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Comunidad de bienes.

Domingo, 8 de abril de 2018
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comunidadfeSólo si encuentras paz en ti mismo encontrarás una verdadera conexión con los demás. (Película Antes del amanecer)

8 de abril. II domingo de Pascua

Jn 20, 19-31

Jesús repitió: Paz con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros

En primera lectura de este domingo, los Hechos de los Apóstoles nos invitan a participar en esta Comunidad de Bienes, a crear un cuerpo social con ella: “La multitud de los creyentes tenía una sola alma y un solo corazón. No llamaban propia a ninguna de sus posesiones, antes lo tenían todo en común” (Hch 4, 32). A mi entender esto debe extenderse también al hecho de la donación sí mismo y a compartir con los demás, no solo los bienes materiales sino los espirituales. No solo monedas, también nuestras sonrisas, afecto, el perdón de sus errores, nuestro saber, nuestros hobbies y todo cuanto a entender nuestro pueda proporcionar felicidad a los otros.

La película estadounidense Antes del amanecer (1995), dirigida por Richard Linklater dice uno de los protagonistas: “Sólo si encuentras paz en ti mismo encontrarás una verdadera conexión con los demás”. Conexión en la paz, en la que Jesús repitió a los Apóstoles con alusión al Padre: “Paz con vosotros. Como el Padre me envió, así os envío yo a vosotros” (Jn 20, 21). Debieron quedar todos muy pensativos considerando la gran responsabilidad que les había caído encima; a ellos y a todos sus sucesores. ¿Hemos considerado alguna vez que también es competencia nuestra dicha responsabilidad? ¿O quizás las palabras de Jesús nos dejaron con ojos de lechuza y boquiabiertos, para luego meter la cabeza bajo el ala hasta el amanecer y emprender después vuelo igualmente quizás a no se sabe dónde?

En el epílogo de su obra Jalones para una teología del laicado, el dominico Yves Congar (1904-1995) cuenta la siguiente anécdota, que atribuye al cardenal Gasquet. Un catecúmeno pregunta a un sacerdote: “¿Cuál es la posición de un laico en la Iglesia?”. El sacerdote responde: Es doble: primero, ponerse de rodillas ante el altar: segundo, sentarse frente al púlpito”. El cardenal Gasquet añade: “Olvido una tercera: meter la mano en el portamonedas”. p 138

Gerald Maurice Edelman (1929-2014) fue un biólogo estadounidense que obtuvo el Premio Nobel de Fisiología o Medicina en 1972 por sus descubrimientos sobre el sistema inmunitario. Mantenía particular interés en el estudio de la conciencia. Sus tesis pretenden ofrecer una tesis completa de la conciencia dentro de una visión biológica general. La teoría de Edelman busca explicar la conciencia en términos de la morfología del cerebro. En El Universo de la conciencia, dice: queremos dejar bien claro que no consideramos que la conciencia en toda su plenitud surja únicamente del cerebro; creemos que las funciones superiores del cerebro precisan interactuar con el mundo y con las personas”.

Quizás sea el momento de recordar el tema del servicio, tan prolíficamente ejercido por Emily Dickinson y tan reiterado en el Nuevo Testamento. El evangelista Marcos, por ejemplo, lo menciona con el término griego “diácono” en el cap. 20, vers. 26, cuando la madre de los Zebedeos pedía los primeros puestos en el Reino de los Cielos para sus hijos. La respuesta de Jesús fue contundente diciendo que él no había venido a ser servido, sino a servir. Y Marcos repite de nuevo la palabra “diácono”. ¿Encontraste también esta sentencia en tu mochila?

La poetisa estadounidense Emily Dickinson (1830-1886) nos lo reitera poéticamente en su Poema 632:

El cerebro – es más amplio que el cielo –
y si los pones juntos,
el uno contendrá al otro
holgadamente, y a ti también
.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Tener vida en su nombre.

Domingo, 8 de abril de 2018
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0703still-doubting-jn-granville-gregoryJn 20,19-31

¡El Crucificado ha resucitado! Aquel a quien hemos contemplado clavado en una cruz, ¡está vivo!

¿Acaso no lo reconocemos también nosotros? Jesús, que sabe bien de nuestras oscuridades y terquedades, de los miedos y bloqueos que nos habitan, se hace presente en medio de nuestras vidas abriendo las puertas cerradas y pacificando nuestro interior: paz a vosotros”. Así nos lo repite una y otra vez. Insistentemente. Pacientemente.

Él viene a nuestro encuentro y se empeña en re-crearnos, exhalando su aliento sobre nosotros como lo hizo Dios en el principio de todo. Ahí donde sigue habitando el caos, la incertidumbre y la desconfianza, él ofrece alegría, paz y fortaleza. Alienta nuestra fe y renueva nuestras relaciones personales y comunitarias. Gratuitamente. Con infinito amor. Con el mismo con el que nos anunció la Buena Nueva y nos liberó de nuestras enfermedades. Con el que se puso a nuestros pies para lavarlos. Con el que entregó su vida hasta el final.

Hoy, resucitado, sigue exponiéndose, dejándose tocar sin resistencias, mostrando sus heridas, permitiendo -incluso- que, como Tomás, “metamos el dedo en la llaga”… ¡Qué paradójico resulta! Las señales de la Resurrección se hallan ahí donde antes se encontraban los signos de dolor y muerte. Sólo si asumimos esta realidad podremos testificar, como los primeros discípulos, que ¡el Crucificado ha resucitado!

Sí… ¡El Resucitado es el Crucificado!

Son éstas, sus heridas y llagas en unas manos tendidas y un costado abierto, las señales que el Resucitado nos muestra para que podamos reconocer las cicatrices que nos han curado (Is 53,5). Son éstas las señales que nos muestra para que podamos poner también nuestros ojos en las heridas que siguen abiertas en nuestro mundo, en las manos y costados de tantas hermanas y hermanos, de tantos pueblos, de nosotros mismos. El Resucitado sigue cargando con ellas e invitándonos a tocarlas, a acariciarlas, a acogerlas… a reconciliarnos con las que sea necesario hacerlo, a empeñarnos en la transformación de aquellas que son fruto de la injusticia y del mal.

¡Señor mío y Dios mío!

A este Señor adoramos, en este Dios creemos. En el que siempre nos da una nueva oportunidad para encontrarnos con él y reconocerle vivo a pesar de nuestras cegueras y pesadumbres. En el que siempre coge nuestra mano para acercarla a la herida abierta y mostrarnos, en las huellas dejadas por los clavos, que la muerte no tiene la última palabra. En el que nos convierte, por gracia, en testigos de su presencia.

Que su paz aliente nuestro anuncio alegre para que otros puedan creer y, creyendo, todos tengan vida en su Nombre.

Inma Eibe, ccv

Fuente Fe Adulta

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Si en la Iglesia no hay paz, alegría e ilusión, no es la Comunidad de Jesús.

Domingo, 8 de abril de 2018
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paz-a-ustedesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El texto de hoy es realmente un tejido que forma un tapiz de hermosas evocaciones. Por otra parte, este relato es como la conclusión del camino, del proceso de los discípulos hacia la fe en el Señor resucitado.

01. CUANDO CRISTO NO ESTÁ EN LA IGLESIA.

Cuando JesuCristo no está en una comunidad, ese grupo se encuentra “al anochecer, con las puertas cerradas y con miedo.”

¿No será este el caso de nuestra propia diócesis? ¿No vivimos en una noche doctrinal, en una cerrazón espartana a todo pensamiento, libertad y creatividad? ¿No se tiene miedo a la libertad y diversidad teológicas o simplemente miedo a la libertad de pensamiento? ¿No vivimos con miedo a las ideologías, no tenemos pavor a los logros de las ciencias? ¿no condenamos “todo lo que se mueve” en nuestro derredor? ¿No vivimos con miedo a la propia jerarquía? (Con la amable excepción del papa Francisco).

02. LO CENTRAL Y ESENCIAL EN LA IGLESIA ES CRISTO: PAZ, ALEGRÍA Y ÁNIMO
.

En el evangelio de hoy podemos apreciar que lo esencial en la Iglesia es la presencia de Cristo en medio de la comunidad.

Cuando Cristo se hace presente en aquella iglesia naciente, recobran la PAZ, la ALEGRÍA (los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor) y el ÁNIMO: recibid ESPÍRITU.

Mirémonos nosotros personal y diocesanamente si vivimos en paz, con alegría e ilusión.

¿Y si en vez de cuidar el “orden público” de la supuesta ultraortodoxia, la precisión ritualista, la exactitud dogmática y la “disciplina de partido”, cuidáramos y cultiváramos la PAZ de nuestras gentes, la ALEGRÍA o cuando menos la serenidad y la ilusión, el ÁNIMO de nuestros curas, laicos y creyentes, religiosos, mojes y monjas? Las diócesis no se gobiernan en “estado de excepción” permanente, sino apacentad el rebaño que Dios os ha confiado, no a la fuerza, sino de buen grado, como Dios quiere … no como déspotas con quienes os han sido confiados, sino como modelos del rebaño, (1Ped 5,2-3).

Una institución en la que no hay PAZ, ALEGRÍA y GANAS DE VIVIR (ESPÍRITU), no es la comunidad, no es la iglesia de Jesús. Puede que sea una disciplinada agencia de servicios religiosos: misas, funerales, bautismos, etc, pero no la iglesia de Jesús.

03. NO ES BUENO QUE EL HOMBRE ESTÉ SOLO. TOMÁS NO ESTABA EN EL GRUPO.
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Tomás no estaba en el grupo.

Los seres humanos somos comunitarios, sociales. Nos nacen nuestros padres, vivimos en familia, recibimos la cultura de nuestro pueblo, la fe la vivimos en comunidad eclesial, los idiomas son comunitarios, lo mismo que los valores, etc.

Las fugas y marginaciones de nuestro habitat comunitario son problemáticas, difíciles.

 Cuando uno marcha o rompe con su familia, se crea una situación difícil para todos.

 No es fácil dejar la vida comunitaria de un convento, de una comunidad religiosa.

 Cuando se ha de salir del propio pueblo-cultura por razones de trabajo (migraciones), de exilio (situaciones políticas), etc. no son cosas sencillas.

 Lo mismo en la vida eclesial: cuando se producen rupturas, separaciones, etc., la cosa es problemática.

¿A qué viene esto?

Fuera del grupo, de la vida comunitaria uno vive dislocado, hace frío, se está mal.

Tomás -probablemente decepcionado- ha marchado del grupo. Mientras Tomás está “afuera”, no cree, posiblemente andaba despistado (fuera de pista), descentrado.

Tal vez a nosotros nos pasa algo por el estilo. ¿Cómo nos va o nos ha ido la vida “al margen” de la comunidad, en las rupturas familiares, en las disensiones eclesiásticas, ideológico-políticas? En más de una ocasión hemos podido tener la tentación ¿por qué seguir en esta iglesia?

Es difícil vivir a “descampado”.

04. TOMÁS VUELVE AL GRUPO.

A los ocho días Tomás se reincorpora al grupo. Son “Los otros discípulos” son los que le comunican: hemos visto al Señor.

La educación, la fe, la cultura nos la transmiten siempre “los otros”, la familia, el pueblo, la iglesia. Es muy difícil vivir siempre sólo y al margen de alguna comunidad humana y de la comunidad cristiana. No se puede ser “cristiano por libre”, como no se puede ser familia por libre o no se pertenece a un pueblo por libre, sino con un cierto sentido social, comunitario.

Dicho de otra manera, uno no hace un pueblo, ni una cultura, ni una familia, ni una iglesia de modo individual.

Y es que vivir en comunidad es algo tan natural y espontáneo como difícil y en ocasiones, duro. La vida matrimonial y familiar es muy hermosa, pero en determinados momentos y situaciones es problemática, lo mismo que la vida socio-política, y eclesiástica. Pero no es menos cierto que somos socio-comunitarios.

04. JESÚS SE ACERCA A TOMÁS, AL SER HUMANO, CON SUS “HERIDAS CURADAS”. SUS HERIDAS (LLAGAS) NOS HAN CURADO (1PEDRO 2,25).

Jesús no reprocha nada a Tomás. Jesús no se avergüenza de sus hermanos aunque le han abandonado, le han negado, incluso le han traicionado.

Jesús se acerca a la frustración y angustia de Tomás, como se acerca a todo ser humano: a los dos de Emaús, a la hemorroísa, a la samaritana, al ciego, a los leprosos, a los epilépticos, etc.

Jesús le muestra a Tomás sus “heridas sanadas”. Las heridas son el recuerdo de la redención y estamos sanados por sus heridas. Sus heridas nos han curado, (1Pedro 2,25).

La herida, la frustración de Tomás, como las viejas cuestiones familiares, las polémicas eclesiásticas, enfrentamientos políticos, etc., no estaban sanadas todavía.

Una herida está curada cuando ya no rezuma amargura y rencor y es fuente de luz y de paz.

Perdonar no es olvidar, sino que perdonar es recordar de otra manera. No perdamos la memoria. Sería una de las mayores violencias que podríamos cometer. Lo que nos constituye en personas es lo que decidimos olvidar y lo que decidimos recordar y el modo como decidimos recordarlo. No ser capaces de recordar es no saber quiénes somos. Pero no recordemos violenta y rencorosamente.

Las heridas de Cristo han sanado y nos han sanado desde el amor. No es sano que las heridas, las viejas heridas históricas continúen hurgando nuestra existencia. Las heridas, las llagas pueden también hablar de reconciliación. Perdonar es recordar “lo que pasó”, pero desde el amor. Es más humanizador el amor que el odio. La verdadera sanación no es pretender volver atrás, a “paraísos originales” perdidos definitivamente. Pedro amará al Señor siempre desde su pecado, sus negaciones, lo mismo que los demás discípulos y que nosotros.

En el momento actual de nuestro pueblo y de nuestra iglesia diocesana, estas cosas adquieren una relevancia especial: la pacificación, el respeto, el pluralismo, el perdón, son valores decisivos, que no se pueden olvidar ni pisotear.

La iglesia prestaría un gran servicio político y evangélico a nuestro pueblo y a nuestras comunidades si nos acercásemos a nuestra memoria con amabilidad de la paz, reconciliación y perdón.

La comunión eclesial no se va a establecer a trompetazos doctrinales ni decretos, ni golpes de poder, sino desde la amabilidad y encuentros salvíficos como el de Jesús con los Once.

05. TOMÁS TOCA LAS HERIDAS DEL SEÑOR.

En una primera acepción las heridas son las heridas de Jesús crucificado. Tocar las heridas del Señor es tocar la vida, el sufrimiento de la vida, las heridas de nuestros hermanos que sufren. ¿Qué otra cosa puede significar aquello de que: te vimos hambriento, enfermo o encarcelado?

Cuando nos acercamos y “tocamos” las heridas y el sufrimiento de nuestros hermanos, esas heridas nos sanan, nos resucitan a nosotros y nos hacen salir de nuestro “ego” profundo y aislado “fuera de la comunidad” humana. Sus heridas: las del Señor y las de nuestros hermanos, nos han curado.

LA COMUNIDAD DEL SEÑOR

Es Cristo, la memoria eclesial de Cristo quien nos sana y ayuda a vivir en paz, la ilusión (espíritu), la esperanza y la misericordia.

Solamente a Cristo le decimos: SEÑOR MÍO Y DIOS MÍO

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“Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”

Domingo, 21 de enero de 2018
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 Jesús les dijo:

 “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios:
convertíos y creed en el Evangelio
.”

 “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron…

y se marcharon con él.

*

Marcos 1, 14-20

***

Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este «momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en la atención […] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para nosotros es también un deber.

Los primeros discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas. Así debe marcar también la nuestra.

*

Gustavo Gutiérrez,
Condividere la Parola, Brescia 1996, pp. 170ss

***

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“Convertíos y creed en el Evangelio”. Domingo 21 de enero de 2018. Domingo tercero del tiempo ordinario

Domingo, 21 de enero de 2018
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12-ordinarioB3 cerezoLeído en Koinonia:

Jonás 3,1-5.10: Los ninivitas se convirtieron de su mala vida. Salmo responsorial: 24: Señor, enséñame tus caminos. 1Corintios 7,29-31: La representación de este mundo se termina. Marcos 1,14-20: Convertíos y creced en el Evangelio

Como es sabido, en las lecturas de la liturgia de los domingos, la primera y la tercera están siempre unidas temáticamente, mientras que la segunda suele ir por caminos independientes. Hoy la pareja de lecturas principales son la de la predicación de Jonás sobre la ciudad Nínive, y la predicación de Jesús al comenzar su ministerio, precisamente «cuando arrestaron a Juan», o sea, al faltar el profeta.

La lectura sobre Jonás hoy presenta un contenido positivo: el profeta atiende el mandato de Dios que le envía a predicar, va, predica, y además tiene éxito su predicación, pues la ciudad se arrepiente.

El comentario más simple a este texto puede ir por la línea de la importancia de la predicación profética para la conversión de los que están alejados de Dios. Es un tema conocido. Y, como decíamos, hace un paralelismo con el texto del evangelio: Jesús es un nuevo profeta, que empalma con la línea de los profetas clásicos, que también se lanza por los caminos para predicar un mensaje de conversión.

Para unos oyentes más críticos, esta segunda lectura es preocupante. Porque el conjunto entero de lo que en ella se expresa pertenece a un marco de comprensión hoy insostenible: un Dios arriba, directamente imaginado como un gran rey, que envía su mensajero para predicar un mensaje de conversión, mensaje que antes no pudo surtir efecto porque el profeta no quiso ir a predicar, pero que ahora es atendido y obedecido por los ninivitas. «Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció, y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó». Esta imagen de un Dios arriba, que toma decisiones, envía mensajeros, les insiste, se comunica con los seres humanos por medio de esos mensajeros profetas, y que «al ver» las obras de penitencia «se compadece y se arrepiente de la catástrofe con que había amenazado a la ciudad»… es, obviamente, humana, muy humana, demasiado humana, sin duda. Es, claramente, un «antropomorfismo». Dios no es un Señor que esté ahí «arriba, ahí afuera», ni que esté enviando mensajeros, ni es alguien que pueda amenazar, ni que se pueda arrepentir… Hoy sabemos que Dios no es así, que lo que llamamos «Dios» es en realidad un misterio que no puede ser reducido a una imagen o una imaginación antropomórfica semejante.

Sería bueno, incluso necesario, referirse a esta calidad de antropomorfismo que tiene esta lectura –como tantísimas otras–, y hacer caer en la cuenta a los oyentes que no los estamos tomando por niños, sino que, simplemente, estamos utilizando un texto compuesto hace más de veinticinco siglos, y que la imagen de Dios que aparece en él nos resulta hoy inviable. Es importante decirlo, y no es bueno darlo por sobreentendido, porque puede haber –con razón- personas que se sientan mal al escuchar estas imágenes, como si se sintieran retrotraídas al tiempo de la catequesis infantil. Y, desde luego, es recomendable abordar –en esta u otra ocasión– el tema de las imágenes de Dios, y aclarar que si somos personas de hoy, lo más probable es que no nos encaje bien el lenguaje clásico (o ancestral) sobre Dios, y que tenemos todo el derecho a ser críticos y a utilizar otro.

Éste podría ser, sin más, el buen tema de reflexión central para la homilía de hoy. Es más que suficientemente importante. Recomendamos el libro del obispo anglicano John Shelby SPONG, Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, colección «Tiempo axial», Abya Yala, Quito 2011, tiempoaxial.org).

La lectura de la 1ª carta de Pablo a los corintios también puede iluminarse hoy con la del evangelio de Marcos: ante el reinado de Dios que ha sido instaurado por la actuación de Jesús -su predicación, sus milagros, sus controversias, especialmente su muerte y resurrección-, todas las realidades humanas adquieren un nuevo sentido: comprar, vender, llorar, reírse, casarse o permanecer célibe, todo es diferente y su valor distinto. Lo absolutamente definitivo es el ejercicio de la voluntad salvífica de Dios que Jesús vino a poner en marcha. Por eso Pablo puede afirmar que “la presentación de este mundo se termina”, es decir, que Dios hace nuevas todas las cosas realizando la utopía de su Reino en donde pobres y tristes, enfermos y condenados, excluidos y ofendidos de la tierra son rescatados y acogidos, y en donde los ricos y los poderosos son llamados urgentemente a la conversión.

Después de narrarnos los comienzos del evangelio con Juan Bautista, con la unción mesiánica de Jesús en el río Jordán y con sus tentaciones en el desierto, Marcos nos relata, en unas frases muy condensadas, los comienzos de la actividad pública de Jesús: es el humilde carpintero de Nazaret que ahora recorre su región, la próspera pero mal–afamada Galilea, predicando en las aldeas y ciudades, en los cruces de los caminos, en las sinagogas y en las plazas. Su voz llega a quien quiera oírlo, sin excluir a nadie, sin exigir nada a cambio. Una voz desnuda y vibrante como la de los antiguos profetas. Marcos resume el entero contenido de la predicación de Jesús en estos dos momentos: el reinado de Dios ha comenzado –es que se ha cumplido el plazo de su espera– y ante el reinado de Dios sólo cabe convertirse, acogerlo, aceptarlo con fe.

Muchos reinados recordaban los judíos que escuchaban a Jesús: el muy reciente reinado de Herodes el Grande, sanguinario y ambicioso; el reinado de los asmoneos, descendientes de los libertadores Macabeos, reyes que habían ejercido simultáneamente el sumo sacerdocio y habían oprimido al pueblo, tanto o más que los ocupadores griegos, los seléucidas. Recordaban también a los viejos reyes del remoto pasado, convertidos en figuras de leyendas doradas, David y su hijo Salomón, y la lista tan larga de sus descendientes que por casi 500 años habían ejercido sobre el pueblo un poder totalitario, casi siempre tiránico y explotador. ¿De qué rey hablaba ahora Jesús? Del anunciado por los profetas y anhelado por los justos. Un rey divino que garantizaría a los pobres y a los humildes la justicia y el derecho y excluiría de su vista a los violentos y a los opresores. Un rey universal que anularía las fronteras entre los pueblos y haría confluir a su monte santo a todas las naciones, incluso a las más bárbaras y sanguinarias, para instaurar en el mundo una era de paz y fraternidad, sólo comparable a la era paradisíaca de antes del pecado.

Este «reinado de Dios» que Jesús anunciaba hace 2000 años por Galilea, sigue siendo la esperanza de todos los pobres de la tierra. Ese reino que ya está en marcha desde que Jesús lo proclamara, porque lo siguen anunciando sus discípulos, los que Él llamó en su seguimiento para confiarles la tarea de pescar en las redes del Reino a los seres humanos de buena voluntad. Es el Reino que proclama la Iglesia y que todos los cristianos del mundo se afanan por construir de mil maneras, todas ellas reflejo de la voluntad amorosa de Dios: curando a los enfermos, dando pan a los hambrientos, calmando la sed de los sedientos, enseñando al que no sabe, perdonando a los pecadores y acogiéndolos en la mesa fraterna; denunciando, con palabras y actitudes, a los violentos, opresores e injustos.

A nosotros corresponde, como a Jonás, a Pablo y al mismo Jesús, retomar las banderas del reinado de Dios y anunciarlo en nuestros tiempos y en nuestras sociedades: a todos los que sufren y a todos los que oprimen y deben convertirse, para que la voluntad amorosa de Dios se cumpla para todos los seres del universo. Leer más…

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Domingo III del Tiempo Ordinario. 21 de enero, 2018

Domingo, 21 de enero de 2018
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d3*

Pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés.

Mc 1, 16-20

Te invito a ponerte en situación. Vas por la calle, un viernes por la tarde, por ejemplo; es una calle céntrica de tu ciudad, llena de tiendas, de cafeterías, de tráfico… y está repleta de gente. Caminas sola, e inevitablemente inmersa en tus pensamientos. Da igual cuáles sean, si son sobre tus preocupaciones o tus alegrías, incluso tus quehaceres; lo que sea, vas enfrascada. De pronto alguien te llama al mismo tiempo que te coge del brazo:  “¡Lolaaa!”. Contestas un poco alterada: “¡Ay!, perdona Marta, no te había visto”.

No la habías visto. Por un momento puedes pensar en la razón de ese no ver. Había mucha gente, está claro, o tal vez por el ruido, o porque te distraen las luces de la calle, los carteles, los escaparates, los bocinazos del tráfico… bla, bla, bla, todas son razones externas a ti.

Si quieres ponte en esta otra situación. Un atardecer de invierno vas caminando sola por el paseo de la playa, del faro o del puerto, con la vista y la mente perdidas a ratos en el horizonte, a ratos en las olas. La pobre Marta aquí también te tiene que hacer parar para oirte decir lo mismo: “¡no te había visto!”.

Ahora no vale que busques echar la culpa de tu distracción a los escaparates y a los bocinazos. Piensa, más bien, en tu mirar. ¿Cómo miras para no ver?

Jesús pasa junto al lago y ve a Simón y a Andrés, a Santiago y a Juan. Ve lo que son, no su apariencia o su vestimenta. Ve lo profundo de su ser, porque él mira el corazón.

Y cuando sientes su mirada, tu corazón desnudo ante él, haces lo mismo que Simón, Andrés y tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos que se han encontrado con la mirada del Maestro… lo dejas todo y le sigues.

Oración

Trinidad Santa, ayúdanos a mirar con amor.
Ayúdanos a mirar como tú.

Amén.

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – A (Mateo 5,1-12).

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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1.11.17. Todos los Santos: 144.000, muchedumbre inmensa (Ap 7)

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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22886066_879292175581309_8155188667611233547_nDel blog de Xabier Pikaza:

Quizá el texto más significativo de la liturgia del día de Todos los Santos sea el de la segunda lectura Apocalipsis 7, 1-17. También son importantes las palabras finales del libro (Ap 21-22), que recogen y expresan la liturgia de la Jerusalén Celeste. Pero nuestro pasaje es decisivo para entender el cielo-cielo de los santos finales, y el cielo-tierra que debemos crear en la historia.

Ap 7, 1-17 Consta de dos partes, que se completan simbólicamente, indicando el sentido de la santidad, desde dos perspectivas distintas:

a. Por un lado, santos son los 144.000 “soldados” de Israel, judíos leales a la alianza de Dios, 12.000 mil por cada tribu, es decir, simbólicamente, los buenos judíos, aquellos que han luchado por la verdad y la justicia, apareciendo así como una punta de lanza (promesa y principio) de la nueva humanidad.

b. Por otro lado, los santos son “una muchedumbre inmensa” de todas las naciones, los amados de Dios, llamados a su gloria. No son santos por lo que ellos hacen, sino porque Dios les ama.

No hay unos santos de primera (que serían los primeros 144.000) y otros de segunda (la multitud inmensa, que viene del llanto…), sino una sola santidad que se da y expresa en la unión de unos y otros, los esforzados de la primera lista, los reconciliados de la segunda, unos y otros cantando la gloria de Dios, que es la gloria de una vida donde intentamos desterrar el llanto, la sed y el hambre de los pobres.

Este pasaje se puede y se debe leer en tres planos:

a. Los 144.000 que luchan (¿luchamos?) a favor de la verdad y la justicia… con la muchedumbre inmensa de los llamados de todos los pueblos. Este capítulo de los santos del Apocalipsis aparece así como un canto de esperanza: Vivimos abiertos al futuro de Dios, y la muerte no es la última palabra.

b. Los fieles del tiempo de la historia, que siguen a Jesús… con todos aquellos que son amados por Dios, que han de ser amados por los hombres, viviendo en fraternidad, sin hambre ni llanto, por gracia del Cordero, y por gracia de los restantes hombres, reconciliados en Cristo, por encima de las bestias actualmente dominantes (Ap 13).

c. Todos los que sufren, los perseguidos y hambrientos...Este pasaje marca así una gran protesta contra el hambre y el llanto que hoy dominan sobre el mundo. La santidad de los 144.000 se expresa allí donde somos capaces de luchar contra ese llanto que proviene de la injusticia concreta, que Ap 13-13 personalizó en el Imperio militar, el Falso Profeta y los Comerciantes prostituidos (la Gran Ramera del Capital asesino)…

Ésta es la santidad de todos, unos y otros a favor de la creación de Dios, de manera que los hombres y mujeres no tengan ya más hambre máterial, pues todos coman… pero tengan hambre de Dios y comunión de amor, todos y todas. Estas es la señal de la santidad: Que todos puedan comer amarse en esperanza sobre la tierra creada por Dios.

412Para todos, buen día de Todos los Santos, con las palabras de la postal que sigue, que tomo de mi Comentario al Apocalipsis, donde explico y comento algunas cosas que quizá parezcan más oscuras.

Imagen: El Barco de los Santos… del Colegio de San Francisco Javier de | Tepotzotlán Edo. Mex. Arriba María y Jesús, dirigen el barco, abajo reman los Padres de la Iglesia, en cubierto los Santos Fundadores, entre ellos Ignacio y Francisco, Domingo, Bernardo y Pedro Nolasco… El buen viento del Espíritu llena de fuerza la vela del Barco de la iglesia.
De nuevo buen día de los Santos.


a. 144.000 salvados, todo Israel (Ap 7, 1-8).

Después de esto, vi cuatro ángeles de pie sobre los cuatro ángulos de la tierra. Sujetaban a los cuatro vientos para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar ni sobre los árboles.

Y vi otro ángel que subía del oriente con el sello del Dios Vivo y gritó con voz fuerte a los cuatro ángeles que tenían el poder de dañar tierra y mar: No dañéis a la tierra, ni al mar ni a los árboles hasta que sellemos en sus frentes a los servidores de nuestro Dios.

Y oí el número de los sellados: eran ciento cuarenta mil y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel (doce mil por cada una de las tribus)… (Ap 7, 1-4).

Como he dicho, estos 144.000 son los “comprometidos de Dios”, los voluntarios de la “Guerra del Cordero” (de la que trata el conjunto del Apocalipsis). son el signo del verdadero Israel, son los elegidos de la Iglesia de Jesús, son todos los que “luchan” a favor de la justicia, con las armas de Cristo. Ellos son los primeros señalados, ungidos y marcados de la historia, pues no viven para sí, sino para el triunfo de la nueva humanidad.

– Cuatro ángeles, extremos del mundo, cuatro vientos… (Ap 7, 1). Los ángeles son poderes cósmicos, como los Vivientes de Ap 4, y dirigen los cuatro aires (bóreas/norte, austro/sur, euro/este y céfiro/oeste) de la tierra. Ellos pueden retener los vientos, de forma que no soplen, dejando sin aliento a los que deben respirar sobre la tierra; o hacer que estallen con furia destructora de huracán, matando lo que encuentran a su paso, o hacerlos portadores del veneno de la peste…

La vida entera es aire, respiración del cosmos. Aquí parece que la muerte se ha extendido sobre el mundo pues los ángeles retienen todo el aire y ya no puede respirar la tierra, ni moverse vivo el mar, ni recibir aliento ningún árbol (7, 1). Pues bien, sobre ese tiempo de muerte se expresa la salvación de los israelitas, elegidos de Dios, es decir, la salvación de los que trabajan a favor los demás, como debieron hacer los judíos, como hacen los auténticos cristianos y, de un modo más extenso, todos los que ponen su vida al servicio de la Vida.

– Tiempo de espera (7, 2-3). Sobre ese fondo de muerte (falta el aire) se escucha la voz del ángel de oriente (puerta del sol, cuna de la vida), diciendo a los ángeles del viento que no dañen tierra, mar, ni bosque para que los signados (sellados) del Dios Vivo reciban el sello. Los degollados preguntaban ¿hasta cuándo? Dios había respondido: hasta completarse el número de mártires (Ap 6, 11): ellos, los degollados, sostenían el universo. Aquí emerge otra vez la misma idea: los ángeles del mundo se disponen a cortar el aire a los vivientes, destruyendo lo que existe (tierra, mar, arbolado).

Pues bien, Dios les responde que respeten la vida hasta que el Ángel de Oriente marque a los elegidos de Dios. Es el momento ya aquí, sobre la tierra, en camino de elección y de servicio a favor de los demás. Ellos, los amenazados y elegidos (sellados) sostienen con su fidelidad el mundo entero: no viven los mártires a merced de los verdugos sino, al contrario, por gracia de los mártires pueden vivir los verdugos . Por ellos, por los mártires-testigos de Dios sopla el viento bueno sobre el mar, la tierra, el arbolado. Ellos, los que ponen su vida al servicio de los demás, sostienen la Vida del Universo de Dios (con el Cristo). Sin ellos el mundo se habría apagado.

– Ciento cuarenta y cuatro mil (Ap 7, 4-8). Es número simbólico de culminación israelita, marcados con el sello de Dios, como en Ez 9, 4-6: doce mil para cada una de las tribus de Israel, citadas en forma solemne, como en liturgia de posesión sagrada, con José y a Manasés como distintas y dejando a un lado a Efraín y Dan que ciertas tradiciones presentan como culpables de idolatría (cf. Jc 17-18; Os 5, 3-4). Leer más…

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Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios. Fiesta de todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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Carrera 100 ms vallaDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo.» Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

El arquitecto de la basílica de las bienaventuranzas la concibió con ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Prefiero concebir las bienaventuranzas no como ocho ventanas, sino como ocho puertas que permiten entrar al palacio del Reino de Dios. Para entenderlas rectamente hay que advertir donde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirlo, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

Evitar dos errores

En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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Todos santos y todos pecadores.

Miércoles, 1 de noviembre de 2017
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solemnidad-todos-los-santosMt 5, 1-12

Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces el marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de “Todos los Santos”, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Por eso le he cambiado el título y he puesto: Todos santos; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Es una realidad que permanece siempre intacta. Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad.

Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad solo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que es Dios y está en vosotros.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega, que durante siglos se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: “Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?

Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como “intercesores”. Si lo entendemos pensando en un Dios, que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que los es, sino porque Él es amor.

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser, son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto pueden acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino para todos los que después de su muerte, tuvieran noticia de ‘su vida y milagros’. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los “conscientes”.

Debemos tener cuidado con la “comunión de los santos”. No se trata de unos “dones” o unas “gracias” que ellos han merecido y que nos ceden a nosotros. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: “Todos formamos un solo cuerpo”.

En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. La vida merece siempre la pena. Esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman con vegetar.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del “santo”. ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común de los mortales. Sobre todo si le engañamos con la promesa de que lo serán más allá. Haber reservado la palabra “bienaventurado” para los que han muerto, es una manipulación del evangelio inaceptable. Aquí abajo, el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio.

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo para ella. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz.

Las bienaventuranzas no son un “sí” de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo “no” de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor que es Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas, es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser, nadie puede quitártelas.

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubren la marca de lo divino en ellos, y ese descubrimiento les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios, que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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“Creer en el Amor”. 29 de octubre de 2017. 30 Tiempo ordinario (A). Mateo 22, 34-40.

Domingo, 29 de octubre de 2017
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201110211226393d6463La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?

Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es “amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser”; lo segundo es “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.

Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.

Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.

Hace unos años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: “El cristianismo está todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar”. Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.

José Antonio Pagola

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“Creo en Jesús”, por Gustavo Valls.

Martes, 1 de agosto de 2017
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jesus-abrazo-2Creo en Jesús por lo que Jesús significa: “Yeshua: DIOS AYUDA”

En su nombre se contiene toda mi fe. Un Dios que se acerca y ayuda, que se inclina y nos socorre, que nos ama y acompaña.

“Dios ayuda” ¿hace falta algo más?

Creo en Jesús sensible y atento a la situación límite de su pueblo, de su gente y a la vez impotente para solucionar todos los problemas. Hizo lo que estuvo a su alcance.

Creo en Jesús que se puso al lado de los que sufren, de los excluidos por la sociedad y por la religión: pecadores y prostitutas, enfermos y pobres, mujeres y niños y les infundió amor y la certeza que Dios los ama, no están solos.

Creo en Jesús porque Él se sintió Hijo amado y porque esa filiación es don universal; filiación que todos hemos recibido desde nuestra concepción y que nos invita a decirle a Dios ABBA, Papá-Mamá como niño que descubre la maravilla de la paternidad-maternidad divina sin comprenderla

Creo que Jesús no es un Señor que nos somete sino el que nos hace libres como El y nos libera de todos los señores que se creen poderosos oprimiendo y sometiendo.

Creo en Jesús que nos devuelve la confianza en nosotros mismos y nos dice: “Tu fe te ha salvado”

Creo en Jesús que le inspira el Espíritu de Dios, que es el Hombre del Espíritu por excelencia. Y que fue concebido por el Espíritu Santo, que es Dios, no en el sentido biológico de que el Espíritu realiza en María la acción de José sino q experimenta q el Espíritu es  la esencia de su ser, de su vida.

Creo en Jesús que el Espíritu, desde que apareció la especie Homo en el Universo, fue encarnándose en cada uno y en todos sin distinción alguna y nos enseñó así q la Paternidad-Maternidad Divina nunca fue ni es enemiga de la paternidad-Maternidad hna. Y a la vez que no es enemigo del cuerpo.

Creo en Jesús porque me regaló una madre que es santa no porque sea inmaculada, angélica, irreal sino porque en su seno aceptó el don de Dios: su Hijo. Su santidad no consiste en ser perfecta, dejaría de ser humana sino porque vivió en la fe el misterio de la encarnación, como lo viven todas las madres, sin saberlo.

Toda mujer, todo hombre está llamado a encarnar a Dios.

El ser carne no es obstáculo sino camino para la realización plena de la filiación divina en lo humano.

Creo en Jesús porque es el perfeccionador de nuestra fe.

No necesito más dogmas ni miedos ni castigos. Tengo quien me anima en mis flaquezas y debilidades, en mis sufrimientos y en mis dudas.

Creo en Jesús porque en Jesús Dios me acompaña y habita en mí.

Creo en Jesús porque mi deseo es creer en Dios como Jesús creía en Dios.

Gustavo Valls

Fuente Fe Adulta

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“Creo en Jesús de Nazaret”, por José María García-Mauriño

Miércoles, 22 de febrero de 2017
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medio-rostro-de-jesusMi afirmación es clara y nace de una convicción profunda, es el grito de mi fe. Algo que es difícil de expresar con palabras. Pero, es lo que intento en este escrito. No digo en qué Jesús creo, porque el descubrimiento que he hecho de El ha supuesto un lento y doloroso proceso de desmitificación a través de los años. He leído mucho y estudiado varias cristologías, por el enorme interés que tengo por su persona. Sin embargo, creo que una cosa es saber sobre Jesús y otra muy distinta creer en él. No quiero meterme en los estudios que se han hecho sobre el Jesús de la historia, el Jesús histórico y el Cristo de la fe. Estudios documentados los hay a montones. Jamás se me ocurriría meterme por esos caminos. También hay magníficas Cristologías, algunas muy modernas con enfoques sugestivos y con gran amplitud de miras. Otro campo en el que sería una ridícula osadía pretender entrar. De modo que descarto con toda claridad todo lo que pueda sonar a estudio o exposición científica de estos temas. Porque estoy convencido de que la fe no se basa en los conocimientos. Se puede conocer algo de Jesús de Nazaret, pero no creer en él, o creer muy poco, o no confiar plenamente en su persona. En mi vida lo importante es la convicción, mi creencia, mi fe. Y esta convicción no es ni será nunca demostrable por la evidencia de sus argumentos. Es algo que se escapa a las pruebas de la razón, es de otra dimensión. Las convicciones son la prueba de la autenticidad de mi fe en Jesús. He descubierto que lo importante no es estar seguro de una serie de conocimientos o de verdades, sino tener unas convicciones que se van traduciendo poco a poco en una forma de vivir, en comportamientos lo más coherentes posible con esta fe.

Proceso desmitificador:

Como toda persona creyente, para superar la fe del carbonero, me he hecho una serie de preguntas aunque no haya encontrado las respuestas, y me he dejado interpelar por la realidad en la que vivo. No quería que me engañaran más y cuando leía algún texto del Evangelio, me iba directo al griego a descubrir su verdadero significado. He soportado la perplejidad y el desconcierto, he convivido con la duda y hasta he experimentado el vértigo del agnosticismo o de la increencia. Me ha hecho polvo el silencio de Dios. Bonhoeffer, el teólogo protestante, lo formuló magníficamente: “Ante Dios y con Dios, vivimos sin Dios”. En el compromiso sociopolítico no interviene Dios para nada. La lucha por la liberación de los pobres, por su causa, como la de Jesús, tiene un componente ético de justicia y nada religioso. Y camino por esa senda con total desnudez. En una palabra, he tratado de seguir los pasos hacia la adultez cristiana, lo mismo que caminamos con mayor o menor éxito hacia la adultez humana.

1º) Jesús, ¿es Dios?

Y la primera pregunta sería ésta: ¿Jesús era Dios? Si Jesús era Dios y lo sabía todo, en realidad no llevaba una vida humana como el común de los mortales. Jugaba con doble baraja. Sabía lo que iba a pasar, cómo iba a reaccionar cada persona, a cada uno de los acontecimientos desde los más inmediatos hasta los más lejano en una palabra sabía el final de la película. ¿Es posible admitir que la vida de Jesús fue una inmensa comedia de cara a la galería? su asombro, su admiración, su extrañeza, su indignación o sus lágrimas, ¡eran puro teatro! Todo aquello estaba ya previsto en el guión. Me resisto rotundamente a esa farsa porque la considero totalmente irrespetuosa para con Dios y para con los seres humanos. ¿Qué idea tenemos de Dios? Creo que no tiene sentido esa pregunta, porque si desconocemos el predicado, no lo podemos afirmar del sujeto. No sabemos, ni podemos saber nada de Dios, quien es Dios, cómo es Dios. Diríamos al revés, no preguntarnos si Jesús es Dios, sino afirmar que Dios es Jesús. Es el único Dios que hemos conocido.

2º) Jesús, ¿es hijo de Dios?

Desde luego, no me creo que Jesús sea Hijo de Dios, es decir, que sea la “segunda persona” de la Santísima Trinidad. Creo que la Trinidad no existe, me parece que es un constructo humano, algo así como un mito o leyenda que también tienen otras religiones. No es lo mismo Hijo de Dios, que “Dios Hijo”. Se trata de la influencia griega que juega con conceptos filosóficos: Hijo de Dios es entendido en términos de naturaleza y esencia y no de fe. Decían que en Jesús había dos naturalezas, divina y humana, (perfectus Deus, perfectus homo, propio del siglo IV del concilio de Calcedonia) pero una sola persona, porque “como Dios todo lo tiene presente”. Desde siempre hemos considerado los términos Dios e Hijo de Dios como sinónimos. Pero, está claro que no era ése el sentido corriente en las culturas de la época. Hijo de Dios era el faraón desde el momento en que llegaba al poder. Hijo de Dios era el emperador romano, revestido del poder divino. Hijo de Dios era el rey de Israel y, de forma colectiva, todo el pueblo elegido. Está claro que, en estos contextos, “Hijo de Dios” no tiene el sentido fuerte que después ha ido adquiriendo en la teología. Por otra parte, conviene recordar que la expresión Hijo de Dios aparece 38 veces en los Evangelios frente a las 98 veces que usa la fórmula: Hijo del hombre. Parece bastante seguro, desde el punto de vista histórico, que Jesús nunca reivindicó para sí el título de Hijo de Dios. En cambio, se apropia el título de Hijo del hombre. No es casualidad. Se trata de un planteamiento muy madurado. Es decir, el centro del mensaje de Jesús no es Dios sino el hombre, todo ser humano.

La afirmación es mucho más osada y más desconcertante. Lo que se deduce del prólogo de Juan es que Dios se refleja en Jesús. Efectivamente, avanzamos desde lo conocido (Jesús) hacia lo desconocido (Dios). El término cercano e inmediato es Jesús, su forma de vivir y su forma de morir. Su manera de apostar por la felicidad y por la vida. A partir de su vida tomada en su totalidad podemos barruntar lo que es Dios. Porque a Dios nadie la ha visto nunca; es el Hijo único, que es Dios, y está al lado del Padre, quien lo ha explicado (Jn 1,18).

3º) La filosofía griega:

Desde la perspectiva de Jesús, necesita una severa revisión el Dios de la filosofía griega. No tiene nada que ver con el Dios de Jesús la imagen de un dios lejano e inaccesible, impasible e inmutable, ajeno y ausente de los avatares humanos. El Dios, motor inmóvil de Aristóteles, resulta difícilmente conciliable con el Dios de Jesús. La tendencia intelectualista griega ha puesto la teoría por encima de la práctica, el dogma por delante de la ética, la doctrina por encima de la vida, la ortodoxia en vez de ortopraxis. Dios no es persona, porque la palabra persona es propia de la filosofía griega. Nos han presentado un dios que todo lo tiene en un puño: el presente, el pasado y el futuro; para quien no hay sorpresas ni imprevistos, que lo tiene todo bajo control. Es el dios todopoderoso que permite el mal y los desastres naturales. Así han presentado los artistas a Jesús, como el “pantocrator”, el dios todopoderoso sustituto del dios Júpiter de los romanos. Yo creo en un dios débil que se identifica con los débiles, descarto que Dios sea todopoderoso.

4º) Jesús es la Vida.

Nunca comprendí la introducción al evangelio de Juan en el que se dice que en el principio existía el Verbo. Luego, el Verbo fue traducido por “logos” y en otra parte traducido por Palabra. Se van aclarando las cosas: Verbo, Palabra, Proyecto. Me gusta la interpretación de Juan Mateos. Textualmente: La traducción del v. 1 puede hacerse así: Al principio ya existía el Proyecto, y el Proyecto se dirigía / interpelaba a Dios, y un ser divino era el Proyecto. El Proyecto de Dios es la vida, una Vida con mayúscula, en su sentido más pleno y totalizador. Desde el nivel biológico (¡pan para todo el mundo!) hasta las calidades de vida que podemos ir añadiendo a medida que nuestro desarrollo va ganando en sensibilidad: la paz, la alegría, la felicidad, la comunicación humana, el bienestar, la ternura, la armonía con la naturaleza, etc. La vida personal, la colectiva y la planetaria. La Vida es la luz de los hombres. El criterio ético por antonomasia, el punto de referencia para calibrar las actitudes y las decisiones es justamente aquello que crea vida. Quienes aceptan el Proyecto se van haciendo hijos de Dios. Una visión dinámica de la maduración humana y de la filiación divina al alcance de cualquier bolsillo. Hacerse hijos de Dios significa imitar a Dios en su capacidad de crear vida, de suscitar esperanza y confianza entre las personas. Porque quienes mantienen la adhesión al Proyecto, esos han nacido de Dios. Y el Proyecto se hizo hombre. Se traducía “el Verbo de Dios se hizo carne”. “Carne” (sarx) dice el texto del prólogo. Con el doble sentido de realidad visible, palpable, verificable y también de fragilidad/debilidad humana. No es puro sueño el Proyecto de Dios. Ni es tampoco una realidad para el mundo futuro. La apuesta por la vida se hace aquí, en esta tierra, con estas personas que nos rodean o que viven a miles de kilómetros. Aquel hombre, Jesús, se fue haciendo hijo de Dios a lo largo de su vida. Su comportamiento se fue pareciendo cada día más a la forma de comportarse Dios.

Está claro que Jesús no hace teorías, no especula ni construye edificios filosóficos o teológicos. Jesús vive. Entra en contacto con la realidad y se deja interpelar por ella. A partir de los hechos, reacciona a favor de la vida, defiende la vida allí donde ésta se encuentra más amenazada. Ese es el sentido profundo de su cercanía a los excluidos y marginados, a las prostitutas y a los publicanos… No sienten necesidad de médico los sanos sino los que se encuentran mal (Lc 5,31).

5º) Jesús no lo sabe todo.

Al dudar de que Jesús sea Dios, no se puede decir que su vida esté de antemano prevista y programada. Una vida que se sustrae a los avatares propios de la vida humana: la incertidumbre ante el futuro, el desconcierto o la perplejidad, el error y la metedura de pata, el no saber muchas veces qué hacer. Si fuera un Dios que todo lo sabe y todo lo puede, quedarían eliminadas todas las angustias y todas las dudas. ¡Menudo chollo! Durante siglos hemos estado repitiendo un Credo, donde el hombre Jesús queda literalmente anulado por el Verbo de Dios. La vida de Jesús se reduce a su nacimiento de María, la virgen, y a su muerte en cruz. El resto de su vida no interesa. ¿Cómo vivió? ¿Qué hizo y qué dijo? ¿Qué sentía ante los acontecimientos, las relaciones humanas, la vida? Jesús crecía, se desarrollaba como todo ser humano, y tuvo el proceso de maduración propio de todo ser humano. No tenía nada previsto, ni programado. Era un ser que se despojó de todos los “privilegios” de la divinidad, y en un total vaciamiento (kenosis) de todo lo divino, se humanizó de tal manera que se fundió y se confundió con todo lo humano. Con el sufrimiento de los que nada tienen, los que mueren de hambre cada día, con la angustia de los parados de larga duración, con el dolor de las muertes causadas en las terribles guerras entre pueblos, con la exclusión de tantos inmigrantes, con el sufrimiento de los enfermos, con la pobreza y la miseria de todos los pobres de la tierra. Era un ser tan asombrosamente humano que llegó a ser un modelo de vida para toda la humanidad, aunque no sea Dios, porque no podemos saber qué es Dios.

6º) La muerte de Jesús

Otro interrogante crucial ¿Y la muerte de Jesús?: ¿por qué murió crucificado? Su muerte en cruz, ¿fue pura casualidad, estaba ya prevista o tiene que ver algo con su forma de vivir? El Credo ya se encarga de decir que fue crucificado “por nuestra causa”, por nuestros pecados, pero nos deja, como quien dice, con los mismos interrogantes. La muerte de Jesús fue horrenda, injusta y despiadada. Fue crucificado precisamente en medio de dos subversivos políticos. El término “lestai” en griego significa eso, subversivos políticos, no que fue crucificado entre dos ladrones vulgares. Fue un asesinato político y religioso. Se lo cargaron los poderes del Imperio romano y los poderes de la religión judaica. Su muerte en cruz es la prueba más descorazonadora de que Dios lo ha abandonado. El propio Jesús clamó dando una gran vozDios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (Mc 15,34). Esta es la única “palabra” que pronunció Jesús en la cruz, según Marcos y Mateo. Aquel hombre, Jesús, se vio sometido al desconcierto total, a la oscuridad y a la duda más aterradora: ¿de verdad lo había abandonado Dios? Porque hasta su experiencia de la paternidad divina queda aquí en entredicho.

Para tratar de solucionar el problema ante aquel desastre se dice que “todo estaba ya escrito”. Fórmula que desde nuestra perspectiva resulta ambigua y hasta escandalosa, porque nos suena a fatalismo. Como si toda la vida de Jesús y su trágico desenlace estuvieran ya diseñados y programados desde toda la eternidad. Según algunos, Jesús no podía sufrir porque gozaba siempre de la visión beatífica divina, pero en la cruz hizo un milagro: ocultó misteriosamente su visión beatífica de Dios… ¡para poder sufrir! Resulta realmente asombrosa y espeluznante esta visión de Jesús y del sufrimiento. La muerte de Jesús no estaba prevista, ni programada. Podemos decir, eso sí, que una posible muerte violenta era incluso altamente previsible. No se desafía impunemente a los poderes establecidos. Sobre todo cuando ese desafío se realiza desde la desnudez de la palabra y desde la solidaridad con los excluidos religiosos y sociales. Jesús fue víctima de su propia manera de vivir, de su enfrentamiento con una religión ritualista y alienante, de su cercanía hacia las personas marginadas. En una palabra, fue víctima de su propia ingenuidad al proponer una sociedad alternativa basada en cosas tan sencillas como el servicio fraternal frente a toda forma de poder y la mesa compartida frente a la riqueza acumuladora.

7º) Jesús resucitó:

No tengo ni idea de lo que esto significa. No es un hecho que se pueda probar ni comprobar no es un milagro. Solo puedo entender algo de manera confusa que Jesús sigue viviendo, es el Gran Viviente, que supera las formas de existencia humana, el tiempo y el espacio, propios de la historia humana. No todo terminó en la cruz. Él tiene razón para seguir viviendo, y creo que sigue vivo, aunque no entiendo sus razones. También admito la posibilidad de que voy a resucitar, es decir, a seguir viviendo de forma misteriosa, enigmática. No entiendo nada de esto, pero tengo la creencia, la sospecha, no la certeza, de que pueda resucitar junto con todos los pobres de la tierra que no gozaron de la vida a la que tenían derecho. Si alguien tiene “derecho” a resucitar son ellos los que principalmente han de resucitar. Me parece que no se puede decir que la injusticia triunfará al final. Tengo muchas dudas de que haya otra vida definitiva que va más allá de esta; a pesar de que él lo ha dicho. Yo me fío de El, confío de tal manera en él y en su mensaje que se con una certeza absoluta que Él no me va a fallar, no que vaya a resucitar. Vivo tranquilo y con mucha paz, aunque tenga muchas dudas. No tengo otros apoyos, vivo en una dura soledad, en una clara pobreza económica, “no tengo donde caerme muerto”, en casi completa desnudez psicológica, tampoco tengo otras seguridades sobre un futuro incierto, ese “más allá”, que traspasa las fronteras de mi existencia terrena. Sólo le tengo a Él, del que me fío y confío plenamente.

José María García-Mauriño

Fuente Fe adulta

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Martes, 1 de noviembre de 2016
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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1.11.16.Fiesta de todos los Santos, cristianos y no cristianos

Martes, 1 de noviembre de 2016
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icone_toussaintDel blog de Xabier Pikaza:

1 del XI del 2016. Fiesta de los amigos de Dios, es decir, de todos los hombres y mujeres, que nos han precedido y que han hecho posible que seamos lo que somos.

Les damos gracias porque han sido lo que son, una fuente de Vida: de su herencia heredamos, con su voz cantamos, de su viva recibimos Vida, con aquel que es un Dios de Vivos, no de muertos (cf. Mc 12, 27), “origen e impulso” de todos los santos.

Quizá debería hablar de la fiesta litúrgica cristiana de “Todos los santos”, que recoge, desde la perspectiva del hemisferio norte, al comienzo del otoño, la experiencia de una culminación del año (del verano), que desemboca en la plenitud de Dios, a quien vemos como Vida o Santidad. Todos los hombres y mujeres que han sido recibidos en Dios y por Dios son santos, “testigos” de lo humano. Así los celebra la iglesia católica, recordando a los que han formado parte de la historia de su salvación: patriarcas y profetas, apóstoles y evangelistas, confesores y mártires, testigos de la vida…

Pero aquí he querido tratar de los santos en sentido más extenso, como un signo de la hondura misteriosa de la humanidad. Más que santos en sentido personal (humano), los tomo ahora como símbolos sagrados, que forman parte de la constelación numinosa de nuestra existencia.

No quiero precisar su tipo de vida concrta (histórica, en el tiempo…), sino presentarlos como aureola de sacralidad, signo de sentido de aquello que somos. No escribo sólo para cristianos o devotos de esta fiesta, sino para aquellos que quieran trazar una lista de antepasados o poderes en el fondo positivos que han hecho posible que seamos lo que somos.
pobreza
La iglesia católica ha creado una “lista de santos” reconocidos de un modo oficial, recopilados en los libros de los santos y beatos de Roma (entre los últimos están Sor Isabel de la Trinidd, el P. Pavoni, Mons. González o el Cura Brochero, recién canonizados).

Pero la experiencia cristiana de los santos puede y debe ser mucho más grande y ha vinculado a todos los personajes religiosos, a todos los mediadores sagrados, no sólo del cristianismo, sino delas diversas religiones, grandes y pequeñas, de oriente y occidente (en sentido histórico y simbólico).

Entre ellos, los mayores santos son los pobres y excluidos de la vida, como la niña de la segunda imagen. Pero no quiero tratar de esos santos inocentes en especial, sino de las figuras de seres con aureola de santidad, que han ido apareciendo en las diversas religiones y culturas.

En ese contexto más amplio he querido expandir el tema, hablando de los mediadores sagrados, de tipo personal o suprapersonal, de carácter angélico o humano, simbólico y real, que abren sobre el mundo unos espacios de veneración y nos capacitan para vincularnos de algún modo a lo divino.

En este contexto quiero celebrar con gozo a santos que probablemente nunca han vivido en el sentido externo, aunque los celebre la liturbia: Jorge y Demetrio, Barlaam y Josafat y tantos otros que han sido signo de protección celeste para muchos hombres buenos: Henoc y Matusalén, Adán y Eva, Noé y Judit, Tobías y Ana la grande, con Judit, Ester y Sara, Agar y Rebeca etc.

En algunos momentos, los santos pueden formar un “sistema”, cuando están organizados de forma unitaria y cerrada, ellos solos, con sus vidas bien probadas, en línea de investigación histórica. Otras veces aparecen a manera de conjuntos más extenso. Estos son algunos de los más significativos, dentro de una lista que podría extenderse casi hasta el infinito. Desde ese fondo quiero ofrecer así una posible “lista” de figuras sagradas (divididas en cinco grandes grupos), para orientación de los lectores, que pueden buscar y trazar otras, este día de los Santos.

Empezaré por los Santos “cristianos”, seguiré por otras figuras sagradas

I. SANTOS DE JESÚS .

Son el signo de la presencia y permanencia de la vida de Jesús en la historia. Han sido venerados en primer lugar por el pueblo, que los ha “canonizado” con su “culto”, pero después la iglesia oficial se ha reservado la facultad de canonizar o beatificar, fijando aquellos santos que pueden ser venerados por los fieles. Se han trazado así las listas de santos y santas, según categorìas que reflejan una visión eclesial de tipo bastante jerárquico. Estas son anguas categorías básicas de santos: mártires, obispos, doctores, presbíteros, vírgenes, confesores, santos varones, santas mujeres… Aquí queremos indicar algunos “modelos” básicos de santos según la tradición primera de la Iglesia.

1. Pobres, excluidos. Para Jesús, santos son ante todo los pobres y excluidos, como indica Mt 25, 31-46: el hambriento y sediento, en desnudo o emigrantes, el enfermo o encarcelado… Los hombres y mujeres que sufren (huérfano, viuda, extranjero en el Antiguo Testamento) son la Señal de Dios, son el signo de su presencia. Ellos son los “hermanos de Jesús”, los más pequeños, signo y presencia de la santidad de Dios, Dios mismo hecho debilidad en el camino de la vida.

2 . Santos son todos los cristianos. Para Pablo, santos son todos los creyentes: santos de un modo expreso, porque han sido trasformados por el signo de Cristo, en el bautismo… Todos los cristianos, sin distinción, por el amor de Dios que les acoge y vincula con su vida en Cristo. Son santos porque Dios les ama, no porque ellos realicen cosas extraordinarias.

3. Santos son los testigos de la vida, es decir, los mártires: aquellos que (muriendo o sin morir) mantienen en el mundo el testimonio de los valores de la humanidad, de la fe en los demás, de la honradez moral. Por eso podemos presentarlos como testigos de la vida, del valor de una vida que se expresa no sólo en hombres y mujeres como Jesús o los grandes profetas, sino en una multitud inmensa de gentes que han sido y siguen siendo portadoras de valores humanos, una “nube de testigos”, como dice la carta a los Hebreos, cap. 11.

4. Santos son los portadores de vida, hombres y mujeres que han querido vivir, simplemente eso; que han aceptado la vida y la han expandido, que beben del gozo de la tierra y que ayudan a beber a otros, sabiendo que la vida es don, regalo que compartimos, todos, todos, en el mundo. A ellos les recordamos, por ellos vivimos. Somos en gran parte aquello que nos han legado los que han vivido ante nosotros: por eso les recordamos con agradecimiento.

5. Hay algunos especiales, que podemos llamar santos, por su especial luminosidad, por su valor moral, por su presencia compasiva, por su esfuerzo callado al servicio de los demás. Entre ellos posemos contar a San Francisco y San Serafín de Sarov Quizá no podamos definirlos, pero vivimos por ellos. Por eso, un día como hoy, agradecemos su presencia y vivimos de su gracia. Estamos inmersos en un mundo de ángeles y santos, de poderes de vida… Somos portadores de la santidad de Dios, de su belleza. Hoy es la fiesta de los Santos.

II. RELIGIONES.

Las religiones modernas han tendido de presentar como “santos” a una serie de personajes que han hecho posible el surgimiento de las grandes religiones. Son los garantes del orden religioso en este mundo y en el mundo superior.

1. Místicos, gurus. budas y bodisatvas. Son los virtuosos de la interioridad religiosa y han actuado de un modo especial en las religiones de la India y China. De allí vienen los grandes meditantes (gurús, yoguis, maestros zen) que descubren lo divino en su vida interior y ayudan a realizar el mismo camino a los demás. Son expresión del misterio escondido de Dios que se revela a través de su experiencia interior. En esta línea se sitúan los grandes “gurús”, los iniciadores en la contemplación, tanto en el budismo como en el hinduísmo y taoísmo. Leer más…

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“Hoy me gustaría creer en los milagros”, por Carlos Osma

Sábado, 29 de octubre de 2016
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f100007965De su blog Homoprotestantes:

Hoy me gustaría creer en los milagros, necesito uno y no es para mí… Me encantaría volver a tener la fe de cuando era un niño y pensaba que Dios podía hacer todo lo que yo le pidiera. Así, por arte de magia. Sólo hacia falta que se lo pidiera de corazón, y que no fuera por un motivo egoísta. Se trataba de ponerse de rodillas, cerrar los ojos, y hablar con “mi Padre celestial”. Él escuchaba siempre, entendía mis necesidades y respondía a mis peticiones. Eso fue lo que me enseñó mi madre, y a veces como hoy, me gustaría que fuese verdad.

Que mundo tan sencillo, que fácil era Dios de entender, que cercano estaba y cuanto nos amaba. Que absurdo el ateísmo, que estúpida la duda, que pecado más grande no disfrutar de ese Dios tan maravilloso. Yo era de los suyos, estaba en su equipo, era su hijo y todo tenía un sentido. ¿Cómo podría volver hoy a aquel mundo ideal y que fuera verdad? ¿De qué manera regresar al Edén del que fui expulsado tras comer el fruto del “árbol del conocimiento”? ¿Existió alguna vez aquel jardín, aquel mundo en el que fui educado? Sé que no, pero hoy daría todo lo que tengo, por que no fuera así.

En este momento preferiría no ser cristiano, no seguir a un mesías al que su Dios no quiso, o no pudo librar del sufrimiento, del dolor, ni de la muerte. Que impotente el Dios en el que creo hoy, que pequeño me parece, que débil al lado de los Dioses salvadores y todopoderosos a los que muchos dirigen sus peticiones para pedir el milagro que yo necesito. Esos Dioses que no suben a cruces, o si lo hacen, siempre acaban descendiendo victoriosos. Cómo me gustaría no tener que confiar en que algún día volveré a reencontrarme con las personas que quiero, sino estar convencido de ello. Ojalá no fuera cristiano, y todo fuese un sí o un no, y no una fe y un esperanza que en ocasiones como hoy parecen sucumbir.

No tengo suficiente con un Dios que llora conmigo, que me consuela. Quiero uno que haga un milagro de verdad, llorar puedo hacerlo yo sólo. No deseo un Dios paliativo, sino todopoderoso. Uno al que le duela el sin sentido y se atreva a romper las reglas injustas que rigen el mundo en el que vivo. Necesito un Dios que dé vida, y que no permanezca en silencio ante la muerte. Sí, aquel Dios del que me habló mi madre, pero al que la vida real hizo desaparecer a medida que fui creciendo.

Me faltan las fuerzas para permanecer al lado de la cruz y acompañar a quien lucha por la vida, también para bajar del madero el cuerpo sin vida del crucificado y llevarlo hasta el sepulcro. Hoy no tengo la entereza suficiente para ser cristiano, me gustaría autoengañarme y salir corriendo tras cualquier otro mesías que me prometiese el milagro que necesito. Pero cuando uno ha conocido a tantos impostores, es imposible dejarse embaucar. Sin embargo, cuanto daría porque tuviesen razón, así me alejaría del madero donde un mesías impotente se encomienda al Dios que enmudece ante su dolor.

Es imposible que las agujas del reloj desanden el camino que han recorrido y me devuelvan a mi infancia. Ojalá no hubiese crecido y estuviese sentado al lado de mi madre leyendo la Biblia, reviviendo los milagros de Jesús, y creyendo lo que ella me decía: que aquello todavía era hoy posible, que el Dios cristiano es capaz de cualquier cosa por hacernos felices. Me gustaría, como entonces, mirarla a sus ojos azules y no dudar en ningún momento de sus palabras. Sería mucho más fácil para mí hoy, que necesito un milagro que no es para mí. Pero ya no creo en los milagros, ni en los Dioses a medida.

Carlos Osma

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Creer

Lunes, 29 de agosto de 2016
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camino_leonfelipeTomás Maza Ruiz
Madrid

ECLESALIA, 15/07/16.- En los primeros siglos de la iglesia cristiana las creencias se fueron imponiendo progresivamente sobre la praxis, culminando en los concilios encuménicos de los siglos IV y V: Nicea (325), Constantinopla (381), Éfeso (431) y Calcedonia (451). No fue este el plan de vida de las primeras comunidades cristianas. Para las comunidades apostólicas lo principal era el seguimiento de Jesús. Antes de llamarse cristianas (nombre despectivo que llamaban los paganos a los seguidores de Jesús, llamado el Cristo) el nombre que aplicaban a lo que después se llamó el cristianismo era “El camino”.

Se trataba de seguir a Jesús, no literalmente sino como el Espíritu les inspiraba. Para ello se reunían en comunidades pequeñas de hermanos sin superiores ni inferiores: “No llaméis a nadie padre, porque uno sólo es vuestro Padre, el del cielo. No llaméis a nadie maestro porque sólo uno es vuestro Maestro, el Cristo” les había dicho Jesús. En estas comunidades que hoy llamaríamos “democráticas” en el más alto sentido de la palabra, los discípulos escuchaban los recuerdos de los apóstoles y compartían sus bienes con los necesitados. Su creencia básica era que Jesús había sido el envíado de Dios para manifestarles que Dios es Amor y que debían de vivir como Jesús vivió, amando a todos y en especial a los pobres y a los desvalidos.

No quiero rechazar las definiciones conciliares, aunque los desarrollos de estos concilios y sus decretos no fueron todo lo ejemplares como se los ha descrito en la historia eclesiástica oficial. Estas definiciones son un reflejo del espíritu y la mentalidad de la época inmersa en la filosofía griega y muy lejos del imaginario judío de Jesús y los primeros discípulos. Toda organización social de un grupo humano, como lo era la Iglesia de estos primeros siglos, necesita una creencias, un cuerpo doctrinal. un cuerpo jurídico y una jerarquía que defina doctrinas y juzgue los comportamientos de sus adeptos; por eso no hemos de condenar la forma en que se constituyó la Iglesia en estos siglos.

El problema es que Jesús no trató de fundar una iglesia, sino una comunidad carismática e itinerante que transmitiera a todas las gentes, sea cuales fueran sus creencias y su religión, su mensaje de amor y libertad y su buena noticia de que Dios no era un dios justiciero y cruel sino un Padre (o una Madre) que quería a todos sus hijos por igual justos y pecadores.

Tal como está configurada la Iglesia, estos dogmas hay que respetarlos, pero también relativizarlos. Están formulados según criterios, ideas y convicciones que actualmente carecen de sentido e inmersos en culturas completamente distintas a las del mundo de hoy. Tampoco los dogmas tienen todos la misma importancia; no es lo mismo los que están inspirados en el Evangelio que los que derivan de leyendas, tradiciones o mitos aceptados en la antigüedad pero carentes de sentido hoy (Adán y Eva, el Paraíso terrenal, el pecado original y su transmisión de generación en generación entre otros).

En consecuencia hemos de anteponer en nuestra vida cristiana nuestro deseo de que el amor, la justicia y la libertad reinen en toda la humanidad, a las creencias cristianas por importantes que éstas sean y redefinir estas creencias con arreglo a los avances de la ciencia y la cultura del mundo en que vivimos.

Esta reformulación de la doctrina no debemos esperarla de teólogos, papas, obispos o curas. Cada cristiano debe expresar lo que su inteligencia y el Espíritu le inspire y compartir sus ideas en una pequeña comunidad de iguales, porque como dice el poeta “para cada uno tiene un camino nuevo Dios”

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Diez derechos del corazón”, por Leonardo Boff

Viernes, 4 de marzo de 2016
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IMG-20160201-WA0001Leído en la página web de Redes Cristianas

Actualmente se constata una fecunda discusión filosófica sobre la necesidad de rescatar la razón cordial, como limitación a la excesiva racionalización de la sociedad y como enriquecimiento de la razón instrumental-analítica, que dejada a su libre curso, puede perjudicar la correcta relación con la naturaleza, que es de pertenencia y de respeto a sus ciclos y ritmos. Enumeremos algunos derechos de la dimensión del corazón.

1. Protege el corazón que es el centro biológico del cuerpo humano. Con sus pulsaciones riega con sangre todo el organismo haciendo que viva. No lo sobrecargues con demasiados alimentos grasos y bebidas alcohólicas.

2. Cuida el corazón. Es nuestro centro psíquico. De él salen, como advirtió Jesús, todas las cosas buenas y malas. Compórtate de tal manera que tu corazón no necesite sobresaltarse ante riesgos y peligros. Mantenlo apaciguado con una vida serena y saludable.

3. Vela tu corazón. El representa nuestra dimensión profunda. En él se manifiesta la conciencia que siempre nos acompaña, nos aconseja, nos advierte y también nos castiga. En el corazón brilla la chispa sagrada que produce en nosotros entusiasmo. Ese entusiasmo filológicamente significa tener un “Dios interior” que nos calienta e ilumina. El sentimiento profundo del corazón nos convence de que el absurdo nunca va a prevalecer sobre el sentido.

4. Cultiva la sensibilidad, propia del corazón. No permitas que sea dominada por la razón funcional. Armonízala con ella. Por la sensibilidad sentimos el corazón del otro. A través de ella intuimos que también las montañas, los bosques y las selvas, los animales, el cielo estrellado y el mismo Dios tienen un corazón pulsante. Finalmente nos damos cuenta de que hay un solo inmenso corazón que late en todo el universo.

5. Ama tu corazón. Es la sede del amor. El amor que produce la alegría del encuentro entre las personas que se quieren y que permite la fusión de cuerpos y mentes en una sola y misteriosa realidad. El amor que produce los milagros de la vida por la unión amorosa de los sexos y la entrega desinteresada, el cuidado de los más desvalidos, las relaciones sociales inclusivas, las artes, la música y el éxtasis místico que hace a la persona amada fundirse en el Amado.

6. Ten un corazón compasivo que sabe salir de sí y ponerse en el lugar del otro para sufrir con él, cargar juntos con la cruz de la vida y también juntos celebrar la alegría.

7. Abre el corazón a la caricia esencial. Es suave como una pluma que viene del infinito y, con el toque, nos hace percibir que somos hermanos y hermanas y que pertenecemos a la misma familia humana que habita en la misma Casa Común.

8. Dispón el corazón para el cuidado, que hace al otro importante para ti. Él sana las heridas pasadas e impide las futuras. Quien ama, cuida y quien cuida, ama.

9. Amolda el corazón a la ternura. Si quieres perpetuar el amor rodéalo de ternura y de gentileza.

10. Purifique día a día el corazón para que las sombras, el resentimiento y el espíritu de venganza, que también anidan en el corazón, nunca se sobrepongan al bien querer, a la finura y al amor. Entonces, tu corazón latirá al ritmo del universo y encontrará reposo en el corazón del Misterio, la Fuente originaria de donde procede todo, que nosotros llamamos sencillamente Dios.

Estas cinco recomendaciones que refuerzan el amor están llenas de sentido.

1. Pon corazón en todo lo que pienses y en todo lo que hagas. Hablar sin corazón suena frío e institucional. Las palabras dichas con corazón llegan a la profundidad de las personas. Se establece entonces una sintonía fina con los interlocutores u oyentes que facilita la comprensión y la adhesión.

2. En el razonamiento articulado procura poner emoción. No la fuerces porque ella debe revelar espontáneamente la profunda convicción de lo que crees y dices. Sólo así llega al corazón del otro y se hace convincente.

3. La inteligencia intelectual fría, que pretende comprender y resolver todo, genera una percepción racionalista y reduccionista de la realidad. Pero también el exceso de razón cordial y sensible puede decaer en el sentimentalismo almibarado y en proclamas populistas que alejan a las personas. Hay que buscar siempre la justa medida entre mente y corazón pero articulando los dos polos a partir del corazón.

4. Cuando tengas que hablar a un auditorio o a un grupo, procura entrar en sintonía con la atmósfera que hay allí. Al hablar, no hables solo desde la cabeza, da primacía al corazón. Él siente, vibra y hace vibrar. Las razones de la inteligencia intelectual solo son eficaces cuando vienen amalgamadas con la sensibilidad del corazón.

5. Creer no es pensar en Dios. Creer es sentir a Dios desde el corazón. Entonces nos damos cuenta de que estamos siempre en la palma de su mano y que una Energía amorosa y poderosa nos ilumina y calienta, y preside los caminos de la vida, de la Tierra y de todo el universo.

* Leonardo Boff escribió el libro Los Derechos del Corazón; el rescate de la razón cordial, Paulus 2016.

Traducción de MJ Gavito Milano

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“Navidad: cada vez que nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano”, por Leonardo Boff

Miércoles, 30 de diciembre de 2015
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224638Leído en la página web de Redes Cristianas

Estamos en época de Navidad, pero el aura no es de Navidad, sino más bien de Viernes Santo. Tantas son las crisis, los ataques terroristas, las guerras que las potencias belicosas y militaristas (EE.UU., Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania) conducen juntas contra el estado islámico, destruyendo prácticamente Siria, con una muerte espantosa de civiles y niños, como la misma prensa ha mostrado, la atmósfera contaminada de rencores y espíritu de venganza en la política brasileña, por no hablar de los niveles astronómicos de corrupción: todo esto apaga las luces de Navidad y ensombrece los pinos que deberían crear el ambiente de alegría y de inocencia infantil que todavía existe en toda persona humana.

Quién pueda ver la película Niños Invisibles, en siete escenas diferentes, dirigidas por directores de renombre como Spike Lee, Katia Lund, John Woo, entre otros, puede darse cuenta de las vidas destruidas de los niños en muchas partes del mundo, condenados a vivir de la basura y en la basura; y sin embargo, hay escenas conmovedoras de camaradería, de pequeñas alegrías en los ojos tristes, y de solidaridad entre ellos.

Y pensar que son millones en el mundo de hoy y que el propio niño Jesús, según las Escrituras, nació en un pesebre para animales, porque no había lugar para María, cercana al parto, en ninguna posada en Belén. Él se mezcló con el destino de todos estos niños maltratados por nuestra falta de sensibilidad.

Más tarde, ese mismo Jesús ya adulto dirá: “quien recibe a estos hermanos míos más pequeños, a mí me recibe”. La Navidad tiene lugar cuando se da esta acogida, como la que el Padre Lancelotti organiza en São Paulo para cientos de niños de la calle bajo un viaducto, que contó durante años con la presencia del presidente Lula.

En medio de todas estas desgracias en el mundo y en Brasil, me viene a la mente una pieza de madera con una inscripción pirograbada que un interno de un hospital psiquiátrico de Minas me dio durante una visita que hice allí para animar al personal. En ella está escrito: «Cuando nace un niño es señal de que Dios todavía cree en el ser humano».

¿Puede haber un acto de fe y esperanza mayor que este? En algunas culturas de África se dice que Dios está de manera especialmente presente en los que nosotros llamamos “locos”. Por eso son adoptados por todos y todos cuidan de ellos como si fueran un hermano o una hermana. Así se integran y viven en paz. Nuestra cultura los aísla y no los reconoce.

La Navidad de este año nos remite a esta humanidad ofendida y a todos los niños invisibles cuyos padecimientos son como los del niño Jesús, que ciertamente en el invierno de los campos de Belén temblaba en el pesebre. Según una antigua leyenda, se calentó con el aliento de dos caballos viejos que, en recompensa, adquirieron después completa vitalidad.

Vale la pena recordar el significado religioso de la Navidad: Dios no es un viejo barbudo con ojos penetrantes, ni un juez severo que juzga todas nuestras acciones. Es un niño. Y como niño no juzga a nadie. Sólo quiere vivir y ser querido. Del pesebre viene esta voz: «¡Oh, criatura humana, no temas a Dios! ¿No ves que su madre ha envuelto sus pequeños brazos? Él no amenaza a nadie. Más que ayuda, necesita ser ayudado y llevado en brazos».

Nadie mejor que Fernando Pessoa entendió el significado humano y la verdad del niño Jesús:

«Él es el Niño Eterno, el Dios que faltaba. Es tan humano que es natural. Es el Divino que sonríe y juega. Por eso sé con toda seguridad que él es el Niño Jesús verdadero. Es un niño tan humano que es divino. Nos llevamos tan bien los dos, en compañía de todo, que nunca pensamos el uno en el otro… Cuando me muera, Niño mío, déjame ser el niño, el más pequeño. Tómame en tus brazos y llévame a tu casa. Desnuda mi ser cansado y humano. Acuéstame en la cama. Cuéntame historias, si me despierto, para que me vuelva a dormir. Y dame tus sueños para que juegue, hasta que nazca cualquier día que tú sabes cuál es».

¿Se puede contener la emoción ante tanta belleza? Por esto, todavía, a pesar de los pesares, podemos celebrar discretamente la Navidad.

Termino con este otro mensaje que tiene significado y que me encanta: «Todo niño quiere ser hombre. Todo hombre quiere ser rey. Todo rey quiere ser “dios”. Sólo Dios quiso ser niño».

Abracémonos unos a otros como quien abraza al Divino Niño que se esconde en nosotros y que nunca nos abandonó. Y que la Navidad sea todavía una fiesta discretamente feliz.


*Leonardo Boff es teólogo y columnista del JB online.

Traducción de Mª José Gavito Milano

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Domingo, 1 de noviembre de 2015
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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