“Ite, Missa est”, por Gabriel Mª Otalora
De su blog Punto de Encuentro:
| Gabriel Mª Otalora
Me ha gustado mucho la manera que tiene Henri Nouwen de conectar la Eucaristía y nuestra vida en el mundo, entre lo que celebramos y lo que estamos llamados a vivir, como una misma cosa. Su librito ´Con el corazón en ascuas´ (12ª edición) pivota sobre el encuentro de Emaús que nos abre a un nuevo horizonte. Jesús quiere ser invitado – “quédate con nosotros” – pero tan pronto como le invitan a la mesa, se convierte en el anfitrión que invita a los dos discípulos a entrar en comunión con Él.
Para Nouwen, no solo es que la comunión crea comunidad, sino que la comunidad siempre lleva a la misión, a ser evangelizadores que contagian la Buena Noticia a otras personas desde nuestra experiencia y nuestro ejemplo de vida consiguiente. La fe es un regalo que lleva la responsabilidad de compartirla; cuando encontramos la oveja perdida, la dracma o el tesoro oculto, la alegría debe llevar aparejada querer compartirla. No es cristiano regodearse en una espiritualidad personalista que no hace comunidad ni supone una actitud que transforma.
Hemos convertido la Eucaristía en una oración individualista. ¿Qué Eucaristía vivimos en nuestras misas? ¿Nos sentimos comunidad, alejados unos de otros en los bancos del templo? ¿Con la liturgia actual, de verdad que celebramos algo, como repite insistentemente el celebrante? ¿Nos imaginamos a las primeras comunidades cristianas celebrando la Eucaristía como nosotros? Nouwen apunta el verdadero significado de la expresión latina con la que finalizaba la Eucaristía en latín Ite, Missa est: “Id, esta es vuestra misión”. El final de la Eucaristía no es la Comunión, ni una despedida de cortesía, sino la misión que encomienda Jesús desde aquella cena santa, donde los discípulos recibieron el mensaje muy concreto de amar desde el servicio radical, donde el primero es el servidor de todos.
Ite, Missa est, id y contad lo que habéis visto, oído y experimentado; no es un regalo para vosotros solos. Sin embargo, ha quedado en la retina que esta expresión sigue significando que la asamblea ha terminado. Todavía en el siglo IX se entendía como “Váyanse, es el momento de la despedida”. (Floro el diácono, teólogo. “De expositione Misae“, P.L., CIX, 72.). Y todavía en internet aparece una traducción como “Idos” o “Váyanse” que solo viendo la etimología nos recuerda el mensaje troncal de la Eucaristía: celebrado el encuentro con el Señor en comunidad, vivamos nuestra fe en el día a día como enviados a que otros se sumen a la experiencia de la Buena Noticia por el ejemplo.
“No es sólo la Eucaristía, sino la vida eucarística” (Nouwen). Aquella comunión o común unión colectiva con Jesús fue el comienzo de la comunidad cristiana. La Eucaristía, pues, es siempre una misión: de la comunión a la comunidad y de esta al ministerio de vivir eucarísticamente de manera recíproca, creciendo el círculo de amor que vamos germinando. Lo que vemos pueden parecer brotes pequeños. Lo importante, el mandato, es la siembra confiada, que el fruto y la cosecha llegarán cuando así lo disponga el dueño de la mies.
Me ha encantado el planteamiento de este librito desde el relato de los discípulos de Emaús: Pérdida, Presencia, Invitación, Comunión y Misión como un todo, para que quede claro que lo que celebramos y estamos llamados a vivir es, en esencia, una misma cosa. Henri Nouwen termina su luminosa reflexión recordando que se nos pide que miremos nuestra vida de un modo totalmente nuevo: no desde abajo, dónde solo nos fijamos en nuestras pérdidas, sino desde arriba, donde Dios nos ofrece su gloria.
Todo ello es una sacudida a nuestra mediocridad católica. La misa no se obliga, somos llamados voluntariamente; se escucha, se participa de manera comunitaria, recuerda Francisco, para ser luz para los demás. Esto no puede darse si ya en la Eucaristía, cada cual se desentiende de los que están al lado, como un conjunto de individualismos ajeno al espíritu celebrativo, comunitario y evangelizador que tuvo aquella Última Cena, presidida por Jesús.
Henri Nouwen no se imaginó hasta qué punto podía mantenernos el corazón en ascuas, ahora en plena efervescencia de la sinodalidad de Francisco y la importancia de la comunidad, de cómo vivirla todos y todas a la escucha del Espíritu, pues de ello depende la eficacia de la Misión.
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