“Ese silencio connivente … y cobarde”, por Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara.
Leído en la página web de Redes Cristianas
Ahora me refiero al silencio que guardan unos obispos ante las declaraciones de otro colega. Si es verdad que el que calla otorga, tendremos que concluir que todos los obispos españoles otorgan, es decir, están de acuerdo, con las terribles, injustas, desafortunadas, y crueles, palabras del futuro e inminente purpurado del romano colegio de cardenales, Fernando Sebastián. También podría incluir en este apartado las imprudentes e injuriosas declaraciones del obispo de Alcalá de Henares, Juan Antonio Reig Pla, sobre el feminismo.
No sé en qué falso concepto de la Comunión y de la fraternidad se escudan para sostener ese comportamiento, que de tan connivente, puede acabar siendo cómplice de las manifestaciones de otro. Suelen afirmar que la disparidad de criterios y de opinión entre los obispos podría indicar desunión y falta de Comunión, y eso sería un grave escándalo para los fieles.
¡Grave, muy grave equivocación! Lo que de verdad escandaliza a los fieles, y a mí entre ellos, es esa inhibición ante palabras o comportamientos que no tienen nada de evangélicos, sino más bien son todo lo contrario, antievangélicos. ¿Alguien imagina a Jesús profiriendo esas tremendas palabras del próximo cardenal contra las mujeres que abortan o los homosexuales? El Maestro de Nazaret hizo fiesta y comió rodeado de publicanos, que eran pequeños ladronzuelos, y de prostitutas, y aseguró repetidas veces que Él no vino para atender a los sanos, sino a los enfermos, y a salvar no a los justos, (¿dónde están, quiénes son?), sino a los pecadores. A veces da la triste impresión de que nuestros jerarcas olvidan ese estilo de Jesús, y se agarran a su moral pequeño-burguesa. Actualmente sería muy difícil ver a nuestros obispos en una francachela con chorizos, putas y chaperos. Pero no nos extrañaría nada, porque los hemos visto, compartiendo mesa y manteles con los prohombres de las grandes empresas españolas, que ayudan a financiar los gastos de la ¡¿propagación del Evangelio?!.
Desde estas líneas quiero condenar esa falsa prudencia de nuestros pastores, que no se parece en nada a los que leemos en el Nuevo Testamento (NT), en los evangelios, en los Hechos de las Apóstoles, y en las cartas. El mismo Jesús no se cortaba nada en llamar “cobardes” a sus discípulos, o Satanás a Pedro, o zorra a Herodes, o sepulcros blanqueados, a los sumos sacerdotes, -el Papa y los cardenales de aquella época-, a los senadores y los opulentos saduceos. Pablo no se lo pensó dos veces para afear a Pedro su doble conducta con los neo cristianos procedentes de la gentilidad de Antioquía, ¡y la bronca se la dio delante de los hermanos!, en la asamblea eucarística.
Porque él, Pablo, estaba comprometido con la verdad, con el bien y la libertad de sus cristianos, y con la fidelidad al Evangelio de Jesús. No se puede continuar tratándonos a los curas de a pie, y a los fieles, como bebés, o como a seres frágiles que no pueden soportar los sinsabores y las incoherencias, desmanes y abusos de poder de sus pastores. Algo de esto movió en su tiempo a tapar los escándalos que, después, a todos, sí, nos han trastornado. No nos va a escandalizar que un obispo use la misma publicidad que su compañero ha usado primero para fustigar a los fieles, para transmitirle una corrección pública, como pública fue su actitud. Es el caso de Pedro en Antioquía, afeado públicamente por Pablo; reitero que es emblemático, y bien podía ser imitado por nuestros prelados.
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