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“Solo Cristo salva”, por Carlos Osma

Jueves, 9 de marzo de 2017
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solocristoDe su blog Homoprotestantes:

Cuando cristianos y cristianas lgtbi hablamos de salvación, podemos evadirnos de la realidad y empezar a hacer teología ficción, como esa que llena libros infumables de teología, estanterías de seminarios decadentes, o bancos de iglesias respetables que sirven a la “verdadera doctrina”. Y lo podemos hacer porque tenemos tantas ganas de ser como el resto de creyentes, que nos lanzamos en brazos de la imitación. Y es que en realidad, reconozcámoslo, lo que a nosotras nos salva, lo que nos otorga el perdón por nuestra “disidencia” es que no se nos note demasiado el plumero. Y así, con una voz grave, intensa, respetable, (pero sobre todo que repita el mantra de la iglesia de la que queremos formar parte), podemos empezar a explicar que la salvación es universal o solo para unos cuantos escogidos, que es para siempre o puede perderse, que es por la fe o que necesita de alguna obra por parte nuestra…. y bla, bla, bla… Palabrería hueca sin alma, sin experiencia.

Que entremos al trapo de tener que explicar que podemos ser cristianas y lesbianas, evangélicas y transexuales, católicos y gays, bisexuales y protestantes, ya dice mucho de nuestras propias inseguridades y de lo asumida que tenemos la ideología heteronomativa que ha impuesto la idea de que si eres cristiano eres heterosexual. Una ideología que nos quema vivos desde los púlpitos de las iglesias, o que nos ofrece bulas a cambio de pagar el precio de la sumisión, del no cuestionamiento de su poder, un poder que a nosotros se nos revela como demoníaco. Nuestra salvación, pasa por su aceptación, por su respeto, y lo triste es que muchas de nosotras nos lo hemos creído, y ponemos toda nuestra energía en ir amontonando buenas obras a ojos de nuestros tribunales eclesiásticos particulares, sabiendo en el fondo, que más que liberadas, vivimos enjauladas.

En su comentario al libro de Romanos, Lutero dice unas palabras sobre las que todas las personas lgtbi deberíamos reflexionar: “Aquellos presumidos que… por la fe sola pretenden tener entrada, no por Cristo, sino pasando al lado de Cristo, como si después de haber recibido la gracia por la justificación, Cristo ya no fuese necesario para ellos. Y como éstos, hay muchos en nuestros días que hasta intentan convertir las obras de la fe en obras de la ley y de la letra en provecho propio: después de haber recibido la fe por medio del bautismo y el arrepentimiento, pretenden que ahora también ellos mismos han de resultar del agrado de Dios en cuanto a su propia persona, sin Cristo, cuando en verdad es necesario tanto lo uno como lo otro: tener fe, por supuesto, pero también tener al mismo tiempo y para siempre a Cristo como Mediador de esta fe. Y es que quizás, a veces, demasiadas veces, el Mediador de nuestra fe no es Cristo, sino las obras que intentamos realizar para aparecer como buenos cristianos dignos de ser aceptados por nuestra familia, nuestra comunidad, nuestra iglesia.

Para nosotras, personas lgtbi, no habrá liberación, salvación, que no pase por Cristo. Nuestras buenas obras que satisfacen las demandas heteronormativas, son solo obras de la ley, del legalismo. Para nuestra salvación es necesaria la fe, pero no fe en personas e instituciones al servicio de la heteronormatividad, sino en quien predicó el evangelio, fué crucificado y resucitó: Cristo. Cuando nos abandonamos en los brazos de los deseos heteronormativos, nos alejamos de Cristo, nos alejamos de la salvación. Y puede parecer lo contrario, porque es más fácil vivir en paz con un entorno religioso que nos incita a cumplir con lo que se espera de nosotras, que seguir al maestro, seguir a quien puso al ser humano y su felicidad por delante de cualquier institución. Es más fácil someterse, y actuar como si no lo estuviésemos haciendo, como si hubiésemos elegido nuestra humillación por amor a Cristo. Pero no lo hemos hecho por él, lo hemos hecho por cobardía, por falta de fe en Jesucristo, por eso no nos sentimos liberados, por eso no estamos salvadas.

Cuando la Biblia nos habla de tener fe en Cristo, no se refiere a aceptar a Jesús como salvador, como quien tiene un amuleto o simplemente una imagen a la que se aferra por miedo a la vida y a la muerte. Tener fe en Cristo significa seguimiento, solo Cristo salva, nada de lo que nosotros somos o dejamos de ser añade algo a esa salvación. Nuestra homosexualidad, nuestra identidad de género, nuestra bisexualidad… no posibilita o impide la salvación de la que Jesucristo es intermediario. Solo en el seguimiento de Cristo alcanzamos la salvación, en el seguimiento de quien se atrevió a ser diferente al resto, de quien se atrevió a mostrar una identidad diferente a la que se esperaba del Mesías, el que se posicionó del lado de quienes estaban excluidos por parte de los buenos religiosos de su tiempo. Solo cuando estamos dispuestos a caminar sobre las aguas, a perderlo todo por la llamada a la acción de Jesús, es cuando alcanzamos la salvación que Dios desea para nosotras y nosotros. Una salvación que no tiene nada que ver con la represión, sino con la felicidad y con la vida. Porque solo Cristo fue crucificado para que nosotras y nosotros tuviésemos vida. Solo él es nuestro intermediario, solo es a él a quien deberíamos querer agradar.

El seguimiento de Cristo, no es un seguimiento individualista, sino que se realiza junto a otras personas, algunas de las cuales es posible que ni siquiera se definan como cristianas. La tentación de crearse un Cristo a nuestra imagen y semejanza, se desvanece en la convivencia con otras personas que también pretenden seguirle. “Solo Cristo”, no excluye al resto de creyentes, ni al resto de la humanidad, porque Cristo es el lugar de encuentro de quienes trabajan por la justicia y por la vida. Y ésto lo debemos tener muy en cuenta las personas lgtbi, ya que la exclusión que hemos padecido, o que todavía padecemos, puede ser una justificación para el individualismo, para el “Solo Cristo y yo”. Y aunque debemos ponernos a salvo de las ideologías y comunidades cristianas que intentan separarnos de Jesús, que nos exigen obras para satisfacer las demandas heteronormativas, no por eso debemos creer que somos solo nosotros los que seguimos a Cristo correctamente. La comunidad cristina es un arcoíris diverso en el que nosotras no alcanzamos a reflejar todos los colores, pero que sin nuestra presencia tampoco llega a verse completo. Siempre hay personas al lado del Cristo al que seguimos, si no fuese así, estaríamos siguiendo una ilusión, no a Jesús de Nazaret. Solo Cristo nos salva, pero no solo nos salva a nosotros.

Que levantemos nuestra voz, como hace cinco siglos hiciera Lutero y otras y otros reformadores, es imprescindible para seguir reformando la Iglesia. Una Iglesia de la que podemos decir por experiencia que se ha alejado de Cristo y ha vuelto a situar la ley, en nuestro caso la ley que exige el cumplimiento de los preceptos heteronormativos, como mediadora entre los seres humanos y Dios. Pero en el cristianismo el único intermediario es Jesús, un Jesús en el que las personas lgtbi nos sentimos reflejadas, en el que nuestras experiencias son cuestionadas, en el que nuestro amor es bendecido, y en el que nuestra identidad de género es incluida. Un Jesús que se ha acercado para decirnos que le sigamos a él, no a una religiosidad presa por las obras de la ley, y que en su seguimiento, compartido con otros seres humanos, encontraremos la salvación. Pero no una salvación entendida como éxito o reconocimiento individual, si buscamos eso es mejor seguir aferrados a la ley, sino una salvación que busca la justicia, la liberación y la felicidad, tanto individual como colectiva.

Como bien expresó Agustín de Hipona “Quien está lejos de Dios, está lejos de sí, alienado de sí mismo y sólo puede encontrarse si se encuentra con Dios y así.. alcanzar su verdadera identidad”, pero nuestra aproximación a Dios no tiene lugar cuando actuamos como el resto del mundo espera, las buenas obras no nos acercan a Dios. El abismo que nos separa de Dios, que nos separa de nosotros mismos y del resto de seres humanos sólo puede ser salvado por Cristo. Sólo él es el mediador, todo lo demás nos hace perder la vida. Por eso los cristianos lgtbi deberíamos dejar de poner tantas veces los oídos en lo que la homofobia religiosa dice sobre nosotras, y fijar nuestra vista en Jesús, el verdadero dador de vida. Solo Cristo salva.

Carlos Osma

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La “Sola fide” y la salvación gay, por Carlos Osma

Viernes, 9 de diciembre de 2016
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solafideDe su blog Homoprotestantes:

El heterocentrismo cristiano, y más concretamente el evangélico, intenta apoderarse de las “Cinco Solas” erigiéndose en su único merecedor y administrador. Para ello ha creado una ideología que convierte la Sola Escritura en una ley que persigue y condena las identidades o afectividades no normativas. La Sola Gracia la reserva para quienes antes han “circuncidado” sus deseos y sienten o actúan como heterosexuales. Cuando dice Solo Cristo, adora a un ídolo construido a su imagen y semejanza, olvidando el mensaje y la vida de Jesús de Nazaret que se situó siempre al lado de los “otros”, de los desheredados y de quienes sufrían marginación. La afirmación Solo a Dios la Gloria la complementa con la aclaración de que nuestros cuerpos y deseos disidentes jamás podrán glorificar al Creador. Sin embargo, es el principio de la Sola Fe el que con más claridad se resiste a su apropiación y a su intento de manipulación.

La ideología heteropatriarcal puede habernos hecho creer en algún momento que la Biblia nos condena, que la Gracia divina no nos puede salvar, que Cristo no murió por nosotros, o que no estamos trabajando por la Gloria de Dios sino por la nuestra. Pero jamás ha logrado destruir la fe que Dios, no sabemos bien por qué, ha querido darnos. No voy aquí a hacer un elogio de la fe de los cristianos LGTBI porque cualquier fe que es fiel a la realidad pasa por infinidad de estados, incluso el de la ausencia en ciertos momentos de la vida. No es fácil creer en Dios siempre, tampoco ser coherente en todo momento con la fe que decimos tener, los seres humanos somos contradictorios y vulnerables. Sin embargo pienso que la fe de la mayoría de personas LGTBI es un milagro divino que ha tenido que soportar infinidad de pruebas que podrían haberla hecho desaparecer. Sólo la misericordia de Dios ha permitido que la hayamos conservado a pesar de que quienes dicen construir su Reino se hayan comportado como Caín con nosotros.

Cuando digo tener fe no me refiero a creer ciertas normas, las enseñanzas eclesiales más o menos aceptadas por la mayoría, o las lecturas e interpretaciones bíblicas más influyentes. El principio de la “Sola fide” se refiere a que sólo es a través de la fe que Dios nos salva. Y podemos ratificar que este principio de la Reforma se ha hecho real en nuestra experiencia, puesto que ha sido la fe la que nos ha permitido superar muchas de las limitaciones con las que se suponía teníamos que vivir, la que nos ha empujado a deshacernos y denunciar las imposiciones e injusticias que pretendían hacernos vivir de rodillas. Ella ha sido el motor que ha cambiado nuestro mundo, y la que nos ha empujado a intentar transformarlo con los valores del evangelio, de la vida. Y para todo esto ha hecho falta fe, no sé si mucha o poca, pero evidentemente una fe que procede de Dios, porque la realidad heteronormativa que tan ferozmente lucha en contra nuestra es enemiga del amor y del evangelio. Solo la fe tiene la capacidad de salvarnos, de permitirnos creer que la resurrección de quienes hemos sido invisibilizados, borrados y lanzados al infierno, es posible. Y son ahora nuestros cuerpos resucitados los que anuncian que hay mucha vida por delante para compartirla con los seres que amamos. Ese es el principio de la “Sola fide”, el que nos transforma y nos hace creer, crear y vislumbrar a nuestro alrededor, que el amor y la justicia divina finalmente se están haciendo presentes.

Decía Lutero que “esta es la libertad cristiana: la fe sola”, quizás por eso las cristianas y los cristianos LGTBI mostramos a veces una libertad que desestabiliza a quienes están aferrados a la ley. Probablemente algunos de nosotros no podemos formar parte de una comunidad cristiana, es posible que tampoco sepamos justificar ciertos versículos bíblicos, puede ser que dudemos de la Gracia divina hacia nosotros, o incluso sintamos a veces que no estamos a la altura para dar la gloria a Dios; Sin embargo hemos recibido gratuitamente una fe que nos ha convertido en seres humanos libres, y muchas veces sólo la tenemos a ella para decirnos que vale la pena seguir, que Dios está con nosotros, que la Palabra de Dios es Jesús de Nazaret, y que gracias a él la Gracia divina ha sido derramada sobre todo ser humano creado desde un principio a su imagen y para su Gloria. No es quienes somos, o lo que hacemos, o lo que sentimos… sino Dios y su amor hacia nosotros. Nadie es digno, nadie lo merece, no importa la orientación sexual de la persona o su identidad de género. Sólo Dios es digno, y es ese Dios el que ha puesto en nosotros una fe que a veces parece estar tan sola en medio de una realidad eclesial y social que nos estigmatiza. Sólo la fe, eso es lo que tenemos, pero no es poco.

En su Carta a los Gálatas Pablo exhorta a los cristianos a mantenerse firmes en la libertad con la que Dios les ha hecho libres y a no volver a estar sujetos al yugo de la esclavitud1. Las cristianas y cristianos LGTBI sabemos muy bien lo que significa el yugo heteropatriarcal que pretende esclavizarnos, y el sufrimiento que es capaz de infringirnos. Por eso estas palabras paulinas se hacen Palabra de Dios en medio de nuestra realidad para instarnos a mantenernos libres, lejos de cualquier legalismo aunque este se justifique en nombre de Dios. Quienes se entregan a las exigencias heteronormativas en aras de ser fieles al cristianismo, se alejan en realidad del maestro y de la Gracia. Porque en el seguimiento de Jesús la heterosexualidad no tiene ningún valor, sólo la fe que obra por el amor. Y es que sólo el amor es la manifestación real y tangible de la fe que hemos recibido inmerecidamente, el amor que compartimos con nuestras parejas, nuestras hijas, con quienes tenemos alrededor. Renunciar al amor, dejar de vivir por la fe, puede traernos el visto bueno de quienes se han erigido en defensores de la ley divina, pero eso nos aleja de Dios.

Sólo la fe salva, nada ni nadie más, no hay intermediarios ni leyes que puedan sustituir la acción amorosa de Dios por nosotros. Es mejor no caer en la servidumbre de “los buenos cristianos” que ponen cadenas a la fe de Cristo, sino dejarse llevar por el evangelio que nos dice: “Mis ovejas escuchan mi voz, no escuchan las voces de los extraños2”. De esta forma viviremos libres en la fe que Dios, por su infinito amor, ha infundido en nosotros sin merecerlo.

Carlos Osma

Notas:

 

1Gal 5

2Jn 10, 27

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