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“No creyente, pero practicante”, por Gabriel María Otalora

Viernes, 6 de diciembre de 2024

IMG_8810De su blog Punto de Encuentro:

Agradezco al jesuita José Ignacio González Faus la difusión del poema Credo, de Magdalena Sánchez Blesa. Lo reproduzco para darle mayor difusión todavía y convertirlo en punto de encuentro en torno a la reflexión de nuestra fe.

Porque los cristianos de nuestra sociedad vivimos la fe como un derecho adquirido, algo que se transmite de padres a hijos con la colaboración de algunos catequistas y la asignatura de religión. La realidad es que aprendemos una cultura religiosa de andar por casa sin mayores profundidades ni compromisos excesivos. La Eucaristía, en fin, se ha convertido en una obligación de cumplimiento  -cumplo y miento- que no cuestiona ni resulta ser el centro de nuestra vida espiritual. No somos conscientes del regalo de la fe y de que todo lo importante que tenemos en la vida requiere ser desarrollado: la capacidad de andar, de hablar, de madurar como personas y también de maduración de nuestra fe en el amor de Dios que no todos tienen.

Una fe es un regalo (gracia) como todo lo demás: la vida es un regalo, la salud y tantas cosas más que no somos conscientes de que las disfrutamos hasta que faltan… ¿Por qué algunos tienen salud, dinero, amor o fe, y otros no? ¡Para compartirlo!, para hacer de la necesidad una gran solidaridad. De esto va el Evangelio, incluido el gran regalo de la fe. Con nuestro ejemplo de vida apreciamos de verdad el tesoro que tenemos, y que supone también convertirnos en Buena Noticia para los demás. Esto es evangelizar.

El regalo de la fe supone compromiso de vivirlo agradecidos y sembradores de Buena Noticia. Por eso resulta impactante conocer a personas sin fe que viven el Evangelio apoyadas solamente en el mensaje cristológico del Nuevo Testamento como una noticia extraordinaria que merece la pena ser vivida entre nosotros, incluso si tras la muerte espera la nada.

Este es el caso de la poetisa que lo escribió, supongo que en un arranque de belleza interior que sonroja por la mediocridad con la que vivimos nuestra fe. Ella se define una “no creyente practicante llena de honestidad que cuestiona sin pretenderlo muchos esquemas mientras ilumina el camino verdadero del que la Iglesia institucional se ha alejado tanto para instalarse en el legalismo clericalista que ahoga el tesoro de la fe y aleja a tantos porque por los hechos, precisamente, distorsionan el Mensaje.

Invito a quienes estén leyendo estas líneas a que  lean despacio este poema, y mejor si lo hacen dos veces seguidas. Una lectura en actitud de oración, abiertos al Espíritu, porque la humildad que destilan esto versos son un estupendo abrelatas hacia el agradecimiento, y a repensar nuestra actitud de creyentes después; si nos reconocemos cristianos “por la gracia de Dios” que sea para algo y para alguien. El Sembrador salió a sembrar y nos dejó esta estupenda semilla. Que aproveche.

Credo –

Magdalena Sánchez Blesa

No creo en ti, Señor, y no me alegro.

No creo en ti, por mucho que he rezado,
pidiéndote, Señor, que me redimas
y me perdones este gran pecado.

No creo en ti, lo siento con el alma,
pero quiero que sepas una cosa:
cumpliré el evangelio punto a punto,
cumpliré el evangelio coma a coma.

Te estoy hablando a ti, ¿a quién, Dios mío?

¿A quién le estoy hablando si no creo?

Pero ¿qué más daría si no existieses,
para hacer lo que dice el Evangelio?

No creo en ti, Señor, pero descuida,
que voy a recibir al forastero,
que voy a visitar a los reclusos,
y a darle de comer a los hambrientos.

No te preocupes, Dios, que yo no busco
un cielo donde ir, no es mi objetivo.

Lo haré, no por librarme del infierno,
lo haré sin pretender un paraíso.

Lo haré porque me nace, simplemente.

Lo haré porque me duele en mis adentros
que esté la tierra llena de criaturas
pasando pejigueras y tormentos.

No creo en ti, Señor, mas no te apures,
nunca te ofenderé, líbrame de ello.

Y cargaré tu Cruz hasta el Calvario
sin ningún interés de ningún cielo.

Y me tendrás, Señor, en cualquier calle,
donde haya una persona padeciendo.

Me tendrás en la cárcel, en el fango,
en cada pozo, en cada basurero.

En todas las criaturas de este mundo
que yo me encuentre con la soga al cuello.

No me guardes sillones, no lo hago
por alcanzar tu Reino.

Deseo que descanse mi ceniza
eternamente, cuando me haya muerto.

Que nadie me despierte, no me importa,
que mi gloria será seguir durmiendo.

Porque estoy agotada de la brega,
porque no puedo a veces con mi cuerpo.

No creo en ti, Señor, da mi parcela,
a quienes no han tenido nunca un techo,
a quienes no han tenido nunca nada,
a quienes viven siempre en el infierno.

Yo cedo mi sillón, que estoy cansada
de bregar y bregar a cada instante.

Porque no soy creyente, Señor mío,
soy, desgraciadamente, practicante.

*

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Para el creyente, el alejado, el que no cree, a todos se nos dio el corazón.

Miércoles, 6 de septiembre de 2023
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Del blog de Alfonso J. Olaz El Rincón del Peregrino :

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¡Hermano de Jesús, pobrecillo, porque sufres tanto!

No hay mayor sufrimiento que no ser amado.
Ni mayor dolor que haber perdido
la dignidad del amor de ser hermano, del hermano…

Nacemos para amar
Vivimos sin conocerlo
Amando como podemos
Y cuando esta Vida termina
morimos sin quererlo

Y sin amor nos vamos
Dejándolo sin memoria
Sin haber regado su semilla
Para ser planta Divina.

Y solo nos llevamos la huella borrada, caricia inmemorial,
de la semilla divina que tocamos

Del amor de Dios
Ya todo lo dijo Él
Y para ti hermano, todo está por cumplir.

Ser testigo de Jesús, sin palabras
Y si te preguntan por Él
Habla como Él habló…

Todo está por hacer
Todo por descubrir

Ahora descubriré el amor de mi hermano
Entre los hermanos.
¡ Los otros Cristos!

Amor de Dios, que no inacabado
Siempre incompletado
Para que su criatura lo complete.

Y luego lo contemple en el cuerpo del Cristo inacabado, Desmenbrado: de pan, justicia, amor y Fraternidad del hermano-
De mis otros Cristos ya no tan Alejados, y muy cercanos.

¡Hermano que tanto sufres!
No sufras por ti
Deja de sufrir por todo.
Ocúpate de lo inacabado
Y no busques otra cosa

Acaso tu sufrimiento
¡No oyes que tiene fondo!

El fondo es Jesús, en los otros Cristos, mis hermanos.

Ahí, ahora está Él,
Te pide sin querer importunarte
Que le abrigues con tu corazón
Y no temas por las consecuencias.

Créetelo y tus dudas y sufrimientos,
Tendrán sentido,
el de Jesús contigo,
en todos los Cristos rotos que
quieren, creen en el que creen.

*

Alfonso Olaz
18.08.2023

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , ,

Por…

Jueves, 22 de diciembre de 2022
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Por el dolor creyente que brota del pecado;
por haberte querido de todo corazón;
por haberte, Dios mío, tantas veces negado,
tantas veces pedido, de rodillas, perdón.

Por haberte perdido; por haberte encontrado.
Porque es como un desierto nevado mi oración;
porque es como la hiedra sobre un árbol cortado
el recuerdo que brota cargado de ilusión.

Porque es como la hiedra, déjame que te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a mi viejo tronco poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies.

¡Porque es como la rama donde la savia nace,
mi corazón, Dios mío, sueńa que tú lo ves! Amén.

*

Leopoldo Panero

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , ,

“La explicación creyente es mucho más sólida racionalmente que la increyente”

Sábado, 19 de octubre de 2019
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reza-aslanEl estudioso de las religiones Reza Aslan.

Qué decimos cuando decimos Dios. Dialogando con el profesor Reza Asia

“Dios es una idea. No me interesa la pregunta sobre si existe o no”. Así comienza el libro “Dios, una historia humana”, publicado por Taurus, de Reza Aslan, profesor de la Universidad de California e investigador de la historia de las religiones

A diferencia de él, entiendo que lo que los deístas y teístas decimos cuando decimos que Dios es una explicación racionalmente consistente a partir de las evidencias científico-empíricas es una explicación racionalmente más consistente que la explicaciones alternativas, sean ateas, antiteístas e, incluso, agnósticas; particularmente, las que fundan su increencia en cosmovisiones o interpretaciones partidarias del materialismo bruto y del azarismo o casualismo

En mi libro “Ateos y creyentes: qué decimos cuando decimos Dios”, publicado por PPC y que verá la luz en pocas semanas, abordo este asunto. Creo que puede contribuir a la cuestión, ya que nos hemos adentrado en una época en la que conviene recuperar el debate -para nada, nuevo u original, aunque necesario- sobre la mayor firmeza racional de estas diferenciadas interpretaciones

Por otro lado es perceptible, a medida que se avanza en el debate entre creyentes e increyentes, la sorprendente convergencia de razones a favor de la mayor solidez de la interpretación creyente. Hay algún autor que, incluso, la califica de “abrumadora”

Yo también, como el admirado José María Castillo, he leído el informe sobre el libro del profesor Reza Aslan, de la Universidad de California e investigador de la historia de las religiones (“Dios. Una historia humana”, Taurus) que, publicado por El País el pasado 25 de septiembre, lo encabezaba el siguiente entrecomillado: “Dios es una idea. No me interesa la pregunta sobre si existe o no”.

A diferencia de él, entiendo que lo que los deístas y teístas decimos cuando decimos Dios es una explicación racionalmente consistente a partir de las evidencias científico-empíricas que se vienen alcanzando en la astrofísica, en la protobiología y antropología contemporáneas. Pero no solo en estos saberes. Y que es una explicación racionalmente más consistente que la explicaciones alternativas, sean ateas, antiteístas e, incluso, agnósticas; particularmente, las que fundan su increencia en cosmovisiones o interpretaciones partidarias del materialismo bruto y del azarismo o casualismo.

  Me tomo la libertad de dar a conocer un par de páginas del libro en el que abordo este asunto y que, publicado por PPC, verá la luz en unas pocas semanas: “Ateos y creyentes: qué decimos cuando decimos Dios”. Creo que puede contribuir al debate sobre la cuestión.

A lo largo de los últimos años, apunto en dicha publicación, han sido bastantes las personas que me han invitado a escribir sobre las trasparencias y anticipaciones seculares en las que es perceptible lo que decimos cuando decimos Dios. Entendían que en ello estaba en juego algo tan importante como la consistencia racional de la fe y de la teología.

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El árbol de la ciencia

Es cierto que tampoco han faltado otras que me han manifestado su escepticismo al respecto. E, incluso, quienes me han dicho -amigablemente, por supuesto- que se trataba de un proyecto ingenuo e inútil, habida cuenta de la potencia argumentativa que presenta el ateísmo en las sociedades más desarrolladas y del espléndido futuro que, según sus pronósticos, le aguarda. Son ellos quienes -con nombres y rostros y, tras largos e intensos diálogos, e, incluso, amistad compartida desde la infancia- he tenido delante, y de manera preferente, escribiendo el presente libro. Se puede decir que, en alguna medida, son los “responsables” indirectos de estas líneas… Indirectos porque, como es evidente, el primer y único responsable (sin comillas, en esta ocasión) de lo aquí escrito soy yo y nadie más que yo.

Pero tengo que manifestar que, junto a los diálogos mantenidos y a las sugerencias recibidas, existe también una inquietud personal que atraviesa de principio a fin todas y cada una de estas páginas: entiendo que ha llegado la hora de prestar atención de nuevo a la consistencia racional de la idea de Dios a partir de las pruebas científico-empíricas que se vienen alcanzando desde hace años, concretamente, en la cosmología, en la biología y en la antropología modernas. Y creo que es algo que se puede hacer sin renunciar al imaginario -en mi caso, cristiano- de un Dios Amor y Justicia que, transparentándose en tantos millones de crucificados de todos los tiempos es perceptible, a la vez, como Belleza, atrayente y fascinante por sí misma.

Además, creo que he de hacerlo dialogando con los llamados “nuevos ateos”, es decir, con aquellas personas que cuestionan en la actualidad la solidez argumentativa y la verdad de lo que decimos cuando decimos Dios tanto a la luz de las evidencias científico-empíricas como de las conclusiones a que están llegando la antropología y la filosofía modernas e, incluso, apoyados en algunas aportaciones teológicas y exegéticas de los últimos decenios.

Pero pienso, además, que he de andar este camino acompañado de los que me atrevo a llamar los “nuevos creyentes”; y, en concreto, de tres personas que, habiendo sido ateas, han descubierto que las explicaciones deísta o teísta son mucho más consistentes que la increyente en la que se habían mantenido hasta entonces y que, incluso, alguno de ellos, había liderado durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX.

Aunque los elegidos han sido Anthony Flew, Francis S. Collins y Clive Staples Lewis, bien podrían haber sido otros. En la confrontación autocrítica que mantienen consigo mismos y crítica con sus ex – compañeros ateos se aprecia, más allá de que se puedan aceptar o no sus argumentos, una admirable frescura y libertad de pensamiento que agradezco.

Comparto con ellos que la explicación creyente es mucho más sólida racionalmente que la increyente a partir de las pruebas alcanzadas por la astrofísica, la protobiología y la antropología contemporáneas. Si es cierto que éstas han venido siendo para los ateos, tipificados como “científico-empíricos”, señales inequívocas en apoyo de su cosmovisión increyente, también lo es que son signos o “murmullos” (E. Hillesum) en los que se trasparenta aquello a lo que nos referimos los creyentes cuando decimos Dios.

Y también estoy de acuerdo con ellos en que nos hemos adentrado en una época en la que conviene recuperar el debate -para nada, nuevo u original, aunque necesario- sobre la mayor firmeza racional de estas diferenciadas interpretaciones.

Pero, antes de adentrarme en el diálogo, hay algunas consideraciones previas que me parece oportuno resaltar.

La primera, para recordar que todos podemos entrar en este debate ya que la cuestión que se plantea no es de orden científico-empírico, sino explicativo: discernir la mayor o menor fortaleza racional de las distintas interpretaciones a las que dan pie dichas pruebas.

Para esto no es necesario serun especialista en astronomía, en biología o en antropología, sino tener un conocimiento suficiente de los resultados que se van alcanzando y, por supuesto, de las diferentes explicaciones (ateológicas o teológicas) a las que dan pie con el fin de evaluar la mayor o menor fuerza racional de todas y de cada una de ellas.

Por eso, el lector se encontrará con expresiones tales como “científico-filósofo” o “cosmólogo-filósofo” y “biólogo-filósofo” e, incluso, “científico-ateo” o “nuevos creyentes”. Con ellas quiero indicar que en este debate también intervienen, aportando sus explicaciones filosóficas, teológicas o ateológicas, muchos astrofísicos, astrónomos, biólogos, protobiólogos, antropólogos, zoólogos o científicos del comportamiento social. Y que la fortaleza de sus respectivas interpretaciones no descansa en el reconocimiento de sus aportaciones científico-empíricas, sino en la mayor o menor consistencia racional que presenten, sean deístas, teístas o ateas. Este es el criterio que, fijando los términos del diálogo, lo abre a todo aquel que, sin ser investigador, esté interesado en el mismo.

La segunda, para estar muy atentos a la riqueza y novedad que presenta entre los nuevos creyentes lo que éstos entienden por Dios. Y con ellos, entre muchos deístas o teístas que vienen abriendo, desde hace años, la idea de Dios a nuevos horizontes. Entiendo que tales aportaciones son perfectamente articulables con otras más tradicionales, sean de orden sacramental, escriturístico o magisterial que, definitivas en su tiempo, requieren ser repensadas y reformuladas en el nuestro. Actualmente no se puede hablar de aquello a lo que nos referimos cuando decimos Dios sin tener presentes estas explicaciones.

La tercera, para aclarar que no abordo la cuestión del agnosticismo con sus legítimas y necesarias diferencias: el metodológico, el ateo y, también, el creyente y teológico. Creo que es una importante cuestión que hay que abordar con mayor detenimiento en el momento en que se trate la explicación que defiende, como argumentadamente incuestionable, la absolutez de la finitud y de nada más que la finitud y la crítica a la que queda sometida tal interpretación, entre otros, por parte de los pensadores a quienes me he atrevido a denominar “agnósticos trágicos” y, a veces, “nihilistas trágicos”.

La cuarta, para constatar, el extrañamiento y marginación del hecho religioso, de las distintas explicaciones, del diálogo interreligioso y de los debates entre ciencia y fe por una parte de la universidad española, a diferencia del espacio institucional que tienen asignado en la cultura anglosajona.

Entre nosotros es muy frecuente que, al no ser considerados temas dignos de ser estudiados por sí mismos o de manera interdisciplinar, acaben sometidos al criterio de las filias o fobias que vierte el catedrático o el profesor de turno. Sobran ejemplos sobre algunos de los comentarios formulados al respecto, llamativos, además, por su falta de rigor y solidez racional. Quizá algunas universidades, recelando de la carga confesional que pudiera presentar esta materia, hayan preferido desecharla, a la espera de mejores tiempos que, con frecuencia, suele ser la manera políticamente correcta de decir “nunca”.

Pero también es probable que el apartamiento de este saber y de su correspondiente institucionalización académica obedezca, en otras, únicamente a una laicidad excluyente y ciega, dispuesta a renunciar, sin reparo alguno, a lo que es más propio de la “universitas”: la investigación racional en libertad de todo y, en este caso, del hecho religioso en sí y de las diferentes explicaciones o cosmovisiones en las que se visualizan. Dando por normal (y hasta es posible, que como progresista) semejante política, renuncian a investigar un fenómeno que, omnipresente, ha marcado -y sigue marcando, para bien o para mal- la historia de la humanidad.

Hay una quinta consideración que también entiendo necesaria. Hace tiempo que conozco a Manuel Tello, en la actualidad profesor emérito de la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) tras haber sido catedrático de Física de Materia Condensada en dicha Universidad. La vida ha permitido encontrarnos en diferentes ocasiones. La última ha sido la lectura de un artículo suyo en El Correo:Los científicos y Dios” (15 de febrero de 2019) denunciando la ligereza y temeridad de quienes proclaman que “todos los científicos son ateos” y que “Dios no existe”. “Un científico, indicaba Manuel Tello, hace un flaco servicio a la ciencia cuando, en nombre de esa ciencia, realiza afirmaciones falsas o sin rigor”. “Afirmar que no existe, argumentaba, exige una demostración. ¿Conocen alguna demostración sobre la no existencia de Dios”?

La lectura de este texto, las muchas conversaciones tenidas al respecto y su trabajo universitario explican que le haya invitado a redactar el prólogo de este libro. E, igualmente que, habiéndolo leído, entienda su modestia, pero también que me vea obligado a indicar -como imprescindible contrapunto- los motivos de dicha invitación; además, por supuesto, de manifestarle mi agradecimiento.

Concluyo resaltando un último punto que, a pesar de no quedar enfatizado con la fuerza requerida a lo largo de esta publicación, es perceptible a medida que se avanza en el debate entre creyentes e increyentes: la sorprendente convergencia de razones a favor de la mayor solidez de la interpretación creyente. Hay algún autor que, incluso, la califica de “abrumadora”.

Fuente Religión Digital

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