Dom 20. XII. 15. Concilio de mujeres, con María, Gebîra cristiana
Domingo 4 Adviento. Lc 1, 39-45. Después de Juan Bautista (domingos anteriores), viene en Adviento María, la Madre de Jesús, con Isabel, su “prima”, un Concilio de Mujeres.
Adviento es encuentro, promesa y concilio de mujeres, alabanza de Isabel a María, a la que llama: bendita de Dios (¡elegida!) y bienaventurada por ser la primera creyente de la Iglesia cristiana (¡siendo judía!)
En ese contexto se sitúa la palabra clave de la Iglesia que llama a María Gebîra, madre del Señor mesiánico ; su autoridad consiste en no tener otra autoridad que el servicio a la vida:
— Dios es Gibbor, autoridad suprema, padre/madre creador que abre en el espacio infinito de su Vida un “espacio de vida” para todos los seres que existen. Por eso, Dios es Adviento.
— Maria es Gebîra, expresión humana de la autoridad de Dios Padre/Madre, porque ella abre en su historia personal un espacio y camino para el mismo Hijo de Dios entre los hombres.Por eso se le da la misma autoridad de Dios, él es Gibbor, ella es Gebîra… Es autoridad porque ha sido capaz de acoger el don de Dios y de ponerse al servicio de su obra
— También la Iglesia actual ha de ser Gebîra, tiene que estar en tiempo de “parto”, pues lleva en su vientre algo más grande que ella misma, y sólo podrá “dar a luz” a Dios en la historia de los hombres si renuncia a sus grandezas externas, hechas de dineros y privilegios, de honores y poderes que no son de Dios.
Por eso, quiero decir, que Adviento es el tiempo de las mujeres… esto es, de aquellos hombres y mujeres que tienen algo que ofrecer, algo que dar… poniéndose al servicio del amor de Dios que llevan en sus vientres, amor que les envuelve y trasciende, haciéndoles servidores de la vida. Así se anuncia el tema que sigue, que presentaremos comentando el texto de la liturgia del domingo
Dividimos la escena en dos partes:
a) Visitación. María quiere compartir su experiencia de mujer y madre con otra mujer, su “prima” Isabel, la madre del Bautista. Los hombres (al menos los de entonces) son apenas capaces de entender estas historia, están en otras cosas (incluso los obispos y papas). María se lo tiene que decir a otra mujer, para celebrar con ella su Concilio de Dios. Toda la historia de la esperanza humana, la humanidad entera se condensa en dos mujeres.
b) Madre de mi Señor, Gebîra cristiana. ¿Quién soy yo para que me visite “la Madre de mi Señor”. Desde la perspectiva del Antiguo Testamento, la única mujer importante (gebîra, señora: fuerte) es la madre del Rey, como seguiremos indicando. Pues bien, María es gebîra de un modo distinto, según el evangelio de Lucas.
Texto:Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.”
1. Visitación, tiempo de mujeres (Lc 1, 39-45)
La escena de la Visitación (Lc 1, 39-45) nos sitúa en un espacio intenso de mujeres. Es como si, al llegar el momento culminante de la revelación, los varones pasaran a segundo plano. Ciertamente, han realizado y en algún sentido siguen realizando funciones socialmente importantes: hacen guerras, traman negocios, sirven como sacerdotes en el templo, estudian y explican el sentido de la Ley como escribas, definen y encarnan la pureza del pueblo elegido como fariseos…
Esos y otros oficios de varones fueron otrora valiosos (y crueles); pero al llegar la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4, 4; Mc 1, 14-15) acaban resultando secundarios, pues Dios no necesita sacerdotes ni guerreros, fariseos ni escribas como los antiguos. El cuidado de la vida y la misma vida del mesías de Dios, con el futuro salvador para los hombres, está en manos de mujeres.
Por eso, María, que ha recibido palabra de Dios y lleva al Hijo divino en su entraña, queriendo compartir su experiencia con Isabel, mujer pariente, futura madre del Bautista, conforme a lo que ha dicho el Ángel de la Anunciación (Lc 1, 36), corre a visitarla. Se encuentran frente a frente las mujeres, llevando en sus entrañas el secreto de Dios, el presente y futuro de la vida.
El Bautista crece en las entrañas de Isabel y recibe allí en misterio de gozo la certeza de que acaba (se cumple ya y culmina) toda vieja penitencia de la vida; por eso salta, bailando de alegría, en el mismo vientre de su madre (1, 44).
En nombre de ese hijo que baila y tomando la palabra de videntes y jerarcas de la Antigua Alianza, como encarnación del pueblo israelita que ha esperado por siglos el momento, Isabel canta la grandeza de la madre del Mesías:
a) Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre…
b) Bienaventurada tú, pues has creído,
porque se cumplirá lo que el Señor te ha prometido (Lc 1, 42-45).
Ésta es la bendición y bienaventuranza que dirigen a María los creyentes del Antiguo Testamento. Han esperado largos siglos, dirigidos, animados, por la voz de los profetas. Ahora pueden sentirse satisfechos. Ha llegado el cumplimiento y así lo testifica, en nombre de todos, Isabel, mujer israelita, madre profética.
Los varones (sacerdotes, escribas, fariseos…) permanecen silenciosos, han quedado mudos como el mismo padre Zacarías (1, 20). En el fondo, todos ellos tienen miedo del Mesías. Sólo esta mujer que ha engendrado en su vejez, asumiendo la voz del profeta que lleva en su entraña, puede entender y recibir a la madre mesiánica, proclamando sobre ella la gran voz del cumplimiento de los tiempos. Estamos en el centro de la oración más querida de los cristianos católicos (después del Padrenuestro), que es el Ave-María:
a) Bendita tú entre las mujeres. Esta es voz de bendición, es decir, de gracia creadora y abundancia. Bendecía Dios al ser humano con el fruto de los campos, los rebaños y los hijos; bendecía el sacerdote desde el templo con palabra de paz para su pueblo (cf. Núm 6, 22-27; Dt 28, 1-14). Ahora bendice la madre Isabel: como mujer emocionada, satisfecha, contempla a María y no le tiene envidia; recibe el don o gracia que proviene del Señor (del Hijo de María) y lo agradece; por eso, con palabra clara, culminando el Antiguo Testamento y tomando la palabra de los sacerdotes de su pueblo (mudos ya como lo muestra Zacarías: 1,20), ella bendice a la Madre mesiánica y al fruto de su seno que es el Cristo. María descubre que no se encuentra sola; hay una mujer que le acompaña.
b) Bienaventurada tú, porque has creído. El Ave-Maria no ha incluido esta palabra esencial: María (la bendita) se vuelve “bienaventurada”, es decir, heredera del Reino de Dios, porque “ha creído”. Ésta es su grandeza. La bendición se vuelve bienaventuranza o makarismo.
Condensado de antemano unas palabras de Jesús (cf. Lc 6, 20-21), María aparece como la primera bienaventurada de la historia porque ha creído en Dios en cuerpo y alma. Ella es por fe la verdadera amiga de Dios: ha confiado en la Palabra, la ha acogido en sus entrañas, la ha hecho vida en el misterio más profundo de su vida; por eso es bienaventurada, modelo de felicidad para todos los creyentes.
María se ha dejado llenar por la bendición y bienaventuranza de su prima. No tiene nada que añadir, no debe explicar o comentar cosa ninguna, pues todo es claro. Simplemente asiente: recibe agradecida la palabra de Isabel y le contesta dando gracias a Dios con el Magnificat (que aquí no comentamos).
2. María, Gebîra /Lc 1, 43): ¿Quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor?
Esta palabra nos sitúa la primera “confesión cristiana” de María, la Madre del Señor. Isabel, su “prima” (personificación del Antiguo Testamento, profecía) define a María como “la madre de mi Señor”, es decir de Dios hecho presente (Kyrios). Éste es el punto de partida de la experiencia cristiana de María, sabía Lutero (y como algunos grupos protestantes quizá no han logrado comprender del todo). Por eso es bueno reflexionar sobre el tema, y así lo haré, siguiendo lo que digo en el Gran Diccionario de la Biblia (Verbo Divino, Estella 2015),
Las funciones del hombre y de la mujer son muy distintas dentro del contexto bíblico israelita. El hombre es fuerte (es valioso) como guerrero y dominador; la mujer, en cambio, como madre, pues como simple esposa ella se encuentra a merced del marido que puede expulsarla de casa por ley (cf. Dt 24, 1-4); sólo si es madre y se encuentra defendida por sus hijos, ella empieza a importar en la familia. Así aparece claro en las tradiciones de la monarquía: el varón es rey por sí mismo; la mujer, en cambio, no reina o importante por sí misma, ni siquiera como esposa, sino sólo como madre de unos hijos importantes.
(1) La mujer como gebîra.
Sólo la madre de un hijo rey puede llamarse reina, apareciendo como gebîra: grande o poderosa. Ese título implicaba dignidad y poderes especiales. Betsabé era gebîra bajó Salomón (su hijo), que le recibe con honor y la sienta a su derecha (1 Rey 2, 19; cf. 2 Rey 1l, 1 ss; 5, 21). Por eso, el libro de los Reyes no menciona a las esposas, sino a las madres de los reyes. Parece que la dignidad oficial de gebîra se recibía el momento de la entronización del hijo (cf. 2 Rey 23, 31.36; 24, 8.18), de tal forma que la reina madre (madre de un rey) la conservaba aún después de la muerte del hijo (cf. 1 Rey 15, 13). Leer más…
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