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¿Dónde quedan los cuerpos desnutridos?

Martes, 29 de noviembre de 2016
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impactantes-fotos-de-africaLa Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de publicar un documento sobre la sepultura de los muertos y el uso de las cenizas de los cadáveres incinerados. Lo firma su presidente, el cardenal Gerhard Müller, nombrado por Benedicto XVI antes de su jubilación para asegurar el mantenimiento incólume de la ortodoxia y actualmente líder del movimiento de oposición de la Curia Vaticana y de los obispos conservadores de todo el mundo a las reformas de Francisco, a quien exige sumisión a sus orientaciones teológicas, ya que, dice, el Papa no es teólogo. En este caso a Müller le ha salido bien la jugada: ha conseguido que el Papa estampara su firma debajo del texto del cardenal conservador, publicado en efemérides tan señalada como el día de los difuntos.

El documento defiende la inhumación como la práctica más acorde con la fe en la resurrección corporal y la dignificación de los cuerpos de las personas difuntas y la considera una obra de misericordia. Expresa respeto por la cremación porque, afirma, no afecta a la inmortalidad del alma, pero prohíbe terminantemente la conservación de las cenizas en los hogares así como su dispersión por el aire, la tierra o el mar, y niega funeral cristiano a los difuntos que así lo hubieren dispuesto.

La Iglesia mantiene una concepción antropológica dualista de cuerpo mortal y alma inmortal, y eso es contrario a la antropología unitaria de la Biblia

El texto de Müller ha sido objeto de todo tipo de chanzas en los medios de comunicación y en las conversaciones de la gente por méritos propios. Más allá de las chanzas, que puedo compartir, mi desacuerdo con el documento es de carácter teológico. El cardenal entiende la resurrección de los muertos como la reanimación de un cadáver o la vuelta a la vida en las mismas condiciones físicas y espacio-temporales que antes de la muerte. Y eso es fundamentalismo duro y puro. La resurrección es el símbolo de la victoria de la vida sobre la muerte. Así lo afirma Pablo de Tarso, el primer teólogo cristiano que reflexionó sobre el tema. El documento mantiene una concepción antropológica dualista que distingue dos elementos en el ser humano: el cuerpo mortal y el alma inmortal. Y eso es contrario a la antropología unitaria de la Biblia.

Mi opinión es que la cremación y la dispersión de las cenizas por la tierra, el mar y el aire son prácticas legítimas y que mejor responden a la imagen del ser humano que ofrece el primer libro de la Biblia hebrea, el ‘Génesis’. La palabra Adán deriva de ‘adamah’, tierra, y expresa la condición perecedera, terrestre, de la humanidad. Adán es “el terroso”, el que fue hecho del polvo de la tierra y al polvo tiene que volver (‘Génesis’, 2, 7; 3,19), como se dice al penitente en la ceremonia del miércoles de ceniza: “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”.

Termino con una pregunta: ¿A qué viene ahora tanta preocupación por el destino de las cenizas de los muertos y tan poca por los cuerpos desnutridos de millones de personas vivas y por los cuerpos colonizados de las mujeres?

Juan José Tamayo

El Periódico

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No sonará órgano en nuestra hora

Viernes, 11 de noviembre de 2016
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bote-de-mermeladaKoldo Aldai Agirretxe
Artaza (Navarra).

ECLESALIA, 28/10/16.- Esta vez nos falló el Santo Padre. La Iglesia nos  va a negar  funeral a quienes  expresamente  hemos pedido que se  esparzan nuestras  cenizas al llegar la hora. No nos duele  quedarnos  sin funeral, nos apena que la Iglesia de Francisco, la que tanta esperanza ha suscitado, imponga en su seno estos anacrónicos dictados.  Nos apena que este papado, que tanto hemos apoyado con tantas  letras, tome esas medidas, esté detrás de tan desafortunada condena.

No nos duele que no haya exequias católicas en nuestro nombre, nos duele esa desaprobación de lo diferente, ese culto cerrado a la tradición que rechaza a quien opta por otras prácticas. Lamentamos que Francisco sea partícipe de tan penoso retroceso. No sonará el órgano en nuestro funeral, pero sonará un día la hora de la libertad en que todos respetemos escrupulosamente las decisiones del otro, sobre todo cuando vienen avaladas por poderoso argumentario, cuando son defendidas por muy dignas tradiciones espirituales, por todo un elenco de grandes seres.

En este rechazo a aventar las cenizas, en esta insólita alianza con los gusanos que se “trapiñarán” el cuerpo, en esta defensa a ultranza de los lúgubres cementerios, no hay sencillamente nada del mensaje de universal amor del Nazareno. La Iglesia interpreta, más bien sigue interpretando y están en su derecho, pero estaría bien que así lo hiciera constar. Guías y maestros de las más diferentes escuelas y tradiciones espirituales abogan por la cremación. Dice el maestro tibetano Djwhal Khul: “Es algo afortunado y feliz que la cremación se vaya imponiendo. Dentro de un tiempo la tarea de sepultar a los muertos en la tierra será contraria a la ley  y la cremación obligatoria como medida saludable y sanitaria. Desaparecerán eventualmente esos lugares síquicos e insalubres llamados cementerios, así como la adoración a los antepasados”. Afirman esas tradiciones espirituales serias, mayormente orientales, que con la cremación estaríamos impidiendo al alma la tendencia a un descenso que le perjudica. Se beneficiaría claramente con las llamas. No encontraría ningún “punto de enfoque”, no se sentiría atraída por ninguna “vibración terrestre”.

El abuelo nunca ocupó  el “bote de la mermelada”, nunca estuvo allí dentro, ni siquiera sus restos, a lo sumo el frasco de cristal  contuvo las cenizas de su “carcasa” material ya seriamente deteriorada. No seríamos cuerpos, seríamos almas que toman circunstancialmente cuerpo, almas destinadas a volar cuando el cuerpo ya no sirve, cuando le llega la hora de la mal llamada muerte. El cuerpo en descomposición es siempre un motivo de lastre  para el alma que aspira remontar otras dimensiones. Hay otras razones profilácticas como el impedimento de la propagación de enfermedades, razones higiénicas, amén de otras más profundas y ocultas que irán viendo la luz. Por ahora, ante la sorprendente encíclica, poner en valor la máxima suprema y elemental de la libertad, el principio de consideración fraterna de las razones del otro.

“Las cenizas deben ir a un lugar sagrado” reza la reciente e incomprensible encíclica condenatoria, pero yo pensé que toda la Tierra inmensa era sagrada, era Hogar de mi Padre, no sólo el perímetro del templo cristiano. Yo pensé que la Creación entera  era sagrada, pues sagrado es su Origen. Descansen nuestros restos en tierra “desacralizada”, si esa firme voluntad nuestra sirve  para empujar la conciencia del humano hacia una mayor congruencia, pero sobre todo a un  mayor respeto hacia el hermano/a y sus creencias.

Nos vamos con nuestras cenizas a otro lado, porque en realidad nunca fuimos, ni seremos esas cenizas. El cuerpo fue vehículo preciado, maravilloso, inigualable, pero funda, urna, envoltura al fin y al cabo. Nos vamos con nuestras  cenizas a buscar otros vientos que esparzan ancho, que soplen fuerte para suscitar mayor lógica y generosidad en los corazones de la Curia romana, en otros corazones por la rígida ortodoxia acartonados

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Morir y resucitar en Cristo: con cremación y sin tumbas vacías”, por Juan Masiá sj

Miércoles, 9 de noviembre de 2016
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resurreccion-y-vide-eternaDe su blog Vivir y Pensar en la Frontera:

“La resurrección es la interpretación de fe del sentido de la muerte”

“No consiste en la inmortalidad de un alma separada, ni en la recuperación del cuerpo cadáver”

Ni la cremación impide la resurrección, ni hace falta una tumba vacía para creer en El Que Vive.

Morir es morir hacia la Vida. Resucitar es entrar en la Vida definitiva, en la Vida de la vida.

Morir y resucitar en Cristo es la expresión de la fe cristiana en la vida verdadera y eterna, que no consiste en la inmortalidad de un alma separada, ni en la recuperación del cuerpo que se convirtió en cadáver y fue cremado o enterrado.

Se expresa bien el umbral de la muerte con la metáfora de la puerta. La muerte es puerta de salida de esta vida y puerta de entrada en la Vida de la vida. La salida de esta vida, es decir, la muerte es un hecho histórico, acreditado por el certificado de defunción. La entrada en la Vida de la vida no es un hecho histórico, sino transhistórico: la resurrección.

La resurrección es la interpretación de fe del sentido de la muerte. Desde el lado de acá del umbral de la muerte podemos certificar el hecho histórico de la defunción. Pero la realidad transhistórica de la resurrección no se puede certificar como hecho histórico; se da testimonio de ella como confesión de fe.

Para poder certificarla desde el otro lado de la puerta, es decir, para mostrar que esa puerta es puerta de entrada en el más allá, la que se ve como puerta de salida desde el más acá, tendríamos que estar ya en la otra orilla, es decir, tendríamos que haber muerto y resucitado.

Pero la fe puede afirmarlo, porque creer es haber muerto: la fe y la contemplación son como una muerte en vida. Pablo puede afirmar la resurrección desde su confesión de fe, porque como él dice, creer en Cristo es haber muerto y resucitado ya ahora (Col 3, 1). Lo mismo que,según el evangelista Juan, quien vive y cree en Cristo, no morirá nunca ( cf Jn11, 26) (También en la vivencia del Zen se solapa la iluminación con una gran muerte en vida!).

Jesús muere en cruz hacia la Vida y entra en ese momento en el “hoy eterno de Abba”, desde donde difunde su Espíritu. No necesita tumbas vacías para justificar que Él Vive, ni tiene que esperar tres días para resucitar, ni semanas para ascender a Abba y descender como Espíritu: muerte, resurrección, ascensión y pentecostés son todo un mismo instante, que la proclamación narrativa de la fe desplegará temporal y espacialmente en el lenguaje simbólico de apariciones pascuales o pentecostales.

“Morir es nacer a la vida verdadera. Morir a la vida de este mundo es nacer a la vida definitiva…”(Ver más, en las páginas 181-188, de Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Desclée de Brower y Religión Digital Libros, 2015).

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