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“ ¿Y si dejáramos entrar “aire fresco” a la Iglesia?”, por Consuelo Vélez

Miércoles, 26 de junio de 2024
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IMG_5516De su blog Fe y Vida:

“Si nos remontamos a los orígenes del cristianismo, según el testimonio del libro de Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común, nadie pasaba necesidad entre ellos porque los que tenían más, vendían sus bienes para compartir con los más necesitados. Partían el pan en sus casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo y cada día se agregaban más personas a la comunidad”

“Algunos sueñan con aquellas parroquias donde había procesiones, adoraciones, mujeres con la cabeza cubierta, inciensos, novenas, velas, genuflexiones, incluso algunos siguen añorando la misa en “latín” (como si la misa fuera un espectáculo para asistir y no un acontecimiento para vivir y entender lo que se dice) y refuerzan esos modelos antiguos y se sienten orgullosos de practicarlos”

Muchas veces hemos dicho que el pontificado de Francisco ha significado un aire “fresco” para la Iglesia. Sin embargo, no parece que lo fuera para todos y, lamentablemente, menos para aquellos que se dicen más practicantes o más cercanos a la vida parroquial, diocesana o de determinados grupos apostólicos, especialmente, algunos que han surgido últimamente. ¿Por qué sucede esto?

Si nos remontamos a los orígenes del cristianismo, según el testimonio del libro de Hechos de los Apóstoles, los primeros cristianos vivían unidos y tenían todo en común, nadie pasaba necesidad entre ellos porque los que tenían más, vendían sus bienes para compartir con los más necesitados. Partían el pan en sus casas, tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo y cada día se agregaban más personas a la comunidad (2, 44-47).

Este breve relato era el ideal que perseguían estos primeros círculos de discipulado y, aunque sabemos que también había dificultades (por ejemplo, la historia de Ananías y Safira (Hc 5, 1-11) quienes vendieron su casa para poner sus bienes en común, pero decidieron engañar a la comunidad para quedarse con parte del dinero), muchos debieron vivir esa experiencia y, con tanta fuerza, que la iglesia fue creciendo, consolidándose y atrayendo a más y más personas. Siempre ese modelo de la primera comunidad nos sirve de referencia para tomar el pulso de nuestra vivencia eclesial y darnos cuenta de si la alegría y sencillez en torno a la buena noticia del reino de Dios anunciada por Jesús, sigue convocándonos o vamos cayendo en formalismos y actitudes rígidas que, en lugar de convocar, dispersan.

Y algo de eso nos está pasando. Ahora no somos pequeñas comunidades, sino grandes parroquias, países enteros confesando la fe cristiana, una iglesia con mucha organización y proyección universal, con una palabra de autoridad y un influjo todavía importante en el mundo, pero que comienza a convocar poco y a ver disminuir más y más sus filas. Todo grupo necesita “aire fresco” para no anquilosarse, no rutinizarse, no agotarse en sus propias formas y logros adquiridos. Sin embargo, llega un Papa que proyecta una imagen muy positiva a ese mundo más alejado de la fe cristiana, y encuentra, entre algunos cristianos, mucha oposición, desconfianza, crítica, desconcierto. Esto resulta bien contradictorio. Estos cristianos no se dan cuenta de que sus formas ya no están convocando y no entienden que es necesario actualizar la fe, hacerla significativa para cada tiempo presente.

Ante el hecho de ir perdiendo fieles y mayor presencia en las sociedades actuales, en lugar de tener esa actitud propositiva de preguntarse qué es necesario cambiar y cómo puede ser más significativo lo que vivimos para el mundo de hoy, muchos parroquianos se “aferran” a aquello que en otros tiempos dio su fruto pero que ya no dice demasiado. Entonces sueñan con aquellas parroquias donde había procesiones, adoraciones, mujeres con la cabeza cubierta, inciensos, novenas, velas, genuflexiones, incluso algunos siguen añorando la misa en “latín” (como si la misa fuera un espectáculo para asistir y no un acontecimiento para vivir y entender lo que se dice) y refuerzan esos modelos antiguos y se sienten orgullosos de practicarlos. Se creen que están siendo más fieles o piadosos y se sienten más seguros de estar cerca de Dios. Y, por parte de los párrocos, también cierto tipo de ceremonias les hace parecer más importantes, se hacen el centro de la celebración y da la impresión que de esa manera se sienten más apropiados de su ministerio. Por supuesto, hay gente que se siente atraída por esas formas externas y, entonces, parroquianos y clérigos las refuerzan. Pero esto no es suficiente para una vitalidad eclesial.

Otros se aferran a las normas morales, llámase aborto, eutanasia, matrimonio igualitario e, incluso, lo de la bendición a parejas del mismo sexo que causó tanto revuelo hace unos meses. Y organizan marchas, procesiones, protestas para atacar esas realidades que dicen están acabando con la fe.Pero, esas mismas personas que levantan la voz sobre estos temas, se muestran contrarios a la paz, al diálogo, a los programas sociales, a la defensa de los más vulnerables, a la justicia social. Se les ve en las marchas en contra de todo lo anterior. Y no faltan clérigos que desde el pulpito llaman a desacreditar todos los esfuerzos por la construcción de la paz. Por supuesto no han leído la Encíclica Fratelli tutti de Francisco (2020) que aboga por la dimensión de hermandad que hace posible el mundo soñado por Jesús en su anuncio del reino.

El evangelio no es para vivir una fe “intimista”, alejada del compromiso social. No es para vivir “el ojo por ojo, diente por diente”, sino para perdonar 70 veces 7 y estar dispuestos a “volver a empezar” todas las veces que sea necesario en pro de un mundo mejor

El evangelio no es para vivir una fe “intimista”, alejada del compromiso social. No es para vivir “el ojo por ojo, diente por diente”, sino para perdonar 70 veces 7 y estar dispuestos a “volver a empezar” todas las veces que sea necesario en pro de un mundo mejor. No es para aferrarse a las formas externas sino para dejar que el Espíritu “renueve la faz de la tierra (Salmo 104, 30) y “haga nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). El magisterio del papa Francisco -sus exhortaciones y encíclicas- traen un mensaje renovado, unas perspectivas mucho más integrales e integradoras, mucho más comprometidas con la vida -lo que en verdad le interesa a Dios- y no tanto con el “culto” que parece que es lo único que interesa a algunos círculos creyentes. En fin, sea lo que sea, el que ahora haya menos miembros en la Iglesia no es porque Dios no esté convocando, es porque nosotros no somos capaces de “refrescar” la vida, la fe, la esperanza, el amor. Si dejáramos entrar al espíritu de Jesús, con certeza, se renovaría la faz de la Iglesia y así muchos podrían ver una Iglesia que apuesta por la vida y, la vida de todos, “sin miedo a herirse, mancharse, equivocarse” (Evangelii Gaudium n. 44).

 (Foto tomada de: http://colmena.ec/2015/12/26/el-lujo-de-vivir-en-ciudades-con-aire-puro/)

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Vicent Martínez: Comunidades acogedoras y misioneras.

Miércoles, 29 de mayo de 2024
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IMG_4839El pasado 6 de mayo se dio a conocer la exhortación apostólica de la CEE: “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes

En este valiente documento se afirma claramente que los migrantes no son números, ni flujos; son personas. Nuestra actitud no puede ser otra más que la de acoger a todas y todos, sencillamente porque todos somos hijos e hijas de Dios.

Nuestras parroquias y comunidades cristianas están llamadas a concebir el fenómeno migratorio como un proceso en el que ir integrando, construyendo una ciudadanía donde la diversidad sea una riqueza para todos.

La Iglesia ha de llevar a cabo su pastoral desde la mirada del Evangelio de Cristo, que señala la dignidad de todo ser humano como punto fundamental, sin caer en intereses ni en ideologías ni en politiqueos.

Cada cristiano tendría que preguntarse qué dice Dios ante las migraciones y cuál debe ser nuestra actitud para con los migrantes.

¿Cómo me relaciono yo y con quién?

Señor, ¿cuándo te vimos y te atendimos y cuándo te vimos y no te atendimos? (Cfr. Mt. 25)

La aportación de las personas migradas a nuestra sociedad ha de ser reconocida y valorada.

Hemos de aplicar la vacuna de la hospitalidad y decir no a la hostilidad contra los que han llegado a España desde otras latitudes.

Ellas y ellos nos han ayudado a crecer y a progresar como sociedad.

En momentos de incertidumbre hemos de recuperar la reconstrucción de vínculos en la sociedad con los más vulnerables, los más pobres.

Debemos preguntarnos cómo volver a Jesucristo y cómo colocar su Evangelio en el centro de nuestra vida personal y social, recuperando el valor de la hospitalidad que la Iglesia aporta a la civilización y construcción europea y fuera de ella.

Trabajemos con proyectos que nos ayuden a construir comunidades acogedoras y misioneras con un conjunto de baterías de buenas prácticas para aterrizar la teoría a fin de que lo que podamos hacer revierta en el bien común de toda la sociedad, sin que nadie quede discriminado.

Ser migrante no es delito ni está tipificado como delito; por eso no se puede penalizar o castigar a una persona por no tener documentación; hay otras alternativas.

Sobre los menores no acompañados nos acogemos al derecho internacional y al trato y acompañamiento que merecen estos menores.

El presente y el futuro de la Iglesia en España pasa por la diversidad.

La vida consagrada lleva viviendo muchos años en esta sana diversidad.

Es el futuro de la Iglesia Católica en España, de mestizaje, donde la diversidad cultural estará presente y mostrará mucho mejor la catolicidad de toda la Iglesia, una Iglesia al servicio del reinado de Dios.

Aportación del sacerdote José Vicente Martínez desde Valencia.

Fuente Fe Adulta

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“Comunidades de fe y de vida”, por Miguel Ángel Mesa.

Jueves, 23 de noviembre de 2023
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De su blog Otro mundo es posible:

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No hay ningún género de duda al afirmar que Jesús, desde que decidió salir a los caminos a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, lo primero que hizo fue rodearse de un grupo de amigos y amigas, con los que poder compartir sus preocupaciones, sus gozos, sus dificultades, sus alegrías y esperanzas.

Sabemos que las personas somos seres sociales, gregarios, necesitados del contacto con los otros para poder desarrollarnos íntegramente y mantener una buena salud psicológica. Fuera de algunos hechos aislados, en los que un hombre o mujer eligen conscientemente un aislamiento personal, por distintos motivos, cuando una persona se aísla de los demás, es debido a algún desequilibrio psíquico que es preciso tratar médicamente.

 En nuestros días las modernas técnicas de la comunicación nos han hecho mucho más cercano el contacto con los demás, eliminando las distancias geográficas y convirtiendo en inmediato el tiempo para establecer la conexión. En nuestras sociedades la gente no puede estar un momento sin llamarse por el móvil, sin entablar contacto por twitter, facebook, correo electrónico, skype, y un sinfín de nuevas redes sociales. Esto demuestra una necesidad vital de relaciones, de intercambios, de correspondencia, de hallazgos e inquietudes.

Cuando hablamos de solidaridad, de lucha política y social, de compromiso con la sociedad, de una fe viva que se transforma en implicación profunda con la realidad, no se puede vivir o trabajar desde el individualismo. La fe, en concreto, tiene que experimentarse y compartirse en comunidad. La fe vivida de forma aislada, en un contacto vertical, intimista, al margen de los demás no es una fe tal como la vivió Jesús ni la que pretendió que vivieran sus amigos y seguidores.

La comunidad, que implica la plena identificación de fe, compromiso y vida, debe ser un lugar de acogida, confianza, alegría, intimidad, escucha, perdón, diálogo y autocrítica. Cuando una comunidad cristiana es así, genera hombres y mujeres íntegros, satisfechos, solidarios, felices.

Esto es muy difícil que se dé en comunidades grandes, como las parroquiales, por eso es necesario crear comunidades cristianas más pequeñas, donde se puedan vivir de una forma más gozosa los valores evangélicos, en su máxima sencillez y radicalidad, dentro de las capacidades que tenga cada uno/a, su trayectoria vital, su carácter, el camino que haya recorrido hasta ese momento…

En una comunidad es necesario, para que haya una sana convivencia, que siempre se disculpen los errores y se aprecien más los aspectos positivos de cada persona. Que se celebre, los sacramentos de la vida, las alegrías y las penas que la vida nos ofrece diariamente, la Eucaristía de una forma creativa y vivencial, la Reconciliación entre unos y otros, para perdonar y sentirse perdonados; los logros y los avances, los pasos atrás, las dificultades de cada uno/a. La muerte, que forma también parte de la vida. Conociendo y disculpando las fragilidades de cada persona.

En su cena de despedida, Jesús, conmovido, les dijo que no se consideraran sus siervos, sino sus amigos, hijos como Él de un Dios, Madre y Padre bueno, que les acogía como a Él, como a hijos e hijas suyos, muy queridos.

«Felices quienes no idealizan a los miembros de su comunidad y van disculpando, conociendo y valorando, aún en las pruebas más difíciles, su fragilidad humana».

(Espiritualidad para tiempos de crisis, coed. Desclée y RD)

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“La lección de los primeros cristianos “, por Gabriel Mª Otalora

Sábado, 7 de septiembre de 2019
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ABF3861D-98B7-40CA-AA6C-58A0A38F5442De su blog Punto de Encuentro:

“Nos han narcotizado la existencia y es difícil fijarse en los profetas que existen”

  | Gabriel Mª Otalora

Leyendo los Hechos de los Apóstoles, parece que todo iba sobre ruedas. Y seguro que el ánimo de aquellas primeras comunidades cristianas fue tan estupendo como nos cuenta Lucas, imbuidos como estaban por el Espíritu Santo. Otra cosa diferente sería la convivencia diaria y las dificultades que se fueron presentando, tanto internas como externas, tratando de evangelizar en un ambiente muy poco propicio al estar impregnado totalmente de la cultura pagana del imperio romano. La ciudad de Roma en el siglo I, donde fueron escritos los Hechos de los Apóstoles, acogía a un millón de habitantes, cifra que ninguna otra ciudad volvió a alcanzar hasta el Londres victoriano.

Aquellos grupitos de enviados (apóstoles) llegaron al corazón del imperio y evangelizaron sin ningún elemento de poder ni sin contar con facilidades humanas; todo lo contrario. Lucas resalta la potencia de la acción del Espíritu sin la pretensión de ser un simple cronista de los orígenes cristianos, ni presentar la penetración del Cristianismo en el mundo pagano como un fenómeno puramente histórico. Su objetivo es poner de manifiesto la acción del Espíritu cuando nos ponemos manos a la obra, por muy difícil que resulte el contexto, tratando de edificar la Iglesia y que fructifique la Palabra en lugares poco propicios.

Estoy convencido que nuestra realidad contiene suficientes similitudes como para que tomemos en serio el papel que nos corresponde en esta sociedad posmoderna, secularizada y materialista, poco propicia a mensajes como el que predicaron los primeros cristianos en las urbes de moda en aquellos tiempos: Roma, Corinto o Antioquía, donde, por primera vez, se les llama cristianos a los seguidores de Cristo (Hch 11, 25-26). Pero es la época en la que nos ha tocado vivir y evangelizar con el ejemplo, no solo con la palabra, ay, en medio de tanta indiferencia neopagana.

Predicaban una novedad y resultaba difícil vivir en medio de aquellos ambientes. Es ilustrativo los comentarios que realiza Arístides en su Apología, destacando las virtudes y el ejemplo de este grupo social minoritario que provocaba admiración y un goteo incesante de seguidores y seguidoras. Tan es así, que pronto les ocurrió lo que al Maestro al que emulaban, en cuanto cuestionaron algunas esencias del mundo romano: sus dirigentes comenzaron las persecuciones para borrar del mapa todo lo que tenía que ver con sus mensajes.

Las cosas tienen hoy en día algunas similitudes. Existe una gran persecución a los cristianos en tierras de Oriente y de África, aunque es algo que apenas nos llama la atención. En el Primer Mundo las cosas son más sofisticadas. En primer lugar, nuestra falta de ejemplo y ausencia generalizada de denuncia profética ayuda mucho a quienes les viene muy bien la placidez con la que vivimos el consumismo hedonista que ha puesto en crisis los valores y compromisos básicos éticos; qué no decir de los valores cristianos. Y en segundo lugar, el gran regalo que nos ha venido en forma de Papa Francisco con sus mensajes y ejemplo, está siendo puesto a prueba sobre todo por la resistencia tremenda dentro de nuestra Iglesia; como le pasó a Jesús de Nazaret.

Las incomprensiones que cuenta Pablo en sus cartas se trocaron en persecución en cuanto la vivencia trajo consecuencias para el poder en cuanto comenzó a influir en la manera de entender la vida y las relaciones humanas. Aquellos primeros cristianos se hicieron fuertes en su fe viviendo sus dificultades en comunidad cristiana. Y el resultado fue la impresionante influencia que tuvieron los evangelios a pesar de las desviaciones propias de la miseria humana.

Creo que ahora estamos un poquito más en crisis, precisamente porque la indiferencia social y la laxitud como cristianos es un escenario peor que el ser perseguido frontalmente por el enemigo. Poco a poco, pero inexorablemente, nos han narcotizado la existencia y es difícil fijarse en los profetas que existen a nuestro alrededor. El más visible y activo, sin duda que es Francisco, pero no encuentra seguidores suficientes entre nosotros para revertir la actitud eclesial que ha convertido a la institución en algo más importante que el Mensaje y su práctica.

Aprovechemos este final de verano para releer los Hechos de los Apóstoles y las cartas de Pablo en clave de oración, abiertos al Espíritu y a nuestra responsabilidad reflexionando lo que significa el regalo de la fe. Nuestro mundo cercano está anhelante buscando signos de esperanza tras el oropel posmoderno que relativiza lo mejor de la existencia ¿Estamos siendo testigos de la Buena Noticia?

Biblia, Espiritualidad , ,

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