces aspadas, laburus) o como signo de todo el cosmos, especialmente en clave espacial (cuatro líneas abiertas a los cuatro puntos cardinales que se cruzan en un centro).

Sin embargo, ninguno de esos elementos constituye el rasgo específico de la cruz cristiana, que ha empezado siendo un signo de tortura y un patíbulo donde Jesús ha muerto, en contra de las expectativas y esperanzas de sus seguidores. La cruz es el signo supremo de la injusticia de la historia, de la prepotencia asesina de los poderosos, del sufrimiento y muerte de los vencidos.

Pero esa cruz, con un hombre muerto en ella, siendo en principio el escándalo supremo de la fe, se ha interpretado después, partiendo de la pascua, como símbolo mesiánico y como principio de seguimiento cristiano.

Es normal que los cristianos celebren su fiesta. Por si a alguno le sirven presento unas reflexiones de tipo más litúrgico tomado de mi Diccionario Bíblico, con el famoso signo de la Cruz de la Cartuja de Miraflores (Burgos) que comento al final del post. Buen día a todos.

Texto Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”

El escándalo de la cruz

ha sido formulado de manera clásica por Pablo: «Los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero para los llamados, poder y sabiduría de Dios, porque lo insensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres» (1 Cor 1, 22-25). Más aún, Pablo sabe que, conforme a la Ley de Israel, la cruz es una maldición: «Maldito es aquel que ha sido colgado de un madero» (Gal 3, 10, con cita de Dt. 27, 26).

Los evangelios han escenificado esa maldición de la cruz en unos relatos de fuerte dramatismo. Los espectadores que pasan ante el Calvario se mofan de Jesús crucificado y, de un modo especial, lo hacen los sacerdotes y escribas, indicando con sus burlas que Dios ha rechazado a Jesús. La cruz no es para ellos un signo de presencia, sino de abandono de Dios: «¡Ay, tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días! ¡Sálvate a ti mismo, bajando de la cruz!… Y de manera semejantes, los sumos sacerdotes, riéndose entre sí, con los escribas, decían:¡A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse! ¡El Mesías! ¡El rey de Israel! ¡Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos! (Mc 15, 28-32). El mismo Jesús reconoce el escándalo y grita: «Eloí, Eloí, ¿lemá sabaktaní?, es decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 14, 34), ratificando con su fracaso y soledad el escándalo de una vida humana sometida a la injusticia y sufrimiento.

Un escándalo anunciado: era necesario.

Para aquellos que saben leer las Escrituras y la paradoja de la historia humana, la cruz se ha venido a presentar como signo supremo de solidaridad de Jesús con los pobres, llegando a ser de esa manea un símbolo mesiánico. Esto es lo que han descubierto y formulado los cristianos cuando han dicho que era necesario (dei): era necesario que el Hijo del hombre padeciera (Mc 8, 31 par), compartiendo así la suerte de los hombres y mujeres que buscan y fracasan, que sufren y no logran descubrir la verdad. Ellos, los dolientes de la tierra, los perdedores de la historia son ahora la comunidad de Jesús, forman su iglesia.

Esta no es una necesidad ontológica, vinculadas a los mitos del eterno retorno del sufrimiento, sino una “necesidad” histórica (o quizá mejor una fatalidad y un pecado), que la Escritura había ido descubriendo y mostrando en algunos de sus textos más paradigmáticos (el → siervo sufriente del Segundo Isaías, el justo perseguido de Sab 2). Este descubrimiento de la necesidad del sufrimiento constituye la primera norma interpretativa cristiana del Antiguo Testamento, el principio hermenéutico supremo de la iglesia (cf. Lc 24, 26.44; Hech 1, 16).

El Cristo crucificado.

Los investigadores no han llegado todavía a un acuerdo total sobre la manera en que Jesús entendió su tarea mesiánica; pero es evidente que el letrero de la cruz: «Jesús nazareno, rey de los judíos» (cf. Mc 15, 26 par) ha golpeado la conciencia de los cristianos, de manera que han descubierto la verdad de ese letrero. Lo que Pilato había hecho escribir en son de burla y condena lo toman ellos como signo de la verdad de Dios. En esa línea se sitúan las más solemnes confesiones de Pablo, que entiende a Jesús crucificado como presencia y revelación suprema de Dios (cf. 1 Cor 1, 13. 22; Flp 2, 8; 3, 18). Lo que era escándalo insalvable se convierte así en principio de fe. La cruz es la señal más alta de la presencia de Dios.

Tomar la cruz.

Desde aquí se puede dar un paso y afirmar que el camino de la cruz constituye el signo distintivo de los creyentes. Así lo dice Pablo, cuando afirma que sólo quiere conocer a Cristo y a Cristo crucificado (1 Cor 2, 2), para añadir después que él mismo quiere estar y está crucificado con Jesús (cf. Gal 2, 20; 3, 1). Desde aquí se entienden las palabras más novedosas de los sinópticos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará» (Mc 8, 34-35). Rehacer el camino de la cruz de Jesús desde su mensaje de Reino, en clave de pascua; esta es la novedad del cristianismo.
A partir de la experiencia cristiana primitiva, expresada por Pablo y los sinópticos, lo mismo que por el evangelio de Juan (cf. Jn 12, 32), la cruz ha venido a presentarse como signo de Dios y de la salvación de los hombres.

(1) Podemos presentar a Dios sin cruz, como una esfera,

encerrada en su quietud eterna, sin dolores ni problemas, sin cambios ni muerte en el mundo. Notas suyas serían la inmutabilidad, auto-contemplación y poderío: lo tiene todo y por tanto nada necesita. Frente a los restantes seres que ha creado, él se enclaustra inexorable en su propia perfección. Un Dios así, sin Cruz ni amor, es para muchos hombres y mujeres de este tiempo un enemigo. Pero el Dios de Jesucristo se introduce por la Cruz en nuestra historia y muere dentro de ella en favor de los humanos. Es un Dios de libertad, no es poder que goza obligando a que los otros le rindan reverencia, sino amor que se ofrece en gratuidad, abriendo así un espacio de vida compartida para los humanos.

(2) Los cristianos confiesan que Dios se expresa (se realiza humanamente) en la historia salvadora de la Cruz de Cristo.

Así entienden la Cruz como un momento integrante del proceso de amor, que brota del Padre, suscitando al Hijo como ser distinto de sí mismo y poniéndose en sus manos. El mismo Padre se regala (se pierde) dando su vida a Jesucristo: no clausura para sí riqueza alguna, no conserva egoístamente nada, sino que entrega a Jesús todo lo que tiene para que él pueda realizarse libremente. El Hijo Jesús, que ha recibido la vida del Padre, se la ofrece nuevamente, poniéndose en sus manos cuando entrega su vida por el reino (en favor de los humanos). Leer más…

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“Perdonar de corazón”. Domingo 24. Ciclo A

Domingo, 14 de septiembre de 2014
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HIJO PRÓDIGO5_thumb[1]Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Argumentos para perdonar (1ª lectura)

La primera lectura está tomada del libro del Eclesiástico, que es el único de todo el Antiguo Testamento cuyo autor conocemos: Jesús ben Sira (siglo II a.C.). Un hombre culto y estudioso, que dedicó gran parte de su vida a reflexionar sobre la recta relación con Dios y con el prójimo. En su obra trata infinidad de temas, generalmente de forma concisa y proverbial, que no se presta a una lectura precipitada. Eso ocurre con la de hoy a propósito del rencor y el perdón.

El punto de partida es desconcertante. La persona rencorosa y vengativa está generalmente convencida de llevar razón, de que su rencor y su odio están justificados. Ben Sira le obliga a olvidarse del enemigo y pensar en sí mismo: “Tú también eres pecador, te sientes pecador en muchos casos, y deseas que Dios te perdone”. Pero este perdón será imposible mientras no perdones la ofensa de tu prójimo, le guardes rencor, no tengas compasión de él. Porque «del vengativo se vengará el Señor».

Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? 

Si lo anterior no basta para superar el odio y el deseo de venganza, Ben Sira añade dos sugerencias: 1) piensa en el momento de la muerte; ¿te gustaría llegar a él lleno de rencor o con la alegría de haber perdonado? 2) recuerda los mandamientos y la alianza con el Señor, que animan a no enojarse con el prójimo y a perdonarle. [En lenguaje cristiano: piensa en la enseñanza y el ejemplo de Jesús, que mandó amar a los enemigos y murió perdonando a los que lo mataban.]

Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.

Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.

Pedro y Lamec

         Lo que dice Ben Sira de forma densa se puede enseñar de forma amena, a través de una historieta. Es lo que hace el evangelio de Mateo en una parábola exclusiva suya (no se encuentra en Marcos ni Lucas).

            El relato empieza con una pregunta de Pedro. Jesús ha dicho a los discípulos lo que deben hacer «cuando un hermano peca» (domingo pasado). Pedro plantea la cuestión de forma más personal: «Si mi hermano peca contra mí», «si mi hermano me ofende». ¿Qué se hace en este caso? Un patriarca anterior al diluvio, Lamec, tenía muy clara la respuesta:

«Por un cardenal mataré a un hombre,

a un joven por una cicatriz.

Si la venganza de Caín valía por siete,

la de Lamec valdrá por setenta y siete» (Génesis 4,23-24).

Pedro sabe que Jesús no es como Lamec. Pero imagina que el perdón tiene un límite, no se puede exagerar. Por eso, dándoselas de generoso, pregunta: «¿Cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Toma como modelo contrario a Caín: si él se vengó siete veces, yo perdono siete veces.

Jesús le indica que debe tomar como modelo contrario a Lamec: si él se vengó setenta y siete veces, perdona tú setenta y siete veces. (La traducción litúrgica, que es la más habitual, dice «setenta veces siete»; pero el texto griego se puede traducir también por setenta y siete, como referencia a Lamec). En cualquier hipótesis, el sentido es claro: no existe límite para el perdón, siempre hay que perdonar.

La parábola

Para justificarlo propone la parábola de los dos deudores. La historia está muy bien construida, con tres escenas: la primera y tercera se desarrollan en la corte, en presencia del rey; la segunda, en la calle.

1ª escena (en la corte): el rey y un deudor..

Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.” El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

Se subraya: 1) La enormidad de la deuda; diez mil talentos equivaldrían a 60 millones de denarios, equivalente a 60 millones de jornales. 2) Las duras consecuencias para el deudor, al que venden con toda su familia y posesiones. 3) Su angustia y búsqueda de solución: ten paciencia. 4) La bondad del monarca, que, en vez de esperar con paciencia, le perdona toda la deuda.

2ª escena (en la calle): el deudor perdonado se convierte en acreedor

Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: “Págame lo que me debes.” El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: “Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré.” Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 

Esta escena está construida en fuerte contraste con la anterior. 1) Los protagonistas son dos iguales, no un monarca y un súbdito. 2) La deuda, cien denarios, es ridícula en comparación con los 60 millones. 3) Mientras el rey se limita a exigir, el acreedor se comporta con extrema dureza: «agarrándolo, lo estrangulaba». 4) Cuando escucha la misma petición de paciencia que él ha hecho al rey, en vez de perdonar a su compañero lo mete en la cárcel.

3ª escena (en la corte): los compañeros, el rey y el primer deudor.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?” Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Dos detalles: 1) La conducta del deudor-acreedor escandaliza e indigna a sus compañeros, que lo denuncian al rey. Este detalle, que puede pasar desapercibido, es muy importante: a veces, cuando una persona se niega a perdonar, intentamos defenderla; sin embargo, sabiendo lo mucho que a esa persona le ha perdonado Dios, no es tan fácil justificar su postura. 2) La frase clave es: «¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”

Con esto Jesús no sólo ofrece una justificación teológica del perdón, sino también el camino que lo facilita. Si consideramos la ofensa ajena como algo que se produce exclusivamente entre otro y yo, siempre encontraré motivos para no perdonar. Pero si inserto esa ofensa en el contexto más amplio de mis relaciones con Dios, de todo lo que le debemos y Él nos ha perdonado, el perdón del prójimo brota como algo natural y espontáneo. Si ni siquiera así se produce el perdón, habrá que recordar las severas palabras finales de la parábola, muy intere­santes porque indican también en qué consis­te perdonar setenta y siete veces: en perdonar de corazón.

La diferencia entre la 1ª lectura y el evangelio

          Ben Sira enfoca el perdón como un requisito esencial para ser perdonados por Dios. La parábola del evangelio nos recuerda lo mucho que Dios nos ha perdonado, que debe ser el motivo para perdonar a los demás.

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“El bando del Crucificado”, por Gema Juan OCD

Domingo, 14 de septiembre de 2014
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14910431410_7583182df7_mLeido en su blog Juntos Andemos:

En cierta ocasión, Teresa de Jesús escribía a un hermano carmelita: «No ha de faltar cruz en esta vida, aunque más hagamos, si somos del bando del Crucificado».

No es que ella no supiera que la vida trae cruces, dolores y dificultades para todos. Lo sabía bien, pero hablaba de otra cosa. De hecho, muy poco después de escribir esta carta, dirá en Moradas: «No penséis que está la cosa en si se muere mi padre o hermano, conformarme tanto con la voluntad de Dios que no lo sienta; y si hay trabajos y enfermedades, sufrirlos con contento. Bueno es, y a las veces consiste en discreción, porque no podemos más, y hacemos de la necesidad virtud».

El realismo de Teresa parece no tener límites, como no los tiene su conciencia de que lo que Jesús propone es algo diferente; cuenta con esa actitud sabia pero, además, invita a otra cosa. Ella entendió que seguir a un hombre que fue crucificado, significaba algo más que hacer de la necesidad virtud o resignarse, de la mejor manera, ante situaciones inevitables.

Puede sorprender que una mujer del s. XVI, imbuida de las ideas espirituales del momento, entendiera, tan de raíz, el sentido de la cruz de Cristo. Aunque, según propias palabras, no era muy letrada, es conocido su afán como lectora y que buscó la luz cuanto le fue posible para entender su fe y poder vivirla sinceramente. Pero lo que entendió sobre el Crucificado no lo aprendió en ningún libro, sino creyendo y orando, y llevando a la vida lo que iba intuyendo.

La teología actual sabe –mejor que la del tiempo de Teresa– que la cruz de Cristo alude, más aún que al dolor físico –sin duda, desmesurado– a la humillación que suponía la crucifixión: era una muerte vergonzosa y denigrante. Una muerte con la que Cristo cedió todos sus derechos y se degradó voluntariamente.

Teresa lo comprendió, y por eso hablaba de la cruz que puede aparecer en la vida por el hecho de elegir estar en el «bando del Crucificado». Por decidir seguirle y vivir tras su estela.

Solo desde ahí se puede entender –o mejor, vivir– ese ir «procurando perder de nuestro derecho», del que habla Teresa. Algo que a la mentalidad actual le resulta prácticamente inadmisible. Sin duda, hay gentes admirables, anónimas para muchos, que viven cediendo, es decir, renunciando de un modo u otro a sus legítimos derechos, en pro de los demás. Pero a nadie se le oculta lo difícil que resulta encajar esta idea en el pensamiento de hoy.

De hecho, a la gran comunidad de seguidores de Jesús se le hace muy difícil no encontrar argumentos y razones –¿excusas?– de todo tipo, para no perder o ceder sus derechos. Mientras que, desde la Encarnación hasta la cruz, el camino de Cristo es el de la desposesión de sí más absoluta en favor de los demás.

Tal vez por eso, Teresa decía con tanta fuerza: «Poned los ojos en el Crucificado y haráseos todo poco… ¿Pensáis que es poco un tal amigo al lado?». Teresa sabe que ese Cristo se hace compañero de vida, cuando se acoge su presencia: «No os faltará para siempre; ayudaros ha en todos vuestros trabajos; tenerle heis en todas partes».

El Crucificado va por delante. Por eso, es posible responder a su invitación –«Venid conmigo»– y decidirse a vivir como Él. Sin duda, supone un riesgo porque implica una profunda desinstalación. Lo intuyeron pronto los primeros discípulos, tambaleándose y queriendo convencer a Jesús de que no cediera su dignidad. Y lo intuye quien mira al Cristo vivo en sus palabras, en su interior y en quienes le siguen de verdad.

Para Teresa, ser del «bando del Crucificado» es ir entendiendo la vida de Jesús, asumir su estilo bienaventurado, que busca parecerse al Padre todo bueno, que pone su dignidad en el amor, hasta el punto de decir: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos».

Cuando Teresa pensaba en esa forma de dar la vida, animaba a cada una de sus hermanas a «ser la menor de todas… mirando cómo o por dónde las podéis hacer placer y servir». Por eso le molestaba tanto que se hiciera «caso de unas cositas que llaman agravios» y las cosas de «honra», la búsqueda de reconocimiento o ventajas. Porque, en definitiva –como había advertido san Pablo a los Corintios– era vaciar la cruz de Cristo, desfigurarla.

La comunidad de los que siguen a Jesús está llamada a ceder derechos y dignidades, a renunciar a sus ventajas, a no ofenderse cuando no es tratada con reverencia. Está llamada a reconocer, nuevamente, la cruz de Jesús. Será necesario recordar que Él pidió ser «cautos como serpientes e ingenuos como palomas», pero también que avisó de que un discípulo no es más que su maestro, si de verdad es discípulo. Y al Maestro, su vida le llevó a desposeerse y no salvarse a sí mismo, le llevó a la cruz.

A toda la comunidad que sigue a Jesús y a cada miembro de ella, se dirige Teresa: «Abrazaos con la cruz que vuestro Esposo llevó sobre sí y entended que esta ha de ser vuestra empresa; la que más pudiere padecer, que padezca más por El, y será la mejor librada». Padecer es servir como Cristo, no significa afligirse o castigarse sin razón. Es seguir al que dijo, cuando iba camino de Jerusalén: «Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve».

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“Locura y escándalo de la cruz. 10 preguntas mordientes”, por Arnaldo Zenteno.

Jueves, 24 de abril de 2014
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032Leído en la página web de Redes Cristianas:

Queridas hermanas y hermanos: Les comparto un Viacrucis del Migrante, un Viacrucis Ecológico, 10 preguntas inquietantes o mordientes ante el escándalo de la Cruz, y un pequeño folleto inspirado en Pagola sobre ese escándalo y locura.

Unidos en el Viacrucis de Jesús y los Crucificados de nuestra historia, y unidos ahora en especial a tantas personas afectadas de diversas maneras en la cadena de temblores y de incertidumbre hoy en Nicaragua.

Arnaldo.

LOCURA Y ESCÁNDALO DE LA CRUZ.
10 preguntas mordientes

1.- ¿Cuánto valoramos y qué sentido le damos a la devoción popular, a las imágenes de Cristo crucificado, como a la Sangre de Cristo? ¿Las valoramos o pensamos que es una religiosidad popular sin evangelización? ¿Hemos reflexionado en por qué el pueblo más pobre se identifica tanto con las imágenes de Jesús Crucificado?

2.- ¿En qué sentido Cristo crucificado es fuente de nuestra esperanza y de una lucha más humana?

3.- Cuando se habla del Sacrificio de la Cruz se suele decir que es el sacrificio que le ofrece al Padre para pagar la ofensa por nuestros pecados y que nos perdone ¿Es esto verdad y qué imagen refleja de Dios?

4.- ¿Y en qué sentido podemos decir que el Padre no quiere la Cruz de su Hijo Amado y en qué sentido el Padre sí la quiere?

5.- ¿En nuestra vida cotidiana creemos más en un Dios omnipotente y todo poderoso y aún el Dios de los ejércitos más que en un Dios humillado y crucificado?

6.- ¿Por qué matan, asesinan a Jesús las autoridades religiosas y políticas de su tiempo?

7.- ¿Vemos en Jesús crucificado que Él se identifica con las víctimas, con los crucificados de la historia?

8.- Si adoramos a Jesús crucificado que entrega la vida por amor ¿podemos ser indiferentes a los crucificados de nuestra historia?

9.- ¿Qué significa para nosotros la palabra de Jesús “El que quiera ser mi discípulo, tome su cruz y sígame”?

10.- ¿Qué relación hay entre asumir la Cruz y comprometernos por el Reino?

Asamblea de Representantes CNP-CEB. Abril 2014.

Fuente: Red Mundial de Comunidades Eclesiales

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“El crucifijo más antiguo”, por José María Castillo, teólogo.

Sábado, 19 de abril de 2014
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2344985497_3422904de8De su blog Teología sin Censura:

Una de las cosas más complicadas, que entraña el cristianismo, está en saber y precisar debidamente cómo debemos los cristianos expresar la fe, el respeto y las exigencias que lleva consigo el recuerdo y la imagen de Jesús crucificado. De sobra sabemos que la cruz, el instrumento de muerte infamante en el que mataron a Jesús, se ha utilizado – y se sigue utilizando – para los fines más diversos: imagen de piedad y devoción, adorno de paredes y edificios, símbolo de identidad de una confesión religiosa, signo de autoridad y poder, ornato de bisutería y joyería, condecoración para personas importantes y tantas cosas más que quizá ni nos imaginamos.

Este nudo de cosas tan heterogéneas, y hasta tan contradictorias, resulta perfectamente comprensible. Baste pensar que, según la fe cristiana, en una cruz (lo más degradante que se ha inventado) murió Dios (lo más excelso, tan excelso que nos trasciende a los humanos). Y esa fusión de lo que (según la humana razón) no se puede fusionar, se realizó de forma que aquello no fue, ni pudo ser, un rito religioso, sino la ejecución de un delincuente. Así fue, si nos atenemos al hecho histórico. Otra cosa es la interpretación que le dio a ese hecho el apóstol Pablo, al afirmar que la muerte de Cristo fue un “sacrificio” y una “expiación” por nuestros pecados (1 Cor 5, 7; Rom 5, 9-11; Ef 5, 2). Pero la realidad es tozuda. La muerte de Jesús fue lo que fue, en aquella sociedad: la ejecución legal de un hombre “peligroso”, asesinado entre dos “lestaí” (Mc 15, 27 par), una palabra que, según el historiador F. Josefo, se utilizaba para designar a los “rebeldes” al orden establecido.

Por eso los cristianos primitivos no se atrevieron nunca ni a pintar cruces y crucifijos. Hubiera sido una provocación decir, en aquellos tiempos, que se veneraba a un “dios crucificado”. El crucifijo más antiguo que se conoce fue descubierto en 1856, en un sótano de las ruinas del viejo palacio del emperador Augusto. Lo que se encontró fue un “graffiti” (datado en torno al año 200) que representa a un hombre delante de una cruz en la que está crucificado un hombre desnudo con cabeza de burro. Y debajo, con grandes letras, una burla que dice en griego: “Alesamenos sebete Theon”, que significa “Alejandro adora a Dios”.

Esto fue escrito, si duda, por un irrespetuoso empleado del palacio imperial, que así se burlaba de los cristianos que empezaban a hacerse notar en Roma. La figura es indignante para quienes veneramos, con respeto y sentimientos de devoción, la imagen de Jesús crucificado. Pero confieso que a mí me indigna, tanto o no sé si más aún, que aquel subversivo del poder y la ostentación, que fue Jesús, se vea hoy representado, con oro y pedrería de gran lujo, para lucimiento de gentes sin escrúpulos, que ostentan así su vanidad, su prepotencia, su codicia o su ambición. Y lo peor de todo es que, con demasiada frecuencia, estos sentimientos se lucen a costa del dolor y la vergüenza de los más desamparados. ¿Y nos quejamos de que las cosas estén como están? ¿Es que nos hemos empeñado en hacer del fracaso de Jesús el triunfo del cristianismo? Y lo peor de todo es cuando vemos las cosas más disparatadas como lo más natural del mundo. Entonces es cuando yo empiezo a temer en serio que esto no tiene remedio.

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“Cómo anunciar hoy la Cruz de nuestro Señor Jesucristo”, por Leonardo Boff, teólogo.

Viernes, 18 de abril de 2014
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jesus-cheLeído en Koinonia:

Cambian los clavos, otros son los verdugos; la víctima sigue siendo la misma: Cristo que es crucificado y agoniza en los pobres, oprimidos y pequeños. ¿Cómo denunciar hoy los verdugos? ¿Cómo alertar a la “turbamulta” que es, en su inconsciencia, seducida y manipulada por la destreza de las raposas de este mundo? ¿Cómo traducir, en la predicación, la primacía paulina de la sabiduría de la cruz?

Inicialmente es preciso ampliar nuestra comprensión de cruz y de muerte. Muerte no es solamente el último momento de la vida. Es la vida toda que va muriendo, limitándose, hasta sucumbir en un límite último. Por esto preguntar: ¿Cómo murió Cristo? equivale a preguntar: ¿Cómo vivió? ¿Cómo asumió los conflictos de la vida? ¿Cómo acogió el caminar de la vida que va hasta terminar de morir? Él asumió la muerte en el sentido de haber asumido todo lo que trae la vida: alegrías y tristezas, conflictos y enfrentamientos, por causa de su mensaje y de su vida.

Algo semejante vale para la cruz. Cruz no es solamente el madero. Es la corporificación del odio, de la violencia y del crimen humanos. Cruz es aquello que limita la vida (las cruces de la vida), que hace sufrir y dificulta el andar, por causa de la mala voluntad humana (cargar la cruz de cada día). ¿Cómo soportó Cristo la cruz? No buscó la cruz por la cruz. Buscó el espíritu que hacía evitar la producción de la cruz para sí y para los otros. Predicó y vivió el amor y las condiciones necesarias para que pueda haber amor. Quien ama y sirve, no crea cruces para los demás por su egoísmo, por la mala calidad de la vida que genera. Anunció la buena nueva de la Vida y del Amor. Se entregó por ella. El mundo se cerró a él, le creó cruces en su camino y finalmente lo levantó en el madero de la cruz.

La cruz fue consecuencia de un anuncio cuestionador y de una práctica liberadora. El no huyó, no contemporizó, no dejó de anunciar y atestiguar, aunque esto lo llevara a tener que ser crucificado. Continuó amando, a pesar del odio. Asumió la cruz en señal de fidelidad para con Dios y para con los seres humanos. Fue crucificado por Dios (fidelidad a Dios) y crucificado por los seres humanos y para los seres humanos (por amor y fidelidad a los seres humanos).

LOS SIGNIFICADOS ACTUALES DEL ANUNCIO DE LA CRUZ DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

1. Empeñarse para que haya un mundo donde sea menos difícil el amor, la paz, la fraternidad, la apertura y la entrega a Dios. Esto implica denunciar situaciones que engendran odio, división y ateísmo en términos de estructuras, valores, prácticas e ideologías. Esto implica anunciar y realizar, en una praxis comprometida, amor, solidaridad, justicia en la familia, en las escuelas, en el sistema económico en las relaciones políticas. Esto implica apoyar y participar en la gestación de las infraestructuras económicas, sociales, ideológicas, psicológicas y religiosas que hacen posible la justicia y la fraternidad. Este compromiso lleva como consecuencia crisis, enfrentamientos, sufrimientos, cruces. Aceptar la cruz que viene de este embate es cargar la cruz como el Señor la cargó en el sentido de soportar y sufrir por razón de la causa que perseguimos y de la vida que llevamos.

2. El sufrimiento que se padece en este empeño, la cruz que se tiene que cargar en este camino, es sufrimiento y martirio por Dios y por Su causa en el mundo. El mártir es mártir por causa de Dios. No es mártir por causa del sistema. Es mártir del sistema, pero para Dios. Por esto el que sufre y el crucificado por causa de la justicia de este mundo, es testigo de Dios. Rompe el sistema cerrado que se considera justo, fraterno y bueno. Es mártir por la justicia; como Jesús y como todos los que lo siguen, descubre el futuro, dejan abierta la historia para que ella crezca y produzca más justicia que la que existe, más amor que el que está vigente en la sociedad. El sistema quiere cerrar y encubrir el futuro. Es fatalista; juzga que no necesita de reforma y modificación. Quien soporta la cruz y sufre en la lucha contra ese fatalismo intra-sistémico, carga la cruz y sufre con Jesús y como Jesús. Sufrir así es digno. Morir así es valor.

3. Cargar la cruz como Jesús la cargó significa, por tanto, solidarizarse con aquellos que son crucificados en este mundo: los que sufren violencia, son empobrecidos, deshumanizados, ofendidos en sus derechos. Defenderlos, atacar las prácticas en cuyo nombre son hechos no-personas, asumir la causa de su liberación, sufrir por causa de esto: he ahí lo que es cargar la cruz. La cruz de Jesús y su muerte fueron consecuencia de este compromiso por los desheredados de este mundo.

4. Tal sufrimiento y muerte por causa de los otros crucificados implica soportar la inversión de los valores realizada por el sistema, contra el cual alguien se empeña. El sistema dice: estos que asumen la causa de los pequeños e indefensos, son subversivos, traidores, enemigos de los seres humanos, maldecidos por la religión y abandonados por Dios (“maldito el que muere en la cruz“). ¡Son aquellos que quieren revolucionar el orden! Por el contrario, el que sufre y es mártir se opone al sistema y denuncia sus valores y prácticas porque constituyen orden en el desorden. Aquello que el sistema llama justo, fraterno, bueno, en realidad es injusto, discriminador y malo. El mártir desenmascara el sistema. Por eso sufre la violencia de él. Sufre por causa de una justicia mayor, por causa de otro orden (“Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los fariseos…”). Sufre sin odiar, soporta la cruz sin huir de ella. La carga por amor de la verdad y de los crucificados por quienes arriesgó la seguridad personal y la vida. Así hizo Jesús. Así deberá hacer cada seguidor suyo a lo largo de toda la historia. Sufre como “maldito”, pero en verdad es bendito; muere como “abandonado”, pero en realidad es acogido por Dios. Así, Dios confunde la sabiduría y la justicia de este mundo.

5. La cruz, por tanto, es símbolo de rechazo y de violación del sagrado derecho de Dios y de todo hombre. Es producto del odio. Empeñándose en la lucha para abolir del mundo la cruz, la persona sufre sobre sí la cruz impuesta e infligida por los que crearon la cruz. La acepta, no porque ve en ella un valor, sino porque rompe su lógica de violencia con el amor. Aceptar es ser mayor que la cruz; vivir así es ser más fuerte que la muerte.

6. Predicar la cruz puede significar una invitación a un acto extremo de amor y de confianza y de total descentramiento de sí mismo. La vida posee su faceta dramática: existen los derrotados por una causa justa, los desesperanzados, los condenados a la prisión perpetua, los entregados a la muerte fatal. Todos en alguna forma penden de la cruz cuando no tienen que cargarla onerosamente. Muchas veces tenemos que asistir al drama humano, silenciosos e impotentes, porque cada palabra de consuelo podría parecer charlatanería, y cada gesto de solidaridad, resignación inoperante. La garganta ahoga la palabra y la perplejidad seca las lágrimas en su fuente. Especialmente cuando el dolor y la muerte son resultado de la injusticia que dilacera el corazón, o cuando el drama es fatal, sin ninguna salida posible. Aún así tiene sentido, contra todo cinismo, resignación y desesperación, el hablar de la cruz.

El drama no tiene necesariamente que transformarse en tragedia. Jesucristo, que pasó por todo esto, transfiguró el dolor y la condenación a muerte, haciéndolos un acto de libertad y de amor que se entrega a sí mismo, un acceso posible a Dios y una nueva aproximación a aquellos que lo rechazaban: perdonó y se entregó confiadamente a Alguien mayor. Perdón es la forma dolorosa del amor. Entrega confiada es la total descentración de sí mismo para centrarse en Alguien que nos sobrepasa infinitamente y para arriesgarse al Misterio, como el portador último del Sentido del cual participamos pero que no hemos creado. Esta oportunidad se ofrece a la libertad del ser humano: puede aprovecharla y entonces queda sosegado en la confianza; puede perderla y entonces zozobra en la desesperación. Tanto el perdón como la confianza constituyen las formas por las cuales no dejamos que el odio y la desesperación se queden con la última palabra. Es el gesto supremo de la grandeza del ser humano.

Que morir así confiado y descentrado alcanza el último Sentido, lo revela la resurrección, que es la plenitud de manifestación de la Vida, presente dentro de la vida y de la muerte. El cristiano sólo puede afirmar esto mirando hacia el Crucificado que ahora es el Viviente.

7. Morir así es vivir. Dentro de esta muerte de cruz hay una vida que no puede ser absorbida. Ella está oculta dentro de la muerte. No viene después de la muerte. Está dentro de la vida de amor, de solidaridad y de coraje de soportar y de morir. Con la muerte se revela ella en su poderío y en su gloria. Es esto lo que expresa san Juan cuando dice que la elevación de Jesús en la cruz es glorificación, que la “hora” es tanto la hora de la pasión como la hora de la glorificación. Existe, por lo tanto, una unidad entre pasión y resurrección, entre vida y muerte. Vivir y ser crucificado así por causa de la justicia y por causa de Dios, es vivir.

Por eso el mensaje de la pasión viene siempre unido con el mensaje de la resurrección. Quienes murieron rebelados contra el sistema de este siglo y rehusaron entrar en los “esquemas de este mundo” (Rm 12, 2), ésos son los resucitados. La insurrección por causa de Dios y del otro, es resurrección. La muerte puede parecer sin sentido. Pero ella es la que tiene futuro y guarda el sentido de la historia.

8. Predicar la cruz hoy, es predicar el seguimiento de Jesús. No es pasividad ante el dolor ni magnificación de lo negativo. Es anuncio de la positividad, del compromiso para hacer cada vez más imposible que unos seres humanos continúen crucificando a otros seres humanos. Esta lucha implica asumir la cruz y cargarla con valor y también ser crucificado con valor. Vivir así es vivir ya la resurrección, es vivir a partir de una Vida que la cruz no puede crucificar. La cruz sólo la revela todavía más victoriosa. Predicar la cruz significa: seguir a Jesús. Y seguir a Jesús es per-seguir su camino, pro-seguir su causa y con-seguir su victoria.

EL MISTERIO Y LA MISTICA DE LA CRUZ

Vivir la cruz de Nuestro Señor Jesucristo implica una mística de vida. Esta mística se asienta sobre un misterio: el misterio de una vida que se genera donde aparece la muerte, el misterio de un amor donde se manifiesta el odio. La cruz resume todo esto.

Por una parte es el símbolo del misterio de la libertad humana rebelde: es producida por la voluntad de rechazo, de venganza y de autoafirmación hasta la eliminación del otro. Es aquello que el ser humano puede llegar a ser cuando rehusa a Dios. Es, pues, símbolo del ser humano caído, del no-ser-humano. Es símbolo del crimen.

Por otra parte, es símbolo del misterio de la libertad humana en su poder: cuando es soportada dentro de un compromiso para superarla y volverla entonces más inviable en el mundo, la cruz es símbolo de otro tipo de vida, descentrada de sí misma, vida del profeta, del mártir, de la persona del Reino de Dios. No provoca la cruz, sino que la soporta; no sólo la soporta, sino que también la combate, y al combatirla es hecho víctima, al ser crucificado por la saña de aquellos que endurecieron el corazón frente al hermano y a Dios; al ser crucificado, puede transfigurarla, haciéndola sacrificio de amor por los otros. Es, pues, símbolo del hombre y la mujer nuevos y vivientes. Es símbolo de amor.

Cada cruz contiene una denuncia y un llamamiento. Denuncia el cerrarse de lo humano sobre sí mismo hasta el punto de crucificar a Dios. Es un llamamiento a un amor capaz de soportarlo todo, hasta el punto de que el Padre entrega a su propio Hijo a la muerte por sus enemigos. La cruz se presenta así como esencialmente ambigua. Mantener permanentemente esta ambigüedad es condición para preservar su carácter crítico, acrisolador, tanto de las pretensiones de auto-afirmación humana como de nuestra imagen de Dios, impasible ante el dolor de los crucificados de la historia.

Esta paradoja de la cruz no se entiende por la razón formal ni por la razón dialéctica. Está más allá de los logos abstractos. Es el lógos tou staurou, la lógica de la cruz (1 Cor 1, 8). La apropiación de la lógica de la cruz no se realiza sino en la praxis: combatiendo, y asumiendo la cruz y la muerte. Así como no se mata el hambre de un desfallecido haciéndole un discurso sobre el arte culinario, así tampoco se resuelve el problema del sufrimiento simplemente penando en él. Es comiendo como se mata el hambre. Es luchando contra el mal como se supera su carácter absurdo.

Como dijo y vivió Pablo:

“Atribulados en todo, mas no aplastados;
perplejos mas no desesperados;
perseguidos más no abandonados;
derribados mas no aniquilados.
Como desconocidos, aunque bien conocidos;
como quienes están condenados a la muerte, pero vivos;
como tristes, pero siempre alegres;
como pobres, aunque enriquecemos a muchos;
como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos”
(2 Cor 4.8-9; 6.9-10).

Esta praxis revela lo que se oculta en el drama de la cruz y de la muerte: el Sentido último y la Vida.

Nudus nudum Christum sequi: desnudo seguir a Cristo desnudo; he ahí la mística y el misterio de la Cruz.

“”(Tomado de: Pasión de Cristo, Pasión del mundo, Indoamerican Press Service, Bogotá 1978, pág 167-174; Sal Terrae, Santander (España) 1989, pág. 171; Paixão de Cristo, Paixão do mundo, Vozes 1977, Petrópolis, pág. 158-164)””.

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Viernes 18 de Abril de 2014. “Viernes Santo”.

Viernes, 18 de abril de 2014
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Camino del CalvarioDe Koinonia:

Isaías 52,13-53,12

Él fue traspasado por nuestras rebeliones

Mirad, mi siervo tendrá éxito,
subirá y crecerá mucho.
Como muchos se espantaron de él,
porque desfigurado no parecía hombre,
ni tenía aspecto humano,
así asombrará a muchos pueblos,
ante él los reyes cerrarán la boca,
al ver algo inenarrable
y contemplar algo inaudito.
¿Quien creyó nuestro anuncio?,
¿a quién se reveló el brazo del Señor?
Creció en su presencia como brote,
como raíz en tierra árida,
sin figura, sin belleza.
Lo vimos sin aspecto atrayente,
despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores,
acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros,
despreciado y desestimado.
Él soportó nuestros sufrimientos
y aguantó nuestros dolores;
nosotros lo estimamos leproso,
herido de Dios y humillado;
pero él fue traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes.
Nuestro castigo saludable cayó sobre él,
sus cicatrices nos curaron.
Todos errábamos como ovejas,
cada uno siguiendo su camino;
y el Señor cargó sobre él
todos nuestros crímenes.
Maltratado, voluntariamente se humillaba
y no abría la boca;
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,
enmudecía y no abría la boca.
Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron,
¿quién meditó en su destino?
Lo arrancaron de la tierra de los vivos,
por los pecados de mi pueblo lo hirieron.
Le dieron sepultura con los malvados,
y una tumba con los malhechores,
aunque no había cometido crímenes
ni hubo engaño en su boca.
El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento,
y entregar su vida como expiación;
verá su descendencia, prolongará sus años,
lo que el Señor quiere prosperará por su mano.
Por los trabajos de su alma verá la luz,
el justo se saciará de conocimiento.
Mi siervo justificará a muchos,
porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,
y tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomo el pecado de muchos
e intercedió por los pecadores.

Salmo responsorial: 30

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
tú, el Dios leal, me librarás. R.

Soy la burla de todos mis enemigos,
la irrisión de mis vecinos,
el espanto de mis conocidos;
me ven por la calle, y escapan de mí. /
Me han olvidado como a un muerto,
me han desechado como a un cachorro inútil. R.

Pero yo confío en ti, Señor,
te digo: “Tú eres mi Dios.”
En tu mano están mis azares;
líbrame de los enemigos que me persiguen. R.

Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
sálvame por tu misericordia.
Sed fuertes y valientes de corazón, /
los que esperáis en el Señor. R.

Hebreos 4,14-16;5,7-9

Aprendió a obedecer
y se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación

Hermanos: Mantengamos la confesión de la fe, ya que tenemos un sumo sacerdote grande, que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios. No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado con todo exactamente como nosotros, menos en el pecado. Por eso, acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente.

Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna.

 

Juan 18,1-19,42

Pasión de N.S.Jesucristo según san Juan

C. En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el traidor, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando la patrulla y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús sabiendo todo lo que venia sobre él, se adelanto y les dijo:

+. “¿A quién buscáis?”

C. Le contestaron:

S. “A Jesús, el Nazareno.”

C. Les dijo Jesús:

+. “Yo soy.”

C. Estaba también con ellos Judas, el traidor. Al decirles: “Yo soy”, retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:

+. “¿A quién buscáis?”

C. Ellos dijeron:

S. “A Jesús, el Nazareno.”

C. Jesús contestó:

+. “Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos.”

C. Y así se cumplió lo que había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me diste.” Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:

+. “Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?”

* Llevaron a Jesús primero a Anás

C. La patrulla, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; era Caifás el que había dado a los judíos este consejo: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo.” Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada que hacía de portera dijo entonces a Pedro:

S. “¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?”

C. Él dijo:

S. “No lo soy.”

C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentÁndose. El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de la doctrina. Jesús le contesto:

+. “Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho yo.”

C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:

S. “¿Así contestas al sumo sacerdote?”

C. Jesús respondió:

+. “Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?”

C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.

¿No eres tú también de sus discípulos? No lo soy

C. Simón Pedro estaba en pie, calentándose, y le dijeron:

S. “¿No eres tú también de sus discípulos?”

C. Él lo negó, diciendo:

S. “No lo soy.”

C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:

S. “¿No te he visto yo con él en el huerto?”

C. Pedro volvió a negar, y enseguida canto un gallo.

Mi reino no es de este mundo

C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en le pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:

S. “¿Qué acusación presentáis contra este hombre?”

C. Le contestaron:

S. “Si éste no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos.”

C. Pilato les dijo:

S. “Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley.”

C. Los judíos le dijeron:

S. “No estamos autorizados para dar muerte a nadie.”

C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir. Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:

S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”

C. Jesús le contestó:

+. “¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?”

C. Pilato replicó:

S. “¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mi; ¿que has hecho?”

C. Jesús le contestó:

+. “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.”

C. Pilato le dijo:

S. “Conque, ¿tú eres rey?”

C. Jesús le contestó:

+. “Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.”

C. Pilato le dijo:

S. “Y, ¿qué es la verdad?”

C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:

S. “Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?”

C. Volvieron a gritar:

S. “A ése no, a Barrabás.”

C. El tal Barrabás era un bandido.

* ¡Salve, rey de los judíos!

C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los saldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:

S. “¡Salve, rey de los judíos!”

C. Y le daban bofetadas. Pilato salió otra vez afuera y les dijo:

S. “Mirad, os lo saco afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa.”

C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:

S. “Aquí lo tenéis.”

C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:

S. “¡Crucifícalo, crucifícalo!”

C. Pilato les dijo:

S. “Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él.”

C. Los judíos le contestaron:

S. “Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado Hijo de Dios.”

C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más y, entrando otra vez en el pretorio, dijo a Jesús:

S. “¿De donde eres tú?”

C. Pero Jesús no le dio respuesta. Y Pilato le dijo:

S. “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?”

C. Jesús le contestó:

+. “No tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor.”

¡Fuera, fuera; crucifícalo!

C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:

S. “Si sueltas a ése, no eres amigo del César. Todo el que se declara rey está contra el César.”

C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio que llaman “el Enlosado” (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:

S. “Aquí tenéis a vuestro rey.”

C. Ellos gritaron:

S. “¡Fuera, fuera; crucifícalo!”

C. Pilato les dijo:

S. “¿A vuestro rey voy a crucificar?”

C. Contestaron los sumos sacerdotes:

S. “No tenemos más rey que al César.”

C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.

Lo crucificaron, y con él a otros dos

C. Tomaron a Jesús, y él, cargando con la cruz, salió al sitio llamado “de la Calavera” (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos.” Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:

S. “No escribas: “El rey de los judíos”, sino: “Éste ha dicho: Soy el rey de los judíos.””

C. Pilato les contestó:

S. “Lo escrito, escrito está.”

Se repartieron mis ropas

C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba a abajo. Y se dijeron:

S. “No la rasguemos, sino echemos a suerte, a ver a quién le toca.”

C. Así se cumplió la Escritura: “Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica”. Esto hicieron los soldados.

Ahí tienes a tu hijo. – Ahí tienes a tu madre

C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:

+. “Mujer, ahí tienes a tu hijo.”

C. Luego, dijo al discípulo:

+. “Ahí tienes a tu madre.”

C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Está cumplido

C. Después de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se cumpliera la Escritura dijo:

+. “Tengo sed.”

C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:

+. “Está cumplido.”

C. E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

*Todos se arrodillan, y se hace una pausa

Y al punto salió sangre y agua

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “No le quebrarán un hueso”; y en otro lugar la Escritura dice: “Mirarán al que atravesaron.”

Vendaron todo el cuerpo de Jesús, con los aromas

C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

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Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

(24 de marzo de 1978)

Queridos hermanos:

Después de escuchar la palabra de Dios en esta tarde del Viernes Santo, narrándonos la tragedia del Calvario, mejor sería guardar silencio y con el corazón agradecido adorar al Divino Redentor. Pero es necesario, es obligación del celebrante, aplicar esta palabra eterna a los que estamos viviendo esta ceremonia. Y es que la liturgia no es simplemente un recuerdo, la liturgia es actualización; aquí en la Catedral esta tarde de marzo de 1978, Cristo nos está ofreciendo la fuente inagotable de su redención a los que hemos venido con fe, con esperanza, a contemplar este misterio de la redención.

Es como si en este momento lo que se acaba de leer estuviera pasando aquí ante nuestros ojos y fuéramos nosotros los que nos estamos salpicando con esa sangre que se derrama en el Calvario. Las tres preciosas lecturas nos dan la medida sin medida de este gesto de amor que se llama la redención.

La primera lectura nos presenta el abatimiento de Cristo hasta la profundidad de una humillación que no tiene nombre. La segunda lectura, carta a los Hebreos exalta ese personaje humillado en la cruz hasta las alturas del cielo hecho pontífice supremo de nuestra salvación. Y el precioso relato de la pasión que los jóvenes seminaristas acaban de hacer, nos dice cómo sucedió todo esto: la humillación y la exhaltación. Leer más…

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“Semana Santa: otra lectura”, por José Sánchez Luque

Miércoles, 16 de abril de 2014
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20130715_victor1Leído en Somos Iglesia Andalucía

Tenemos el peligro de detenernos en lo secundario y olvidar lo esencial. Me gustaría que estas líneas nos sirvieran para fijarnos en lo que debe ser más importante y fundamental  en la celebración de la Semana Santa para una persona creyente. Pienso que lo más esencial será que las diversas celebraciones: procesiones, vía crucis,  liturgias, encuentros familiares, etc.,  nos acerquen  al protagonista principal de esta semana: Jesús de Nazaret. Pero, tanto se ha hablado sobre Jesús, tantas cosas se han dicho de él que nos podemos  sentir como aturdidos e incluso desorientados. Por eso hemos de volver constantemente al Evangelio para comprender lo más  esencial sobre Jesús. Recuperemos, como nos dice el papa Francisco, la frescura original del Evangelio  (EG 11).

Lo primero que nos dice el Evangelio es que Jesús fue un buscador de alternativas. Y nosotros, si queremos continuar el camino que él abrió, tenemos que ser también buscadores de alternativas. Vivimos en  una sociedad en la que parece que ya no es posible otra economía ni otra política, que tenemos que resignarnos con lo que tenemos, que no hay alternativas, que solo son  posibles  pequeños retoques al sistema socioeconómico que nos  rodea. Hoy, los seguidores del Nazareno, igual que otras muchas personas, tenemos que creer firmemente que es posible un mundo  distinto, una sociedad distinta donde la fraternidad, la igualdad y la verdadera democracia se hagan realidad. Un mundo, en definitiva, en que se respeten los derechos de todas las personas y los derechos de la madre Tierra. Donde el compartir sea lo más normal y natural.

Jesús  nos propone una nueva  imagen de Dios,  de la persona humana y  de la sociedad. La Semana Santa nos escenifica  la nueva imagen de Dios que Jesús nos trae. Estamos llamados a buscar Semana Santa!ese Dios alternativo que Jesús nos revela que, aunque nos parezca extraño, es distinto al Dios de las religiones y de las filosofías, incluso al Dios del AT. La inculturación del cristianismo  en el mundo grecorromano hizo que se pensara que el Dios comunicado por Jesús era aquel Ser supremo caracterizado como Acto puro, Motor inmóvil, Divinidad inmutable, Poder impasible y  Todopoderoso de la filosofía griega. Incluso así pasó a la teología oficial.

Pero la cruz nos revela un concepto de Dios completamente nuevo. Dios se ha deshecho de las máscaras con que pretendíamos encubrir su rostro. Dios irrumpe en la historia humana en la persona del obrero Jesús. El misterio de Dios encontró cuna, hogar, asiento, camino y mortaja en el judío Jesús de Nazaret. Y  en la cruz, en esa cruz que con tanta solemnidad vamos a procesionar  por nuestras  calles en estos días, es donde Dios aparece en su verdadero ser. Un Dios que llora, suda y sangra, haciendo suyo el dolor, el miedo, la desesperación de quienes comparten con él la condición de victimas de la tierra.

Nos dice el profesor alemán y teólogo mártir D. Bonhoeffer que fue ahorcado a los 43 años en un campo de concentración nazi: “En Jesús crucificado se rompen todas las ideas que sobre Dios se han hecho las personas a través de la historia. En él aparece la debilidad y el sufrimiento de Dios. Solo un  Dios que sufre puede ayudarnos”. Y es desde la cruz, donde Dios nos dice que lo  más divino que hay  en nosotros es  la lucha solidaria por hacer un mundo más justo y más humano. Nuestra tarea será bajar de la cruz a los crucificados de la historia, y unirnos, indignados,  a los millones de personas que se manifiestan a favor de una sociedad más justa y menos desigual

¡Buen compromiso para esta Semana Santa!

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“¡¡ Nunca más !! – (La octava palabra)”, por Jairo del Agua.

Domingo, 13 de abril de 2014
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13522929955_6be504c32eLeído en su blog:

Me lo contó Longinos. ¿Recuerdas? El centurión romano que custodiaba con sus soldados a los ejecutados de aquel aciago día… El mismo que vio y oyó expirar al Señor. El mismo -dicen- que lo atravesó con su lanza.

Lo cuenta Marcos con patética cortedad: “Pero Jesús, lanzando un fuerte grito, expiró… El centurión que estaba frente a él, al ver que había expirado dando aquel grito, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15,37).

Ese mismo centurión pagano, que hizo una auténtica confesión creyente, me lo contó tras convertirse al cristianismo. Lo que Jesús gritó fue: ¡¡Nunca más, nunca más!!

Nunca más juicios y condenas injustos. Nunca más religiones que matan. Nunca más sangre derramada. Nunca más torturas. Nunca más muerte o dolor por mi causa, porque yo vine a traeros la vida (Jn 10,10).

¿Y qué hemos hecho los cristianos durante siglos? Nos hemos echado encima infinidad de “cruces” o se las hemos cargado a otros. Hemos configurado una miserable ascética de dolor, prepotencia e irracional avidez de sangre. Desde la agresión al propio cuerpo (¿acaso no es también obra de Dios?) hasta el sometimiento de los creyentes con autoritaria y amenazante prepotencia que humilla, degrada, ofende, excluye y destroza… ¿Qué clase de “religión” es esa que destruye en vez de construir a las personas?

Hoy mismo se están convocando jordanas de “ayuno y oración” para conseguir tal o cual favor del Cielo. ¿A qué “dios insatisfecho” ganaremos con el hambre autoimpuesto? Otra vez la herencia judía. “¿No acabáis de entender ni de comprender? ¿Estáis ciegos? ¿Para qué tenéis ojos si no veis, y oídos si no oís?” (Mc 8,17). Es al revés: “Dad de comer al hambriento”.
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AyunoNo creo más que en el ayuno terapéutico y racional, el que me lleva a cuidar el cuerpo con equilibrio y salubridad, obligación exigible a todo ser humano. Es más virtuoso y difícil cuidar el cuerpo que destrozarlo. ¡Cuánta religión perversa hemos divulgado!

No existe un “ayuno religioso” como moneda de cambio para obtener favores divinos o conseguir perdón. El Dios que me llama no se alimenta de ayunos, sacrificios o barbaridades auto lesivas. Eso es una ancestral superstición de los judíos y de sus religiones contiguas.

¡Pero si lo dice la antigua Escritura! “¿Acaso lo que yo quiero como ayuno es que alguien aflija su cuerpo, incline la cabeza como un junco y se acueste sobre cilicio y ceniza? ¿A eso le llamáis ayuno, día agradable al Señor? El ayuno que yo quiero es éste: Que se desaten las ataduras de la impiedad, que se suelten las cargas de la opresión, que se ponga en libertad a los oprimidos y se rompa todo yugo. Ayunar es partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne” (Is 58,5).

La auténtica y más ardua ascética es “vivir en orden” en las cuatro instancias de la persona (cuerpo, sensibilidad, yo cerebral y ser). La autoagresión es pura reliquia pagana: “¡Baal respóndenos!… Entonces gritaron más fuerte y se hicieron cortaduras, según su costumbre, con cuchillos y punzones hasta chorrear sangre por todo el cuerpo” (1Re 18,28).
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Flagelantes¿Qué hacen hoy día nuestros Pastores ante el bochornoso espectáculo de algunas procesiones y penitentes? ¿Acaso piensan que somos semejantes a los seguidores de Baal? Deberíamos reflexionarlo seriamente.

Cuando yo era un joven devoto y apasionado le pedí a mi madre un crucifijo pectoral para llevarlo siempre bajo mi ropa. Tras su soporte metálico le hice grabar: “Amor y Sacrificio”. Me equivoqué. Debí haberla pedido que grabara: “Amor y Alegría”. Todavía lo guardo para recordar mi inmadurez y la influencia de mis preceptores. El “ambiente humano” que nos rodea -sobre todo si es autoridad- tiene un enorme peso sobre nosotros.

Cuenta san Josemaría Escrivá, en alguno de sus libros, que su vocación se aceleró cuando vio pasar bajo la ventana de su casa a un fraile descalzo que iba dejando sus huellas sobre la nieve. Se equivocaba aquel misterioso fraile y pecaba de imprudencia, con la mejor intención sin duda. Es obligación, incluida en el quinto mandamiento, cuidar el propio cuerpo. De hecho, hay infinidad de enfermedades y dolores que se derivan del olvido de ese cuidado por parte nuestra o por parte de nuestros ancestros de los que heredamos la carga genética. ¡Vaya responsabilidad incluye ese “quinto” tan poco meditado!
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FanatismoEn el nombre de la “cruz” no solo nos hemos auto agredido sino que hemos herido a otros. Hemos iniciado guerras, torturado, matado, excomulgado… En el nombre de la “cruz” hemos juzgado, condenado, destrozado honras y famas… Ahí está la reciente advertencia del Papa sobre difamación y calumnia, pecados olvidados… No hemos oído el desgarrador grito de Cristo: ¡Nunca más cruces! ¡Nunca más herramientas de tortura y hundimiento del ser humano!

Porque la Cruz verdadera -el signo de los cristianos- es la síntesis espiritual de los valores del Crucificado. No la herramienta de tortura o la saña de sus asesinos o la falsa expiación por nuestros pecados. Lo dice clarísimamente Juan al comienzo de su evangelio. Lo proclama expresamente nuestro Señor antes de curar al ciego de nacimiento: “Soy la luz del mundo” (Jn 9,5).

Hemos imitado a los torturadores imponiendo “cruces”. Hemos maximizado la cruz, se han escrito libros con títulos como “En la cruz está la vida” u otros eufemismos. No es verdad. En la cruz está la muerte y la crueldad de unos asesinos, que hemos enmascarado bajo conceptos como expiación, sangre redentora, cruento trueque por pecados… De ahí la exaltación del dolor hasta la saciedad. Sin embargo hemos postergado la Luz del dulce Maestro, el mensaje del Crucificado y Resucitado, mensaje de vida y felicidad, “bienaventurados”

Digámoslo alto y claro: El dolor es un mal o síntoma de un mal (físico o síquico). Reproducir dolores gratuitamente, por muy religiosos que sean los motivos, es un desorden sicológico que se llama “dolorismo” o “masoquismo”. ¡Bastantes dolores irremediables conlleva el camino humano! Por eso no me interesan los “lignum crucis”, ni las reliquias materiales de ningún tipo. Me interesa la herencia espiritual, aquella que debo integrar en mi vida.
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EmpalaosLos devotos del madero también besarían y honrarían una ametralladora, de haber sido condenado el Señor en otra época. La herramienta de muerte la pusieron los asesinos. Lo verdaderamente valioso es lo espiritual, lo que significa la Cruz, el mensaje de vida y para la vida, el reverso luminoso de la Cruz, el seguimiento de esa Luz.

Si no eres capaz de distinguir esas dos partes, la material y la espiritual, de nada te sirve llevar una cruz al cuello u honrarla en la iglesia. Y la traicionas cuando te haces fabricar amuletos de oro y piedras preciosas en forma de cruz.

Me asustan esos santos con nombres truculentos y penitencias estrambóticas. No me atraen nada esas Congregaciones con nombres penitenciales y sangrientos. Comprendo que fue el fruto de otras épocas. Pero cuánta afición al dolor, al sacrificio, a la sombra de la cruz, a la herramienta de tortura, hemos cultivado en nuestra católica historia. Y cuánta memoria seguimos haciendo por irreflexiva inercia. Leer más…

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