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“Antropoceno”, por Jaume Patuel Puig

Viernes, 13 de septiembre de 2024
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IMG_7460Hay que intentar tener en lo posible una mirada o visión de la geo.político.económica no global, sino mundial. ¿Qué estado busca ser quien establezca la “paz mundial”? En la historia: la paz romana, la paz constantiniana, la paz cristiana, la paz americana. Pero todas, sin excepción alguna, la base ha sido la violencia, el dominio y la esclavitud. O dicho de otra forma: Abuso total de poder. Y ahora el poder financiero versus la soberanía de los estados o naciones.

Hoy, no hace falta insistir, la Humanidad (en mayúscula) está en plena crisis o nueva oportunidad para dar una respuesta diferente ante este desbarajuste. La crisis es de una dimensión como nunca ha estado en la historia humana o un paso tan fuerte como el que hubo del paleolítico al neolítico. La prepotencia del tecnocapitalismo, la inteligencia artificial (IA) o tal vez la memoria artificial (MA) que ya en los años 1950 había abierto la puerta al dilema: Aumentar o mejorar, ¿nos ha llevado o nos ha abierto a una nueva visión? Aumentar su potencia era la guía de la Humanidad, es decir, la Humanidad al servicio de la técnica (que es lo mismo que decir al servicio de la éliteplutocracia, que quiere aumentar la producción). Omejorar y poner la técnica al servicio de la Humanidad por parte de los poderes del Pueblo que quiere mejorar la vida. Cito los nombres de este dilema: Brody y Negroponte (Le monde diplomatique, en español… nº 346, agosto de 2024). He dibujado una sencilla pincelada global para aterrizar en la acción local.

Pues bien, este nuevo paradigma nos está engendrando un nuevo tipo de ser “ser humano”: antropoceno. La etimología de esta palabra griega es: antropos, hombre o ser humano; kainos, nuevo o reciente. Este sustantivo, a partir del año 2000, fue popularizado por el químico holandés Paul Crutzen, ganador del premio Nobel de química, 1995, por designar una nueva época geológica caracterizada por el impacto del hombre sobre la Tierra. Y de ahí la gran lucha por conservar el planeta tierra.

   Hechas estas aclaraciones, empezamos “un nuevo curso”. ¿Nuevo en qué? Lo que sí siempre es nuevo cada curso es que todo el alumnado tiene un año más y en principio el alumnado pasa al otro peldaño o curso de la enseñanza, no de la educación. Confusión de términos desgraciadamente. El alumnado está inmerso (2006-2024, es decir desde 3 meses a 18 años) en un sistema donde se siente una perplejidad considerable y con un profesorado, en términos generales, confundido y con una consejería, que da la impresión, de no estar nada concienciada de la problemática.

Entonces el gran cuodlibeto actual podría ser: ¿Qué hacemos? ¿O qué pueden hacer?

¿Qué hacemos los padres, los abuelos para respetar al profesorado, la autoridad de la maestría o de la profesión de enseñar? Y ahí hay de todo. Debemos tener cuidado con las estadísticas y con la intoxicación televisa. No todo va tan mal. Hay personas del sistema que dejan la piel, vocacionalmente.

¿Qué puede hacer la Conselleria? Prestigiar, defender, empoderar a todo el profesorado, darles el rol de faros, orientadores y que tengan los medios de estar al día. El dilema ante la técnica: ¿fin o medio?

¿Qué pueden hacer los que enseñan? Uno de los aspectos que pueden hacer es entusiasmar al alumnado a ser críticos en todo, de forma respetuosa, hablando, dialogando… Como dice un proverbio: Las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran“.

¿Y el alumnado? Aquí entra en juego la familia, sea el modelo que sea. Debemos educarlo en la constancia, en una vida real, no fantasiosa, que no quiere decir que no haya ilusiones y metas, a enfrentarse con los fracasos porque siempre habrán y sacar lecciones, a pensar por sí mismo, aprender hacer silencio para encontrar los valores en su interior y una buena capacidad crítica. Y otros valores o si se desea ayudarle a construir “una escala de valores” (=una axiología).

De todo esto puede emerger el antropoceno… pero a veces como tiene más peso lo artificial que lo natural, se fabrica el antropoide, es decir, “similar al ser humano”. Éste reemplazar al ser humano puede comportar esclavitud para la mayoría de la humanidad.

Y concluyo mi reflexión al inicio de este nuevo curso para emerger un verdadero antropoceno con un pensamiento de un autor de hace más de 2.500 años: LaoTsé:

               El viaje de mil millas comienza con un solo paso.”

Y otro pensamiento de Ángela Duckworth (1970…), psicóloga, profesora de universidad:

            El talento es importante, pero el esfuerzo es dos veces mayor que el talento”.

Y sin olvidar nunca que debemos sentir este “antropoceno”, que no es un antropoide (similar a un ser humano), en todas sus dimensiones, básicamente la más profunda: sentirse que es y forma parte de este pluriverso más que universo. Y frente a nuestra también profunda ignorancia de esta profundidad, nos conviene recordar la frase de Confucio:

                Lo que conoces, nómbralo. Lo que no conoces, reconoce que no lo conoces. A esto se llama sabiduría.”

El antropoceno debe ser holístico: Integrar todas las dimensiones del ser humano sino no es nuevo.

Jaume Patuel Puig,
Psicoterapeuta

Remitido por el autor.

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¿El futuro del mundo? ¡El monasterio interior!

Lunes, 5 de febrero de 2018
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mindfullness-meditationStefano Cartabia, Oblato
Uruguay

ECLESALIA, 19/01/18.- Arde el mundo en la búsqueda de la verdadera paz y de la alegría. Gente corriendo por la rutas de la vida, persiguiendo frágiles sueños. Todo se mueve y no se sabe por qué y hacia donde. La frustración y el cansancio nos ganan.

Pero hay otros y consoladores signos.

Hay signos, poderosos signos, de luz y novedad. Signos que revelan nuestra Casa de origen. La Casa del Silencio y del Amor. La Casa del Ser.

En nuestro contradictorio y herido mundo se entrelazan y acompañan los signos y los anhelos.

El sin sentido, la desesperación, la pobreza, la violencia, el egoísmo, el consumismo van de la mano – conviviendo (a veces pacíficamente y otras en conflicto) – con la solidaridad, la ecología, la defensa de los pobres, el progreso de la ciencia, las esperanzas y los sueños de un mundo unido y fraterno.

¿Adonde va nuestro mundo? ¿Cuál futuro espera a nuestros descendientes?

¿Podemos aportar algo que marque un hito?

Sin duda la humanidad evoluciona. Evoluciona desde muchos campos y la historia – nuestra humana historia teñida de sangre – está ahí, evidenciándolo.

Crecimos en la comprensión del valor del ser humano y de la vida en general. Crecimos en la tolerancia y en el respeto al diferente de cualquier clase. Los avances de la ciencia y la medicina son extraordinarios.

Crecimos en la conciencia de nuestra raíz espiritual y divina.

Todavía falta, lo sé. Siguen presente en nuestro mundo tanto egoísmo y tanto dolor inútil y evitable. Pero el salto de conciencia en realidad está siempre ahí, al alcance de la mano, porque la conciencia no conoce de tiempo y espacio.

Los grandes espíritus siempre lo supieron: Francisco de Asís había visto – hace 800 años – que la hermandad define el Universo.

Gandhi había visto y vivido que la clave de la convivencia era el respeto y la no violencia.

Y muchos antes, Buda, Confucio, Lao Tse, Jesús, habían experimentado y compartido con sus contemporáneos que la salida del sufrimiento y la vivencia de la plenitud radicaba (y radica) en el amor.

Muchos, muchísimos, estamos de acuerdo con estos descubrimientos e invitaciones de estos grandes espíritus. Tal vez la mayoría de la raza humana, con sus distintas culturas, aprueba y comparte esta visión.

¿Por qué entonces nos cuesta tanto vivirlas, practicarlas, compartirlas?

El desafío se vislumbra en el mismo proceso evolutivo de la humanidad. El amor que nuestros pensamientos y sentimientos aprueban y anhelan, es todavía vivido como algo exterior. No caemos en la cuenta que el amor es, en definitiva, lo que somos.

Es un problema antropológico/espiritual, un problema de identidad.

Perdidos en el pensamiento y zarandeados continuamente por sentimientos y emociones andamos angustiados por el mundo anhelando migas del mismísimo Amor que nos define, nos sostiene, nos crea, nos alimenta.

Nuestro mundo necesita identidad. Necesita descubrirse. La humanidad necesita descubrirse. Apenas hemos entrado en una veta cuya profundidad desconocemos.

Todas las demás “identidades” por cuanto psicológicamente y socialmente sean importantes, son secundarias y relativas: varón, mujer, rico, pobre, europeo, americano o asiático, campesino o doctor, creyente o ateo, de tal o cual apellido.

Identidades” relativas a nuestra experiencia humana y terrestre, pero “identidades” que se diluirán para dejar lugar a la sola, única y auténtica identidad: el Amor.

El desafío, el único desafío verdaderamente importante es entonces el desafío que nos conduce a descubrirnos amor, amados, amantes.

Hay un camino privilegiado. Un camino directo, una autopista. Un camino que muchas personas “logradas” recorrieron y señalaron.

Es el camino del silencio.

¿Por qué tan esencial y tan directo este camino?

En la experiencia cristiana – por citar una sin desmerecer a las demás que tanto tienen para enseñarnos en este camino – tenemos la gran tradición de los monasterios.

Los monasterios eran y son, lugares de identidad. Lugares de búsqueda de nuestra verdadera identidad. Por eso son lugares rodeados y empapados de silencio.

Monjes y laicos iban a los grandes monasterios – cartujas, benedictinos, carmelitas, cistercienses, por citar unos pocos – para palpar lo eterno. No se conformaban con lo transitorio y lo pasajero. Transitorio y pasajero que tanto nos atrapa y distrae en nuestro tiempo.

Buscaban (y buscan) el Ser que no pasa. Buscaban (y buscan) lo Invisible que se manifestaba en las maravillas visibles.

El Ser eterno que se manifiesta en el tiempo y lo Invisible que late en lo visible, lo permite y lo sostiene tienen una misma característica: se palpan en el silencio.

Por una simple y exquisita razón: pensamiento, sentimientos y emociones son transitorios y pasajeros. Solo el silencio es eterno. El silencio es el espacio donde todo aparece y toma forma. El pensar surge del silencio y vuelve a él. Así los sentimientos.

Entonces ponernos de lado del silencio es optar por la sabiduría. Es optar por lo eterno y por ser verdaderamente libres. Solo el silencio es el espacio de pura libertad. Esta libertad tan aclamada y proclamada en nuestras culturas y desde las clases políticas, pero no encontrada. Porque es una seudo-libertad, una libertad siempre dependiente y condicionada por el frágil pensar y las heridas emocionales.

Solo desde el silencio aprendemos la única libertad. Desde él aprendemos a manejar y disfrutar del pensar y del sentir. En otras palabras de la vida.

Porque hay una Vida y una vida. La Vida silenciosa es la que permite y crea esta nuestra vida terrenal, empastada del pensar y del sentir. Qué pueden ser – y lo son si dudas – enormemente hermosos y disfrutables. Como también sumamente dolorosos.

Hay que volver a los monasterios. Con un cambio por cierto.

Un cambio dictado por la evolución de la humanidad.

Volver y construir el monasterio interior. Hacer del corazón humano un monasterio, un lugar – el lugar – donde el silencio susurra y revela lo que somos.

Se terminarán los templos exteriores o pasarán a ser secundarios. Descubriremos otro templo, otro imponente monasterio en nuestro frágil corazón. Un monasterio que siempre estuvo presente en realidad. El maestro de Nazaret lo había vislumbrado cuando dijo:

Pero la hora se acerca, y ya ha llegado,
en que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad,
porque esos son los adoradores
que quiere el Padre.
Dios es espíritu,
y los que lo adoran
deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).

Podemos acelerar este cambio de época. Podemos crear comunidades espirituales – monasterios sin paredes – que viven desde el silencio y desde el monasterio interior de cada cual.

Monasterio interior que algunos llamaron “Santuario interior”, otros “alma”, otros “intimidad más íntima”, otros “sala del rey del castillo interior”.

Poco importa el nombre. Utiliza el que más te inspire y guste, el que más se ajuste a tu historia y perfil psicológico.

Hermosa es la metáfora del “Debir”. El “Debir” era el lugar más sagrado de Templo de Jerusalén, donde se guardaba el Arca de la Alianza y donde el Sumo Sacerdote entraba una sola vez al año. Es el Sanctasanctorum (Santo de los santos). El término hebreo “Debir” significa “lo que está detrás” y por eso algo oculto, escondido. También viene de la misma raíz de “palabra” (“dabar”). El Debir entonces es el lugar más íntimo, donde todo es silencio y donde se escucha la verdadera palabra. Es nuestro lugar más sagrado, nuestro Monasterio interior.

El futuro de la humanidad pasa por el monasterio interior, pasa por la experiencia de silencio. No tengo duda.

Porque solo enraizados en el silencio podremos descubrir y vivirnos desde lo que somos: el Amor. Porque solo el silencio permite y engendra la vida.

Cuando nos instalamos en el Silencio de nuestro monasterio interior, el Amor aparece. Misterio inagotable que se esfuma a la mínima tentativa de ser atrapado y retenido. Sumamente libre el Misterio nos hace libres, a la única condición de no intentar poseerlo.

No podemos manipular el Misterio, como no podemos decir el Silencio. Solo los podemos ser. Siendo, desde el Silencio interior, el Amor te transforma y transforma la realidad.

Podemos hacer algo. Debemos: por el bien de nuestro mundo maravilloso y de los que vendrán. Podemos hacer algo: haciendo del silencio nuestra Casa y anunciando el silencio por doquier .

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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