Haidar Alí Moracho, sentado en un banco de la plaza de la Iglesia, en Galapagar (Madrid). David Expósito
Su rapto fue un fenómeno contado en una serie de televisión. Ahora, Haidar Ali Moracho se prepara para narrar su relato en una novela
“Evidentemente si me hubiera quedado allí (en Irak), no hubiera tenido una vida feliz”
Fernando Peinado
Madrid – 02 OCT 2021-01:15
El rapto de Sara, una niña madrileña de ocho años, es hoy una historia casi olvidada, pero hace 12 años capturó la atención de media España. El secuestro por su padre iraquí duró casi tres años y acabó en marzo de 2009 con la imagen feliz de Sara al llegar a Barajas, tapada con velo islámico y acompañada de su madre española. En realidad, el relato que se hizo entonces era incompleto. Sara es hoy un joven trans de 23 años, Haidar Ali Moracho, y está trabajando en una novela biográfica para reescribir todo lo que se contó. Ahora tiene madurez para que se oiga su voz y muchos motivos para hacerlo. “Se ha contado una historia, pero no se ha tenido en cuenta mi versión”, dice él.
Haidar vive con su madre y su abuela en una casita de Galapagar, el municipio de casi 35.000 habitantes en la sierra madrileña donde residía cuando su padre le secuestró y donde retomó su vida tras el rescate. En la plaza de la Iglesia los bancos están pintados de color arcoíris desde junio, el mes del Orgullo. Pasea sin ser reconocido. Este es un pueblo dormitorio de la capital de España donde la gente vive y deja vivir.
A media mañana de un día soleado habla sobre su vida de película en una tranquila terraza de la plaza, mientras toma un Nestea. Ha pasado mucho desde que los medios dejaron de interesarse por el drama que protagonizó. Entre 2006 y 2009, su caso fue objeto de múltiples reportajes, en particular en el programa El Diario de… presentado por Mercedes Milá en Telecinco. El periodista Javier Ángel Preciado acompañó a su madre, la madrileña Leticia Moracho, en varios viajes a Irak durante los peores años de la guerra que estalló en aquel país tras la invasión de EE UU. Se subieron a helicópteros y aviones militares y tuvieron entrevistas con mercenarios, diplomáticos o el ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos. Sara vivía con su padre Abbas Ali Husain en un barrio humilde de Basora, la mayor ciudad del sur. Llegó allí con ocho años. Su padre la montó en un avión un fin de semana que estaba a su cargo y que supuestamente iban a pasar juntos en su piso cercano a la Puerta del Sol.
El rescate parecía imposible porque las autoridades iraquíes hacían caso omiso de una orden de búsqueda y captura de Interpol, protegiendo así al padre musulmán e iraquí frente a la madre cristiana y europea. Pero gracias a la tenacidad de Preciado y al amor de Leticia las tornas fueron cambiando. Tras los sensacionales reportajes, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero incrementó la presión diplomática y eso influyó en el comportamiento de las autoridades del país árabe. El padre de Sara cometió un error que pagó caro. Para zafarse de Leticia, envió a España una solicitud de divorcio y fue entonces cuando la madre descubrió que el padre había falsificado el acta matrimonial que presentó en Irak para justificar su derecho a la custodia. En realidad, durante los 16 años de su relación en Madrid nunca estuvieron casados. Tras un juicio en Basora en el que participaron Leticia y el periodista de Telecinco, el padre fue esposado y llevado a un calabozo, acusado de falsedad documental. Sara quedó a cargo de sus otros familiares iraquíes, los medios hermanos y su abuela paterna. El padre llegó entonces a un acuerdo extrajudicial para que Leticia pudiera quedarse con la custodia. El periodista, la madre y Sara volvieron triunfales a España un domingo de marzo de 2009. El regreso abrió los noticieros.
Al año siguiente, Preciado escribió el libro “Rescatando a Sara”, y en 2014, Antena 3 emitió en horario prime time una miniserie de dos capítulos con el mismo nombre y con Carmen Machi en el papel de la madre y Fernando Guillén Cuervo en el del padre.
Los actores de la serie Rescatando a Sara, Fernando Guillén Cuervo y Carmen Machi, junto a Haidar.
La historia del rescate acabó ahí. Un final feliz. Pero tras bajarse del avión en Barajas, comenzó otra liberación. A los pocos meses, conoció a Cory en un chat de Internet sobre el anime japonés Dragon Ball. La presentación fue virtual.
“¿Sabes que conozco a otra chica como tú que quiere ser chico?”, le escribió a Sara por chat una fan de la serie.
Cory Ibáñez Blanco vivía San Fernando de Henares, otro municipio madrileño, pero separado de Galapagar por una hora de carretera.
Sara era fan de Vegeta, el villano que en la serie se pasa al lado de los buenos. A Cory le gustaba Trunks, hijo de Vegeta y uno de los personajes más populares. Hablaron por chat durante un año sobre su hobby y sobre su otra peculiaridad. Ambos sentían que estaban atrapados en un cuerpo que no era el suyo. Era algo que cada uno notaba desde hacía años, pero a lo que no habían dado nombre.
Pasó algo más. Se enamoraron y buscaron la manera de tener una cita. Finalmente se vieron en persona una tarde de navidades en la Puerta del Sol, acompañados de otros amigos y con la supervisión de adultos. Al verse, Sara y Cory se fundieron en un abrazo de felicidad. A Leticia, la madre de Sara, se le saltó una lágrima al ver esa demostración tan intensa de amistad. Más tarde, cuando los padres no miraban, Haidar le dio un beso en la mejilla a Cory, un momento que inmortalizaron en un selfie.
Pero cuando Sara tenía 14 años, la madre prohibió los encuentros al enterarse de que ambos eran chicos trans y tenían una relación de amor. Creía que su transición de género era un capricho y que los dos estaban confundidos. Le tomó un año más aceptar a su hijo, que ya se identificaba con el nuevo nombre masculino Haidar, que en árabe significa León.
Haidar y Cory siguen siendo pareja tras más de diez años de relación. Ambos continúan en casa de sus respectivos padres y la capital es su lugar de encuentro habitual, a medio camino entre Galapagar y San Fernando de Henares. Les gustaría independizarse y vivir juntos, pero sufren la falta de oportunidades dignas que golpea a su generación. Los dos padecen también el retraso de la sanidad pública madrileña, donde las esperas para el cambio de sexo superan los seis años.
Haidar Alí Moracho y Cory Ibáñez Blanco, este miércoles en un parque de San Fernando de Henares (Madrid) David Expósito
Haidar quiere estudiar un máster que le prepare para ser traductor de árabe. Cory, que tiene 26 años, es dibujante. Va a ilustrar el libro que está escribiendo Haidar.
Su pareja tiene más de 100 páginas escritas a ordenador y una lista de recuerdos que anota en una pequeña libreta con la foto de un gato en la portada. Son breves enunciados de los episodios que luego desarrolla sobre el teclado: “El ayuno. La nueva esposa de papá. Cambios de casa y de colegio. La nota (te odio por lo que has hecho, papá)…”.
Su padre se portó muy mal, pero Haidar le recuerda también como un hombre amoroso y comprensivo. “Quiero dejar testimonio de que mi padre quería dármelo todo. Estudios, cuidados. Me enseñó el Basora que él conoció, me llevó de paseo por el río, a la biblioteca, al zoco”, rememora. “Quiero que dentro de unos años, cuando repase lo que he escrito, no se borre de mi recuerdo esa parte buena de él”.
Otra misión es derribar los estereotipos sobre el mundo árabe que son comunes en los relatos de autoría occidental. Mostrará el respeto por las personas mayores, algo que vio en la autoridad que tenía la matriarca de la casa, su abuela Zequie. Eso no supone ocultar el machismo o los prejuicios de las sociedades árabes. En un capítulo narrará cómo su mejor amiga, Aliá, que tenía el sueño de estudiar Medicina en Bagdad, rompe a llorar desconsolada cuando le confiesa en el recreo que su familia la iba a casar con solo 12 años con un hombre de Basora.
A diferencia de su amiga, él sí pudo escapar de la represión. “Evidentemente si me hubiera quedado allí, no hubiera tenido una vida feliz. No sé qué hubiera sido de mí, pero lo habría pasado muy mal reprimiendo mi identidad”.
La libreta en la que Haidar anota los recuerdos que luego lleva a su novela. David Expósito
Hace dos años, Haidar recibió un mensaje de WhatsApp que temía llegaría algún día.
“Te he buscado en Facebook y he visto que has cambiado el nombre y tienes una foto con barba. ¿Qué te pasa?”. Era su padre, escribiendo desde Irak. Haidar recuerda que era final de julio y el mensaje le sorprendió en el cuarto de su casa de Galapagar, preparando la maleta para irse de vacaciones con Cory a Granada.
El mensaje de su padre apareció junto a su foto, muy desmejorado. Es un hombre que aparenta más de los 65 años que suponen que tiene (nunca han sabido exactamente su año de nacimiento debido a que no había registro sistemático por entonces en Irak).
Los dos no se habían vuelto a ver desde que se despidieron en Bagdad, antes del regreso televisado a España. Pero se whatsappeaban cada cierto tiempo en una mezcla de árabe y español. Con los años, la relación se enfrió. Haidar intentaba que su padre le contara cosas del día a día, pero lo único que le interesaba era adoctrinarle. Le mandaba oraciones y otros mensajes religiosos. Al ver ese día la pregunta de su padre por su nuevo aspecto físico, Haidar pensó que a esas alturas no tenía sentido mentir. Le empezó a explicar su transición. Para su sorpresa, el padre reaccionó neutralmente. Le hizo preguntas y repreguntas. ¿Dónde?, ¿cuándo?, ¿cuánto cuesta?
Quizás, a pesar de su religiosidad, a pesar de la distancia, su padre iba a dar prioridad al amor hacia su hijo. Sintió la esperanza de que le aceptaría, igual que hizo su madre.
Pero su tono cambió: “De esto tiene la culpa tu madre porque te deja hacer lo que quieres”, le espetó. “Estás viviendo en pecado porque estás cambiando la forma en que Alá te hizo”. Entonces, Haidar decidió poner fin a la discusión. Bloqueó a su padre. Cortó ese último lazo y hasta hoy ha seguido su propio camino en libertad.
Fuente El País
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