Comentarios desactivados en José María Castillo: “En los países cristianos, la Religión está más presente que el Evangelio”
De su blog Teología sin censura:
“En Jesús, quedó patente que Religión y Evangelio son incompatibles”
“Para esa gente (que es mucha, muchísima…), Religión y Evangelio son dos palabras y dos hechos, que se refieren a lo mismo. A fin de cuentas, para quienes piensan así, el Evangelio es uno de los elementos de la Religión”
“Si con alguien se enfrentó Jesús de Nazaret, fue precisamente con los “hombres de la Religión” y sus instituciones: el templo, los sacerdotes, los ritos, las leyes litúrgicas, los fariseos, fieles observantes de la normativa religiosa”
Religión y Evangelio generan intereses opuestos. La Religión atrae “capital” y “poder”, mientras que el Evangelio se identifica con el sufrimiento de “pobres” y “enfermos”
“La Iglesia nos ha conservado y transmitido el Evangelio, que aporta a este mundo, lo que es más decisivo que el dinero y el poder. La Iglesia ha hecho posible que llegue hasta nosotros la seducción y la fuerza del Evangelio”
Redactando mis “Memorias”, he caído en la cuenta de que, desde hace muchos siglos y sin ver la importancia que tiene este asunto, la pura verdad es que, en los países reconocidos como “cristianos”, está más presente y es más determinante la Religión que el Evangelio.
No exagero. Ni saco las cosas de quicio. El problema está en que mucha gente no puede ni pensar en esto. Por la encilla razón de que, para esa gente (que es mucha, muchísima…), Religión y Evangelio son dos palabras y dos hechos, que se refieren a lo mismo. A fin de cuentas, para quienes piensan así, el Evangelio es uno de los elementos de la Religión. Por eso, en el acto religioso más importante (la misa), la gente que asiste a ese acto, cuando se lee el Evangelio, se pone de pie. Según los sacerdotes de la Religión, el Evangelio es el hecho litúrgico que merece más respeto.
Pero ocurre que, quienes ven así las cosas de la Iglesia, no se dan cuenta de la enorme contradicción que existe en todo esto. ¿Qué contradicción? Pues muy sencillo: el Evangelio (o los cuatro Evangelios) es una recopilación de breves relatos en los que el argumento central y determinante es un enfrentamiento, que termina en conflicto. Un conflicto mortal. El conflicto de Jesús – centro y eje del Evangelio – con la Religión.
En efecto, si con alguien se enfrentó Jesús de Nazaret, fue precisamente con los “hombres de la Religión” y sus instituciones: el templo, los sacerdotes, los ritos, las leyes litúrgicas, los fariseos, fieles observantes de la normativa religiosa. Un enfrentamiento que llegó al conflicto mortal. Cuando Jesús le devolvió la vida a Lázaro (Jn 11, 41-44), el Sanedrín (supremo órgano de gobierno de la Religión) vio que tenía que matar a Jesús (Jn 11, 53).
Quedó patente que Religión y Evangelio son incompatibles. Y el Sanedrín condenó a Jesús a muerte. ¿Por qué esta incompatibilidad? Religión y Evangelio generan intereses opuestos. La Religión atrae “capital” y “poder”, mientras que el Evangelio se identifica con el sufrimiento de “pobres” y “enfermos”. A san Ambrosio lo hicieron obispo de Milán cuando era catecúmeno (no estaba bautizado). Era un hombre rico y poderoso. Y fue frecuente, en tiempo de Ambrosio y siglos siguientes, elegir para obispos a quienes tenían dinero y poder, aunque no estuvieran bautizados (Peter Brown, Por el ojo de una aguja, Acantilado, 2016).
Así, el papado y su teología se convencieron de que la Iglesia poseía la riqueza y el poder que le otorgaban la “plenitudo potestatis”, lo que hizo posible el colonialismo de Europa en casi todo el mundo. Por ejemplo, en 1454, el papa Nicolás V le regaló al rey de Portugal, Enrique IV de Castilla, todos los reinos de África. Y además hizo, a todos los habitantes de ese continente, “esclavos” del rey (Bullarium Rom. Pont., vol. V, pg. 113).
Pero no todo ha sido negativo en la Iglesia. Ni mucho menos. La Iglesia nos ha conservado y transmitido el Evangelio, que aporta a este mundo, lo que es más decisivo que el dinero y el poder. La Iglesia ha hecho posible que llegue hasta nosotros la seducción y la fuerza del Evangelio. En este momento, la cultura que se impone no es el “poder opresor”, sino el “poder seductor”. La “horizontalidad” está derrotando a la “verticalidad” (Peter Sloterdijk).
Por eso, la tarea urgente de la Iglesia, en este momento, consiste en darse cuanta de que el mayor disparate, que ha cometido en su larga historia, ha sido fundir y confundir el Evangelio con la Religión. San Francisco de Asís ha sido el hombre más genial que ha tenido la Iglesia porque se dio cuenta de este disparate. Y le puso el remedio que él podía ponerle. No se centró en ortodoxias y autoritarismos, sino en la ejemplaridad del Evangelio.
Comentarios desactivados en Julio Puente López: “Ponerse en el lugar de las personas trans no es fácil, pero es de justicia y de fe cristiana”
“Fanatismo religioso y derecho natural”
“El periodista americano Michael Sea Winters afirma que se está produciendo un cisma de corte jansenístico en la Iglesia americana que ha infectado a la jerarquía y al clero”
“La radicalización, como vemos, no es algo exclusivo hoy de la lucha política y de la sociedad civil. El sector integrista sigue sin aceptar la realidad de una Iglesia que ha dejado atrás la ideología de cristiandad”
“No es fácil ponerse en el lugar de las personas trans, comprenderlas. Pero tenemos que hacerlo por deber de justicia y de fe cristiana. Tiene que haber protección legal para los millones de personas trans que hay en el mundo”
“Las rutas de la renovación son como un laberinto… La futura ley trans española, redactada desde el conocimiento científico y la sensatez, debería alcanzar el máximo consenso posible y contar con el asesoramiento y la experiencia de las personas de ese colectivo”
07.02.2021 | Julio Puente López
“¿Es el presidente de la Conferencia Episcopal ahora el gran imán de cada católico de Estados Unidos?” Es la pregunta que se hacía en el NCR el periodista Michael Sean Winters el pasado 27 de enero. Se refiere al arzobispo Gomez, miembro del Opus Dei. Winters afirma que se está produciendo un cisma de corte jansenístico en la Iglesia americana que ha infectado a la jerarquía y al clero. El influyente laico católico George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II, sería uno de los que está flirteando con este tema.
Con motivo de la proclamación de Biden como nuevo presidente de Estados Unidos al Arzobispo Gomez le faltó tiempo para recordarle la doctrina de la Iglesia, la del aborto en concreto, que si este ignora le inhabilitaría según muchos neoconservadores para recibir la comunión. ¿Sería este un sacramento para los puros al que los débiles no podrían acudir para hacer más fuerte su fe? El papa Francisco no es de esa opinión.
La radicalización, como vemos, no es algo exclusivo hoy de la lucha política y de la sociedad civil. La Iglesia católica sufre también en su seno profundos enfrentamientos. Con nostalgia de la ideología de cristiandad o del Estado confesional, la oposición de carácter ultraconservador al programa de reformas del papa Francisco tiene las características de los comportamientos sectarios.
El sector integrista sigue sin aceptar la realidad de una Iglesia que ha dejado atrás la ideología de cristiandad. “El Vaticano I hablaba de la Iglesia como “sociedad perfecta”; el Vaticano II habla de la Iglesia como “necesitada de continua renovación”, leemos en la Historia de la Iglesia editada por la editorial San Pablo. El historiador Guido Zagheni dedica a este tema un capítulo de casi 70 páginas titulado “El proyecto de “cristiandad”: Modelo de relación entre la Iglesia y el mundo”. Su conclusión es clara: con el Vaticano II se ha superado la ideología de cristiandad.
Pero las rutas de la renovación no son fáciles. Son como un laberinto donde todos andamos dando vueltas sin encontrar la salida de Mt 6, 24: Dios o el dinero, evangelizar o colonizar. Y el clero renuncia, sí, al sexo, o lo intenta, pero se enreda siempre en los juegos del poder y de la acumulación de bienes, sin querer comprender que el cristianismo que cree que hay acceso a Dios desde el apego al dinero es falso. Es el problema que tienen todas esas personas tan amantes de las tradiciones religiosas y de la estética litúrgica, pero no tanto de la justa distribución de la riqueza.
En la década de los setenta el sociólogo alemán Franz-Xaver Kaufmann escribió un libro titulado “Theologie in soziologischer Sicht” (Herder, 1973). El autor dedica un capítulo a estudiar el papel que ha jugado el pensamiento iusnaturalista en la estabilización del catolicismo, sobre todo en la sociedad alemana. Fue el fundamento ideológico que hizo posible la aparición de una subcultura católica unida, cerrada y partidista en la esfera política. Desde Pio IX hasta el concilio Vaticano II el papado se sirvió de la teoría del derecho natural y de la apelación a la ley natural para marcar la frontera con la sociedad secular y dar cohesión a la comunidad de creyentes.
El Vaticano II supuso el fin de esa ideología, pero Juan Pablo II y Benedicto XVI volvieron a insistir en la teoría del derecho natural reivindicando un liderazgo moral del papado no solo para la Iglesia, sino también frente a la sociedad civil. Benedicto XVI en su viaje a España esgrimió el derecho natural al enjuiciar la ley del aborto y la ley del contrato civil entre personas del mismo sexo. La España laica entendió que era “una extorsión a la libertad de conciencia”. “La coartada justificadora era la supuesta violación del derecho positivo de una ley natural que solo la Iglesia católica se halla en condiciones de conocer, interpretar y aplicar” (Javier Pradera, El País, 10 de noviembre de 2010).
Y ahora los obispos de Estados Unidos, como si quisieran ser la tercera cámara del Estado, no han perdido ni un minuto en hablar al presidente Biden de la ley del aborto para influir así en su conciencia. Se olvidan de que el cristiano mayor de edad juzga por sí mismo lo que cree justo (cf. Lc 12, 56-57). Se olvidan de la legítima autonomía de la ciencia, de la autonomía de lo temporal, de que los obispos no pueden substituir la conciencia de los fieles, de que la misión de la Iglesia no es de orden político, económico o social. Estos obispos ignoran todo aquello que enseñó el Vaticano II en la Gaudium et spes.
La Iglesia anterior al Vaticano II era una sociedad que se decía perfecta y que constituía una cultura aparte y a la defensiva frente a lo que venía de fuera, que creaba una sociedad paralela con escuelas, universidades, hospitales, medios de comunicación y toda clase de sociedades y organismos a los que se añadía el adjetivo de “católicos”. Esa Iglesia no daba siempre un testimonio auténtico del Evangelio, porque conseguir influencia y poder no es evangelizar. Tradicionalista y dogmático, el catolicismo era visto por muchos como una secta. En América se usaba con frecuencia la palabra inglesa “sectarian” para referirse a ese tipo de creyente católico. Ahora volverá a haber nuevos motivos para hacerlo.
Pero una Iglesia así, de doctrina y ritos que no cambian y que promete la salvación frente a un mundo extraviado, sigue teniendo sus adeptos. Ahí tenemos a los grupos católicos federados en “Una Voce”, y a los clásicos grupos ultraconservadores y fundamentalistas españoles de todos conocidos, con su interpretación al pie de la letra de la Escritura, su intransigencia y su rigidez dogmática.
Wolfgang Waldstein, el famoso jurista de Salzburgo que el papa Benedicto XVI citó en su discurso en el “Reichstag” de Berlín, gran defensor del iusnaturalismo tal como lo explicaba el magisterio hasta hace poco, fue nombrado presidente de honor de la asociación laica alemana “Pro Missa Tridentina”. El cardenal Rouco Varela reflexionó en 2019 sobre ese discurso del papa Ratzinger en el Parlamento de Berlín en 2011. En su artículo, “¿Un nuevo retorno del derecho natural?” publicado en Ius Communionis, presenta Rouco el discurso de Benedicto XVI como una propuesta para recuperar el “derecho natural” como categoría intelectual y como valor ético-jurídico.
Todo ello es legítimo y tiene su sentido, pero conviene no olvidar que un “corazón dócil, que sepa escuchar para juzgar, para discernir entre el bien y el mal”, como pedía Salomón (cf. 1 R 3, 9), es algo que no le es negado a ningún hombre honesto. Benedicto XVI cita ese pasaje con la expresión de “un corazón oyente” (“ein hörendes Herz”) y también cita el versículo de Rm 2, 15 que habla de una ley escrita en el corazón, en la conciencia de todo hombre, no solo en la de los cristianos. Ya nos dijo Ebner, y luego Rahner, que el hombre es “Hörer des Wortes”, “oyente de la palabra” divina. Y es la “confianza en la palabra” lo que constituye para el personalismo la última instancia, el fundamento de la vida social, de la ley y del derecho. Aunque Ebner nos recuerda, citando Dt 30, 14, que Dios ha puesto su palabra en nuestro corazón para que la podamos poner en práctica, nos dice en sus “Glosas al prólogo del Evangelio de Juan” (1921) que “no es necesario en absoluto entender esta confianza en un primer momento en sentido religioso”. Tal vez los estudiosos del derecho podrían encontrar aquí un puente entre el positivismo jurídico de H. Kelsen, contemporáneo de Ebner, por cierto, y el iusnaturalismo.
La ley natural no se encuentra en ninguna caja fuerte del Vaticano bajo siete llaves teniendo acceso a ella solamente el magisterio del papa. Que su fundamento sea la ley eterna de Dios no anula la capacidad de todo hombre para razonar. Como enseñó hace años el profesor Stephen Buckle “la idea de derecho natural no proporciona atajos al razonamiento moral”. La promulgación de esa ley y de ese derecho corresponde, como ya defendió Santo Tomás de Aquino, a la inteligencia humana. En ese sentido, como muestra Buckle, la ley natural bien entendida tiene capacidad para incorporar el cambio.
Siguiendo las enseñanzas del profesor Jesús Vega López, si le he entendido bien, esta ley no puede interpretarse en un sentido radicalmente contrario a la idea de igualdad en su sentido moderno y contemporáneo, puesto que incluye la noción de universalidad normativa que da origen a la idea de “ley moral”.
El contenido de la ley natural ha de ser interpretado, pero sin apelar a una antropología natural inalterable, porque entonces estamos haciendo una interpretación no igualitaria negando los hallazgos del razonamiento crítico jurídico que reconoce que existe un derecho fundamental a la igualdad de trato y a la no discriminación. La afirmación de este derecho constituye la base de las legislaciones de los Estados occidentales que reconocen las uniones civiles de las personas del mismo sexo y los derechos de las personas con sexualidades diversas. Sin reconocer este derecho a la igualdad de trato, que la Iglesia debería aplicar a sus propios fieles, a las mujeres y a las minorías sexuales, resulta difícil ver que las pretensiones de la Iglesia en estas materias puedan tener acogida en un Estado constitucional laico. No aparecerían ante los ciudadanos como una doctrina moral “razonable”.
No es de extrañar que las reformas del papa Francisco encuentren oposición cuando queriendo ser fiel al espíritu de “aggiornamento” y de renovación de la Iglesia del Vaticano II afronta los problemas sin recurrir a esa teoría del derecho natural. El cardenal Müller se expresó así en una entrevista del Corriere della Sera: “La palabra de Dios vale para todos los tiempos. Y habla del derecho natural, moral. La constitución antropológica no se respeta en esta nueva antropología LGTB”. Según Müller “el papa es el primer intérprete de la ley natural”. Y pregunta: “¿Por qué interviene en estos asuntos de los Estados sin subrayar la dimensión de la ley natural?”
En 2019 este cardenal viajó a Estados Unidos y se vio con los miembros de la Corte Suprema y católicos conservadores, Samuel Alito y Brett Kavanaugh, así como con Brian S. Brown, conocido activista homófobo y con la princesa Gloria von Thurn und Taxis, una millonaria de Ratisbona amiga de los que se oponen a Francisco. Esta empresaria ultraconservadora, que ve en Müller al Trump de la Iglesia, fue la que puso al cardenal en contacto con Stephen Bannon. Uno recuerda aquellas palabras de Ebner cuando se preguntaba en su escrito “El escándalo de la representación” qué espera la aristocracia de una victoria de Dios. “Nada cuando se da en el corazón del hombre. Pero ¿qué de esta en el mundo?”
Hermana Mónica Astorga OCD, quien acompaña y ayuda a mujeres trans (Diario de Río Negro/Gobierno Provincial )
Los grupos de presión que mezclan política y religión son, como vemos, especialmente activos en América. Francisco parece estar en buena forma, pero ya se han publicado libros que nos hablan de cómo debería ser el próximo papa. George Weigel y Edward Pertin han publicado sendos libros con el mismo título, The Next Pope. Si en Roma o en la iglesia alemana se estudia la posibilidad de dar la comunión a los divorciados que han vuelto a contraer matrimonio Weigel, haciendo una interpretación burda del Evangelio, se apresurará a señalar que el papa no puede cambiar la doctrina de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio. Es una táctica común en el sectarismo refutar lo que el adversario no ha sostenido. Lo que técnicamente llaman“mutatio elenchi”si se hace a sabiendas. Una forma de acusar falsamente. Además se pasa por alto Mt 19, 9: “a no ser en caso de porneia”, algo que rompería el matrimonio.
Weigel no ha dudado en tergiversar la doctrina social del papa Juan Pablo II en la encíclica “Centesimus annus” (1991). Pero el texto es claro: “Queda mostrado cuán inaceptable es la afirmación de que la derrota del llamado “socialismo real” deja al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que romper las barreras y los monopolios que colocan a tantos pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos —individuos y naciones— las condiciones básicas que permitan participar en dicho desarrollo” (Centesimus annus, 35). No es pues verdad como afirma Weigel que el papa apoyara la doctrina de la autorregulación libre de los mercados.
El sectarismo ultraconservador se hace con frecuencia fanatismo obsesivo en los temas de la sexualidad y de las relaciones humanas. Así, por ejemplo, el que fue arzobispo de San Luis, el conservador americano Carlson, hoy ya retirado, insistía todavía en 2020 en que “la comprensión católica de la persona humana sostiene que el sexo y el género no pueden separarse”. Pero la realidad de la vida hace pedazos la rigidez de esa doctrina de la Relación final del Sínodo de los obispos de 2015 recogida luego en otros documentos.
Un caso real lo puede mostrar. Recordemos a J. Morris. Falleció el 20 de noviembre de 2020 a la edad de 94 años. Sirvió en el ejército británico durante la segunda guerra mundial, se graduó como oficial de inteligencia en Sandhurst, trabajó como periodista y, como miembro de la expedición de Hurt y Hillay en su conquista del Everest, dio la noticia en exclusiva para The Times en 1953. Morris, después de estudiar en Oxford, contrajo matrimonio con Elisabeth Tuckniss, la mujer de su vida con la que tuvo 5 hijos. Escribió más de 40 obras, entre ellas Pax Britannica, una historia del imperio británico en tres tomos y libros de viajes traducidos a muchos idiomas. James Morris, nacido biológicamente como varón, siempre supo que era mujer.
En 1972 James Morris viajó a Casablanca para someterse a una reasignación de sexo. Lean su obra “Conumdrum” (Enigma). Desde entonces y hasta que murió en 2020 fue Jan Morris. Tras un divorcio al tener que someterse a las leyes, de nuevo la unión civil con Elisabeth Tuckniss, el tú de su yo, más allá del sexo y de la orientación sexual. Fue una mujer transgénero primero, mujer transexual después de la operación, en una larga lista en la que están Lili Elbe, Virginia Prince, Caitlyn Jenner, Georgine Kellermann y millones de otras. Y habría que hablar también de los hombres trans, que nacieron con el sexo biológico de mujer. Está claro que el sexo y el género no siempre van de la mano. Son cosas diferentes. Y otra cosa distinta de ambos es la orientación sexual. Y eso simplemente es lo que afirman los estudios de género.
No es fácil ponerse en el lugar de las personas trans, comprenderlas. Pero tenemos que hacerlo por deber de justicia y de fe cristiana. Tiene que haber protección legal para los millones de personas trans que hay en el mundo. La futura ley trans española, redactada desde el conocimiento científico y la sensatez, especialmente en los que se refiere a los menores, debería alcanzar el máximo consenso posible y contar con el asesoramiento y la experiencia de las personas de ese colectivo.
La comunidad transgénero de Estados Unidos (cerca de un millón de personas) le hizo saber al arzobispo Carlson que su doctrina desconocía su problemática. Si se evitan las posturas sectarias no tendría por qué ocurrirle lo mismo a la Iglesia en España.
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“43 años después, la Iglesia no ha encontrado todavía su verdadera ubicación en la democracia”
“Una muestra de colaboración y apoyo sincero de la jerarquía católica a la laicidad del Estado y de sus instituciones, como demandan organizaciones cristianas de base y colectivos de teólogas y teólogos españoles, sería que fuera ella quien tomara la iniciativa en la renuncia a los privilegios”
“Entonces sí podríamos decir que la reforma de Francisco ha pasado los Pirineos. Mientras tanto, tengo dudas razonables de que así sea. Espero y deseo pasar de la duda a la confirmación del cambio de actitud de la jerarquía católica, que vaya de la defensa de sus propios intereses al servicio del bien común”
En julio de 1980 se aprobó la Ley Orgánica de Libertad Religiosa (LOLR), que hoy resulta a todas luces anacrónica en una sociedad secularizada, con una amplio pluriverso de religiones y espiritualidades y en un clima generalizado y creciente de increencia en sus diferentes manifestaciones: ateísmo, agnosticismo e indiferencia religiosa.
En enero de 1979 se habían firmado los Acuerdos entre el Estado Español y la Santa Sede –Concordato encubierto-, que mantenían buena parte de los privilegios educativos, económicos, fiscales, culturales, sociales e incluso militares concedidos a la Iglesia católica en el Concordato franquista y nacionalcatólico de 1953, sin contrapartida alguna de la Iglesia católica. En realidad eran una actualización del Concordato nacional-católico. No pocos juristas consideraron dichos acuerdos preconstitucionales e incluso anticonstitucionales.
Contradicciones de La Constitución española en materia religiosa
Cuatro décadas después, la religión, y más concretamente la Iglesia católica, no ha encontrado su lugar en la sociedad española, ni su encaje en la estructura del Estado. La razón de tal situación hay que buscarla, en mi opinión, en el propio texto constitucional, que incurre en una crasa contradicción en el mismo artículo, el 16. Por una parte, reconoce el derecho a la libertad religiosa a nivel individual y comunitario y la no confesionalidad del Estado: “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Por otra, no respeta los principios de laicidad, neutralidad del Estado y de igualdad de todas las religiones ante la ley al colocar a la Iglesia católica en una situación de precedencia: “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones religiosas”.
Lucha por la hegemonía
Desde el comienzo de la Transición viene salvándose una lucha por la hegemonía en la esfera pública entre el poder político, que con frecuencia ha dado muestras de debilidad y sumisión ante la jerarquía católica, y esta, que ha aprovechado la debilidad de los sucesivos gobiernos de la democracia –fueran de izquierda, de derechas o de centro- para obtener más privilegios sin contrapartida alguna y una relevancia política que no le corresponde en un Estado democrático. Más aún, se ha querido erigir en cuarto poder, y en algunos casos lo ha ejercido de hecho, e incluso en el primer poder, sobre todo en los terrenos moral, legislativo y judicial. En cierto sentidos e puede decir que durante los 43 años de democracia los Gobiernos han sido rehenes de la Iglesia católica y han aceptado esa situación sin resistencia alguna.
El último ejemplo de la pugna por la hegemonía en el espacio público por parte de la jerarquía católica fue el de los dos funerales por las víctimas de la covid-19. El Gobierno español anunció la celebración de un funeral de Estado y le puso fecha. La Conferencia Episcopal Española, conocedora de dicha iniciativa, se adelantó a la fecha propuesta por el gobierno y celebró un funeral católico en la Catedral de la Almudena por todas las víctimas, que contó con la oposición expresa de algunos familiares, que pidieron expresamente no ser incluidos en el mismo y el desacuerdo de algunos colectivos dentro de la propia Iglesia católica, que vieron en el acto un desafío el Gobierno.
Los obispos quisieron convertir el acto religioso en funeral de Estado con la invitación al Rey, Felipe VI, que asistió en calidad de Jefe del Estado, y al Gobierno español, que estuvo representado por la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. Así fue entendido por los sectores conservadores y por una parte de la oposición política, y esa fue la imagen que quedó en el imaginario social. La lucha católica por la hegemonía y la confesionalización del dolor en una situación dramática como la que estamos viviendo no puede ser el camino para apoyar a las víctimas y consolar a sus familiares.
La lucha católica por la hegemonía y la confesionalización del dolor en una situación dramática como la que estamos viviendo no puede ser el camino para apoyar a las víctimas y consolar a sus familiares
La respuesta está en el acompañamiento personal y comunitario en el dolor, la compasión con las personas que sufren, la puesta en marcha de proyectos de solidaridad con quienes están soportando de manera más acusada las consecuencias de la covid-19 para ayudarles a salir de la situación de precariedad en la que los ha puesto la pandemia, así como la puesta a disposición de las personas enfermas y sus familiares de todos los recursos institucionales y personales sanitarios, sociales y religiosos de la Iglesia católica.
Restos de Cristiandad y cambios hacia un Estado laico
Cuarenta años después de la LOLR es hora de decir adiós definitivamente a la Cristiandad, de la que todavía quedan importantes restos en la práctica política y religiosa, y reubicar la religión en el espacio público, que creo no ha encontrado todavía su verdadera ubicación en la democracia cuarenta y tres años después de iniciada la transición política. Ello implica:
– reformar los artículos 16.3 y 27.3 de la Constitución, que mantienen una confesionalidad católica encubierta del Estado;
– derogar los Acuerdos con la Santa Sede, contrarios a la laicidad, a la igualdad de las religiones ante la ley y a la neutralidad del Estado en materia religiosa;
– derogar la LOLR, elaborar una ley de Libertad de Conciencia y un Estatuto de Laicidad en el ámbito nacional, autonómico y municipal para evitar la confusión de planos de lo religioso y lo político;
– devolver sin dilación los bienes inmatriculados por la jerarquía católica y ponerlos al servicio de la ciudadanía (por ejemplo, la Mezquita de Córdoba, Patrimonio Cultural de la Humanidad, del que se ha apropiado y se beneficia beneficiado el obispados con pingües ingresos);
– eliminar la enseñanza de la religión confesional en la escuela e introducir la enseñanza de la historia de las religiones;
– la renuncia de la Iglesia católica a las distintas formas de financiación estatal, por ejemplo, a la asignación tributaria, a las exenciones fiscales, etc.
Renuncia evangélica de la jerarquía católica a sus privilegios
Una muestra de colaboración y apoyo sincero de la jerarquía católica a la laicidad del Estado y de sus instituciones, como demandan organizaciones cristianas de base y colectivos de teólogas y teólogos españoles, sería que fuera ella quien tomara la iniciativa en la renuncia a los privilegios de los que viene gozando desde tiempos inmemoriales y no empeñarse en seguir defendiéndolos con uñas y dientes como si fueran derechos, con una argumentación jurídica falaz, que carece de base bíblica, de fundamento teológico y de justificación política en una sociedad secularizada y un Estado democrático.
Sería, además, un ejemplo de coherencia evangélica, amén de una prueba incontestable del necesario giro que debe dar la Conferencia Episcopal Española bajo la nueva presidencia del cardenal Omella, que se presenta como seguidor del Papa Francisco y debe demostrarlo con el apoyo al Estado laico, que es el espacio jurídico, político y cívico en el que cabemos todas y todos y no admite discriminación religiosa alguna. Entonces sí podríamos decir que la reforma de Francisco ha pasado los Pirineos. Mientras tanto, tengo dudas razonables de que así sea. Espero y deseo pasar de la duda a la confirmación del cambio de actitud de la jerarquía católica, que vaya de la defensa de sus propios intereses al servicio del bien común.
Pasos positivos hacia el Estado laico y dudas sobre la voluntad política del PSOE
Dos pasos importantes del Gobierno de coalición PSOE-PODEMOS en la buena dirección de la laicidad del Estado han sido la promesa de los ministros y ministras en la toma de posesión de sus cargos sin la presencia de la Biblia y el Crucifijo, y la celebración laica del Funeral de Estado en recuerdo de las víctimas de la covid-19. Ambos actos rompen con cuarenta años de confesionalización católica de dos momentos importantes de la vida política española.
En esa dirección parecen ir las entrevistas que está manteniendo la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, con los dirigentes –en su mayoría, varones, lo que demuestra el carácter patriarcal de las religiones- de las diferentes organizaciones religiosas: Iglesia Católica, Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España, Federación de Comunidades Judías de España, Comisión Islámica de España, Unión Budista de España-Federación de Entidades Budistas de España, Testigos de Jehová, Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Iglesias Ortodoxas de España, etc. Espero que no se tuerzan y desemboquen en un trato igualitario a todas las confesiones religiosas.
Aunque también tengo mis dudas sobre la voluntad política del PSOE en torno a la laicidad del Estado, ya que son muchos los años que vienen prometiéndola y, tras casi un cuarto de siglo gobernando, los avances han sido exiguos y los privilegios hacia la Iglesia católica siguen casi intactos, e incluso en materia económica considerablemente mejorados. Esperemos que esta vez las promesas se cumplan.
Dimensión crítico-pública de las religiones al servicio de las víctimas
¿Apostar por la laicidad del Estado y de sus instituciones significa recluir a las religiones en los lugares de culto y en la esfera privada? En absoluto. Las religiones tienen una dimensión crítico-pública irrenunciable que deben ejercer, pero no reclamando privilegios y prebendas, ni al servicio del poder, ni como cogobernantes y colegisladoras, sinoal servicio de las víctimas, es decir, de las personas, sectores y colectivosmás vulnerables de la sociedad.
Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría” de la Universidad Carlos III de Madrid. Su último libro es Hermano Islam (Trotta, Madrid, 2020, 2ª ed.).
*Este artículo es un desarrollo más amplio y argumentado del publicado en el diario EL PAÍS el 21 de agosto de 2020 bajo el título Adiós a la Cristiandad.
Comentarios desactivados en Ha muerto la cristiandad.
(Marco Antonio Velásquez).- En el último tiempo la Iglesia ha sido remecida en toda su estructura jerárquica. En ello, la Iglesia chilena pareciera sintetizar todas sus bajas pasiones. Luego, es innegable que algo significativo está ocurriendo a la mirada del mundo entero.
Cuando pareciera que ya nada podría ser igual, se despliegan enormes energías humanas para viabilizar una crisis de grandes proporciones. Pero cuidado, hay que detenerse y contemplar los hechos para discernir qué hay en las profundidades de un caos impresionante, porque en la vorágine del proceso no es perceptible.
En esa perspectiva, cabe intentar búsquedas honestas, libres y desapasionadas, para encontrar respuestas ineludibles. En tal sentido, la presente reflexión es parte de una secuencia en cuatro etapas que busca ofrecer una mirada, con la pretensión ambiciosa de balbucear qué podría estar construyendo Dios en esta circunstancia histórica.
Orígenes de la cristiandad
Si bien la cristiandad refiere al conjunto de pueblos cristianos dispersos en la amplia geografía del planeta, existe una acepción que define una época en la historia, donde la fe cristiana se instala en la cultura con el apoyo del poder político, de manera que todo el ámbito social resulta cristianizado por la fuerza de la ley, incluyendo las costumbres y la educación.
Se trata de un largo ciclo de la historia, que abarca desde el s. IV d. C. hasta el año 1965, cuando concluye el Concilio Vaticano II.
Sus orígenes se remontan a la conversión al cristianismo de santa Helena Augusta – madre del emperador Constantino el Grande. Sin embargo, el hecho decisivo data del año 380 d.C., cuando el emperador Teodosio declara al cristianismo como religión oficial del Imperio Romano. Aquello queda consagrado en el código teodosiano, que concede a la dimensión trinitaria de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, la creencia imperial de los llamados “católicos cristianos”, siendo todos los demás declarados “herejes”.
Surge así un cristianismo amparado en el poder político, por coacción, y no en la convicción libre de la persona humana, con lo que la fe queda expuesta en el terreno de una contradicción fundamental.
Así, en el ocaso del Imperio Romano, el pueblo cristiano pasa de ser perseguido a perseguidor de otras creencias. Con ello se instala, desde la religión, ese germen de corrupción y violencia que tendrá variadas desviaciones a través de la historia, siendo la más compleja su configuración como un poder religioso.
Pese a ello, en ese largo ciclo de la historia de la cristiandad, ha habido también abundante virtud cristiana genuina, como una manifestación elocuente de la acción del Espíritu Santo que, en última instancia, demuestra que Dios no abandona a su pueblo.
Han debido transcurrir diecisiete siglos para superar un error histórico-teológico de gran magnitud. Sí, porque recién en el año 1965, el Concilio Vaticano II trajo a la Iglesia de vuelta a sus orígenes, superando esa auto-comprensión como societas perfecta. Con ello, la Iglesia retorna a esa dimensión servidora, que aún dista de ser realidad plena, precisamente por ese lastre histórico de la cristiandad, que ha sido su mayor tropiezo.
Debilitamiento de la cristiandad
Esta verdadera perversión del cristianismo ha resistido todos los embates de la historia, hasta las más virulentas y enconadas animadversiones. Ni la Reforma protestante, ni la Ilustración, ni la Revolución Francesa, ni los más recientes ataques del laicismo y del secularismo han podido derruir las bases de la cristiandad.
Aun así, no han faltado signos de debilidad, ni menos estertores de agonía. Tal vez, el más elocuente de ellos se dejó sentir con la muerte del Papa Juan Pablo II. En efecto, el 18 de abril de 2005, el cardenal Ratzinger lo expresaba con singular nitidez, en la entrada al cónclave que lo elegiría papa. Ese día, en la homilía de la Misa Pro Eligiendo Pontífice, el cardenal Ratzinger decía:
“¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc.
Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta del fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos.”
Con esas palabras, Ratzinger reconocía la incapacidad de la Iglesia para guiar los destinos del mundo. Asumía, en la práctica, la ineficacia de la cristiandad para influir en la cultura y en la sociedad postmoderna; mientras esa falta de dinamismo y vitalidad la atribuía, más que a un fenómeno endógeno, a una causa externa, la “dictadura del relativismo”.
Y así, ya siendo papa, Benedicto XVI le dio a la cristiandad una renovada vitalidad, reanimando nostalgias y esperanzas, que terminaron por disiparse con su intempestiva renuncia.
Luego, con la llegada de Francisco, la cristiandad se benefició del carisma personal de Bergoglio, que le devolvió al papado esa autoridad universal que había perdido. Gestos, acciones y palabras le han dado contenido y coherencia al ícono de la cristiandad, la Iglesia de Roma; mientras las iglesias locales han acentuado ese abismo de incomprensión recíproca con la sociedad de cada pueblo a la que han sido llamadas a acompañar y servir.
Lo que no consiguió ninguna de aquellas fuerzas antagónicas a esa Iglesia desvirtuada, vino desde sus propias entrañas, nada menos que desde la misma jerarquía.
Así fue como la pederastia dañó severamente los fundamentos de la cristiandad. Pero lo que terminó por socavar su estructura, fue el encubrimiento y la complicidad que se fraguó desde la alta jerarquía, particularmente desde el episcopado. Con ello, la credibilidad y la confianza institucional quedó gravemente comprometida, privando a la Iglesia de esa condición esencial para llevar a cabo su misión evangelizadora.
Ocaso de la cristiandad
Se ha producido así un verdadero colapso institucional, que ha venido a configurar la muerte de la cristiandad.
Si bien, en cada continente y en diferentes latitudes, esa certeza es una realidad en desarrollo, es más evidente en la Iglesia chilena, donde se ha desencadenado con una nitidez impresionante. Pero no hay que confundirse, lo que en apariencia se presenta como un problema local, en la práctica tiene alcance universal.
Ya será tarea de otros identificar por qué Chile ha jugado tal protagonismo en este proceso de colapso institucional de la Iglesia jerárquica, ícono de la cristiandad. Sólo como esbozo, habría que señalar la conjunción de algunos factores muy particulares, como la rápida transformación cultural, el surgimiento de una gran masa de población ilustrada, un acelerado proceso de secularización, el apogeo de una sociedad de consumo e importantes fracturas sociales no resueltas, que han derivado en la conformación de una sociedad contestaria y renuente a cualquier manifestación de poder, donde la libertad, la transparencia y la equidad han llegado a ser paradigmáticas.
En ese contexto, la intervención de la Iglesia chilena tramada en Roma en la década de los 80, con el propósito de contrarrestar su parresía profética de los 70, imponiendo nombramientos episcopales ajenos a los intereses de la Iglesia local, fueron el sustrato que hizo de la Iglesia institucional una verdadera caldera de pasiones humanas que terminaron por estallar con la evidencia y el encubrimiento de crímenes abominables.
Entonces, es necesario caer en la cuenta que “ha muerto la cristiandad”, porque sin esta convicción nada del oscuro presente será provechoso, sino será el anecdotario de una sórdida crónica roja, el epílogo de una fatalidad largamente temida.
Se abre así un nuevo capítulo de la historia de la Iglesia, la era de la post cristiandad.
En este nuevo ciclo de la historia habrá que esperar un largo proceso de transición, donde las expectativas de grandes cambios podrían ser defraudadas. Luego, con más mesura, y no menos esperanza, porque algo bueno y necesario está pasando, será necesario responder a una cuestión fundamental, cual es: ¿Cómo ser Iglesia en la post-cristiandad?
Comentarios desactivados en Maritain y “la nueva cristiandad” (I)
Leído en el blog de Hilari Raguer:
Introducción.
Se cumplen este verano ochenta años de la conferencia pronunciada en 1934 por Maritain en los Cursos de la Universidad de Verano de Santander, bajo el título de Problemas espirituales y temporales de una nueva cristiandad. Lo revolucionario era el calificativo de nueva. La noción de cristiandad tiene actualmente mala prensa. Yo mismo publiqué el 2006 una historia del Vaticano II y su impacto en España con el título de Réquiem por la Cristiandad. En la Edad Media, la Cristiandad fue una grandiosa implantación política, social y cultural del cristianismo. Aunque Europa se ha descristianizado, hablamos de unas raíces cristianas de Europa, que son las repercusiones temporales del evangelio eterno. Maritain no entonó un réquiem por la Cristiandad, pero dijo que tenía que ser “nueva”. ¿Dónde radicaría la novedad?
Dicen los entendidos que Maritain se convirtió al tomismo seducido por la noción aristotélico-tomista de analogía. La analogía es una poderosa herramienta lógica, que comparando dos nociones o dos realidades, no las ve unívocas, o sea exactamente iguales, ni equívocas, es decir, del todo distintas, aunque respondan a un mismo nombre. Por lo tanto las nociones análogas son según como iguales y según como distintas. Aplicando esta herramienta a la Cristiandad, Maritain sostiene que la realización temporal o social del cristianismo ha de ser de algún modo la de siempre, pero en algunos aspectos nueva. Y notemos que, en el tomismo, las realidades análogas tienen más de distinto que de común. Por eso el postulado de una “nueva” Cristiandad entrañaba una carga revolucionaria, no solo religiosa sino también política, contra el catolicismo integrista imperante entonces en España, y en cierto modo en toda la Iglesia.
Durante la vieja cristiandad, podía haber habido soberanos teóricamente cristianos que no reconocían el poder temporal del Papa, o incluso guerreaban con él, pero el principio de cristiandad no se discutía. Fue con la Revolución Francesa que se derrumbó. Los Papas de después de la Revolución, a lo largo del siglo XIX, se negaron a reconocer la legitimidad de los poderes revolucionarios de Francia y de las revoluciones que la imitaron y sostuvieron las diversas restauraciones absolutistas.
Con el Congreso de Viena y la Santa Alianza, Metternich creó una sociedad de seguros mutuos, por la que los reyes absolutistas se comprometían a acudir en socorro del rey que padeciera una revolución, y sofocarla. Ni ellos ni los Papas se daban cuenta de lo irreversible del cambio de época. Cuando tras la derrota definitiva de Napoleón regresan el rey y los aristócratas emigrados (los que se habían salvado de la guillotina), y pretenden volverlo todo al estado de cosas anterior a 1789, el inteligente Secretario de Estado cardenal Consalvi (por cierto: laico) comenta que era como si Noé, al salir del arca después del diluvio, pretendiera que no había llovido.
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