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Entradas Etiquetadas ‘Contemplación’

Un momento de Contemplación

Sábado, 6 de febrero de 2016
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“Tiene que haber un momento del día
en que el hombre que hace planes olvide sus planes
y actúe como si no tuviera plan alguno.
Tiene que haber un momento del día
en que el hombre que tiene que hablar guarde silencio,
deje de dar forma a teorías en su mente
y se pregunte a sí mismo:
¿Acaso tiene algún sentido?
Tiene que haber un momento
en que el hombre de oración acuda a orar
como si fuera la primera vez en su vida
que lo hace;
en que el hombre que toma decisiones
deje de lado éstas,
como si todas ellas hubieran perdido su validez,
y aprenda una sabiduría diferente:
distinguir el sol de la luna,
las estrellas de la oscuridad,
el mar del árido desierto,
y el cielo nocturno del perfil de una montaña”
*
Thomas Merton
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Eco y respuesta

Sábado, 12 de diciembre de 2015
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Del blog de Amigos de Thomas Merton:

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“La contemplación es la respuesta a una llamada: una llamada de Aquel que no tiene voz y sin embargo habla en todo lo que existe y, por encima de todo, habla en las profundidades de nuestro propio ser, ya que nosotros somos Sus palabras. Pero somos palabras llamadas a responderle a Él, a contestarle a Él, a ser Su eco e incluso, de alguna manera, a contenerlo y significarlo.

La contemplación es este eco. Es una profunda resonancia en el centro más íntimo de nuestro espíritu, donde nuestra vida pierde su voz autónoma y resuena con la majestad y la misericordia de Dios vivo y escondido. Él se responde a sí mismo en nosotros y esta respuesta es la vida divina, la creatividad divina que resuena en todas las cosas. Nosotros nos convertimos en el eco y la respuesta de Dios. Es como si Dios, al crearnos, nos hubiera hecho una pregunta y, al despertarnos a la contemplación, respondiéramos a esa pregunta, de modo que el contemplativo es al mismo tiempo pregunta y respuesta.

Y todo se resume en una conciencia -no una proposición, sino una experiencia-, a saber: Yo Soy.”

*

Thomas Merton

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La vía de Jesús.

Viernes, 6 de noviembre de 2015
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” Qué estas palabras de vocación contemplativa, de contemplación, no te asusten. Que no evoquen a tus ojos una vocación excepcional, de algo tan elevado que la inmensa mayoría de los hombres no puedan acceder.

A la luz de hermano Carlos de Jésus, que te evoquen, la actitud totalmente simple, totalmente confiada, totalmente amante del alma en conversación íntima con Jesús, las ternuras de un niño para con su padre, los desahogos de un amigo con su amigo…

El  hermanito Carlos de Jesús no abrió ninguna vía nueva, si no es la vía única, la vía de Jesús… Él te dirá que una sola cosa es necesaria: amar a Jesús. Te hablará de amor para hacerte participar en el amor de Jesús.

JESUS-CARITAS, JESÚS-AMOR. “

*

Hermanita Magdeleine de Jésus

Fundadora de las Hermanitas de Jesús

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Contemplación: Memoria y cambio.

Jueves, 5 de noviembre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“La memoria se corrompe y se degrada por una multitud de recuerdos. Si quiero tener una verdadera memoria, tengo que olvidar primero un millar de cosas. La memoria no es plena cuando se extiende sólo en el pasado. Una memoria que no está atenta al presente no recuerda el aquí y el ahora, no recuerda su verdadera identidad, no es memoria en modo alguno. Quien no recuerda más que hechos y acontecimientos pasados y no es consciente del presente, es víctima de la amnesia”.

“Estamos tan convencidos de que los males pasados se tienen que repetir, que hacemos que se repitan. No nos atrevemos a correr el riesgo de una nueva vida en la que los males del pasado se olviden por completo; parece como si una nueva vida conllevara nuevos males, y nosotros preferimos afrontar males con los que ya estamos familiarizados. Por eso nos aferramos al mal que ya se ha hecho nuestro y lo renovamos día tras día, hasta que nos identificamos con él y pensamos que el cambio ya no es posible”.

*

Thomas Merton. “Nuevas semillas de contemplación“.

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“¿Contemplación?”, por José Arregi

Jueves, 1 de octubre de 2015
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201301081331169d2d6cLeído en su blog:

Estos nuestros tiempos convulsos ¿son tiempos para invitar a la contemplación? Sostengo que sí. Pero “contemplar” tiene muy poco que ver con estarse mirando algo ociosamente con la mirada vaga, y no tiene que ver más con un tranquilo monasterio que con el trajín de la ciudad, ni con la vida retirada más que con la vida en la brecha.

Las palabras tienen su historia, nuestra historia, con sus tribulaciones y búsquedas. El término latino contemplare significaba originariamente la observación del vuelo de las aves en el cielo por parte de los augures o adivinos de oficio; lo hacían desde el templum, un espacio delimitado pero abierto en el campo o en el bosque. Creían que el futuro estaba decidido por los dioses o por el Destino (Fatum, Moira) y se podía descifrar mirando, entre otras cosas, el vuelo de las aves. Luego cerraron los templos, espacios abiertos a la intemperie, con piedras, leyes y miedos. El templo se convirtió en morada de “Dios” o de los dioses, en edificio sagrado separado del mundo profano. La contemplación se separó de las tareas de la vida, se contrapuso a la acción y se convirtió en cosa de especialistas: augures, sacerdotes o monjes.

Dejemos a un lado esas derivas y devolvamos al término su plenitud de sentido. Reinventemos la contemplación. Aprendamos a mirar el cielo y la tierra, lo invisible en lo visible, lo posible en lo real. Advirtamos las amenazas y las oportunidades del mundo en que vivimos. Miremos en el presente las señales de otro futuro mejor, para hacerlo real. Abramos los ojos, no sea que merezcamos el reproche del profeta Isaías, que el profeta Jesús hizo suyo: “Por mucho que miran, no ven; por más que oyen, no comprenden”. Abramos los ojos de fuera y de dentro, hasta que veamos que no hay ni fuera ni dentro, hasta que descubramos con claridad meridiana que todos los seres compartimos la misma luz y la misma noche, hasta que el dolor de los demás transforme nuestra mirada, hasta que nuestra mirada se vuelva transformadora.

Contemplar es ver lo invisible. Desde hace pocos años sabemos que la materia-energía física observada en el universo con los aparatos más sofisticados solo constituye aproximadamente un 4% de la materia-energía existentes: el resto está compuesto por materia oscura (22 %) y energía oscura (74 %), desconocida. Si no hubiera más materia que la observada –que me perdonen los físicos este torpe lenguaje–, las estrellas y las galaxias no se atraerían como se atraen; y si, por el contrario, no hubiera más energía que la observada, las galaxias no se expandirían como se expanden. Por lo demás, la materia es en el fondo energía, que nadie sabe lo que es, ni de dónde ni por qué. Pero es. Y es como una metáfora del misterio de cuanto es. Lo esencial es invisible. Lo invisible es lo esencial. Contempla el Misterio invisible en todo lo que ves, con ojos nuevos. “Dichosos vuestros ojos porque ven”, dijo Jesús a sus discípulas y discípulos.

Contemplar es atender. Atender es mirar y vivir con atención. Atender es dejar que el Misterio de la realidad se revele plenamente en todo cuanto es: en la hoja que cae, en el vuelo del pájaro, en el clamor de los refugiados en nuestras fronteras. Atender es hacer silencio, calmar emociones, liberarse de apegos, de saberes, creencias y esquemas mentales. Atender es ver a Dios en cada ser, el Todo en cada parte, y sentirse uno con todos los seres. Atender es dejarse acoger en el Corazón bueno de todo, y acogerlo todo con buen corazón. Atender es sintonizar, simpatizar, compadecerse y cuidar al herido. Atender es mirar la realidad con lucidez y con entrañas, y así recrearla. Somos lo que vemos, y somos igualmente lo que la mirada de los otros hace que seamos. Nuestros ojos, cuando miran, son capaces de hacer que todo sea bueno, o un poco mejor. Como Dios en el Génesis: “Miró Dios y vio que todo era bueno”. Atender es crear. Atender es vivir o ser en plenitud, simplemente SER uno con Todo, con Dios, ser pura relación de consideración, miramiento, respeto de la inagotable diversidad de lo que es, más allá de toda palabra e imagen que define, limita, divide, que nos encierra, estrecha, angustia.

Y eso es contemplar. A esa contemplación se han referido todas las tradiciones místicas como culminación de todas las formas de oración y de todos los caminos de realización humana, espiritual y física inseparablemente. En la tradición monástica cristiana, a la lectio (lectura) sigue la oratio (oración vocal), a la oratio sigue la meditatio (reflexión mental y cordial), y a la meditatio sigue la contemplatio, “engolfarse en Dios”, que diría Santa Teresa, lo mismo en el coro que entre pucheros.

Una contemplación que no se traduzca en compasión y compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa (no digo religiosa), no es libre ni liberador, no crea. Donde se da lo uno se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro. Nuestra sociedad necesita contemplativos por la misma razón por la que necesita militantes, y necesita militantes por la misma razón por la que necesita contemplativos. ¿Cuál es la razón? Que un mundo todavía invisible ha de hacerse realidad.

(Publicado en DEIA y en los diarios del Grupo Noticias el 20 de Septiembre de 2015)

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Recoger los fragmentos

Sábado, 12 de septiembre de 2015
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

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“La experiencia interna: lo primero que tienes que hacer antes de empezar siquiera a pensar en algo como la contemplación es tratar de recuperar tu unidad natural básica, reintegrar tu ser, que se halla dividido en compartimentos, en un todo sencillo y coordinado y aprender a vivir como una persona humana unificada.

Eso significa que tienes que recoger de nuevo los fragmentos de tu distraída existencia para que, cuando digas ‘yo’, realmente haya alguien presente que sostenga el pronombre que has pronunciado.”

*

Thomas Merton.
La experiencia interna. Publicado en la Revista Cistercium 212 (1998).

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Serás transformado

Martes, 25 de agosto de 2015
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Del blog de la Communion Béthanie:

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En 1932, dos mujeres entregan su existencia a Dios y reciben en su oración, día día, palabras de Vida. Dos libros van a nacer de este compañerismo con Cristo, que te proponemos descubrir a lo largo de este año.

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” Contémplame;
Háblame;
piensa en Mí.
Tu espíritu será renovado,
y serás transformado. “
*
El 15 de agosto, Vivir por el Espíritu.

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Descubrir el abismo

Jueves, 7 de mayo de 2015
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Del blog À Corps… À Coeur:

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… Para no experimentar el fondo del desierto y la sed, el espíritu se agita: Estos son los objetos, proyectos, trabajos, cambios, placeres, esperanzas y temores, latidos del corazón, mil aleteos para encontrar sin cesar un nuevo punto de apoyo.

Ir por delante, a pasos precipitados: es una huida. Ascender: es una caída. Todo es buenopara quien oculta el abismo.

Quien se parase a contemplarlo caería posiblemente en la felicidad como una piedra.

*

Jean Sulivan en “Mais il y a la mer“, Gallimard, 1964

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Activos y contemplativos: A propósito de Jn 21, 1-14.

Sábado, 18 de abril de 2015
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Mari Paz López Santo

ECLESALIA, 13/04/15 .-

Se adelantó a todos sin moverse del sitio. Miró al frente sin soltar la herramienta de trabajo. No gritó su descubrimiento; lo susurró, pero entre admiraciones y comillas: “¡Es el Señor!”.

Volvió a sentir el agua cayendo sobre sus pies y el latir de un corazón en la Noche del Servicio y del Amor; sus manos no dejaron a un lado la red, pero su mirada fue más allá: “¡Es el Señor!”.

No necesitó contrastar ni pudo callar, siguió agarrando la red; era un trabajo en equipo, todos en lo mismo: la comunidad sobre la inestable barca obedeciendo sin convicción una propuesta desde la orilla, después de una noche de esfuerzo inútil. “¡Es el Señor!”, le dijo al jefe que… ¡se vistió para tirarse al agua!

Las luces del amanecer robaban brillos y colores a unas brasas a pie de playa en esa hora que nada es lo suficientemente nítido como para no ser puesto en cuestión; esa hora en que hay que creer, o haber creído, para poder ver.

No hacían falta palabras. Un coro de silencios interiores proclamaba: “¡Es el Señor!” mientras se esparcía en el aire un agradable olor a pescado recién asado.

Recorriendo los versículos 1 al 14 del capítulo 21 del Evangelio de Juan recibo la profundidad del significado de la contemplación insertada en la vida activa.

Por eso me ha extrañado que, en el libro de evangelio comentado para cada día que me compré a principio de año, en donde se describen cuatro pasos de la Lectio Divina, no figura la “contemplación”. Se indica como primer paso la Lectura (Lectio); el segundo, la Meditación (Meditatio); en tercer lugar la Oración (Oratio) y, en cuarto lugar, la Acción (Actio).

¿Por qué no seguir un orden natural e incluir en la divulgación de la Lectio Divina la Contemplación (Contemplatio); justo detrás de la Oración y antes de pasar a la Acción?

Estos pequeños libros del evangelio de todos los días están ayudando mucho en la vida espiritual de los cristianos, especialmente los laicos y laicas que vivimos en el mundo; también el conocimiento de los pasos de la Lectio Divina indicada no sólo para sacerdotes, religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa. Por eso me ha extrañado que una etapa de la Lectio tan importante como la Contemplación no se haya incluido.

Este año 2015 dedicado por la Iglesia a la Vida Consagrada puede ser un buen momento para que nuestros hermanos religiosos y religiosas activos o contemplativos animen a la Contemplación.

No pongamos fronteras al Espíritu que irá moldeando nuestra visión y nuestra escucha y, como a Juan, nos hará proclamar: “¡Es el Señor!”, sin soltar la herramienta, ni el ordenador, ni el tractor, ni el pañal, ni la bisturí, ni la sartén, ni el fonendo, ni el carro de la compra, ni la máquina de fotos, ni el micrófono, ni el pañuelo, ni las muletas, ni el coche, ni el libro, ni el pincel, ni…

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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Orar es mirarte.

Miércoles, 3 de diciembre de 2014
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“Orar es mirarte, y puesto que siempre estás allí, ¿cómo puedo, si te amo de verdad, no mirarte sin cesar?…

El que ama y está ante su bien Amado, ¿qué otra cosa puede hacer que tener la mirada fija en Él?…

“Enséñanos a orar”, como decían los apóstoles…

Oh Dios mío, el lugar y el momento están bien elegidos: estoy en mi cuartito, es de noche, todo duerme, solo se oyen la lluvia y el viento y algún gallo lejano que recuerda, ¡ay!, ¡la noche de tu pasión…!

¡Enséñame a orar, Dios mío, en esta soledad, en este recogimiento!

*

(10 de noviembre de 1897, Retiro,)
Obras Espirituales. Antología de textos, edición de las Fraternidades de Foucauld, San Pablo, Madrid 1998, 35

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El contemplativo.

Jueves, 22 de mayo de 2014
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Del blog À Corps… À Coeur:

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“Hermano, el contemplativo no es el hombre que tiene visiones apasionadas de  querubines llevando a Dios en su carro imaginario, sino sencillamente el que ha arriesgado su mente en el desierto más allá del lenguaje y de las ideas, allí donde Dios mismo se encuentra en la desnudez de la confianza pura, es decir, en el olvido de nuestra propia imperfección y de nuestra miseria para dejar de aferrar nuestro espíritu en un nudo sobre sí mismas, como si el pensar nos hiciera existir.

El mensaje de esperanza que te ofrece el contemplativo es, pues, hermano, que no necesitas encontrar tu camino a través de la maraña del lenguaje y de los problemas que hay hoy en día en torno a Dios, sino que tanto si lo comprendes como si no, Dios te ama, está presente en ti, vive en ti, mora en ti, te llama, te salva y te ofrece una comprensión y una luz que no se parecen en nada a la que jamás hayas podido encontrar en libros o escuchado en sermones. El contemplativo no tiene nada que decirte salvo asegurarte que si te atreves a penetrar en tu propio silencio y te arriesgas a compartir esa soledad con otros solitarios que busquen a Dios a través de tí, entonces recobrarás de verdad la luz y la capacidad de entender lo que está más allá de las palabras y de las explicaciones, porque está demasiado cerca como para ser explicado: es la unión íntima en la profundidad de tu corazón, del espíritu de Dios y de tu propio ser más íntimo y secreto, de modo que tú y Él sois en verdad un solo Espíritu.”

*

Thomas Merton

Los Principios Básicos de Espiritualidad Monástica

Gethsémani 1957

Para saber más de Thomas Merton

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“Perderse para encontrarse: el monje, el gato y la luna”, por Leonardo Boff, teólogo.

Viernes, 2 de mayo de 2014
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El hombre moderno ha perdido el sentido de la contemplación, de maravillarse delante de las aguas cristalinas de un riachuelo, de llenarse de sorpresa ante un cielo estrellado y de extasiarse delante de los ojos brillantes de un niño que lo mira interrogante. No sabe lo que es el frescor de una tarde de otoño y es incapaz de quedarse solo, sin móvil, sin internet, sin televisión, sin aparato de sonido.

Tiene miedo de oír la voz que le viene de adentro, aquella que nunca miente, que nos aconseja, nos aplaude, nos juzga y siempre nos acompaña. Esta pequeña historia de mi hermano Waldemar Boff, que intenta personalmente vivir al modo de los monjes del desierto, nos trae de vuelta a nuestra dimensión perdida. Lo que es profundamente verdadero sólo se deja decir bien, como atestiguan los antiguos sabios, por pequeñas historias y raramente por conceptos. A veces cuando imaginamos que nos perdemos, es cuando nos encontramos. Es lo que esta historia nos quiere comunicar: un desafío para todos.

«Erase una vez un ermitaño que vivía bastante más allá de las montañas de Iguazaim, al sur del desierto de Acaman. Hacía sus buenos 30 años que se había recogido allí. Unas cabras le daban la leche diaria y un palmo de tierra de aquel valle fértil le daba el pan. Junto a la cabaña crecían unas ramas de vid. Durante todo el año, bajo la techumbre de palma, las abejas venían a hacer sus colmenas.

“Hace 30 años que vivo por aquí…”, suspiró el monje Porfirio. “Hace sus buenos 30 años…”. Y, sentado sobre una piedra, la mirada perdida en las aguas del regato que saltaban entre los guijarros, se detuvo en este pensamiento durante largas horas. “Hace 30 buenos años y no me he encontrado. Me perdí para todo y para todos, en la esperanza de encontrarme. ¡Pero me he perdido irremediablemente!”

A la mañana siguiente, antes que naciera el sol, después del rezo de los peregrinos, con un parco talego a la espalda y sandalias medio rotas en los pies se puso en camino hacia las montañas de Iguazaim. Siempre subía a las montañas cuando bajo fuerzas extrañas su mundo interior amenazaba derrumbarse. Iba a visitar a Abba Tebaíno, eremita más provecto y más sabio, padre de toda una generación de hombres del desierto. Vivía debajo de un gran peñasco desde donde se podían ver allá abajo los trigales de la aldea de Icanaum.

“Abba, me perdí para encontrarme. Me he perdido, sin embargo, irremediablemente. No sé quién soy, ni para qué o para quien soy. He perdido lo mejor de mí mismo, mi propio yo. He buscado la paz y la contemplación, pero lucho con una falange de fantasmas. He hecho todo para merecer la paz. Mira mi cuerpo, retorcido como una raíz, marcado por tantos ayunos, cilicios y vigilias… Y aquí estoy, roto y debilitado, vencido por el cansancio de la búsqueda”.

Y noche adentro, bajo una luna enorme iluminando el perfil de las montañas, Abba Tebaíno, sentado a la puerta de la gruta, se quedó escuchando con ternura infinita las confidencias del hermano Porfirio.

Después, en uno de esos intervalos donde las palabras se apagan y solo queda la presencia, un gatito que vivía desde hacía muchos años con Abba, vino arrastrándose despacito hasta sus pies descalzos. Maulló, le lamió la punta recta del sayal, se acomodó y se puso, con grandes ojos de niño, a contemplar la luna que, como alma de justo, subía silenciosa a los cielos.

Y, pasado mucho tiempo, Abba Tebaíno empezó a decir con gran dulzura:

“Porfirio, mi querido hijo, tienes que ser como el gato; él no busca nada para sí mismo, pero espera todo de mí. Cada mañana espera a mi lado un pedazo de corteza y un poco de leche de este cuenco secular. Después, viene y pasa el día juntito a mí, lamiéndome los pies machucados. Nada quiere, nada busca, espera todo. Es disponibilidad. Es entrega. Vive por vivir, pura y simplemente. Vive para el otro. Es don, es gracia, es gratuidad. Aquí, echado junto a mí, contempla inocente e ingenuo, arcaico como el ser, el milagro de la luna que sube, enorme y bendecida. No se busca a sí mismo, ni siquiera la vanidad íntima de la autopurificación o la complacencia de la autorrealización. Se perdió irremediablemente para mí y para la luna… Es la condición para ser lo que es y para encontrarse”.

Y un silencio profundo descendió sobre la boca del peñasco.

A la mañana siguiente, antes de que naciera el sol, los dos eremitas cantaron los salmos de maitines. Sus loas resonaron por las montañas e hicieron estremecer las fimbrias del universo. Después, se dieron el ósculo de despedida. El hermano Porfirio, de parco talego al hombro y sandalias medio rotas en los pies, regresó a su valle, al sur del desierto de Acaman. Entendió que para encontrarse debía perderse en la más pura y sencilla gratuidad.

Y cuentan los moradores de la aldea vecina, que muchos años después, en una profunda noche de luna llena, vieron en el cielo un gran resplandor. Era el monje Porfiro que subía, junto con la luna, a la inmensidad infinita de aquel cielo delirantemente sembrado de estrellas. Ahora ya no necesitaba perderse porque se había definitivamente encontrado para siempre».

Waldemar Boff (uno de mis 10 hermanos) estudió en Estados Unidos, es educador popular y campesino.

Traduccción de Mª José Gavito Milano

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