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“El síndrome de la leche mala”, por Isabel Pavón

Viernes, 9 de agosto de 2024
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IMG_6405Leyendo un artículo que resaltaba los beneficios de tomar productos lácteos, recordé a mi amiga Isidra. Lo que son las cosas, ella arrojaba las monedas que le sobraban de comprar la leche dentro del recipiente. Ese era el truco para no perderlas cuando volvíamos de la vaquería de Cristóbal, con la lechera en una mano y nuestros seis o siete años de inocencia en la otra.

Un día le pregunté si la leche no se envenenaba con tantos microbios. Mirándome muy seria a la cara, como la que dice y no dice “hija, pareces tonta”, respondió que no, que su madre la hervía tres veces, que los bichos no soportaban tanto calor y se morían. Fue Isidra quien me enseñó que la leche de vaca no es tan limpia como la materna, que la leche de vaca lo admite todo.

Isidra era una niña con mucha ciencia y poco cuerpo. Yo la admiraba. Con aquella edad pensar resultaba agotador y me encantaba oír las explicaciones tan claras que sabía dar a mis preguntas insulsas. Para aprender de ella, procuraba imitar sus hábitos, hasta que mi madre me los echaba por tierra sin ningún escrúpulo.

En aquel tiempo, las dos íbamos a catequesis. Nos preparábamos para hacer la primera comunión. Durante una sesión la maestra nos habló de las ventajas del arrepentimiento y la práctica de la confesión. Yo, que ese día andaba espabilada gracias a que se nos había acabado la cebada (o la malta, como ustedes quieran) y tuve que   merendar café con cafeína y leche, atrapé la idea al vuelo, y quise mentalmente comparar aquella enseñanza con el proceso de desinfección de la madre de Isidra. Esto es lo mismo, me dije.

Pues bien, en mis lucubraciones infantiles, mi cuerpo era la lechera; mi espíritu la leche; las monedas los pecados; el hervor la confesión; y las tres veces que su madre repetía el calentón, las Avemarías que el sacerdote solía poner de multa cuando, en confesión, le contabas lo que habías hecho y le asegurabas estar arrepentida. (Por cierto, nunca entendí porqué había que rezar a María, cuando se ofendía Jesús. Era como pagar una deuda a quien no se la debías). Como iba diciendo, con esta solución tan sencilla le perdí el miedo a las infecciones por microbios. Llegó un  momento que no me importaba en absoluto acumular pecados en mi leche. ¡Que los hierva el cura, que para eso está disponible en su cocinilla-confesionario un rato antes de misa y no paga butano!

Sin embargo, desde que soy una mujer adulta y me confieso directamente con Dios, sin hombres que hagan de intermediarios, desde que hace años comprendí el sacrificio de Cristo en la cruz, desde  que sé que es él quien de verdad hace hervir mis pecados y limpia mi espíritu,  desde que acepté lo que tuvo que sufrir para hacer desaparecer mis infecciones, desde entonces, cada vez que le ofendo, un sentimiento de culpa me agría por dentro.

De Isidra les digo que se quedó pequeñita, pequeñita. Vaya usted a saber si fueron las bacterias. Todo se paga.

IMG_3673Publicado en Protestante Digital en febrero de 2006

Isabel Pavón

Isabel Pavón es diplomada en Religión, Género y Sexualidad en UCEL/GEMRIP. Escritora y poeta, ha recibido numerosos premios (poesía y relato) tanto España como en el extranjero.

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Fuente Lupa Protestante

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“¿Te confiesas? “, por Carlos Osma

Martes, 21 de diciembre de 2021
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pexels-photo-6275804Leído en su blog:

Uno de los significados de la palabra confesar según la RAE es: «Expresar voluntariamente los actos, ideas o sentimientos». Siguiendo esta acepción, podríamos decir que la confesión ha sido una de las herramientas más importantes que  hemos tenido las personas LGTBIQ para transformar nuestros entornos. Explicar con experiencias vividas el daño que nos ha producido la LGTBIQfobia ha cambiado más nuestro mundo que cualquier reflexión teórica de académicos y académicas queer. Y no estoy infravalorando estas reflexiones, todo lo contrario, porque nos han proporcionado un marco teórico para comprendernos; lo que pretendo decir es que sin confesión, estaríamos todavía en el mismo pozo donde nos lanzó la LGTBIQfobia.

Puede haber salida del armario sin confesión, puedo gritarle a todo mi mundo que soy marica, pero no explicarles lo que esa palabra puesta en su boca ha significado para mí. Puedo decirle a mi familia que soy bollera como si les estuviera diciendo que he decidido hacerme vegetariana. Puedo pedirle a mi hermano que me llame Rosa en vez de Juan, como cuando le pido que no me llame Juanito porque tengo treinta años y ya no soy un niño. Es cierto que esto no suele ser así, y salvo excepciones, hemos confesado claramente que hemos sufrido, y que hemos necesitado tiempo para armarnos de valor para poder hacer dicha confesión. Sin embargo, percibo cada vez más que, en aras de construir una imagen política de la persona LGTBIQ positiva, se quiere pasar por alto su confesión.

En muchas comunidades cristianas, o en grupos de apoyo, hay espacio para dar testimonio, es decir para confesar experiencias vividas al resto de la comunidad. Eso mismo hemos hecho las personas LGTBIQ, comprobado tanto los beneficios personales como los sociales. A nosotras, a nivel personal, nos ha ayudado el poder hablar, el poder confesar cosas que teníamos calladas y nos quemaban por dentro. También escuchar, porque las experiencias de otras nos han armado de valor para dar pasos de liberación. La confesión empodera, personal y comunitariamente, de eso no hay duda. Pero la confesión ha cambiado además la percepción de personas fuera de nuestro colectivo que se han dado cuenta de las consecuencias que tienen sus prejuicios y comportamientos en la vida de las personas LGTBIQ. Evidentemente no de todas, el camino es todavía largo, y es difícil cambiar solo con testimonio a personas e instituciones sin corazón. Para quienes lo importante es la norma y la ley, el testimonio es prácticamente inútil, y únicamente pueden ser cambiados con educación, normas y leyes.

Otro de los significados de la palabra confesar según la RAE es «Declarar los pecados que se han cometido». Lo de pecados suena religioso, podría substituirse por injusticias, por ejemplo, para que todo el mundo lo entienda. Y es esta acepción de confesar en la que creo que todavía hay mucho camino por recorrer cuando hablamos de LGTBIQfobia. Y lo digo porque he leído muchas experiencias, he visto diversas películas, he asistido a un sinfín de conferencias y mesas redondas donde personas LGTBIQ confiesan lo que han vivido, donde relatan el valor y las estrategias que han tenido que desarrollar para sobrevivir, para poder casarse, para vestirse como ellas consideran, para poder operarse, ser miembro de una iglesia, tener hijos, para cobrar una herencia, para trabajar, etc. Pero en muy pocas ocasiones, las puedo contar con los dedos de la mano, he leído o escuchado la confesión de las personas que ejercieron sobre nosotras su LGTBIQfobia. No sé, algunas veces parece que nos lo hemos intentado todo, que la LGTBIQfobia era un aire que solo respirábamos nosotras. O un látigo con el que nos encanta flagelarnos.

Creo que nos faltan artículos de personas que confiesen la transfobia que ejercieron sobre su hijo, las consecuencias que eso le supuso, y que pidan perdón por ello. Faltan sermones de hermanos que confiesen como su homofobia destruyó su familia, y pidan disculpas por ello. Faltan experiencias de profesoras que confiesen como ejercían bifobia sobre alumnas y alumnos, y entonen el mea culpa. Faltan declaraciones de iglesias que confiesen las prácticas LGTBIQfóbicas con las que hicieron daño a tantas personas, y les pidan perdón. Faltan mesas redondas de amigos, tías, primos, compañeras de trabajo, hijos, abuelas, pastores, doctoras, ancianos, teólogas, obispos, etc., en las que confiesen las estrategias que utilizaron contra las personas LGTBIQ, muestren su arrepentimiento, y pidan perdón.

Personalmente, no pongo el énfasis en la demanda de perdón, sino en la confesión. Pero aquí hay un matiz que hemos aprendido todas en nuestra infancia: cuando la ofensa es pública, la demanda de perdón debería también serlo. Creo que la confesión puede suponer una liberación personal y comunitaria, pero lo que es más importante, puede ayudar a que otras personas e instituciones tomen conciencia de su LGTBIQfobia. La confesión, como he dicho antes, no nos cambia solo a nosotras, también tiene un impacto en nuestro entorno. Todas tenemos responsabilidad en su erradicación, quienes la hemos padecido y quienes la hemos ejercido (no pocas veces se ha estado en los dos lados). Están perfectas las reflexiones teóricas de tantas y tantos aliados, pero sin confesión, suenan a veces huecas. Por eso, a partir de ahora, he decidido que cada vez que alguien me pregunte como me afectó la LGTBIQfobia, le pediré que confiese su experiencia ejerciéndola. No para culpabilizarlo, sino porque la liberación debe darse en ambos lados. Incluso lo voy a hacer sin que me pregunten nada, porque nos faltan esas confesiones, porque les hace falta también a ellas y ellos confesarse. Así que aprovecho mis dos últimas palabras para preguntarte: ¿Te confiesas?

Carlos Osma

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Gerardo Villar: Profundizando en el sacramento del perdón.

Miércoles, 15 de julio de 2020
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confesionario¿Cómo es posible que, siendo tan esencial el sacramento del perdón, hoy no se practique ni por el uno por mil de los bautizados? Toda explicación no puede recaer en la laxitud de los bautizados. ¿No habrá que preguntarse si el modo de realizar el sacramento lo condiciona?

A esta pregunta responde esta reflexión.

Notas sobre el perdón:

Dios nos restaura con el perdón. Cualquiera que sea nuestra conducta Dios nos perdona siempre. Jesús expuso con claridad que es Dios Padre misericordioso quien perdona:

Por iniciativa suya, así aparece en la escena del paralítico y en la cruz al ladrón crucificado. Les sorprende con la oferta gratuita del perdón.

De forma gratuita. Así en las parábolas del hijo pródigo y de la oveja perdida.

Y de forma incondicionada, así a María en casa de Zaqueo y a la mujer adúltera. No fue necesario que pidieran perdón. Era Jesús quien lo OFRECÍA y lo daba.

Esta era la forma del perdón de Dios, que es rico en misericordia y ternura.

La clave del perdón es que Dios perdona y eso, como un regalo de su amor.

Y así empieza la Iglesia a perdonar durante los tres primeros siglos. En la celebración de la eucaristía se perdonaban los pecados. Todos los pecados y era por absolución general.

La iglesia una y otra vez aplica este principio “al principio fue así” o también “al principio no fue así” y por ello hay que seguir haciéndolo.

Pero con el paso del tiempo las cosas cambiaron: y se puso el empeño no en Dios que perdona sino en el hombre que se arrepienta y pida perdón.

De ahí pasó a la necesidad de penitencia para satisfacer lo que se había hecho mal.

Y después se comenzó a valorar la clase de pecados y la necesidad de confesar algunos pecados como el homicidio, el adulterio y la idolatría. Son pecados que causan daños y deben ser reparados.

En el evangelio hay un texto que dice… “id y predicad y perdonad. A quienes les perdonéis les serán perdonados y a quienes se los retengáis le serán retenidos”.

De este texto se ha concluido que el perdón requiere juicio previo y de hecho se dotó al ministro de los requisitos propios de un juez y se concluyó “luego, si es juicio se requiere que haya confesión,” y además se añadió que toda la construcción que regula la realización del perdón eran normas de derecho divino.

Varias de esas normas sacadas mediante conclusiones son derecho eclesiástico y por tanto modificables. (Algunos las califican de derecho divino secundario… en otro lenguaje derecho eclesiástico).

Este texto debiera haberse interpretado de acuerdo con los que hemos dicho antes, es decir, con la forma en que perdonaba Jesús; pero en el concilio de Trento no fue así y se tomó la idea de que el perdón era un juicio que requería de forma necesaria la confesión. El sacerdote pasaba a actuar de juez y por ello era necesario el interrogatorio-confesión.

De las normas del concilio de Trento se ha elaborado un modelo de perdón que no coincide con el que aparece en el evangelio, ni con el que se practicó durante varios siglos.

Hay que pensar que si la iglesia lo practicó es que era el verdadero y válido o habrá que aceptar que hasta el concilio de Trento la iglesia ha vivido en la heterodoxia y heteropraxis.

Si inicialmente el centro del perdón era la misericordia de Dios y el pecador lo aceptaba, con el paso del tiempo y ante la dificultad de ciertos pecados –que requerían ser expuestos para saber si los habían cometido, si había responsabilidad, los daños causados y la forma de repararlos–, se hacía necesaria la confesión. Pero de ser necesaria para determinados pecados-graves-delitos, se pasó a aplicarlos para todos los pecados. Y así se convirtió la confesión en la clave y quicio del perdón.

El sacramento del perdón terminó por llamarse CONFESIÓN. Cuando en realidad es el medio para tratar determinados pecados. Esto nos lleva a afirmar que si en la primitiva iglesia el quicio del perdón era la donación del perdón por la absolución general y solamente requerían confesión los pecados más graves, los llamados delitos, actualmente hay que pensar que ahora debe ser lo mismo. Pues si entonces estaban en la verdad, se estará en la verdad.

Pecadores somos todos, delincuentes lo son muy pocos.

Hay muchas maneras de obtener el perdón de los pecados: en la eucaristía, en el ayuno penitencial, en la acción caritativa personal o de donación de medios, en la oración penitencial….

La iglesia debe expresar qué conductas son delito. En general lo son aquellas que causan daño al hermano… y también a la comunidad. Y esas conductas sí deben someterse a una valoración y control, sobre todo, para lograr la reparación mediante la penitencia. Pensemos en la pederastia. Lo importante es la reparación de daños.

La confesión de todos los pecados, como quicio del perdón, como es ahora, no responde a lo que aparece en el evangelio ni en los primeros siglos de la Iglesia.

Si a esto le añadimos que se ha unido a la confesión la dirección espiritual “de conciencia” se otorga al ministro del perdón una potestad para invadir la conciencia de los que buscan el perdón.

Este comportamiento del “confesor” invasivo es el que aparta de recibir el perdón porque provoca rechazo.

Gerardo Villar

Fuente Fe Adulta

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Entregarse para ser verdaderos

Miércoles, 27 de marzo de 2019
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Del blog Amigos de Thomas Merton:

 

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“Todos los días trato de orar, especialmente en el coro, por todos los sacerdotes del mundo que escuchan confesiones y por todos sus penitentes. Pido que en todas partes este sacramento sea administrado y recibido en verdad y justicia y prudencia y misericordia y pesar, y que sacerdotes y penitentes puedan saber mejor lo que están haciendo y se sientan llenos de amor y reverencia por lo que hacen. Pido que en todas partes los hombres puedan descubrir en sí mismos una gran admiración por este sacramento y puedan amarlo con todo su ser, entregándose enteramente con corazón contrito a la misericordia y la verdad de Dios, y que su amor los rehaga a su semejanza, es decir, que los haga verdaderos.

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Thomas Merton
Diarios
(Marzo de 1950)

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Australia contempla cargos criminales para confesores que se enteren de abusos a menores y no denuncien

Sábado, 19 de agosto de 2017
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imagesLa Iglesia teme que implique “hacer pinchazos” en el confesionario

La Real Comisión argumenta que prima la protección de menores sobre el secreto confesional

(Cameron Doody).- Cargos criminales para sacerdotes que escuchen en el confesionario detalles de abusos sexuales de niños y no los denuncien. Esto es lo que busca implementar la Real Comisión australiana que investiga las agresiones sexuales cometidas contra menores en las instituciones del país durante los últimos sesenta años, organismo que asimismo ha llamado a una profunda “reforma” de los procesos judiciales que se ocupan de este tipo de delitos.

Según informa la agencia local de noticias AAP, la Real Comisión australiana anti-pederastia quiere que haya un nuevo delito de omisión de denunciar agresiones sexuales a niños en instituciones, sin excepción para los curas que sepan de ellas durante la confesión.

Esto significaría que los presbíteros tendrían que romper el secreto de confesión en casos de abusos sexuales infantiles en instituciones, algo que el arzobispo católico de Sídney, Anthony Fisher, ha equiparado a “hacer pinchazos y escuchas” de las conversaciones que tienen lugar en los confesionarios.

La Comisión admite que entiende la inviolabilidad del secreto de confesión, particularmente en lo referente a la Iglesia católica, pero la importancia de proteger a los niños del abuso implica que el clero no debe rehuir de informar sobre tales abusos por el hecho de que la información haya sido recogida durante la confesión.

La investigación en todo el terreno australiano que lleva la Comisión ha escuchado declaraciones sobre perpetradores que hicieron una confesión religiosa de haber abusado sexualmente de niños pero que luego llegaron a reincidir y a buscar de nuevo la absolución, notó dicha Comisión en un amplio informe, titulado “Justicia Criminal”, que llama a la reforma del sistema judicial criminal australiana.

“Queda demostrado que la confesión es un foro en el que niños católicos han revelado los abusos sufridos y en el que sacerdotes han revelado su comportamiento abusivo con el fin de abordar su propia culpabilidad”, afirmó la Comisión.

La Comisión notó asimismo que el comité para la doctrina de la Iglesia anglicana ha recomendado que la práctica de la confidencialidad absoluta sea reconsiderada para confesiones de crímenes serios tales como los delitos de abusos a menores.

El nuevo delito de omisión de denunciar abusos en instituciones se aplicaría a personas en instituciones que supieran, sospecharan o debieran sospechado que un niño está siendo o ha sido abusado sexualmente por un adulto asociado a dicha institución.

La Real Comisión australiana sobre las Respuestas Institucionales al Abuso Sexual Infantil reveló en febrero de este año que entre 1980 y 2015 casi 4.500 personas denunciaron abusos sexuales a manos de 1.880 miembros de la Iglesia católica, o lo que es lo mismo, a manos del 7% del clero de entonces. Cifra esta última que, en algunas diócesis, alcanzó la suma escalofriante del 15% de todos los obispos, sacerdotes, diáconos y hermanos religiosos en activo.

Fuente Religión Digital

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