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Carta al Papa de una española residente en Alemania: “Santidad, ¿de qué tie­nen miedo en el Vaticano?”

Martes, 20 de abril de 2021
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67BA4C11-13BF-485B-854D-801F27453D9F“Que el Espíritu Santo le dé fuerzas y le guíe en esta difícil misión”

 “¿No se les ha ocurrido pensar que esas normas que ustedes con tanto ardor defienden pudieran no ser soportes de la institución que presiden sino más bien cadenas y grilletes que amarran a los pobres fieles?”

“La mayoría de los pocos católicos practicantes que quedamos en Europa esta­mos ya muy cansados de mandatos vetustos que no sirven para hacer frente a las amenazas reales que se ciernen sobre nosotros”

“No sé cuánto puede usted cambiar realmente y hasta qué punto tiene que adaptarse a las exigencias de los sectores conservadores, pero, por favor, haga todo lo posible por renovar a nuestra querida madre iglesia”

¿De qué les sirve a los pastores mantener la pureza del dogma si la consecuencia es que acaban siendo unos pocos ancianos canos atrincherados tras un muro de atavismos mientras las ovejas se les van dispersando por el mundo?”

16.04.2021 | Cristina Romero Gaskell

Su Santidad: soy una católica española de 51 años residente en Bonn. Le escribo movida por la necesidad de manifestar mi humilde desacuerdo con el empeño de la Iglesia en aferrarse a dogmas atávicos, mi pena por ver cómo este barco, tan noble y necesario, se va a pique y mi confusión por no saber si abandonarlo o seguir en él e intentar cambiar su curso.

Santo Padre, estoy segura de que ustedes, los que dirigen la Iglesia, obran con la más noble de las intenciones. Están ustedes haciendo todo lo posible por pre­servar los preceptos que durante incontables generaciones han servido de pila­res para sostener a este edificio eclesial y lo hacen con tanto empeño y dedi­cación porque están convencidos de que esos preceptos son manifestación de la voluntad divina y por tanto sagrados e inamovibles. Es decir, no es que la Iglesia como institución no quiera cambiar sus dogmas. Es que -piensa- no puede ha­cer­lo porque le dan un orden y un sentido queridos por Dios a nuestra vida.

El problema es que esta teoría acarrea mucho sufrimiento innecesario para los católicos, mucha opresión y discriminación, que son estados contrarios a lo que Dios desea para sus hijos. Mi amiga Gisela, por ejemplo, está -en teoría- con­denada a pasarse el resto de su vida sin comulgar por no haber funcionado su primer matrimonio. Las mujeres parece que nunca podremos presidir una misa aunque nos sintamos llamadas a ello y a pesar de que hay una necesidad urgen­te de curas.

Y las parejas homosexuales jamás podrán ser bendecidas por un pá­rroco ya que su amor -esto sí que es el colmo- acaban de explicarnos ustedes que sigue siendo pecado. ¿Cómo puede ser pecado comprometerse a pasar el resto de su vida amando a una persona? ¿No se les ha ocurrido pensar que esas normas que ustedes con tanto ardor defienden pudieran no ser soportes de la institución que presiden sino más bien cadenas y grilletes que amarran a los pobres fieles? ¿O demonios que los espantan?

Somos seguidores de un hombre que tenía poca paciencia para con normas absurdas (“El sábado se hizo para el hombre” ) y que ante nuestra tendencia a complicarnos la vida nos dio unas pautas claras y simples: ama, perdona, busca el Reino de Dios y su justicia.

Padre, hay tanta necesidad en el mundo…Usted lo sabe y con razón nos pide con admirable tesón y lucidez que luchemos contra el cambio climático y que traba­jemos para poner fin a la injusticia. Para eso es para lo que necesitamos a nues­tros guías espirituales, para advertirnos de que nuestro egoísmo nos destruye y para animarnos a seguir el camino de la verdadera felicidad sirviendo al prójimo.

Y para quitarnos el miedo existencial que nos axfisia, Padre, el miedo al sufri­miento, al Cóvid, a la muerte, al vacío, al sinsentido, a la victoria del mal sobre el bien, todo lo cual se desvanece ante el poder de Cristo resucitado. Ese es el men­­saje que este mundo estresado necesita oír y que Jesús nos repitió una y otra vez: No tengáis miedo.

Y ustedes en el Vaticano, Santidad, ¿de qué tie­nen miedo? Porque a veces yo me pregunto si no tendrá ese empecinamiento en no adaptarse a los tiempos sus raíces en el miedo a lo desconocido o a la pérdida de poder. Otra cuestión que me planteo es cómo pueden ustedes saber lo que Dios quiere. A lo mejor Dios quiere que usemos preservativos para evitar la superpoblación. Y posiblemente no tendría nada en contra de que sus curas y sus monjas se casaran si quisieran hacerlo. Y seguro que le da exactamente igual tanto si sus hijos tienen relaciones sexuales antes de casarse como con quién las tienen. ¿Qué más da?

La mayoría de los pocos católicos practicantes que quedamos en Europa esta­mos ya muy cansados de mandatos vetustos que no sirven para hacer frente a las amenazas reales que se ciernen sobre nosotros. Yo, la verdad, estaba deci­dida a salirme de la iglesia en señal de protesta como están haciendo aqui en Alemania cientos de miles de personas hartas de pagar impuestos a una orga­nización en la que ya no confían, pero hasta ahora algo en mí se resiste porque la religión católica con sus ritos y oraciones no es un accesorio de fácil reem­plazo sino parte integral de mi vida. Al mismo tiempo me encuentro en una dis­yuntiva por no concordar con tantas prescripciones sin sentido.

Por eso me dirijo a usted, porque necesito – necesitamos todos los católicos europeos del siglo XXI- una comunidad, una iglesia, abierta a las nuevas ver­dades que vamos descubriendo como humanidad. Mucho de lo que antes pensábamos que era pecado hoy en día nos hemos dado cuenta de que no hace daño a nadie. Quizás es el propio Dios quien nos va iluminando el enten­di­miento, quien nos va abriendo los ojos, en cuyo caso ¡que ironía que ustedes, sus máximos representantes, se empeñen en mantenerlos cerrados! No puede ser, Santo Padre, es un negarse a la evidencia que de verdad nos resulta a todos incomprensible.

Padre Francisco, comprendo que no es tarea fácil ser capitán de este navío y le agradezco mucho su encomiable labor hasta la fecha. No sé cuánto puede usted cambiar realmente y hasta qué punto tiene que adaptarse a las exigencias de los sectores conservadores, pero, por favor, haga todo lo posible por renovar a nuestra querida madre iglesia, porque ¿de qué les sirve a los pastores mantener la pureza del dogma si la consecuencia es que acaban siendo unos pocos ancianos canos atrincherados tras un muro de atavismos mientras las ovejas se les van dispersando por el mundo?

Le deseo que el Espíritu Santo le dé fuerzas y le guíe en esta difícil misión que le ha sido encomendada.

Atentamente

Cristina Romero Gaskell

Bonn (Alemania)

Fuente Religión Digital

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