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Carta al párroco

Jueves, 3 de marzo de 2022
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7F4ABEA3-749D-471C-AC5C-F4DF1254EDFAEscrita, va para veinte años, por un feligrés a su párroco

Juan de Burgos Román
Madrid

ECLESALIA, 10/01/22.- Asistí anoche a la disertación que diste en la parroquia y, como me chirriaron algunas de las cosas que, con contundencia, nos dijiste, pensé que quizá debiera ir a mostrarte mis discrepancias, pero no lo tuve claro. Sin embargo, después de un rato de oración, entendí que lo atinado era que no me callara, así que me he animado a enviarte esta nota.

A lo largo de la charla, te referiste varias veces a la Iglesia, diciendo cosas como que la ponemos en solfa, nos afeaste que, cuando buscamos la relación con Dios, lo hiciéramos al margen de la Iglesia, concluías afirmando que no la queremos y nos invitaste a cambiar, procediendo del modo que tú estimas que nosotros debemos proceder.

Y yo me digo: después de cómo se ha portado la Iglesia con muchos de nosotros (bueno, me refiero a la Iglesia oficial y sus ministros), lo esperable sería que a estas alturas no la pudiéramos ni ver y, sin embargo, seguimos bajo sus alas. Tras los muchos miedos a la condenación eterna que, los ministros de iglesia, nos han metido en el cuerpo, tras las angustias y desasosiegos que hemos sufrido por causa de ello a lo largo de nuestra juventud (y también posteriormente; recuerda, por ejemplo, las exhortaciones clericales a propósito de la Humane Vite), debiéramos haber salido despavoridos hace ya mucho, pero aquí seguimos. Y tú vas y nos dices que no queremos a la Iglesia. Después de tanta tergiversación e impostura, mostrándonos a Dios como un ser vengativo dispuesto a mandarnos a los infiernos a las primeras de cambio, o endilgándonos la “Historia Sagrada” a base de interpretaciones literales de las escrituras (la manzana y la serpiente parlante, el “trasatlántico” de Noé, etc.), lo que cabría esperar habría sido que nos hubiéramos marchado de la Iglesia hace ya muchos años, pero aquí seguimos, participando de sus cultos y colaborando en sus saraos varios. Después de la reciente tomadura de pelo, convirtiendo el año de júbilo en una interminable sucesión de romerías para ir a ganar algo extraño llamado jubileo (con la zanahoria de las correspondientes indulgencias, que no se sabe bien lo que son), resulta que, nosotros, en lugar de haber dicho que ya estaba bien, pues aquí andamos aun, en el redil de la Iglesia.

Pero fuiste a más: nos dijiste que teníamos el importante cometido de hacer creíble a la Iglesia ¿Así?, ¿conforme está ahora?, ¿sin limpiarla, al menos, un poquito? Me habría gustado (y creo que hubiera sido de justicia) que nos hubieras proporcionado unas pinzas, para la nariz, para cuando huele especialmente mal, y unos litros de lejía, para que nos hubiéramos puesto antes a fregarla, y así, cuando ya hubiera empezado a brillar, pudiéramos mostrarla sin sonrojarnos.

Me he animado a decirte esto último a la vista del texto bíblico que me salió en mi anterior rato de oración: «Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la Ley, habéis corrompido la alianza de Leví, dice Yahveh Sebaot. Por eso, yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el pueblo, de la misma manera que vosotros no guardáis mis caminos y hacéis acepción de personas en la Ley» (Malaquías 2,8-9).

Pues claro que queremos a la Iglesia (¿Quién nos ha transmitido la fe?), pero la queremos limpia, transformada. No parece que Jesús quiera una Iglesia como esta nuestra de ahora, de la que cabe decir lo mismo que él decía de la religión del Templo y de los jefes religiosos de su época.

Lamentablemente, el respeto y aprecio por la verdad no ocupan los primeros lugares en la escala de valores de muchos eclesiásticos; hay muchos otros principios que se la han puesto por encima. Sin ir más lejos, repara en la cantidad de milongas se dicen desde los púlpitos para que “los sencillos no se escandalicen”.

Me permito notar que, según tengo observado de antiguo, al hablar de la Iglesia, de su importancia, de lo que debe significar, tú hablas de ella y de Jesucristo como si de la misma cosa se tratara. Me pregunto si no será esto, la identificación que tú haces, lo que te llevó a la exhortación de anoche.

Nos decías, con firmeza, que (en tu opinión, supongo yo) gustamos de Dios pero no gustamos de los sacramentos. Tengo para mí que lo que acontece es algo muy distinto: acontece que lo que no gustan son los sucedáneos de sacramento. Me pregunto si, antes de hacer un reproche tan duro a tus feligreses, no sería conveniente que echaras un vistazo a cómo está posicionada en esto la parroquia (y la Iglesia en general; no me refiero al “pueblo fiel”). Y es que, a lo que se me alcanza, malamente se puede gustar de Dios sin gustar de los sacramentos, ya que sin estos (signos sensibles de la presencia de Dios) ni se le puede llegar a vislumbrar. Otra cosa son los rituales, a veces hueros, y las fórmulas litúrgicas en vigor, que en muchas ocasiones tienen apariencia de conjuro mágico que pretende obligar a Dios a acudir, de inmediato, a donde el presbítero oficiante se lo ordena.

Cuando te oí hablar de esas muchas personas, decías tú, que creen pero que no practican, pensé que quizá seamos nosotros, los que pululamos por las parroquias, los que, a fuerza de hacer mal las cosas, las hayamos incitado a marcharse ¿No será que ellas abandonan porque nuestro mensaje ha dejado de ser buena noticia, porque la cara de la Iglesia está demasiado sucia y nuestras celebraciones son, cuando menos, insustanciales e insípidas?

Y para acabar, tengo una cosa que, aunque no es de lo que tú nos dijiste, estaba allí presente anoche: Llamaba poderosamente la atención la frase “Abracemos la Cruz de Cristo” que, con motivo de la cuaresma, habéis puesto allí, en la pared interior del templo con grandes letras. Me produjo cierto rechazo, ya que, respecto de la Cruz de Cristo, me siento mucho más cercano a esto otro, que dijo el Vaticano II: «Él, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de quienes buscan la paz y la justicia» (Gaudium et Spes, 38a)

Y es que Jesús fundamentó su vida sobre el amor y no sobre el sufrimiento. Así pues, entiendo que, cuando sigamos sus pasos, en su caminar (entrega amorosa) por el establecimiento del Reino, no deberemos olvidar que ello nos puede acarrear amarguras y sufrimientos, los cuales nos veremos en la precisión de asumir, pero no de buscarlos, ni de andar tras ellos. Esto no es abrazarse a la cruz, esto es algo así como un accidente laboral, que, sin que lo busquemos, nos cae encima.

Espero que sepas disculparme si en algo estimas me he excedido.

Un abrazo.

21 de febrero de 2002

 (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedenciaPuedes aportar tu escrito enviándolo a eclesalia@gmail.com).

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Franz-Josef Overbeck: “Hemos perdido credibilidad. La gente ya no cree en la Iglesia, en los sacerdotes, en los obispos”

Jueves, 2 de diciembre de 2021
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20111019-offener-brief-an-franz-josef-overbeck-01-bundeswehr-fotos-wir-dienen-deutschland-flickr-cc-by-nd-460x222csm_170310_Bischof_Overbeck__16__c1fbd7f208“Hay una crisis de conciencia en la Iglesia universal”

“Durante muchos, demasiados años, no los vimos, aunque estaban entre nosotros y con nosotros todo el tiempo”, dijo el obispo de Hessen refiriéndose a los menores víctimas de abusos en el seno de la Iglesia

“El camino sinodal recorrido hasta ahora ha venido marcado por la crisis de los abusos, un escándalo que estalló en 2010 y que nos obligó a buscar caminos para abrir una nueva etapa en nuestra historia como Iglesia en Alemania”

“El destino final del sínodo es desconocido. No conocemos el resultado del viaje, pero sí el siguiente paso. En este momento estamos intentando dar juntos nuevas respuestas a las preguntas que nos hace la gente”

“Hemos perdido credibilidad. La gente ya no cree en la Iglesia, en los sacerdotes, en los obispos. No sólo se ha vuelto muy difícil para la gente creer en la Iglesia, sino que también es difícil entender qué y si la Iglesia todavía tiene algo que decir hoy en la sociedad posmoderna”.

Sin reservas. Así se expresaba el obispo de Essen (Alemania), Mons. Franz-Josef Overbeck en una entrevista con SIR en la que ha hablado acerca del proceso sinodal en la Iglesia alemana, que transcurre en un contexto profundamente marcado por los escándalos en relación con los abusos a menores y por el debate de la bendición a parejas gay.

“Durante muchos, demasiados años no los vimos, aunque estaban entre nosotros y con nosotros todo el tiempo”, dijo refiriéndose a los menores que fueron víctimas de abusos en el seno de la Iglesia. “Me parece que, al menos para Europa, cabe hablar de una crisis de conciencia”.

Para Overbeck, no hay duda de que el camino sinodal (donde participan los obispos de la Conferencia Episcopal y otros tantos miembros del Comité Central de Católicos, además de representantes de religiosos y religiosas, jóvenes, diáconos y otros grupos eclesiásticos) recorrido hasta ahora ha venido dado sustancialmente por los abusos, un escándalo que estalló en 2010 y que obligó a la la Iglesia alemana a “buscar caminos para abrir una nueva etapa en nuestra historia como Iglesia en Alemania”.

Nuevas respuestas a nuevas preguntas

Preguntado por las aspiraciones y metas del proceso sinodal, el prelado alemán asegura que el destino final es desconocido, si bien “hay que dar un paso tras otro”. “Esta es la sabiduría de la Iglesia madurada en 2000 años de historia y esto es lo que estamos haciendo en Alemania. No conocemos el resultado del viaje, pero sí el siguiente paso. En este momento estamos intentando dar juntos nuevas respuestas a las preguntas que nos hace la gente”, asegura.

Otra de las reflexiones que deja el obispo de Hessen trata de dar respuesta a cómo afrontar lo nuevo y la exigencia de avanzar por nuevos caminos frente a la vía histórica. “Tenemos que avanzar junto con toda la Iglesia, y en Alemania podemos tener más paciencia de la que uno podría imaginar. Por otra parte, también estamos convencidos de que las cuestiones que tratamos existen no sólo en Alemania, sino también en los países más industrializados y posmodernos. Son cuestiones que afectan a toda la Iglesia universal: ¿cómo afrontarlas? Vivimos una época de cambio radical en la Iglesia, no de desprendimiento de la tradición, sino con la tradición. Repito, es un cambio del que sólo conocemos la siguiente etapa pero no el resultado final”, concluye.

Fuente Religión Digital

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“Un pulso como la vida misma”, por Gabriel Mª Otalora

Jueves, 6 de febrero de 2020
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jesusamorDe su blog Punto de encuentro:

Somos humanos para lo bueno y para lo malo, dada nuestra condición, de la que no podemos sustraernos tampoco a la hora de vivir como verdaderos cristianos. Sin embargo y como en todo, algunos parecen más humanos que otros en el camino del crecimiento personal que se nos ofrece como una constante a lo largo de toda la existencia. Sin esfuerzo no hay avances; sin tensiones no hay crecimiento; todo lo que merece la pena lleva su tiempo entre inevitables incertidumbres.

El rumbo personal y pastoral que ha tomado el Papa Francisco ha hecho más evidente que esa lucha por ser la mejor posibilidad de uno mismo, esté polarizada entre la teología de los más necesitados como preferentes del evangelio (amarnos los unos a los otros como Cristo nos ama), y la defensa de una determinada manera de entender conceptualmente lo que llamamos Iglesia. La eterna dicotomía entre ortopraxis y ortodoxia, entre el qué y el cómo.

El problema es que los cristianos nos jugamos nuestra credibilidad en el cómo hacemos las cosas, no tanto en lo que hacemos. San Pablo lo detalló muy expresivamente cuando puso en valor la esencia radical humana y cristiana, es decir, el amor, en su primera Carta a los Corintios dejando claro que sin amor nada sirve, nada soy.

Lo cierto es que, en demasiadas ocasiones, no se le presta atención al cómo actuamos cuando decimos defender el mensaje de Cristo. Dentro de la Iglesia católica, Francisco está dando una lección extraordinariamente profética de talante jesuánico. No podemos olvidar que Jesús se comportó de una determinada manera a la hora de actuar, bien entre los suyos, bien en público ante los fariseos, cuando curaba y consolaba, o revolucionando la manera de vivir la religión impregnada en el ADN judío.

No vale defender la ortodoxia ni la ortopraxis (con todos los acentos que puedan derivarse de una búsqueda sincera de nuestra vocación cristiana) dando el espectáculo lamentable que demasiadas veces damos tras el que se trasluce una lucha de poder en toda regla, marcada por vanidades y ocultaciones que buscan resultados poco dignos de llamarnos cristianos, escandalizando sin pudor. Jesús señaló lo que tenemos que hacer en el mundo; lo dijo con mucha claridad. Pero si algo recalcó hasta en su último suspiro fue que todo pasa por trabajar la actitud de amor, quitar cruces y salvar a los desvalidos desde el amor; denunciar proféticamente las injusticias en el mundo y en la propia Iglesia desde credibilidad y la mano tendida, repudiando los males causados pero actuando con los causantes con la credibilidad que actuó Jesús. Y desde ahí construir todas las ortodoxias que necesitemos en torno al  evangelio; no al revés.

Credibilidad, y no otra cosa, es nuestro faro a la hora actuar defendiendo nuestras convicciones y fundamentos (ortodoxia) y haciendo evangelio a nuestro alrededor, con el prójimo (ortopraxis). Tenemos el mejor mensaje posible con Cristo a la cabeza. No hay mejor ortodoxia que la Buena Noticia. Sin embargo, nos pierden las formas porque estamos desechando la escucha activa, la comprensión, la paciencia, la misericordia, el perdón y la humildad en nuestra entrega. Parece como si la vivencia de nuestra fe fuese un plan nuestro y no el plan de Dios. Nos conocerán por nuestros hechos, sin duda, pero es que La fraternidad cristiana en las formas de actuar, también son hechos. Forman parte de la verdadera caridad cristiana

El amor es nuestra única guía y referencia en todo: pensamientos, actitudes y hechos. Lo que no pase por este tamiz está fuera del evangelio. La tensión interior ineludible entre lo que hacemos y cómo lo hacemos es una constante desde que el ser humano tiene conciencia de serlo. Jesús lo que hizo fue dar luz a este pulso interior.

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Ejemplo y confianza

Miércoles, 22 de mayo de 2019
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de-tal-padre-tal-hijo-11-730x548Del blog de Gabriel Mª Otalora, Punto de Encuentro:

Una de las frases de Jesús con menos posibilidad de exégesis es “Por sus hechos les conoceréis”. Pues bien, el ejemplo es la puerta para generar confianza en nuestras relaciones humanas y ambos -ejemplo y confianza- deben ser la base de conducta de todo cristiano, especialmente de los que más responsabilidades tienen y por aquello del escándalo, tan de moda precisamente cuando brillan por su ausencia.

Dicen que fue Einstein quien recordó que dar ejemplo es la única manera de influir en los demás y la única manera efectiva de inculcar valores. Nadie seguirá las palabras ni a quienes las pronuncian si no son coherentes y, lo que es peor, existe el riesgo añadido de rechazo a esas buenas ideas por el efecto perverso que produce la falta de credibilidad. Y todo el mundo es capaz de percibir al vuelo la falta de coherencia.

¿Qué valoración nos merecen nuestras actitudes? El contagio viene desde los máximos responsables hacia todo el resto de la organización eclesial. Como ocurre en las familias, que el chorro fundamental de la influencia va de los padres a los hijos. Los ojos y oídos de nuestros chavales, igual que los de nuestros compañeros están fijos en nosotros. Los hijos y los compañeros de trabajo recordarán más nuestra conducta que nuestras palabras. Alguien dijo acertadamente que, lo que los padres hacen con moderación, los hijos lo harán con exageración.

Y cuando la falta de ejemplo se estira demasiado, se nota y, lo que es peor, cala como agua fina. No deja de ser una sutil manera de faltar a la verdad que alguien pontifique grandes directrices y normas que después no respeta ni cumple. Pero todos llevamos dentro un maestro y un aprendiz que, por la mera observación, activan el aprendizaje. Nos influenciamos y contagiamos mutuamente más de lo que parece a primera vista. Somos seres influenciables para bien y para mal.

El ejemplo tiene la fuerza de la experiencia vivida. Sin este valor de la credibilidad pierde toda su fortaleza. Hablamos mejor con nuestros hechos, que son por lo que nos conocerán. Y cuando el ejemplo es negativo, transmitiremos mensajes terriblemente influyentes, en este caso para mal. En el idioma inglés existe la expresión Walk the Talk, que viene a decir que actuamos por donde hablamos. Y la Madre Teresa de Calcuta, nos puso sobre aviso: no te preocupes porque tus hijos no te escuchan, te observan todo el día. Haciendo una paráfrasis aplicable al ámbito del liderazgo, podríamos decir que nuestros feligreses y la sociedad en general te observan todo el tiempo. Ser fiable es lo fundamental. Y cuando alguien es creíble, automáticamente se activa la confianza.

La diferencia entre reputación y confianza es que la primera se refiere a lo que la gente piensa de ti, mientras que la confianza se refiere a lo que la gente espera de ti. La confianza o su falta es una realidad fundamental en cualquier sociedad, sobre todo cuando disminuyen los comportamientos éticos con las consecuencias negativas que esto produce en el día a día. Es decir, que necesitamos mantener un comportamiento predecible lo suficientemente arraigado en el tiempo como para que otra persona se haga digna de nuestra confianza. Y viceversa. La confianza también va de arriba hacia abajo; el superior es quien debe generar ambientes de confianza e irradiar él mismo este imprescindible comportamiento. No es delegable.

La confianza es un proceso intangible que se apoya en la intuición y en la experiencia. A veces nos fiamos del sexto sentido y apostamos por una decisión de confianza, pero implica un riesgo elevado de equivocarnos. Lo normal es que se asiente tras un proceso de experiencias y vivencias que se construye con el tiempo y puede ser destruida en un segundo; la confianza es muy cara de lograr, fácil de perder y más cara todavía de recuperar.

Ganarse el derecho a ser escuchado, que esto es el meollo de influir y no otra cosa. El doble lenguaje no ha funcionado nunca en los cristianos. En la medida que un ser humano se hace más creíble amplia la base del liderazgo, es decir, de su capacidad de influencia. No importa si las noticias son buenas o malas, debe tratarse a los demás con madurez pensando en ellas, no solo en nosotros.

Escuchar a la gente también genera confianza. Una persona que no nos presta la debida atención no puede saber qué es lo que realmente necesitamos o sentimos. Además, el acto de escuchar genera una actitud recíproca, básica en toda comunicación que se precie, y si ambas personas se escuchan con empatía, su relación creará mayores espacios de confianza y comunicación fructíferos.

Confiamos en las personas que son coherentes, que dan ejemplo, que cumplen su palabra. Siendo constantes crecemos en veracidad. Diciendo la verdad, crecemos en lealtad. Confiamos en las personas que buscan win-win, (ganar-ganar o gano-ganas). Una secuencia más cristiana e inteligente sería: ganan, ganamos, ganas, gano.

De camino a la Pascua de Pentecostés, pidamos al Espíritu luz y fuerza para ser ejemplares y generar espacios de confianza también con los que no son afines; a la manera de Jesús. La evangelización está en juego.

Gabriel Mª OtaloraFuente Religión Digital

 

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