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“Rehacer el corazón”, por Koldo Aldai Agirretxe.

Miércoles, 5 de febrero de 2025
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IMG_9673Ni siquiera ha hecho falta echar mano del sorteo y su designio siempre impredecible. Ha mediado el ”¡Llévatelo tú…!” que nunca la disputa. Sin embargo, al desmantelar la casa familiar el “Corazón de Jesús” permanecía huérfano, no encontraba refugio, no tenía quién lo acogiera. Ningún hermano quería llevárselo a su casa. Ni siquiera entraba en el listado de objetos y muebles a repartir fraternalmente.

El “Corazón de Jesús” había ocupado lugar privilegiado en la casa de mis padres. Había saludado hierático a todas las visitas durante décadas. Ahora que debemos vaciar la vivienda, a la imagen le aguardaba un incierto exilio, ya en almacenes de traperos, ya en una estantería llena de polvo en “Reto”, ya en un espacio virtual más decoroso en Wallapop.

No nos interesa la escultura recargada, ni la religiosidad cautiva, sino la espiritualidad viva, libre y liberadora, rehecha a sí misma que sortea las edades. No deseaba almacenar recuerdos, pero pensé que mis padres hubieran querido un digno exilio para ese singular “sin techo“. Decidí acoger en mi casa esa pequeña y típica escayola barroca. No en balde había tenido un especial significado para nuestros progenitores. Pese a lo estandarizado de la escultura, acogiendo el “Sagrado Corazón”, abrigaba la fe de ellos, reverenciaba su legado. Me llevaba el símbolo de algo puro, de un amor universal que no conoce fronteras. Pensé incluso que su presencia cercana, podría resultar estimulante, retadora en determinados momentos.

El Corazón viajó por primera vez muy lejos de la orilla del mar, de su habitual morada en el Gros donostiarra. Tienta echar la culpa a los chinos y sus embalajes sin consistencia, pero el error fue mío. Ya en destino, la caja de cartón se abrió por el peso precipitándose al suelo su contenido. No cogí el bulto con el debido cuidado y la imagen de Jesús, su corazón rojo y toda su historia de generosidad infinita se fue a estrellar en el entarimado de mi salón.

Durante minutos permanecí mudo, sin siquiera proferir exclamación alguna, sin correr a por la escoba… La cabeza se puso a razonar acelerada y peligrosamente. La simbología del destrozado corazón de Jesús en el suelo de mi casa podría ser muy desalentadora, valga la redundancia “descorazonadora”. Yo quería inundar mi hogar con ese Corazón y helo ahí hecho trizas en el suelo.

He debido detener la loca imaginación y sus terribles interpretaciones. Me restaba el recurso de correr al teclado y ponerme a expiar mi culpa, emplearme en la defensa del Corazón de Jesús hoy tan “amenazado”. Sin embargo, no argumentaremos contra la Lalachus y su otro corazón de astado. No nos tienta polemizar con “revueltas” y “hormigueros”. Preferimos escribir para la nostalgia de lo verdadero y genuino. Una estampa del Sagrado Corazón de Jesús con la cabeza de la vaquilla del Grand Prix no puede afectar a una fe arraigada, pero sí interrogarnos sobre esta hora complicada al tiempo que esperanzada.

El bombo ha vencido al silencio, la huida hacia adelante al recogimiento, el entretenimiento hueco a la compañía con el Misterio. Si se nos rompen los corazones de Jesús en nuestras tarimas, quizás debamos encontrar otro barro para remodelarlo, otra pared más blanqueada para alzarlo, otro mundo en el que se halle más arraigado. Tendremos que rehacer ese corazón con otro estilo, izarlo a un rincón más propio, pero no conviene que desaparezca de nuestras vidas, que el primer “hormigueo” en nuestra conciencia, la primera “revuelta” indiscriminada acabe con él.

Si no logramos recomponer el corazón de piedra, intentemos llevar la ternura de la compasión al día a día, al instante siempre desafiante. Nuestro dolor no es el de los “Abogados cristianos”, ni del obispo de turno que carga contra la última gracia de la escena televisiva, de su siempre “moderno” y más que cuestionable altar. La “caverna” ya tienen sus voceros, la intransigencia poco tiene de “buena nueva” y evangelio. Ningún humor puede herir, si el símbolo ya está aposentado y encarnado.

Nuestra pena es el exceso de principios superiores que hemos puesto a la venta en el Wallapop de turno. Poco llega a nuestra “lista de reparto” de entre todo el legado de nuestros antepasados. Nuestra aflicción viene de dejar a un lado los corazones grandes y los valores que los animaron, las mismas máximas de las que hoy tanto necesitamos. Nuestra pena es el eco de ese “bombo” televisivo de la noche que en nuestro interior va acabando con los vacíos serenos, los instantes sagrados, los silencios imprescindibles…

No sé si ir a por pegamento a la tienda o a por confesor a la iglesia. Quizás mejor a por silencio al ancho desierto y allí intentar purificar mi corazón y de allí volver con más atención cuando muevo cajas, cuando repartimos el legado de nuestros mayores.

Koldo Aldai Agirretxe

Fuente Fe Adulta

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