Un nuevo documento, hasta ahora inédito, revela hasta qué punto el superior general de la Compañía de Jesús, padre Pedro Arrupe, tenía entre sus inquietudes personales más queridas reivindicar la figura del famoso y destacado jesuita paleontólogo y científico interdisciplinar, Pierre Teilhard de Chardin, que no pudo ver publicadas sus obras en vida, por prohibición de la Santa Sede, y recibió un monitum del Santo Oficio siete años después de su muerte. Se trata de una extensa y ponderada carta dirigida en 1981 por el padre Arrupe al provincial de Francia, Henri Madelín con ocasión del centenario de la muerte del científico. La ha revelado Leandro Sequeiros, SJ, presidente de la sección española de la Asociación Amigos de Teilhard de Chardin.
Siempre lo defendió
Ya era conocida la admiración de Arrupe por el brillante pensador francés. Lector asiduo de sus obras, nada más ser elegido General de los jesuitas en 1965, en la primera rueda de prensa a preguntas de los periodistas sobre la contradicción que suponía el monitum dictado en 1962 contra el pensador francés y la exaltación que de Teilhard hacían escritores católicos, Pedro Arrupe, defendió a Teilhard afirmando que es “uno de los grandes maestros del pensamiento contemporáneo, cuyo éxito actualmente no debe asombrarnos. De hecho él ha llevado a cabo una grandiosa tentativa para reconciliar el mundo de la ciencia y el de la fe”.
Hay que aclarar que el Monitum publicado hacía solo tres años no era una condena formal. Pero afirmaba que en sus obras, publicadas después de muerto, “abundan en tales ambigüedades e incluso errores serios, que ofenden a la doctrina católica. Por esta razón, los eminentísimos y reverendísimos Padres del Santo Oficio exhortan a todos los Ordinarios, así como a los superiores de institutos religiosos, rectores de seminarios y presidentes de universidades, a proteger eficazmente las mentes, particularmente de los jóvenes, contra los peligros presentados por las obras del P. Teilhard de Chardin y de sus seguidores”. Eso de facto supuso la retirada de sus obras de las bibliotecas de seminarios y universidades católicas Pese a la censura impuesta por Roma a su obra, numerosas ediciones de los libros de Teilhard de Chardin se distribuyeron por todo el mundo en los años inmediatos a la publicación del monitum. En la década de 1980 se trató de reivindicar su pensamiento, pero la Santa Sede refrendó la advertencia de 1962.
Pedro Arrupe, tras señalar cómo en su trabajo y su espiritualidad todas las cosas confluyen en Cristo, concluye ante los informadores que “no se puede dejar de reconocer la riqueza del mensaje del padre Teilhard para nuestro tiempo”, y que su esfuerzo “está completamente en la línea del apostolado de la Compañía de Jesús”. Es de imaginar cómo fueron recibidas estas palabras por la prensa internacional, particularmente la francesa. Arrupe juzgaba positivamente a uno de los profetas más intuitivos del momento frente a sus detractores.
En otra ocasión Arrupe recordaba las palabras de Teilhard de Chardin: “El mundo pertenecerá a aquellos que le den la mayor esperanza”. Y cuando su estrecho colaborador Yves Calvez le velaba en el hospital después de la trombosis cerebral que le sobrevino en 1981, le leyó una noche El medio divino de Teilhard de Chardin y especialmente algunas frases. “Nuestra capacidad de disminución son nuestras verdaderas pasividades. (…) En cierto modo, para penetrar definitivamente en nosotros, Dios debe excavarnos, vaciarnos, hacerse un hueco”. Para Arrupe, lector de Teilhard, esa era una de las certezas de las que vivía, como se demostraría en los nueve años de postración y humillación que sufrió mansamente por su enfermedad y las medidas de la Santa Sede.
En julio de 1983, consciente de las dificultades de expresión y difícil recuperación que tenía el padre Arrupe, solicité licencia para trasladarme a Roma y conversar con él, con el fin de terminar mi proyecto, largos años acariciado, de completar una biografía de Arrupe, que apareció publicada en repetidas ediciones revisadas con los títulos Arrupe, una explosión en la Iglesia y Arrupe, testigo del siglo XX y profeta del XXI. Jamás olvidaré la experiencia de aquellas entrevistas con un hombre disminuido por la enfermedad, pero transparente y transido de una gran luz interior. Entre muchas declaraciones, me dijo que además de santa Teresa, san Juan de la Cruz, san Ignacio y san Francisco Javier, los autores contemporáneos que más leía eran Karl Rahner, De Lubac y Teilhard de Chardin. Y me señaló un libro que tenía sobre la mesa: una biografía de Teilhard en imágenes. En realidad él ya no podía leer, por eso se limitaba a hojear la fotos de su vida. ¡Fue su último libro de cabecera!
De la materia al espíritu
En la carta recién descubierta dice entre otras cosas que Teilhard “se preocupó por restaurar una visión holística del mundo, y en particular de situar al ser humano en su verdadero lugar, por lo que propone las directrices generales de una ciencia antropológica completa”, sin “reduccionismo” alguno, y que “se esfuerza en manifestar la organicidad de las ligazones entre la historia natural y la historia de las religiones del mundo”. Sobre el debatido tema de la evolución tiene el mérito de “hacer cambiar de sentido un camino dominante en el momento en el que él iniciaba su carrera como científico: el de la evolución de las especies vivientes que llega hasta los humanos y que se esgrimía como la demostración del materialismo, el rechazo de la existencia de un mundo espiritual que se estimaba que solo podía ser salvable por el fijismo.” “Oponiéndose a esto, el padre Teilhard intenta mostrar que la evolución traduce un avance de la materia hacia el espíritu”.
Teilhard estaba preocupado por “anunciar su fe a un mundo alejado de Dios o para el que la Iglesia es una institución anticuada, encerrada en horizontes estrechos. Un testimonio especial de una vocación de jesuita en el que la competencia técnica, lejos de ocultar o de devorar el compromiso, coopera a estimular y nutrir su preocupación apostólica y misionera”. Lo conecta con el fenómeno de la inculturación y con el padre Ricci en China. Preocupación que “nos empuja a lo mayor y que nosotros interpretamos como tener una presencia en diversos lugares en los que la Iglesia ha estado ausente hasta ahora con demasiada frecuencia”.
Subraya otro rasgo de su personalidad: “su amor ardiente por Cristo, situado en el centro de su pasión por un mundo transformado, y que se realiza en el cristianismo. Este no es a sus ojos ‘un accesorio añadido al Mundo’, sino más bien ‘la piedra fundamental y la clave de la bóveda”, llegando a la conclusión de que la Encarnación puede entonces iluminar el mundo,
“Adhesión y unión a Cristo -añade- traduce más lo que es la existencia de los sacerdotes y de los religiosos. El padre Teilhard no solo vivía su sacerdocio y su vida religiosa con una gran intensidad en lo más íntimo de sí mismo, sino que además lo decía, lo proclamaba tanto a los no creyentes como a los creyentes”. A continuación, subraya también su adhesión a la Iglesia: Es necesario añadir que él fue fiel y obediente. Y que él había obedecido por profunda fe en la Iglesia y por el amor que le tenía a ella, lo cual lo sabemos por el peso de sufrimiento que le costó”.
Ve Pedro Arrupe en Teilhard de Chardin una dimensión profética: “Hay en él la intuición profética de un gran número de problemas que habrían de movilizar y todavía movilizan el pensamiento y la acción de la Iglesia. Todo se logra en el amor filial a esta Iglesia que el padre Teilhard no disociaba jamás de Cristo, y de su amor simbolizado por su Corazón. Como ha escrito el padre Teilhard: ‘El Cristo’. ‘Su Corazón. ‘Un Fuego capaz de penetrar todas las cosas’.
Se trata pues de un documento importante para la biografía del padre Arrupe y un texto que refuerza un rasgo destacado de su personalidad: su optimismo radical, muy teilhardiano, su teología inmanentista, frente a las corrientes pesimistas del hombre y el mundo, su creencia en que todo hombre lleva de alguna manera a Dios dentro (incluso los criminales llegó a decir), su apertura al dialogo con la cultura, los increyentes y todas las religiones, su esperanza en el futuro y la profunda alegría que le animaba incluso en los peores momentos y que le inspiró sus últimas palabras antes de morir: “Para el presente amén, para el futuro, alegría”.En el caso de Teilhard, como en otros casos, se sumaba una circunstancia agravante; el sujeto castigado «teológicamente» era, además, expulsado de su casa y de su patria. Teilhard fue extraditado de Francia y se vio obligado a emigrar a Estados Unidos. Murió en Nueva York el 10 de abril de 1954.
Por su importancia publicamos íntegramente la citada carta en traducción del francés de Leandro Sequeiros, SJ.:
TEXTO ÍNTEGRO
Carta del padre general de la Compañía de Jesús, pedro Arrupe, al Provincialo de Francia, Henri Madelin (30 de mayo de 1981)
Curia Praepositi Generalis Societatis Iesu Roma –Borgo Sto Spirito, 5- Par R.P. Henri Madelin-Provincial, ParísRoma,
30 de mayo de 1981
Querido Padre Provincial, PC.
Con ocasión del centenario del nacimiento del padre Pierre Teilhard de Chardin, no puede faltar el dirigirme a usted como representante de la Compañía de Jesús en Francia para compartir lo que significa para mí la persona y la obra de este gran jesuita surgido de entre ustedes. Y quiero compartirlo gratamente con ocasión del Coloquio que han organizado el Centro Sèvres y el Centre des Fontaines para profundizar el conocimiento de los aspectos clave del pensamiento científico y religioso del padre Teilhard. Yo se por supuesto que a través de los participantes en este Coloquio mi palabra se unirá a la de otros muchos, jesuitas y no jesuitas, que muestran un interés cordial por la persona y la obra de nuestro hermano.El padre Teilhard me es sin duda querido por los rasgos de su esfuerzo que se inscriben tan ejemplarmente en una vocación de jesuita: la búsqueda opinable de una mejor comprensión de la fe, plenamente actualizada; el empeño misionero por anunciar esta fe a aquellos que están alejados de ella.
Su búsqueda de una comprensión de la fe profunda y actualizada se expresa en dos dimensiones complementarias. En primer lugar, dentro de una ciencia fragmentada bajo el impacto de la especialización de las disciplinas, Teilhard se preocupó por restaurar una visión holística del mundo, y en particular de situar al ser humano en su verdadero lugar, por lo que propone las directrices generales de una ciencia antropológica completa, que es a la vez física, biológica y sociológica, haciendo un lugar a las especificidades sin caer en el reduccionismo.
Al mismo tiempo, en aras de la coherencia interna que evita toda forma de concordismo, Teilhard se esfuerza en manifestar la organicidad de las ligazones entre la historia natural y la historia de las religiones del mundo.
Animado por estos objetivos, el padre Teilhard ha osado mirar de frente los problemas abiertos por los puntos de vista evolucionistas que se han impuesto progresivamente dentro del campo de las ciencias de la naturaleza y del ser humano, pero ante las cuales la conciencia cristiana a menudo sigue huyendo. Poderosamente arraigado en la fe de la Iglesia por su educación familiar y por la formación en una orden religiosa, Teilhard pertenecía entero al universo científico – por sus competencias de geólogo y más aún de paleontólogo – entonces desconocido para muchos de sus hermanos en la fe.
Por una decisión mal reflejada y por temperamento, Teilhard rechaza las cosas estrechas, y no declara incompatibles entre ellas estas realidades, la fe y la ciencia, igualmente vitales a sus ojos. Más aún: el busca unirlas por un camino de profundidad.
Teilhard tiene además el mérito de hacer cambiar de sentido un camino dominante en el momento en el que él iniciaba su carrera como científico: el de la evolución de las especies vivientes que llega hasta los humanos y que se esgrimía como la demostración del materialismo, el rechazo de la existencia de un mundo espiritual que se estimaba que solo podía ser salvable por el fijismo.
Oponiéndose a esto, el padre Teilhard intenta mostrar que la evolución traduce un avance de la materia hacia el espíritu. Este punto de vista puede hoy considerarse como razonable y aceptable, lo mismo que hoy nos podemos adherir, sin reservas, a todas las conclusiones teológicas que el padre Teilhard ha basado en este punto de vista fundamental.
Él se sitúa entonces de forma espontánea más allá de los simplismos de una ideología cientificista que estaría orgullosa de un reduccionismo mortal del ser humano y de las cosas a solos sus elementos, pero más allá también de la pereza y de la timidez de una fe que rechazase el valor y el derecho de las investigaciones humanas. Estaba persuadido de que él regresa al cristiano del futuro, un “buscador que se entrega por amor a los trabajos de lo que se va a descubrir” y que lo convierte en “adorador de algo que es más grande que el mundo”, al trabajo en el mundo mismo. [Obras completas, VI, 223 (“La mística de la ciencia”) – 1939 (20 marzo) La mística de la ciencia. VI, La energía humana 177-196. Taurus, Madrid, 1963, Ensayistas de Hoy, nº 34]. El padre Teilhard está caracterizado a continuación, pero mejor podemos decir que al mismo tiempo, por su preocupación, – central, constante, perfectamente consciente, – por anunciar su fe a un mundo alejado de Dios o para el que la Iglesia es una institución anticuada, encerrada en horizontes estrechos. Un testimonio especial de una vocación de jesuita en el que la competencia técnica, lejos de ocultar o de devorar el compromiso, coopera a estimular y nutrir su preocupación apostólica y misionera.
A aquellos que consideran que el cristianismo está pasado de moda, el padre Teilhard quiere mostrar, y lo consigue en buena parte tanto entre cristianos como entre no creyentes, que el cristianismo, la Iglesia, constituyen el corazón mismo del mundo, de este mundo sometido a una transformación tan profunda, que él osa decir que la Iglesia solo puede aportar la luz sobre sin el cual el mundo estaría condenado a la ruina.
No tengo necesidad de señalar cómo tal audacia, tal anchura y profundidad de este punto de vista lo separan de muchos de los cristianos temerosos. Las concepciones del padre Teilhard anuncian la apertura del mundo y la preocupación de la inculturación que ha caracterizado la enseñanza del Concilio, de Juan XXIII y de Pablo VI y que marcan hoy en día la de Juan Pablo II.
Estas enseñanzas se inscriben en la preocupación que ha sido fundamental dentro de la Compañía de Jesús, la capacidad de ser audaces en proyectos apostólicos, tales como los del padre Ricci en China, por no citar más que uno. Preocupación que nos empuja a lo mayor y que nosotros interpretamos como tener una presencia en diversos lugares en los que la Iglesia ha estado ausente hasta ahora con demasiada frecuencia.
El tercer rasgo de la personalidad y de la obra del padre Teilhard es sin embargo todavía más valioso para nosotros es este: su amor ardiente por Cristo, situado en el centro de su pasión por un mundo transformado, y que se realiza en el cristianismo. Este no es a sus ojos “un accesorio añadido al Mundo”, sino más bien “la piedra fundamental y la clave de la bóveda”; Cristo es para Teilhard “el Centro único, valioso y consistente, que brilla en la cima del provenir del Mundo, en el punto opuesto de las regiones oscuras, eternamente decrecientes, donde se atreve a entrar nuestra Ciencia cuando esta se adentra por el camino de la Materia y del Pasado” [Obras completas, Ciencia y Cristo, IX, París, 60-61 (“Ciencia y Cristo”) — 1921 (27 febrero) Ciencia y Cristo, o Análisis y Síntesis. IX, 43-58]
La Encarnación puede entonces iluminar el mundo, ese mundo en el que la ciencia moderna despliega la inmensidad en el espacio y en el tiempo; esta ciencia representa para el universo nuevamente conocido donde todo está en generación, el “si” de Dios que toma sobre él un devenir que lo ha lanzado él mismo. Alrededor de Cristo, hay una coherencia en los misterios de la creación, de la encarnación, de la redención, hasta la de la mutación última, la única capaz de lograr el mundo en Dios.
Esta visión cristológica sustentó todos los esfuerzos del padre Teilhard y rigió su testimonio. Él era siempre consciente de que su tarea, incesantemente recomenzada, para situar con luminosidad total el lugar de Cristo en el universo evolutivo que la ciencia moderna nos hace necesario aceptar, era la forma – moderna también – que los Padres de la Iglesia fueron los primeros en ofrecer como revelación de Dios en Jesucristo. Teilhard buscaba imitarlos.
Y nosotros estamos aquí en la fuente de todo aquello que fue el padre Teilhard: fe en Cristo, adhesión a Cristo en un grado raramente alcanzado. Adhesión y unión a Cristo traduce más lo que es la existencia de los sacerdotes y de los religiosos. El padre Teilhard no solo vivía su sacerdocio y su vida religiosa con una gran intensidad en lo más íntimo de sí mismo, sino que además lo decía, lo proclamaba tanto a los no creyentes como a los creyentes. Este ejemplo tiene actualidad después de discreciones abusivas.
Y es también muy actual para todos – y yo no querría omitir el resaltar este tema – la adhesión del padre Teilhard a la Iglesia. Ya he dicho antes cuál era el lugar que ocupaba la Iglesia en su visión de las cosas. Es necesario añadir que él fue fiel y obediente. Y que él había obedecido por profunda fe en la Iglesia y por el amor que le tenía a ella, lo cual lo sabemos por el peso de sufrimiento que le costó.
Teilhard mantenía “sentir con la Iglesia” según la expresión de San Ignacio. Y al final – como él mismo decía -de “presentir” con ella. [Obras completas, X, 204 (“Cristianismo y Evolución”). En: Como yo creo. 1945 (11 noviembre) “Cristianismo y Evolución”. X, 191-206]
Es bueno volver a leer toda su obra, siempre dentro de unos límites, para descubrir, a treinta o cincuenta años de distancia, todo lo que en ella hay de presentimiento de todo aquello que se preparaba en la Iglesia y todo lo que iba a eclosionar en la segunda mitad y al final del siglo XX.
Hay en él la intuición profética de un gran número de problemas que habrían de movilizar y todavía movilizan el pensamiento y la acción de la Iglesia. Una sensibilidad seguramente adquirida sobre todo en la intimidad.
Esto se necesita tanto hoy día, en un tiempo en el que no se hace fácil a aquellos que quieren servir a la Iglesia de esa misma manera.
Yo no digo probablemente nada nuevo a los participantes en el Coloquio de los jesuitas de rue de Sèvres que han frecuentado asiduamente la lectura de la obra del padre Teilhard. Os hago partícipes de algunas razones que he descubierto para seguirle y de reemprender sin cesar la exploración de su pensamiento.
He querido una vez más recurrir al ejemplo para nuestros tiempos del padre Teilhard que tuvo una gran valentía para tener un conocimiento profundo de la fe en el diálogo del misterio de Cristo con todas las verdades descubiertas, con el objeto de anunciar esta fe a todos aquellos mismos a los que les puede sorprender y que por sí mismos no están incapacitados para entender. Todo se logra en el amor filial a esta Iglesia que el padre Teilhard no disociaba jamás de Cristo, y de su amor simbolizado por su Corazón. Como ha escrito el padre Teilhard: “El Cristo”. “Su Corazón”. “Un Fuego capaz de penetrar todas las cosas”.
Crea usted en esta ocasión, querido padre Provincial, en mis sentimientos más fraternales, hacia usted y hacia todos aquellos a los que usted estime comunicar mis propósitos.
Pedro Arrupe, SJ
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