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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Sábado, 2 de noviembre de 2024

6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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Procura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

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Masticando tus palabras de vida.

Lunes, 19 de agosto de 2024
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Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues vives en el pan tierno
que se rompe y comparte
en cualquier casa, mesa y cruce,
entre hermanos, desconocidos y caminantes.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues tú eres banquete de pobres
y botín de mendigos,
que vacíos, sin campos ni graneros,
descubren que son ricos.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
hambre de vida y justicia
que no queda satisfecha
con vanas, huecas, lights palabras,
pues aunque nos sorprendan y capten,
no nos alimentan ni satisfacen.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
pues sin ella olvidamos fácilmente
a los dos tercios que la tienen,
entre los que tú andas perdido
porque son los que más te atraen.

Para creer en ti
hay que tener hambre,
y mantener despierto el deseo
de otro pan diferente al que nos ofrecen
en mercados, plazas y encuentros
donde todo se compra y vende.

Para creer en ti
hay que tener hambre
y, a veces, atragantarse al oírte
para descubrir la novedad
de tu presencia y mensaje
en este mundo sin ilusiones.

*

Florentino Ulibarri
Fuente: Fe Adulta

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , , ,

Las lecciones de la resurrección para hacer un ministerio interseccional LGBTQ+

Lunes, 15 de abril de 2024
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IMG_4136La reflexión de hoy es de  Yunuen Trujillocolaboradora de Bondings 2.0.

Las lecturas litúrgicas de hoy para el Domingo III de Pascua  se pueden encontrar aquí.

“¿Por qué estáis preocupados?
¿Y por qué surgen dudas en vuestros corazones?
Mirad mis manos y mis pies,  soy yo mismo”.
—Lucas 24:38-39

Hace unos años, me invitaron a dar una presentación ante líderes del ministerio LGBTQ. Compartieron que tenían dificultades para que mujeres se unieran a su ministerio; casi todos los miembros del ministerio eran hombres. Cuando le pregunté:¿Por qué crees que es así? la respuesta fue: “Están demasiado enojadas“. No pude evitar reírme; Sabía que no pretendían desencadenar en mi cabeza la imagen estereotipada de “lesbiana enojada” y sabía que su respuesta no era mal intencionada. Realmente sintieron que no podían lidiar con la frustración y el sentido de urgencia que las mujeres (lesbianas y no lesbianas) traían a su ministerio.

Más recientemente, asistí a un Ministerio Católico de Espiritualidad Femenina que se centra en la inclusión femenina en la Iglesia. Este ministerio está abierto a todas las mujeres y no es específicamente un ministerio LGBTQ. Como actividad de apertura, todos fuimos invitados a compartir nuestras historias. Cuando llegó mi turno, dudé y pensé: “¿Debería compartir el hecho de que soy lesbiana? ¿Que soy marica? Decidí compartir mi historia sin omitir nada. Mi intercambio desencadenó una discusión muy productiva sobre la necesidad de ser más inclusivos con las personas LGBTQ en todos los esfuerzos ministeriales. Entonces, alguien preguntó: “¿Crees que existe el riesgo de diluir la misión de inclusión de las mujeres al hablar de cuestiones LGBTQ?” Mi respuesta fue: “Por supuesto que no; Ambas luchas están absolutamente interrelacionadas”.

Durante su presentación principal en la conferencia del ministerio Outreach LGBTQ 2022, el p. Bryan Massingale, profesor de teología de la Universidad de Fordham, conocido por abordar la necesidad de interseccionalidad en el ministerio LGBTQ, mencionó que las personas en el poder que se dirigen a personas LGBTQ, mujeres, personas de color, inmigrantes y otros grupos vulnerables son en sí mismas interseccionales: discriminar por igual a todas estas personas. Su estrategia ha sido extremadamente exitosa: al odiar a todos por igual, nos enfrentan entre sí en nuestra lucha por nuestro “pedazo del pastel”.

¿Por qué entonces los ministerios LGBTQ a veces luchan en sus esfuerzos por lograr la interseccionalidad?

Todos nacemos con algún nivel de privilegio y algún nivel de vulnerabilidad. Como miembros de la comunidad LGBTQ, ya somos un grupo vulnerable. Sin embargo, algunos de nosotros pertenecemos a múltiples grupos vulnerables. Las mujeres queer también enfrentan una infinidad de injusticias que sólo enfrentan las mujeres. En el caso del ministerio mencionado anteriormente, ubicado en un país donde los feminicidios son comunes, no sorprende que las mujeres queer quieran quemarlo todo.

Muchas mujeres queer tienen que lidiar con microagresiones, incluso dentro de sus ministerios LGBTQ. ¿Qué pasa si la persona también es una mujer queer de color? ¿Cómo afecta el racismo su sentido de pertenencia en ministerios a menudo mayoritariamente blancos? Para agregar una capa adicional de complejidad, ¿qué pasa con una mujer queer de color que es indocumentada? ¿Qué tal una mujer trans de color indocumentada? Creo que sabes a dónde voy con esto.

En el evangelio de hoy, aprendemos de un Jesús resucitado que se revela a sus discípulos en el camino a Emaús, donde lo reconocen al partir el pan. Más tarde, se revela a sus discípulos en una habitación cerrada con llave, donde lo reconocen por las heridas en las manos y los pies. Ya se reveló a María Magdalena y a otras mujeres en la tumba, y aún debe revelarse a otros. Al igual que en un proceso de salida del armario, se había revelado más de una vez a diferentes personas. Para ser reconocido en su totalidad, tuvo que mostrar sus heridas.

Para las personas LGBTQ que forman parte de otros grupos vulnerables, vivimos una vida de constante revelación, revelándonos a nosotros mismos y nuestras heridas, no solo en un nivel de vulnerabilidad, sino en múltiples. A menudo es difícil revelar el dolor propio en cada capa de vulnerabilidad, incluso a otros dentro de nuestros ministerios. Compartir ese dolor nos coloca en un lugar muy vulnerable y, dependiendo de la sensibilidad de los ministerios a los que pertenecemos, es posible que no nos sintamos cómodos haciéndolo. En el peor de los casos, esos ministerios no parecen lo suficientemente acogedores. En el mejor de los casos, elegimos qué heridas revelar y cuáles no.

¿Nuestros ministerios ven a Jesús resucitado en todas las personas LGBTQ? ¿Nos sentimos asombrados y agradecidos cuando alguien comparte su dolor interseccional? ¿Buscamos aprender más sobre las heridas más allá de una identidad LGBTQ? ¿Reconocemos que las heridas que no resultan de una identidad LGBTQ son reales e igualmente, o a veces más, dolorosas? ¿Entendemos que cuantas más heridas uno tiene, más terreno sagrado estamos? No se trata de quién sufre más: se trata de estar ahí para todas las heridas, no sólo las coloridas. Se trata de no reaccionar con sobresalto y terror, sino con humildad y curioso asombro.

No tenemos que luchar por un pastel, tenemos pescado y panes, tenemos el pan de Emaús y hay de sobra para todos.

—Yunuen Trujillo (ella/ella), 14 de abril de 2024
Fuente New Ways Ministry

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“Con las víctimas”. 3 Pascua – B (Lucas 24, 35-48). 14 de abril de 2024

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_3997Según los relatos evangélicos, el Resucitado se presenta a sus discípulos con las llagas del Crucificado. No es este un detalle banal, de interés secundario, sino una observación de importante contenido teológico. Las primeras tradiciones cristianas insisten sin excepción en un dato que, por lo general, no solemos valorar hoy en su justa medida: Dios no ha resucitado a cualquiera; ha resucitado a un crucificado.

Dicho de manera más concreta, ha resucitado a alguien que ha anunciado a un Padre que ama a los pobres y perdona a los pecadores; alguien que se ha solidarizado con todas las víctimas; alguien que, al encontrarse él mismo con la persecución y el rechazo, ha mantenido hasta el final su confianza total en Dios.

La resurrección de Jesús es, pues, la resurrección de una víctima. Al resucitar a Jesús, Dios no solo libera a un muerto de la destrucción de la muerte. Además «hace justicia» a una víctima de los hombres. Y esto arroja nueva luz sobre el «ser de Dios».

En la resurrección no solo se nos manifiesta la omnipotencia de Dios sobre el poder de la muerte. Se nos revela también el triunfo de su justicia sobre las injusticias que cometen los seres humanos. Por fin y de manera plena triunfa la justicia sobre la injusticia, la víctima sobre el verdugo.

Esta es la gran noticia. Dios se nos revela en Jesucristo como el «Dios de las víctimas». La resurrección de Cristo es la «reacción» de Dios a lo que los seres humanos han hecho con su Hijo. Así lo subraya la primera predicación de los discípulos: «Vosotros lo matasteis elevándolo a una cruz… pero Dios lo ha resucitado de entre los muertos». Donde nosotros ponemos muerte y destrucción, Dios pone vida y liberación.

En la cruz, Dios todavía guarda silencio y calla. Ese silencio no es manifestación de su impotencia para salvar al Crucificado. Es expresión de su identificación con el que sufre. Dios está ahí compartiendo hasta el final el destino de las víctimas. Los que sufren han de saber que no están hundidos en la soledad. Dios mismo está en su sufrimiento.

En la resurrección, por el contrario, Dios habla y actúa para desplegar su fuerza creadora en favor del Crucificado. La última palabra la tiene Dios. Y es una palabra de amor resucitador hacia las víctimas. Los que sufren han de saber que su sufrimiento terminará en resurrección.

La historia sigue. Son muchas las víctimas que siguen sufriendo hoy, maltratadas por la vida o crucificadas injustamente. El cristiano sabe que Dios está en ese sufrimiento. Conoce también su última palabra. Por eso su compromiso es claro: defender a las víctimas, luchar contra todo poder que mata y deshumaniza; esperar la victoria final de la justicia de Dios.

José Antonio Pagola

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“Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día”. Domingo 14 de abril de 2024. Domingo tercero de Pascua

Domingo, 14 de abril de 2024
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29-PascuaB3 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos.
Salmo responsorial: 4: Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor.
1Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y también por los del mundo entero:
Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día.

En la lectura de los Hechos encontramos de nuevo a Pedro, que se dirige a todo Israel y lo sigue siendo invitado a la conversión. Pedro tranquiliza a sus oyentes haciéndoles ver que todo ha sido fruto de la ignorancia, pero al mismo tiempo invita a acoger al Resucitado como al último y definitivo don otorgado por Dios. La muerte de Jesús se convierte para el creyente en sacrificio expiatorio. No hay asomo de resentimiento ni de venganza, sino invitación al arrepentimiento para recibir la plenitud del amor y de la misericordia del Padre, que se concreta en la confianza y en la seguridad de haber recuperado aquella filiación rota por la desobediencia.

El creyente, expuesto a las tentaciones, rupturas y caídas no tiene por qué sentirse condenado eternamente al fracaso o a la separación de Dios. San Juan nos da hoy en su Primera Carta el anuncio gozoso del perdón y de la reconciliación consigo mismo y con Dios. El cristiano está invitado por vocación a vivir la santidad; sin embargo, las infidelidades a esta vocación no son motivo de rechazo definitivo por parte de Dios, más bien son motivo de su amor y su misericordia, al tiempo que son un motivo esperanzador para el cristiano, para mantener una actitud de sincera conversión.

En el evangelio nos encontramos una vez más con una escena pospascual que ya nos es común: los Apóstoles reunidos comentado los sucesos de los últimos días. Recordemos que en esta reunión que nos menciona hoy san Lucas, están también los discípulos de Emaús que habían regresado a Jerusalén luego de haber reconocido a Jesús en el peregrino que los ilustraba y que luego compartió con ellos el pan.

En este ambiente de reunión se presenta Jesús y, a pesar de que estaban hablando de él, se asustan y hasta llegan a sentir miedo. Los eventos de la Pasión no han podido ser asimilados suficientemente por los seguidores de Jesús. Todavía no logran establecer la relación entre el Jesús con quien ellos convivieron y el Jesús glorioso, y no logran tampoco abrir su conciencia a la misión que les espera. Digamos entonces que “hablar de Jesús”, implica algo más que el simple recuerdo del personaje histórico. De muchos personajes ilustres se habla y se seguirá hablando, incluido el mismo Jesús; sin embargo, ya desde estos primeros días pospascuales, va quedando definido que Jesús no es un tema para una tertulia intranscendente.

Me parece que este dato que nos cuenta Lucas sobre la confusión y la turbación de los discípulos no es del todo fortuito. Los discípulos creen que se trata de un fantasma; su reacción externa es tal que el mismo Jesús se asombra y corrige: “¿por qué se turban… por qué suben esos pensamientos a sus corazones?”.

Aclarar la imagen de Jesús es una exigencia para el discípulo de todos los tiempos, para la misma Iglesia y para cada uno de nosotros hoy. Ciertamente en nuestro contexto actual hay tantas y tan diversas imágenes de Jesús, que no deja de estar siempre latente el riesgo de confundirlo con un fantasma. Los discípulos que nos describe hoy Lucas sólo tenían en su mente la imagen del Jesús con quien hasta un poco antes habían compartido, es verdad que tenían diversas expectativas sobre él y por eso él los tiene que seguir instruyendo; pero no tantas ni tan completamente confusas como las que la “sociedad de consumo religioso” de hoy nos está presentando cada vez con mayor intensidad. He ahí el desafío para el evangelizador de hoy: clarificar su propia imagen de Jesús a fuerza de dejarse penetrar cada vez más por su palabra; por otra parte está el compromiso de ayudar a los hermanos a aclarar esas imágenes de Jesús.

Es un hecho, entonces, que aún después de resucitado, Jesús tiene que continuar con sus discípulos su proceso pedagógico y formativo. Ahora el Maestro tiene que instruir a sus discípulos sobre el impacto o el efecto que sobre ellos también ejerce la Resurrección. El evento, pues, de la Resurrección no afecta sólo a Jesús. Poco a poco los discípulos tendrán que asumir que a ellos les toca ser testigos de esta obra del Padre, pero a partir de la transformación de su propia existencia.

Las expectativas mesiánicas de los Apóstoles reducidas sólo al ámbito nacional, militar y político, siempre con característica triunfalistas, tienen que desaparecer de la mentalidad del grupo. No será fácil para estos rudos hombres re-hacer sus esquemas mentales, “sospechar” de la validez aparentemente incuestionable de todo el legado de esperanzas e ilusiones de su pueblo. Con todo, no queda otro camino. El evento de la resurrección es antes que nada el evento de la renovación, comenzando por las convicciones personales. Este pasaje debe ser leído a la luz de la primera parte: la experiencia de los discípulos de Emaús.

Las instrucciones de Jesús basadas en la Escritura infunden confianza en el grupo; no se trata de un invento o de una interpretación caprichosa. Se trata de confirmar el cumplimiento de las promesas de Dios, pero al estilo de Dios, no al estilo de los humanos.

De alguna forma conviene insistir que el evento de la resurrección no afecta sólo al Resucitado, afecta también al discípulo en la medida en que éste se deja transformar para ponerse en el camino de la misión. Nuestras comunidades cristianas están convencidas de la resurrección, sin embargo, nuestras actitudes prácticas todavía no logran ser permeadas por ese acontecimiento. Nuestras mismas celebraciones tienen como eje y centro este misterio, pero tal vez nos falta que en ellas sea renovado y actualizado efectivamente.

Queremos llamar la atención sobre el necesario cuidado al tratar el tema de las apariciones del Resucitado, y su conversar con los discípulos y comer con ellos… No podemos responsablemente tratar ese tema hoy como si estuviéramos en el siglo pasado o antepasado… Hoy sabemos que todos estos detalles no pueden ser tomados a la letra, y no es correcto teológicamente, ni responsable pastoralmente, construir toda una elaboración teológica, espiritual o exhortativa sobre esos datos, como si nada pasara, igual que si pudiéramos dar por descontado que se tratase de daos empíricos rigurosamente históricos, sin aludir siquiera a la interpretación que de ellos hay que hacer… Puede resultar muy cómodo no entrar en ese aspecto, y el hacerlo probablemente no suscitará ninguna inquietud a los oyentes, pero ciertamente no es el mejor servicio que se puede hacer para el para el pueblo de Dios… Leer más…

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14.4.24. Dom 3 Pascua, camino de Emaús. Dejar la iglesia para recrear la iglesia (Lc 24)

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4100Del blog de Xabier Pikaza:

El evangelio de Emaús es una parábola del origen, abandono y recuperación de la Iglesia de Jerusalén en el momento inicial de su trauma de nacimiento.

– La iglesia surgió tras la crisis (fracaso) del mesianismo triunfal israelita. -Dos misioneros judeo-cristianos (¿un hombre y una mujer, dos varones?) huyen de Jerusalén para refugiarse en una ciudad (Emaús), en el camino de la costa.

– En el camino de la decepción, descubren a Jesús que les habla, alienta y “alimenta” de manera que  vuelven a Jerusalén.  

¿Iglesia en huida, en salida, en retorno?

‒ Los fugitivos de Emaús son una iglesiaenhuida ¿Estamos ante un “cristianismo de transformación mesiánico‒social” o de  abandono sin remedio? Los antiguos cristianos Habían esperado que llegara el Reino en poder, pero murió Jesús, pasaron tres días y por eso huían (es decir, se desapuntaban). Esta imagen puede hoy aplicarse a los decepcionados por el “fracaso” de los sueños de liberación, pero también a los decepcionados de una Iglesia de Roma que no había entendido plenamente la novedad del evangelio.

Iglesia en salida. Los “fugitivos” de Emaús pueden huir un tipo de iglesia fracasada, rota, cerrada en sí misma. Frente a la iglesia en salida que hoy (año 2024) promueve el papa Francisco, estos dos que iban de vuelta hacia Emaús podían ser una iglesia en descomposición, quizá por decepción de Cristo, de iglesia, de humanidad…

  • Iglesia en retorno. Pero esa huida actual puede entenderse también como salida para retomar el verdadero mesianismo de Jesús. Tenemos que salir de una iglesia (Jerusalén‒Roma) cerrada en sí misma, buscar nuevas y más hondas experiencias de evangelio en retorno. Pero en retorno hacia dónde? ¿A la vieja Jerusalén?
  • ¿A la vieja Roma? Los fugitivos de Emaús pueden volver a la antigua o a la nueva Jerusalén… O quizá no tienen que volver ni a Jerusalén ni a Roma… sino caminar hacia una tierra nueva, como decía Dios a Abraham  (Gen 12, 1-3) y como dice Jesús a sus discípulos  (Mt 28,16-20).

 Son dos, como los varones de la tumba vacía, pues sólo así pueden ser testigos oficiales de aquello que han visto y oído. Escapan de la comunidad incrédula (que no ha escuchado el testimonio de las mujeres), pero Jesús les sale al paso y ellos, tras haberle descubierto en la fracción del pan, vuelven a Jerusalén, hallando a la comunidad reunida en confesión creyente: ¡ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón! (Lc 24, 34).

  • [Fugitivos, Emaús] Y dos de ellos (del grupo de los Once y los otros: cf. Lc 24, 9) caminaban aquel mismo día hacia una aldea llamada Emaús…
  • [Presencia de Jesús]Y ellos dialogaban entre sí sobre todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras dialogaban y hablaban el mismo Jesús se acercó y caminaba con ellos.
  • [Ojos cerrados] Y sus ojos estaban cerrados, para no reconocerle. Y él les dijo:¿Qué son esas palabras que decís entre vosotros, mientras camináis? Y ellos se pararon tristes. Y uno, llamado Cleofás, le dijo:¿Eres tú el único habitante de Jerusalén que ignoras las cosas que han pasado en ella en estos días? Y les preguntó: ¿Cuáles?
  • [Las cosas de Jesús]Y ellos le dijeron:  Las referentes a Jesús de Nazaret, que fue varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo ,cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, juzgándole a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera quien debía redimir a Israel, pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido.
  • [Mujeres] Ciertamente, algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues han ido muy temprano al monumento y, no encontrando su cuerpo, han venido diciendo que han visto una visión de ángeles, que les han dicho que está vivo.
  • [Sepulcro vacío] Pero algunos de los nuestros han ido al sepulcro  y han encontrado que es cierto lo que decían las mujeres ,pero a él no le han visto (Lc 24, 13-21).

 Huyen de Jerusalén, que les vacía del Cristo, buscan un refugio en Emaús. Ellos representan a todos los que han hecho camino de evangelio, pero después se decepcionan. No pueden entender la Cruz que dura hasta el tercer día, no saben situar la muerte del pretendiente mesiánico en el esquema salvador del reino. El signo del pan ha terminado; Jesús no tiene para el reino.

Pues bien, ellos son un paradigma de los decepcionados de la humanidad, de los vencidos de Israel. No han podido resistir el fracaso de Jesús: son los antiguos y nuevos perdedores de la tierra. Su historia no es un relato de vencedores, sino de perdedores mesiánicos, hombres (¿un hombre y una mujer?) que van de retirada, envueltos en tristeza. Desde aquí se entienden las dos palabras principales de su discurso:

–  ¡Pensábamos que tenía que redimir a Israel! Se han situado ante Jesús, le han visto y oído, han recibido el impacto de sus signos. Por eso, le definen como varón profeta, poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante el pueblo.  En aquel duro tiempo de dolores y esperanzas, muchos actuaron como profetas de Dios, ofreciendo al pueblo un mensaje de salvación.  Conforme a la terminología del tiempo, redimir a Israel significa liberar al pueblo del yugo de los enemigos, estableciendo desde Jerusalén un reino mesiánico de paz y concordia universal. Las perspectivas de ese reino podían variar, según los textos proféticos (Isaías, Ezequiel) y apocalípticos (Daniel, 1 Henoc etc).

Es evidente que Jesús ha suscitado una esperanza de ese tipo, como han entendido no sólo aquellos que le han condenado a muerte (sacerdotes de Jerusalén, procurador romano), sino sus mismos discípulos. Esto significa que, humanamente hablando, su vida y mensaje había quedado, en este plano, abierto.

Cómo le entregaron nuestros sacerdotes y jefes, en juicio de muerte, y (los romanos) le crucificaron. Todo judío sabía que el mesianismo era objeto de disputa y recelos entre los diversos grupos del pueblo, especialmente para las autoridades. Algunos esenios, como los de Qumrán, habían tenido que establecerse en el desierto para mantener su mesianismo, opuesto al de los sacerdotes de Jerusalén; también Juan Bautista, que anunciaba el juicio de Dios había sido asesinado por Herodes, rey semi-judío de Galilea y Perea. Otros pretendientes mesiánicos fueron también asesinados, según Flavio Josefo.

Por eso, en algún sentido, la muerte de Jesús forma parte de las disputas mesiánicas judías de aquel tiempo; los sacerdotes y jefes de Jerusalén, defensores del orden sacral establecido, pensaron que era necesario entregarlo a los romanos, para bien del pueblo. Los romanos le crucificaron. Hasta aquí todo es duro pero, de alguna forma, cabe en las expectativas judías del tiempo, al menos según nuestro pasaje. Estos fugitivos de Jerusalén contaban con la posibilidad de la muerte del Mesías, aunque esperaban su vuelta inmediata.

Pero con todas estas cosas, han pasado ya tres días desde que esto ha sucedido. Tres días son el tiempo de la culminación, signo de plenitud escatológica. Estos discípulos no se han escapado al ver la cruz alzada en el Calvario, tampoco en el momento del entierro, ni el día siguiente…, ni siquiera al comienzo del tercero. Han resistido tres días en Jerusalén, aunque al final les ha entrado el desencanto. Parece que el milagro debía suceder al comienzo de este tercer día, cuando las mujeres fueron al sepulcro, queriendo ungir el cuerpo. Pero no ha pasado nada: simples visiones, fantasía femenina en torno a un cenotafio.

Los hombres han ido y han chocado ante ese monumento, hecho para recordar a Jesús y que no sirve absolutamente para nada, pues está vacío. Eso es lo que queda de Jesús: ¡Una tumba abierta! Evidentemente, estos dos hombres razonables, sin esperar que acabe el tercer día, día de la plenitud, escapan.

Viven una muerte sin pascua, un recuerdo de Jesús sin eucaristía, es decir, sin comida compartida, sin gozo ni esperanza escatológica. Por eso, estos discípulos escapan. No les hemos llamado fugitivos de Emaús, sino de Jerusalén, pues de Jerusalén y de su entorno escapan: huyen, sin duda, de los sacerdotes que han matado a Jesús y de Dios que no le ha respondido. Rechazan la visión de las mujeres, que parecen empeñadas en tejer una red de fantasías en torno al pretendiente asesinado. Evidentemente, escapan sin escaparse, como indica su mismo lenguaje: por eso siguen hablando de unas mujeres de nuestro grupo (que han visto visiones y nos han sobresaltado) y de unos hombres de los nuestros (que no han visto nada…).Escapan, pero se sienten vinculados a la historia de Jesús.

Huyen de Jerusalén, pero (al menos en el recuerdo y desencanto) siguen siendo del grupo que Jesús ha reunido, en torno a su mensaje y su persona. Ciertamente, la muerte de Jesús ha sido una gran crisis, momento fuerte de ruptura y desaliento. Pues bien, miradas las cosas desde fuera (desde la hondura de la pascua) parece que ella ha sido necesaria:  ha permitido que cada personaje de la trama (cada sección del grupo mesiánico de Jesús) explore su camino.

Hasta entonces, la misma cercanía sorprendente de Jesús (hombre poderoso en obras y palabras) les mantenía protegidos. Ahora, sólo ahora, en el hueco de su muerte, deben mirar  y buscar de verdad lo que buscaban. Este es el día tercero, tiempo de la verdad: cada uno de los actores del drama mesiánico de Jesús debe reaccionar, con la ayuda de Dios.

  1. Liberación por la palabra: El sermón del desconocido (Lc 24, 25-27).

Estos fugitivos han  abandonado la comunidad donde parecen reunidos otros discípulos incrédulos con las mujeres creyentes (cf. Lc 24, 9-10.33-35). Este sería el comienzo del fin: empieza a disgregarse el grupo que Jesús había formado.  Escapan  de él, pero le llevan en su mente y conversación (cf. 24, 14). Pues bien, su mismo alejamiento será principio de nuevo encuentro. Muchas veces resulta necesaria la distancia: separarse del lugar de la experiencia inmediata, tomar tiempo para revivir lo que ha pasado. Quien no sufra el choque del fracaso, quien no sienta tentación de escaparse no podrá entender el evangelio. Esa decepción, ese intento de evadirse para recuperar la tranquilidad de un pasado sin cruz, constituye un elemento integrante de la resurrección cristiana.

            Sigamos. Se suele decir que  no hay verdadera conversación sin “un tercero”. Aquí llega.  Los fugitivos hablan entre si, con su tristeza, pero no culminan la conversación. Son los más interesados en el tema: escapan de Jesús y, sin embargo, no comprenden lo que pasa. Entonces llega y toma la palabra, para iluminar con su vida la Escritura antigua.  Empieza preguntando: se interesa por el dolor de los fugitivos y  permite que ellos hablen y digan lo que esperaban (liberación de Israel) y lo que ahora sufren (fracaso de Jesús). Como buen conversador, les hace hablar, no sólo para aprender lo que dicen, sino para dejar que se expresen y con ello manifiesten su verdad e intimidad más honda.

            El Jesús pascual ofrece su homilía, como un desconocido que pide lugar y  palabra en la conversación de dos decepcionados. Precisamente al fondo de su decepción, ellos conservan (y expresan) un rescoldo de fe; en ella penetra el caminante, reconstruyendo aquello que antes era su deseo y ahora es  su decepción. La experiencia pascual viene a expresarse a través de un diálogo que, de manera casi lógica, termina por centrarse en los grandes argumentos de la cultura humana: el sentido del dolor y la esperanza de la felicidad. Así les habla:

  • [Acusación]a. ¡Oh faltos de mente y duros de corazón para creer todas las cosas que dijeron los profetas!
  • [Pregunta] b. ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y entrara así en su gloria?
  • [Interpretación] c. Y comenzando por Moisés y por todos los profetas les fue interpretando en todas las Escrituras todas las cosas que se referían a él (24, 25-27).

            Estas palabras no forman un discurso teórico sobre el dolor y el fracaso de la vida, sino  respuesta fuerte que recrea la conversación de los fugitivos. Es fuerte, porque el caminante se atreve a acusar a los otros dos, llamándoles faltos de mente y duros de corazón, asumiendo así un motivo clásico de la tradición profética y legal de la BH, que describe a los israelitas como duros de cerviz e incircuncisos de corazón. Desde  la historia y tradición deuteronomista (siglo VI a. C.), hasta Jesús y  la Misná (siglo II d. C.), los mismos textos judíos han acusado a los israelitas de no aceptar a los profetas, incluso de asesinarlos.

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Perdón, resurrección y misión. Domingo 3º de Pascua. Ciclo B

Domingo, 14 de abril de 2024
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emmausDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El perdón

            Las tres lecturas de hoy coinciden en el tema del perdón de los pecados a todo el mundo gracias a la muerte de Jesús. La primera termina: “Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.” La segunda comienza: “Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el justo.” En el evangelio, Jesús afirma que “en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos”.

           Personas con poco conocimiento de la cultura antigua suele decir que la conciencia del pecado es fruto de la mentalidad judeocristiana para amargarle la vida a la gente. Pero la angustia por el pecado se encuentra documentada milenios antes, en Mesopotamia y Egipto. Lo típico del NT es anunciar el perdón de los pecados gracias a la muerte de Jesús.

La resurrección

            En esta época de Pascua, es lógico que el evangelio de este domingo conceda especial importancia a la resurrección de Jesús. Imaginemos la situación de los primeros misioneros cristianos. ¿Cómo convencer a la gente para que crea que una persona condenada a la muerte más vergonzosa por las autoridades, religiosas, intelectuales y políticas ha resucitado, de que Jesús sigue realmente vivo?

          Lucas parece moverse entre cristianos que tienen muchas dudas a propósito de la resurrección (recuérdese que en Corinto había cristianos que la negaban), y proyecta esa situación en los apóstoles: ellos son los primeros en dudar y negarse a creer, pero Jesús les ofrece pruebas físicas irrefutables: camina con los dos de Emaús, se sienta con ellos a la mesa, bendice y parte el pan. El episodio siguiente, el que leemos este domingo, insiste en las pruebas físicas: Jesús les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de tocarlos, y llega a comer un trozo de pescado ante ellos.

En aquel tiempo, los discípulos de Jesús contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dice:

«Paz a vosotros».

Pero ellos, aterrorizados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. Y él les dijo:

«¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo».

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Pero como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

«Tenéis ahí algo de comer?».

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. Él lo tomó y comió delante de ellos.

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            El hecho de que Jesús comiese un trozo de pescado podría ser una prueba contundente para los discípulos, pero no para nosotros, los lectores actuales del evangelio, que debemos hacer un nuevo acto de fe: creer lo que cuenta Lucas.

            Por eso, el evangelista añade un breve discurso de Jesús que está dirigido a todos nosotros: en él no pretende probar nada, sino explicar el sentido de su pasión, muerte y resurrección. Y el único camino es abrirnos el entendimiento para comprender las Escrituras. A través de ella, de los anunciado por Moisés, los profetas y los salmos, se ilumina el misterio de su muerte, que es para nosotros causa de perdón y salvación.

Y les dijo:

«Esto es lo que os dije mientras estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí».

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo:

«Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto».

La misión

Las últimas palabras de Jesús anuncian el futuro: “En su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto.” La frase final: “vosotros sois testigos de esto” parece dirigida a nosotros, después de veinte siglos. Somos testigos de la expansión del evangelio entre personas que, como dice la primera carta de Pedro, “lo amáis sin haberlo visto”. Esta es la mejor prueba de la resurrección de Jesús.

1ª lectura (Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19)

En aquellos días, Pedro dijo a la gente:

El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo.

Vosotros renegasteis del Santo y del justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello.

Ahora bien, hermanos, sé que lo hicisteis por ignorancia, al igual que vuestras autoridades; pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer.

Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados.

2ª lectura (Primera carta del Apóstol San Juan 2, 1-5a)

Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo lo conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

 

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3º Domingo de Pascua. 14 Abril, 2024

Domingo, 14 de abril de 2024
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Jesús se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Paz a vosotros.’ Entonces ellos, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu. Pero él les dijo: ¿Por qué estáis turbados y surgen dudas en vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpad y ved.’”

(Lc 24, 35-48).

En este tercer domingo de Pascua leemos el mismo episodio que el domingo pasado, esta vez en el evangelio de Lucas. Nos encontramos en el tiempo que va entre la Resurrección de Jesús y su Ascensión al cielo. Es un tiempo en que Jesús hace saber a sus discípulos que, tal y como había dicho, ha resucitado, está vivo y está con ellos. Les devuelve el sentido.

En el evangelio de Lucas, justo antes del texto que leemos hoy, tenemos a Jesús manifestándose a los dos discípulos que iban hacia Emaús y que han vuelto corriendo a Jerusalén, y también se nos dice que se ha mostrado a Pedro. Ahora Jesús se aparece a sus discípulos reunidos, que viven una experiencia de comunidad. En ella, al fin entenderán plenamente quién es ese Mesías tantas veces incomprensible, y a partir de ahí podrán cumplir lo que les ha encargado: predicar la conversión y el perdón, vivir de la manera que les ha enseñado.

Desde que entraron en Jerusalén, los discípulos han vivido en el desconcierto. Su Maestro ha muerto. Antes, ha sufrido a manos de su propio pueblo, y en nombre de Dios. Ellos mismos, las personas más cercanas a él, lo han traicionado, negado, abandonado. Pero algo les sigue uniendo, esperan sin saber qué, y el desconcierto crece desde que han encontrado el sepulcro vacío y las mujeres aseguran su resurrección.

El evangelio nos habla en este puntode extrañamiento, de incomprensión, de tristeza, de expectativas defraudadas, de incredulidad. En el fragmento que leemos hoy, vemos que las primeras reacciones de los discípulos al ver a Jesús son de espanto, de duda, de turbación. Después empiezan a sentir alegría, aunque mezclada con sorpresa e incredulidad. Esta alegría será completa poco después, en la Ascensión. Junto con la alegría, la aparición del Maestro resucitado les trae comprensión y sentido. Ahora comprenden lo que Jesús les ha explicado tantas veces antes.

Si hasta aquel momento los seguidores de Jesús hablaban con desazón, ahora, de nuevo delante de él, callan y escuchan a su Maestro, que les quiere hacer entender que es el mismo que habían conocido de tan cerca, y que sigue presente y guiándolos hasta que recibirán el Espíritu en Pentecostés.

Oración

Padre, concédenos el don de sentir a Jesús siempre con nosotras. Que esta certeza llene nuestras vidas de alegría y de sentido. Que comprendamos todos los hechos de nuestra vida a la Luz de aquél que tú has resucitado.”

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nada histórico puede sucederle a Jesús más allá de la muerte.

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4063DOMINGO 3º DE PASCUA (B)

Lc 24,35-48

Marcos, que es el primero que escribió, no sabe nada de apariciones. Incluso en el final canónico, que es un añadido del s. II, únicamente se mencionan algunas apariciones constatadas ya en otros evangelistas. Mateo tampoco aporta un relato completo. Jesús se aparece a las mujeres que van al sepulcro y les manda anunciar a los discípulos que vayan a galilea y allí le verán. En un monte en Galilea se aparece Jesús y les manda a predicar y a bautizar. Lc y Jn, que son los últimos que escriben, tienen relatos con todo lujo de detalles. Esto nos indica que los relatos se han ido elaborando por la comunidad a través de los años.

Podemos constatar con toda claridad que los relatos más tardíos son los que tienden a la materialización de la presencia, tal vez para contrarrestar la duda, que se destaca cada vez más. En Mateo se duda que sea el Cristo; en Lucas y Juan se duda de que sea Jesús de Nazaret. La materialización y la duda están relacionadas entre sí. Cuando los testigos de la vida terrena de Jesús van desapareciendo, se siente la necesidad de insistir en la corporeidad del Jesús resucitado para ser más convincentes. Caen en la trampa en la que nosotros seguimos aprisionados: creer que lo real es solamente lo que se puede ver.

En Lucas, todas las apariciones y la subida al cielo, tienen lugar en el mismo día. En el episodio que leemos hoy, Jesús aparece ‘a los once y a todos los demás’, de improviso, como había desaparecido después de partir el pan en Emaús. Se presenta en medio, no viene de ninguna parte. El relato de Emaús, que precede, había dejado claro que Jesús se hace presente en el camino de la vida, en la Escritura y en la fracción del pan. Aquí se hace presente en medio de la comunidad reunida. Esto lo tenía ya muy claro la comunidad, cincuenta o sesenta años después de la muerte de Jesús, cuando se escribió este evangelio.

Llenos de miedo. No tiene lógica. Los discípulos ya conocían el anuncio de las mujeres, la confirmación del sepulcro vacío, y una aparición al mismo Pedro que el evangelio menciona, pero no narra. Los de Emaús estaban contando lo que les acababa de pasar. Si a pesar de todo siguen teniendo miedo, quiere decir que fue difícil comprender que pueda haber Vida más allá de la muerte. También nos advierte de que, lo que se narra, no pudo ser una invención de los discípulos, porque no estaban nada predispuestos a esperar lo sucedido. En Juan, los discípulos tienen miedo de los judíos; en Lucas, tienen miedo del mismo Jesús.

Creían ver un fantasma. El texto se empeña en que tomemos conciencia de lo difícil que fue reconocer a Jesús. Los que acaban de llegar de Emaús caminan varios kilómetros con él y cenan con él sin conocerlo. Incluso Magdalena, que le quería con locura, pensó que se trataba del hortelano. ¿Qué nos quieren decir esta insistencia en que eran incapaces de reconocerlo? Nos están advirtiendo de que era Jesús, pero no era el mismo. En relato de hoy se dice: Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros”. ¿Es que en ese momento no estaba con ellos? Estas incongruencias nos tienen que abrir los ojos.

Mirad mis manos y mis pies, palpadme. Las manos y los pies, prueba de su muerte por amor en la cruz y de que es Jesús el mismo que crucificaron quién se deja ver ahora. Se insiste en la materialidad, para demostrar que no se trata de fantasías o ilusiones de los discípulos. En absoluto estaban predispuestos a creer en la resurrección, más bien se les impuso contra el sentir de todos ellos. Esto da plena garantía a lo que nos trasmiten, aunque al envolverlo en un relato, tenemos el peligro de quedarnos en el envoltorio.

¿Tenéis ahí algo que comer? Dice un adagio latino: quod satis probatur nihil probatur. Lo que prueba demasiado no prueba nada. Si el cuerpo de Jesús seguía desarrollando las funciones vitales, necesitaría seguir comiendo y respirando etc. Sería un absurdo completo que Jesús pudiera comer después de muerto y no tiene ninguna posibilidad de que fuese real esa comida. Lo que intenta es decirnos lo difícil que fue para ellos aceptar que había una Vida después de la muerte. La experiencia pascual de los seguidores sí fue real, pero no hay manera de comunicarla a los que no han tenido esa experiencia. El afán por demostrar lo indemostrable los lleva a estas incongruencias y meteduras de pata.

Así estaba escrito. Lucas insiste, siempre que tiene ocasión, en que se tienen que cumplir las Escrituras. En todos los salmos que hablan de siervo doliente, termina con la intervención de Dios que se pone de su parte y lo reivindica. Los primeros cristianos eran todos judíos; no tenían otro universo religioso para interpretar a Jesús que su Escritura. A pesar de que Jesús dio un paso de gigante sobre las Escrituras a la hora de decirnos quién es Dios, ellos siguen echando mano del AT para interpretar su figura. No es que se tengan que cumplir las Escrituras, es que hacen un relato, ad hoc, para que se cumplan.

Mientras estaba con vosotros. Indica con toda claridad que ahora no está con ellos físicamente. Estas son las pistas que nos advierten para no caer en la trampa de una interpretación literal. Jesús está presente en medio de la comunidad. Su presencia es objeto de experiencia personal, pero no se trata de la misma presencia de la que disfrutaron cuando vivía con ellos. Jesús es el mismo, pero no está con ellos de la misma manera que lo hacía cuando andaba por los caminos de Galilea. Esta presencia de Jesús en medio de la comunidad es mucho más real que antes. Ahora es cuando descubren al verdadero Jesús.

Los discípulos estaban incapacitados para asumir la muerte de Jesús. Ni mientras vivía con ellos, ni después de muerto, podían asumir que el Mesías tuviera que padecer una muerte tan espantosa. Ni la idea de Dios que manejaban, ni la idea de Mesías que podían elaborar desde el AT, los podía llevar a aceptar la destrucción total del hombre Jesús. En ninguna parte del AT se dice que el Mesías tuviera que morir y menos de esa manera. Todas las citas que se hacen en los evangelios para explicar su muerte están traídas por los pelos.

En la primera lectura, Pedro, y en la segunda Juan, nos recuerdan que somos nosotros los que debemos manifestar ese amor de Dios. “Arrepentíos y convertíos para que se perdonen los pecados; y Juan: “Quien dice, yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él“. Somos nosotros los que tenemos que resucitar, haciendo nuestra la misma Vida que Jesús alcanzó mientras vivía y que mantiene después de muerto. Esta es la intención de los evangelios al escribir lo que escribieron.

Para terminar, recordar la última diferencia notable entre Lucas y Juan. En Juan exhala su aliento sobre ellos y les confiere el Espíritu. En Lucas les promete que se lo enviará. La diferencia es solo aparente, porque el Espíritu, ni tienen que mandarlo, ni tiene que venir de ninguna parte. Es una realidad Espiritual que está siempre en nosotros. Podemos decir que llega a nosotros cuando lo descubrimos y dejamos que su presencia renueve todo nuestro ser. Ese Espíritu no es un ser especial, sino la misma Vida que vivió y manifestó Jesús. Dios es Espíritu y está en todas partes sin posibilidad alguna de ausencia.

Fray Marcos

Fe Adulta

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Pedro

Domingo, 14 de abril de 2024
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Hechos 3, 13-15. 17-19

«Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello»

Podemos creer que los relatos de la Resurrección narran unos hechos que ocurrieron y aceptar que Jesús resucitado atravesaba paredes y comía pescado, y podemos creer que la “experiencia pascual” fue una simple vivencia mística no perceptible por los sentidos. Lo mismo da; es irrelevante para nuestra fe que creamos una u otra cosa. Lo que importa es creer que Jesús nos ha mostrado que hay más vida tras la muerte y que nosotros estamos destinados a vivirla. Lo que importa es que eso nos mueva a cambiar nuestra vida como cambió la de Pedro y el resto de los Testigos.

Hoy no vamos a tomar como referencia el evangelio de Lucas, cuyo mensaje coincide básicamente con el de Juan del domingo pasado, sino la primera lectura que recoge las palabras de Pedro a los israelitas en el Templo de Jerusalén.

«Varones israelitas… El Dios de Abraham ha glorificado a su hijo Jesús a quien vosotros entregasteis y negasteis delante de Pilato cuando éste había resuelto ponerle en libertad. Negasteis al santo y pedisteis que se os diese un homicida. Matasteis al autor de la vida a quien Dios ha resucitado de entre los muertos, y nosotros somos testigos».

Como decía Ruiz de Galarreta, ¿es éste el mismo Pedro que no se atrevió a afrontar las burlas de una criada y renegó de Jesús? ¿Qué le ha pasado? Viéndole ahora dando la cara con semejante arrojo, nos admiramos del cambio que el Espíritu ha producido en él; nos asombramos de la fuerza con la que actúa el espíritu de Jesús.

Pedro estaba muerto y ha resucitado. Muerto de miedo, de prejuicios religiosos, de falsos mesianismos. Estaba muerto y el Espíritu lo ha resucitado. Es una imagen viva de cada uno de nosotros y de la Iglesia entera, en gran parte muertos, necesitados del Espíritu para poder resucitar, para poder creer de veras y asumir la misión.

El espíritu de Jesús convirtió a Pedro y al resto de sus discípulos en mensajeros, en enviados, en testigos que nos muestran el camino. De ellos aprendimos a concebir la Iglesia como un grupo de mujeres y hombres que se sienten enviados, que aceptan ser mensajeros, que quieren hacer de su vida testimonio, porque se sienten invadidos por el mismo Espíritu que arrastraba a Jesús,

Pero este espíritu necesita alimentarse para crecer, y se alimenta en la contemplación, en las obras y en la comunidad. La contemplación de Jesús multiplica la fascinación y la adhesión; las obras son la puesta en práctica de sus valores y criterios y reafirman la validez del mensaje; la comunidad está encarnada en la Iglesia, y especialmente en la celebración fraternal de la eucaristía, que contagia la fe y nos hace vivir en común nuestra experiencia pascual.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo sobre este evangelio, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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No tengáis miedo, soy yo

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4064(Lc 24, 35-48)

Para la comunidad de Jesús no fue nada fácil hacer el camino de la Pascua. El horror y el fracaso de la cruz los dejó y las dejó sin aliento, con la esperanza quebrada y el miedo como único horizonte. Algunas mujeres del grupo habían vivido una experiencia que las sostenía en la certeza de que Jesús estaba vivo, aunque con una presencia diferente, pero para la mayoría de la comunidad su testimonio era una locura difícil de creer.

Contaron lo que les había pasado (Lc 24, 35-36)

La decepción y el fracaso se apodera de la mayoría y muchos deciden volver a su casa y retomar la vida que habían abandonado para seguir a Jesús. Así lo recordaba aquella pareja que, abandonando Jerusalén, se dirigía a Emaús. El proyecto de Jesús había sido un sueño, pero todo había acabado. Quedaba el recuerdo de lo vivido y, poco a poco, al evocarlo su experiencia se fue transformando. Al final del trayecto se sentaron a compartir el pan y mientras lo partían supieron, más allá de toda evidencia, que Jesús estaba vivo y que, de alguna manera, él les estaba ayudando a comprender lo que había pasado y recuperar las fuerzas para seguir anunciando la Buena Noticia.

De regreso a Jerusalén se encontraron a la comunidad entre dudas y certezas. Querían creer lo que las mujeres y los de Emaús testimoniaban, pero la tristeza y la impotencia seguían siendo más fuerte.

Y se arriesgaron a creer… (Lc 37-44)

Los discípulos y las discípulas de Jesús necesitaron tiempo para mirar lo que había ocurrido de otra manera. Necesitaron tiempo para calmar su miedo. Necesitaron tiempo para liberar su corazón de la tristeza y de la incertidumbre. Necesitaron tiempo para afrontar con valentía sus dudas y buscar nuevas respuestas.

Y en ese tiempo, poco a poco, fueron aflorando las certezas. Jesús los acompañaba en ese camino. De él brotaba la paz que se iba instalando en sus corazones. No era la paz de la resignación ni de la ausencia de conflicto. Era la paz de quien recuperaba la esperanza, de quien se sentía acompañado/a y sostenido/a. No era una ilusión ni una locura, era una certeza honda y poderosa: la vida de Jesús no podía terminar clavada en una cruz porque su persona y su mensaje habían traído al mundo algo tan definitivamente liberador que solo podía venir de Dios.

La duda fue la compañera que los y las mantuvo alerta, que les permitió salir del miedo y la tristeza. A tientas fueron recuperando la esperanza, al calor de la Escritura entendieron que su vida se hacia misión y al partir el pan volvieron a sentirse comunidad reunida, ahora en nombre de Jesús.

Compartir la mesa: memoria y testimonio (Lc 24, 45-49)

Para las primeras comunidades, sentarse a la mesa y compartir vida y alimento se hizo espacio de memoria y testimonio. En su mente y en su corazón seguían muy presentes aquellas experiencias vividas en Galilea junto a Jesús compartiendo con los/as pobres y desheredados/as, con los/as marginados/as y estigmatizados/as la Buena Noticia de un Dios amor y perdón, que no quería dejar a nadie fuera ni que nadie se erigiera en juez de otros/as por defender fronteras o leyes. Esos recuerdos se asociaban muchas veces a una comida, a una fiesta, a una sobremesa. En esos espacios había algo nuevo, cargado de esperanza y futuro.

Esa comensalidad se hizo honda vivencia en aquella última cena compartida con Jesús, aunque en aquel momento les resultaba difícil comprender lo que estaba pasando. Después de la condena del Maestro, la incertidumbre y el miedo oscureció aún más su horizonte. Sentados a la mesa comenzaron a recordar todo lo que les había dicho y todo lo vivido junto a él. Entonces, poco a poco, fueron dejando que la Santa Ruah refrescara su corazón y les ayudase a ver. Y sintieron a Jesús junto a ellos/as, lo escucharon y lo entendieron.

A la certeza de que Jesús había resucitado no llegaron por el impacto de unas visiones sino de un proceso personal y colectivo, en el que hubo dudas y oscuridad, pero en el que descubrieron un lugar seguro que los/as sostuvo e impulsó más allá de lo evidente. La vida de Jesús se les hacía presente en las pequeñas cosas cotidianas: en el trabajo, en los caminos, en los gestos. Cosas que evocaban encuentros, vivencias, sueños compartidos junto a Jesús que los y las había transformado, liberado, reconciliado. Y eso, en sus vidas, no era algo fugaz ni perecedero sino duradero y capaz de atravesar cualquier fracaso y oscuridad.

Así nos lo contaron, aunque para expresarlo tuvieran que hacer uso de imágenes y recursos literarios que quizá hoy nos resulten difíciles de comprender, pero que debemos tener en cuenta para poder recibir con hondura y verdad su experiencia y hacerla nuestra en nuestro presente y en nuestras circunstancias.

Carme Soto Varela

Fe Adulta

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Fe y relatos mentales

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4065Domingo III de Pascua

14 abril 2024

Lc 24, 35-48

Parece claro que, una vez que la persona se ha adherido a una fe o creencia, la mente trata de encontrar una “explicación” que resulte coherente y abarcadora. Todo puede ser explicado desde la nueva posición.

Según investigaciones recientes en el campo de las neurociencias, lo que realmente le interesa al cerebro no es la verdad, sino la coherencia: que todo lo planteado resulte un conjunto que aparezca como coherente. Esta es la función de lo que algunos científicos han denominado “el intérprete”. Dichas investigaciones desnudan la capacidad cerebral para inventar lo que sea necesario con tal de dotar de coherencia a su propio relato. En la lectura de hoy, se aprecia el recurso a las Escrituras para “explicar” e incluso justificar todo lo sucedido con Jesús.

De esa aguda capacidad cerebral, parecen derivarse, al menos, dos consecuencias: la primera es que la realidad es lo suficientemente abierta como para admitir diferentes lecturas; la segunda, una invitación a desconfiar o, al menos, sospechar de las propias creencias y construcciones mentales de todo tipo.

Que sean posibles diferentes lecturas no significa justificar el relativismo vulgar -otra creencia más-, sino reconocer que la realidad nos desborda y que nuestro conocimiento será siempre situado, es decir, relacional o relativo (a un tiempo y a un espacio). Tal reconocimiento constituye una invitación a la humildad y, por tanto, a un diálogo respetuoso, que empieza por relativizar el propio posicionamiento.

Sin embargo, tal actitud únicamente será posible si somos capaces de vivir en la incertidumbre, donde solo hay una única certeza: la certeza de ser. Tal como escribe Mónica Cavallé, «todos sabemos y sentimos que somos; todos tenemos una conciencia directa e inmediata de nuestro propio ser» (El coraje de ser. La aventura del autoconocimiento filosófico, Kairós, Barcelona 2023, p.92). Esa es la base del reconocimiento de nuestra verdadera identidad.

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Quiera Dios que amanezca la paz del Resucitado

Domingo, 14 de abril de 2024
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IMG_4013Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

01.- Jesús confiere paz.

En los relatos de la resurrección JesuCristo siempre confiere paz.

En el pasaje del evangelio de hoy hemos escuchado cómo Jesús les dice y desea a sus discípulos paz: paz a vosotros.

El relato se sitúa en Jerusalén, al atardecer del domingo de resurrección, estando reunidos y conversando los once y sus compañeros con sus miedos y decepciones.

Los discípulos, los dos de Emaús, Tomás, terminaron decepcionados de Jesús, pero no le habían olvidado. Los discípulos estaban reunidos, los dos de Emaús iban discutiendo por el camino.

Todos juntos se sientan a la mesa y le reconocen, le vuelven a conocer, pues hasta entonces no se habían dado cuenta, no habían llegado a la fe en el resucitado. Jesús les evoca las heridas y les hace ver que “Soy yo en persona”.

Aquellos primeros discípulos están llegando a la fe en el resucitado

02.- Miedos, decepciones, angustia, culpa en la vida.

        A la muerte de Jesús el grupo queda desilusionado, frustrado, pero mantienen el recuerdo de las palabras de Jesús, de sus gestos, de su actitud ante la religión, ante la ley, los sacerdotes, ante los pobres y enfermos, etc.

Pero el grupo vive con miedo, están asustados, encerrados…

Creo que todos los seres humanos: sabios y necios, ricos y pobres, creyentes y ateos, todos tenemos cuatro grandes cuestiones que afrontar en la vida para que nuestra existencia sea sana y sensata.

Las cuatro grandes cuestiones de todo ser humano son el sentido de la vida, el sufrimiento, la culpa (culpabilidad) y la muerte.

Sentido de la vida

Para que abordemos nuestra existencia sensatamente, con sentido, necesitamos saber -o cuando menos buscar- hacia donde caminamos en la vida. O dicho de otra manera cuál es el sentido de la vida.

Sentido de la vida es saber si existe algo o alguien por el o por lo cual merece la pena que yo siga existiendo.

De otro modo la vida humana se convierte en un tedioso fluir de la nada hacia la nada.

En plena campaña electoral podríamos decir que vivimos en el club de los proyectos vivos pero el sentido y la esperanza muerta.

Necesitamos como el comer, dar sentido a la vida.

Sufrimiento

Un segundo aspecto de la vida es ser consciente de que la vida es sufrimiento.

A alguno le podrá parecer algo pesimista, pero vivir es sufrir, afrontar el sufrimiento; y no únicamente el sufrimiento físico, sino el sufrimiento moral, psicológico.

Bien está Osakidetza, el mundo médico, la psicología, etc. pero en el transcurrir de la vida está el sufrimiento. No asumir el sufrimiento es no asumir la vida.

No es humanizar la vida crear una existencia edulcorada, como si fuese un divertimento, pasar lo mejor posible, educar blanda y fácilmente a las nuevas generaciones.

Para vivir humanamente hemos de asumir su dimensión sufriente.

Freud lo decía con aquella afirmación: la vida es placer (eros) y muerte (thanatos). La ´búsqueda del bienestar, placer, etc., pero un encuentro “diario” con el sufrimiento y, finalmente, con la muerte.

La culpa y angustia

El ser humano es, somos, libres, si bien con una libertad limitada y dañada. Los creyentes decimos pecado original. Los no creyentes habrán de asumir que la libertad humana es muy débil, limitada.

Muchas veces no podremos evitar actuar mal nuestra libertad y hacer el mal (no digo pecado, pero también). Muchas veces actuamos mal en la vida, en la familia, en el trabajo, en las relaciones humanas.

Esa mala actuación de la libertad genera culpa – culpabilidad, que puede derivar en miedo y angustia.

La psiquiatría podría hablar de estas cosas.

La muerte

Todo ser humano hemos de afrontar el problema de la muerte.

La postura del filósofo griego, Epicuro (341-270 a. C), es un tanto ilusoria. Decía Epicuro  “Donde estoy yo, no está la muerte, y donde está la muerte, no estoy yo, por tanto, ¿para qué preocuparse?”.

Pero el problema es que donde estoy yo, está ya presente la muerte. Vivir es como un continuo defenderse contra la muerte.

        Las cuatro cuestiones no son especialmente religiosas, sino humanas: el sentido de la vida es necesario a todo ser humano, la culpa-angustia nos puede sobrevenir a todos, el sufrimiento y la muerte están también para todos.

03.- Sin embargo la salida a esas cuestiones está en la fe – confianza.

        Mucho pueden ayudar las ciencias, una buena organización sociopolítica, una honrada economía pueden aliviar o solucionar estas cosas.

        Pero la salida, digamos solución, a estas cuestiones está en la esperanza sustentada en la fe.

        El sentido de la vida es Dios. La culpa y la angustia encuentran alivio en el perdón. El sufrimiento -sobre todo moral- halla alivio en JesuCristo: venid a mí los que estáis cansados y agobiados…

La muerte termina en la Resurrección.

04.- ¿Y qué es la resurrección?

¿Qué puede significar que Jesús resucitó y que nuestros hermanos difuntos y nosotros resucitaremos? ¿Qué es la resurrección?

    La resurrección no es la reanimación de un cadáver. La resurrección no acontece en el tanatorio.

    La resurrección acontece “más allá de la historia”.

    Escribía Teilhard a mediados del siglo XX:

La historia del universo ha abierto un nuevo umbral a la evolución. De la materia surgió la vida, y de la vida emergió el hombre. Desde que el Hijo del Hombre ha traspasado la frontera de la muerte, la evolución terrestre ha alcanzado una dimensión celeste, y la existencia mortal se ha transformado en existencia inmortal. Con la aparición del Hijo del hombre, la historia evolutiva del hombre, se transforma en la historia del Dieu evoluteur, del Dios que hace evolucionar la evolución hasta el punto Omega, en el que lo temporal y lo eterno coinciden (Teilhard de Chardin).

La Resurrección es el punto final, el punto omega, la conclusión, la realización  de la existencia. Ser cristiano creyente en la resurrección es creer que “no dejamos de ser”, sino que “seremos en Dios de otra manera”, que Teilhard expresa con el lenguaje de la evolución. Los evangelios expresan estas cosas con otro universo de símbolos: Jesús come, atraviesa paredes, se hace presente, etc.

Posiblemente ser creyente, creer en la resurrección y la vida es creer y confiar en el ser, aunque ya no podamos decir mucho más, pero sí confiar mucho más.

        Cuando uno se apoya en el ser, en Dios, en el Señor: “descansa” y la vida se inunda de serenidad, paz  y alegría. Es como si hubiéramos naufragado en el océano, estamos en el abismo, no “tocamos pie”, pero cuando pisamos fondo: descansando. Esta experiencia la refleja muy bien el salmo 61: solamente en Dios descansa mi vida. Solamente Dios es el horizonte de mi vida, solamente en Cristo hallo alivio a mis sufrimientos más íntimos, solamente en ´Cristo hallo perdón a mi culpa, solamente en Cristo hallo la vida.

No tengáis miedo: Testigos de la Vida

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El Jesús que cumplió su promesa de liberar a los pobres, es el Resucitado

Domingo, 14 de abril de 2024
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Comentario al evangelio del 3° domingo de Pascua

El Resucitado no es un espíritu en el sentido de desprecio de este mundo o una presencia distinta, haciendo cosas distintas

Sus palabras, sus signos, sus acciones simbólicas, a través de las cuales anunció el Reino de Dios, todas ellas son las que permiten que ahora se le reconozca como Hijo de Dios

Afirmamos creer en Jesús Resucitado, pero esto significa asumir su misma vida, con el riesgo, de correr su misma suerte

Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan. Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a ustedes. Pero ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu.  Y Él les dijo: ¿Por qué están turbados, y por qué surgen dudas en su corazón?  Miren mis manos y mis pies, que soy yo mismo; pálpenme y vean, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como ven que yo tengo.  Y cuando dijo esto les mostró las manos y los pies.  Como ellos todavía no le creían a causa de la alegría y que estaban asombrados, les dijo: ¿Tienen aquí algo de comer?  Entonces ellos le presentaron parte de un pescado asado. Y Él lo tomó y comió delante de ellos.  Y les dijo: Esto es lo que yo les decía cuando todavía estaba con ustedes: que era necesario que se cumpliera todo lo que sobre mí está escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió la mente para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: Así está escrito, que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día; y que en su nombre se predicara el arrepentimiento para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. (Lc 24, 35-48).

Seguimos en estos domingos de Pascua con textos bíblicos de las apariciones de Jesús a sus discípulos. En este domingo es del evangelio de Lucas, justamente el pasaje que sigue a la aparición a los discípulos de Emaús quienes, en este texto, ya están con los demás discípulos contándoles cómo reconocieron a Jesús en el partir del pan. Pero, aunque los discípulos acaban de oír el testimonio de los de Emaús, cuando se les aparece Jesús quedan atemorizados y asustados, incapaces de recibir el don escatológico de la paz que trae el Resucitado. En esta ocasión, el diálogo entre Jesús y los suyos se centra en mostrar la identidad entre el Jesús que compartió con ellos en su vida histórica y el Resucitado que ahora está en medio de ellos.

Este último dato es bien importante. El Resucitado no es un espíritu en el sentido de desprecio de este mundo o una presencia distinta, haciendo cosas distintas. Precisamente el afán de mostrar la identidad con el Jesús de la historia nos invita a entender que la vida del Resucitado no nos lanza a vivir en otra esfera distinta del mundo en que vivimos. Lo que hizo Jesús en su encarnación es lo que permitió que ahora esté resucitado. Sus palabras, sus signos, sus acciones simbólicas, a través de las cuales anunció el Reino de Dios, todas ellas son las que permiten que ahora se le reconozca como Hijo de Dios.

Y esta debería ser la clave para nuestra vivencia de fe. Afirmamos creer en Jesús Resucitado, pero esto significa asumir su misma vida, con el riesgo, de correr su misma suerte. A esto nos llaman estos textos de pascua: ser testigos y testigas de lo que Él hizo y dijo. De su misericordia infinita, de su inclusión de todos, de su puesta en acto del ser humano por encima de cualquier ley o institución religiosa. Ese Jesús que ahora les pide algo de comer para corroborarles su identidad, es el mismo que se sentó tantas veces a la mesa con los marginados de su tiempo, mostrando que Dios los incluye en el banquete del reino. De ahí que hoy sigue vigente testimoniar esa inclusión sin medida, esa capacidad de reconocer la presencia de Dios allí donde un ser humano está, sin que nada pueda disminuirlo en su dignidad para ser destinatario de la salvación ofrecida por Dios.

Pero es también el Jesús de la última cena donde el gesto más contracultural fue ponerse él, siendo el maestro y Señor a lavar los pies de los discípulos. Ahora es el Resucitado el que invita a ese servicio incondicional de todos para con todos.

Porque es el mismo Jesús que fue crucificado, la presencia del resucitado no es un dato inventado por sus discípulos o una proyección de una especie de ídolo que siguieron y ahora quieren encumbrar. ¡No! el que está en medio de ellos es el que no decayó en su anuncio del reino, a costa de su propia vida. Y, en ese sentido el perdón de los pecados que trae, no es una llamada a una conversión individualista o espiritualista sino a una conversión a los valores del reino, precisamente, por el testimonio que los discípulos puedan dar de lo vivido con Él en su vida histórica. El Jesús que cumplió su promesa de liberar a los pobres, devolver la vista a los ciegos, traer la vida y la dignidad a sus contemporáneos, es el mismo Resucitado que hemos de testimoniar. ¡Ojalá sepamos hacerlo!

(Foto tomada de: https://www.10minconjesus.net/meditacion_escrita/camino-de-emaus/)

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Ellas en marcha, ellos encerrados

Lunes, 8 de abril de 2024
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IMG_3984II Domingo de Pascua-2024
Ellas en marcha, ellos encerrados
Versión femenina, libre y comunitaria

Mari Paz López Santos
Madrid.

ECLESALIA, 07/04/24*.- Ellas se pusieron en marcha temprano. No podían esperar. La noche, aliada, les regalaba todavía los reflejos de la luna que ya había empezado su repliegue. Conjugaron la prisa con las ojeras producidas por la falta de descanso y el cansancio del dolor vivido que seguía atenazando sus corazones.

¡Hay tanto movimiento en los inicios de la Pascua! ¡Hay tantos sentimientos contrarios! Miedo y alegría. Sorpresa y postración. Temor y consuelo. Intermediación y envío.

Suena un nombre “¡María!”, desaparece el temor y los pies se ponen de nuevo en marcha: hay una misión… y es comunitaria.

¡Cuánta Vida en los inicios de la Pascua!

Ellos… ¿Dónde están ellos? Paralizados por el temor. Encerrados por miedo a ser reconocidos y cerrándose a la novedad que cambiaría sus vidas tanto individual como comunitariamente. Incrédulos del mensaje de las mujeres y de los dos de Emaús. ¡No había nada que hacer!

Ellas no tenían voz en aquella sociedad, por tanto su palabra tampoco tenía credibilidad para aquellos con los que habían caminado siguiendo al Maestro.

Ellos si la tenían, pero de nada les servía. El pánico les había arrebatado la confianza en Aquel a quien siguieron hasta que los problemas empezaron, y el espanto, de lo que creyeron era el punto final, la muerte de Jesús, les arrastró al agujero negro de la desesperanza.

Ardua tarea que, aquella incipiente y pequeña comunidad aterrorizada, se dejara modelar por el testimonio de las mujeres y de los dos caminantes deprimidos. No fue suficiente.

Ellos necesitaron varias apariciones en directo y una buena regañina por “su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían visto resucitado”. Necesitaron encontrarle en su territorio cotidiano, entre barcas, peces y brasas encendidas en la orilla. “Es el Señor” dijo aquel discípulo.

Ellos, en su encierro, escucharon reiteradamente: “Paz a vosotros”… y, como no estaban abiertos a creer, les mostró sus manos y el costado como pruebas visibles. ¡Ahora sí, la alegría lleno sus corazones y recibieron el impulso del Espíritu para implicarse y contar al mundo lo que ellos se habían resistido a creer.

No quedó aquí la cosa porque faltaba uno, Tomás, que no se lo puso fácil a sus compañeros. Tuvieron que asumir la misma incredulidad y resistencias que ellos habían tenido y que eran idénticas a las del recién llegado. Él pedía datos científicos claros y contundentes. Como dice el refrán: “Si no lo veo, no lo creo”.

Amor incuestionable. Paciencia infinita. Volvió Jesús ofreciendo de nuevo paz y datos. Poniendo todo su empeño en que la comunidad, ellas y ellos, fueran a contar al mundo lo que el Espíritu les decía por dentro: ¡Sal y cuéntalo!

*Hoy, 7 de abril de 2024, se cumplen 20 años de la publicación de mi primer escrito en ECLESALIA. Aquel día era Viernes Santo y hoy II domingo de Pascua.

Mi agradecimiento a César y Cristina (y sus “becarios”) por esta gran posibilidad de publicar todo lo escrito. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS…

MARI  PAZ

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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“Recorrido hacia la Fe”. 2º de Pascua – B (Juan 20,19-31)

Domingo, 7 de abril de 2024
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Estando ausente Tomás, los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita. En cuanto lo ven llegar se lo comunican llenos de alegría: «Hemos visto al Señor». Tomás los escucha con escepticismo. ¿Por qué les va creer algo tan absurdo? ¿Cómo pueden decir que han visto a Jesús lleno de vida, si ha muerto crucificado? En todo caso, será otro.

Los discípulos le dicen que les ha mostrado las heridas de sus manos y su costado. Tomás no puede aceptar el testimonio de nadie. Necesita comprobarlo personalmente: «Si no veo en sus manos la señal de sus clavos… y no meto la mano en su costado, no lo creo». Solo creerá en su propia experiencia.

Este discípulo, que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado a los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

A los ocho días se presenta de nuevo Jesús. Inmediatamente se dirige a Tomás. No critica su planteamiento. Sus dudas no tienen para él nada de ilegítimo o escandaloso. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le entiende y viene a su encuentro mostrándole sus heridas.

Jesús se ofrece a satisfacer sus exigencias: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos. Trae tu mano, aquí tienes mi costado». Esas heridas, antes que «pruebas» para verificar algo, ¿no son «signos» de su amor entregado hasta la muerte? Por eso Jesús le invita a profundizar más allá de sus dudas: «No seas incrédulo, sino creyente».

Tomás renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo experimenta la presencia del Maestro, que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: «Señor mío y Dios mío». Nadie ha confesado así a Jesús.

No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos rescatan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

La fe cristiana crece en nosotros cuando nos sentimos amados y atraídos por ese Dios cuyo rostro podemos vislumbrar en el relato que los evangelios nos hacen de Jesús. Entonces, su llamada a confiar tiene en nosotros más fuerza que nuestras propias dudas. «Dichosos los que crean sin haber visto».

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José Antonio Pagola

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“Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto”. Domingo 07 de abril de 2024. Domingo segundo de Pascua

Domingo, 7 de abril de 2024
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28-pasuaB2 cerezoLeído en Koinonia:

Hechos de los apóstoles 4,32-35: Todos pensaban y sentían lo mismo:
Salmo responsorial: 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1Juan 5,1-6. Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.
Juan 20,19-31: Porque me has visto, Tomás, has creído, -dice el Señor-. Dichosos los que crean sin haber visto.

Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía. Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil.

Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que es el centro de la comunidad- aparece en medio, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.

Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles “los judíos”, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica.

El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en alegría). Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida

Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida, o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la sociedad.

Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16), que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida. Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos, meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia del pasado.

Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión evangélica de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban Señor, siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar al ser humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..

Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).

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Dom 2 Pascua. Pon tu mano en mi llaga. Inmersión mística y liberación pascual (Jn 20,19-31)

Domingo, 7 de abril de 2024
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IMG_3982Del blog de Xabier Pikaza:

He comentado este evangelio en varios libros  sobre la vida de Jesús y el origen pascual de la Iglesia. Su tema  de fondo aparece en otros  lugares de la Biblia, especialmente en Hch 17 (discurso del Areópago), donde Pablo nos pasa de una mística de inmersión (en Dios vivimos, nos movemos y somos) a una  de Pascua (Dios muere en Cristo, para que  resucitamos con él, amando a los hermanos).

Tema de fondo y división 

Conforme a la tradición cristiana, Tomás es el apóstol “gnóstico”, autor de un famoso evangelio espiritual que no ha sido aceptado por iglesia (ha quedado como apócrifo). Tres son sus problemas de fondo:

  • Cree en un Cristo espiritual, signo de la hondura sagrada del hombre, no en Jesús crucificado por compromiso de amor y liberación hasta la muerte; no vive inmerso en la llaga sangrante de la historia humana
  • Vive su religión por libre, sin compromiso de comunión real con otros hombres y mujeres. No forma parte de una comunidad liberadora, de entrega mutua y de amor concreto a los pobres.
  • No cree, por tanto, en la resurrección, en la transformación real de la historia humana… sino en la hondura misteriosa de su vida.

El texto bíblico más parecido al de esta “conversión de Tomás”, según el evangelio de Juan, es el Discurso de Pablo en el Areópago (Hch 17). Según el evangelio de Juan, Tomás se convierte, entra en la iglesia de los que confiesan la muerte y resurrección carnal/social de Jesús. Por el contrario, conforme al discurso del Areópago, la mayoría de los atenienses se ríen de Pablo… y le dejan a solas, con sólo dos que acogen su camino: un tal Dionisio (el areopagita) y Dámaris, una mujer de la que no sabemos nada más. En la reflexión que sigue voy a mostrar, en forma casi telegráfica los cuatro momentos principales del discurso de Pablo:

  1. El Dios desconocido (Agnostô Theô). Los atenienses sabios no son ateos, sino “agnósticos”; no conocen al Dios verdadero de Cristo. Adoran a un Dios que no conocen, que se identifica en el fondo con su propio orgullo o ignorancia.
  2. La tarea: Habitar en el mundo (en un tiempo y un espacio), buscar a Dios, que se identifica en el fondo con buscar a Dios, que es nuestra respiración vital
  3. Mística de inmersión: En Dios vivimos, nos movemos y somos, que Dios sea en nosotros, que seamos nosotros en él. Valor y limitación de esta mística.
  4. Experiencia cristiana de Pascua: El Dios que muere y resucita en el hombre… , el hombre que resucita en Dios. El Dios de la pascua de Jesús, de la llaga de la historia (es el tema de Tomás, en Jn 20); los hombres como seres mortales en Dios, en sí mismos.

 1. DEL DIOS DESCONOCIDO (AGNOSTÔ THEÔ) AL HOMBRE DESCONOCIDO (AGNOSTÔ ANTHROPÔ)

 Los atenienses sabios no son ateos, sino “agnósticos”; no conocen al  Dios verdadero de Cristo (no conocen al hombre verdadero: agnosto anthropo). Adoran a un Dios que ignoran, que, según Pablo, se identifica en el fondo con su propio orgullo o ignorancia. Buscan a un hombre que no saben quién es, cómo es. Dicen que Diógenes de Sínope paseaba con un candil, día y noche, por Atenas, buscando a un hombre. Así empieza diciendo el texto:

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos. 23Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción: “Al Dios desconocido” (Hech 22).

Este discurso que Lucas ha introducido en su historia de Pablo (Hch 17) comienza con una referencia al Dios Desconocido, cuyo altar había visto paseando por las calles de Atenas, que no se define ya como ciudad del conocimiento (gnosis), sino del desconocimiento. Los atenienses, los más sabios de los sabios del mundo,  desconocen a Dios (a pesar de su Partenón: Templo de las doncellas divinas de Atenea), a pesar de la diosa Atenea y del Areópago (tribunal del Dios Ares/Marte).

Siendo honrados como son, ellos han elevado un pequeño altar, en un cruce de calles, dedicándolo al Dios desconocido, que es en el fondo el hombre desconocido. Significativamente, no se ha encontrado entre las ruinas de Atenas un altar con ese título (al Dios desconocido), pero sí un altar semejante, titulado A los dioses desconocidos (Agnostois theois). Pero Lucas, autor de este discurso de Pablo no ha puesto “dioses desconocidos”, porque para él (de raza judía) no hay dioses, sino un solo Dios, al que los atenienses de todas las escuelas (platónicos y aristotélicos, estoicos, epicúreos y cínicos etc.) desconocen. El tema es que, si desconocen a Dios (lo divino, el sentido de la vida) desconocen también a los hombres…

Atenas, la ciudad de la cultura antigua, lo mismo que el mundo actual (año 2024) es un enorme monumento dedicado al hombre desconocido. Así comienza el discurso.

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2. TAREA DEL HOMBRE: HABITAR EN EL MUNDO, BUSCAR A DIOS (SIENDO ALIENTO DIVINO).

Pablo sabe que el título anterior (al Dios desconocido, al hombre desconocido) es un título parcial y limitado, pues los atenienses (y en el fondo todos los hombres) conocen de alguna forma a Dios (a lo divino) y al hombre (la tarea humana). Habitar en el mundo (en un tiempo y un espacio), buscar a Dios, que se identifica en el fondo con buscar a Dios, que es nuestra respiración vital. Por eso sigue diciendo, como hombre culto, resumiendo la historia y la identidad de los hombres (entre los que incluye, implícitamente a los orientales de la India: Budistas, hindúes):

Pues eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo. 24El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, 25ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo.26De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, 27con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban.

Discurso teísta, Dios hacedor. Como judío que dialoga con el pensamiento, vida e historia de la humanidad, Pablo empieza hablando de Dios (ὁ Θεὸς), pero no del “dios desconocido” del altar de Atenas, sino del Dios-divinidad que todos los pueblos conocen…

Según Pablo , desde una perspectiva judía, ese Dios es conocido, y lleva artículo personal (el Dios)…,  pero en un sentido extenso, más que “Dios concreto”, es lo divino, lo sagrado, el espíritu/vida presente en todo lo que alienta y vive.  Ese dios es “hacedor” (ὁ ποιήσας). No tiene por qué ser “creador” de la nada, sino aquello/aquel del que todo proviene, que todo lo sustenta. Puede ser aliento cósmico, materia primigenia, pensamiento originario, energía… Quizá pudiéramos llamarle “el ser de todo lo que existe”, porque en el principio de lo que somos hay un tipo de ser/realidad (no la pura nada).

  1. Dios, vida y aliento de los hombres. Acotando el ancho espacio del “ser” de todo lo que existe, Pablo define lo divino como aquello/aquel que da (concede) a todas las cosas y en especial a los hombres la vida, la respiración y todas las cosas… (ζωὴν καὶ πνοὴν καὶ τὰ πάντα). Esas tres “cosas” están claramente delimitadas:
  2. Lo divino es la vida de todas las cosas: El cosmos entero es una realidad viva, habitada por lo divino, como han sabido y saben las “religiones cósmicas”, como sabe y dice un tipo de ecología moderna.
  3. Lo divino es en especial la respiración (el aliento vital, el “espíritu”) de platas, animales y hombres. Las religiones americanas llamaban a Dios “el gran Espíritu”, por su parte, los pueblos de Oriente han identificado a Dios con la respiración, de manera que la religión es una experiencia de inmersión cósmico-divina de tipo respiratorio (yoga). Es casi seguro que Pablo está pensando en un tipo de budismo que ha llegado a las fronteras del imperio romano.
  4. Dios, impulso, identidad y tarea de todos los pueblos (de la historia humana). Esto es lo que a Pablo, como judío que dialoga con la cultura universal, le importa más: La presencia de Dios en la historia humana, como indico a continuación:

  Pablo ha presentado a Dios como hacedor universal (poiesas), añadiendo que los hombres en general le conocen, pero sólo de un modo aproximado, aunque él es quien nos concede a todos vida, es decir, respiración, de manera que podemos decir que somos aliento de Dios, y que él es respiración o espíritu de todo lo que existe.

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Una aparición muy peculiar. Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Domingo, 7 de abril de 2024
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IMG_3934Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Domingo 2º de Pascua. Ciclo B.

Todas las apariciones de Jesús resucitado son peculiares. Incluso cuando se cuenta la misma, los evangelistas difieren: mientras en Marcos son tres las mujeres que van al sepulcro (María Magdalena, María la de Cleofás y Salomé), y también tres en Lucas, pero distintas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), en Mateo son dos (las dos Marías) y en Juan una (María Magdalena, aunque luego habla en plural: «no sabemos dónde lo han puesto»). En Mc ven a un muchacho vestido de blanco sentado dentro del sepulcro; en Mt, a un ángel de aspecto deslumbrante junto a la tumba; en Lc, al cabo de un rato, se les aparecen dos hombres con vestidos refulgentes. En Mt, a diferencia de Mc y Lc, se les aparece también Jesús. Podríamos indicar otras muchas diferencias en los demás relatos. Como si los evangelistas quisieran acentuarlas para que no nos quedemos en lo externo, lo anecdótico. Uno de los relatos más interesantes y diverso de los otros es el del próximo domingo (Juan 20,19-31).

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:

«Hemos visto al Señor».

Pero él les contestó:

«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo».

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:

«Paz a vosotros».

Luego dijo a Tomás:

«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente».

Contestó Tomás:

«Señor mío y Dios mío!».

Jesús le dijo:

«¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

Las peculiaridades de este relato de Juan

1. El miedo de los discípulos. Es el único caso en el que se destaca algo tan lógico, y se ofrece el detalle tan visivo de la puerta cerrada. Acaban de matar a Jesús, lo han condenado por blasfemo y por rebelde contra Roma. Sus partidarios corren el peligro de terminar igual. Además, casi todos son galileos, mal vistos en Jerusalén. No será fácil encontrar alguien que los defienda si salen a la calle.

2. El saludo de Jesús: «Paz a vosotros». Tras la referencia inicial al miedo a los judíos, el saludo más lógico, con honda raigambre bíblica, sería: «No temáis». Sin embargo, tres veces repite Jesús «paz a vosotros». Algún listillo podría presumir: «Normal; los judíos saludan shalom alekem, igual que los árabes saludan salam aleikun». Pero no es tan fácil como piensa. Este saludo, «paz a vosotros» sólo se encuentra también en la aparición a los discípulos en Lucas (24,36). Lo más frecuente es que Jesús no salude: ni a los once cuando se les aparece en Galilea (Mc y Mt), ni a los dos que marchan a Emaús (Lc 24), ni a los siete a los que se aparece en el lago (Jn 21). Y a las mujeres las saluda en Mt con una fórmula distinta: «alegraos». ¿Por qué repite tres veces «paz a vosotros» en este pasaje? Vienen a la mente las palabras pronunciadas por Jesús en la última cena: «La paz os dejo, os doy mi paz, y no como la da el mundo. No os turbéis ni os acobardéis» (Jn 14,27). En estos momentos tan duros para los discípulos, el saludo de Jesús les desea y comunica esa paz que él mantuvo durante toda su vida y especialmente durante su pasión.

3. Las manos, el costado, las pruebas y la fe. Los relatos de apariciones pretenden demostrar la realidad física de Jesús resucitado, y para ello usan recursos muy distintos. Las mujeres le abrazan los pies (Mt), María Magdalena intenta abrazarlo (Jn); los de Emaús caminan, charlan con él y lo ven partir el pan; según Lucas, cuando se aparece a los discípulos les muestra las manos y los pies, les ofrece la posibilidad de palparlo para dejar claro que no es un fantasma, y come delante de ellos un trozo de pescado. En la misma línea, aquí muestra las manos y el costado, y a Tomás le dice que meta en ellos el dedo y la mano. Es el argumento supremo para demostrar la realidad física de la resurrección. Curiosamente se encuentra en el evangelio de Jn, que es el mayor enemigo de las pruebas física y de los milagros para fundamentar la fe. Como si Juan se hubiera puesto al nivel de los evangelios sinópticos para terminar diciendo: «Dichosos los que crean sin haber visto».

4. La alegría de los discípulos. Es interesante el contraste con lo que cuenta Lucas: en este evangelio, cuando Jesús se aparece, los discípulos «se asustaron y, despavoridos, pensaban que era un fantasma»; más tarde, la alegría va acompañada de asombro. Son reacciones muy lógicas. En cambio, Juan sólo habla de alegría. Así se cumple la promesa de Jesús durante la última cena: «Vosotros ahora estáis tristes; pero os volveré a visitar y os llenaréis de alegría, y nadie os la quitará» (Jn 16,22). Todos los otros sentimientos no cuentan.

5. La misión. Con diferentes fórmulas, todos los evangelios hablan de la misión que Jesús resucitado encomienda a los discípulos. En este caso tiene una connotación especial: «Como el Padre me ha enviado, así os envío yo». No se trata simplemente de continuar la tarea. Lo que continúa es una cadena que se remonta hasta el Padre.

6. El don de Espíritu Santo y el perdón. Mc y Mt no dicen nada de este don y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo sitúa en este  momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y disposición del que lo solicita.

1ª Lectura: Hechos de los Apóstoles 4,32-35

Efecto de la resurrección en la comunidad cristiana, insistiendo en compartir los bienes.


En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y Dios los miraba a todos con mucho agrado. Ninguno pasaba necesidad, pues los que poseían tierras o casas las vendían, traían el dinero y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno.

2ª Lectura: Primera carta de san Juan 5,1-6

Consecuencias para el cristiano de la fe en Jesús Mesías: 1) se convierte en hijo de Dios, ha nacido de él; 2) ama a Dios; 3) ama a los hijos de Dios (en esto consisten “sus mandamientos”, de hecho, uno solo: “amaos unos a otros como yo os he amado”); 4) vence al mundo, que niega que Jesús es el Hijo de Dios, o la realidad de su muerte; el Espíritu testimonia que “vino con agua y sangre”.

Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a Dios que da el ser ama también al que ha nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino con agua y con sangre: Jesucristo. No sólo con agua, sino con agua y con sangre; y el Espíritu es quien da testimonio, porque el Espíritu es la verdad.

José Luis Sicre

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07 Abril, 2024. II Domingo de Pascua, Divina Misericordia

Domingo, 7 de abril de 2024
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La paz esté con vosotros”

(Jn 20, 19-31 )

En este Segundo domingo de Pascua nos encontramos a Jesús deseando la paz a sus discípulos. Y lo hace en tres ocasiones… por si se despistaban en la primera…

El Evangelio comienza: “al atardecer de aquel día”. El mismo domingo en que Pedro y Juan vieron el sepulcro vacío, en que María de Magdala se encontró con Jesús Resucitado y le confundió con el jardinero… Aquel día, al atardecer, cuando comenzaba la oscuridad, estaban encerrados, paralizados por el miedo ¿De qué nos inmoviliza nuestro miedo?

Jesús se presenta en medio de los discípulos (hombres y mujeres). Ya no se aparece solo a María. Se hace presente ante la comunidad. Quiere transmitir su mensaje a todas las personas que le han estado siguiendo.

Y les dice paz a vosotros. En la actualidad parece que esta palabra tiene el significado de ausencia de guerra. Pero estamos tan necesitadas… La humanidad grita paz; nuestras sociedades, familias y comunidades, la buscamos en el trabajo, en nuestra forma de relacionarnos… Anhelamos paz en nuestras entrañas, allí donde nos encontramos con Dios…

Sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”. El aliento, en la Biblia, nos habla de vida. En el Génesis, en la Creación del hombre, podemos leer: “Dios sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Jesús quiere transmitirse, entregar su Espíritu Santo, a los discípulos a través de esa expiración…

Los discípulos, al ver al Señor, se llenan de alegría. Existe un gran contraste con el miedo anterior. El encuentro con Jesús Resucitado cambia la vida.

Esa paz que les transmite… La tercera vez (el número tres en las Biblia nos habla de plenitud) que Jesús lo repite es cuando la comunidad está completa, cuando Tomás también se encuentra reunido con los discípulos. A veces, cuando las cosas no son como nos gustarían, tenemos la tentación de huir, ya sea físicamente, emocionalmente, mentalmente… Es en comunidad donde recibimos la paz, donde somos enviadas, donde Jesús nos entrega la Santa Ruah.

Oración

Trinidad Santa, sopla tu aliento de vida sobre nosotras. Entréganos tu paz.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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