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Rafael Aguirre: “El cristianismo que acepta el estudio crítico de sus orígenes asume un gran reto”

Viernes, 27 de diciembre de 2019
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Scene 07/53 Exterior Galilee Riverside; Jesus (DIOGO MORCALDO) is going to die and tells Peter (DARWIN SHAW) and the other disciples this not the end.

“En el ADN del cristianismo hay material genético que puede despertar y revitalizar extraordinariamente el cuerpo de la Iglesia”

“De la misma forma que las investigaciones históricas sobre Jesús han contribuido a renovar profundamente la cristología, los estudios serios y críticos sobre los orígenes del cristianismo deben ser un acicate y un revulsivo teórico y práctico para la eclesiología”

“El peligro de una minoría es encerrarse, convertirse en gueto, considerarse selecta”

No es ninguna casualidad que en la actualidad se multipliquen los estudios sobre los orígenes del cristianismo. La avalancha de libros sobre Jesús inevitablemente plantea la pregunta de por qué vino después el movimiento que reivindicaba su causa y su persona. Además en tiempos de crisis se vuelven los ojos a los orígenes para encontrar en ellos puntos de referencias. De la misma forma que las investigaciones históricas sobre Jesús han contribuido a renovar profundamente la cristología, los estudios serios y críticos sobre los orígenes del cristianismo deben ser un acicate y un revulsivo teórico y práctico para la eclesiología. Ciertamente la situación de la Iglesia –de las Iglesias cristianas- es muy diferente en los diversos lugares del mundo y lo que voy a sugerir brevemente tiene una relevancia especial en los países de vieja cristiandad, concretamente en Europa. Me limito a un apunte, que pienso está ya desarrollando sus posibilidades teóricas y prácticas.

El cristianismo surge en el seno del judaísmo como un movimiento creativo, en rápida expansión, tras la novedad histórica que supuso Jesús de Nazaret y las experiencias de su Espíritu. Es una verdad ya adquirida que este movimiento, por su propia vitalidad y porque Jesús no pretendió realizar una labor organizativa, se expresó desde el inicio en tradiciones teológicas plurales (petrina, paulina, postpaulinas, joánica, judeocristianas, gnósticas) y en comunidades cristianas muy diversas. La Iglesia de Jerusalén tuvo grandes problemas con la de Antioquía, pero no rompieron la comunión entre ellas. Pablo jamás dejó de considerarse plenamente judío, pero tuvo enormes conflictos con otros misioneros judeocristianos. Los movimientos sociales idealizan sus orígenes y esto es lo que realizan los Hechos de las Apóstoles, que ocultan la gravedad de la ruptura que se dio entre Pedro y Pablo. Un grupo social que acepta el estudio crítico de sus orígenes asume un gran reto que en el caso del cristianismo implica una maduración de la fe, la aceptación de la historicidad de las estructuras eclesiales y el descubrimiento de posibilidades dormidas o reprimidas. En el ADN del cristianismo hay material genético que puede despertar y revitalizar extraordinariamente el cuerpo de la Iglesia.

“Los seguidores de Jesús se encontraban en una situación marginal en el seno del judaísmo, del que no renegaban en absoluto, pero en el que su situación era sumamente incómoda porque su predicación de un Mesías crucificado resultaba del todo inaceptable”

Fácilmente surge el desconcierto ante “la pluralidad de cristianismos”, que solo a finales del siglo II fueron convergiendo en la “Gran Iglesia”, lo que suponía aceptar elementos comunes sin eliminar notables diferencias. Es este período clave de los dos primeros siglos, históricamente oscuros, el que suscita un interés especial. Reitero que es innegable la pluralidad existente en los grupos cristianos de los orígenes, pero hay dos características que se encuentran en todos ellos: su carácter minoritario y marginal, tanto más acentuadas cuanto más clara era su vinculación con Jesús. El carácter minoritario es obvio tanto entre los grupos en los que predominaban los miembros procedentes del judaísmo como en los formados mayoritariamente por gentiles, como sucedía en las comunidades paulinas.

Pero este carácter minoritario tenía una característica muy peculiar: eran grupos marginales. Esto hay que entenderlo bien. Marginal no es lo mismo que marginado o excluido. Los grupos cristianos no se separaban de su sociedad como los qumranitas judíos que se iban al desierto o los cínicos griegos que rompían ostentosamente con su sociedad. Marginal quiere decir que no aceptaban los valores hegemónicos de su sociedad, pero no huían de ella. Vivían en el margen en el sentido de que vivían como ciudadanos normales, pero el punto de referencia de su identidad estaba fuera de la convenciones sociales establecidas, estaba en Jesús crucificado y en el Reino de Dios que anunció. Estaban en el mundo, pero no eran de este mundo. Los seguidores de Jesús se encontraban en una situación marginal en el seno del judaísmo, del que no renegaban en absoluto, pero en el que su situación era sumamente incómoda porque su predicación de un Mesías crucificado resultaba del todo inaceptable. Todos los seguidores de Jesús, tanto los expulsados de la sinagoga como los de procedencia gentil, se encontraban en el Imperio en una situación marginal, muy difícil de sostener, porque no aceptaban el culto imperial ni introducían a Cristo como una deidad más en el acogedor panteón del politeísmo romano. Más aún: proclamar a Jesús crucificado como Señor e Hijo de Dios era un desafío abierto a la ideología religiosa que divinizaba al emperador y legitimaba el orden imperial.

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El carácter minoritario y marginal era común a los diversos grupos cristianos de los dos primeros siglos. Ahora bien, la diferencia está en cómo gestionaban esta situación, sin integrarse y sin abandonar su sociedad. Las diferencias fueron muy notables. Pensemos, por ejemplo, en la postura más acomodaticia de las Cartas Pastorales, que no hablan de la cruz, y en los Evangelios Sinópticos que reivindican la radicalidad de Jesús con un relato centrado en su muerte en cruz.

¿Todo esto dice algo hoy a la Iglesia? Estudiamos los orígenes del cristianismo porque nos interesa su presente y su futuro. Pienso que la Iglesia de los países de vieja cristiandad, y ya he señalado que tengo presente especialmente a la europea, se encuentra en una situación cada vez más parecida a la de los orígenes: minoritaria y marginal. Es una situación que hay que asumir sin cerrar los ojos a la descristianización galopante, sin nostalgias, con lucidez y como una oportunidad para revitalizar el cristianismo. La presencia de Dios y de su Espíritu no se identifica en absoluto con la centralidad de la Iglesia. El ocaso social de la Iglesia no significa la ausencia de Dios. Lo que está en juego no es una sedicente cultura cristiana, aunque tampoco se trata de abandonar a la ligera las tradiciones recibidas: el punto clave es la vivencia de una fe en Dios que transforme la vida personal y social, que sea un revulsivo cultural.

La presencia institucional de la Iglesia en Europa no corresponde a la fe realmente vivida en comunidades cristianas. Debemos comprender, como decía Pedro Crisólogo en el siglo IV, que somos una minoría “no porque hayamos disminuido de una grande, sino porque crecemos de uno pequeño”. Una minoría con vocación de levadura que se mete en la masa para fermentarla. Porque creemos que aceptar a Jesús y su evangelio abre un horizonte insospechado a la vida humana y le confiere una enorme dignidad. El peligro de una minoría es encerrarse, convertirse en gueto, considerarse selecta y por encima de los demás. Lo peor de todo es cuando un Iglesia, que se pretende mayoritaria socialmente, adquiere mentalidad de gueto. Nuestra sociedad va a ser cada vez menos homogénea ideológicamente y esto es un acicate más para saber ser minoría fraterna, constructiva, abierta y crítica. Jesús enseña a sus discípulos a ser minoría cuando les habla de la sal, de la luz, de la levadura, de la mostaza.

El que la minoría sea marginal es de especial calado y actualidad. Si prescindimos de algunas formas anacrónicas que no tienen nada de evangélicas, la Iglesia ya no es una institución central y en la medida en que adopta posturas evangélicas encuentra desdén autosuficiente, desprecio y oposición abierta. Lo estamos viendo en las reacciones que encuentra el Papa Francisco. Aceptar la marginalidad es la oportunidad para recuperar la capacidad de novedad que sorprende y de crítica del evangelio del crucificado. La Iglesia se tiene que dirigir a esta sociedad con realismo sin desconocer la complejidad de los problemas, pero convencida de que en “la locura de la cruz” hay una sabiduría humana muy profunda. Es hablar desde los pobres, tomar claramente distancia de los valores hegemónicos, afrontar las dificultades que conlleva reivindicar el mensaje evangélico.

La marginalidad puede y deber ser asumida de forma consciente por la Iglesia, con los costes institucionales que conlleva, y considerarla como el lugar social adecuado para ver mejor toda la realidad y también como el lugar donde se pueden generar valores de superior calidad moral. Vivir en la marginalidad es difícil e incómodo, tiene costes importantes, exige, con frecuencia, no acomodarse a lo más comúnmente aceptado, pero también requiere no escaparse con un discurso etéreo y no apto para este mundo.

Para mucha gente la marginalidad es una situación que les viene impuesta, les resulta dolorosa y deshumanizante. Pero la marginalidad ofrece sociológicamente posibilidades positivas y puede ser voluntariamente asumida. Es lo que he intentado explicar en las líneas precedentes. El estudio del cristianismo de los orígenes pone de manifiesto que las primeras comunidades eran marginales tanto respecto al judaísmo como respecto al Imperio. Esta situación les venía dada por su vinculación con Jesús, que ha sido acertadamente calificado como “un judío marginal”. Mucho antes de contar con el favor imperial estas comunidades se extendieron con rapidez porque, desde la marginalidad, mostraban un estilo de vida alternativo que resultaba atrayente para amplios grupos sociales.

Es el gran reto de la hora presente para nuestra Iglesia europea, y de una forma quizá especial para la española, asumir de forma creativa la condición de marginalidad, vinculada necesariamente con la situación de minoría (lúcida y creativa), como una oportunidad para una renovación radical del cristianismo en nuestra sociedad. Es lo que nos pide la mirada a los orígenes consustancial con un movimiento que se sabe heredero de una tradición histórica. De otra forma la amenaza es la nostalgia agresiva o ser la albacea de un patrimonio cultural vitalmente irrelevante para las nuevas generaciones.

Fuente Religión Digital

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , , ,

Sencilla alegría

Viernes, 27 de enero de 2017
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Del blog de la Comunidad de la Esperanza:

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“No eres más porque te alaben,

ni menos porque te critiquen;

lo que eres delante de Dios,

eso eres y nada más”.

*

Tomás de Kempis
(1380–1471)

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

Carta de un ex miembro de la Curia contra el Papa y la réplica irónica de un laico irlandés

Domingo, 31 de enero de 2016
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cristo-no-ha-prometido-a-pedro-la-popularidad-en-la-prensa_560x280“Cristo no ha prometido a Pedro la popularidad en la prensa”

Anónimo: “Autoritarismo, populismo, pastoralismo…

E. Sweeney: “Seríamos leales servidores, siempre y cuando ocupásemos cargos que nos permitiesen actuar con poder”

El pasado 27 de noviembre, un ex miembro de la Curia de Roma sacó a la luz una carta abierta pero anónima dirigida al Papa Francisco, acusándole de “falsedad” y “falta de profesionalidad” entre otros juicios. Eamon Sweeney responde construyendo una carta sarcástica que pone en evidencia el fariseísmo de la primera. El lector encontrará en primer lugar la carta del curial anónimo y, a continuación, la respuesta del laico irlandés.

Carta anónima al Papa Francisco, de un ex miembro de la Curia romana (27/11/15)

Santo Padre: En su discurso de Navidad en 2014, Ud. llamó a sus colaboradores de la Curia a hacer, ante todo, un examen de conciencia. En efecto, el Adviento es una ocasión para reflexionar sobre aquello que Dios nos promete y espera de nosotros. Usted afirmó que, sus colaboradores en el Vaticano, deben ser un ejemplo para toda la Iglesia, y después enumeró una serie de “enfermedades” de las cuales la Curia sufriría. En aquel momento, encontré este juicio bastante duro y también injusto, contra muchos en el Vaticano que yo conozco personalmente, mientras Ud. parecía hablar como uno que conoce al Vaticano sólo de afuera o sólo de lo alto. Sin embargo, es precisamente aquel discurso suyo, que ha inspirado la carta que le escribo. Siguiendo su mismo ejemplo, omitiré todas las cosas buenas que Ud. hace y dice, y enumeraré tan sólo aquellos aspectos de su ejercicio del ministerio papal que me parecen problemáticos.

1.- Un comportamiento emotivo y anti-intelectual

La alternativa a una Iglesia de la doctrina es una Iglesia del arbitrio, no una Iglesia del amor. Entre muchos de sus colaboradores y consejeros, hay una falta real de competencia en términos de doctrina y teología; son hombres que, a menudo, tienen a sus espaldas una carrera en el gobierno eclesial o en la administración de una universidad y, con demasiada frecuencia, prefieren razonar en términos pragmáticos y políticos. Ud., como sumo maestro de la Iglesia, debería mostrar con mayor claridad el primado de la fe, para sí mismo y para todos los católicos. La fe sin la doctrina no es nada.

2.- Autoritarismo

Ud. está tomando distancia de la sabiduría -que está custodiada en la disciplina eclesiástica, en el derecho canónico y también en la praxis histórica de la Curia-. Junto a su aversión a una enseñanza presuntamente teórica, esta inclinación lleva a un autoritarismo que ni San Ignacio, el fundador de su Orden de los jesuitas, hubiera aprobado. ¿Ud. escucha verdaderamente las advertencias de quien le hace notar aquello que Ud por sí solo, no ha visto o comprendido inmediatamente? ¿Qué sucedería si Ud. se enterara de mi nombre? Actuar de modo menos autoritario ayudaría a cambiar el actual clima de miedo.

3.- Populismo del cambio

Invocar el cambio está hoy de moda. Pero, especialmente, el sucesor de Pedro, tiene el deber de recordarse a sí mismo y a los demás, las cosas que cambian sólo lentamente; y aún más: las cosas que no cambian para nada. ¿Ud. cree, realmente, que el apoyo que obtiene de los gurúes de la política y de los medios es un buen signo? Cristo no ha prometido a Pedro la popularidad en la prensa y el culto que lleva a una celebridad (Jn. 21, 18).Muchas de sus afirmaciones, levantan falsas expectativas y dan la impresión dañina de que la doctrina y la disciplina de la Iglesia podrían, y deberían, ser adaptadas a las opiniones mutables de la mayoría. El apóstol Pablo piensa diferente sobre esto (Rm 12, 2; Ef 4, 14).

4.- Ninguna “humildad” ante la herencia de sus predecesores

Su comportamiento es percibido como una crítica del modo en que sus predecesores (a menudo canonizados) han vivido, hablado y obrado. No alcanzo a ver cómo esto se concilia con la humildad que Ud. ha invocado y reclamado tantas veces. Esta humildad es, seguramente, necesaria, sobre todo cuando se trata de continuar la tradición que se remonta a Pedro. Su comportamiento sugiere, implícitamente, la idea de que Ud. quiere, de algún modo, reinventar el ministerio petrino. En vez de preservar fielmente la herencia de sus predecesores, Ud. quiere apropiarse de ella de un modo muy creativo. Pero, ¿no ha dicho san Juan: “Él, el Cristo, debe crecer y yo, en cambio, disminuirme” (Jn. 3, 30)?

5.- Pastoralismo

Recientemente, Ud. ha dicho que lo que más le gusta de ser papa es cuando puede actuar como un pastor. Naturalmente, ni un papa ni cualquier otro pastor, debe poner en duda, ni siquiera mínimamente, que la Iglesia sigue la doctrina de Cristo en todo aquello que hace (pastoral, sacramentos, liturgia, catecismo, teología, caridad); porque, en definitiva, todo depende de la fe revelada así como nos llega de las Sagradas Escrituras y de la Sagrada Tradición y es, por lo tanto, vinculante para la conciencia de los fieles. Tampoco podemos vivir la fe, y transmitirla a los demás, si no la conocemos. Sin una buena teoría, no podemos actuar bien a largo plazo. En el campo del cuidado pastoral, sin una enseñanza doctrinal, solamente toparemos con algún acontecimiento emocional y, además, efímero.

6.- Exhibición exagerada de la simplicidad de su estilo de vida

Cierto, Ud. quiere dar el ejemplo; pero, ¿le conviene ocuparse Ud. mismo de cada mínima actividad cotidiana? En el campo ascético, la mano izquierda no debe saber qué hace la mano derecha (Mt 6, 3); de otro modo el conjunto parece de algún modo falso. Si Ud., realmente, quiere conducir vehículos ecológicos, necesita pagar muchode más o hacer que pague otro el precio de las tecnologías más costosas: la ecología tiene su precio.

7.- Particularismo

Hay un particularismo que, a menudo, subordina los objetivos de la Iglesia universal a los puntos de vista de solamente una parte de la Iglesia. Este comportamiento en un papa es casi cómico, si se piensa cuan interconectado está nuestro mundo, más móvil y más cercano que nunca. Especialmente hoy, es un tesoro que la Iglesia católica sea siempre la misma en todo el mundo. Que los católicos en todos los países vivan, recen y piensen de un modo similar y uno junto al otro, corresponde a la realidad global de la vida.

8.- Un deseo continuo de espontaneidad

Una falta de profesionalidad no es un signo de la obra del Espíritu Santo. Expresiones como “proliferar como conejos” o “¿quién soy yo para juzgar?” pueden hacer impacto sobre mucha gente, pero llevar a graves malentendidos. Cada vez, otros deben correr a explicar que cosa Ud. quería decir realmente. Actuar fuera de programa, y fuera del protocolo, tiene sus tiempos y sus lugares; pero no puede transformarse en la norma. Se trata, también, del necesario respeto por sus colaboradores en Roma y en todo el mundo. Para un papa la medida de la espontaneidad debe ser sin lugar a dudas, inferior a la de los pastores.

9.- Falta de claridad sobre los vínculos entre libertad religiosa, política y económica

Muchas de sus declaraciones indican que el Estado debería gobernar siempre más, controlar más y hacerse responsable de más, en particular en el campo económico y social. En Europa estamos habituados a Estados muy fuertes. Pero que el Estado pueda ocuparse de todo está refutado por la historia. La Iglesia debe defender organismos no-gubernamentales que puedan proveer los bienes que el Estado no puede proveer del mismo modo. Contra la tendencia a esperarse todo de parte del Estado, la Iglesia debe ayudar a la gente a tomar cuidado de la vida propia. También el Estado social puede volverse demasiado poderoso, y así, paternalista, autoritario y reaccionario.

10.- Meta-clericalismo

Ud., por un lado, muestra poco interés hacia el clero; pero, por el otro, critica un clericalismo que es más imaginario que real. Esta falta de interés no puede ser compensada por buenas intenciones o declaraciones antes pequeños grupos. Los obispos y los sacerdotes tiene derecho de saber que el papa les respalda cuando defienden el Evangelio “en el tiempo y fuera del tiempo”, aunque ellos lo hagan de un modo que, personalmente, no le gusta al Papa. No está bien que algunas personas piensen que el Papa ve muchas cosas de un modo diferente al del Catecismo, y que otros lo imiten a fin de hacer carrera bajo este pontificado. Como papa, Ud. cumple un servicio necesario para la continuidad y la tradición de la Iglesia; e, incluso, los cristianos no católicos son de la misma opinión. Sería mejor que Ud. redujese sus innovaciones y provocaciones; tenemos ya muchas personas que lo hacen. Su magisterio, en cuanto tal, es ya de por sí palabra definitiva de provocación e innovación; y después de todo Ud. es el representante de Cristo y el maestro supremo de nuestra fe sobrenatural.

«Gracia, misericordia y paz (…) de Dios Padre y de Jesucristo, el Hijo del Padre» (2Jn. 1, 3) [1]; y vienen en bloque. Mientras, en este año de misericordia, también Ud. se prepara para la Navidad, por favor acoja esta ocasión como una invitación a descubrir qué cosas ha descuidado en los últimos tiempos. Hágase ayudar por sus colaboradores, que aprenderán de Ud. solamente si Ud. está dispuesto a aprender algo de ellos. Como yo, tantos otros se encuentran en dificultades por el modo en que Ud., a veces, habla y actúa. Pero esto se puede arreglar, si se hace evidente que Ud. escucha aquello que los demás tienen para decirle.

Desgraciadamente, yo sé que Ud. no tolera bien este tipo de críticas y por este motivo no escribo mi nombre al final de esta carta. Quiero proteger a mis superiores de su ira; sobre todo, a los sacerdotes y obispos con los cuales he trabajado durante muchos años en Roma y de los cuales tanto he aprendido. Pero Ud. puede actuar de modo nos quite a mí y a otros nuestros temores; o, mejor aún, puede volver superfluas cartas como ésta, simplemente aprendiendo algo de los demás.

¡En este espíritu, le auguro un bendito y meditativo tiempo de Adviento!

***

(Eamon Sweeney).- Carta anónima a Jesús, el Sumo Sacerdote, de un sacerdote del Templo de Jerusalén

Estimado Sumo Sacerdote, Jesús de Nazaret: Más allá de cualquier pronóstico sobre nosotros de quienes han pasado toda una vida al servicio de la Ley de Dios en el templo de Jerusalén, Usted se ha convertido en el Sumo Sacerdote. Siento que es mi deber dirigirme a usted con la esperanza de que esta carta le pare en seco, o al menos mitigue el daño que está haciendo a un sistema que nosotros y las generaciones de servidores sólidos de la Ley y el templo han construido y cuya inminente colapso constantemente y en secreto tememos. El año pasado usted nos pidió a todos los sacerdotes y los fariseos del templo hacer un examen de conciencia en cuanto a la forma en que servimos al Señor en nuestro servicio al templo. Usted enumeró varias “enfermedades ” que sufrimos.

Pienso que fue exageradamente duro en sus comentarios y muchos de nosotros nos sentimos heridos tras tantos años en servicio al templo. Realmente pienso que usted no conoce la Ley desde el interior como nosotros la conocimos. Usted da la impresión de conocer la Ley desde el exterior o desde arriba. Sin embargo lo que ha dicho me ha inspirado a escribirle. En la medida que usted ha hecho con nosotros, así voy a hacer con usted. No voy a llamar la atención sobre lo que es bueno o único o lleno de gracia o de inspiración, sino que voy a centrarme en lo que parece a mí y a otros como un problema para el sistema.

1. Su hablar tanto de los pobres y de la misericordia sobra, y muestra poco de la argucia dura de seguir los detalles de la ley, que es la característica y el orgullo de nuestra tradición

Si la Ley no se proclama y no se aplica en toda su hermosa y coherente literalidad, ¿qué se nos queda sino la anarquía? Todos sabemos que maldita es la multitud que no conoce la ley. En vez de romper con todo lo precedente y curar a gente en el día de reposo, diciendo además que el sábado fue hecho para el hombre, Usted como el Sumo Sacerdote debe aprovechar cada ocasión para exaltar la santidad y la inmutabilidad de la Ley y recordar a la multitud lo indigna que es de una Ley tal divinamente dada.

2. Usted actúa con demasiada autoridad

Fíjese en sus predecesores, los sumos sacerdotes, el Santo Caifás y el Venerable Anás, este último felizmente todavía entre nosotros, aunque en retiro. Estos fueron unos sabios que se dejaban guiar por manos más experimentadas y por mentes más profundas. Por lo tanto rara vez dieron un paso en falso porque rara vez dieron ningún paso adelante sin previo asesoramiento y consejo por nuestra parte. Usted es ahora el Sumo Sacerdote, la Autoridad Suprema. Nosotros seríamos leales servidores, siempre y cuando ocupásemos cargos que nos permitiesen actuar con poder proveniente de su autoridad. Ahora tenemos miedo de que este poder que una vez ejercitábamos sobre los demás sea ejercido sobre nosotros mismos. Hubo un tiempo en que la muchedumbre nos respetaba e incluso nos temía. Lo que ahora más tememos es que la muchedumbre no nos tema. Sentimos la inquietud de que esté disminuido nuestro poder para castigar a cualquiera que se atreva a disentir. Queremos que usted actúe menos y que nos deje a nosotros actuar más en su nombre, con su autoridad.

3. Usted apela demasiado a la muchedumbre y le promete novedades.

A la muchedumbre no le gusta el cambio. El gran éxito de la Ley ha sido aparecer como inalterable e inmutable como Dios mismo, quien dio la Ley a Moisés. ¿Realmente, puede usted estar en serio cuando utiliza sin cuidado frases como “Oísteis qué fue dicho a los antiguos:… lo que sea”, y luego agrega “Pero yo os digo que … algo más profundo”? ¿De verdad cree que porque la gente dice, “Nunca ha hablado nadie así como este hombre”, y por el hecho de que la gente se cuelgue de sus palabras porque usted no habla en la manera tradicional, esto es algo bueno? Todo esto crea impresiones muy perjudiciales.

Usted debe saber que cualquier cambio que tiene que darse debe darse sin que la multitud se de cuenta de que el cambio está en marcha. Para la gestión del cambio estamos nosotros los experimentados, y usted debe dejarse en nuestras manos.

4. Su estilo es una crítica de cómo sus predecesores benditos han vivido, hablado y actuado

Dejando a un lado alguna comparación con Santo Caifás y el Venerable Anás, basta ver cómo su estilo de vida contrasta con el de Juan el Bautista. Ayunaba o tomaba miel silvestre; vivía en el desierto. Usted, por otra parte, ya come y bebe y además lo hace en compañía de pecadores. Ese no es el estilo de vida que hemos llegado a esperar de un Sumo Sacerdote. Queremos un Sumo Sacerdote que reprima a los pecadores, y no un Sumo Sacerdote que les haga sentir que se compadece con ellos en sus flaquezas. Además ¿qué pasa con la humildad? ¿Qué tiene de humilde este hablar del ‘Hijo del Hombre ‘y de ‘ ser enviado por el Padre ‘?

Si sigue usted en esta línea mostrará claros signos de querer inventar un nuevo tipo de sacerdocio, un “culto en el espíritu y en la verdad”, ha dicho. ¿Quién jamás ha oído de tal extrafalaridad? ¡Denos, por favor, un respiro! Usted debe dejar de hacer las cosas de manera diferente a la de sus predecesores en el sumo sacerdocio. De lo contrario, diremos adiós a la Ley y al templo. Queremos que usted sea humilde, que se refrene y que deje que nosotros actuemos con firmeza y tal vez no tan humildemente, en su nombre.

5. La exageración del Buen Pastor

Pensar que está conduciendo a la gente a buenos pastos es engañarles a ellos y engañarse usted mismo. Importa poco si las ovejas sufren hambre o llegan hasta el agotamiento entre espinas y zarzas o se pierden en las laderas, siempre que la Ley permanezca como el testimonio supremo del amor de Dios hacia ellos. Ellos nunca entenderán cuánto Dios los ama dándoles la Ley y el Templo. Su ignorancia es tanto su tragedia, cuanto es nuestra bendición conocer y proclamar la Ley. Sumo Sacerdote, lo que cuenta es el conocimiento de la Ley y no la simpatía por las ovejas. La Ley nos ha dado la llave del conocimiento y esa clave la usamos para mantener todo bien cerrado.

6. Simplicidad exagerada en su forma de vida

Es escandaloso el hecho de que usted no se aloja en las habitaciones del sumo sacerdote dentro del templo, porque ha dicho que se aislaría del contacto con personas auténticas y se haría dependiente de nosotros. ¿Por qué tiene que ser tan independiente? Nuestro poder como sacerdotes del templo se apoya sobre su dependencia de nosotros. Para decir la verdad, lo que más molesta acerca de su estilo de vida sencilla es que pone al descubierto a los demás y esto llega ya a ser algo insoportable. Imagínese montarse sobre un asno cuando la tradición del Sumo Sacerdote siempre ha sido la de montarse sobre un caballo grande y fino.

Cuando vaya por doquier sentado sobre su pequeño burro, ¿dónde nos deja a nosotros los que ambicionamos montar caballos portentosos? ¡Así no es como las cosas deben ser! Además, ¿ha pensado usted en el efecto devastador que ha tenido sobre los trabajadores del templo y la baja que ha causado en su ilusión? Antes solía ser un orgullo palear el estiércol de caballo del establo del sumo sacerdote. Ahora estos hombres, muchos conocidos míos, están casi echando lágrimas al tener que palear estiércol de burro.

7. Su punto de vista particular es rústico

Francamente, queremos que la ley sea exaltada como divina, inmutable y universal, y bajo nuestro control queda dicho. Por otra parte, usted está llevando a su hacer y actuar demasiado de su experiencia personal (como carpintero) y de su fondo regional. Admítalo, usted viene de Nazaret, y todos sabemos acerca de Nazaret… ¿Cómo puede uno que nunca ha vivido y trabajado en la Ciudad aportar algo que no sea un punto de vista rústico y estrecho?

8. La enfermedad de la espontaneidad

Cualquiera podría inferir que cree usted que el Espíritu Santo es una fuerza viva y activa, que podría estar trabajando y hablando a través de usted. ¿En serio imagina que cuando el Sumo Sacerdote habla desde el corazón diciendo que el Espíritu le guía es cierto? Todos sabemos lo arriesgado que es este enfoque.

Nosotros, por otro lado, sabemos que la profundidad del Espíritu reside en los enunciados que se ajustan a la ley. Esta conformidad requiere siempre la investigación de fondo que hemos hecho siempre en el templo, cuadrar cada propuesta que declara el Sumo Sacerdote con la Ley y sus múltiples interpretaciones. Usted haría bien en confinarse a seguir los consejos de aquellos que tienen experiencia en influir a la muchedumbre, y limitarse a unos actos reducidos de ‘espontaneidad’: bien planificados y preparados de antemano. Usted está causando un estrés grave para otras figuras notables en el templo que ahora se sienten presionados para emitir sus propios actos de ‘espontaneidad’.

9. Desconfía de la relación entre los poderes civiles y religiosos

“Dad al César lo que es del César”. Esa fue una de sus expresiones espontáneas menos afortunadas, una que ha causado furor y gran malestar en muchos de nosotros. Todos sabemos que la ley es la base de nuestra sociedad. Queremos gobernar la multitud a través de la Ley sin referencia a ninguna autoridad fuera de la Ley. Pretendemos una sociedad teocrática, aunque de hecho los Romanos llevan el control de la vida diaria más del que nos gustaría admitir. Toleramos a los romanos y ponemos la mejor cara que podemos, pero no queremos que los romanos administren más de lo imprescindible. Ya controlan demasiado el movimiento del dinero y están haciendo a la muchedumbre dependiente de ellos. Queremos nosotros que la multitud dependa principalmente de nosotros.

Promovemos esa línea de fondo cuando decimos que las personas deben cuidar de sus propias vidas. Nos gustaría que el papel de César llegue a ser tan nominal como sea posible, o al menos que se limite a proveer las cosas que tienen poco interés para nosotros come las carreteras, el agua y las alcantarillas. Es deber vuestro tratar de potenciar el gobierno de Dios, sobre el cual tenemos el control oficial y oficioso.

10. Los sacerdotes del templo se sienten sin apoyo

Sumo Sacerdote, no sabemos si nosotros, los sacerdotes del templo, y otros guardianes estrictos de la Ley tenemos su apoyo. Tal vez usted demuestra demasiado interés por sus ‘Apóstoles’, los hombres con quienes comparte su, si me perdona la expresión, visión sospechosa. Nos irrita pensar que podemos no tener posibilidades de ascenso en el nuevo régimen a menos que nos encajemos con su visión. Aunque por el momento algunos de ‘los nuestros’, aparentemente han pasado a su lado, no tengo ninguna duda de que su formación y ambiente les ayudará a transcurrir estos tiempos difíciles hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Sumo Sacerdote, su oficio es el de preservar la continuidad de la Ley y de nuestras tradiciones. Si tan sólo deja que le enseñemos cómo gobernar el templo, podrá aprender mucho de nosotros, como, sin duda, nosotros como clase hemos aprendido mucho de sus predecesores.

Francamente no nos gusta su forma de hablar y de actuar. Pero que le hable así, sin rodeos, no debe tomárselo como una deslealtad hacia usted. Nosotros creemos que somos leales a algo más alto, que trasciende cualquier Sumo Sacerdote individual.

Ya sé que usted puede ser un hombre enojado, Sumo Sacerdote. Usted ha condenado firmemente y ha herido a muchos fariseos merecedores y sacerdotes que sirven el templo y la ley. Incluso ha asumido un látigo y ha echado fuera a los cambistas del templo. Mucho me temo que su ira me tocaría a mí también, cuando lo único que quiero es seguir haciendo lo que siempre he hecho.

En resumen, por favor, deje de ser lo que es y comience a ser más como uno de nosotros. No me atrevo a escribir mi nombre o dónde trabajo en el esquema de las cosas, por si acaso su ira caiga sobre uno de mis superiores. Sólo me registro a mí mismo como Escrutopo.

Fuente Religión Digital

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