Archivo

Entradas Etiquetadas ‘Concilio de Nicea’

“Concilio de Nicea: Revisión necesaria“, por Jesús López Sáez.

Martes, 18 de marzo de 2025

IMG_0234


“Está en cuestión la confesión de fe”

La expresión es rotunda, contundente: “Se armó la de Dios es Cristo”. Según el diccionario, con ello se dice que se formó un lío, escándalo o barullo

La mayoría de los autores coincide en afirmar que la frase proviene de los violentos enfrentamientos que surgieron en el concilio de Nicea (325). El año 2025 sería un “año de gracia del Señor” (Lc 4, 20) si se revisara este concilio

No es un tema menor: está en cuestión la confesión de fe. Veamos algunos datos que el profesor alemán Hubert Jedin recoge en el segundo tomo de su ‘Manual de historia de la Iglesia‘ (1980)

La expresión es rotunda, contundente: “Se armó la de Dios es Cristo”. Según el diccionario, con ello se dice que se formó un lío, escándalo o barullo. La mayoría de los autores coincide en afirmar que la frase proviene de los violentos enfrentamientos que surgieron en el concilio de Nicea (325). El año 2025 sería un “año de gracia del Señor” (Lc 4, 20) si se revisara este concilio. No es un tema menor: está en cuestión la confesión de fe. Veamos algunos datos que el profesor alemán Hubert Jedin recoge en el segundo tomo de su Manual de historia de la Iglesia (1980).

Convocatoria imperial

Las fuentes primitivas atribuyen al emperador Constantino (+337) la iniciativa de la convocatoria: “Las invitaciones cursadas a los obispos de Oriente y Occidente señalaban a Nicea en Bitinia (actual Turquía) como lugar de la reunión y el mes de mayo de 325 como fecha de apertura de las deliberaciones. No faltarían obispos a quienes no desagradaba leer en la invitación que para el viaje podían utilizar gratuitamente las postas del imperio y que durante la asamblea serían huéspedes del emperador. Las fuentes no dicen nada sobre si a tal o cual de ellos le causó alguna desazón el que en este caso la autoridad política hubiera desarrollado una iniciativa que eventualmente podía ser peligrosa para la independencia de la Iglesia”.

Obispos participantes

IMG_0235

El número de obispos no consta con exactitud: “Eusebio dice que habían sido más de 250; Atanasio, también testigo ocular, menciona el número redondo de 300, aunque en otro lugar indica 318”, “el Occidente latino tuvo sólo escasa representación, lo cual se comprende sin dificultad: un viaje a tierras tan remotas, aun con la posibilidad de utilizar las postas imperiales, debía en aquel tiempo llenar de preocupación a más de un obispo de África o de las Galias, de Italia o de Inglaterra. En consecuencia, sólo cinco obispos cumplimentaron la invitación del emperador. El principal de ellos era Osio de Córdoba, desde hacía ya tiempo hombre de confianza del emperador, aunque también probablemente representante del papa, y que constantemente encabezaba la lista de los obispos. De todas formas, Roma envió a los presbíteros Vito y Vicente, que ocupaban su puesto junto a Osio”.

Escritos, acusaciones, intrigas

Fueron presentados al emperador escritos en que se acusaba de faltas personales a este o aquel obispo. Constantino les mostró sus cartas no leídas: Las “hizo quemar ante sus propios ojos, acompañando la acción de algunas palabras graves sobre la buena armonía fraterna entre los obispos e invitándolos a aplicarse a la verdadera misión que los había llevado a Nicea”.

Lugar de reunión y sesión de apertura

Dado que la iglesia de la comunidad de Nicea apenas tenía espacio suficiente para todos los actos del concilio, el emperador puso su propio palacio de la ciudad a disposición de los obispos: “Eusebio describe con palabras hímnicas la solemne sesión inaugural, que tuvo lugar el 20 de mayo del año 325. Los obispos habían ocupado ya sus puestos a los dos lados a lo largo de la sala de sesiones y aguardaban con gran expectación la entrada del emperador, para el que se había colocado un sillón dorado. Gran impresión les causó ver cómo la elevada figura del emperador, vestido de púrpura, avanzaba por en medio de sus filas y aguardaba para tomar asiento un gesto de invitación de los obispos. Tras una breve salutación pronunciada por uno de ellos, tomó el emperador la palabra para dirigirles una alocución en latín, en la que no se podía menos de percibir los acentos de exhortación a la paz y armonía dentro de la Iglesia; un examen en común de las causas del conflicto abriría el camino a la reconciliación y a la paz, con lo cual los obispos le proporcionarían también a él, su ‘consiervo’, la mayor satisfacción”.

No se conservan las actas

Dado que no se han conservado las actas del concilio, no es posible hacer una reconstrucción del reglamento de sesiones ni del exacto transcurso cronológico de los debates, como tampoco fijar exactamente el número de las sesiones conciliares y ni siquiera indicar la duración del concilio”, “según parece, la corriente propicia a Arrio (sacerdote de Alejandría, +336) tomó inmediatamente la iniciativa y propuso una fórmula de confesión de fe”. Pronto apareció claro que las formulaciones arrianas “no tenían la menor probabilidad de ser aceptadas por el concilio”, “entonces intervino en el debate el diplomático Eusebio de Cesarea con una propuesta de compromiso y recomendó a los padres la adopción del símbolo bautismal corriente en su obispado. Los obispos reconocieron de plano la ortodoxia de dicho símbolo que también Constantino tuvo por correcto, como lo resalta Eusebio, no sin sentimiento de la propia dignidad, pero se consideraron indispensables algunos complementos, con los que formularan con precisión las aserciones que precisamente entonces estaban sobre el tapete y se descartara una interpretación del símbolo en sentido arriano”.

La palabra clave

IMG_0243Eusebio de Cesarea

Lo que sobre todo dio lugar a grandes debates fue la adopción de la palabra “homoousios” (de la misma sustancia), que en lo sucesivo sería la palabra clave  de la teología nicena: esta palabra no sólo pareció inaceptable a los obispos arrianos,  también pudo causar desazón en otros obispos de Oriente. En cambio, a los representantes de la iglesia latina podía aparecerles muy apropiada la palabra, pues hallaban en ella la exacta correspondencia de lo que desde Tertuliano (+220) se había expresado en Occidente con el término “consubstantialis” o “eiusdem susbtantiae”. Eusebio atribuye con absoluta claridad la aceptación del “homoousios” en el texto del símbolo de Nicea a la iniciativa de Constantino, que se había interesado ahincadamente por la recta interpretación del término entre los griegos y por la aproximación de los puntos de vista de los contendientes. Las demás formulaciones de detalle adoptadas en el texto del símbolo – “engendrado del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado”- ponían los enunciados sobre Cristo al abrigo de toda interpretación arriana. La frase final contenía una vez más un claro repudio de la teología arriana: “A aquellos que dicen: ‘hubo un tiempo en que no fue’, y ‘antes de nacer, no era’, y ‘fue hecho de la nada’, – o a los que afirman que el Hijo de Dios es de otra sustancia (hipóstasis) o de otra esencia (ousía), o que ha sido creado o está sujeto a cambio o mutación- a éstos los anatematiza la Iglesia católica y apostólica”.

Otras cuestiones

Tras la aceptación de la fórmula de la fe abordaron los obispos otras cuestiones: “En la cuestión de la fecha de la celebración pascual se pusieron de acuerdo sobre la práctica vigente en la mayor parte de la Iglesia: la resurrección se celebraría el domingo siguiente al 14 de nisán. A continuación, se deliberó sobre cuestiones de disciplina y las conclusiones fueron recogidas en 20 cánones”.

Clausura, banquete, regalos

Constantino promovió una clausura solemne e impresionante del concilio: “Tras la aceptación del símbolo de la fe y en conexión con la celebración de los veinte años de su gobierno, ofreció a los participantes en el concilio un espléndido banquete en su palacio de Nicomedia, acto que hizo prorrumpir a Eusebio -siempre pronto al entusiasmo- en comparaciones con la gloria del reino celestial. Los obispos recibieron con regocijo los presentes que les fueron ofrecidos a cada uno de ellos. Antes de su partida los reunió una vez más a todos a su lado y los exhortó a seguir conservando la paz entre sí y a evitar querellas de competencias. Finalmente se encomendó a sus oraciones”. Poco después, en un extenso informe sobre el concilio, el emperador afirmaba que se había logrado la unidad en la fe y subrayaba en términos de sorprendente rigor la necesidad de distanciarse del judaísmo (Jedin, 54-60).

Muchos descontentos

En su libro Historia de la Iglesia (1981) el historiador alemán Ludwig Hertling afirma lo siguiente: “Muchos obispos salieron descontentos del concilio de Nicea, como Eusebio de Cesarea”, “a muchos les disgustaba la expresión homoousios = consustancial, y temían que pudiera ser interpretada en sentido sabeliano” (Hertling, 96). Según Sabelio (Roma, hacia 215), Dios se manifiesta con tres modos de ser: Padre, Hijo, Espíritu Santo. Según Serapión de Antioquía (+203), Cristo parece hombre, pero es Dios. Sin embargo, afirma san Juan: “Todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios” (1 Jn 4,2). Cristo es realmente hombre.

Obispos desterrados

IMG_0237Poco después de la conclusión del concilio, dos obispos de primera fila, Eusebio de Nicomedia y Teognis de Nicea, comunicaron al emperador que retiraban su asentimiento a la fórmula de fe de Nicea: “El emperador, que no estaba acostumbrado a ver tratadas así decisiones que él había aprobado solemnemente, consideró tal paso como autoexclusión de la comunidad cristiana, desterró a los dos obispos a las Galias y asignó a sus iglesias pastores fieles a Nicea”.

Cambio de actitud

A comienzos del año 328 se percibió un cambio en la actitud del emperador, aunque mantenía su postura con respecto a Nicea: “Aquel mismo año se permitió volver del exilio a los obispos Eusebio y Teognis, que pudieron además ocupar de nuevo sus anteriores sedes de Nicomedia y Nicea”. Más aún, Eusebio de Nicomedia “logró granjearse cada vez más la audiencia y el favor del emperador, hasta llegar a ocupar el puesto que Osio de Córdoba -regresado sin duda de Nicea a su diócesis española- había tenido anteriormente en calidad de asesor teológico, y que ahora constituía a Eusebio en el promotor más eficaz de los intereses arrianos”. Cabe contar sin duda en este cambio “la influencia de la hermanastra de Constantino, Constancia, que vivía en Nicomedia y de cuya confianza gozaba ya hacía tiempo el obispo de la residencia imperial, procedente de la clase alta de la sociedad”. Seguramente también Eusebio de Cesarea contribuiría al cambio del emperador, “ya que su cultura y su talento retórico impresionaban fuertemente  al emperador, amén de que su temperamento de palaciego le empujaba a reducir los choques y contrastes violentos”.

Campaña arriana

Poco después de regresar del destierro, Eusebio de Nicomedia asumió “enérgica y conscientemente la dirección del partido arriano”: “Se hacía perfectamente cargo de que no se podía emprender una lucha abierta contra el símbolo de Nicea, puesto que ello habría provocado la oposición del emperador. Lo importante era comenzar por descartar a las personalidades de primera fila del partido contrario. En este sentido, la figura dominante después de la clausura del concilio era el obispo Eustacio de Antioquía”.

Nicenos desterrados

Eusebio de Nicomedia “deslizó con habilidad en los oídos del emperador la noticia de que Eustacio era un carácter de dudosa moral, que perturbaba constantemente la paz religiosa y se había expresado en términos despectivos sobre la madre del emperador. El emperador dio su visto bueno a la convocatoria de un sínodo en Antioquía (330-331), en el que los amigos de Arrio depusieron a Eustacio, que fue desterrado a Tracia por el emperador. Pronto hubieron de seguirle ocho obispos de sus mismos sentimientos, y así el partido arriano, animado por aquel éxito, dirigió sus ataques contra Atanasio, que a la muerte de Alejandro (328) le había sucedido en la sede de Alejandría, y de cuya energía y constancia se había recibido sin duda ya en Nicea una impresión duradera”. En el sínodo de Tiro (335), Atanasio fue depuesto. Acusado de sabotear en Egipto los edictos imperiales, el emperador Constantino le desterró a Tréveris, donde estuvo dos años.

Arrio rehabilitado

En noviembre del año 334, recibió Arrio una carta del emperador, en  la que se le invitada a una entrevista en la corte: “Con esta ocasión presentó a Constantino una profesión de fe que escamoteaba con habilidad el núcleo esencial de la controversia, de modo que el emperador tuvo la impresión de que Arrio no enseñaba lo que le imputaban sus adversarios. En consecuencia, remitió el asunto a un futuro sínodo, que le absolvería de la excomunión”. Entonces le levantaron la excomunión que le había sido decretada en Nicea y rogaron al emperador fuesen reconocidos de nuevo a Arrio sus derechos sacerdotales, lo cual habría debido tener lugar en un solemne acto. Poco antes, sin embargo, murió Arrio. La muerte de Constantino el año 337 significó para los arrianos un nuevo auge: “La parte oriental del imperio recayó en Constancio, hijo del emperador, que había elegido la fe arriana y que en los 24 años de reinado trataría de ayudarla con todos los medios precisos para imponerla como la única confesión” (Jedin, 62-66).

IMG_0238

Bautismo y muerte

Poco después de la pascua del año 337, Constantino cayó enfermo: “Cuando comprendió la gravedad de la dolencia, hizo llamar a algunos obispos a la ciudad de Nicomedia y solicitó de ellos el bautismo”. Murió el 22 de mayo. Lo mismo hizo su hijo Constancio: “A ejemplo de su padre, se hizo bautizar en el lecho de muerte por el obispo arriano Euzoyo”. La tardía leyenda de san Silvestre “habla del bautismo del emperador en el palacio de Letrán y de su curación de la lepra”, sitúa al papa en primer término cuando dice que “por orden suya” había tenido lugar el concilio de Nicea, “adorna con detalles llenos de fantasía las relaciones del primer emperador cristiano con el obispo de Roma”, “estos detalles aparecen por primera vez en los Actus s. Silvestri surgidos en Roma en el siglo V” (Jedin, 43, 54, 91 y 340). La leyenda de los Hechos de san Silvestre pretende “corregir el importante hecho histórico del bautismo de Constantino a manos de un obispo arriano, Eusebio de Nicomedia”, “acontecimiento bien atestiguado por las fuentes antiguas como el contemporáneo Eusebio de Cesarea en su Vida de Constantino y, medio siglo después, por el mismo San Jerónimo”, dice el profesor Ramón Teja en su libro Los papas ¿sucesores de Pedro o de Constantino? (Teja, 36).

Donación de Constantino

Junto a la leyenda de san Silvestre, la llamada Donación de Constantino (otra falsificación histórica) convierte al obispo de Roma en heredero y sucesor del emperador en todo el imperio de Occidente: “Entregamos y cedemos al santísimo pontífice y papa universal Silvestre, tanto nuestro palacio… como las provincias, lugares y ciudades de Italia o de las regiones occidentales, entregándolas y dejándolas a su poder y dominio o el de sus sucesores pontífices por una firme decisión imperial”. El papa Gregorio VII (1073-1085), a quien su contemporáneo Pedro Damián calificó como un “santo de Satán”, fue “el primero que intentó presentarse como heredero de los emperadores romanos”. Bernardo de Claraval se lo dijo a su antiguo discípulo, el papa Eugenio III (1145-1153): “En esto no eres sucesor de Pedro sino de Constantino”.  Durante el pontificado de Inocencio III (1198-1216) fue compuesto el denominado Decreto de Graciano: “Allí se incluyeron no menos de 324 textos atribuidos a los papas de los cuatro primeros siglos, la mayoría de ellos falsificaciones”, dando origen al Derecho Canónico.

El caballo blanco

IMG_0239Caballo blanco

En 1247 fue consagrada la capilla de san Silvestre en la basílica romana de los “Cuatro Santos Coronados”. Los famosos frescos de la capilla presentan siete escenas, son la “expresión plástica de las aspiraciones papales” y pretenden inmortalizar las leyendas del bautismo de Constantino a manos de Silvestre y la Donación del emperador al papa. En la primera escena aparece Constantino víctima de la lepra que, como un nuevo Herodes, ha ordenado la matanza de niños inocentes. En la segunda escena Pedro y Pablo le piden en sueños que escuche a las madres que lloran por sus hijos y que haga traer al obispo Silvestre. En la tercera escena los enviados imperiales se presentan ante Silvestre que está refugiado en el monte Soracte. En la cuarta escena Silvestre comparece ante el emperador y le muestra dos iconos de Pedro y de Pablo que el emperador reconoce como los que había visto en sueños. En la quinta escena Constantino, ya limpio de la lepra, recibe el bautismo de manos de Silvestre en el palacio imperial de Letrán. En la sexta escena (ver foto) el emperador, sin la corona que es sujetada por un acólito de pie sobre la muralla, lleva con su mano izquierda un caballo blanco y con la derecha ofrece la tiara al papa, al tiempo que hace la inclinación de rodilla ante el papa que está sentado en el trono, cubierto con el manto rojo. El manto rojo y el caballo blanco son símbolos del poder imperial. En Constantinopla, durante las celebraciones de los triunfos, el emperador entraba victorioso atravesando la Puerta de Oro montado en un caballo blanco para dirigirse al palacio. En la séptima escena (ver foto) el emperador lleva las riendas del caballo blanco que monta el papa, ahora ya con la tiara de las tres coronas en la cabeza. El hecho de que el emperador lleve las bridas del caballo blanco del papa haciendo de palafrenero era “un reconocimiento de vasallaje en las relaciones feudales” (Teja, 43-67). Ahora bien, en el Apocalipsis el jinete del caballo blanco es “la palabra de Dios”, “lo siguen las tropas del cielo sobre caballos blancos” (Ap 19,13-14).

Menudo santo

La Iglesia ortodoxa lo considera como santo: san Constantino. Mató a su cuñado y a su sobrino. A pesar de la promesa hecha a su hermana de que le perdonaría la vida a su marido Licinio, ordenó su ejecución en 325, bajo la acusación de haber organizado una conjura contra él, y al año siguiente la de su hijo (Licinio el Joven). En su Historia Eclesiástica Eusebio de Cesarea (+339) disculpa a Constantino: “No le escatimó su parentesco ni le negó espléndidas nupcias con su hermana”, “también le había proporcionado el poder disfrutar del gobierno supremo como cuñado y coemperador”, “pero él, al revés, obraba contrariamente a esto y cada día imaginaba intrigas contra su superior e imaginaba todo género de conspiraciones, como si respondiese con males a su bienhechor”, “lo que en otro tiempo Licinio contempló con sus propios ojos en los impíos tiranos, esto mismo sufrió él en persona”, “tras compartir con éstos el mismo camino de la impiedad, cayó merecidamente en el mismo precipicio que ellos” (HE X,8,4-5 y 9,5). Licinio fue derrotado y, poco después, fue ejecutado. Constantino mató a su hijo Crispo y a su esposa Fausta por una acusación de adulterio entre ambos. En un poema anónimo se le comparó con Nerón.

Cambios paganos

Siguiendo a Eusebio de Cesarea, el cardenal John Henry Newman (1801-1890) recoge en su libro Ensayo sobre el Desarrollo de la Doctrina Cristiana los cambios paganos que el emperador Constantino introduce en la liturgia cristiana con el fin de atraer a los paganos: “El uso de templos, y éstos dedicados a santos particulares, y ornamentados en ocasiones con ramas de árboles; incienso, lámparas y velas; ofrendas votivas al recuperarse de una enfermedad; agua bendita; asilos; días festivos y estaciones, uso de calendarios, procesiones, bendiciones en los campos; las vestiduras sacerdotales, la tonsura, el anillo en el matrimonio, la vuelta a Oriente, las imágenes en una fecha posterior, tal vez el canto eclesiástico, y el Kyrie Eleison, son todos de origen pagano, y santificados por su adopción en la Iglesia” (Newman, VIII, 6).

Comentario

IMG_0240Proskinesis

A los ojos de los paganos, los cristianos eran “ateos”. El apologeta Arnobio escribe hacia el año 300: “Ante todo nos acusáis de impiedad, porque ni edificamos templos ni erigimos imágenes divinas ni disponemos altares”. La eucaristía podía celebrarse en cualquier sitio, en una casa, en un barco, al aire libre. En Tróade Pablo celebra “la fracción del pan” en una casa: “Había abundantes lámparas en la estancia superior” donde estaban reunidos (Hch 20,7-8). Había lámparas de aceite. Las velas de cera vinieron después. Sobre la Navidad: ”La primera noticia cierta sobre una fiesta que tiene como contenido el nacimiento de Cristo y se celebra el 25 de diciembre, se halla en un catálogo de fiestas cristianas, el llamado cronógrafo de 354, que tomó esta noticia de un modelo que se remonta a la época constantiniana (336)”, “es muy probable que la elección de esta fecha estuviera determinada por la fiesta del nacimiento del dios Sol pagano, que el emperador Aureliano había traído de Oriente e introducido en Roma después de 274 y desde entonces fue celebrada en este día con el nombre de dies natalis solis invicti (día natal del sol invicto) como la mayor fiesta del Estado” (Jedin, 414).

El Credo de Nicea

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Siguiendo la tradición apostólica, la Iglesia confesó en el año 325 en el primer Concilio Ecuménico de Nicea que el Hijo es ‘consustancial‘ al Padre, es decir, un solo Dios con él. El segundo Concilio Ecuménico, reunido en Constantinopla en el año 381, conservó esta expresión en su formulación del Credo de Nicea y “confesó al Hijo Único de Dios, engendrado del Padre antes de todos los siglos, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, consustancial al Padre” (n.242). La fe en el Espíritu se formuló así en Constantinopla: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre” (n.245). La tradición latina del Credo confiesa que el Espíritu “procede del Padre y del Hijo (filioque).El Concilio de Florencia, en el año 1438, explicita: “El Espíritu Santo tiene su esencia y su ser a la vez del Padre y del Hijo y procede eternamente tanto del Uno como del Otro como de un solo Principio” (n.246).

Palabra extraña

Comenta el teólogo alemán Michael Schmaus en su libro El Credo de la Iglesia Católica(1970): “Para exponer la fe, el Concilio usa como concepto clave el designado con la palabra homousios (consustancial), tomada de los gnósticos”. Dice también: “La lucha por imponer la doctrina conciliar llenó los siglos cuarto y quinto. Al principio se trataba de la relación del Hijo al Padre, sin reflexionar sobre la relación del Espíritu Santo a estos dos. Desde el 360 aproximadamente se incluyó al Espíritu Santo en la discusión, atribuyéndole a Él también la “homousía“, es decir, la igualdad en la posesión de la única esencia” (Schmaus, 600).

IMG_0241Homosius

La Trinidad

Si revisamos la tradición a la luz de la Escritura, el famoso icono replica a su autor que lo llamó La Santa Trinidad. El icono remite al encinar de Mambré donde Abraham acoge a dos caminantes y acontece lo que dice la canción: “Cuando hermano le llamamos al extraño, va Dios mismo en nuestro mismo caminar”. De forma semejante, el concilio de Nicea debe ser revisado a la luz de la Escritura que, dice Jesús, “no puede fallar” (Jn 10, 35). Para las grandes iglesias cristianas supone una “corrección” que no debe ser rechazada, una “reprensión” que no debe enfadar (Hb 12,5).

Dos fórmulas

El profesor Schmaus comenta así la fórmula de Mt 28,19, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”: “Como al principio, según dejan entrever los Hechos de los Apóstoles (2,38; 8,16;10,48;19,5) y Pablo (1 Co 1,13;6,11; Ga 3,27; Rm 6,3; Ef 4,5), el bautismo fue administrado en el nombre de Jesús, quedaría por eso mismo demostrado el origen posterior de la fórmula contenida en Mt 28,19″. Por tanto, dicha fórmula “no fue configurada por un evangelista particular, sino que procedía de la tradición de la Iglesia“. O sea, es un añadido posterior. Sobre la fórmula de 2 Co 13,13, “la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros”, dice el profesor: “Con relación al Espíritu se usa el genitivo objetivo, mientras con relación a Dios y al Señor se usa el genitivo subjetivo” (Schmaus, 581 y 589). El Espíritu es algo que se da, algo que se recibe.

Problema de fondo

El filósofo romano Boecio (+524) dio esta definición clásica de persona: “sustancia individual de naturaleza racional” (PL 64, 1343). Lo mismo dice Tomás de Aquino(+1274): “el subsistente de naturaleza racional” (Suma Teológica, I, q. 29, a. 3). Problema de fondo: la doctrina de la Trinidad contradice la definición clásica de persona como “sustancia individual”, en la Trinidad la segunda persona y la tercera son “consustanciales” con la primera, “de la misma sustancia”. En realidad, algo inconcebible. Jesús lo dijo de forma sencilla: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17,3), “el Padre es mayor que yo” (14,28), el primer mandamiento es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios, es el único Señor” (Mc 12,29). Jesús se acepta como profeta: “No desprecian a un profeta más que en su tierra” (6,4), El profeta escucha la palabra de Dios y la proclama (ver catequesis sobre el Evangelio de Juan, prólogo).

Edicto de Teodosio

El 28 de febrero del año 380 el emperador Teodosio publicó un edicto según el cual todos los pueblos habían de vivir en la religión que el apóstol Pedro había transmitido a los romanos y que era la profesada por el papa Dámaso, así como por el obispo Pedro de Alejandría: “nosotros, por tanto, creemos en una sola divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo con la misma majestad y santa Trinidad”. Sólo los que profesaban esta fe debían llevar el nombre de cristianos, los demás eran herejes y debían contar con las sanciones divinas no menos que con las imperiales (Jedin, 114).

Concilio de Constantinopla

Lo convocó el emperador Teodosio a comienzos del año 381. Los obispos participantes fueron unos 150, todos de Oriente. Antes de iniciarse las sesiones fueron recibidos por el emperador. Teodosio distinguió al obispo Melecio de Antioquía con un saludo especialmente obsequioso, lo que equivalía en cierto modo a proponerle como presidente del concilio. Sin embargo, en los primeros días del concilio muere Melecio. En esas circunstancias asume la presidencia el obispo de Constantinopla, Gregorio Nacianceno. Al igual que en el concilio de Nicea, no se han conservado las actas. A pesar de todos los esfuerzos, “no hubo forma de inducir al grupo de Eleucio de Cízico a reconocer la divinidad del Espíritu Santo. El grupo abandonó inmediatamente el concilio, no sin poner en guardia a sus adeptos, mediante una carta circular, contra el reconocimiento de la fe de Nicea”. El Símbolo de los 150 padres de Constantinopla fue incluido desde fines del siglo VI en la liturgia de la misa latina y hoy también es conocido con el nombre de símbolo niceno-constantinopolitano. El concilio de Calcedonia (451) considera a los padres de Constantinopla como los autores de este símbolo que añade los nuevos enunciados sobre el Espíritu Santo. Mientras que el símbolo de Nicea decía sencillamente: “Creo en el Espíritu Santo”, ahora se añade: “Señor y Dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas” (Jedin, 118-120).

IMG_0242

Revisión necesaria

Hay que recuperar la fe que proclama Pedro como el centro del mensaje cristiano: “A Jesús Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le matasteis clavándole en una cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le resucitó… de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del padre el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hch 2, 22-33), “sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (2, 36). Pablo confiesa lo mismo: “Anunciamos a un Cristo crucificado” (1 Co 1,23), “del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, en virtud del espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos” (Rm 1,3-4), “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús” (1 Tm 2,5), “el primogénito de toda la creación” (Col 1,15). La confesión de fe se expresa en fórmulas breves: “Jesús es Señor” (1 Co 12,3), “Jesús es el Cristo” (1 Jn 2,22), “Jesús es el hijo de Dios” (Hch 8,37; 1 Jn 4,15; Hb 4,14). No lo olvidemos, “hijo de Dios” es un título mesiánico.

Fuente Religión Digital

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad, General , , , , , ,

“Quiero creer en Dios”, por Joseba Kamiruaga Meza

Viernes, 7 de febrero de 2025
Comentarios desactivados en “Quiero creer en Dios”, por Joseba Kamiruaga Meza

IMG_9410Creo que el Papa Francisco ha proclamado este año del Jubileo de la Esperanza también para que los creyentes puedan limpiar las muchas imágenes distorsionadas de Dios que circulan incluso entre aquellos que decimos creer. Y para que los no creyentes puedan elegir libremente unirse o no, pero confrontarse con el verdadero rostro de Dios, tal como nos lo presenta Jesús de Nazaret.

Estoy convencido de que una vez más el Papa Francisco ha dado en el blanco. Porque varios creyentes corren el riesgo de decir sí a una imagen falsa de Dios, mientras que varios no creyentes corren el riesgo de decir no a un Dios que en realidad no existe, nunca ha existido y nunca existirá. Tengo la impresión de que varios ateos no creen en un Dios en el que yo tampoco creo.

No, nunca creeré en

◾un dios que me acecha en un recodo para pillarme ‘in fraganti’ y vengarse para ‘hacérmelo pagar’;

◾un dios que disfruta siendo un aguafiestas, que ama el dolor, que juega a condenar, y disfruta ‘mandándome’ al infierno;

◾un dios que muestra una tarjeta roja a las verdaderas alegrías de sus hijos y no acepta una silla en nuestras fiestas humanas;

◾un dios que se enfada por las muchas ‘debilidades’ que nos afligen y es incapaz de sonreír ante las tontas travesuras de las que somos capaces;

◾un dios que se deja encapsular en una fórmula teológica, se hace entender sólo por los sabelotodo y no es accesible ni comprensivo con los pequeños y los pobres;

◾un dios que es un abuelo bienhechor o un vejestorio, al que hay que chantajear o del que hay que aprovecharse a la ligera, o que trata con la misma balanza a la víctima y a su verdugo;

◾un dios que es indiferente a las lágrimas de los niños inocentes, a las heridas de las niñas maltratadas, al sufrimiento de los homosexuales burlados o de las mujeres violadas;

◾un dios que es omnipotente, pero no misericordioso, porque de lo contrario podría incinerarme; o que es omnisciente, pero no igualmente benevolente y compasivo, porque de lo contrario su conocimiento de todo sobre mí haría que me cayera mal y me irritara;

◾un dios que me exige fe y apaga mi razón; que se me impone con la evidencia de una «prueba» indiscutible o se impone sobre mí con el peso de una superioridad aplastante;

◾un dios que actúa con nosotros como un padre amo y no en cambio como el celoso guardián de nuestra más sólida y madura libertad y el más feroz colaborador de nuestra más cierta y grande alegría.

Sí, creo

◾en el Dios de la misericordia más generosa, que afirma su grandeza haciendo grandes a sus hijos, empezando por los más pequeños y pobres; que no se complace en asustarme, que se deja llamar «tú»;

◾en el Dios humildísimo de la misericordia, que expresa su omnipotencia reduciéndose a la impotencia por amor, y ha descendido hasta recogernos a todos con los brazos abiertos cuando caemos, y de mirarnos siempre de abajo arriba y no de arriba abajo;

◾en el Dios de la misericordia más gratuita, que en la cruz prefirió mil veces sacrificarse y morir por el hombre antes que ver morir al hombre por él, y que renuncia a salvarse a sí mismo para salvarnos a todos;

◾en el Dios de la misericordia fecundísima, que encuentra su gloria en compartir su vida con nosotros, en defender nuestra alta dignidad, en difundir y compartir con nosotros su exuberante felicidad;

◾en el Dios de la más fiel misericordia, que nunca olvida las palabras de su Hijo: que el sábado es para el hombre, y no el hombre para el sábado; que hay más alegría en dar que en recibir; que no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos;

◾en el Dios de la misericordia siempre más disponible, que prefiere rebajarse a lavarnos los pies antes que vernos rebajarnos a lavarle los suyos;

◾en el Dios de la misericordia más firme, que envía a su Hijo no para juzgar y condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él; que salva incluso a quienes no lo han conocido, pero lo han buscado y servido en los hermanos más pobres y sufrientes;

◾en el Dios de la misericordia más benévola, que no envía a los perros la oveja que ha abandonado el redil, sino que no descansa hasta encontrarla, y cuando la ha encontrado, no la golpea, sino que la carga sobre sus hombros y se alegra más por ésa que por las 99 que quedan en el redil;

◾en el Dios de la más tierna misericordia, que cuando ve a Zaqueo en el sicomoro no lo zarandea ante sus compañeros de aldea, y cuando se encuentra ante la adúltera no la señala para el escarnio público, y en cuanto se ve expuesto a la burla del casero por estar investido de la ternura de la pecadora del pueblo, Jesús no se arredra ante sus caricias;

◾en el Dios de la misericordia más compasiva, que no envió a su Hijo a la tierra para explicar el misterio del mal, sino para compartir el sufrimiento humano, llenarlo de su presencia y transformarlo en un bien infinitamente mayor.

Pero, ¿no es éste el Dios que nos reveló Jesús de Nazaret?

Deseo que los creyentes limpiemos la imagen del Dios en el que creemos los cristianos de todas las incrustaciones que empañan su belleza y opacan su verdad. Y a todos los buscadores de Dios que sean capaces de verlo en el «rostro de la misericordia», el rostro de Jesús de Nazaret.

P. Joseba Kamiruaga Mieza CMF

Posdata:

Y deseo que el Papa Francisco, a los 1700 años del Concilio de Nicea (que tuvo lugar entre el 20 de mayo y el 19 de junio de 325) piense en la posibilidad de emprender la tarea de re-formular un Credo recuperando más explícitamente al Jesús de Nazaret de los Evangelios y del Reino de Dios.

Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , , ,

“La esperanza no defrauda (Rom 5,5). A propósito del próximo jubileo”, por Consuelo Vélez

Viernes, 27 de diciembre de 2024
Comentarios desactivados en “La esperanza no defrauda (Rom 5,5). A propósito del próximo jubileo”, por Consuelo Vélez

IMG_8984De su blog Fe y Vida:

” Hemos de ser testigos de la esperanza para construir un mundo donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos”

“Mirando la realidad de los pobres, el año jubilar nos pide ser signos de esperanza para tantos hermanos y hermanas con rostros tan diferentes de pobreza: las personas privadas de la libertad, los enfermos, los afectados por alguna discapacidad, los jóvenes que tantas veces temen que sus sueños se derrumben; los migrantes, exiliados, desplazados y refugiados tan necesitados de una efectiva solidaridad internacional para seguir adelante con sus vidas”

“En este año jubilar se celebrarán 1700 años del primer Concilio de Nicea y se acaba de realizar el sínodo de la sinodalidad”

Con esta cita bíblica, el papa Francisco convocó el “Jubileo de la esperanza que comenzará el próximo 24 de diciembre y terminará el 6 de enero de 2026. Un año jubilar es un tiempo especial que se vive en la Iglesia, llamando a acoger la misericordia de Dios, es decir, tiempo de perdón y reconciliación, para fortalecer la vida cristiana. Se inspira en la tradición judía del jubileo que se proponía cada 50 años, como una oportunidad de que todo judío que hubiera perdido su tierra pudiera recuperarla. También los esclavos podían recuperar su libertad. De esa manera se garantizaba la oportunidad de tener un nuevo comienzo.

El primer jubileo de la Iglesia católica fue declarado por el Papa Bonifacio VIII el 22 de febrero de 1300 quien propuso celebrarlos cada cien años. Con el paso del tiempo se fue acortando el tiempo entre cada jubileo hasta llegar a realizarlo cada 25 años. En el año 2000, convocado por Juan Pablo II, se celebró el jubileo conmemorando los dos mil años del nacimiento de Jesucristo y ahora Francisco, propone este jubileo continuando la tradición. Cabe anotar que en 2015 había convocado un jubileo “extraordinario” para celebrar el 50 aniversario del fin del Concilio Vaticano II y lo dedicó a la misericordia, tema tan central del evangelio y también de su pontificado.

En tiempos donde parece que la esperanza se pierde y se vive en el inmediatismo, con más señales de pesimismo y decepción que de esperanza en el futuro, la propuesta de este jubileo es la de ser “testigos de la esperanza”, revitalizando así esta virtud teologal -don de Dios, al igual que la fe y el amor- para dar testimonio, como dice la carta de Pablo a los Romanos, de que la esperanza cristiana no defrauda porque se cree en el Dios vivo revelado en Jesucristo que lejos de irse de la historia, está aquí, acompañando nuestro caminar, llenándonos de su gracia para no decaer en la construcción de un mundo más justo y en paz.

La Bula de convocación a este jubileo afirma que la esperanza cristiana no defrauda porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino (Rm 8, 35-39). Por eso, esta esperanza no cede ante las dificultades: se fundamenta en la fe y se nutre en la caridad y de este modo podemos seguir adelante en la vida. Invita a reconocer los signos de esperanza de nuestro mundo hoy, ver todo lo bueno que hay en él para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia. Es así como este jubileo nos convoca a reconocer algunos signos de esperanza tales como la paz para nuestro mundo que contrarreste tantas guerras en la actualidad.

Mirando la realidad de los pobres, el año jubilar nos pide ser signos de esperanza para tantos hermanos y hermanas con rostros tan diferentes de pobreza: las personas privadas de la libertad, los enfermos, los afectados por alguna discapacidad, los jóvenes que tantas veces temen que sus sueños se derrumben; los migrantes, exiliados, desplazados y refugiados tan necesitados de una efectiva solidaridad internacional para seguir adelante con sus vidas. En otras palabras, es sembrar la esperanza defendiendo la vida y los derechos de los más débiles. No podemos acostumbrarnos o resignarnos a las situaciones de pobreza. Por el contrario, debemos ser testigos de esperanza para tantos millares de pobres que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir.

El papa Francisco haciendo eco a la palabra de los profetas recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. De ahí que en este año jubilar el papa llama a que el dinero usado para la guerra se emplee para erradicar el hambre en el mundo. De igual manera hace un llamado a las naciones más ricas para que condonen la deuda de los países que nunca podrán pagarla. Además, recuerda que desde los tiempos apostólicos los pastores se han reunido en concilios o sínodos para tratar diversos temas doctrinales y disciplinares. Precisamente en este año jubilar se celebrarán 1700 años del primer Concilio de Nicea y se acaba de realizar el sínodo de la sinodalidad. Por este motivo, Francisco señala que el año jubilar puede ser la oportunidad de concretar una Iglesia sinodal que hoy se advierte como expresión cada vez más necesaria para una evangelización eficaz.

El Papa abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, el 24 de diciembre. El siguiente domingo abrirá la Puerta Santa de la Catedral de San Juan de Letrán y el 1 de enero de 2025 abrirá la Puerta Santa de la Basílica de Santa María la Mayor. Por último, el domingo 5 de enero abrirá la Puerta Santa de la Basílica de San Pablo extramuros. Los peregrinos que vayan a Roma durante este año jubilar tendrán la oportunidad de vivir esta gracia ofrecida, cruzando simbólicamente esas Puertas Santas. Para los que no pueden viajar -la mayoría- el 29 de diciembre en todas las catedrales, los obispos diocesanos celebrarán la apertura del año jubilar y los creyentes de cada lugar podrán vivir el jubileo desde sus respectivas catedrales u otros lugares que los obispos designen en sus diócesis. Junto a las visitas a estos lugares designados se espera que los fieles realicen obras de misericordia y de penitencia.

Dispongámonos a vivir este año jubilar, como señaló el papa Francisco, manteniendo la esperanza que no declina porque es la esperanza de Dios. Que recuperemos la confianza necesaria, tanto en la sociedad como en la Iglesia, en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto a la creación. Hemos de ser testigos de la esperanza para construir un mundo donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, con la confianza puesta en el Dios que siempre cumple sus promesas.

(Foto tomada de: https://www.diocesisdezamora.es/noticias/ver-jubileo-de-la-esperanza-837)

Biblia, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , , , ,

El Papa encarga un ‘catálogo’ de mártires, para unir en el “ecumenismo de la sangre” a todas las confesiones cristianas

Lunes, 10 de julio de 2023
Comentarios desactivados en El Papa encarga un ‘catálogo’ de mártires, para unir en el “ecumenismo de la sangre” a todas las confesiones cristianas

Persecucion_2415968410_15887593_660x371Erige la ‘Comisión de los Nuevos Mártires-Testigos de la Fe’ en Causa de los Santos

El Papa invita, de cara al Jubileo de 2025, a “proseguir el reconocimiento histórico para recoger los testimonios de vida, hasta el derramamiento de sangre, de estas hermanas y hermanos nuestros, para que su memoria se erija en un tesoro que la comunidad cristiana atesore”

El ecumenismo de la sangre será clave para el gran desafío de Francisco de cara al Gran Jubileo de 2025, en el que se cumplen 1700 años del Concilio de Nicea. Este es el objetivo de la carta que este mediodía ha publicado el Papa, en el que anuncia la constitución de la “Comisión de los Nuevos Mártires – Testigos de la Fe en el Dicasterio de las Causas de los Santos, con el cometido de elaborar “un catálogo de todos aquellos que han derramado su sangre para confesar a Cristo y dar testimonio de su Evangelio”.

En la misiva, Bergoglio subraya que la comisión “continuará la búsqueda, ya iniciada con ocasión del Gran Jubileo del año 2000, para identificar a los Testigos de la fe en este primer cuarto de siglo y proseguirla en el futuro”, y que no se ceñirá a la Iglesia católica, sino que “se extenderá a todas las confesiones cristianas”.

Y es que, sostiene Francisco, “incluso en nuestro tiempo, en el que asistimos a un cambio de época, los cristianos siguen mostrando, en contextos de gran riesgo, la vitalidad del Bautismo que nos une”.

Con todos ellos tenemos una gran deuda y no podemos olvidarlos

“No son pocos, en efecto, los que, a pesar de ser conscientes de los peligros que corren, manifiestan su fe o participan en la Eucaristía dominical”, señala el Papa, recordando que “otros son asesinados en sus esfuerzos por ayudar en la caridad a la vida de los pobres, por cuidar de los descartados por la sociedad, por valorar y promover el don de la paz y el poder del perdón. Otros son víctimas silenciosas, individuales o colectivas, de los avatares de la historia”.

Egipto_Cristianos perseguidos

La voz única del martirio de los cristianos

“Con todos ellos tenemos una gran deuda y no podemos olvidarlos”, insiste Francisco, quien quiere reconocer el testimonio de tantos para que “resuene la voz única del martirio de los cristianos”.

“Con esta iniciativa no pretendemos establecer nuevos criterios para la constatación canónica del martirio, sino continuar la encuesta iniciada sobre aquellos que, hasta el día de hoy, siguen siendo asesinados por el simple hecho de ser cristianos”, recalca Francisco, quien invita a “proseguir el reconocimiento histórico para recoger los testimonios de vida, hasta el derramamiento de sangre, de estas hermanas y hermanos nuestros, para que su memoria se erija en un tesoro que la comunidad cristiana atesore”.

“En un mundo en el que a veces parece que prevalece el mal, estoy seguro de que la elaboración de este Catálogo, también en el contexto del ya inminente Jubileo, ayudará a los creyentes a leer también nuestro tiempo a la luz de la Pascua, sacando del cofre de tan generosa fidelidad a Cristo las razones de la vida y del bien”, concluye la carta.

Fuente Religión Digital

Cristianismo (Iglesias), Iglesia Católica , , , , , , , , , ,

Nicea 325. Y en un solo Señor Jesucristo

Miércoles, 29 de julio de 2015
Comentarios desactivados en Nicea 325. Y en un solo Señor Jesucristo

300px-Council_of_Nicea_-_Nuremberg_chronicles_f_130v_3Del blog de Xabier Pikaza:

Hoy (25.7.2015) se cumplen los 1690 años de la clausura del Concilio I de Nicea, de cuya doctrina he tratado de manera más extensa hace cuatro días (21.7.15). Vuelvo al tema porque resulta esencial en un tiempo en que la Iglesia vuelve a plantear la posibilidad y la forma de un nuevo Concilio fundamente, para recrear su identidad. Retomo para ello elementos de mi libro sobre la Trinidad.

Durante casi trescientos años, la iglesia había vivido en condiciones de marginación o clandestinidad, de manera que sus obispos no pudieron (ni necesitaron) celebrar concilios universales, pues la “reunión” del año 49 en Jerusalén (cf. Gal 2; Hch 15) había tenido otro sentido, lo mismo que los muchos sínodos parciales que se fueron celebrando en muchas zonas (como en Cartago: años 220, 251, 252 etc.).

Sólo tras la paz de Constantino (313 dC), y con ocasión de las disensiones sobre el carácter humano y divino de Jesús (arrianismo), fueron necesarios y posibles los concilios, que se celebraron con el apoyo de la autoridad imperial. El primero de ellos fue el de Nicea (bajo el emperador Constantino), el segundo el de Constantinopla (Bajo Teodosio).

imagesCon esta ocasión quiero evocar aquí los siete primeros concilios de la iglesia universal, para fijarme después (tras una breve semblanza de Arrio) en el que hoy recordamos de un modo especial (Nicea 325) y evocar después el otro gran concilio, complementario al de Nicea, que fue (Constantinopla I, 381), para retomar de esa manera los principios de la historia y actualidad de la Iglesia.

Los siete primeros concilios, una iglesia conciliar

Tuvieron carácter imperial, pues fueron convocados por el “basileus” romano de oriente (Bizancio), aunque hayan sido ratificados y aceptados por el conjunto de las iglesias (a excepción de las monofisitas y nestorianas, no calcedonenses). Ellos siguen siendo base y fuente de unidad de las grandes iglesias (católica, ortodoxa, protestante):

1. Nicea: 325. Divinidad de Jesús. Convocado por Constantino, condenó la “herejía” de Arrio, definiendo la divinidad de Jesucristo. Sentó las bases del credo posterior de la Iglesia (símbolo niceno-constantinopolitano), y en su parte cristológica confiesa: «Creemos en un solo Dios Padre omnipotente… y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre» (Den-H. 125).

2. Constantinopla I: 381. Divinidad del Espíritu Santo. Bajo presidencia de Teodosio, definió la divinidad del Espíritu Santo y puede considerarse una continuación de Nicea, cuyo credo acepta, añadiendo las palabras básicas: «Y en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que procede el Padre…y que con el Padre y el Hijo es adorado…» (Denz-H. 150). Este credo ha fijado la confesión cristiana en categorías ontológicas (griegas), con los valores (y posibles riesgos) que ello implica.

3. Éfeso: 431. María, Madre de Dios. Convocado por el emperador Teodosio II, contra Nestorio, que parecía distinguir y dividir en Jesús lo humano y lo divino. Puso de relieve la unidad personal de Jesús, y presentó a María su Madre como theotokos, “Madre de Dios” (Denz-H. 25-273). Fue más discutido que los anteriores y su propuesta y chocó y sigue chocando con resistencias, pues no se formuló a través del diálogo entre las diversas partes, sino por imposición de una de ellas (el partido de Alejandría).

4. Calcedonia: 451. Humanidad y divinidad de Jesús. Convocado por el emperador Marciano, fue el último de los grandes concilios “dogmáticos” y fijó definitivamente (y de un modo especial para las iglesias ortodoxas de Roma y Bizancio) el dogma cristológico, distinguiendo las dos naturalezas de Jesús (Dios y hombre verdadero), poniendo de relieve su unidad personal. Su formulación puede parecer demasiado racional (lógica), de forma que debe completarse a partir de la experiencia de los evangelios. No lo aceptaron nestorianos y monofisitas.

5. Constantinopla II: 553. Humanidad de Jesús. Fue el concilio de Justiniano, y se desarrolló de un modo programático, para dictar la condena de “todas las herejías”. Reafirmó la doctrina de los concilios anteriores, fijando la teología trinitaria (distinguiendo y vinculando las “personas” de Dios) y la doctrina cristológica (divinidad y humanidad de Jesús). Condenó de nuevo el monofisismo o doctrina de los que suponen que la naturaleza humana de Jesús ha quedado absorbida en la divina y se opuso, de forma quizá apresurada, al pensamiento de Orígenes, al que acusa de helenismo.

6. Constantinopla III: 680-681. Contra monoteletas y monoenergetas (sólo hay una voluntad de Jesús, sólo una acción, que es la divina), defiende la voluntad y acción humana de Jesús. Convocado y presidido por Constantino IV, insiste en la integridad de Jesús, contra aquellos que le toman como teofanía superior, sin verdadera interioridad, sin autonomía y creatividad humana. De esa forma lleva a sus últimas consecuencias el dogma de Calcedonia condenando de manera radical el riesgo de un monofisismo, esto es, la visión de un Jesús Dios sin verdadera humanidad. Quizá debe añadirse que, a pesar de su “ortodoxia” teórica, parte de la Iglesia posterior ha sido y sigue siendo contraria a este concilio, pues no acaba de asumir y entender las implicaciones de la humanidad histórica de Jesús.

7. Nicea II: 787.Contra los iconoclastas. Convocado por la emperatriz Irene, rechazó la doctrina de aquellos que condenaban el culto a las imágenes de Jesús, de la Virgen y de los santos. En el fondo de esa actitud latía el riesgo de negar la humanidad de Jesús, para centrarse sólo en la absoluta trascendencia de Dios, sin encarnación (en una línea más concorde con el judaísmo y el Islam). Es el último de los concilios ecuménicos, admitidos por todas las iglesias, y ha sido esencial para la piedad de los cristianos orientales y occidentales (aunque algunos grupos protestantes han vuelto a rechazar el culto a las imágenes).

Éstos son los siete concilios de la iglesia universal, pues los posteriores serán propios de la Iglesia Occidental y estarán determinados básicamente por la autoridad del Papa. En estos siete primeros concilios, convocados y, en algún sentido, presididos por el emperador, las Iglesias se organizaron en línea de comunión de comunidades, dando la última palabra a los obispos, de manera que ellos pudieron definir por consenso la propia identidad cristiana en temas de fe y de convivencia creyente.

Esta constitución conciliar de la Iglesia se sigue manteniendo básicamente, al menos de forma ideal, hasta la actualidad (2015), aunque en línea católica el Papa se ha puesto de hecho por encima del Concilio. En esta línea convergen dos elementos fundamentales de la identidad y de la historia cristiana:

‒ Comunión eclesial, una experiencia compartida. Los concilios desarrollan el carácter colegiado de la autoridad (identidad) cristiana, tal como había aparecido en la reunión apostólica de Jerusalén (Hch 15; Gal 2). Según eso, las comunidades cristianas, representadas ya por sus obispos (o por otros delegados suyos), deciden por consenso los temas básicos de la iglesia, pues la fe en Dios resulta inseparable de la comunión humana.

‒ Episcopalidad. Por su parte, los concilios confirmaron de hecho la autoridad de los obispos,
que aparecen como representantes de sus comunidades, de manera que ellos tienden a presentarse como los únicos que se reúnen y deciden los temas eclesiales, por consejo y sentencia común, partiendo de la experiencia original de las Escrituras (aunque bajo supervisión del emperador).

2. Arrio (256-336), la gran disputa sobre Dios y Cristo. Ocasión del primer concilio

En los siglos anteriores, los problemas básicos se habían resuelto por consenso indirecto, esto es, por convergencia práctica entre las iglesias principales (Antioquía, Alejandría, Éfeso, Roma…), de manera que antes (y después) de la paz (edicto de Milán, 313) las comunidades compartían una fe y se reconocían entre sí, superando los posibles riesgos de ruptura. Pero, de hecho, tras la paz, las cosas se volvieron diferentes, no sólo por los nuevos riesgos que surgieron, sino también, y sobre todo, por la situación de las iglesias, que aparecían dotadas de poder público.

El conflicto comenzó con Arrio (256-336), presbítero y teólogo de Alejandría, de origen probablemente libio, a quien se recuerda como promotor de un cisma (herejía) que dividió la iglesia en el siglo IV y V. La discusión comenzó en torno al 319 cuando Arrio acusó a su obispo Alejandro de seguir la doctrina de un tal Sabelio (que tendía a identificar al Hijo con el Padre). Condenado por su obispo Alejandro, Arrio buscó la protección y ayuda de otros obispos, iniciando una larga disputa que se extendió a casi todas las Iglesias de oriente.

Hasta aquel momento, los cristianos afirmaban sin gran dificultad que Jesús era Hijo de Dios, vinculado al Padre, pero sin precisar mejor sus relaciones. Pues bien, retomando y formulando de modo riguroso una visión latente en tiempos anteriores, y elaborando, de manera lógica, unos principios platónicos, Arrio forjó tres afirmaciones que marcaron desde entonces (por contraste) la forma en que la Iglesia entendió a Jesús:

‒ Arrio decía que Jesús es una creatura excelsa, Hijo de Dios, sido creado por el Padre, partiendo de la nada, de manera que no forma parte de su divinidad, es decir, de su ousia o sustancia, sino que posee una realidad inferior aunque muy excelsa (perteneciendo según eso al mundo y no a Dios), de manera que puede presentarse de hecho como intermediario entre el mundo y Dios. Esta tesis responde al “genio” del platonismo, que entiende la realidad como un proceso descendente, desde lo más alto a lo más bajo.

‒ Ha surgido en el tiempo. Arrio afirmaba, según eso, que hubo un tiempo o, quizá mejor, una “eternidad” en la que el Hijo no existía, pues él no forma parte de la eternidad de Dios, esto es, de su identidad divina, sino del transcurso de la historia de los hombres. Cristo, Hijo de Dios, forma parte del despliegue temporal de la realidad. Este carácter temporal de Cristo parece ir en contra de la nueva visión del Dios cristiano.

‒ Inferior a Dios, segunda divinidad. En un sentido extenso, los seguidores de Arrio podían afirmar Jesús era divino, como ser excelente o elevado, primera de todas las creatura, pero añadiendo que su divinidad era diferente a la del Padre, de manera no convenía llamarle Dios verdadero. El problema de fondo es el sentido que la palabra “divinidad” tiene al aplicarse a Dios y a Cristo. Un tipo de divinidad ontológica, platónica, podía resultar inconciliable con el cristianismo.

Los libros en los que Arrio formuló su pensamiento (en especial uno llamado Talia) fueron destruidos, de manera que resulta difícil precisar lo que él decía. A pesar de ello, por las acusaciones de sus críticos, conocemos básicamente su doctrina, que aparece como una elaboración judeo-helenista coherente del cristianismo, a partir de dos presupuestos: uno racional (de especulación filosófica) y de otro religioso (de carácter piadoso):

‒ Presupuesto racional: jerarquía de los seres. Arrio concibe la realidad de forma escalonada, como despliegue jerárquico de una divinidad que desciende desde lo más perfecto (Dios trascendente) a lo imperfecto (mundo inferior). Pues bien, en el intermedio entre Dios y el mundo (sobre nuestra humanidad, pero bajo de Dios) se encuentra el Logos. Los hombres formamos parte del mundo inferior, lejos de Dios, y necesitamos que alguien superior a nosotros pero inferior a Dios, nos revele su misterio (ese será el Logos/Cristo). Lógicamente, ese Cristo intermedio es más que humano, pero menos que divino.

‒ Presupuesto religioso: subordinación piadosa. Este presupuesto resultaba (y resulta) muy atractivo para muchos fieles que identificaban la religión con el sometimiento. Los arrianos confesaban que Jesús había sido siempre un individuo humilde, y obediente a Dios, de gran piedad y obediencia religiosa. La nota esencial de su vida era la sumisión, un ejemplo para sus seguidores. A su juicio, era osadía llamarle divino, es soberbia hacerle igual a Dios. La grandeza de Jesús estaría en su sometimiento. Por eso debemos concebirle y venerarle como inferior a Dios, siervo suyo, un inter-mediario que sufre, por un lado, con nosotros y que, por otro, nos vincula a lo divino.

El arrianismo constituye una forma lógica y piadosa de entender el evangelio: Dios seguiría alejado (más alto), de manera que nada ni nadie le puede alcanzar, sino Jesús que ocupa el lugar intermedio de la escala teo/cósmica (entre Dios y el mundo), tocando por un lado a Dios y por otro a los hombres, siendo de esa forma ejemplo de plena dependencia (de obediencia suma), en una línea que podría aceptar el judaísmo (y que ha desarrollado más tarde el Islam).

Pues bien, en contra de eso, la iglesia de Nicea señaló que la actitud más propia de los cristianos no es la sumisión/sometimiento, sino el amor mutuo entre iguales, la identidad de naturaleza entre al Padre y el Hijo.

3. Nicea (325), primer concilio: Jesús, de la ousía o esencia de Dios Padre

Los arrianos parecían más religiosos, pues afirmaban que la respuesta lógica del hombre (y de Cristo) ante Dios era el sometimiento, conforme a una visión posterior muy extendida entre los católicos, para quienes la religión aparece como expresión de “absoluta dependencia”, es decir, de una jerarquía sagrado, que concibe la realidad como pirámide de seres que descienden desde al Alto Dios por Cristo hasta los seres inferiores.

En contra de eso, los Padres de Nicea defendieron la igualdad total (no el sometimiento) entre el Hijo Jesús y Dios Padre. La razón y la piedad (y un tipo de oportunismo político) se ajustaban mejor al arrianismo, que ponía de relieve la sumisión más que la igualdad (al decir que Jesús era inferior al Padre, no de su misma naturaleza).

Pues bien, los 318 obispos reunidos en el palacio imperial de Nicea, bajo presidencia del emperador, rechazaron la postura arriana, y afirmaron que Jesús no es dependiente de Dios, sino divino, con-substancial (=homo-ousios) al Padre. Eso significa que Jesús y Dios están vinculados como iguales, en comunión, sin superioridad de uno, ni sumisión de otro. Nicea supera así una interpretación jerárquica del cristianismo:

‒ Creemos en un solo Dios Padre omnipotente, creador de todas las cosas, de las visibles y de las invisibles.
‒ Y en un solo Señor Jesucristo Hijo de Dios, nacido unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consustancial al Padre, por quien todas las cosas fueron hechas, las que hay en el cielo y las que hay en la tierra, que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre, padeció, y resucitó al tercer día, subió a los cielos, y ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
‒ Y en el Espíritu Santo.
‒ Mas a los que afirman: Hubo un tiempo en que no fue y que antes de ser engendrado no fue, y que fue hecho de la nada, o los que dicen que es de otra hipóstasis o de otra sustancia o que el Hijo de Dios es cambiable o mudable, los anatematiza la Iglesia Católica (Denz-H. 125-126, p. 91-93).

Esta fórmula contiene tres implicaciones o consecuencias, que paradójicamente se vinculan. (1) Define a Dios (implícitamente) como diálogo de Vida entre el Padre y Jesús. (2) Define al hombre (implícitamente) como aquel en quien el mismo Dios (no un delegado suyo) puede revelarse y se revela de hecho, de manera que Jesús es Dios (Hijo de Dios), no un ser intermedio entre Dios y los hombres. (3) Vincula a los hombres con Dios en Cristo. Así responde a los presupuestos teológicos de Arrio:

‒ Perspectiva religiosa. La religión no es sometimiento de inferior a mayor, sino comunión de iguales. En esa línea, la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de todo pensamiento y comunión cristiana. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento, Nicea ha destacado la comunión personal: no somos súbditos unos de otros (ni siquiera de Dios), sino hermanos y amigos, compartiendo la misma “esencia”.

‒ Perspectiva filosófica. Nicea ha rechazado una visión jerárquica de Dios, una ontología descendente y gradual, que divide y separa en el Todo sagrado lo más alto (Dios arriba) y lo más bajo (humanidad mundana). Sabe que hay distinción (Dios es divino, el hombre es criatura), pero esa distinción no conduce a la jerarquía (uno sobre otro, uno mandando y el otro obedeciendo), sino a la vinculación personal en un diálogo maduro, de tipo personal.

‒ Perspectiva social:
Las iglesias son comunidades de iguales, y en ellas la comunión (no el poder) es signo y presencia de Dios. Por eso, se puede afirmar que Jesús es hombre tiene la misma ousia de Dios. Esa ousía o identidad divina se expresa y despliega a través de la comunión en igualdad entre los hombres.

La formulación de Nicea (a pesar de los riesgos que implica el término ousia o sustancia al hablar del Hijo y del Padre) sigue siendo esencial para superar la pretensión de aquellos que defienden el sometimiento eclesial o teológico, e insisten en la obediencia religiosa. Dios no es obediencia del Hijo al Padre, sino consubstancialidad personal, la igualdad en el diálogo.

4. Complimiento: Constantinopla I (381), el concilio del Espíritu Santo

A pesar de la “definición” de Nicea (325), donde se afirmó que el Hijo es homoousios, consustancial al Padre, los presupuestos de Arrio siguieron influyendo a lo largo del siglo IV, expresándose en varias disputas sobre la divinidad de Jesús y del Espíritu Santo, a lo largo de 56 años cruciales (hasta el concilio de Constantinopla: 381), mezclándose aspectos doctrinales y políticos, religiosos y sociales, vinculados en parte a la nueva situación y al poder social de la Iglesia en el imperio. En el siglo III la Iglesia se había mantenido en situación de tranquilidad básica, a pesar de (o quizá por) las persecuciones, y en esa línea ella había superado la crisis mayor del gnosticismo, que podía haberle convertido en un tipo de secta intimista. Pero, alcanzada la “paz” y conseguido el “poder” social, ella entró en una larga de crisis, motivada por temas dogmáticos y sociales, que siguieron marcando su historia hasta el Concilio de Constantinopla (381).

Resulta imposible resumir (e incluso evocar) las disputas de esos años (del 325 al 381), entre arrianos, medio arrianos, y ortodoxos de diverso tipo, bajo la dirección cambiante de unos emperadores que se inclinaban, según conveniencia, de un lado o del otro. Hubo condenas mutuas, con movimientos estratégicos de diversos grupos y concilios particulares.

En ese momento destacó la aportación teológica extremada de Atanasio de Alejandría, con la de otros más moderados como Basilio de Cesárea, que llegaron a la conclusión de que debía defenderse no sólo la “consubstancialidad” del Hijo, sino también la del Espíritu Santo, en contra de semi-arrianos como Eunomio o Macedonio, que tendían a pensar que el Espíritu Santo no puede ser radicalmente divino.

La formulación que triunfa en el Concilio de Constantinopla (381), convocado por el Emperador Teodosio, en un momento clave de su reinado (tras declarar el cristianismo como religión oficial del Imperio, en Tesalónica 380), parece apoyarse en la formulación de Basilio de Cesárea, cuando alude a la unidad de esencia divina (mia ousia) y a la trinidad de personas (tres hypostaseis), que está implícita en el credo de Constantinopla, que asume y completa el de Nicea, expandiendo su doctrina al Espíritu Santo:

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado, y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica. Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén. (Diversas formas del texto Denz-H. 150, pag. 109-111).

Éste credo, aceptado desde entonces como expresión de fe católica, para responder a los arrianos y a los que negaban la divinidad del Espíritu Santo, retoma las afirmaciones de Nicea (325), añadiendo algunas precisiones sobre el Espíritu Santo.

Es un verdadero símbolo o profesión de fe, suele llamarse Niceno-constantinopolitano y es utilizado en la liturgia de Oriente y Occidente desde el siglo VI. Es el único credo oficial de las iglesias, en línea trinitaria (confiesa la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo) y también cristológica (asume el carácter divino de Jesús) y pneumatológica (vincula al Espíritu Santo con el Padre y el Hijo). No aplica al Espíritu Santo la palabra conflictiva (homoousios, consubstancial a Dios), que Nicea había atribuido a Jesucristo, por evitar discusiones de palabras, pero supone y afirma lo que esa palabra implica:

‒ A nivel de historia de salvación, el credo afirma que el Espíritu Santo habló por los profetas. En contra de una posible tendencia gnostizante, que interpreta al Dios de la historia de Israel como perverso, los cristianos declaran que ese mismo Dios es bueno y añaden que su Espíritu “habló por los profetas”. Eso significa que actuó y sigue actuando no sólo en Israel, sino en todo el despliegue de la historia humana, en la cultura social y religiosa de los pueblos.

‒ A nivel intradivino, el credo añade que el Espíritu Santo es Señor y Vivificador. Le llama Kyrios/Señor (2 Cor 3, 17), y de esa forma asegura que es divino, que pertenece a Dios y sustenta, de manera poderosa, todo lo que existe. Dice también que es Vivificador (dsoopoion), como supone Pablo en 2 Cor 3, 5, cuando afirma que la letra mata, el Espíritu vivifica, y como sigue diciendo Jn 6, 63, al afirmar que el Espíritu vivifica, la carne en cambio no aprovecha para nada. Éste es el Espíritu que da vida, es decir, que crea y resucita (cf. Jn 5, 21; Rom 4, 17; 1 Cor 15, 22.36.45; 1 Ped 3, 18), como ha resucitado a Jesús y resucitará a los que mueren en (con) él (cf. Rom 8, 11), ofreciéndoles su Vida (que es la vida eterna).

Biblia, Cristianismo (Iglesias), Espiritualidad , , , , ,

Recordatorio

Cristianos Gays es un blog sin fines comerciales ni empresariales. Todos los contenidos tienen la finalidad de compartir, noticias, reflexiones y experiencias respecto a diversos temas que busquen la unión de Espiritualidad y Orientación o identidad sexual. Los administradores no se hacen responsables de las conclusiones extraídas personalmente por los usuarios a partir de los textos incluidos en cada una de las entradas de este blog.

Las imágenes, fotografías y artículos presentadas en este blog son propiedad de sus respectivos autores o titulares de derechos de autor y se reproducen solamente para efectos informativos, ilustrativos y sin fines de lucro. Por supuesto, a petición de los autores, se eliminará el contenido en cuestión inmediatamente o se añadirá un enlace. Este sitio no tiene fines comerciales ni empresariales, es gratuito y no genera ingresos de ningún tipo.

El propietario del blog no garantiza la solidez y la fiabilidad de su contenido. Este blog es un espacio de información y encuentro. La información puede contener errores e imprecisiones.

Los comentarios del blog estarán sujetos a moderación y aparecerán publicados una vez que los responsables del blog los haya aprobado, reservándose el derecho de suprimirlos en caso de incluir contenidos difamatorios, que contengan insultos, que se consideren racistas o discriminatorios, que resulten obscenos u ofensivos, en particular comentarios que puedan vulnerar derechos fundamentales y libertades públicas o que atenten contra el derecho al honor. Asimismo, se suprimirá aquellos comentarios que contengan “spam” o publicidad, así como cualquier comentario que no guarde relación con el tema de la entrada publicada. no se hace responsable de los contenidos, enlaces, comentarios, expresiones y opiniones vertidas por los usuarios del blog y publicados en el mismo, ni garantiza la veracidad de los mismos. El usuario es siempre el responsable de los comentarios publicados.

Cualquier usuario del blog puede ejercitar el derecho a rectificación o eliminación de un comentario hecho por él mismo, para lo cual basta con enviar la solicitud respectiva por correo electrónico al autor de este blog, quien accederá a sus deseos a la brevedad posible.

Este blog no tiene ningún control sobre el contenido de los sitios a los que se proporciona un vínculo. Su dueño no puede ser considerado responsable.