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Bienaventurados los que creen sin haber visto. Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Domingo, 11 de abril de 2021
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expo3Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Como si los evangelistas quisieran acentuar las diferencias para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el de este domingo.

«Bienaventurados los que creen sin haber visto (Juan 20,19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

– Paz a vosotros.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

– Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

– Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

– Hemos visto al Señor.

Pero él les contestó:

– Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

– Paz a vosotros.

Luego dijo a Tomás:

– Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.

Contestó Tomás:

– ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo:

– ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Comparado con otros relatos de apariciones, este de Juan ofrece la siguientes peculiaridades:

  1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.
  2. El saludo de Jesús: «paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «no temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero la solución no es tan fácil. Este saludo, «paz a vosotros», solo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Marcos y Mateo), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mateo con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.
  3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mateo), María Magdalena intenta abrazarlo (Juan); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Juan, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe.
  4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan solo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.
  5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.
  6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Marcos y Mateo no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que, en Juan, perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

Tomás y nosotros. En un mundo bastante racional y racionalista, queremos a veces una fe con pruebas: pedimos ver y palpar. Lo hacemos sin soberbia, como simples personas que sienten dudas y dificultades. Jesús se mantiene a la expectativa, tarda ocho días, o meses y años. Se presenta de pronto, cuando menos lo esperamos, saludándonos con la paz. O quizá no se presente nunca. Se contentará con recordarnos en nuestro interior: «Bienaventurados los que creen sin haber visto».

«Un solo corazón y una sola alma» (Hechos 4,32-35)

Lucas presenta en dos ocasiones un resumen de la vida de la primera comunidad cristiana (Hch 2,42-47 y 4,32-35). Este segundo contiene cuatro afirmaciones breves: la primera y la última se centran en la posesión de los bienes en común, con el ejemplo especial de los que poseían tierras o casas; la segunda se refiere al testimonio de los apóstoles «con mucho valor», cosa comprensible porque ya han tenido que aparecer ante el Sanedrín (4,1-22); la tercera, a la buena acogida entre los no cristianos, tema que también apareció en el resumen anterior (2,43).

El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común.

Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor.

Y se los miraba a todos con mucho agrado.

Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba.

Pensando en las comunidades actuales, las diferencias son notables. El compartir los bienes se mantuvo en algunas iglesias durante más de dos siglos (tenemos el testimonio nada dudoso de Luciano de Samosata). Hoy día seguimos, más bien, la práctica de las comunidades paulinas, donde cada cual conservaba sus bienes, ayudando a los necesitados cuando era preciso. Entonces, como ahora, las comunidades pobres (Tesalónica) eran mucho más generosas que las ricas (Corinto).

El impulso misionero, que produjo la admirable expansión del cristianismo por el imperio romano, ha adquirido en las últimas décadas un enfoque muy distinto al del simple predicar la resurrección de Cristo.

El cambio más notable se advierte en la buena opinión de la gente, que hoy día es a menudo bastante mala, no siempre con razón. Pero conviene recordar que la visión de Lucas peca de optimismo. Durante el siglo I los cristianos fueron perseguidos, insultados y considerados los peores malhechores.

«El que ha nacido de Dios vence al mundo» (1 Juan 5,1-6)

La primera carta de Juan es un escrito bastante polémico y dualista. Todo lo bueno está en Dios, y todo lo malo en el mundo. El autor denuncia a los cristianos que han abandonado la comunidad, a los que llama “mentirosos”, “anticristos”, “falsos profetas”. Sus errores principales se dan en el terreno de la moral y del dogma. Desde el punto de vista moral, niegan tener pecado y haber pecado, con lo que niegan la redención de Cristo. Tampoco conceden importancia al amor a los hermanos y a la caridad con los necesitados. Desde el punto de vista dogmático, niegan que Jesús sea el Cristo, el Hijo de Dios. Con ello, al negar al Hijo, niegan al Padre.

Frente a esta postura, el autor insiste en el amor que el Padre nos ha tenido enviándonos a su Hijo y haciéndonos hijos suyos. El cristiano no debe amar este mundo, sino creer en Jesús y amar a los hermanos, no de palabra, sino de obra y de verdad.

  Queridos hermanos: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama al que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en qué guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y la sangre: Jesucristo. No solo en el agua, sino en el agua y en la sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

El evangelio terminaba hablando de la fe en Jesús, que nos da la vida eterna. Esta fe en que Jesús es el Cristo, el Mesías, el Hijo de Dios, ocupa también un puesto capital en este pasaje, repleto de conceptos típicos de Juan: nacer de Dios, amar a Dios y a los hijos de Dios, cumplir sus mandamientos, vencer al mundo, el agua y la sangre, el testimonio del Espíritu, la verdad. Demasiada materia. Destaco dos detalles:

¿Cómo sabemos que amamos a los hijos de Dios? Si amamos a Dios. Es una inversión curiosa, porque Juan insiste a menudo en que la prueba de que amamos a Dios es que amamos a los hermanos.

Creer en un Mesías que salva «por el agua», con el bautismo, no sería difícil. Lo que escandaliza a muchos es que salve «por la sangre», derramándola por nosotros.

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11 Abril, 2021. II Domingo de Pascua, Divina Misericordia

Domingo, 11 de abril de 2021
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La paz esté con vosotros”

(Jn 20, 19-31 )

En este Segundo domingo de Pascua nos encontramos a Jesús deseando la paz a sus discípulos. Y lo hace en tres ocasiones… por si se despistaban en la primera…

El Evangelio comienza: “al atardecer de aquel día”. El mismo domingo en que Pedro y Juan vieron el sepulcro vacío, en que María de Magdala se encontró con Jesús Resucitado y le confundió con el jardinero… Aquel día, al atardecer, cuando comenzaba la oscuridad, estaban encerrados, paralizados por el miedo ¿De qué nos inmoviliza nuestro miedo?

Jesús se presenta en medio de los discípulos (hombres y mujeres). Ya no se aparece solo a María. Se hace presente ante la comunidad. Quiere transmitir su mensaje a todas las personas que le han estado siguiendo.

Y les dice paz a vosotros. En la actualidad parece que esta palabra tiene el significado de ausencia de guerra. Pero estamos tan necesitadas… La humanidad grita paz; nuestras sociedades, familias y comunidades, la buscamos en el trabajo, en nuestra forma de relacionarnos… Anhelamos paz en nuestras entrañas, allí donde nos encontramos con Dios…

Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El aliento, en la Biblia, nos habla de vida. En el Génesis, en la Creación del hombre, podemos leer: “Dios sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Jesús quiere transmitirse, entregar su Espíritu Santo, a los discípulos a través de esa expiración…

Los discípulos, al ver al Señor, se llenan de alegría. Existe un gran contraste con el miedo anterior. El encuentro con Jesús Resucitado cambia la vida.

Esa paz que les transmite… La tercera vez (el número tres en las Biblia nos habla de plenitud) que Jesús lo repite es cuando la comunidad está completa, cuando Tomás también se encuentra reunido con los discípulos. A veces, cuando las cosas no son como nos gustarían, tenemos la tentación de huir, ya sea físicamente, emocionalmente, mentalmente… Es en comunidad donde recibimos la paz, donde somos enviadas, donde Jesús nos entrega la Santa Ruah.

Oración

Trinidad Santa, sopla tu aliento de vida sobre nosotras. Entréganos tu paz.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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La comunidad encuentra a Jesús dándoles Vida.

Domingo, 11 de abril de 2021
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image2Jn 20, 19-31

Este relato es la clave para entender la teología de todas las apariciones pascuales. No pretenden decirnos qué pasó en Jesús sino transmitirnos su vivencia interior. La experiencia pascual demostró que solo en la comunidad se descubre la presencia de Jesús vivo. La comunidad es la garantía de la fidelidad a Jesús. Es la comunidad la que recibe el encargo de predicar. La misión de anunciar el evangelio no se la han sacado ellos de la manga sino que es el principal mandato que reciben de Jesús.

Juan es el único que desdobla el relato de la aparición a los apóstoles. Con ello  personaliza en Tomás el tema de la duda, que es capital en todos los relatos de apariciones. El primer día de la semana”. Jesús está ya fuera del tiempo y el espacio. Para él ya no hay días ni meses ni cuarentenas. En él no puede pasar nada, porque para que pase algo se necesita el tiempo y el espacio. Lo último que pasó en Jesús fue su muerte. Más allá de ella entra en la eternidad donde nada puede pasar.

Jesús aparece en el centro como factor de unidad. La comunidad está centrada en Jesús. No atraviesa la puerta o la pared, no recorre ningún espacio; se hace presente en medio de la comunidad. El saludo elimina el miedo. Las llagas, signo de su entrega, evidencian que es el mismo que murió en la cruz. La verdadera Vida nadie pudo quitársela a Jesús. La permanencia de las señales de muerte, indica la permanencia de su amor. Garantiza además, la identificación del resucitado con el Jesús crucificado.

El segundo saludo les refuerza para la misión. Les ofrece paz para el presente y para el futuro. En los relatos de apariciones la misión es algo esencial; les había elegido para llevarla a cabo. La misión deben cumplirla, demostrando un amor total, semejante al suyo. Si toman conciencia de que poseen la verdadera Vida, el miedo a la muerte biológica no les preocupará en absoluto. La Vida que él les comunica es definitiva.

El verbo soplar, usado por Jn, es el mismo que se emplea en Gn 2,7. Con aquel soplo el hombre barro se convirtió en ser viviente. Ahora Jesús les comunica el Espíritu que da otra Vida. Se trata de la nueva creación del hombre. La condición de hombre-carne se transforma en hombre-espíritu. Esa Vida es la capacidad de amar como ama Jesús. Les saca de la esfera de la opresión y les hace libres (quita el pecado del mundo).

El Espíritu es el criterio para discernir las actitudes que se derivan de esa Vida. Debemos tener cuidado de no hacer decir a los textos lo que no dicen. El Espíritu no es la tercera persona de la Trinidad. Se trata de la Fuerza que les capacita para la misión. Del mismo modo, deducir de aquí la institu­ción de la penitencia, es ir mucho más lejos de lo que permite el texto. El concepto de pecado que tenemos hoy no se elaboró hasta el s. VII. Lo que se entendía entonces por pecado era algo muy distinto.

En la comunidad quedará patente el pecado de los que se niegan a dar su adhesión a Jesús. Ni Jesús ni la comunidad condenan a nadie. La sentencia se la da a sí mismo cada uno con su actitud. El Espíritu permite a la comunidad discernir la autenticidad de los que se adhieren a Jesús y salen del ámbito de la injusticia al del amor.

La referencia a “Los doce”, designa la comunidad cristiana como heredera de las promesas de Israel. Tomás había seguido a Jesús pero, como los demás, no le había comprendido del todo. No podían concebir una Vida definitiva que permanece después de la muerte. Separado de la comunidad, no tiene la experiencia de Jesús vivo. Una vez más se destaca la importancia de la experiencia compartida en comunidad.

Hemos visto al Señor. No se trata una visión ocular sino de la presencia de Jesús que les ha trasformado porque les comunica Vida. Les ha comunicado el Espíritu y les ha colmado del amor que brilla en la comunidad. El relato insiste. Jesús no es un recuerdo del pasado, sino que está vivo y activo entre los suyos. A pesar de todo, los testimonios no pueden suplir la experiencia; sin ella Tomás es incapaz de dar el paso.

A los ocho días… Cuando se escribe este texto, la comunidad ya seguía un ritmo semanal de celebraciones. Jesús se hace presente en la celebración comunitaria, cada ocho días. La nueva creación del hombre, que Jesús ha realizado durante su vida, culmina en la cruz el día sexto. Estaban reunidos dentro, en comunidad, es decir, en el lugar donde Jesús se manifiesta, en la esfera de la Vida, opuesto a “fuera”, el lugar de la muerte. Tomás, reintegrado a la comunidad, puede experimentar lo que no creyó.

La respuesta de Tomás es extrema, igual que su incredulidad. Al llamarle Señor, reconoce a Jesús y lo acepta dándole su adhesión. Al decir “mío” expresa su cercanía. Jesús ha cumplido el proyecto, amando como Dios ama. “Aquel día experimentaréis que yo estoy identificado con mi Padre”. “Quien me ve a mí, ve al Padre”. Dándoles su Espíritu, Jesús quiere que ese proyecto lo realicen también todos los suyos.

Tomás tiene ahora la misma experiencia de los demás: Ver a Jesús en persona. El reproche de Jesús se refiere a la negativa a creer el testimonio de la comunidad. Tomás quería tener un contacto con Jesús como el que tenía antes de su muerte. Pero la adhesión no se da al Jesús del pasado, sino al Jesús presente, que es a la vez, el mismo y distinto. El marco de la comunidad hace posible la experiencia de Jesús vivo.

La experiencia de Tomás no puede ser modelo. El evangelista elabora una perfecta narración de apariciones y a continuación nos dice que no es esa presencia externa la que debe llevarnos a la fe. La demostración de que Jesús está vivo, tiene que ser el amor manifestado. La advertencia es para los de entonces y para todos nosotros. El mensaje queda abierto al futuro. Muchos seguirán creyendo aunque no lo vean.

El mensaje para nosotros hoy es claro: Sin una experiencia personal, llevada a cabo en el seno de la comunidad, es imposible acceder a la nueva Vida que Jesús anunció antes de morir y ahora está comunicando. Se trata del paso del Jesús aprendido al Jesús experimentado. Sin ese cambio no hay posibilidad de entrar en la dinámica de la resurrección. Que Jesús siga vivo no significa nada si yo no vivo su misma Vida.

Meditación

Mi principal tarea es descubrir esa Vida que Dios ya me ha dado.
No en confiar en que un día tendré lo que ahora no tengo.
Para confiar en lo que ya tengo,
primero hay que descubrirlo, aceptarlo y vivirlo.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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La Iglesia es mujer.

Domingo, 11 de abril de 2021
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mujer-iglesiaNuestra sociedad es masculina, y hasta que no entre en ella la mujer no será humana (Henrik Ibsen)

Domingo II de Pascua

Jn 20, 19-31

-A los ocho días estaban de nuevo dentro los discípulos y Tomás con ellos. Vino Jesús a puertas cerradas, se colocó en medio y les dijo: Paz con vosotros.
Después dice a Tomás: Mete aquí el dedo y mira mis manos: trae la mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, antes cree.

Los apóstoles se muestran unos cobardicas -su jefe de filas, el primero- aquellos días memorables de la Pascua judía. Y razones humanas tenían para ello. En el fondo les pesa el miedo atávico a un Dios tirano, que con la expulsión del Paraíso les prohibe la paz y la felicidad a que por su propia naturaleza el hombre aspira.

La fidelidad y valentía la muestra María Magdalena. Unge con aromas, lágrimas y besos los pies de su maestro. Se queda la última en el Gólgota y es la primera en acudir a ungirle el cuerpo. Advierte a Pedro de su desaparición, de verle resucitado y decirle en hebreo temblando de emoción: ¡Rabbuni! Quizás por eso confió Jesús en ella encomendádole que anunciara a los apóstoles la buena nueva de estos hechos. Ya lo adelantó Solón, uno de los Siete Sabios de Grecia, “Los dioses han hecho dos cosas perfectas: la mujer y la rosa”.

El hombre se retira de la escena avergonzado en su innoble papel de calzonazos. La mujer le salva de la quema al asumir con valentía el papel de redentora que la Iglesia, nunca hasta ahora, ha querido adjudicarle. El Papa Francisco ha manifestado en más de una ocasión estar “convencido de la urgencia de ofrecer epacios a la mujer en la vida de la Iglesia”. Porque “la Iglesia es mujeres ‘la‘, no ‘el‘ Iglesia”. Dimensión femenina que él dice gustarle describir como seno acogedor que genera y regenera la vida”.

La directora de cine Margarethe von Trotta filmó en 2009 la película Sor Hildegarda von Bingen, benedictina del siglo XII. El Virrey dice de su Arzobispo que “se niega a sentarse a la mesa con una mujer, incluso con la mía”. Y ella le apostrofa en otro momento: ¿Qué revelación particular habéis tenido, ilustrísima, que os autorice a excluir a las mujeres del conocimiento? Ninguna autoridad desmedida le arredra. En la clausura del curso de solfeo, dice a sus alumnas: Yo quisiera que recordarais siempre que Dios no os puso en vano la percepción, la curiosidad… Que nada de eso es el coto de los hombres. La inteligencia no tiene sexo.  Y si alguien lo dice –muchos lo dicen- mienten. Tampoco es privilegio de los hombres la libertad de indagar los secretos del universo.

Fue líder del monacato alemán, abadesa, mística, médico, escritora y compositora. Juan Pablo II se refirió a ella como profetisa y santa. Y el 7 de octubre de 2012, Benedicto XVI le otorgó el título de Doctora de la Iglesia Universal en la misa de apertura del Sínodo de los obispos en la Basílica de San Pedro.

Ahora como entonces el Resucitado está entre los suyos, según nos revela la liturgia del día. Jesús vence el miedo, la cobardía y la incredulidad de sus apóstoles e insufla luz y vida en las primeras comunidades cristianas. “Entre ellos“, nos refiere el Libro de los Hechos (4, 34-35) “no había indigentes, pues los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el precio de la venta y lo depositaban a los pies de los apóstoles”.

Así llega la paz y la armonía, frutos naturales del árbol femenino, seno acogedor que genera y regenera la vida. Cuando nos alejamos de Jesús las perdemos y cuando con él estamos las tenemos.

LA PAZ, CONMIGO SEA

Derribar quiero los muros de la noche
que atropellan mis pacíficos sueños.

Quiero un dormir sereno,
reposando mi cabeza feliz
¡oh Dios¡ sobre la almohada de Tu pecho.

-“Venid a mí, dijiste,
los que sufriendo
queréis buscar en Mí,
la paz que prometí en mi Evangelio”.

¿Lo ves, Jesús?

Yo vengo y voy, y voy y vengo.
Cuando me voy de Ti, la pierdo,
cuando vengo la tengo.

(SOLILOQUIOS, Ediciones Feadulta)

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Domingo de la divina misericordia.

Domingo, 11 de abril de 2021
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2º Domingo de Pascua. (11-4-2021)

Jn 20, 19-31

Pascua es el triunfo de la Vida definitiva sobre la muerte del cuerpo y la vida perecedera. Eso fue la resurrección de Jesús y es también la nuestra. Y este 2º Domingo de Pascua es el domingo de la Divina Misericordia. La gran misericordia de Dios para con su creación es el don de la Vida (Su Vida) con la vida, en la tierra. Dos vidas en una. La Vida eterna y definitiva en la vida cotidiana y con fecha de caducidad. Ante este don inconmesurable hay que clamar con el Salmo 117 “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Porque es eterna su misericordia, exalta de gozo hoy nuestro corazón.

El Evangelio de hoy nos relata la incredulidad de Tomás ante la resurrección de Jesús. La semana anterior hemos asistido a los últimos días de la vida en la tierra de Jesús. Jesús ha sido crucificado, muerto y sepultado. A este Jesús crucificado sus discípulos, mediando el tiempo, lo experimentan como “el viviente”.  Jesús está vivo entre ellos. Lo saben. La muerte de Jesús los había dispersado. Habían vuelto a su vida cotidiana anterior. En el relato evangelio de hoy están de nuevo reunidos, en comunidad, “en el primer día de la semana”. El texto es de Juan y hay que entender su simbología. “Primer día” habla de una nueva creación, hombres nuevos. Los discípulos han “progresado adecuadamente”. Y Jesús, el resucitado, el que vive, está en medio de ellos. Así lo viven, lo experimentan ellos. Es él, el crucificado. No cabe duda (“les enseña las manos y el costado”). Las puertas están cerradas por miedo a los judíos. Poco después, los discípulos se llenan de alegría. Pasan del miedo inhibidor al estado eufórico de la alegría. Lo expresan directamente: ¡¡Hemos visto al Señor!! Así le contarán a Tomás lo sucedido. Se sienten enviados a continuar la misión de Jesús: evangelizar. Para la realización de esa tarea Jesús les había prometido su Espíritu. Aquí está la promesa cumplida. Todos, ahora, se siente pletóricos de Espíritu, hombres nuevos. Saben que son “barro soplado con el Espíritu”, otro Adam diferente. Jesús ha resucitado, está vivo; Ellos también.

Los discípulos están reunidos para hacer memoria (recordar) y celebrar la última cena con el Señor. Están juntos para intercambiar recuerdos y vivencias compartidas. Y entre los recuerdos no olvidan la tarea encomendada: Dar a todo el mundo la buena noticia de que Dios es como un padre todoamor, compasivo y misericordioso. Se acuerdan de que la mejor imagen que Jesús les dibujó de Dios estaba en la Parábola del Padre Fuera de Serie del hijo pródigo. Los discípulos cuentan a Tomás, como resumen de todo lo sucedido, que “Hemos visto al Señor”.  Porque Tomás no estaba con ellos y se lo había perdido. Ellos “han visto” y Tomás necesita someter a prueba sensible lo que le dicen. “Si no veo las señales de los clavos en sus manos y no meto la mano en su costado…” ¡ Pobre Tomás, con esas comprobaciones físicas no llegas al ¡Señor mío y Dios mío!. Tienes que volver a estar con ellos, compartir recuerdos, misión y Espíritu para poder creer. Tu solo no, con la comunidad, es posible la fe compartida y apoyada. Para “ver” al Señor es necesaria la fe y en comunidad. A los ocho días, todos juntos y Tomás con ellos, en comunidad, pudieron decir al unísono “Señor mío y Dios mío”. Todos juntos confesaron que Jesús es la persona interpuesta entre Dios y los hombres y que se sentían con la misión de ser mediadores (“personas interpuestas”) entre Jesús y los hombres. Hacia dentro de la comunidad y hacia afuera, hacia la humanidad entera.

Al hilo del texto evangélico que acabo de presentar y del salmo 117 que hoy le acompaña, mi reflexión continúa con el papel de las “personas interpuestas”. Dios es misericordioso con su creación a través de las circunstancias y acontecimientos históricos, pero sobre todo a través de las personas. Son las “Personas interpuestas” que Dios necesita para expresar su misericordia con los hombres. Así lo diseñó desde toda la eternidad. A todos nos incluyó en su proyecto de humanización evolutiva de los seres humanos. A todos nos dio la posibilidad y responsabilidad de ser el medio y la ocasión para que tus próximos descubran la misericordia que Dios tiene para con ellos. Eres “la persona interpuesta” entre Dios y los hombres. Como Jesús, que fue la primera persona interpuesta entre Dios y la humanidad.

A su vez, los otros son los mediadores de la misericordia de Dios para contigo, como lo eres tú -de la misericordia de Dios- con tus vecinos. Somos los eslabones de la cadena que nos une a todos con Dios y entre nosotros. Así entiendo yo la Comunión de los santos y la construcción del Reinado de Dios en la tierra. Así entiendo qué es evangelizar hoy: manifestar, con mi vida y mi palabra, que Dios es amor, es padre generoso, excesivo. Nos ha creado por amor y que quiere ante todo que seamos felices. Que pone de su parte todo lo que necesitamos para serlo. Que nos da a Jesús y el Espíritu como modelo, luz y fortaleza. Y que quiere que entre nosotros reine el amor, la fraternidad y solidaridad.

Para mi Jesús es modelo e ideal de “Persona interpuesta”. Me encanta serlo yo también. Me encanta ser medio, ocasión y oportunidad para que mis hermanos descubran la presencia de Dios en su vida. Me encanta acompañarlos en este descubrimiento. Me encanta ser partera (Sócrates) de Dios para mis hermanos. Ayudarlos a descubrir la Buena noticia de que Dios existe para servir al hombre. Para apoyarle en sus proyectos, para fortalecerle en sus esperanzas y fracasos. Que con Dios todo va mejor. Quiero que experimente que es verdad aquello de que Él está en nosotros para que tengamos Vida en abundancia. Que Él es nuestra plenificación humana, y por tanto divina. Me encanta verlos crecer en su desarrollo como personas, ver que son más felices y más servidores de sus hermanos.

Si te vives como “persona interpuesta” enseguida descubres que lo que tú haces es muy poco, casi nada, en comparación con lo que ves hacer a/en las personas a las que has acompañado en sus descubrimientos. No sales de tu asombro. Efectivamente te has comportado como siervo inútil. Has hecho solo lo que tenías que hacer. Que tú has sembrado con tu vida, con tu testimonio y que la cosecha es de los otros y del Otro. La semilla ha germinado mientras dormíamos. ¡Qué misterio! La Vida lo hace todo.

África de la Cruz Tomé

 Fuente Fe Adulta

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¿Creer?

Domingo, 11 de abril de 2021
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Mente.14Domingo II de Pascua

11 abril 2021

Jn 20, 19-31

Los relatos de apariciones tienen por objeto alimentar y sostener la fe de los discípulos en la presencia de Jesús resucitado. Son, por tanto, construcciones catequéticas, adaptadas a cada comunidad, elaboradas con aquel objetivo. En ese sentido, constituyen textos fundacionales que habrían de marcar el recorrido de las comunidades.

 El hecho de que sean catequesis obliga a hacer una lectura de las mismas en clave simbólica. No tratan de narrar una crónica histórica, sino de transmitir un contenido de fe o creencias.

 Lo que ocurre es que, en nuestra cultura, las creencias no gozan de mucha credibilidad. Hemos aprendido que todas ellas son construcciones mentales y que tienden a absolutizarse con demasiada facilidad, con el peligro que ello comporta.

 A través de ellas, los humanos han tratado de alcanzar seguridad, aliviar sus miedos y fortalecer su sentido de pertenencia a un grupo. Cumplían, por tanto, una función psico-social de primer orden. Pero los riesgos no eran menores: separación, enfrentamiento, cerrazón, dogmatismo, fanatismo, proselitismo…

 Al reconocer que son solo constructos mentales, quedan automáticamente relativizadas. Dejamos de “poner la fe” en ellas y, como mucho, las entendemos como “mapas mentales” que apuntan a algo que trasciende la mente y que habremos de verificar en nuestra experiencia. Porque, si contienen verdad, necesariamente están hablando de todos nosotros. Y eso es precisamente lo que nos invitan a buscar: la verdad de lo que somos…, más allá de las ideas o creencias que tenemos. Con lo cual, no es extraño que a lo largo del camino veamos cómo van cayendo todas ellas. Y, al caer, nos queda una única certeza: la certeza de ser.

 Se produce entonces un fenómeno paradójico y sumamente ilustrativo: al caer las creencias, crece la libertad interior y la lucidez. Como si hubiera caído un corsé que nos constreñía y eso nos hubiera permitido iniciar un camino de autoindagación.

¿Qué valor doy a las creencias?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Amanecía el primer día de la nueva creación, se había hecho la luz, pero el grupo, aquella iglesia se encontraba al anochecer. Tal vez como muchos de nuestros eclesiásticos (?)

Domingo, 11 de abril de 2021
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paz-a-ustedesDel blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

El texto de hoy es realmente un tejido que forma un tapiz de hermosas evocaciones del hecho central de la historia de la humanidad: la Resurrección del Señor. Por otra parte, este relato concluye el camino de los discípulos hacia la fe en el Señor resucitado, que se puede concretar en la expresión de fe de Tomás: ¡Señor mío y Dios mío!

         Recorramos el texto con calma (aunque quizás sea excesivamente largo para una homilía):

  1. Aquel grupo (iglesia) se encuentra al atardecer-anochecer el primer día de la semana

         La Resurrección supone la nueva creación realizad por Cristo en su muerte y resurrección. Amanecía el primer día de la nueva creación, se había hecho la luz. Sin embargo aquel grupo, aquella iglesia se encontraba al anochecer, a oscuras, como en tinieblas (una de las antítesis de Juan: verdad / mentira, muerte / vida, luz /tinieblas).

         Hoy en día, ¿no estamos en una espesa noche cultural, humanista, religiosa? ¿No seguimos el consejo de Nietzsche que nos condenó a vivir errantes en una noche densa?

¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No sentimos el aliento del vacío? ¿No hace ya frío? ¿No anochece continuamente y se hace cada vez más oscuro?[1]

         En la misma pandemia ¿no estamos en una noche no ya científica, sino una noche de esperanza, en una falta de horizonte?

         No somos capaces de transmitir un poco de esperanza y de Vida.

         Ha amanecido la vida: resucitó el Señor, nuestra esperanza.

  1. Los discípulos estaban encerrados por miedo a los judíos.

         Aquellos primeros discípulos estaban encerrados con miedo a los judíos.

         Jesús “había fracasado” y sus seguidores se encierran, “se enquistan” por miedo.

         Muchos sectores de la iglesia, se encuentra encerrados en sí mismos por miedo a todo. El grupo de cardenales, de obispos, de laicos que se oponen al papa, viven encerrados y con miedo. ¿No será este el caso de nuestra propia diócesis de San Sebastián? ¿No vivimos en una noche doctrinal, en una cerrazón blindada a todo pensamiento, libertad y creatividad? ¿No se tiene miedo a la libertad y diversidad teológicas o -simplemente- miedo a la libertad de pensamiento? ¿No vivimos con miedo a las ideologías, no tenemos pavor a los logros de las ciencias? ¿no se tiene miedo a la sexualidad? ¿no condenamos “todo lo que se mueve” en nuestro derredor?

         El miedo bloquea, encierra, “confina para no contaminarse con lo que considera pandemia teológica, moral, etc.” y no tolera la más mínima apertura. El miedo toca a vísperas de fanatismos y fundamentalismos.

  1. Jesús se hace presente en la comunidad y les confiere paz y alegría

         Cuando JesuCristo no está en una comunidad ese grupo se encuentra “al anochecer, con las puertas cerradas y con miedo.”

         Pero cuando Jesús está presente en una comunidad, en una iglesia, en una parroquia o diócesis, hay paz, alegría y ánimo-espíritu: Paz a vosotros… y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Recibid Espíritu

Una iglesia que genera miedo, pánico, escrúpulos, culpabilidades, miedos, tristezas, no es la iglesia de Jesús

Mirémonos nosotros personal y eclesialmente si vivimos en paz, con alegría e ilusión.

¿Y si en vez de cuidar el “orden público”, la precisión ritualista, la exactitud dogmática y la “disciplina de partido”, cuidáramos la paz de nuestras gentes, la alegría o cuando menos la serenidad y la ilusión, el ánimo de nuestros curas, laicos y creyentes?

En el evangelio de hoy podemos apreciar que lo esencial en la Iglesia es la presencia de Cristo en medio de la comunidad. Lo central no es el Derecho Canónico, ni el catecismo, ni el báculo. Quien es el fundamento de nuestra vida es Cristo: él nos infunde paz y serenidad.

  1. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo.

         Una iglesia encerrada en sí misma, se dedica “a sus cosas”, a sus liturgias y sus estructuras, a conservar como en formol la doctrina, el dogma, los ritos.

         Una iglesia en la que está Cristo, vive abierta a la misión; o en palabras del papa Francisco, es una iglesia que sale a las “periferias”, sale afuera, hacia el diálogo con otras gentes, hacia los más pobres, busca el diálogo con las ideologías, desea la relación y comunicación con las diversas tradiciones cristianas (ecumenismo), con otras religiones.

         La iglesia huele a alcanfor y formol y tenemos miedo a pillar una neumonía con el aire fresco del Evangelio.

  1. Tomás no estaba con ellos.

Tomás probablemente había terminado decepcionado de Jesús y del grupo, por eso se había marchado y no estaba en el grupo. Por eso no cree, posiblemente andaba despistado (fuera de pista), descentrado.

         Como nosotros. Nuestras iglesias están medio vacías. ¡Cuánta gente no se ha marchado de la iglesia!

¿Cómo nos va o nos ha ido la vida “al margen” de la comunidad, en las rupturas familiares, en las disensiones eclesiásticas, ideológico-políticas?

         Los seres humanos somos comunitarios, sociales. Nos nacen nuestros padres, vivimos en familia, recibimos la cultura de nuestro pueblo (además de otros elementos universales), la fe la vivimos en comunidad eclesial, en la parroquia, en la vida comunitaria, los idiomas son comunitarios, lo mismo que los valores, etc.

         Las fugas y marginaciones son problemáticas, difíciles. Cuando uno marcha o rompe con su familia, se crea una situación difícil para todos; cuando se ha de salir del propio pueblo-cultura por razones de trabajo (migraciones), de exilio (situaciones políticas), etc. no son cosas sencillas. Lo mismo en la vida eclesial: cuando se producen rupturas, separaciones, etc., la cosa es problemática.

         ¿A qué viene esto?

Fuera del grupo uno vive dislocado, hace frío, se está mal.

En estos momentos eclesiásticos habremos de procurar vivir una eclesiología no de continua disputa o una eclesiología de “vencedores y vencidos”; no sería lo más mínimo humano ni cristiano. Sería, es muy triste.

  1. Tomás vuelve al grupo.

         A los ocho días Tomás se reincorpora al grupo. Son “Los otros discípulos” los que le comunican: hemos visto al Señor.

         La educación, la fe, la cultura nos la transmiten siempre “los otros”, la familia, el pueblo, la iglesia. Es muy difícil vivir siempre sólo y al margen de alguna comunidad humana y de la comunidad cristiana. No se puede ser “cristiano por libre”, como no se puede ser familia por libre o no se pertenece a un pueblo por libre, sino con un cierto sentido comunitario.

         Somos seres comunitarios. Esta pandemia que estamos viviendo nos está aislando, confinando por fuerza mayor (sanitaria). Pero es difícil vivir aislado, porque somos seres comunitarios.

Y es que vivir en comunidad es algo tan natural y espontáneo como difícil y en ocasiones, duro. La vida matrimonial y familiar es muy problemática en determinadas situaciones, lo mismo que la vida socio-política, y eclesiástica. Pero no es menos cierto que somos socio-comunitarios.[2]

  1. Jesús se acerca a Tomás, al ser humano, con sus “heridas curadas”. Sus heridas (llagas) nos han curado (1Pedro 2,25)

Jesús no reprocha nada a Tomás, se acerca a su frustración y angustia, como se acerca a todo ser humano: a los dos de Emaús, a la hemorroísa, la samaritana, al ciego, leprosos, epilépticos, etc.

Jesús le muestra a Tomás sus “heridas sanadas”. Las heridas son el recuerdo de la redención y estamos sanados por sus heridas. Sus heridas nos han curado, (1Pedro 2,25).

         La herida de Tomás, como las viejas cuestiones familiares, las polémicas eclesiásticas, enfrentamientos políticos, etc., no estaban sanadas todavía.

         La herida está curada cuando ya no rezuma amargura y rencor y es fuente de luz y de paz.

Perdonar no es olvidar, sino que perdonar es recordar de otra manera. No perdamos la memoria. Sería una de las mayores violencias que podríamos cometer. Lo que nos constituye en personas es lo que decidimos olvidar y lo que decidimos recordar y el modo como decidimos recordarlo. No ser capaces de recordar es no saber quiénes somos. Pero no recordemos violenta y rencorosamente.[3]

         Las heridas de Cristo han sanado y nos han sanado desde el amor. No es sano –ni sabio- que las heridas, las viejas heridas históricas continúen hurgando nuestra existencia. Las heridas, las llagas pueden también hablar de reconciliación. Perdonar es recordar “lo que pasó”, pero desde el amor. Es más humanizador el amor que el odio.[4] La verdadera sanación no es pretender volver atrás, a “paraísos originales” perdidos definitivamente. Pedro amará al Señor siempre desde su pecado, sus negaciones, lo mismo que los demás discípulos y que nosotros.

         En el momento de nuestro pueblo (y de nuestra iglesia), estas cosas adquieren una relevancia política especial: la pacificación, el respeto, el pluralismo, el perdón, son valores decisivos.

         La iglesia prestaría un gran servicio político y evangélico a nuestro pueblo y a nuestras comunidades si nos acercásemos a nuestra memoria con la amabilidad de la paz, reconciliación y perdón, que es lo que creemos.

  1. Tomás llega a creer en Cristo: Señor mío y Dios mío

         Podríamos decir que este relato termina con la fe en Cristo de Tomás y del grupo.

         Creemos en Cristo que sana nuestra existencia y esa fe en Cristo nos sana y ayuda a vivir en paz, alegría, la ilusión (espíritu), la esperanza y la misericordia.

Señor mío y Dios mío

[1] F. Nietzsche, La ciencia gaya, n 125.

[2] En la vida eclesial se baraja con excesiva frivolidad y simplismo las ideas de comunión y obediencia, sin tener en cuenta otras dimensiones como son el pluralismo, la diversidad, las tradiciones varias, los estilos eclesiales y carismas, la armonía, que no van, ni mucho menos contra la vida comunitaria.

[3] Los jesuitas celebran el lunes de Pentecostés la fiesta de “la herida de San Ignacio en el sitio de Pamplona”. El de Loiola podía haber terminado siendo un cojo amargado para el resto de su vida, pero terminó siendo una gran persona y santo. La herida le sanó.

[4] Hay por ahí un refrán que dice: si quieres tener placer, véngate. Si quieres ser feliz, perdona.

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“Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”

Domingo, 24 de enero de 2021
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 Jesús les dijo:

 “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios:
convertíos y creed en el Evangelio
.”

 “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.”

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron…

y se marcharon con él.

*

Marcos 1, 14-20

***

Aprendiendo a ser discípulo

Paseando por la orilla del lago,
o recorriendo pueblos y ciudades,
o adentrándote en el silencio del desierto,
o deteniéndote en las plazas públicas,
o contemplando las muchedumbres derrengadas,
o invitándote a comer en nuestra casa,
o haciéndote presente en las sendas y encrucijadas
que frecuentamos, y en las que nos perdemos…
nos ves tan atrapados
en las redes del ayer y del presente
-en el trabajo, en la familia,
en el ocio o en el negocio,
en el paro o en el confort,

en los viajes y en las soledades,
en internet y facebook,
en los msn, twitter y skype,
en las drogas con nombre o sin él,
en las migajas de placer….

Pero Tú nos invitas y llamas a seguirte,
dejando lo que nos ata libremente,
y ofreciéndonos un nuevo horizonte
si creemos y acogemos el reino que traes.

Y nosotros te escuchamos,
y dejando todas las redes,
nos convertimos
y nos vamos contigo,
y gustamos tu buena noticia al instante.

Mas al poco tiempo,
como casi siempre,
viene la crisis,
se nos nubla el horizonte,
nos hacemos reticentes
y nos olvidamos de que nos enamoraste.

Pero Tú, que eres fiel,
vuelves a llamarnos por nuestro nombre
y a susurrarnos tus quereres
invitándonos a ser tus seguidores
para que vivamos felices.

*

Florentino Ulibarri

***

 

Ser cristiano significa prestar atención al kairós, a este «momento especial» de la manifestación de Dios en nuestro aquí y ahora. En él se desarrolla la dimensión auténticamente profética de toda vida cristiana, en la atención […] a todos los signos de la presencia del Reino en nuestra historia. Acoger el Reino de Dios implica una conducta: «Convertíos», precepto urgente, «el tiempo se acaba» (1 Cor 7,29), que acompaña al don del Reino y engendra una nueva actitud respecto a Dios y respecto a los hermanos. Jonás recibió la misión de llamar a la conversión a Nínive, la capital del imperio enemigo de Israel. El profeta, un judío amante de su patria, se niega a realizar esta tarea, pero al final acepta la voluntad de perdón del Señor, que carece de límites raciales o religiosos. El Reino es gracia, aunque para nosotros es también un deber.

Los primeros discípulos escucharon la «Buena Noticia» y fueron llamados a asociarse a la misión de Jesús (Mc 1,16-20). El Evangelio marcó profundamente sus vidas. Así debe marcar también la nuestra.

*

Gustavo Gutiérrez,
Condividere la Parola, Brescia 1996, pp. 170ss

***

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La belleza del poliedro. (El Adviento como tiempo propicio para la cultura del encuentro)

Lunes, 30 de noviembre de 2020
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adviento¡Cómo estamos echando en falta en este tiempo de pandemia los encuentros con la familia, las amistades, los mismos hermanos! Nada los suple: ni el móvil, ni los emails, ni los guasaps, ni las videollamadas. Nada es como verse la cara, estrechar las manos, sentir el calor del abrazo y la caricia reconfortante. Nada suple al placer enorme de estar con otro en alegría y comunicación. Por eso, se nos hace angustiante no saber hasta cuándo va a durar esto, cuándo va a llegar el tiempo de los encuentros normales, aquellos sin los que el corazón no sabe vivir.

Lo sabemos: los encuentros son la mejor medicina contra la tristeza, el autodesprecio, los sentimientos de culpa, la falta de fuerza de voluntad. El encuentro despeja la mente, borra de los ojos la niebla que se pega con la soledad, devuelve el gozo de sentirse vivo palpando la vida de los otros. El aislamiento y el desencuentro son enfermedades graves porque roen el alma hasta dejarla vacía.

Podríamos entender y vivir el tiempo de Adviento como un tiempo propicio para incentivar y cultivar el encuentro. Adviento es tiempo de anhelos, de sueños compartidos, de otear el horizonte, de suspirar por lo que se busca, de preguntar con calidez por la presencia de quien se ama. Así se prepara la Navidad que es el tiempo del gran encuentro de un Dios que hambrea encontrarse con quien ama y que ha puesto carne a ese encuentro en la persona del Hermano Jesús, el que nació de María. Una vivencia explícita de la espiritualidad del Adviento como tiempo para el encuentro puede entreabrirnos las puertas de ese misterioso volcarse de Dios al camino humano.

Como luego diremos, el Papa Francisco desarrolla ampliamente en su encíclica Fratelli tutti la espiritualidad del encuentro. Y dice que la cultura del encuentro es como un poliedro de muchos lados: «El poliedro representa una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente, aunque esto implique discusiones y prevenciones. Porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (215).

Descubrir una vez más la belleza de este poliedro que es la vida en encuentro, en comunidad, en sociedad, puede ser una hermosa manera de vivir el Adviento 2020 y una forma explícita de apuntar bien al misterio de la Navidad. Que no pase en vano el kairós de este momento.

La razón poética

«La amistad herida por la decepción

es una arquitectura rota para siempre.

Podemos reconstruir catedrales,

podemos reconstruir palacios,

pero no hay andamios suficientes

para elevar de nuevo el edificio invisible

que dos amigos construyeron con lo mejor de sí mismos».

(R. Argullol, Poema, 1020)

Llama la atención este breve poema por su verdad: quien ha experimentado la decepción respecto a una persona amiga se le ha hecho trizas el edificio de su amistad y ha comprobado muchas veces que no tenía sentido reconstruirlo con los materiales del derribo. Es, quizá, una de las más amargas experiencias de la vida. Y no fácil de sobrellevar porque, a la vez que se comprueba esta destrucción, no puede dejarse de amar a aquella persona que fue un día su amor, aunque ahora no lo sea.

Pero, a la vez, hay resortes en las personas que las hacen capaces de imaginar la posibilidad de un nuevo encuentro tras el ineludible desencuentro. Si esto fuera posible, el nuevo encuentro no podrá basarse en el modo del anterior (el deslumbre del amor), sino que tendrá que tener un nuevo cimiento: la verdad compartida, la pobreza común, la pena acompañada, la tristeza ofrecida. Es otro cimiento, más humilde, pero no menos sólido. Otro edificio, el del encuentro verdadero, se pondrá en pie.

1. La luz de la Palabra: Lc 19,1-10

«Entró en Jericó y empezó a atravesar la ciudad. En esto, un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores y además rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Entonces se adelantó corriendo y, para verlo, se subió a una higuera, porque iba a pasar por allí. Al llegar a aquel sitio, levantó Jesús la vista y le dijo: – Zaqueo, baja en seguida, que hoy tengo que alojarme en tu casa. Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver aquello, se pusieron todos a criticarlo diciendo: -¡Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador! Zaqueo se puso en pie y dirigiéndose al Señor le dijo: – La mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres, y si a alguien he extorsionado dinero, se lo restituiré cuatro veces. Jesús le contestó: – Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también él es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar lo que estaba perdido y a salvarlo.».

· Leyendo los evangelios, uno cae inmediatamente en la cuenta de que Jesús fue un hombre de encuentros, no un solitario eremita que rehúye el trato con los otros. Necesitaba estos encuentros para hacer visible que el encuentro con el Dios de la compasión era posible. Los necesitaba también para dejar claro que la persona está destinada al encuentro como mayor fuente de dicha, objetivo final del reino Por eso, las páginas evangélicas están plagadas de encuentros, uno de ellos el que tuvo con Zaqueo.

· La problemática del encuentro con Zaqueo pivota sobre el problema del “alojarse”, ya que entrar a casa de un pecador es tener parte en su condición, hacerse cómplice de sus mismos delitos, contraer la misma impureza en la que se mueve tal sujeto. Por eso, uno que entra en casa de un pecador o es uno como él y por eso no tiene inconveniente en entrar o es un ingenuo, con lo que su reputación quedaría igualmente dañada. Jesús entra sabiendo que es un pecador pero pasando por alto su condición de recaudador. Él sabe saltar el muro de lo inmoral para dar con el núcleo de la dignidad.

· El verbo empleado para alojarse es katalyô (eisêlthe katalysai), algo impropio para este caso pero muy plástico. Viene a significar descansar, o hacer un alto en el camino. Propiamente es “desenganchar las bestias de tiro”. Es decir, cuando el viajero llega a un albergue (katalyma) avía las bestias en la cuadra y, una vez arregladas, sube al cuarto de huéspedes para cenar con tranquilidad. Es decir, Jesús se sienta ante Zaqueo como quien ya tiene todo arreglado, como quien tiene todo el tiempo del mundo para el encuentro, como quien se apresta a un diálogo largo y tranquilo. Jesús refleja así una realidad profunda: Dios se encuentra con la persona (aunque sea pecadora) con tranquilidad, sin prisas, con deleite incluso, como quien encuentra placer en la conversación. Un Dios de encuentros reconfortantes, ese es el Dios de Jesús.

· Puede haber aún otro matiz: katalyô puede significar soltar (lyô). El huésped que sube a cenar se “suelta” el ceñidor para estar más cómodo y hablar con mayor tranquilidad y disfrute. “se ha soltado el ceñidor en casa de un pecador…se ha puesto cómodo en casa de un pecador”, algo de eso, del mismo modo que muchas personas, en el intimidad, a la hora de la noche, se ponen cómodas vistiendo ya el pijama con el que van a ir a dormir. Jesús quiere reflejar el tipo de encuentro que la persona puede tener con Dios: un encuentro en la intimidad donde uno se siente cómodo, gozoso, dispuesto al diálogo, abierto a la novedad de la conversación.

· Son muchas las posibilidades de lectura de un relato. Este de Zaqueo ha sido leído tradicionalmente desde la perspectiva de la conversión, pero podría ser leído también desde la perspectiva del encuentro desvelando así la honda espiritualidad del encuentro de la persona con Dios. Desde ahí podría hacer parte del ánimo para el cultivo de la espiritualidad y la cultura del encuentro.

2. La cultura del encuentro en Fratelli tutti

Convencido el Papa a la altura de su existencia de que la vida es un tiempo de encuentro (66.215) y de que uno se realiza transcendiéndose en el encuentro con los otros (87.111) acuña el documento la expresión “cultura del encuentro” que se opone a la “cultura del enfrentamiento”, único camino para devolver la esperanza a la sociedad (32) superando el miedo que bloquea tal encuentro (41) y abriéndose a la escucha (48). Porque la cultura del encuentro «exige colocar en el centro de toda acción política, social y económica, a la persona humana, su altísima dignidad, y el respeto por el bien común» (232), el Papa está convencido de que «un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales» (59). La misma política, dirá luego, es cuestión de encuentros (165.190). Por todo esto llega a decir que «hablar de “cultura del encuentro” significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» con sus diferencias (216-217). De ahí que el documento se anime a proponer «un encuentro social real pone en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219).

Como herramientas necesarias para el logro de esta cultura del encuentro, propone el Papa, en primer lugar, los trabajos por un gran pacto social que ponga «en verdadero diálogo las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población» (219). Ese pacto social ha de incluir, a su vez, un pacto cultural «que respete y asuma las diversas cosmovisiones, culturas o estilos de vida que coexisten en la sociedad» (219). En segundo lugar se necesita emplear exhaustivamente la herramienta del diálogo, paciente y confiado (134). Se necesita una educación para el diálogo (103) para que pueda ser una realidad el diálogo con los diferentes (148). La certeza del valor imprescindible del diálogo se asienta en la certeza de que «un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia» (203). Por eso el diálogo es imprescindible en la tarea política (196). El documento dedica casi un capítulo, el sexto, al diálogo que construye el amor social porque «el auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos» (203.219.262).

Otro elemento necesario para una saludable arquitectura social de encuentro es el de generar procesos de inclusión que tengan a raya la amenaza de la cultura del descarte (188). El Papa tiene una perspectiva clara: «La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos» (69). De ahí que el documento recuerda a la cultura moderna, tan orgullosa de sus logros, que «al crecimiento de las innovaciones científicas y tecnológicas tendría que corresponder también una equidad y una inclusión social cada vez mayores» (31).

Más que en el apartado de la política, quizá haya que situar aquí un tema al que el documento dedica varios números: la memoria que aleja a la venganza. El olvido es inaceptable por lo que se precisa mantener viva la memoria (246). Nunca se avanza sin memoria (249). Pero ni la venganza ni la impunidad resuelven nada (251-252). El perdón resulta así elemento insustituible de la arquitectura de la paz para no caer en una paz aparente (236). Para el Papa la clave es tener controlada la sed de venganza (241-242.251) a la que opondría el arma de la bondad (243) manteniendo la fe de que en los procesos sociales la unidad es superior al conflicto (245).

3. Claves para el encuentro

– Acercarse: no ver al otro o al problema del otro como desde lejos. Intentar acercarse, informarse, preguntar, hacer una idea antes de emitir un juicio. Se trata de mirar con humanidad lo que nos rodea.

– Acoger: lo que significa intentar dejar de lado prejuicios, estereotipos, ideas preconcebidas. Poner en cuarentena experiencias negativas y apoyarse en las que hayan salido mejor.

– Escuchar: antes de hablar, dejar que el otro hable. Escuchar implicativamente, como quien tiene interés en lo que escucha, no como quien oye llover. Tratar de escuchar sin que lo que escucha levante oleadas de indignación interior. Intentar mantener la calma ante lo que se oye y no se está de acuerdo.

– Ofrecer: hacer ofrenda de algo de uno mismo hacia el otro. Creer que sin ofrenda no es fácil encontrar vías comunes de convivencia. Ofrendar no quiere decir renunciar a lo que uno vive y siente; es poner un poco de lo tuyo en la “cesta” del otro.

– Creer: no quizá en el otro, porque eso cuesta mucho aunque esa “fe” es la verdadera esencia del encuentro. Pensar, al menos, que, aun estando en posiciones distintas, se puede tener una parte, siquiera pequeña, en común. Que se pueden encontrar lugares comunes de participación y tramos de camino compartidos.

– Salvarse: nos salvamos todos o no se salva nadie, dice el papa Francisco (FT 137). No ceder al “sálvese quien pueda” del individualismo y de quien se cree más fuerte. Desear el encuentro común que “salve” a todos, sobre todo a quien tiene menos posibilidad de participar en una salvación humanizadora.

4. Itinerario para el tiempo de Adviento:

· Semana 1ª (29 nov.6 dic.): fomentar los encuentros cercanos (comunidad, grupo de fe, parroquia, etc.). Tratar de ser mediación explícita de encuentro.

· Semana 2ª: (7-13 dic.): pensar cómo vamos a ser personas de encuentro con los cristianos que no piensan como nosotros, que no tienen la misma sensibilidad. Qué es lo importante y qué es lo relativo.

· Semana 3ª (14-20 dic.): pensar si puedo participar en algún encuentro ciudadano que me hable de mi ser pueblo con otros.

· Semana 4ª: (21-24 dic.): ver si puedo encontrarme con los lejanos, quienes cruzan el Mediterráneo. Mirar la página de Open Arms y sentirse interpelado.

 

Que el Adviento 2020 pueda ser un tiempo hermoso para vivir en el poliedro de la realidad y abrir caminos más anchos al encuentro de corazones, de caminos y de proyectos. Que la humanidad sea, por Jesús encarnado, un hogar para toda persona y la creación un casa común para toda creatura. Que nos encontremos con el Dios del encentro y con toda creatura en el encontradizo Jesús que anda por los caminos.

Fidel Aizpurúa

Fuente Fe Adulta:

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“La felicidad de Jesús”. Fiesta de Todos los Santos – A (Mateo 5,1-12)

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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31-852867No es difícil dibujar el perfil de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su pueblo ¿Qué más se podía pedir?

Ciertamente no era este el ideal que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.

En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su vida giraba más bien en torno a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.

No buscaba su propio interés. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y radicales, para hacer un mundo más digno y dichoso.

Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados.

Desde la fe en ese Dios rompía los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «Felices los justos y piadosos, porque recibirán el premio de Dios». No decía: «Felices los ricos y poderosos, porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para todos: «Felices los pobres, porque Dios será su felicidad».

La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica interesada de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” 01 de Noviembre de 2020. Todos los Santos

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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58-TodoslossantosALeído en Koinonia:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

 

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que no se redujera a lo que hemos solido llamar “mundo católico”, sino a un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, refiriéndonos al todo), o sea, «universal».

¿No querríamos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, en esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de esa Iglesia, en su libro «Santoral Romano»? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos» que están delante de Dios… o tal vez serán sólo una insignificante minoría de entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas tanto como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», o sea, los ateos santos, que, haberlos los ha habido, y los sigue habiendo.

Una fiesta pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: el de la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y el del «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan –sin pensarlo demasiado, desde luego– en «un Dios muy católico». Para algunos, Dios mismo sería en realidad «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto muy natural, pero hace apenas 50 años –los que hace que se celebró el Concilio– que estamos pensando de esta manera. En las vísperas del Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía con la mentalidad común del ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64).

Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos; no quedarían incluidos hoy en esta fiesta, porque los santos serían sólo cristianos, ¡y católicos!

Este cambio de perspectiva es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque cada pueblo-raza-nación era considerado que tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los de su propia religión, sino a todos los pueblos, lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», no es de una religión, de una raza o tribu… no es «religiosamente tribal». Tampoco exige rituales de ninguna religión, sino la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la «santidad universal», válida para todos los humanos, una santidad «supra-religional», llana y simplemente humana. En y con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida y el amor según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero, que lo admiraba mucho por cierto; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí, el místico sufí murciano universal; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!» –sus principales libros están disponibles en la red–)… La manera más efectiva de cambiar nuestra vieja mentalidad «tribal», que tanto nos ha afectado tradicionalmente en la concepción de la santidad, es practicarla, conversarla, manifestarla, compartirla fraternamente…

Dentro ya de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos, como la mejor referencia, el capítulo Vº de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se reconocía que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, de quienes se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares como que se les consideraba de alguna manera dispensados de preocuparse demasiado de la santidad… Leer más…

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Todos los santos, todos los difuntos. La esperanza de resurrección según Pablo

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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60099A3D-8ADC-4C1E-9BC0-586CA8BF1DCDDel Blog de  Xabier Pikaza:

Desde que mantengo este blog (año 2007) he venido ofreciendo año tras año algunas reflexiones sobre el día de Todos los Santos y el de Todos los Difuntos. Hoy vinculo ambos día presentando la esperanza más antigua de la Iglesia, tal como ha sido expresada en las cartas de san Pablo (1 y 2 Tes y 1 Cor).

Ésa es la esperanza que ha movido al cristianismo y lo sigue moviendo hasta el día de hoy. Jesús ha comenzado una obra de vida que culminará en su “parusía”, es decir, en la revelación de su vida, en el triunfo del amor sobre la muerte. El texto que sigue está tomado básicamente de mi libro “La Palabra se hizo carne. Curso de teología bíblica”

Pablo: para esperar a su Hijo (1 Tes 4 y 1 Cor 15)

  En el lugar donde Jesús anunciaba y preparaba la llegada del Reino (y quizá del Hijo del Hombre, cf. cap. 14), ha proclamado Pablo la venida y presencia de Jesús como “Señor que descenderá del cielo…” (1 Tes 4, 15-17), y lo hará muy pronto, antes que acabe esta generación. No vendrá en Jerusalén para ofrecer allí su reino a los judíos, sino “en las nubes del cielo”, para instaurar su salvación sobre el mundo entero. En un sentido cronológico, Pablo se equivocó, pues Jesús no vino externamente. Pero su mensaje, las consecuencias que dedujo de su visión del Cristo pascual, con la forma en que creó comunidades mesiánicas siguen siendo fundamentales en la vida de la Iglesia (cf. lo ya dicho en cap. 18, donde he tratado en conjunto de Pablo).

1 Tes 4. Parusía inminente, itinerario escatológico.

Pablo no escribió ningún libro sobre el final de este mundo como hará el autor del Apocalipsis (cf. Ap 5, 1), ni trazó un esquema con el desarrollo de las cosas que debían suceder al fin de los tiempos, pues ese desarrollo había sido trazado ya por la apocalíptica judía, especialmente por Daniel (cf. también Mc 13 par), de manera los fieles conocían los momentos principales del drama del fin de los tiempos. Pablo ha destacado en ese contexto dos cosas: (a) Que Jesús resucitado es Hijo de Dios y contenido de la esperanza apocalíptica. (b) Que Dios le ha llamado a él (a Pablo) para anunciar y preparar el cumplimiento de esa esperanza a los gentiles (cf. Gal 1, 16; 1 Tes 1, 9-10).

Éste ha sido el mensaje de Pablo en Tesalónica: Los convertidos del paganismo deben abandonar los ídolos y servir al Dios vivo verdadero (de Israel), para esperar a su Hijo Jesús, que ha resucitado ya y que ha de venir pronto para liberarnos de la ira venidera. Pero Pablo se fue, algunos cristianos murieron y Jesucristo no venía. Por eso le preguntan y Pablo les responde por carta (hacia el año 50 d.C.), en el primer documento conservado del NT, diciéndoles “lo referente a los que han muerto”:

  Dios tomará también consigo a los que han muerto en Jesús. Pues esto os decimos, como palabra del Señor: que nosotros, los vivientes, los que permanezcamos hasta la venida del Señor no llevaremos ventaja a los que han muerto. Porque cuando se suene la orden, a la voz del arcángel y a la trompeta de Dios, el mismo Señor, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero; después, nosotros, los vivientes, los que permanezcamos, eremos arrebatados en las nubes, al encuentro del Señor en el aire, y de esa manera estaremos siempre con el Señor. Por lo tanto, consolaos unos a los otros con estas palabras (1 Tes 4, 13- 18).

 Pablo había anunciado la llegada inminente de Jesús, redentor apocalíptico, y sus convertidos (cristianos) de Tesalónica pensaron que ellos no morirían, sino que Cristo vendría y les llevaría directamente a su Reino. Pero Cristo no había venido y algunos murieron ¿Qué pasaría con esos muertos venga Cristo? ¿Cómo podrían entrar en su Reino?  Así les ha respondido Pablo:

  − Lo primero que Cristo hará cuando venga en resucitar a los que han muerto unidos a élcomo creyentes. Éste será el punto de partida del despliegue apocalíptico, la primera obra de Jesús resucitado: Descendería del cielo para resucitar a los cristianos muertos, de manera que ellos serán los primeros en salvarse.

Después elevará a su gloria a los cristianos vivos, que no tendrán necesidad de morir, sino que serán directamente transfigurados y elevados al Reino.  En ese momento Pablo creía que la muerte no era necesaria para todos, de manera que los creyentes de la “última generación” (entre que se contaba él) no tendrían que morir, sino que serían arrebatados a las “nubes”, en el aire celeste, para ser así transformados en Cristo[1].

 2. 1 Cor 15. Todos serán vivificados, Dios todo en todos.

Pero pasaba el tiempo y se planteaban nuevos temas, como el de algunos cristianos de Corinto que, unos tres o cuatro años después (en torno a 53-54 d.C.), empezaron a negar la resurreccióncorporal de Jesús y de sus fieles, porque se alargaba la espera (¡Cristo no viene!) o porque resultaba innecesaria, pues Jesús estaba ya resucitado en los creyentes. En ese contexto (cf. 1 Cor 15, 12-21) reformula Pablo el tema:

             Porque así como en Adán mueren todos, así también serán vivificados todos en Cristo, pero cada uno en su orden: la primicia, Cristo; luego los que son de Cristo, en su parusía; después el fin, cuando él entregue el reino al Dios y Padre, cuando ya haya destruido todo principado, y todo poderío y potestad… Cuando le someta todo (al Padre), entonces también él mismo el Hijo se someterá al que le ha sometido todo, para que Dios sea Todo (=Ta Panta) en Todos (1 Cor 15, 22-24. 28).

           A diferencia de 1 Tes 4,13-18, Pablo afirma ahora que todos mueren en (como) Adán, sea por decreto universal divino (cf. Hbr 9, 27), sea por vinculación con Adán  , como murió Cristo, para vencer a la muerte, destruyendo su aguijón (cf. 1 Cor 15, 55-57).  En ese contexto añade Pablo las palabras más importantes de la Biblia sobre el tema: “Así como en Adán mueren todos (=pantes), así también en Cristo serán vivificados todos (=pantes)” (1 Cor 15, 22). (a) Primero viene el hecho: todos mueren. (b) Después viene la declaración de fe, con la esperanza universal y positiva: todos serán vivificados (dsôopoiêthêsontai), es decir, recibirán la vida de Cristo (como antes han recibido la muerte de Adán). Estas palabras van en contra de Dan 12, 1-3, pues no hay dos resurrecciones, una de salvación y otra de condena (cf. Dt 30, 15-20, y en otro sentido Mt 25, 31‒46), sino una vivificación, en la línea de Rom 5 (cf. cap. 18), según el orden (tagma) siguiente:

  1. Primero ha resucitado Cristo, como primicia (1 Cor 15, 23). Frente a la muerte de todos en Adán (cosa que 1 Tes 4,13-18 no había contemplado), Pablo insiste ahora en la vida de todos en Cristo, interpretando así, de un modo universal la resurrección de Cristo. Él ha sido el primero que ha vencido a la muerte, pero no lo ha hecho como un hombre individual, sino como cabeza y compendio de toda la humanidad[2].
  2. Después resucitarán los que son de Cristo, en su parusía, los que forman parte de su comunidad o cuerpo mesiánico. De alguna forma (como destacan Ef y Col), los creyentes se encuentran integrados ya en la pascua de Jesús, aunque sólo resucitarán del todo en su parusía. Más que anunciador del juicio, mensajero del fin (como Henoc u otros videntes), Jesús es fuente de vida, presencia de Dios, para aquellos que se vinculan a él.
  3. Finalmente llegará el “telos” o plenitud (1 Cor 15, 24), entendida como victoria apocalíptica, con la destrucción de los poderes perversos (Principados, Poderíos y Potestades, que desembocan y se centran en la muerte) y también como culminación teológica o reintegración (el mismo Cristo Hijo vuelve al Padre). Jesús anunció y preparó el Reino de Dios, y ahora se cumple su anuncio, pues él mismo destruye con su victoria a los perversos (Principados, Poderíos, Potestades), para así entregar su Reino de vida al Dios y Padre[3].
  4. De forma que Dios sea todo en todos (1 Cor 15, 28). No se refiere sólo a los creyentes de 1 Cor 15, 23, en un contexto eclesial, sino a todos los seres humanos en un contexto universal de vida (1 Cor 15, 22), de manera que no hay dos espíritus opuestos (bien y mal) como en Qumrán, ni dos finales de la historia (salvación y condena), ni un Infinito (=Dios) separado de la historia de los hombres, sino que sólo un Espíritu bueno, que es el Dios Universal, que ha creado las cosas por sí mismo, para que todo sea y viva en él, por Cristo, de manera que los poderes opuestos, que han querido destruir su obra, desaparecerán (como si no hubieran sido).

             Eso significa que, estrictamente, esos “poderes” (entendidos como principados, potestades, poderes) no tenían realidad, no existían, no eres personas creadas por Dios (como los hombres y mujeres), sino que eran pura negación (no‒ser), una “apariencia” que no siendo realidad destruye, como Belcebú (lo satánico) y Mammón (el capital imaginario y destructor) del mensaje y vida de Jesús (cf. cap. 14). A fin de que todos vivan tienen que ser destruidos todos los poderes de muerte[4]. Leer más…

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No están todos los que son… Fiesta de todos los Santos.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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Todos los santos 1Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

La oración de la misa de hoy habla de «celebrar en una misma fiesta los méritos de todos los Santos». Quienes conocen las listas interminables de santos y santas que contiene, día por día, el Martirologio romano, considerará justo tenerlos a todos presentes en una misma fiesta. Pero, con esto, pensamos en las personas que, al menos en los últimos siglos, han sido canonizadas por la Iglesia tras un largo y costoso proceso a propósito de sus virtudes heroicas. Quedan fuera los innumerables cristianos que han vivido heroicamente su fe, esperanza y caridad, pero que no han sido especialmente conocidos y, si lo han sido, su devotos no disponían de la gran cantidad de dinero necesaria para costear el proceso. Por eso, en esta fiesta conviene volver al sentido de la palabra «santo» en las cartas del Nuevo Testamento, cuando designaba a todo cristiano como consagrado a Dios. La fiesta de hoy nos invita a celebrar e imitar a tantas personas buenas, «santas», que hemos conocido en nuestra viday de cuyas virtudes nos hemos beneficiado.

Ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

            En la Fiesta de Todos los Santos, la lectura del evangelio recoge las bienaventuranzas. Es una forma de indicarnos el camino que llevó a tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia a la santidad. Resulta imposible comentar cada una de ellas en poco espacio. Me limito a indicar algunos detalles fundamentales para entenderlas.

Las bienaventuranzas no son una carrera de obstáculos

Carrera 100 ms valla            Muchos cristianos conciben las bienaventuranzas como una carrera de obstáculos, una serie de ocho vallas que debemos superar hasta que conseguimos llegar a la meta del Reino de Dios. Y la carrera se hace difícil, tropezamos continuamente, nos sentimos tentados a abandonar cuando vemos tantas vallas derribadas. «No soy pobre material ni espiritualmente; no soy sufrido, soy violento; no soy misericordioso; no trabajo por la paz… No hace falta que un juez me descalifique, me descalifico yo mismo». Las bienaventuranzas se convierten en lo que no son: un código de conducta.

Las bienaventuranzas son ocho puertas para entrar en el Reino de Dios

bienaventuranzas-basilica            Antonio Barluzzi, el arquitecto que diseñó la basílica de las bienaventuranzas sobre una colina junto al lago de Galilea, la concibió con una planta octogonal y ocho grandes ventanas que permiten ver el hermoso paisaje del lago de Galilea. Sin embargo, las bienaventuranzas, más que ocho ventanas para mirar al exterior son ocho puertas para entrar al palacio del Reino de Dios.

            Para entenderlas rectamente hay que advertir dónde las sitúa Mateo: al comienzo del primer gran discurso de Jesús, el Sermón del Monte, en el que expone su programa e indica la actitud que debe distinguir a un cristiano de un escriba, de un fariseo y de un pagano.

            A diferencia de los políticos, capaces de mentir con tal de ganarse a los votantes, Jesús dice claramente desde el principio que su programa no va a agradar a todos. Los interesados en seguirle, en formar parte de la comunidad cristiana (eso significa aquí el «Reino de los cielos»), son las personas que menos podríamos imaginar: las que se sienten pobres ante Dios, como el publicano de la parábola; los partidarios de la no violencia en medio de un mundo violento, capaces de morir perdonando al que los crucifica; los que lloran por cualquier tipo de desgracia propia o ajena; los que tienen hambre y sed de cumplir la voluntad de Dios, como Jesús, que decía que su alimento era cumplir la voluntad del Padre; los misericordiosos, los que se compadecen ante el sufrimiento ajeno, en vez de cerrar sus entrañas al que sufre; los limpios de corazón, que no se dejan manchar con los ídolos de la riqueza, el poder, el prestigio, la ambición; los que trabajan por la paz; los perseguidos por querer ser fieles a Dios.

            Pero las bienaventuranzas son ocho puertas distintas, no hay que entrar por todas ellas. Cada cual puede elegir la que mejor le vaya con su forma de ser y sus circunstancias.

Evitar dos errores

            En conclusión, las bienaventuranzas no dicen: «Sufre, para poder entrar en el Reino de Dios». Lo que dicen es: «Si sufres, no pienses que tu sufrimiento es absurdo; te permite entender el evangelio y seguir a Jesús».

            No dicen: «Procura que te desposean de tus bienes para actuar de forma no violenta». Dicen: «Si respondes a la violencia con la no violencia, no pienses que eres estúpido, considérate dichoso porque actúas igual que Jesús».

            No dicen: «Procura que te persigan por ser fiel a Dios». Dicen: «Si te persiguen por ser fiel a Dios, dichoso tú, porque estás dentro del Reino de Dios».

            Pero, al tratarse de los valores que estima Jesús, las bienaventuranzas se convierten también en un modelo de vida que debemos esforzarnos por imitar. Después de lo que dice Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante actitudes como la de prestar ayuda, no violencia, trabajo por la paz, lucha por la justicia, etc. El cristiano debe fomentar esa conducta. Y el resto del Sermón del Monte le enseñará a hacerlo en distintas circunstancias.

Las puertas y el palacio

            Finalmente, no olvidemos que estas ocho puertas nos permiten entrar en el palacio y sentarnos en el auditorio en el que Jesús expondrá su programa a propósito de la interpretación de la ley religiosa, de las obras de piedad, del dinero y la providencia, de la actitud con el prójimo… Este gran discurso es lo que llamamos el Sermón del Monte. Limitarse a las bienaventuranzas es como comprar la entrada del cine y quedarse en la calle.

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01 Noviembre. Fiesta de Todos los Santos

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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«Felices…» (Mt 5, 1-12)

Este año nos toca vivir la fiesta de todos Santos de otra manera, tampoco es que siempre se haya vivido igual, la diferencia está en que este año no hemos elegido nosotros el cambio, nos ha venido sin buscarlo. Este tiempo de pandemia nos está obligando a reinventar muchas cosas y también a pensar en todo aquello que solemos dejar “para más adelante”. Nuestra sociedad que no quería ni oír hablar de la muerte se ha encontrado sin poder estar con sus seres queridos en el momento de la enfermedad y la muerte y eso nos ha obligado a pensar.

La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…

Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.

No llores si me amas

No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.

Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.

Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
*
(San Agustín)

*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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A pesar de mis fallos, soy plenitud.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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solemnidad-todos-los-santosMt 5, 1-12

Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces el marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de “Todos los Santos”, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene mucho sentido. Por eso le he cambiado el título y he puesto: Todos santos; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habrían acabado sus posibilidades de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Es una realidad que permanece siempre intacta. Descubrir, vivir y manifestar ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad y es posible para todos.

Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la más torpe inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto sino el sincero. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad solo, a ser cada día más humanos, desplegando el amor que es Dios y está en vosotros.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, ya hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega, que durante siglos se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: “Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?

Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios o para los demás. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales, no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral es consecuencia de la santidad, no su causa.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como “intercesores”. Si lo entendemos pensando en un Dios, que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En Jn 16,26-27 dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que lo es, sino porque Él es amor. Es un poco ridículo seguir repitiendo una y otra vez: Señor, ten piedad (15 veces en cada eucaristía).

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. El ejemplo de esas personas, que han tomando conciencia de su verdadero ser y son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, puede ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto puede acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios, a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más en nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino para todos los que, después de su muerte, tuvieran noticia de ‘su vida y milagros’. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los “conscientes”.

Debemos tener cuidado con la “comunión de los santos”. No se trata de unos “dones” o unas “gracias” que ellos han merecido y que nos ceden a nosotros. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: “Todos formamos un solo cuerpo”.

En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. La vida merece siempre la pena. Esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son y se conforman con vegetar.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del “santo”. ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común de los mortales. Sobre todo si le engañamos con la promesa de que serán felices más allá. Haber reservado la palabra “bienaventurado” para los que han muerto, es una manipulación del evangelio inaceptable. Aquí abajo, el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio.

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir el sentido de las bienaventuranzas. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo para ella. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz.

Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo “no” de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor que es Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser, nadie puede quitártelas

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubren la marca de lo divino en ellos, y ese descubrimiento les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar los méritos de personas extraordinarias, sino de reconocer la presencia de Dios, que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios. Muchas de esas personas, que se han ido y recordaremos mañana, son verdaderos santos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Trabajar por la paz.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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bienaventuranzas-basilicaLa paz es para el mundo lo que la levadura para la masa (El Talmud).

Mt 5, 1-12. Dichosos los que trabajan por la paz porque serán llamados hijos de Dios (v9)

Trabajar con todo cuanto existe en el universo:

Con cuantos Seres Vivos pueblan hoy nuestro menesteroso Planeta, que nos pide la limosna de no deteriorarlo más de lo que ya está.

Con el Medio Ambiente en general, no estropeándolo al arrojar cosas que perjudican su salud física.

Con el Aire, que nada pueda lesionar su bienestar.

Con el Agua que desciende de las nubes, las de las fuentes ríos y mares, para que no la contaminen.

Con los árboles del bosque, para que sus troncos poderosos y las hojas verdes de sus ramas crezcan normalmente.

Con todos los Seres que hoy poblamos este mundo, para que no nos vayamos antes del tiempo fijado por la Madre Naturaleza, que con tanto cariño nos contempla, lo que, como Jesús dijo en el Sermón de La Montaña, nos hará dichosos.

Dicho Sermón, es la Carta Magna del nuevo pueblo de Dios, que se ha de leer con el Monte Sinaí y Moisés de fondo como se recuerda en Éxodo 19.

Encabezan el discurso del Monte las Bienaventuranzas, que constituyen el nuevo programa del reinado de Dios: son enunciados de valor, no mandatos como el decálogo del Sinaí, una invitación a superarse constantemente; una denuncia de mezquindades; una oferta de misericordia de Dios y den del gozo incontenible que nos trae.

Las palabras de Jesús son, en primer lugar, un convite a vivir la pobreza, la aflicción, el desprendimiento el hambre y la sed de justicia como bienaventuranza, y así la pobreza material de espíritu se transforma en pobreza de corazón o apertura y confiada a la voluntad y providencia del Padre; la aflicción, en consuelo mesiánico, el único capaz de dar sentido al sufrimiento y a la muerte; el desprendimiento, en posesión de la herencia de la tierra, y el hambre y la sed de justicia, en la esperanza radical que traerá la Buena Noticia.

Estas cuatro primeras bienaventuranzas podrán dar la impresión de una fácil y falsa espiritualización de la dura realidad humana con la esperanza pasiva de una reivindicación de un reinado; pero no es así, a estas cuatro actitudes del corazón, siguen las otras cuatro bienaventuranzas del compromiso y del empeño por cambiar la realidad y hacer presente el reinado de Dios aquí y ahora: el compromiso de la misericordia y solidaridad; el empeño de una vida honrada y limpia; el trabajo por la paz y la reconciliación.

En estas bienaventuranzas, Jesús anuncia el comienzo que ya está sucediendo en la praxis de los pobres; y es en la práctica de los pobres donde despunta, aunque de lejos, la nueva creación donde se construye en torno a sus ejes básicos: la posesión compartida de la tierra, ausencia de males que hacen sufrir y llorar, práctica de la justicia y de la solidaridad.

De mi libro Yo amo el planeta

DESPERTAR DE LA NATURALEZA

Que los vientos -espíritus de vida-
soplen sobre las cuerdas de mi Oriente
y las hagan sonar hasta Occidente
con ámbito de Pascua florecida.

Sueño el suave siseo de la fuente
-ayer tan excitada y hoy dormida-
en cuyo centro vigilante anida,
el manso resurgir del Medioambiente.

Un despertar de la Naturaleza,
que, avivando el fuego de los sueños,
enciende de colores su corteza.

Tu enternecida piel entonces reza
y entona villancicos navideños
agradeciendo a Dios tanta riqueza

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Las Bienaventuranzas en el lugar imaginado del Reino de Dios.

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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sermon-monteDomingo 1 de noviembre 2020

Mt 5, 1-12

Si nos situamos en el imaginario cultural de los oyentes primarios de Jesús las bienaventuranzas no aparecerán como una proclamación de santidad sino de honorabilidad, porque el honor era el valor central en el mundo antiguo y, por lo tanto, lo que se está proclamando es que quien es reconocido en las situaciones que proclaman las bienaventuranzas ha adquirido la máxima reputación. Sin embargo, lo que proponen está lejos de ser considerado socialmente honorable tanto en aquella sociedad como en la nuestra.

Vistas así, las bienaventuranzas son contraculturales, y por tanto, desafían hoy como ayer nuestros modos de entender lo que encaja y lo que no en nuestros universos sociales y religiosos. Generalmente, traducimos el término griego makarios con que se inicia cada bienaventuranza como felices o bienaventurados, pero también podría traducirse por honorable para destacar la propuesta social que subyace en ellas y la carga subversiva que poseen[1]. Desde este enfoque desarrollaremos el comentario.

Reimaginar el lugar comunitario y social.  

Las bienaventuranzas no describen un estado ideal ni una enumeración de regalos recibidos por perseverar en el sufrimiento, sino que presentan un horizonte alternativo. El sermón del monte invita a imaginar un mundo alternativo en el que la opresión ceda ante la misericordia, las relaciones sean justas y equitativas y todas y todos puedan acceder a los recursos disponibles. No es cuestión de alcanzar alturas espirituales sino de entregar la vida para hacer posible un mundo diferente, un mundo acorde con el sueño del Reino de Dios.

Jesús al proclamar las bienaventuranzas nos está invitando a reimaginar los lugares que habitamos. Nos está llamando a pensar y vivir desde otros valores, con otras prácticas que, sin duda, no nos situarán en los centros de poder sino en los márgenes porque no armonizan con lo que la mayoría piensa. Al escucharlas con atención encontramos condiciones y conductas que Dios valora o encuentra honorables y que, por tanto, quien quiera formar parte de la comunidad del Reino tiene no solo que valorar y estimar sino convertirlas en señas de identidad.

Las bienaventuranzas nos sitúan en un espacio alternativo desde el que tener una nueva perspectiva de la realidad y de Dios. Este nuevo espacio es lo que Jesús llamó Reino de Dios y las bienaventuranzas son centrales para imaginar ese lugar. Pero decir que el Reino de Dios es un lugar imaginado no significa que sea inventado, sino que cuando nos situamos ante él, desde la perspectiva de la Buena Noticia que Jesús proclama, podemos abrirnos tanto a nuevas perspectivas de vida y de fe como a cambios personales o colectivos que generen transformación crítica y creativa en nuestro entorno[2].

Honorables son l@s pobres de espíritu. Teniendo en cuenta el mensaje y la praxis de Jesús, es claro que Dios no hace honorable la pobreza, sino a los pobres. El honor generalmente otorgado a los ricos y poderosos es ahora entregado a quienes viven en duras condiciones sociales y económicas, sin los recursos necesarios, explotados/as y despreciados/as por los poderosos. Estas personas, indefensas frente al opresor/a, sufren su maldad y eso les hace perder la esperanza, la dignidad y la autoestima. y a su pobreza material se añade su dolor profundo en el alma, por eso, pueden ser llamadas pobres de espíritu.

Dios hace honorable su vida por la acción sanadora y salvadora de Jesús. Con ella Jesús puede devolverles la esperanza, liberarlos/as, acogerlos/as, compartir con ellos/as e invitarlos/as a formar parte de la comunidad del Reino, una comunidad que está llamada a ser primicia de un cambio mayor, el de hacer posible un mundo diferente. Eso no ocurrirá por acto milagroso sino por el empeño sostenido y paciente de quienes creen en un nuevo cielo y una nueva tierra donde habite la justicia.

Honorables son quienes lloran. Las lágrimas pueden parecer signos de debilidad, de fracaso o tristeza, pero también pueden expresar indignación y lamento. Quienes lloran porque son abusados, ninguneados o negados en su dolor sienten rabia, se lamentan, pero solo su llanto parece tener voz.  Raquel la matriarca de Israel es símbolo de ese llanto desesperado de la víctima, pero también receptora del consuelo prometido y de un futuro lleno de esperanza (Jr 31, 1-22).  En ella se hace memoria subversiva de un consuelo que no solo enjuga las lágrimas, sino que transforma la vida, atraviesa las fronteras de la existencia y devuelve a la vida[3]

Honorables son quienes no buscan venganza. Sentir en propia carne el peso de la injusticia, sentirnos dolidas/os por las conductas de otros/as, sabernos perdedoras/os en juegos tramposos, puede tentarnos a buscar venganza. Pero si queremos formar parte de la familia alternativa del Reino tenemos que incorporar otro modo de respuesta. No es fácil, pero Jesús lo hizo primero. Quien no busca venganza heredará la tierra porque perdonar, comprender y confiar es un estilo de vida que nos hace herederas/os del mundo soñado por Dios.

Honorables quienes tienen hambre y sed de justicia. Con frecuencia nos duele la injusticia, nos da rabia el abuso y el maltrato, pero muchas veces nos contentamos con indignarnos sin tomar decisiones que ayuden al cambio. Tener hambre y sed de justicia es luchar porque exista una relación justa entre las personas y los bienes. Tener hambre y sed de justicia es elegir la palabra y no el silencio cómplice. Tener hambre y sed de justicia es no claudicar hasta que la bondad y la verdad se encuentren.

Honorables quienes son misericordios@s. La misericordia caracteriza el reino de Dios. Las curaciones de Jesús y sus exorcismos muestran misericordia, como también sus comidas. La misericordia está en el ADN de quienes siguen a Jesús.  Amar sin esperar nada a cambio, perdonar a los/as enemigos/as, estar del lado de quienes no cuentan es construir la casa de Dios.

Honorables quienes son limpi@s de corazón. Quienes no engañan, quienes son honestas/os, e íntegras/os, pueden entender que es dejarse sostener por Dios. Ellos y ellas viven desde el corazón y desde ahí pueden habitar una espiritualidad autentica y audaz que vivifique sus vidas y las de los que están próximos a ellos y ellas.

Honorables quienes trabajan por la paz. En un mundo crispado, endurecido y violento necesitamos paz y pacificadoras/os que puedan imaginar espacios habitables, que construyan puentes y destruyan fronteras. Cada gesto de paz hace germinar esperanza y fraternidad/sororidad. Cada gesto de paz nos hace hermanos y hermanas, cada gesto de paz nos hace hijos e hijas de Dios.

Honorables quienes son perseguid@s por causa de la justicia. Este modo de vivir que proclaman las bienaventuranzas cuestiona el mundo en que vivimos, quien apuesta por el lugar imaginado del Reino será incomodo@, e incluso perseguido. Quien quiera vivir así, no será considerado/a honorable para los criterios de nuestra sociedad individualista y egoísta porque de la misma manera persiguieron a los profetas, pero tendrán la suerte de ayudar a cambiar el mundo al estilo de Dios.

Carme Soto Varela

[1] Jerome H. Neyrey, Honor y vergüenza. Lectura cultural del evangelio de Mateo, Sígueme (Salamanca), 2005.

[2] Halvor Moxnes, Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios, Verbo Divino (Estella) 2005.

[3] Lola Arrieta-Elisa Estévez, Acompañar en las periferias existenciales, Narcea (Madrid), 2020.

Fuente Fe Adulta

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Un mundo al revés

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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Nino-y-solFiesta de Todos los Santos

1 noviembre 2020

Mt 5, 1-12a

Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad.

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hoy la gran tribulación se llama pandemia

Domingo, 1 de noviembre de 2020
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TodosLosSantos_201015Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

  1. Todos los Santos y Todos los difuntos.

         Celebramos estos días (1 y 2 de noviembre) la fiesta de Todos los Santos y de Todos los difuntos. Como buenos cristianos podemos pensar que todos vivimos y morimos en la misericordia de Dios. Por tanto podemos también pensar que estos dos días: los Santos y los difuntos, son la misma fiesta.

apocalíptica

         La primera lectura de hoy está tomada del libro del Apocalipsis, (que significa revelación).

La apocalíptica La apocalíptica es un género literario, es un modo, un estilo de pensar y escribir que los autores de la Biblia utilizan con frecuencia.

         Cuando un creyente judío quería expresar su fe en algo extraordinario, que había ocurrido o que va a ocurrir, pero que escapa a nuestra historia y por tanto no lo puede palpar, entonces recurre a este estilo apocalíptico, algo tremendista, catastrófico, pero en todo caso metafórico y lleno de símbolos. La apocalíptica es un lenguaje que describe, pero no define.

A la muerte de Jesús: los cielos se oscurecieron, se hizo de noche, los sepulcros se abrieron, etc. Eso es apocalíptica. Nunca ocurrieron tales hechos, pero sirven para subrayar el hecho trágico de la muerte de Jesús.

         La apocalíptica es un lenguaje que remite a realidades que únicamente podemos expresar con imágenes, metáforas, símbolos.

         De ahí que, la apocalíptica emplee expresiones muy vivas y, a veces, algo extrañas: números (¿144.000 sellados? ¿666 es el antiCristo?, etc.) Emplea igualmente símbolos de animales: la bestia, la serpiente; también cataclismos, fuego, etc.

         La apocalíptica cree que la solución y la salida (salvación) de la humanidad y de la historia no está tanto en el esfuerzo humano, aún ayudado por Dios, sino que la salvación está en una acción directa de Dios que intervendrá en la historia para concluirla. Nos puede extrañar, pero piensa así.

         Por eso, la apocalíptica (y otros muchos textos bíblicos) no se pueden leer al pie de la letra. Lo que cuenta no es lo que dicen, sino lo que quieren decir tales textos.

         El Apocalipsis es un libro de fe, no de historia ni de ciencia.

  1. ¿A qué viene todo esto?

         La humanidad está -estamos- atravesando una situación de pandemia, podríamos decir que apocalíptica. Millones de infectados, miles de muertos y una situación sociológica de angustia, incertidumbre en el presente y ante el futuro.

         ¿Quiénes son y de dónde vienen? Estos son los que vienen de la gran tribulación de los mil problemas de la vida y, en estos momentos, de la pandemia.

         Hoy la muchedumbre inmensa que nadie puede contar es la humanidad bajo la amenaza de la enfermedad.

         Probablemente somos las primeras generaciones que transmitimos a los más jóvenes, lo que nosotros no recibimos, porque nuestros mayores no tenían: tecnología, informática, consumismo, etc., pero, al mismo tiempo no somos capaces de transmitir lo que sí nos dieron nuestros mayores: la fe, el sentido de la vida, la esperanza, el horizonte… (Y lo que nos entregaron, hace al ser humano feliz, bienaventurado, mientras que lo que hoy transmitimos, no tanto)

         Los políticos, las medidas sanitarias de la ciencia, la Universidad, la misma Jerarquía eclesiástica se quedan muy de tejas abajo ante esta situacion apocalíptica. Todo y solo se toman medidas sanitarias, por otra parte muy necesarias y quiera Dios que los científicos vayan encontrando soluciones. Pero

La cuestión no se reduce a si los bares han de cerrar a las 9 o a las 12, o si se puede salir de la propia autonomía, o si nos podemos juntas 6 ó 16.

Nadie enseña sensatamente al pueblo que hemos sido lavados, purificados por la redención de JesuCristo. Transmitamos con sensatez que somos hijos de Dios, (2ª lectura). No somos capaces de pronunciar y vivir con confianza lo que dice el salmo 56,2: me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad.

         Es más llevadera la vida y la pandemia, la calamidad a la sombra del Señor.

  1. Ser bienaventurados.

         Las bienaventuranzas son como una llamada a vivir en la paz del Señor

         No es lo mismo placer que felicidad. Se puede tener placer y no ser lo más mínimo feliz. Y se puede vivir situaciones no placenteras y ser serenamente feliz, bienaventurado.

         En la vida nos sobrevendrán enfermedades, injusticias, valles oscuros. Sepamos vivir en paz y bienaventuranza.

         El ser humano es una sed infinita, una esperanza de plenitud, pero la plenitud no está en nuestras manos. Sin embargo la sed nos habla del agua, el hambre de algún alimento. ¿La esperanza infinita no nos estará hablando de Dios?

Nuestro corazón está inquieto y solamente descansará cuando te encuentre, decía san Agustín.

Es de gran ayuda interior en plena pandemia vivir como dice el salmo:

Me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad. (Salmo 56,2)

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“No olvidar lo esencial”. 30 Tiempo ordinario – A (Mateo 22,34-40)

Domingo, 25 de octubre de 2020
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201110211226393d6463No era fácil para los contemporáneos de Jesús tener una visión clara de lo que constituía el núcleo de su religión. La gente sencilla se sentía perdida. Los escribas hablaban de seiscientos trece mandamientos contenidos en la ley. ¿Cómo orientarse en una red tan complicada de preceptos y prohibiciones? En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: ¿qué es lo más importante y decisivo? ¿Cuál es el mandamiento principal, el que puede dar sentido a los demás?

Jesús no se lo pensó dos veces y respondió recordando unas palabras que todos los judíos varones repetían diariamente al comienzo y al final del día: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser». Él mismo había pronunciado aquella mañana estas palabras. A él le ayudaban a vivir centrado en Dios. Esto era lo primero para él.

Enseguida añadió algo que nadie le había preguntado: «El segundo mandato es: amarás a tu prójimo como a ti mismo». Nada hay más importante que estos dos mandamientos. Para Jesús son inseparables. No se puede amar a Dios y desentenderse del vecino.

A nosotros se nos ocurren muchas preguntas. ¿Qué es amar a Dios? ¿Cómo se puede amar a alguien a quien no es posible siquiera ver? Al hablar del amor a Dios, los hebreos no pensaban en los sentimientos que pueden nacer en nuestro corazón. La fe en Dios no consiste en un «estado de ánimo». Amar a Dios es sencillamente centrar la vida en él para vivirlo todo desde su voluntad.

Por eso añade Jesús el segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir olvidado de gente que sufre y a la que Dios ama tanto. No hay un «espacio sagrado» en el que podamos «entendernos» a solas con Dios, de espaldas a los demás. Un amor a Dios que olvida a sus hijos e hijas es una gran mentira.

La religión cristiana les resulta hoy a no pocos complicada y difícil de entender. Probablemente necesitamos en la Iglesia un proceso de concentración en lo esencial para desprendernos de añadidos secundarios y quedarnos con lo importante: amar a Dios con todas mis fuerzas y querer a los demás como me quiero a mí mismo.

José Antonio Pagola

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