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¿Rezar por los difuntos? – (¡Mejor ocúpate de los vivos!)

Sábado, 2 de noviembre de 2024
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6301986548_3b2150603f_mDel blog de Jairo del Agua:

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros? He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. NO un motivo de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible, por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe (segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado penitencial que ya no tiene sentido.
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Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es “aceptar” su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus hijos.

Esas “ánimas” por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer “aquí y ahora” es: “Vencer el mal con abundancia de bien” (Rom 12,21) con el impulso y experiencia de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original), muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender. Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando “CON ellos”, pero NO “POR ellos”, para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida, para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.
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Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos (amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en nosotros algo de eso que admiramos.

La “presencia interior” de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos. ¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su “vida” te ha quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo otro, los negocios espirituales y el “dios negociador”, son pura idolatría.
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Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don del Señor, invitación a imitarle: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar para sacar a los muertos del “fuego”.

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una “comida fraterna”, es la vivificante presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el “avaro ídolo” que se queda con tu hambre o tu dinero para “compensar” las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad? Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad! Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
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Procura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: “óyenos”, “acuérdate…” o “recuerda…”. ¿Pero a qué “desmemoriado ídolo” rezamos? ¿Acaso has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? “Guías ciegos…” (Mt 23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que oramos a un “dios con alzhéimer”, al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida a sus hijos:

“Estoy a la puerta y llamo…” (Ap 3,20).

“¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (Is 49,15).

“En la palma de mis manos te llevo tatuado” (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, “El Cantar de los Cantares”
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Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán, por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser capaces de “ver” lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha revelado. Lo que sabemos con certeza es que “Dios lo será todo en todos” (1Cor 15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.

Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

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Todos santos, aquí y ahora.

Viernes, 1 de noviembre de 2024
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

*

Luis Evely,
“Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

***

 

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

*

Mateo 5,1-12a

***

ortodoxa-20140925-articulo-02

La meditación del bautismo de Jesús (Lc 3,21 ss) supuso para mí un intento de hacerme consciente del amor de Dios. Jesús baja al Jordán, al agua cargada con la culpa de las muchas personas que iban al Jordán a que Juan las bautizara. Mientras baja, se abren sobre él los cielos y Dios le promete: «Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido». También esta frase –que somos hijos e hijas amados de Dios- la escuchamos hoy de una manera suficiente en los discursos espirituales, pero lo más frecuente es que estas palabras nos resbalen. Son justas, pero no provocan nada. Siempre será un don el hecho de que estas palabras alcancen nuestro corazón de modo que se sienta realmente amado, sanado y cambiado por el amor […].

Experimenté en la meditación la realidad de este amor cuando referí la frase: «Eres mi hijo amado», precisamente en mi miedo, en mi oscuridad, en mi rechazo, en mi mediocridad, en las mentiras de mi vida. Sólo cuando referí a mi vida concreta la palabra que me dice que soy un hijo amado, me tocó en lo más profundo de mi ser y me proporcionó paz interior. Todos los discursos sobre el amor de Dios nos resbalarán si no llegan a tocar las experiencias de nuestra vida de cada día.

*

Anselm Grün,
Abitare nella casa dell’amore,
Brescia 2000, pp. 50ss, passim).

***

***

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Jesús es el pan vivo, la transparencia de Dios…

Domingo, 11 de agosto de 2024
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La transparencia, Dios, la transparencia.

Dios del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.

No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.

Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.

Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.

Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.

Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.

*

Juan Ramón Jimenez
Dios en la poesía atual. B.A.C., Madrid, 1970

***

Fundación Zenobia-Juan Ramón Jiménez

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En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían:

“No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”

Jesús tomó la palabra y les dijo:

“No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.” Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.”

*

Juan 6,41-51

***

La vida vivida eucarísticamente es siempre una vida de misión. Vivimos en un mundo que gime bajo el peso de sus pérdidas: las guerras despiadadas que destruyen pueblos y países, el hambre y la muerte de hambre que diezman poblaciones enteras, el crimen y la violencia que ponen en peligro la vida de millones de personas, el cáncer y el sida, el cólera y otras muchas enfermedades que devastan los cuerpos de incontables personas; terremotos, aluviones y desastres del tráfico… es la historia de la vida de cada día que llena los periódicos y las pantallas de los televisores […]. Este es el mundo al que hemos sido enviados a vivir eucarísticamente, esto es, a vivir con el corazón ardiente y con los ojos y los oídos abiertos. Parece una tarea imposible.

¿Qué puede hacer este reducido grupo de personas que lo han encontrado por el camino […] en un mundo tan oscuro y violento? El misterio del amor de Dios consiste en que nuestros corazones ardientes y nuestros oídos receptivos estarán en condiciones de descubrir que aquel a quien habíamos encontrado en la intimidad continúa revelándose a nosotros entre los pobres, los enfermos, los hambrientos, los prisioneros, los refugiados y entre todos los que viven en medio del peligro y del miedo.

*

H. J. M. Nouwen,
La fuerza de su presencia,
Brescia 52000, pp. 82ss).

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Umbral

Martes, 16 de abril de 2024
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Del blog Nova Bella:

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El infierno tiene su boca en el umbral mismo de los cielos.


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Oscar Wilde

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Escalera

Jueves, 22 de febrero de 2024
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Del blog Nova Bella:

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Subimos al cielo y descendemos al infierno una docena de veces al día;

por lo menos, eso me pasa a mí.

*
May Sarton,
Diario de una soledad

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Todos santos, aquí y ahora.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

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Luis Evely,
“Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

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En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

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Mateo 5,1-12a

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La meditación del bautismo de Jesús (Lc 3,21 ss) supuso para mí un intento de hacerme consciente del amor de Dios. Jesús baja al Jordán, al agua cargada con la culpa de las muchas personas que iban al Jordán a que Juan las bautizara. Mientras baja, se abren sobre él los cielos y Dios le promete: «Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido». También esta frase –que somos hijos e hijas amados de Dios- la escuchamos hoy de una manera suficiente en los discursos espirituales, pero lo más frecuente es que estas palabras nos resbalen. Son justas, pero no provocan nada. Siempre será un don el hecho de que estas palabras alcancen nuestro corazón de modo que se sienta realmente amado, sanado y cambiado por el amor […].

Experimenté en la meditación la realidad de este amor cuando referí la frase: «Eres mi hijo amado», precisamente en mi miedo, en mi oscuridad, en mi rechazo, en mi mediocridad, en las mentiras de mi vida. Sólo cuando referí a mi vida concreta la palabra que me dice que soy un hijo amado, me tocó en lo más profundo de mi ser y me proporcionó paz interior. Todos los discursos sobre el amor de Dios nos resbalarán si no llegan a tocar las experiencias de nuestra vida de cada día.

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Anselm Grün,
Abitare nella casa dell’amore,
Brescia 2000, pp. 50ss, passim).

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“La felicidad de Jesús”. Fiesta de Todos los Santos – A (Mateo 5,1-12)

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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IMG_1139No es difícil dibujar el perfil de una persona feliz en la sociedad que conoció Jesús. Se trataría de un varón adulto y de buena salud, casado con una mujer honesta y fecunda, con hijos varones y unas tierras ricas, observante de la religión y respetado en su pueblo ¿Qué más se podía pedir?

Ciertamente no era este el ideal que animaba a Jesús. Sin esposa ni hijos, sin tierras ni bienes, recorriendo Galilea como un vagabundo, su vida no respondía a ningún tipo de felicidad convencional. Su manera de vivir era provocativa. Si era feliz, lo era de manera contracultural, a contrapelo de lo establecido.

En realidad, no pensaba mucho en su felicidad. Su vida giraba más bien en torno a un proyecto que le entusiasmaba y le hacía vivir intensamente. Lo llamaba «reino de Dios». Al parecer, era feliz cuando podía hacer felices a otros. Se sentía bien devolviendo a la gente la salud y la dignidad que se les había arrebatado injustamente.

No buscaba su propio interés. Vivía creando nuevas condiciones de felicidad para todos. No sabía ser feliz sin incluir a los otros. A todos proponía criterios nuevos, más libres y radicales, para hacer un mundo más digno y dichoso.

Creía en un «Dios feliz», el Dios creador que mira a todas sus criaturas con amor entrañable, el Dios amigo de la vida y no de la muerte, más atento al sufrimiento de las gentes que a sus pecados.

Desde la fe en ese Dios rompía los esquemas religiosos y sociales. No predicaba: «Felices los justos y piadosos, porque recibirán el premio de Dios». No decía: «Felices los ricos y poderosos, porque cuentan con su bendición». Su grito era desconcertante para todos: «Felices los pobres, porque Dios será su felicidad».

La invitación de Jesús viene a decir así: «No busquéis la felicidad en la satisfacción de vuestros intereses ni en la práctica interesada de vuestra religión. Sed felices trabajando de manera fiel y paciente por un mundo más feliz para todos».

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” 01 de Noviembre de 2023. Todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
Comentarios desactivados en “Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” 01 de Noviembre de 2023. Todos los Santos

58-TodoslossantosALeído en Koinonia:

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3: Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que no se redujera a lo que hemos solido llamar “mundo católico”, sino a un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, refiriéndonos al todo), o sea, «universal».

¿No querríamos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, en esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de esa Iglesia, en su libro «Santoral Romano»? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos» que están delante de Dios… o tal vez serán sólo una insignificante minoría de entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas tanto como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que son santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», o sea, los ateos santos, que, haberlos los ha habido, y los sigue habiendo.

Una fiesta pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: el de la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y el del «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan –sin pensarlo demasiado, desde luego– en «un Dios muy católico». Para algunos, Dios mismo sería en realidad «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto muy natural, pero hace apenas 50 años –los que hace que se celebró el Concilio– que estamos pensando de esta manera. En las vísperas del Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía con la mentalidad común del ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64).

Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos; no quedarían incluidos hoy en esta fiesta, porque los santos serían sólo cristianos, ¡y católicos!

Este cambio de perspectiva es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque cada pueblo-raza-nación era considerado que tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los de su propia religión, sino a todos los pueblos, lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten la misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», no es de una religión, de una raza o tribu… no es «religiosamente tribal». Tampoco exige rituales de ninguna religión, sino la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la «santidad universal», válida para todos los humanos, una santidad «supra-religional», llana y simplemente humana. En y con las Bienaventuranzas como carta de navegación de nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida y el amor según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero, que lo admiraba mucho por cierto; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí, el místico sufí murciano universal; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!» –sus principales libros están disponibles en la red–)… La manera más efectiva de cambiar nuestra vieja mentalidad «tribal», que tanto nos ha afectado tradicionalmente en la concepción de la santidad, es practicarla, conversarla, manifestarla, compartirla fraternamente…

Dentro ya de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos, como la mejor referencia, el capítulo Vº de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, con su “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se reconocía que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, de quienes se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares como que se les consideraba de alguna manera dispensados de preocuparse demasiado de la santidad… Leer más…

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1-2.11.23. Santos y difuntos: Así en la tierra como en el cielo

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
Comentarios desactivados en 1-2.11.23. Santos y difuntos: Así en la tierra como en el cielo

IMG_1135Del blog de Xabier Pikaza: 

Conforme a la terminología del NT, “santos” son los que han/hemos sido santificados (elegidos para el Reino de Dios), debiendo comportarnos según eso de manera digna, según la grandeza de nuestra elección.

“Difuntos” son, por el contrario, los que han cumplido ya la tarea de la vida (son de-functi, sin función ni tarea que cumplir), pues Dios en/por Cristo ha “pagado” la deuda de la vida, de forma que están ya inmersos en la gloria infinita de su vida.

En resumen: los santos tienen/tenemos una tarea/función que cumplir sobre la tierra; los difuntos no tienen ya tarea ni oficio que cumplir, pues han sido per-donados por Dios en Cristo, liberados del duro ejercicio de las funciones de esta vida.

Introducción

Santos de este mundo, con tarea aún que cumplir, y difuntos, sin otra función que “ser/amar” (pues sólo en amor es su ejercicios: Juan de la Cruz), estamos integrados en la “fiesta” de la resurrección, propia de esos estos (1-2 XI 2023).

  Ciertamente, en sentido popular, estas dos fiestas han sido entendidas y se entienden de un modo algo distinto, y siga celebrándolas así, según su traducción quien así las tome, según las presenté, en la postal de RD y en FB de ayer, conforme a la sabia experiencia de mi amama/abuela. Hoy quiero presentarlas de un modo más teológico, siguiendo el argumento de mi Teología de la Biblia.

Según Hech 23, 1-10, defendiéndose ante el Sanedrín de Jerusalén, Pablo afirma que cristianos y los judíos fariseos (herederos del antiguo Israel, que perdura y se mantiene tras la caída del templo: 70 d.C.) comparten una misma fe en la resurrección, como elevación transfiguración de la humanidad Los fariseos laesperan para el fin de los tiempos. Los cristianos afirman que ella ha comenzado a realizar en la pascua de Jesús [1]. En este contexto podemos hablar de una segunda humanización.

− La primera humanización sucedió cuando el proceso biológico, extraordinariamente preciso y animado por la ‘naturaleza’, se abrió por dentro para que surgieran personas, es decir, sujetos humanos, dotados de libertad. Los códigos genéticos siguieron actuando, con su pequeño campo de variantes, y se estabilizó el genoma. Pero la misma constitución biológica de la humanidad se abrió a un nivel más alto de libertad y palabra personal, de manera que sin ella somos inviables como humanos. De aquella ruptura y más alto nacimiento provenimos, en ella nos mantenemos, como habitantes de dos mundos: somos cuerpo-genoma y alma-libertad, biología y pensamiento. Esa ruptura nos ha permitido crear las sociedades tradicionales, pero ellas están ahora en crisis.

La segunda humanización se funda en la primera, pues la base biológica perdura (seguimos siendo carne animada), pero nos hará pasar del nivel anterior, que había conducido de la biología inconsciente al sistema cultural de las tareas y funciones de este mundo al nivel más alto del Dios que es y vive en nosotros,   liberándonos de todo lo que no sea dejarnos amados y amor, en plenitud. 

Estes el cielo de los santos y difuntos de la patrística antigua,  tal como ha sido representada por los mosaístas bizantinos del ábside del  Baptisterio de San Juan de Florencia. Esta es la  segunda humanización se realizará (se está realizando) a través de un camino que puede tener momentos traumáticos, como los de Jesús que muere poniendo su vida en manos de la vida de Dios (reino) abriendo así un camino de resurrección para todos los creyentes (es decir, para aquellos que confían en la vida de Dios, que le llama, les enriquece y les introduce desde este mundo en la gloria sin fin de los difuntos, de aquellos que no tienen más función que vivir (ser revividos) en la existencia plena del Dios en quien vivimos, nos movemos y somos (Hech 17, 28).

                       En este contexto resulta básica la aportación de los antiguos “testigos” judíos y cristianos (cf. Dan 7 o Ap Jn 12-22), que ‘vieron’ hace tiempo lo que había de venir y así pueden ayudarnos a entenderlo y transformarlo (en comunión de gratuidad), de forma que sea el mismo Dios quien vive y actúa en nosotros, y nosotros no tengamos más función que dejarnos amar.

             El sistema del talión (ojo por ojo, amar a los amigos y odiar a los enemigos) quiere globalizar la vida humana  en una serie de funciones y tareas de tipo económico y social, como si de esa forma fuéramos capaces de alcanzar nuestro cielo (que es la vida de Dios). Pero ese cielo de la vida plena sólo podremos alcanzarlo cuando seamos de-functi, cuando estemos liberados de las duras funciones del mundo.

En esa línea, la tradición cristiana (y monoteísta) sabe que el único Dios real es el Amor, revelado como donación de sí, esto es, Ágape, que consiste en regalar la propia vida a otros, para así vivir en ellos. Hay un Amor-Eros que puede interpretarse como búsqueda de la propia plenitud, deseo de encontrar aquello que nos falta, para así completarnos y ser perfectos en nosotros mismos. Pues bien, el Dios-Amor del evangelio es Ágape: donación y regalo de sí mismo, para que de esa forma otros vivan.

  Iglesias cristianas, experiencia y promesa de resurrección.

Las iglesias no son instituciones de Capital y mercado, según el cual vivimos en equivalencia entre lo damos y recibimos, conforme a la ley de este mundo, sino comunidades de presencia de Dios, esto es, de acción gratuita, por la cual damos a los otros lo que somos, a fin de que ellos vivan, de manera sean y nosotros seamos en ellos. El Dios de las iglesias es Amor-Vida que se regala a sí mismo, de un modo gratuito. Por eso, ellas deben encarnarse en el mundo de los pobres, no para ofrecerles algo desde arriba (siendo ellas ricas), sino para caminar con ellos (con-curso), en generosidad de amor, sin buscar seguridades superiores como institución, pues la única seguridad del ser humano es la vida en los otros, con los otros seres humanos, en camino abierto a un futuro de plena comunicación (es decir) de elevación.

 − La tarea del hombre racional y “obrero” del mundo, racionalizada según ley, de un modo científico y global, en todo el mundo,está al servicio de la producción y consumo, no de las personas como tales. Vive de imponerse sobre el mundo y de relacionarse con otros seres humanos en línea de intercambio de mercado, de forma que cada uno sigue estando sólo en un mundo que él debe dominar para sentirse así seguro

 ­- Situándose en un plano superior, las iglesias son comunidades de amor gratuito, es decir, de esperanza de resurrección, es deci, de santidad de los que viven/vivimos en ese mundo y de gloria de difuntos, es decir, de los liberados de las antiguas funciones esta tierra. 

La iglesias o son instituciones de mercado, sino de donación de vida, en las que el gozo de cada uno consiste en que otros vivan, y la vida de cada uno se expresa y fructifica, como semilla de buen trigo, en la vida de los otros. En ese sentido, ellas son iglesias son comunidades de siembra de humanidad, es decir, de esperanza de resurrección. Son como Cristo, grano sembrado en la tierra de la vida de Dios, al servicio del Reino que es Dios hecho Vida de todas las vidas, pues en él vivimos, nos movemos y somos (cf. Hch 17, 28) en el mismo camino que vamos trazando en el mundo

 Según el NT, el testimonio clave de la resurrección de Jesús han sido sus apariciones, como expresión de una forma superior de presencia trans‒personal (como experiencia transcendimiento y culminación, no de negación de la persona), en línea de fe (de acogida y comunicación creadora), no de imposición física. Jesús ha entregado su vida por los demás, y lo ha hecho de tal forma que ha podido mostrarse ante ellos (en ellos) vivo tras la muerte, como presencia y poder de vida, iniciando en (por) ellos un tipo más alto de existencia humana (es decir, una mutación mesiánica). Las apariciones son signos de presencia de Jesús resucitado, una experiencia nueva de vida, en línea de comunicación transpersonal.

Signo de cielo. “Apariciones de Jesús resucitado”, signo de cielo

IMG_1137         Las apariciones de Jesús no son imaginaciones de algo que externamente no se ve, sino experiencia radical de presencia de aquel que nos ha dado su vida, como vida de Dios, como renacimiento, un modo superior de entender (experimentar) el pasado y de comprometerse en el presente, desde el don de Dios en Jesús, en forma de mutación antropológica. Desde ese fondo pascual, la vida cristiana es una experiencia de renacimiento, la certeza vital de unos hombres y mujeres que se sienten/saben en camino de resurrección, dentro de este mismo mundo que ellos transfiguran (quieren transfigurar) en línea de humanización superior, pasando así de la muerte a la vida, es decir, de una vida que es muerte (pues desemboca en ella) a la muerte que es donación de la vida al servicio de los otros y esperanza de resurrección

         En un sentido, las apariciones que Pablo ha recogido de forma oficial en 1 Cor 15, 3-7, podrían entenderse como manifestaciones del poder sobrenatural de unos seres superiores, favorables o desfavorables (dioses, difuntos, demonios…), un tema que aparece en muchas religiones. Pero, desde la perspectiva bíblica han de verse como expresión de un modelo más alto de vida, en línea de mutación humana y comunicación transpersonal. No se trata de “ver” a Jesús en forma externa, sino de descubrir su presencia en la vida. [2].

“Ver” a Jesús resucitado, descubrir su presencia. Sus seguidores saben y afirman que son él, que forman parte de su vida, que son el mismo Jesús renacido, presente, cristiano (=mesiánico). En ese sentido, la visión‒presencia de alguien que han muerto tras haber dado la vida a (por) aquellos que les siguen forma un arquetipo o símbolo importante de una humanidad, que nace y vive de aquellos que mueren, en un mundo donde nada ni nadie acaba del todo, sino que todo deja huella y sigue siendo (existiendo) al transformarse, pero no en línea de eterno retorno de lo que ya era (nada se crea, nada se destruye, todo se transforma), sino de creación de lo que ha de ser.

         Todas las restantes cosas se transforman de manera que son intercambiables. Lo hombres, en cambio, no son intercambiable, pues cada uno es único en sí, por aquello que ha recibido y realizado, pero ellos pueden habitar y habitan unos en los otros, destruyéndose o dándose la vida. En esa línea ha vivido y ha muerto Jesús por los demás, pero de tal forma que sus discípulos descubren y proclaman que él vive en ellos, haciéndoles ser lo que son, unos resucitados.

   En esa línea ha de entenderse la novedad de Jesús, su mutación pascual, centrada en el hecho de que algunos de sus seguidores han descubierto y confiesa que él vive (ha resucitado en ellos), de manera que pueden afirmar que ellos mismos son Jesús, Palabra de Dios, que habita en ellos (cf. Gal 2,20‒21). Las religiones “son”, en general, una experiencia de identificación con la vida y destino de un Dios. Pues bien, el cristianismo constituye una experiencia de identificación vital con Jesús, enviado‒mesías de Dios, que habita en aquellos que le acogen.

El cristianismo es la aparición (presencia) de Jesús en aquellos que le ven (acogen), reviviendo de esa forma su experiencia y destino de muerte y resurrección. Los cristianos afirman, según eso, que el mismo Jesús, Hijo de Dios, que ha vivido y muerto por el Reino, revive (resucita) como Vida de Dios en su vida de creyentes. El cristianismo es, según eso, la experiencia de la vida de Dios que “es” al darse en los demás (resucitando en ellos) y haciendo así que ellos resuciten, habitando en un nivel de vida superior, compartida en amor. El problema de cierta teología cristiana está en el hecho de haber “cosificado” esa experiencia, destacando el “triunfo de Jesús” en sí (como si fuera emperador o sacerdote por encima de los otros), tendiendo a separar a Jesús al divinizarle, en vez de descubrirle en ellos mismos, sabiendo que su altar son los resucitados, los creyentes, los pobres y excluidos de la tierra por los que él vivió. Ciertamente, en un sentido, Jesús ha resucitado en sí; pero en otro sentido debemos confesar que él lo ha hecho en los creyentes, de forma que ellos son su resurrección.

Jesús no “aparece” con el cuerpo anterior (no lleva a los suyos al pasado), ni actúa como espíritu incorpóreo en los creyentes (en línea gnóstica), sino que está presente como impulso de vida universal, principio de humanidad resucitada, de forma que su cuerpo aquellos que aceptan y agradecen su presencia, pues en ellos vive y resucita, no para negar su identidad, sino para ratificarla, pues por (en) él todos y cada uno de los hombres son (somos) resurrección de Dios, Dios encarnado. Por eso, el “cuerpo” de Jesús no es sólo el suyo, de individuo separado, sino el de aquellos que confían y viven en él, como ha puesto de relieve Pablo en su experiencia y teología de la identidad cristiana, que no es de tipo imaginario, sino mesiánico, corporalidad como presencia de unos en otros, y de todos en Jesús, que es “cuerpo” siendo palabra de Dios encarnada en la historia (cf. Jn 1, 14).

No es ver a Jesús (separado de nosotros), sino vivir en él.

Jesús no es objeto de una experiencia “visionaria”, como en otras posibles apariciones de tipo onírico o despierto, psíquico o mental, en sueño o vigilia, en un nivel de vida en el mundo, sino de una experiencia de recreación, sabiendo así que él mismo (el Selbstdivino de la vida humana) habita en los hombres, y los hombres en él, de un modo trans‒personal (no im‒personal), unos en otros. En esa línea, para centrar el tema, es bueno recordar el tema del Dios que habla a Moisés desde la zarza y diciendo ¡Soy el que Soy! (Ex 3, 14). Un tipo de judaísmo ha podido tener cierta dificultad con estas experiencias, entendidas en línea de hechicería: Leer más…

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Santos, Difuntos o Fantasmas. El Halloween de amama

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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IMG_1128Del blog de Xabier Pikaza:

No me molesta Halloween como fiesta pagana de origen quizá celta, pero con raíces mucho más extensa, yo diría universales: el culto y recuerdo de la muertos, con lo que tiene de fascinación, pavor y vibración del alma, es una de las bases de la cultura humana (y de la religión). Si un día lo olvidamos, si los muertos dejan de ser “sagrados” en el sentido más hondo del término, dejaremos también de ser humanos.Me espanta un Halloween sin hondura humana, manejado por comerciantes del dinero y de la conciencia humana. Si triunfa este “Halloween sin Halloween”, habremos perdido el temblor y la emoción de la vida, con el infinito temblor sagrado, esperanzado, de la muerte, de manera que nos convertiremos en máquinas, juguetes parlantes, en manos de la pura banalidad o de la máquina económica que todo lo corrompe. Viviremos sin repliegues de misterio en el alma, pues no tendremos alma.

De esto quiero tratar en el entorno de estos días de santos y difuntos, no para negar el Halloween como posible fiesta de la muerte (¡que yo he celebrado de niño!), sino para darle su sentido antropológico, religioso, no comercial, sino de apertura al misterio de la vida.

1.- El Halloween de mi abuela (=amama).

IMG_1129Celebré un año las fiestas de los santos y difuntos con la amama, en el basherri de Aldekoa/Arrueta. Con ella se podía hablar de todo y así hablamos. Fue una de las más hondas lecciones que me han dado, sobre la vida y la muerte. Yo tendría en torno a ocho año (quizá siete y miedo, quizá ocho y medio)

1.1. Le dije que me habían dicho que no pasara esos días por delante del Illherri o cementerio (pueblo de los muertos), pues venían los difuntos y metían miedo.
Me dijo que no les tuviera miedo, que pasara por allí contento, que los muertos (Arima-Santuak, almas santas) estaban allí para ayudarnos y enseñarnos. Que les pidiera su ayuda, y que me ayudarían, pues los muertos son santos que ayudan a los niños a crecer y a los hombres a vivir, como ellos han vivido, y mejor todavía, aunque no les veamos.

1.2. Le pregunté entonces por qué se celebraban muchas misas, con muchas velas en la Iglesia. Le dije también que muchos lloraban, sobre todo las mujeres, y que iban de negro.

Me respondió que las misas no eran para ayudar a los difuntos, sino para recordarles, para saber que todos formamos una gran familia, vivos y difuntos. Me dijo que las velas eran para saber que hay una luz para cada uno, para todos… y que las mujeres lloraban porque recordaban con cariño a los muertos, sabiendo que un día todos los que hemos vivido en el mundo nos encontraríamos en Dios.

1.3. Seguí preguntando  por qué había dos fiestas, una de difuntos y otra de santos, que me parecía que los santos ya disfrutaban en el cielo y los difuntos seguían sufriendo en el purgatorio o el infierno.

Ella me dijo, con toda decisión, que las dos fiestas eran una misma. El día de los Santos se recordaba a todos los muertos con alegría, porque todos iban a Dios, donde la vida era una Gran Luz, un Gran Amor; entre esos santos se recordaba a algunos en especial, como la Virgen, San Pedro o San Martin, los que estaban en las imágenes de la iglesia. El día de los Difuntos se recordaba a los mismos muertos, especialmente a últimos, a los que todavía recordamos (aitita, osaba Leon…), porque Dios le está recibiendo en su casa del cielo.

1.4. Le dije que Eneko decía había muertos malos, malos, de esos que iban al infierno, y que venían para castigan a los niños, que así me lo había dicho Eneko, y que había que espantarles.

Ella me respondió muy seria que no le hiciera caso a Eneko, porque ningún muerto podía venir a hacernos daño. Además, añadió, no podíamos decir que alguno se condenaba, porque Dios es el Más Grande (Jaungoikoa haundiena da…) y puede llevar a todos al cielo, porque él quiere mucho a todos, porque todos somos sus hijos, y por eso vino Jesús, para abrir las puertas del cielo, de par en par…

IMG_11301.5. Entonces concluí: Si todos se van a salvar a ir al cielo, da lo mismo ser bueno que malo…Ella volvió a responderme muy seria. ¡No todo da lo mismo! Precisamente porque Dios nos quiere tenemos que buenos, y no tener miedo… Por eso tenemos que celebrar y alegrarnos estos días, de los Santos y de los Difuntos, llevar flores, llevar luces… Vamos al etxaurre para buscar flores, luego voy a hacer unos pasteles, vamos a poner luces en casa, para que estén con nosotros los santos y difuntos, y estén contentos…

1.6. Pero ¿no dices que no se les puede ver, que no les tenga miedo? ¿Para qué poner luces y flores si no les vemos?

− No les vemos, pero ellos están. Están aquí, con nosotros, en la misma casa, están en la iglesia y el Illherri… No les podemos ver, pero están, nos hablan al corazón, sin necesidad de palabras, nos dicen que vivamos, que nos queremos… ¿Sabes quien es el muerto principal? Es Jesús, ya sabes cómo le mataron, pero está con nosotros. Eso es lo que llaman los curas resurrección. Jesús está aquí, diciéndonos lo que nos decía cuando vivió en Jerusalén; y está la Andramari, su amatxu, y están los muertos, todos los muertos, están resucitados, con nosotros. No, no les podemos ver, ni escuchar con los oídos, pero les podemos sentir en el corazón y están contentos porque vivimos y nos queremos. Por ellos podemos vivir..

1.7. No entiendo, amama. ¿Por qué dices que podemos vivir por ellos, si ya no están?

–¿Cómo que no están? Están, pero no podemos verles, gracias a Dios. Tú no podrías vivir si tu aitita, que ya a muerto, pero está contigo, y no podrías vivir sin Jesús y sin todos los que han muerto para que nosotros podamos vivir. Por eso, aunque estamos tristes porque han muerto nos alegramos, buscamos flores, ponemos luces, vamos a comer pasteles… y después, mañana, iremos a misa, con luces y flores y daremos gracias a Dios por todos los muertos…

Mi amama celebraba así un tipo de Halloween, de rito “pagano” por los muertos, como el que han celebrado chinos y bantúes, celtas y euskaldunes, por siglos y siglos… Pero ese rito era, al mismo tiempo, una fiesta cristiana, una fiesta de gozo por la vida y la muerte de Jesús, en el Illherri y en la Iglesia, en los caminos y en las fuentes.

No sé si he recreado aquel recuerdo de un modo demasiado romántico, pero ha seguido estando ahí, a lo largo de mi vida, con más fuerza que las ideas teológicas que más tarde quise aprender. Por eso, estoy seguro de que un tipo Halloween humano y religioso pertenece a las entrañas de la misma vida. Ese Halloween, no se opone al Evangelio de Jesús, sino todo lo contrario, está en la línea de la fiesta cristiana de la vida.

Pero está llegando un Halloween puramente comercial, que ha perdido su raíces religiosas y se ha convertido en un signo de consumismo banal, que todo lo confunde (muertos y vivos, monstruos y seres humanos) en aras de un comercio que Cristo quiso expulsar del templo de la vida humana.

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No están todos los que son… Fiesta de todos los Santos.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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a_burke_8Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Los protagonistas de las tres lecturas (hoy tendré también en cuenta la segunda) son las personas que deberían estar al servicio de la comunidad. Unos se portan mal con Dios y con el prójimo; Pablo se entrega por completo a sus cristianos.

El mal ejemplo de los sacerdotes (1ª lectura)

La primera lectura nos traslada a Judá en el siglo IV a.C. Por entonces, los judíos están sometidos al imperio persa. No tienen rey, sólo un gobernador, y los sacerdotes gozan cada vez de mayor poder y autoridad. Pero no lo ejercen como correspondería. Contra ellos se alza este profeta anónimo (Malaquías no es nombre propio sino título; significa “mi mensajero”). Las acusaciones que hace a los sacerdotes son muy duras, pero parecen muy genéricas: no dar gloria a Dios, no obedecerle, no guardar sus caminos, hacer tropezar a muchos. Si la liturgia no hubiese mutilado el texto, quedarían claras algunas de las cosas con las que los sacerdotes desprecian a Dios: ofreciendo sobre el altar pan manchado, animales ciegos, cojos, enfermos o incluso robados. En definitiva, no dan importancia al altar ni a lo que se ofrece a Dios.

Lectura de la profecía de Malaquías 1, 14-2, 2b. 8-10

«Yo soy el Gran Rey, y mi nombre es respetado en las naciones -dice el Señor de los ejércitos. Y ahora os toca a vosotros, sacerdotes. Si no obedecéis y no os proponéis dar gloria a mi nombre -dice el Señor de los ejércitos-, os enviaré mi maldición. Os apartasteis del camino, habéis hecho tropezar a muchos en la ley, habéis invalidado mi alianza con Leví -dice el Señor de los ejércitos-. Pues yo os haré despreciables y viles ante el pueblo, por no haber guardado mis caminos, y porque os fijáis en las personas al aplicar la ley. ¿No tenemos todos un solo padre? ¿No nos creó el mismo Señor? ¿Por qué, pues, el hombre despoja a su prójimo, profanando la alianza de nuestros padres?»

El mal ejemplo de los escribas y fariseos (evangelio)

En los domingos anteriores leíamos diversos enfrentamientos de grupos religiosos judíos con Jesús. Ahora le toca a él contraatacar. Y lo hace con un discurso muy extenso, del que hoy sólo se lee la primera parte, dirigido contra los escribas y fariseos, los principales representantes religiosos de los judíos después del año 70 (cuando los romanos incendiaron el templo de Jerusalén, los sacerdotes pasaron a segundo plano porque no podían ejercer su función cultual).

Los escribas eran los especialistas en la Ley de Moisés, algo así como nuestros canonistas y moralistas. Los fariseos eran los seglares piadosos, que se esforzaban sobre todo por cumplir las normas de pureza y por pagar el diezmo incluso de lo más pequeño.

           Ni buen ejemplo ni buena enseñanza

 En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. 

El discurso comienza con una afirmación llena de ironía. Aparentemente distingue entre lo que dicen y lo que hacen. Lo que dicen es bueno, lo que hacen… es que no hacen nada. Sin embargo, esta afirmación hay que matizarla teniendo en cuenta el resto del evangelio. Entonces se advierte que Jesús no está de acuerdo con la enseñanza de escribas y fariseos, porque en otras ocasiones ha mostrado su desacuerdo con ellos, e incluso ha puesto en guardia a los discípulos contra su doctrina («la levadura de los escribas y fariseos»). Así lo demuestra la referencia a su enseñanza: toda ella se resume en agobiar a la gente con cargas pesadas, que ellos no se molestan en empujar ni con el dedo. Por consiguiente, la única forma adecuada de interpretar las palabras iniciales es la ironía. Jesús está en desacuerdo con la conducta de escribas y fariseos, y también con su enseñanza.

Filacterias y alzacuellos, borlas y colorines

 Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros.

El discurso sigue con el mismo enfoque irónico. Después de afirmar que «no hacen», dice que hacen muchas cosas, pero todas para llamar la atención. Y se detiene en algo a lo que Jesús daba mucha importancia: la forma de vestir.

Las filacterias eran pequeñas cajas forradas de pergamino o de piel negra de vaca que contienen tiras de pergamino en las que están escritos cuatro textos bíblicos (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16; Ex 13,2-10). Desde los trece años, durante la oración de la mañana en los días laborables, el israelita varón se ponía una sobre la cabeza y otra en el brazo izquierdo, pronunciando estas palabras: «Bendito seas, Yahvé, Dios, Rey del Universo, que nos has santificado por tus mandamientos y que nos has ordenado llevar tus filacterias». Mateo alude a una costumbre de los judíos beatos, que llevaban las filacterias todo el día y agrandaban las borlas para hacerlas más visibles.

El origen de las borlas se remonta a Nm 15,38s: «Di a los israelitas: Haceos borlas y cosedlas con hilo violeta a la franja de vuestros vestidos. Cuando las veáis, os recordarán los mandamientos del Señor y os ayudarán a cumplirlos sin ceder a los caprichos del corazón y de los ojos, que os suelen seducir». Los judíos beatos agrandaban esas borlas que llamar la atención. Escribas y fariseos caen en estos defectos, a los que se añaden otros detalles de presunción.

            Ni maestro, ni padre

            Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Mateo, que no quiere limitarse a ironizar, sino que desea evitar los mismos peligros en la comunidad cristiana, termina esta parte introductoria exhortando a evitar todo título honorí­fico: maes­tro, padre, consejero. En su opinión, no se trata de una cuestión secundaria: el uso de estos títulos equivale a introducir dife­rencias dentro de la comunidad, olvidando que todos somos igua­les: todos herma­nos, todos hijos del mismo Padre. Más aún, esos títulos signifi­can desposeer a Dios y al Mesías de la dignidad exclusiva que les pertenece, para atribuírsela a simples hombres. Por eso, frente al deseo de aparentar de escri­bas y fariseos, el principio que debe regir entre los cristianos es que «el más grande de vosotros será servidor vuestro». Y el que no esté dispuesto a aceptarlo, que se atenga a las consecuen­cias: «A quien se eleva, lo abajarán, y a quien se abaja, lo elevarán».

            Una anécdota que viene a cuento

Me contaban hace poco que un compañero fue a visitar a un cardenal. Cometió el tremendo error de llamarle “Reverencia” (título de un obispo) en vez de “Eminencia”. Al interesado se le mudó la cara ante tamaña ofensa. Y mi compañero no consiguió lo que pedía. Lógico.

El buen ejemplo de Pablo (2ª lectura)

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Oscar Romero, un buen ejemplo

Por pura casualidad, y sin que sirva de precedente, la segunda lectura de hoy se puede relacionar con las otras dos. Frente al mal ejemplo de desinterés, autoritarismo, vanidad y presunción, Pablo ofrece un ejemplo de entrega absoluta a los cristianos de Tesalónica, como una madre, trabajando día y noche para no resultarles gravoso.

Hermanos:
Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor. Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Ésa es la razón por la que no cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes.

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01 Noviembre. Fiesta de Todos los Santos

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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«Felices…» (Mt 5, 1-12)

Este año nos toca vivir la fiesta de todos Santos de otra manera, tampoco es que siempre se haya vivido igual, la diferencia está en que este año no hemos elegido nosotros el cambio, nos ha venido sin buscarlo. Este tiempo de pandemia nos está obligando a reinventar muchas cosas y también a pensar en todo aquello que solemos dejar “para más adelante”. Nuestra sociedad que no quería ni oír hablar de la muerte se ha encontrado sin poder estar con sus seres queridos en el momento de la enfermedad y la muerte y eso nos ha obligado a pensar.

La muerte no es un cuento, ni una leyenda. Es una realidad con la que tarde o temprano tenemos que lidiar. Un día moriremos, eso seguro. Pero además mueren también nuestro seres queridos y cuando eso ocurre no sabemos qué hacer con su ausencia, no sabemos vivir el duelo, nadie nos ha enseñado a convivir con la muerte…

Por eso hoy os dejamos con esta oración de San Agustín, cada una puede leerla como si la hubiera escrito esa persona amada que falleció y que estos días tenemos presente.

No llores si me amas

No llores si me amas,
si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo.

Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos.
Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos; los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso.

Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen.

¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y
amarme en el país de las inmutables realidades?

Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.

Volverás a verme trasfigurado, en éxtasis, feliz.
ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por
senderos nuevos de Luz…y de Vida…
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!
*
(San Agustín)

*
Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

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Nadie se hace Santo, lo es desde siempre.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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solemnidad-todos-los-santosTODOS SANTOS (A)

Mt 5, 1-12

Los matemáticos dicen que la distancia de cualquier número, por grande que sea, al infinito, es siempre infinita. Para Dios todos somos iguales, no hay posible distinción. ¿Qué sentido tiene entonces marcar las diferencias entre unos y otros? La fiesta de Todos los Santos, entendida como diferencia de perfección entre los seres humanos no tiene sentido. Por eso la he titulado: “Todos santos”; aunque también podía haber puesto “Todos pecadores” y sería exactamente igual de cierto. Para Dios no hay diferencia ninguna, porque nos ama a todos por lo que Él es.

Si por santo entendemos un ser humano perfecto, significaría que ya ha llegado a su plenitud y por lo tanto se habría acabado su posibilidad de crecer. Pero su verdadero ser, y por lo tanto su perfección, nada tiene que ver con su biología o con su moralidad. A esa parte de nuestro ser no afectan las limitaciones, sean del orden que sean. Esa realidad permanece siempre intacta. Descubrir, vivir ese verdadero ser, es lo que podíamos llamar santidad y es posible para todos.

Cuando creemos que para ser santo tenemos que anular los sentidos, reprimir los sentimientos, machacar la inteligencia y someter la voluntad, nos estamos exigiendo la inhumanidad. La plenitud de lo humano solo se alcanza en lo divino, que ya está en nosotros. Vivir lo divino que hay en nosotros es la meta de lo humano. El verdadero santo no es el perfecto sino el sincero. El santo nunca descubrirá que lo es. Por favor, que nadie caiga en la tentación de aspirar a la “santidad”. Aspirad solo a ser cada día más humanos, desplegando el amor que es Dios y está en vosotros.

Cuando hemos puesto la santidad en lo extraordinario, nos hemos salido de todo marco de referencia evangélico. Si creemos que santo es aquel que hace lo que nadie es capaz de hacer, o deja de hacer lo que todos hacemos, hemos caído en la trampa del ideal de perfección griega que se nos ha vendido como cristiana. Cuando un joven le dice a Jesús: “Maestro bueno”. Jesús le responde: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que Dios. ¿Qué hubiera contestado si le hubiera llamado santo?

Todos somos santos, porque nuestro verdadero ser es lo que hay de Dios en nosotros; aunque la inmensa mayoría no lo hemos descubierto todavía, y de ese modo, tampoco podemos manifestar lo que somos. Somos santos por lo que Dios es en nosotros, no por lo que nosotros somos para Dios o para los demás. La creencia generalizada de que la santidad consiste en desplegar las virtudes morales no tiene nada que ver con el evangelio. Recordemos: “Las prostitutas y los pecadores os llevan la delantera en el reino de Dios”. Para Jesús, es santo el que descubre el amor que llega a él sin mérito ninguno por su parte. La perfección moral en consecuencia de la santidad, no su causa.

Debemos tener mucho cuidado a la hora de hablar de los santos como “intercesores”. Si lo entendemos pensando en un Dios, que solo atiende las peticiones de sus amigos o de aquellos que son “recomendados”, estamos ridiculizando a Dios. En (Jn 16,26-27) dice Jesús: “no será necesario que yo interceda ante el Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama”. Lo hemos dicho hasta la saciedad, Dios no nos ama porque somos buenos o por recomendación de uno que lo es, sino porque Él es amor. Es un poco ridículo seguir repitiendo: Señor, ten piedad (15 veces en cada eucaristía).

Se puede entender la intercesión de una manera aceptable. Si descubrimos que esas personas que han tomando conciencia de su verdadero ser son capaces de hacer presente a Dios en todo lo que hacen, pueden ayudarnos a descubrirlo, y por lo tanto pueden acercarnos a Dios. Descubrir que ellos confiaron en Dios a pesar de sus defectos, nos tiene que animar a confiar más nosotros. No solo valdría para los que conviven con ellos, sino par todos los que después de su muerte, tuvieran noticia de ‘su vida y milagros’. Sería el camino más fácil para que creciera el número de los “conscientes”.

Debemos tener cuidado con la “comunión de los santos”. No se trata de unos “dones” o unas “gracias” que ellos han merecido y que nos ceden. Es ridículo cuantificar y almacenar los bienes espirituales. Todo lo que nos viene de Dios es siempre gratuito y nunca se puede merecer. “Cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Ahora bien, en el momento que se tiene conciencia de la unidad, se comprende que todo lo que hace uno repercute en el todo. La doctrina de Pablo es esclarecedora: “Todos formamos un solo cuerpo”.

En esta fiesta celebramos la bondad, se encuentre donde se encuentre. Es una fiesta de optimismo, porque, a pesar de los telediarios, hay mucho bien en el mundo si sabemos descubrirlo. Es cierto que mete más ruido uno tocando el tambor que mil callando. Por eso nos abruma el ruido que hace el mal y no nos queda espacio para descubrir el bien. Hoy es el día de la alegría. La Vida y el Bien triunfan sobre la muerte y el mal. La vida merece siempre la pena. Esta alegría de vivir tenemos que mantenerla a pesar de tanto sufrimiento y dolor como hay en nuestro mundo. A pesar de que muchos seres humanos consumen su existencia sin enterarse de lo que son, y se conforman con vegetar.

Las bienaventuranzas nos descubren el verdadero rostro del “santo”. ¿Quién es dichoso? ¿Quién es bienaventurado? Felicitar a uno porque es pobre, porque llora, porque pasa hambre, porque es perseguido, sería un sarcasmo para el común de los mortales. Sobre todo, si le engañamos con la promesa de que serán felices más allá. Haber reservado la palabra “bienaventurado” para los que han muerto, es una manipulación inaceptable.  Aquí abajo, el dichoso es el rico, el poderoso, el que puede consumir de todo sin dar un palo al agua. Esa escala de valores queda trastocada por el evangelio.

Las bienaventuranzas no se pueden entender racionalmente, ni se pueden explicar con argumentos. Cuando Pedro se puso a increpar a Jesús, porque no entendía su muerte, Jesús le contestó: Tú piensas como los hombres, no como Dios. Solo entrando en la dinámica de la trascendencia, podemos descubrir su sentido. Solo descubriendo lo que hay de Dios en mí, podré darme cuenta del verdadero valor. Para que una persona sea dichosa le tenemos que dar aquello que considera el valor supremo. Tenga lo que tenga, si no lo percibe como valor absoluto, no le hará feliz.

Las bienaventuranzas no son un sí de Dios a la pobreza y al sufrimiento, sino un rotundo no de Dios a las situaciones de injusticia, asegurando a los pobres lo más grande que pudieran esperar, el amor que es Dios. En Él los pobres pueden esperar, tener confianza. No para un futuro lejano, sino ya, aquí y ahora. Puede ser bienaventurado el que llora, pero nunca el que hace llorar. Puede ser feliz el que pasa hambre, pero no el que tiene la culpa del hambre de los demás. Buscar la salvación en las seguridades terrenas es la mejor prueba de que no se ha descubierto el amor de Dios. Aún en las peores circunstancias imaginables, las posibilidades de ser, nadie puede quitártelas.

En la celebración de este día, no tenemos que pensar en los “santos” canonizados, ni en los que desarrollaron virtudes heroicas, sino en todos los hombres que descubrieron la marca de lo divino en ellos, y ese descubrimiento les empuja a mayor humanidad. No se trata de celebrar méritos, sino de reconocer la presencia de Dios que es el único Santo, en cada uno de nosotros. El merito será siempre de Dios. Muchas de esas personas que se han ido y recordaremos mañana, son verdaderos santos.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Un mundo al revés

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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1 noviembre 2023

Mt 5, 1-12a

Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad.

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Las Bienaventuranzas en el lugar imaginado del Reino de Dios.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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sermon-monteDomingo 1 de noviembre 2023

Mt 5, 1-12

Si nos situamos en el imaginario cultural de los oyentes primarios de Jesús las bienaventuranzas no aparecerán como una proclamación de santidad sino de honorabilidad, porque el honor era el valor central en el mundo antiguo y, por lo tanto, lo que se está proclamando es que quien es reconocido en las situaciones que proclaman las bienaventuranzas ha adquirido la máxima reputación. Sin embargo, lo que proponen está lejos de ser considerado socialmente honorable tanto en aquella sociedad como en la nuestra.

Vistas así, las bienaventuranzas son contraculturales, y por tanto, desafían hoy como ayer nuestros modos de entender lo que encaja y lo que no en nuestros universos sociales y religiosos. Generalmente, traducimos el término griego makarios con que se inicia cada bienaventuranza como felices o bienaventurados, pero también podría traducirse por honorable para destacar la propuesta social que subyace en ellas y la carga subversiva que poseen [1]. Desde este enfoque desarrollaremos el comentario.

Reimaginar el lugar comunitario y social.  

Las bienaventuranzas no describen un estado ideal ni una enumeración de regalos recibidos por perseverar en el sufrimiento, sino que presentan un horizonte alternativo. El sermón del monte invita a imaginar un mundo alternativo en el que la opresión ceda ante la misericordia, las relaciones sean justas y equitativas y todas y todos puedan acceder a los recursos disponibles. No es cuestión de alcanzar alturas espirituales sino de entregar la vida para hacer posible un mundo diferente, un mundo acorde con el sueño del Reino de Dios.

Jesús al proclamar las bienaventuranzas nos está invitando a reimaginar los lugares que habitamos. Nos está llamando a pensar y vivir desde otros valores, con otras prácticas que, sin duda, no nos situarán en los centros de poder sino en los márgenes porque no armonizan con lo que la mayoría piensa. Al escucharlas con atención encontramos condiciones y conductas que Dios valora o encuentra honorables y que, por tanto, quien quiera formar parte de la comunidad del Reino tiene no solo que valorar y estimar sino convertirlas en señas de identidad.

Las bienaventuranzas nos sitúan en un espacio alternativo desde el que tener una nueva perspectiva de la realidad y de Dios. Este nuevo espacio es lo que Jesús llamó Reino de Dios y las bienaventuranzas son centrales para imaginar ese lugar. Pero decir que el Reino de Dios es un lugar imaginado no significa que sea inventado, sino que cuando nos situamos ante él, desde la perspectiva de la Buena Noticia que Jesús proclama, podemos abrirnos tanto a nuevas perspectivas de vida y de fe como a cambios personales o colectivos que generen transformación crítica y creativa en nuestro entorno [2].

Honorables son l@s pobres de espíritu. Teniendo en cuenta el mensaje y la praxis de Jesús, es claro que Dios no hace honorable la pobreza, sino a los pobres. El honor generalmente otorgado a los ricos y poderosos es ahora entregado a quienes viven en duras condiciones sociales y económicas, sin los recursos necesarios, explotados/as y despreciados/as por los poderosos. Estas personas, indefensas frente al opresor/a, sufren su maldad y eso les hace perder la esperanza, la dignidad y la autoestima. y a su pobreza material se añade su dolor profundo en el alma, por eso, pueden ser llamadas pobres de espíritu.

Dios hace honorable su vida por la acción sanadora y salvadora de Jesús. Con ella Jesús puede devolverles la esperanza, liberarlos/as, acogerlos/as, compartir con ellos/as e invitarlos/as a formar parte de la comunidad del Reino, una comunidad que está llamada a ser primicia de un cambio mayor, el de hacer posible un mundo diferente. Eso no ocurrirá por acto milagroso sino por el empeño sostenido y paciente de quienes creen en un nuevo cielo y una nueva tierra donde habite la justicia.

Honorables son quienes lloran. Las lágrimas pueden parecer signos de debilidad, de fracaso o tristeza, pero también pueden expresar indignación y lamento. Quienes lloran porque son abusados, ninguneados o negados en su dolor sienten rabia, se lamentan, pero solo su llanto parece tener voz.  Raquel la matriarca de Israel es símbolo de ese llanto desesperado de la víctima, pero también receptora del consuelo prometido y de un futuro lleno de esperanza (Jr 31, 1-22).  En ella se hace memoria subversiva de un consuelo que no solo enjuga las lágrimas, sino que transforma la vida, atraviesa las fronteras de la existencia y devuelve a la vida [3]

Honorables son quienes no buscan venganza. Sentir en propia carne el peso de la injusticia, sentirnos dolidas/os por las conductas de otros/as, sabernos perdedoras/os en juegos tramposos, puede tentarnos a buscar venganza. Pero si queremos formar parte de la familia alternativa del Reino tenemos que incorporar otro modo de respuesta. No es fácil, pero Jesús lo hizo primero. Quien no busca venganza heredará la tierra porque perdonar, comprender y confiar es un estilo de vida que nos hace herederas/os del mundo soñado por Dios.

Honorables quienes tienen hambre y sed de justicia. Con frecuencia nos duele la injusticia, nos da rabia el abuso y el maltrato, pero muchas veces nos contentamos con indignarnos sin tomar decisiones que ayuden al cambio. Tener hambre y sed de justicia es luchar porque exista una relación justa entre las personas y los bienes. Tener hambre y sed de justicia es elegir la palabra y no el silencio cómplice. Tener hambre y sed de justicia es no claudicar hasta que la bondad y la verdad se encuentren.

Honorables quienes son misericordios@s. La misericordia caracteriza el reino de Dios. Las curaciones de Jesús y sus exorcismos muestran misericordia, como también sus comidas. La misericordia está en el ADN de quienes siguen a Jesús.  Amar sin esperar nada a cambio, perdonar a los/as enemigos/as, estar del lado de quienes no cuentan es construir la casa de Dios.

Honorables quienes son limpi@s de corazón. Quienes no engañan, quienes son honestas/os, e íntegras/os, pueden entender que es dejarse sostener por Dios. Ellos y ellas viven desde el corazón y desde ahí pueden habitar una espiritualidad autentica y audaz que vivifique sus vidas y las de los que están próximos a ellos y ellas.

Honorables quienes trabajan por la paz. En un mundo crispado, endurecido y violento necesitamos paz y pacificadoras/os que puedan imaginar espacios habitables, que construyan puentes y destruyan fronteras. Cada gesto de paz hace germinar esperanza y fraternidad/sororidad. Cada gesto de paz nos hace hermanos y hermanas, cada gesto de paz nos hace hijos e hijas de Dios.

Honorables quienes son perseguid@s por causa de la justicia. Este modo de vivir que proclaman las bienaventuranzas cuestiona el mundo en que vivimos, quien apuesta por el lugar imaginado del Reino será incomodo@, e incluso perseguido. Quien quiera vivir así, no será considerado/a honorable para los criterios de nuestra sociedad individualista y egoísta porque de la misma manera persiguieron a los profetas, pero tendrán la suerte de ayudar a cambiar el mundo al estilo de Dios.

Carme Soto Varela

[1] Jerome H. Neyrey, Honor y vergüenza. Lectura cultural del evangelio de Mateo, Sígueme (Salamanca), 2005.

[2] Halvor Moxnes, Poner a Jesús en su lugar. Una visión radical del grupo familiar y el Reino de Dios, Verbo Divino (Estella) 2005.

[3] Lola Arrieta-Elisa Estévez, Acompañar en las periferias existenciales, Narcea (Madrid), 2020.

Fuente Fe Adulta

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El purgatorio es una gozada.

Miércoles, 1 de noviembre de 2023
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TodosLosSantos_201015Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

30.10.2023

01.- Todos los difuntos son Todos los Santos.

    Estos dos días: los Santos y Difuntos en realidad son una única fiesta, o son como las dos caras de la misma moneda: una única y hermosa celebración de memoria y futuro, de recuerdo y esperanza.

Le oí decir a algún obispo que, puesto que hay infierno, hay condenados.

Y si hay condenados, ¿para qué vamos a orar por ellos?

Mejor pensemos que todos morimos en la misericordia de Dios. Mejor pensar que el “juez” es JesuCristo y mejor pensar que cuando el Señor hace justicia, nos ama más. De Ti procede el perdón y así infundes respeto, (Salmo 129).

02.- Esa muchedumbre inmensa lavada con la sangre de Cristo.

    La muerte es el gran enigma de la vida y se convierte en una -la- gran pesadumbre de la vida.

En la tribulación la vida y de la muerte pongamos nuestra confianza en Dios. El transcurrir humano, con todas nuestras tribulaciones, se serena desde la misericordia de Dios que nos ha acogido por amor.

Probablemente tengamos ya en la vida la experiencia de que, cuando un problema nos turba y da mil vueltas nuestra cabeza, “sentarse” y poner nuestra “gran tribulación” en manos de Dios serena nuestra situación, hemos sido lavados y reconciliados en la sangre de Cristo.

Tal es nuestro descanso, nuestra bienaventuranza, en el fondo nuestra paz.

03.- ¿Y el purgatorio?

Cuando en la historia de la Iglesia y de la teología se separaron el pensamiento de la purificación del pensamiento del encuentro con Dios y con Jesucristo se creó un “inmenso campo de concentración y torturas” y los símbolos (el fuego) se interpretaron como descripciones objetivas, como si se tratara de un lugar geográficamente localizable.

Pero no pensemos así.

Cristo nos espera y su encuentro es la purificación y el Espíritu es el fuego.

En la muerte, el hombre se sitúa fuera del tiempo terrestre; su purificación no se mide por horas ni por días, sino por la gracia del Señor… ¡Feliz purgatorio! La purificación está en el encuentro con Cristo

El Padre nos tapará la boca como al hijo pródigo y entraremos en la fiesta, porque había que celebrar una fiesta, una bienaventuranza.

Después de esta vida, Dios mismo será nuestro lugar. (San Agustín)

04.- Fiesta de esperanza: de bienaventuranza: Comunión de los santos

    Al mismo tiempo que recordamos, Todos los Santos es fiesta de gran esperanza, porque nos anuncia nuestro futuro, el futuro absoluto. Hacia Ti, morada santa, solemos cantar.

    Y es una fiesta de esperanza porque no caemos en el vacío absoluto, en la nada. Nos aguardan, nos esperan.

La comunión de los santos es esa memoria común en la que recordamos y nos recuerdan desde el cielo. Es hermoso pensar, ¡vivir!, que nuestros padres, hermanos, familiares, amigos y “enemigos”  se acuerdan de nosotros y nos esperan en el cielo. Se acuerdan de nosotros de un modo más amable y profundo que en esta vida.

    Estas cosas así pensadas y vividas son fuente de bienaventuranza y de serena paz.

    Seréis bienaventurados.

05.- La Eucaristía es memorial y esperanza

Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…

En la Eucaristía recordamos a Cristo: su redención, su perdón, al mismo tiempo que esperamos una conclusión feliz de la historia. El recuerdo es salvífico y el futuro realizador.

Estad alegres y contentos,
porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

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Todo

Sábado, 1 de abril de 2023
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Del blog Nova Bella:

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Al fin y al cabo siempre llevamos todo con nosotros… Dios, el cielo, el infierno, la tierra, la vida, la muerte, y muchos siglos.

*

Etty Hillesum

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Todos santos, aquí y ahora.

Martes, 1 de noviembre de 2022
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La vida futura es el opio del pueblo, es una mistificación que hace esperar del futuro un cambio que no se habría producido o por lo menos no se ha preparado en el presente.

La verdadera fe cristiana no es la fe en una vida futura, sino en la vida eterna, y si es eterna, sólo se necesita un momento de reflexión para comprender que ya se ha iniciado. Vivimos ahora, o no viviremos nunca.

*

Luis Evely,
“Ese hombre eres tú” (1957), p. 58

***

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.

Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.

Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.

Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.

Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.”

*

Mateo 5,1-12a

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La meditación del bautismo de Jesús (Lc 3,21 ss) supuso para mí un intento de hacerme consciente del amor de Dios. Jesús baja al Jordán, al agua cargada con la culpa de las muchas personas que iban al Jordán a que Juan las bautizara. Mientras baja, se abren sobre él los cielos y Dios le promete: «Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido». También esta frase –que somos hijos e hijas amados de Dios- la escuchamos hoy de una manera suficiente en los discursos espirituales, pero lo más frecuente es que estas palabras nos resbalen. Son justas, pero no provocan nada. Siempre será un don el hecho de que estas palabras alcancen nuestro corazón de modo que se sienta realmente amado, sanado y cambiado por el amor […].

Experimenté en la meditación la realidad de este amor cuando referí la frase: «Eres mi hijo amado», precisamente en mi miedo, en mi oscuridad, en mi rechazo, en mi mediocridad, en las mentiras de mi vida. Sólo cuando referí a mi vida concreta la palabra que me dice que soy un hijo amado, me tocó en lo más profundo de mi ser y me proporcionó paz interior. Todos los discursos sobre el amor de Dios nos resbalarán si no llegan a tocar las experiencias de nuestra vida de cada día.

Anselm Grün,
Abitare nella casa dell’amore,
Brescia 2000, pp. 50ss, passim).

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“Creer en el Cielo”. Todos los Santos” – B (Mateo 5,1-12).

Martes, 1 de noviembre de 2022
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31-852867En esta fiesta cristiana de «Todos los Santos», quiero decir cómo entiendo y trato de vivir algunos rasgos de mi fe en la vida eterna. Quienes conocen y siguen a Jesucristo me entenderán.

Creer en el cielo es para mí resistirme a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándome en Jesús, intuyo, presiento, deseo y creo que Dios está conduciendo hacia su verdadera plenitud el deseo de vida, de justicia y de paz que se encierra en la creación y en el corazón da la humanidad.

Creer en el cielo es para mí rebelarme con todas mis fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños, que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos, quede enterrada para siempre en el olvido. Confiando en Jesús, creo en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar. Por fin podré ver a los que vienen en las pateras llegar a su verdadera patria.

Creer en el cielo es para mí acercarme con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, minusválidos físicos y psíquicos, personas hundidas en la depresión y la angustia, cansadas de vivir y de luchar. Siguiendo a Jesús, creo que un día conocerán lo que es vivir con paz y salud total. Escucharán las palabras del Padre: Entra para siempre en el gozo de tu Señor.

No me resigno a que Dios sea para siempre un «Dios oculto», del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No me puedo hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No me resigno a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío. Quiero que un día los últimos sean los primeros y que las prostitutas nos precedan. Quiero conocer a los verdaderos santos de todas las religiones y todos los ateísmos, los que vivieron amando en el anonimato y sin esperar nada.

Un día podremos escuchar estas increíbles palabras que el Apocalipsis pone en boca de Dios: «Al que tenga sed, yo le daré a beber gratis de la fuente de la vida». ¡Gratis! Sin merecerlo. Así saciará Dios la sed de vida que hay en nosotros.

José Antonio Pagola

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“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.” 01 de Noviembre de 2022. Todos los Santos

Martes, 1 de noviembre de 2022
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58-TodoslossantosALeído en Koinonia:

Os animamos también a leer la Homilía de Monseñor Romero sobre los textos litúrgicos de hoy

Apocalipsis 7,2-4.9-14: Apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua.
Salmo responsorial: 23: Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.
1Juan 3,1-3:Veremos a Dios tal cual es.
Mateo 5,1-12a: Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Se celebra hoy la Solemnidad de Todos los Santos. Qué bueno sería que los «santos» en ella celebrados no se redujeran sólo a los del “mundo católico”, los santos de nuestro pequeño mundo, de la Iglesia Católica, sino a «todos los santos del mundo», a los santos de un mundo verdaderamente «cat–hólico» (etimológicamente, según el todo, referido al todo), o sea, «universal». ¿No queremos celebrar en este día a todos los santos que están ya ante Dios? ¿Pues cómo vamos a limitarnos a pensar en «catálogo romano de los santos», de los «canonizados» por la Iglesia católica romana, según esa práctica llevada a cabo sólo desde el siglo XI, de «inscribir» oficialmente a los santos particulares de nuestra Iglesia, en ese libro? ¿Será que quienes figuran oficialmente inscritos durante 9 siglos en esta sola Iglesia son «todos los santos»… o tal vez serán sólo una insignificante minoría entre todos ellos?

Es decir: pocas fiestas como ésta requieren ser «universalizadas» para hacer honor a su nombre: la festividad de «todos los santos». Por tanto, hay que hacer un esfuerzo por entenderla con una real universalidad. Ésta es una fiesta «ecuménica»: agrupa a todos los santos. Es más que ecuménica, porque no contempla sólo a los santos cristianos, sino a «todos», todos los que fueron santos a los ojos de Dios. Ello quiere decir, obviamente, que también incluye a los «santos no cristianos»… a los santos de otras religiones (debería ser una fiesta inter-religiosa), e incluso a los santos sin pertenencia a ninguna religión, los «santos paganos» (Danielou tituló así un libro suyo), los santos anónimos (éstos deben ser verdadera legión), incluso los «santos ateos», a los que el pasaje de Mt 25,31ss pone en evidencia («cada vez que lo hicieron con alguno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron»).

Una fiesta, pues, que podría hacernos reflexionar sobre dos aspectos: sobre la santidad misma (¿qué es, en qué consiste, qué «confesionalidad» tiene…?), y sobre el «Dios de todos los santos». Porque muchas personas todavía piensan -sin querer, desde luego- en «un Dios muy católico». Para algunos Dios sería incluso «católico, apostólico… y romano». O sea, «nuestro». O «un Dios como nosotros», de hecho. Pudiera ser que, también… un poco… hecho «a imagen y semejanza» nuestra.

La actitud universalista, la amplitud del corazón y de la mente hacia la universalidad, a la acogida de todos sin etiquetas particularistas, siempre nos cuestiona la imagen de Dios. Dios no puede ser sólo nuestro Dios, el nuestro, el que piensa como nosotros e intervendría en la historia siempre según nuestras categorías y de acuerdo con nuestros intereses… Dios, si es verdaderamente Dios, ha de ser el Dios de todos los santos, el Dios de todos los nombres, el Dios de todas las utopías, el Dios de todas las religiones (incluida la religión de los que con sinceridad y sabiendo lo que hacen optan con buena conciencia por dejar a un lado “las religiones”, aunque no «la religión verdadera» de la que por ejemplo habla Santiago en su carta, 1,27). Dios es «católico» pero en el sentido original de la palabra. Está más allá de toda religión concreta. Está «con todo el que ama y practica la justicia, sea de la religión que sea», como dijo Pedro en casa de Cornelio (Hch 10).

Hoy nos parece todo esto tan natural, pero hace apenas 50 años que estamos pensando de esta manera -los años que hace que se celebró el Concilio Vaticano II-. En las vísperas de aquel Concilio, el famoso teólogo dominico Garrigou-Lagrange (avanzado, progresista, y por ello perseguido) escribía, con la mentalidad que era común en el ambiente católico: «Las virtudes morales cristianas son infusas y esencialmente distintas, por su objeto formal, de las más excelsas virtudes morales adquiridas que describen los más famosos filósofos… Hay una diferencia infinita entre la templanza aristotélica, regulada solamente por la recta razón, y la templanza cristiana, regulada por la fe divina y la prudencia sobrenatural» (Perfection chrétienne et contemplation, Paris 1923, p. 64). Danielou, por su parte, afirmaba: «Existe el heroísmo no cristiano, pero no existe una santidad no cristiana. No debemos confundir los valores. No hay santos fuera del cristianismo, pues la santidad es esencialmente un don de Dios, una participación en Su vida, mientras que el heroísmo pertenece al plano de las realidades humanas» (Le mystère du salut des nations, Seuil, Paris 1946, p. 75). Todas las grandes figuras de la humanidad, personajes como Sócrates o como Gandhi… sólo podrían considerarse héroes, no santos. No quedarían incluidos hoy en esta fiesta, según la visión católico-romana de aquellos tiempos preconciliares, porque «santos», sólo podrían serlo los buenos cristianos, ¡y católicos! Ésta es una de las tantas «rupturas» que realizó el Concilio Vaticano II.

La primera lectura bíblica de esta fiesta litúrgica, del Apocalipsis, aun estando redactada en ese lenguaje no sólo poético, sino ultra-metafórico, lo viene a decir claramente: la muchedumbre incontable que estaba delante de Dios era «de toda lengua, pueblo, raza y nación»… En aquel entonces, hablar de «las naciones» implicaba a las religiones, porque se consideraba que cada pueblo-raza-nación tenía su propia religión. A Juan le parece contemplar reunidos, en aquella apoteosis, no sólo a los judeocristianos, sino a «todos los pueblos», lo que equivale a decir: a todas las religiones.

Si corregimos así nuestra visión, estaremos más cerca de «ver a Dios tal como es» (segunda lectura), tal como podremos verle más allá de los velos carnales del chauvinismo cultural o el tribalismo religioso -que no son muy distintos-. Obviamente, esos «ciento cuarenta y cuatro mil» (doce al cuadrado, o sea, «los Doce», o «las Doce ‘tribus’ de Israel», pero elevadas al cuadrado y multiplicadas por mil, es decir, totalmente superadas, llevadas fuera de sí hasta disolverse entre «toda lengua, pueblo, raza y nación»), esos ciento cuarenta y cuatro mil, o los entendemos como un símbolo macroecuménico, o nos retrotraerían a un fantástico tribalismo religioso.

Las bienaventuranzas comparten esta misma visión «macro-ecuménica»: valen para todos los seres humanos. El Dios que en ellas aparece no es «confesional», de una religión, no es «religiosamente tribal». No exige ningún ritual de ninguna religión. Sino el «rito» de la simple religión humana: la pobreza, la opción por los pobres, la transparencia de corazón, el hambre y sed de justicia, el luchar por la paz, la persecución como efecto de la lucha por la Causa del Reino… Esa «religión humana básica fundamental» es la que Jesús proclama como «código de santidad universal», para todos los santos, los de casa y los de fuera, los del mundo «católico»…

Si a propósito de la festividad de Todos los Santos se nos sugiere el texto de las Bienaventuranzas, es porque ellas son en verdad el camino de la santidad universal (y supra-religional, simple y profundamente humana); en y con las Bienaventuranzas como carta de navegación para nuestra vida es posible alcanzar la meta de nuestra santificación, entendida como la lucha constante por lograr en el cada día el máximo de plenitud de la vida según el querer de Dios.

En la homilía, en la oración, en la conversación que tengamos sobre el tema, no dejemos de nombrar hoy a Gandhi, que tiene que ir de la mano con Francisco de Asís; a Martin Luther King acompañado por Mons. Oscar Arnulfo Romero –finalmente reconocido como «mártir» por Roma–; a la mística santa Teresa con el incomparable Ibn Arabí; al inefable Juan de la Cruz con el místico Nisagardatta («¡Yo soy Eso!»)… La manera de cambiar la vieja mentalidad «tribal», que también nos ha afectado en la concepción de la santidad, es practicar, conversar, manifestar la nueva mentalidad macroecuménica.

Dentro de la perspectiva cristiano-católica, para una aplicación más parenética de este precedente comentario exegético, recomendamos como la mejor referencia el capítulo V de la Constitución Dogmática de la Iglesia “Lumen Gentium”, del Vaticano II, sobre el “Universal llamado a la santidad”. Antes del Concilio se solía pensar que había una especie de «profesionales de la santidad», que se dedicaban de un modo especializado a conseguirla, como los monjes y los religiosos/as, que se decía que vivían en el «estado de perfección»; a los demás, los laicos/as o seglares, como que se les consideraba de alguna manera dispensados de tener que tender a la santidad. Leer más…

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