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Tú puedes ver, ¡Convéncete!

Domingo, 24 de octubre de 2021
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ciego_03Mc 10, 46-52

Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos de manera casi idéntica. Lc sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mt habla de dos ciegos pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después del relato de hoy, el evangelio de Mc da un profundo quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta ahora.

Es un relato que tiene poco que ver con los que Mc ha utilizado hasta ahora. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; admite el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio sobre lo sucedido. Una vez que Mc ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la renuncia y la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a ver, todo son símbolos.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, (la exclusión), pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. Hijo de David era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey poderoso, que se impondría con la fuerza. A Mc ya no le importa, no le manda callar.

Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como diciendo: En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar ni a gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío, tan religioso él. “La gente” significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de ver más allá de sus narices y emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Mc: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

Llamadlo. Se advierte la carga simbólica del relato. En menos de una línea se repite por tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de muy distinta manera que sus acompañantes… Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento, que se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza.

¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a querer un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal.

¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un poco absurda, este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante para la vida espiritual. Este grito es el centro del relato, siempre que descubramos que no se trata de una asistencia sanitaria. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino… el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Mc deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguían a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos y a obscuras. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.

Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un anuncio de este mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria humana está en los que, aún siguiendo a Jesús, mandan callar al ciego. Lo estamos repitiendo todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a nuestro alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona, independientemente de sus carencias.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero con los fallos morales. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lc, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios. Ellos nos preceden en el Reino.

La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Meditación-contemplación

Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez:
¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!…
Y pronto te responderán:
¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos.
El ojo interior está hecho para ver;
descubre la causa de tu ceguera.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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El estilo de Jesús.

Domingo, 24 de octubre de 2021
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ciegoMc 10, 46-52

«Muchos le increpaban para que callara, pero él gritaba mucho más: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”…»

Decía Ruiz de Galarreta que «el medio más poderoso para la conversión es la contemplación: quedarse mirando, disfrutar con la escena, dejarse fascinar por Jesús; por sus sentimientos, por su libertad de acción y de juicio, por su valentía, sus acciones poderosas, su falta de prejuicios»… y el fugaz paso de Jesús por Jericó camino de Jerusalén nos ofrece dos escenas preciosas que reflejan su estilo inconfundible.

La primera se produce cuando muchos ciudadanos de Jericó deciden salir a la puerta del Este a recibir a Jesús que venía acompañado de sus discípulos galileos. No es difícil imaginar a los notables del pueblo rodeando a Jesús y compitiendo por el honor de hospedar en su casa al profeta, pero cuál no sería su estupor cuando vieron que él se invitaba a la casa del jefe de los publicanos de Jericó; Zaqueo, un hombre muy rico aunque proscrito por causa de su profesión.

Como solo le conocían de referencias quedaron escandalizados. No sabían que para Jesús los importantes no son los sabios, los ricos o los poderosos, sino los necesitados —aunque en este caso la necesidad no fuese de índole económica—. Tampoco sabían que nunca le detenían los prejuicios o el qué dirán, y que, por ayudar, no tenía ningún reparo en que le viesen en compañía de personas despreciadas por la sociedad.

Pero ahí no acabó su asombro. A la salida de la comitiva de Jesús hacia Jerusalén, volvió a repetirse la escena de su llegada y mucha gente de Jericó salió a despedirles. Los importantes volvían a apretujarle a la cabeza del grupo en su afán por cruzar con él algunas palabras, pero lo que nadie podía imaginar es que en la puerta del Oeste ocurriese un suceso que no estaba programado.

Y sucedió que Bartimeo, un mendigo ciego que estaba sentado al borde del camino, oyendo que era Jesús de Nazaret el que pasaba, comenzó a gritar con toda la fuerza de sus pulmones: «¡Hijo de David! ¡Jesús! ¡Ten compasión de mí!». La gente de la comitiva le reprendía duramente porque estaba desluciendo el fasto, pero cuanto más le reprendían, más gritaba él. Apretaron el paso para soslayarle, pero Jesús se detuvo, miró a sus acompañantes y les dio una orden escueta: «Llamadle». Momentos después Bartimeo recobraba la vista y le seguía loco de alegría por el camino de Jerusalén.

Por encima de todos los personajes notables de Jericó, el primer día había sido un pecador público —un necesitado— el que había captado su interés, y ahora, un empecatado ciego que a nadie le importaba… excepto a Jesús. Ése era su estilo; el estilo que empapa todo el evangelio. Recordamos el pasaje del leproso, cuando todos se apartan y él se adelanta y le coge sin miedo al contagio ni a la impureza. O el de la pobre viuda que depositaba su monedita en el arca del Templo y era la primera a los ojos de Jesús. O el de la mujer adúltera por quien se juega la vida acusando públicamente a los santos de Israel de pecadores… Y tantos pasajes más…

Es muy difícil contemplar estas escenas sin saborearlas; sin sentir una profunda admiración por esa persona excepcional en quien creemos.

Miguel Ángel Munárriz Casajús

Para leer el comentario que José E. Galarreta hizo en su momento, pinche aquí

Fuente Fe Adulta

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Una fe que transforma y libera.

Domingo, 24 de octubre de 2021
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fichero_25641_20121026-710x434(Mc 10,46-52)

Lo impresionante de las curaciones de Jesús no está en que realice un gesto milagroso, una acción que parece romper las leyes de la naturaleza o cuestione las razones de las ciencias. Su fuerza está en su capacidad de propiciar un encuentro entrañable que hace que la persona herida por el sufrimiento pueda reconstruir su vida y pueda encontrarse a Dios acompañando ese proceso.

Sin duda, en las culturas de la antigüedad el modo de expresar, conceptualizar o comprender la enfermedad o los límites que impone la naturaleza es muy diferente al que en la actualidad tenemos, pero eso no disminuye el valor del relato y la novedad de la forma de actuar de Jesús con quien entra en relación con él.

En el mundo antiguo la enfermedad no era tanto una cuestión médica sino una cuestión social. Quien padecía cualquier dolencia o discapacidad era considerado impuro y por tanto se le excluía de la vida del grupo (Lev 21, 16-24). Desde esta manera de entender la enfermedad, la curación no dependía tanto de una actuación sobre los síntomas físicos, sino de un proceso de transformación de la vida total de la persona enferma que le permitiese volver a formar parte de la comunidad. Este proceso de curación pasaba por la aceptación de la actuación del sanador que mediaba el proceso que posibilitase la recuperación de la salud y la integración de la persona a la vida social y comunitaria.

Teniendo en cuenta este contexto, Jesús aparece como un sanador con unas características únicas que lo muestran curando a través de su palabra y del tacto, lo que lo separa de otros sanadores tradicionales que utilizan fórmulas, ritos, remedios. Jesús pone en el horizonte de su actuar la voluntad liberadora y restauradora de Dios. De hecho, los evangelios no subrayan, en primer lugar, lo maravilloso de sus signos y curaciones sino la invitación a descubrir en ellos a Dios y a vincularse a su proyecto [1]

El grito de esperanza de Bartimeo

El relato de la curación del ciego Bartimeo ejemplifica muy bien el modo de actuar de Jesús y como en ella se encarna la acción salvadora de Dios que busca recuperar la vida de quien sufre y está hundido por el mal.

A Bartimeo se le presenta en el relato, sentado al borde del camino. Un lugar que expresa no solo un espacio físico, sino su condición impura y marginal. Ahí, sobrevive gracias a las limosnas que recibe porque nadie se hace cargo de él. Ese lugar en el que está no le permite acercarse al grupo que pasa por el camino y necesita gritar para que Jesús, que camina rodeado de gente, pueda escucharle. Desde el grupo que acompaña a Jesús intentan que se calle porque, posiblemente, consideran que su voz no es digna de ser escuchada por el maestro y sanador, pero el ciego insiste en reclamar la atención de Jesús.

Sus palabras: “Hijo de David ten compasión de mí” expresan su esperanza y su fe en que Jesús puede sanarlo y reincorporarlo al camino comunitario. Bartimeo no ve solo en Jesús un sanador, sino que reconoce en él al Mesías de Dios. Esa fe le da la fuerza para buscar el encuentro con él y recibir el regalo de ser sanado y salvado.

Tu fe te ha salvado

Jesús escucha el grito de Bartimeo, lo busca, lo reconoce y entra en diálogo con él. No se acerca al borde del camino para hablar con él, sino que le pide a quienes lo acompañan que lo traigan al camino, que lo rescaten del espacio de impureza en el que está confinado. Este movimiento es ya un primer paso de inclusión y restauración social para esta persona.

Jesús no da por su puesta la necesidad del ciego, sino que le pregunta para poder escuchar de sus labios su necesidad. Con su pregunta lo reconoce en su dignidad y confía en su palabra. Sin duda para aquel hombre, poder expresar su sufrimiento, su impotencia, su carencia es comenzar a experimentar el cambio que está aconteciendo en su vida.

Jesús ante la respuesta de Bartimeo no hace ninguna acción que pudiese promover su curación física, sino que reconoce en su determinación y fe la acción salvadora de Dios que se expresa en su capacidad de volver a ver. De hecho, no le dice tu fe te ha curado, sino tu fe te ha salvado porque no se trata solo de poder ver con los ojos del cuerpo sino de poder ver con los ojos del corazón.

Le seguía por el camino

Cuando Bartimeo experimenta en su cuerpo y en su corazón la salvación de Dios, que lo restituye como persona y lo vincula de nuevo con su entorno, no vuelve a su lugar de origen, sino que se incorpora a la comunidad de Jesús. Porque se ha sentido liberado y reconstruido en su encuentro con Jesús, quiere también ser compañero en el proyecto salvador de Dios inaugurado por Jesús. Al seguirle por el camino, se incorpora a la comunidad del Reino como testigo del amor y perdón que Dios, el Abba de Jesús, ofrece a cada ser humano. Como seguidor de Jesús se compromete a vivir a su estilo, a vincularse con otros y otras como un ser humano nuevo, capaz de construir relaciones inclusivas y espacios sanadores.

El relato del encuentro entre Jesús y Bartimeo nos recuerda nuestro horizonte de seguimiento, nos invita a preguntarnos como construimos comunidad al estilo de Jesús y como seguimos colaborando en hacer posible que nadie se quede en el borde del camino, que nadie tenga que resignarse a vivirse estigmatizado o etiquetado porque sufre, no ha acertado en sus decisiones o sencillamente no responde a lo que esperamos de él o ella.

Carme Soto Varela

[1] Elisa Estévez, Mediadoras de sanación. Encuentros entre Jesús y las mujeres: Una nueva mirada, Universidad Comillas. San Pablo 2008, 170-173..

Fuente Fe Adulta

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Queremos ver.

Domingo, 24 de octubre de 2021
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40E8E6D1-C931-4D17-973B-2B093019F378Domingo XXX del Tiempo Ordinario

24 octubre 2021

Mc 10, 46-52

Aunque en ocasiones no lo parezca, uno de los anhelos humanos más profundos es el de “ver”. Esto no niega -como suele ocurrir también con otras aspiraciones- que ese anhelo esté aletargado, olvidado, ignorado…, mientras vivimos entretenidos en otras cosas, en las que buscamos compensación a nuestro vacío. Pero el anhelo sigue ahí, por lo que, a poco que nos detengamos, podremos oír un suave susurro: “Quiero ver”.

 Ver significa comprender en profundidad. No se trata de una comprensión intelectual o mental, sino profunda, experiencial o vivencial, que se plasma en una certeza básica: la certeza de ser, que nos permite reconocernos en nuestra verdadera identidad: somos vida experimentándose en una persona particular.

 En esa comprensión radica todo, porque todo fluye de ella. Lo que nace del voluntarismo tiene un recorrido muy corto, con el riesgo añadido de romper o “quemar” a la persona. De la comprensión nace un movimiento ajustado y autosostenido, que nos permite vivir de manera sabia. Porque, en último término, de eso se trata: de vivir con sabiduría, es decir, a partir de la comprensión de lo que realmente somos.

 ¿Cómo podemos ver? Paradójicamente, la comprensión de la que hablamos no se halla al alcance de la mente, tal como expresara certeramente Jiddu Krishnamurti: “Solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”. El motivo es simple: la mente solo puede captar objetos, pero se le escapa todo lo que trasciende el nivel de las apariencias.

 ¿Qué cabe hacer? Algo sencillo en sí mismo pero que, sobre todo al principio, se nos antoja tan complicado como inútil: entrenarnos en acallar la mente. Dado que la mente pensante constituye un filtro que nos impide ir más allá de los objetos, al silenciarla, se abre ante nosotros un horizonte inédito: la riqueza del silencio. Hasta el punto de que, al experimentarlo, se nos hace evidente que eso que se percibe en él es lo realmente real. Todo lo demás es real, pero impermanente.

 Tal entrenamiento comienza por distinguir en nosotros dos “lugares” diferentes: la mente pensante -con la que habitualmente nos hemos identificado”- y la consciencia-testigo capaz de observarla. La mente analiza, razona, elucubra…; el Testigo simplemente observa, atestigua, sin juicio y sin añadir pensamientos. A partir de ahí, se abre camino la sabiduría: empezamos a ver.

¿Me entreno en tomar distancia de la mente y situarme en el Testigo?


Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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¿Verá, querrá y podrá cambiar la Iglesia en este proceso sinodal?

Domingo, 24 de octubre de 2021
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49B4E387-8E43-44FD-8624-BA82820B36B0Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

1.- Un ciego al borde del camino.

    El ciego Bartimeo es el símbolo de nuestra ceguera, de toda ceguera humana.

   Muchas veces no vemos por dónde tirar en la vida ante determinados problemas y encrucijadas. En ocasiones estamos ciegos o cegados por una ideología, quizás por el odio, la cuestión que a veces: “no vemos”.

   Ver significa que la luz ilumina nuestras vidas y, como creyentes, ver significa creer y creer significa sentirnos salvados.

2.- Un ciego tirado al borde del camino.

   El ciego Bartimeo estaba “tirado”, sentado al borde del camino. Era mendigo como tantos que vemos tirados por la vida, o como tantas personas que “no ven” o no tienen salida en la vida. Quizás nosotros mismos estamos bloqueados, en “punto muerto”. Estaba aislado: al borde del camino.

   Dos consideraciones:

        2.1.- De carácter personal.

   También nosotros podemos encontrarnos paralizados, bloqueados, al borde del camino. Tal vez por la edad, por las decepciones y la cansera en la vida, por nuestras propias limitaciones, podemos encontrarnos fuera del camino de la vida sin acertar a ver el camino y, lo que es más serio, sin ganas de volver a caminar.

         2.2.- De carácter eclesial.

   Estos días se está iniciando en la Iglesia universal un proceso –llamémoslo así- que terminará en octubre del 2023 y que pretende poner a la Iglesia en clave sinodal, (sínodo significa “caminar juntos”). Parece que el papa Francisco pretende remodelar la Iglesia y ponerla en clave más comunitaria y en camino.

   Hace unos días tan sólo decía el cardenal alemán, Marx, que la Iglesia ha llegado a un punto muerto:

   “Estamos en un punto muerto en la Iglesia”. “Algunas cosas tendrán que morir por ello, pero otras también resucitarán”.

   ¿Será posible, querrá la Iglesia cambiar sus lentos, pesados y viejos mecanismos de muchos siglos y pasar a una iglesia-asamblea en la que se escuche, se dialogue y caminemos realmente juntos?

  Habremos de sentirnos pobres y ciegos como Bartimeo y nos acercarnos al Señor: que veamos lo que hemos de hacer en la vida.

3.- Acercarse a Jesús, luz del mundo. Jesús, ¡ten compasión de mí!

    El ciego se acerca a Jesús, que es la luz, y por dos veces le pide: ten compasión de mí.

  El acercamiento a Jesús se produce porque Jesús es bueno, misericordioso, porque hace el bien, sana, perdona… La luz de Jesús no es la doctrina, sino la bondad.

    Este tiempo sinodal, que se abre estos días, producirá frutos si no se queda en una inflación de reuniones, liturgias y documentos, sino si la Iglesia se abre a la bondad del Señor, a unas relaciones bondadosas entre iguales.

    Jesús sintió compasión y sanó la vida de aquel hombre

4.- Tu fe te ha salvado

    La “ceguera” eclesial, cultural, personal se cura con bondad.

    Hemos de estudiar, hacer buena teología y mejor pastoral; tiene que darse una legislación correcta, pero al final ve quien confía, quien cree. San Pablo lo dice de otro modo: El justo vive por la fe. (Rom 1,17).

   Apelo a nuestra propia experiencia de confianza en la vida: vemos cuando confiamos en un médico, en un amigo, en un profesor, la confianza en la relación marido-mujer, la confianza entre amigos. Esa confianza salva. Y cuando ponemos nuestra confianza en Dios esa fe -confianza- salva: solamente en Dios descansa mi vida, (Salmo 61).

    El evangelio de hoy comenzaba con un hombre aparcado, tirado en la vida, que termina caminando: Ánimo, levántate

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Que pueda ver.

Domingo, 28 de octubre de 2018
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Oasis de Jericó
en la vega del Jordán;
todo luz, todo verdor,
todo rumores de aguas,
todo un regalo de Dios.
¡Y tú, ciego Bartimeo,
de oscura y seca pupila,
sin poder captar el vuelo
de aquella luz tamizada
de un limpio sol mañanero!
Si una vez dijo un poeta
que no hay en el mundo nada,
tan inhumano y cruel,
como ser ciego en Granada,
habrá que añadir también
que ser ciego en Jericó
es ser ciego en un Edén.
¡Pobre ciego Bartimeo,
pidiendo junto al camino,
limosna a los pasajeros!
¡Qué suerte aquella mañana,
cuando al pasar el Señor,
algo se encendió en tu alma
para poderle gritar:
Jesús, quiero ver el sol,
y, sobre todo, tu cara!
Era tu fe quien gritaba,
ya no te importaba ver
la luz y el correr del agua,
sólo gritabas muy fuerte:
¡Jesús, hijo de David,
que pueda yo ver tu cara!
Y cuando oiste su voz
y oiste que te llamaba,
allí tu manto voló
sobre el polvo del camino,
para así correr mejor.
La luz se posó en tus ojos,
de oscura y seca pupila,
y pudiste ver el rostro
del que es la Luz que ilumina
al hombre que al mundo llega.
Y te lanzaste al camino…
¡Camino que guía y lleva!
*

José Luis Martínez SM

El ciego Bartimeo (Mc 10. 46-52)

ciego

***

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

– “Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

– “¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

*

Marcos 10, 46-52

***

En este episodio sobresale de modo evidente la lógica del amor. Cristo llega y manda llamar a Bartimeo. El ciego, que todavía lo era, abandona su manto – o sea, todo lo que tenía- y dando «un salto» se dirige hacia el «hijo de David». El ciego, que cuando gritaba antes era reprendido por los discípulos y por las personas que rodeaban al Señor para que callara, cuando le dicen que Cristo le llama, se confía del todo a esta llamada.

        Podía ser muy bien una tomadura de pelo, un momento de insana diversión por parte de la gente, como probablemente había vivido ya Bartimeo. Pero esta alusión al salto que dio hacia Jesús indica un clima festivo. Es una muestra de la certeza interior del ciego de que aquel que está pasando ¡unto a él es el Mesías, el rey de la justicia, que puede tomarle consigo en su camino hacia Jerusalén. Y la pregunta que le hace Jesús es desconcertante: «¿Qué quieres que haga por ti?». Existe una auténtica angustia en el hombre cuando piensa que, si conoce a Dios, deberá servirle, dejará de ser libre. Pero cuando el ciego -expresión de toda la pobreza del hombre- está frente a Cristo, reconocido como hijo de David, es él, el Mesías, el que pronuncia la frase típica de todo siervo cuando le llama su señor: «¿Qué quieres que haga por ti?». Dios desciende y sale al encuentro del hombre que grita, presentándose a este hombre como humilde siervo.

*

M. I. Rupnik,
Decir el hombre, icono del creador, revelación del amor,
PPC, Madrid 2000.

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"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Con ojos nuevos”. 30 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,46-52)

Domingo, 28 de octubre de 2018
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bce3993f-2c39-436a-8d69-42732f5f66acLa curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.

Bartimeo es «un mendigo ciego sentado al borde del camino». En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?

Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!». Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.

El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús, que le llega a través de sus enviados: «¡Ánimo, levántate, que te llama!». Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús, que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.

El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: «Maestro, que recobre la vista». Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y «le seguía por el camino».

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca.

José Antonio Pagola

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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 25 de octubre de 2015. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 28 de octubre de 2018
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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28.10.18 Los ojos de Bartimeo.

Domingo, 28 de octubre de 2018
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Del blog de Xabier Pikaza:

28.10.18. Dom 30, tiempo ordinario. Mc 10, 46-52
Los peregrinos que venían de Galilea caminaban por tres o cuatro día… y aprovechaban el Sábado para descansar el Jericó,antes de iniciar la etapa final de ascenso a Jerusalén, con más de 1.200 metros de desnivel.

Allí habría descansado Jesús, cumpliendo el precepto legal, con los demás peregrinos, pues nadie subía por el camino de Jerusalén en Sábado, aunque el evangelio de Marcos (a diferencia del de Lucas) no dice nada del descanso en Jericó, en casa de Jairo.

El caso es que salen de Jericó, y a la misma salida encuentran al ciego, sentado al borde del camino, pidiendo limosna.

No hay nada más triste en el mundo que no ver a Jesús cuando pasa..
. y por eso el ciego pide un milagro para verle. Quiere que Jesús sea su faro en el camino, su camino en la roca, su meta. Por eso, está dispuesto a todo, y llama a Jesús. Nada más triste que los ojos de Bartimeo, a no ser que venga Jesús, para abrir sus ojos…

1. Un ciego a la espera, un camino en la montaña

4e74ede329dd0065887e425da0167b1bMc 10 46 Y cuando salía, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar: ¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí! 48 Muchos lo reprendían para que callara. Pero él gritaba todavía más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!

Sea como fuere la razón de la parada (o no parada) de Jesús en Jericó, el “milagro” del ciego está situado precisamente en el momento de “salida” de Jericó, en la última etapa del ascenso a Jerusalén, cuando Jesús recibe en su cortejo de Reino precisamente a este ciego (recuérdese que los ciegos son importantes en la “historia” religiosa de Jerusalén (como saben, desde perspectivas complementarias, 2 Sam 5, 8 y Mt 21, 14).

Jesús, a quien acompañan sus discípulos, viene con más gente e inicia con ella el último tramo, el último día, de su ascenso mesiánico (cf. Mc 10, 32). Al borde del camino (para tên hodon) se encuentra Bartimeo, mendigo ciego, que le grita; la gente se lo impide diciéndole que calle (10, 46-48), pero Jesús sabe escuchar, como seguirá mostrando el texto.

No es sin más un ciego, sino el ciego de la salida de Jericó, sentado a la vera del camino que sube hacia Jerusalén. Todo nos permite suponer que está a la espera de alguien (¿el mesías?) que pase y le ayude. En ese sentido es un signo de todos aquellos a quienes el mismo Jesús ha de curar, para que vean y le puedan seguir en el camino. Quizá podamos tomarle como signo de aquellos que deben superar sus cegueras anteriores, descubriendo a Jesús tras la pascua, en Galilea (cf. Mc 16, 6-8 allí «le veréis, según os dijo»).

En ese sentido, el “milagro” de Bartimeo anticipa la historia de la pascua, cuando los discípulos puedan ver a Jesús de forma nuevo. Pero, al mismo tiempo, este milagro recuerda la historia del ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26), con el que terminaba la primera parte de Marcos (1, 14−8, 26) y comenzaba la segunda (8, 28−15, 47), mostrándonos que sólo unos ojos abiertos podían descubrir el sentido y las implicaciones del camino de Jesús.

road-from-jerusalem-to-jericho-headerPero en el milagro anterior escena parecía a truncada, pues Jesús mandaba al ciego curado que se fuera, y el ciego se iba y Pedro no entendía, ni no lograba mantenerse firme ante las exigencias del mesianismo de Jesús Hijo de Hombre (cf. 8, 18-.9, 1). Ahora, en cambio, este milagro adquiere un sentido muy positivo, pues el ciego bien curado sabe abrir los ojos y queda con Jesús, y le sigue en el camino y es ejemplo de visión y fidelidad para todos los que acompañan a Jaús.

Evidentemente, él no tiene por qué saber lo que Jesús ha ido diciendo en sus palabras anteriores.

Pero volvamos al ciego, a la salida de Jericó, a la vera del camino pascual: está inmóvil y parece que no tiene más oficio ni esperanza que vivir como mendigo. Es enfermo, está ciego y vive a costa de aquello que le quieren ofrecer los peregrinos. La ciudad pascual se encuentra cerca, pero él no puede subir para admirar su santuario y orar con el resto de los fieles.

Su ceguera le tiene clavado al borde del camino, en la etapa final de la subida y del drama del Reino. Como he dicho, este ciego no conoce a Jesús, pero se puede suponer que está al corriente de lo que implica su camino, sea en la línea de las predicciones de la pasión (Jesús sube a Jerusalén dispuesto a morir: 8, 31; 9, 31; 10, 33), sea en la línea de una esperanza general, de tipo davídico-mesiánico. De esa forma, cuando se entera de que Jesús pasa, él confía y le grita por dos veces: ¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí! (cf. 10, 47-48).

domingo-30o-ordinarioAl invocarle así, como “Hijo de David”, en su ascenso hacia Jerusalén, este ciego le está diciendo de algún modo que es “Mesías”, en una línea que culminará precisamente cuando Jesús llegue (¡esa tarde!) a Jerusalén y sus acompañantes le aclamen diciendo: ¡Bendito el Reino de nuestro padre David! (11, 10). Recordemos que, como he dicho, estamos en la mañana del “domingo” que precede al Sábado de Pascua (¡aquel año la pascua caía en sábado), y los peregrinos que inician la marcha muy temprano podrán llegar a Jerusalén antes de la caída de la tarde. De esa manera, esta escena, con la invocación del ciego, forma el primer acto de la “entrada en Jerusalén”, que empieza precisamente aquí, en Jericó.

Esta invocación (¡Hijo de David!) tiene, sin duda, un tono mesiánico y proviene, paradójicamente, de un ciego al borde del camino. Sin duda, cuando luego le pedirá “que vea”, se puede suponer que está pensando en un “hijo de David” que tiene capacidad de “curar”, como Salomón, a quien la tradición presenta como Hijo de David y sanador. Pero en este contexto, al final del camino de ascenso a Jerusalén, este título (Hijo de David) tiene un sentido claramente mesiánico, lo mismo que el de Roca, cuando dijo que Jesús era “el Cristo” (8, 29). Pero hay una diferencia esencial:

Pedro había dicho a Jesús que era el Cristo, en las aldeas de Cesarea de Felipasto”, , pero en el fondo quería aprovecharse de él e impedirle cumplir su camino, dando la vida por los otros;

Bartimeo, en cambio, llama a Jesús “Hijo de David” para ver y seguirle en el camino. En ese sentido es más fiel que Pedro, más cristiano.

Sea como fuere, Bartimeo, ciego de camino, no busca el reino de Jesús en sentido político/militar; tampoco quiere el poder, como lo acaban de buscar los zebedeos; ni está empeñado en defender su dinero, como el rico (cf. 10, 17-45), sino que reconoce su carencia propia (es un ciego), y sólo quiere ver, y para eso pide la ayuda de Jesús, en medio del gentío que llena el camino y que pasa, subiendo hacia Jerusalén. Si Jesús es de verdad “Hijo de David” tiene que abrirle los ojos, como se los abre, no para seguirle en un camino de toma militar de la ciudad (como el David antiguo: 2 Sam 5, 8-9), sino de entrega de la vida, precisamente en Jerusalén. Leer más…

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El mendigo que no quería dinero. Domingo 30 ciclo B

Domingo, 28 de octubre de 2018
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mendigo-ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

El evangelio de este domingo cuenta el ultimo milagro realizado por Jesús durante su vida pública. Pero no es uno más; el relato depara interesantes sorpresas.

El protagonismo de Bartimeo

            En contra de lo que cabría esperar, el principal protagonista no es Jesús. Este se limita a ir por el camino y, cuando oye a uno que le grita repetidamente pidiéndole que se compadezca de él, ni siquiera se acerca para saber qué quiere. Lo manda llamar. Y cuando tiene lugar el milagro, no se lo atribuye; todo es mérito del ciego.

            En cambio, a Bartimeo le concede el evangelista una atención especial. Aparte de indicarnos el nombre de su padre (detalle que no se da en otros casos) se describe con detalle todo lo que hace. Ha elegido un buen sitio para pedir limosna: el camino de Jericó a Jerusalén, uno de los más transitados. Y cuando se entera de que quien pasa es “Jesús el nazareno” comienza a gritar pidiéndole que se compadezca de él. En nuestras calles y en las entradas de las iglesias nunca faltan mendigos. En general se comportan de forma educada, a veces ni hablan, les basta un gesto. ¿Qué sentiríamos si uno de ellos se pusiera a gritar repitiendo: «Ten compasión de mí»? Reaccionaríamos igual que los que acompañan a Jesús: diciéndole que se calle. Pero Bartimeo insiste, grita cada vez más. Y cuando consigue que Jesús lo llame parece que ha dejado de ser ciego. De un salto, sin miedo a tropezar, deja tirado su manto y marcha hacia él. Entonces ocurre lo más sorprendente.

Tres finales posibles

Imaginemos lo que podría haber ocurrido para comprender mejor lo que ocurrió.

Primer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, Bartimeo no lo duda: una buena limosna. Jesús encarga a Judas que se la dé, este lo hace a regañadientes, y Bartimeo duda si seguir pidiendo o marcharse a su casa a descansar.

Segundo final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús, apartándolo de los presentes (como hizo en otro caso parecido) le toca los ojos y le concede lo que pide. Bartimeo recoge su manto y vuelve a su casa. Cuando su mujer y sus amigos se recuperan de la sorpresa, le dicen: «Ya no tienes excusa para no trabajar». Bartimeo se arrepiente de haber pedido el milagro.

Tercer final: Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, no lo duda: «Volver a ver». Jesús no hace nada, pero Bartimeo recupera de inmediato la vista. Olvidando su manto, su familia, sus amigos, sigue a Jesús camino de Jerusalén. Esto último es lo que ocurrió.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

-“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

-“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

-“Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

-“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

-“¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

-“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

-“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Bartimeo, los discípulos y nosotros

 Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

            Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo, y cualquiera de nosotros, puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.

            En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender, o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

 Otros detalles interesantes del relato

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. Puede tener dos sentidos: a) Jesús, como “hijo de David”, es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús, como “hijo de David”, es igual que Salomón, al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones. En este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  2. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  3. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  4. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección. Una vez más, Bartimeo se convierte en modelo para nosotros.

1ª lectura: una imagen vale más que mil palabras

            El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

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Así dice el Señor:

“Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén. Sin embargo, la actual tragedia de los refugiados ayuda a valorar ese mensaje de esperanza.

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Domingo XXX del Tiempo Ordinario. 28 de octubre de 2018

Domingo, 28 de octubre de 2018
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d-xxx

“Jesús le dijo:–
¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
– Maestro, que pueda ver.”

(Mc 10, 46-52)

El domingo pasado Jesús les hacía esta misma pregunta a dos de sus discípulos: Santiago y Juan.

Jesús se muestra disponible: “¿Qué quieres que haga por ti?” Nos invita a expresarle nuestras necesidades, porque al expresarlas pueden empezar a sanar.

Bartimeo era ciego y era evidente. Pero también Santiago y Juan estaban ciegos. Incluso los otros diez andaban mal de la vista. Sin embargo solamente Bartimeo era consciente de su ceguera y por eso le pide a Jesús:

“-Maestro, que pueda ver.”

Estamos acostumbradas a leer la Biblia a trocitos y está muy bien para unas cosas. Nos ayuda a meditar sobre un aspecto concreto, pero si nos conformamos con esa lectura perdemos la visión de conjunto.

Los evangelios que venimos leyendo los últimos domingos forman una unidad que está pensada para hacernos caer en la cuenta de nuestra propia ceguera.

Desde finales del capítulo 8, Marcos nos está mostrando el camino que tiene que recorrer el Mesías. Y es un camino que atraviesa el sufrimiento.

Jesús anuncia por tres veces su pasión mientras intenta hacerles comprender a sus discípulos lo que significa el seguimiento.

Al final de toda esta enseñanza y después de tres anuncios de la pasión queda clara una cosa: los discípulos no han entendido NADA. Dos de ellos le piden puestos de honor y los demás se enfadan.

Jesús se acerca a su pasión y sus discípulos están cada vez más lejos. Aquí aparece Bartimeo. Es un Icono de Esperanza. Un resquicio de Luz.

Alguien está empezando a comprender… Bartimeo se da cuenta de su ceguera. Oye hablar de Jesús pero todavía no puede ver al Mesías.

Bartimeo es el modelo de discípulo porque quiere ver y cuando recobra la vista sigue a Jesús por el camino.

Y nosotras, ¿somos conscientes de nuestra ceguera? ¿Dónde tenemos puesta nuestra mirada? ¿En nuestro propio ombligo como Santiago y Juan? ¿En lo que hacen los demás como los otros diez? ¿O queremos ponerla en Jesús como Bartimeo?

Oremos

Maestro, que recobre la vista.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa 

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Tú puedes ver, ¡Convéncete!

Domingo, 28 de octubre de 2018
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ciego_03Mc 10, 46-52

Seguimos en la misma dinámica. Sale Jesús de Jericó, camino de Jerusalén. Hoy no hay enseñanza añadida, el mismo relato entraña la lección. Lo encontramos en los tres sinópticos de manera casi idéntica. Lc sitúa el relato antes de entrar en Jericó. Mt habla de dos ciegos pero el relato es el mismo. Estamos en la última escena, antes de entrar en Jerusalén. Después del relato de hoy, el evangelio de Mc da un profundo quiebro. Lo que acontece en Jerusalén está más cerca del relato de la pasión que de lo narrado hasta ahora.

Es un relato que tiene poco que ver con los que Mc ha utilizado hasta ahora. Le llama; le pregunta qué es lo que quiere; admite el título de Hijo de David; no lo aparta de la gente; la curación no va acompañada de ningún gesto; no le manda guardar silencio sobre lo sucedido. Una vez que Mc ha dejado claro que el camino hacia el Reino es la renuncia y la entrega hasta la muerte, ya no hay lugar para los malentendidos. No tiene sentido mandar callar ni rechazar el título de Mesías. Como vamos a ver, todo son símbolos.

Al borde del camino. Bartimeo es el símbolo de la marginación, está fuera del camino, tirado en la cuneta, sin poder moverse, viendo cómo los demás pasan y dependiendo de ellos. El ciego tenía ya asignado su papel, (la exclusión), pero no se resigna. Sigue intentando superar su situación a pesar de la oposición de la gente. Hijo de David era un título mesiánico equivocado; suponía un Mesías rey poderoso, que se impondría con la fuerza. A Mc ya no le importa, no le manda callar.

Le regañaban para que se callara. Los que acompañan a Jesús no quieren saber nada de los problemas del ciego. Como diciendo: En la situación en que te encuentras no tienes derecho a protestar ni a gritar. Aguanta y cállate. Era el sentir del pueblo judío, tan religioso él. “La gente” significa, para nosotros hoy, la inmensa mayoría de los cristianos que siguen a Jesús, pero no descubren la necesidad de ver más allá de sus narices y emprender un nuevo camino. Una vez más aparece la sutil ironía de Mc: los que seguían a Jesús eran un obstáculo para que el ciego se acercara a él. Los más cercanos a Jesús siguen sin ver.

Llamadlo. Se advierte la carga simbólica del relato. En menos de una línea se repite por tres veces el verbo llamar. La llamada antecede siempre al seguimiento. Jesús valora la situación de muy distinta manera que sus acompañantes… Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Al menor síntoma de acogida, el ciego tira el manto y da un salto. Un ciego debía andar a tientas y con cuidado. Ahora confía, aunque no ve. El manto representa lo que había sido hasta el momento, que se convierte en un estorbo. Todas sus esperanzas están ahora puestas en Jesús. Este es el verdadero milagro, que el mismo ciego realiza.

¿Qué quieres que haga por ti? Desde el punto de vista narrativo, la pregunta no tiene ningún sentido. ¡Qué va a querer un ciego! La pregunta que le hace Jesús, es la misma que, el domingo pasado, hacía a Santiago y Juan. La pregunta es idéntica, pero la respuesta es completamente distinta. Los dos hermanos quieren “sentarse” junto a Jesús en su gloria. El ciego quiere ver para “caminar” con él. La diferencia no puede ser más abismal.

¡Que pueda ver! Jesús provoca, con su pregunta un poco absurda, este grito. En toda la Biblia, el “ver” tiene casi siempre connotaciones cognitivas. Ver significa la plena comprensión de aquello que es importante para la vida espiritual. Este grito es el centro del relato, siempre que descubramos que no se trata de una asistencia sanitaria. Se trata de ver el camino que conduce a Jerusalén para poder seguirlo. El camino del servicio que conduce hacia el Reino. De ahí la respuesta de Jesús: ¡Anda! El objetivo final no es la visión, sino la adhesión a Jesús y el seguimiento. Una lección para los discípulos que no terminan de ver.

Tu fe te ha curado. Una vez más, la fe-confianza es la que libera. Solo él ve a Jesús. Solo él le sigue por el camino… el camino que lleva a la entrega total en la cruz. Mc deja bien claro que una respuesta auténtica a la llamada de Jesús, será siempre cosa de minorías. La multitud que seguían a Jesús sigue ciega. Todos estos domingos venimos viendo la falta total de comprensión de los discípulos. No habían ni siquiera atisbado la propuesta de Jesús. Solo después de la experiencia pascual ven a Jesús y le siguen.

Y lo seguía por el camino. El ciego, una vez que descubrió a Jesús le sigue en el camino hacia Jerusalén. Antes estaba al borde, es decir fuera del camino. El relato de una ceguera material es el soporte de un mensaje teológico: Jesús es capaz de iluminar el corazón de los hombres que están ciegos y a obscuras. Los discípulos demuestran una y otra vez, su ceguera. Un ciego tirado en el camino, ve. Antes de ver, espera el falso “Mesías davídico”. Después descubre al auténtico Jesús, que va hacia la entrega total en la cruz, y le sigue.

Ya en la primera lectura de Jeremías encontramos un anuncio de este mensaje: Dios salva un resto de su pueblo. No salva a los poderosos, ni a los sabios, ni a los perfectos sino a los ciegos y cojos, preñadas y paridas. Es decir a los débiles. No es el ciego el que está hundido en la miseria. La verdadera miseria humana está en los que, aún siguiendo a Jesús, mandan callar al ciego. Lo estamos repitiendo todos los días. ¡Que se callen los miserables! ¡Que eliminen los mendigos de las calles! No nos dejan vivir en paz. No oír, no ver la miseria que hay a nuestro alrededor, mirar hacia otro lado, es la única manera de vivir tranquilos.

La evolución ha sido posible gracias a que la vida ha sido despiadada con el débil. El evangelio establece un cambio sustancial en esa marcha. Jesús trastoca esa escala de valores, que aún prevalece hoy. Se daba por supuesto que Dios estaba en esa dinámica, y que todo lo defectuoso era rechazado por Él. Esto es lo que no podía soportar Nietzsche, porque creía que el evangelio exaltaba la mezquindad. Nunca fue capaz de descubrir el valor de un ser humano a pesar de sus radicales limitaciones. La esencia de lo humano no está en la perfección sino en la misma persona, independientemente de sus carencias.

La actitud de Jesús fue un escándalo para los judíos de su tiempo y sigue siéndolo para nosotros hoy. Hemos avanzado con relación a las limitaciones físicas, pero con los fallos morales. Jesús no solo se acercó a los ciegos, cojos y tullidos; también se acercó a los pecadores públicos, a las prostitutas, a las adúlteras. Lc, después de este relato, inserta el de Zaqueo que expresa lo mismo, pero con relación a los impuros. Nosotros seguimos creyendo que los pecadores son también rechazados por Dios. Ellos nos preceden en el Reino.

La escala de valores que nos propone el evangelio, no solo es distinta, sino radicalmente opuesta a la que los humanos manejamos todavía hoy. Entendemos al revés el evangelio cuando pensamos: Qué grande es Jesús que, de una persona despreciable, ha hecho una persona respetable. Desde nuestra perspectiva, primero hay que cambiarla, después hablaremos. El evangelio dice lo contrario, esa persona ciega, coja, manca, sorda, pobre, andrajosa, marginada, pecadora; esa que consideramos un desecho humano, es preciosa para Dios. Y por lo tanto es preciosa para Jesús. ¡Nos queda aún mucho por andar!

Meditación-contemplación

Grita desde lo hondo de tu ser una y otra vez:
¡Que pueda ver! ¡Que pueda ver!…
Y pronto te responderán:
¡Pero si puedes ver! Solo tienes que abrir los ojos.
El ojo interior está hecho para ver;
descubre la causa de tu ceguera.

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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¡Qué queremos de Jesús?

Domingo, 28 de octubre de 2018
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ciego“Si no sabes hacia dónde se dirige tu barco, ningún viento te será favorable (Aforismo popular).

28 de octubre. Domingo XXX del TO

Mc 10, 46-52

Jesús le preguntó: ¿Qué quieres del mí? Contestó el ciego: Maestro, que recobre la vista               

Estamos a oscuras y, como el ciego Bartimeo queremos ver la luz. Dejando nuestro manto, abandonamos nuestra vida vida para seguir una nueva detrás de Jesús. Estábamos al margen del camino, y ahora pretendemos seguir al Maestro, que es el camino.

Unos gentiles se acercan a Felipe para decirle: “Queremos ver a Jesús”. Este es el ruego que, con urgencia clamorosa, nos hacen llegar a los creyentes millones de hombres de nuestra época: “¡Hombres de Iglesia, devolvednos a Cristo!”, que nos lo habéis robado, como lamenta María Magdalena. ¿Quién no conoce o ha escuchado este grito del contradictorio Roger Garaudy: “El Evangelio todavía tiene que decir algo a la humanidad”Jesús sigue interesando a los hombres que, aun sin saberlo, de maneras impensables, están clamando por él y por su Evangelio. Su compromiso y su vida siguen suscitando testigos y admiradores en todos los ambientes y latitudes.

Javier Jiménez Rivero, pintor y escultor de imágenes malagueño nacido en 1991, ha plasmado en una lámina la interrelación existente entre música y ser humano, convirtiendo a esta rama del arte en la expresión máxima de la evolución y construcción de la esencia del hombre.  Personalmente yo quiero de Jesús que plasme dicha interrelación en mí y me ayude a edificar en mi esa máxima evolución y construcción de mi esencia de hombre qué él ya tiene.

Como dijo Fray Marcos en la misa del pasado domingo, 2 de septiembre: “Lo que tenemos que hacer en este evangelio es que nos acerquemos a lo hondo de nosotros mismos, además nos acerquemos a los otros, pero siempre con la consecuencia de que nos acerque a los demás. Señor, ayúdanos a descubrirnos descubriendo como fundamento de nuestro propio ser, como realidad que nos permite desplegarnos hasta límites infinitos, sobre todo en nuestro aspecto de humanidad. ¿Qué dice Jesús? Todo lo que me pide Dios, todo lo que puede exigir estará siempre encaminado al bien del hombre”.

Un profesor de la Universidad de Málaga, Julio Vera Vila, dice que: “Agradecer es recordar y tener presente a todos los que han aportado algo a mi sueño. Han sido momentos intensos y arduos, que han sacado a luz mis virtudes y también mis defectos. Ha sido un proceso de autoconocimiento, de acercarme a la realidad con otra mirada, en el que he podido establecer mis ideales y una serie de lemas que acompañarán ya por siempre en mi caminar. La educación es el mayor tesoro de la especie humana. Es la mejor herramienta para hacer del mundo un lugar mejor, donde todas las personas seamos iguales y podamos desarrollar todo nuestro potencial”.

En el evangelio de Juan 20, 15, encuentro de María con el jardinero, leemos: Jesús le dice: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quien buscas? Ella, tomándolo por el hortelano le dice: Señor, si tú te lo has llevado dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo” (Jn 20, 15)Tus manos polisémicas pintan en mi lienzo diversos caminos hacia mi destino. Quiero buscarlo con María Magdalena, y encontrarte. Un camino seguro y acertado, pues como dice un aforismo popular: “Si no sabes hacia dónde se dirige tu barco, ningún viento te será favorable.

San Juan de la Cruz bien que lo sabe, aunque, como canta en uno de sus Poemas, es de noche.

AUNQUE ES DE NOCHE

Aquella eterna noche está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no lo tiene,
mas sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben della,
aunque es de noche.

Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.

Su claridad nunca es oscurecida,
Y sé que toda luz de ella es venida
aunque es de noche.

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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“El relato de Bartimeo”.

Domingo, 28 de octubre de 2018
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fichero_25641_20121026-710x434Desde la hondura de mi noche, escuché un rumor en el camino, ese camino por el que mi ceguera no me permitía aventurarme. Mi sitio era una cuneta a la salida de Jericó, un lugar marginal, una prisión en la que permanecía encadenado y ajeno a la vida que circulaba ante mí. Escuché un murmullo:

-“Mirad, pasa Jesús, ese profeta galileo de quien todos hablan…”

Nunca he podido explicar después por qué supe en aquel preciso momento que la luz estaba pasando a mi lado y que había llegado para mí la ocasión única de dejarme alumbrar por ella. No tenía más instrumento que mi voz y me puse a gritar con todas mis fuerzas y a llamar al caminante “hijo de David”: quizá el nombre de un antepasado común rompiera las distancias que separaban a galileos y judíos:

“¡Ten compasión de mí!”

Mis gritos hicieron reaccionar a lo que le acompañaban que en seguida intentaron levantar ante mí un muro de recriminaciones y prohibiciones:

– “¡Silencio! ¡Cállate! No nos molestes…

Pero yo seguí gritando por si mi llamada alcanzaba al que estaba del otro lado del muro antes de que siguiera avanzando alejándose de mí.

De pronto, oí otra voz que ordenaba:

– “¡Llamadlo!”

y hacía saltar por los aires la distancia que nos separaba. Di un salto y corrí hacia él, abandonando el viejo manto que era mi única posesión, y llegué a tientas junto al que me había llamado. Ahora me reprochará mis pecados que son seguramente la causa de mi ceguera”, pensé. “O me hará preguntas sobre por qué vivo mendigando.

En vez de eso me preguntó:

– “¿Qué quieres que haga contigo?”

Algo me movió a dirigirme a él como Maestro, un título que jamás había dado a nadie, y expuse ante él el deseo más hondo de mi corazón: recobrar la vista. Miles de veces había soñado con la posibilidad de curarme y volver de nuevo a Jericó para y comenzar allí una vida digna y segura.

Me quedé atónito al oírle decir:

“Ve, tu fe te ha salvado”

y escuchar por debajo de aquellas palabras:

“Tu impotencia, reconocida y gritada, te ha hecho salir de tu noche y correr a mi encuentro, reconociendo tu carencia y tu deseo. Y es eso lo que ha abierto en ti el camino para la llegada de la salvación”.

Mis ojos se abrieron y le miré. Y supe al instante que la vida con la que antes soñaba se quedaba atrás, lo mismo que mi viejo manto: ahora que le había visto, lo único que deseaba era ser su discípulo, quedarme a su lado, hacer de su camino mi propio camino.

Y me decidí a seguirle en su subida a Jerusalén.

Dolores Aleixandre

Fuente Fe Adulta

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Ver significa creer.

Domingo, 28 de octubre de 2018
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tlc-086Del blog de Tomás Muro La Verdad es Libre:

01. VER SIGNIFICA CREER.

La curación del ciego de Jericó es un relato simbólico, lo cual no significa que no sea un hecho real, si bien no se trata de un “parte médico”.

Ver significa creer, y creer (fe) significa ser salvados.

02. UN HOMBRE CIEGO: CEGUERAS EN LA VIDA.

La situación del ciego Bartimeo era

o de ceguera (tinieblas), sin ver por dónde caminar, ni hacia dónde ir, sin intuir el sentido de la vida.

o Por tanto al borde del camino: fuera de la comunidad (eclesial) y del pueblo.

o Y en condición de mendigo: de mendicidad. Mendigaba compasión y luz.

CIEGOS SOMOS NOSOTROS

Todos, más o menos, vivimos situaciones de ceguera, de duda, de no saber por done “tirar” en la vida. A veces pasamos por valles de tinieblas, que dice el salmo 22.

Crisis personales, problemas a los que no les vemos la solución. A veces nos sobreviene la noche: ¿por qué suceden estas cosas? No vemos por qué Dios permite el hambre, la guerra, algunas situaciones políticas, eclesiásticas.

Son situaciones de ceguera.

Estos días en la Sociedad Fotográfica de Guipúzcoa podemos ver una exposición de fotografía sobre la depresión. Allí se muestra gráficamente lo que la noche, la ceguera de la depresión

AL BORDE DEL CAMINO.

En algunos momentos de la vida también nosotros atravesamos situaciones de ceguera en las que nos quedamos al borde del camino, vivimos fuera de los demás, distanciados de la familia, de la comunidad, de la Iglesia. A veces nos auto-marginamos, en ocasiones somos marginados. Hasta cierto punto somos “borderline”: nuestra psicología vive al margen, fuera del camino de la vida.

Es difícil vivir “afuera”, a descampado, bloqueado fuera de la convivencia.

03. HIJO DE DAVID: TEN COMPASIÓN DE MÍ.

Bartimeo intuye que en el Hijo de David, en el mesías puede encontrar COMPASIÓN. Aquel hombre ciego y bloqueado siente su propia debilidad y busca en el Mesías compasión y ayuda para ver y reemprender el camino.

Posiblemente la compasión sea la actitud más humana y cristiana.

Sentir y tener compasión por los demás es una actitud muy noble, muy humana.

Muchas veces sentimos y vivimos en rencor, con sed de venganza. La compasión, (misericordia, bondad) es un talante de gran valor humanista. La compasión hace salir lo mejor de nosotros mismos. El odio saca lo peor de nuestro espíritu.

La compasión no es debilidad sino grandeza de alma en el plano personal.

Poco o nada se emplea la compasión en el ámbito político, incluso apenas se echa mano de la compasión en ciertos ámbitos jerárquicos eclesiásticos. Sin embargo la compasión y la misericordia hacen bien a todos.

Dios tiene compasión de nosotros.

04. QUE VEA, QUE PUEDA VER.

No se trata de una cuestión física, de oftalmología, sino que aquel ciego quería ver en la vida.

A veces no sentimos a oscuras, en la noche de la depresión, en una encrucijada familiar, comunitaria.

Señor, que vea en esta noche cultural, familiar, eclesiástica.

05. TU FE TE HA CURADO.

El acercamiento confiado (fe) a Cristo, que es la luz: Yo soy la luz, nos permite ver en la vida, ilumina nuestra caminar y nuestro futuro.

La fe es el acto más central en la vida de una persona.

La luz más importante que ilumina nuestra vida es aquello en lo que creemos. Hay quien vive desde la luz del dinero, de la patria, y ese dinero o patria o placer son los que iluminan su vida. Pensemos en ideologías y esquemas de vida.

El encuentro con Cristo cura. La fe que sana es la confianza en Cristo. La confianza en Cristo nos ha curado.

06. RECOBRÓ LA VISTA Y LE SEGUÍA POR EL CAMINO.

Desde la compasión y confianza que despierta el Evangelio de Jesús, vemos.

Desde la luz de Cristo, ¿quién podrá apartarnos del amor de Dios: la enfermedad, la espada, las malas artes de las instituciones, la muerte? (Rom 8).

Aquel hombre se “reincorpora” al camino, a la comunidad, a la familia, a la Iglesia y seguía caminando en Éxodo (libertad) y Emaús (fraternidad).

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SEÑOR, TEN COMPASIÓN DE MÍ:
QUE VEA

***

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Que pueda ver.

Domingo, 25 de octubre de 2015
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Oasis de Jericó
en la vega del Jordán;
todo luz, todo verdor,
todo rumores de aguas,
todo un regalo de Dios.
¡Y tú, ciego Bartimeo,
de oscura y seca pupila,
sin poder captar el vuelo
de aquella luz tamizada
de un limpio sol mañanero!
Si una vez dijo un poeta
que no hay en el mundo nada,
tan inhumano y cruel,
como ser ciego en Granada,
habrá que añadir también
que ser ciego en Jericó
es ser ciego en un Edén.
¡Pobre ciego Bartimeo,
pidiendo junto al camino,
limosna a los pasajeros!
¡Qué suerte aquella mañana,
cuando al pasar el Señor,
algo se encendió en tu alma
para poderle gritar:
Jesús, quiero ver el sol,
y, sobre todo, tu cara!
Era tu fe quien gritaba,
ya no te importaba ver
la luz y el correr del agua,
sólo gritabas muy fuerte:
¡Jesús, hijo de David,
que pueda yo ver tu cara!
Y cuando oiste su voz
y oiste que te llamaba,
allí tu manto voló
sobre el polvo del camino,
para así correr mejor.
La luz se posó en tus ojos,
de oscura y seca pupila,
y pudiste ver el rostro
del que es la Luz que ilumina
al hombre que al mundo llega.
Y te lanzaste al camino…
¡Camino que guía y lleva!
*

José Luis Martínez SM

El ciego Bartimeo (Mc 10. 46-52)

***

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

“Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.”

Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:

“Hijo de David, ten compasión de mí.”

Jesús se detuvo y dijo:

– “Llamadlo.”

Llamaron al ciego, diciéndole:

“Ánimo, levántate, que te llama.”

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo:

– “¿Qué quieres que haga por ti?”

El ciego le contestó:

“Maestro, que pueda ver.”

Jesús le dijo:

“Anda, tu fe te ha curado.”

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

*

Marcos 10, 46-52

***

"Migajas" de espiritualidad, Espiritualidad , , , ,

“Curarnos de la ceguera”. 30 Tiempo Ordinario – B (Marcos 10,46-52)

Domingo, 25 de octubre de 2015
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30-852866-300x200¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.

El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Solo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.

El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: «¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.

Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.

Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.

José Antonio Pagola

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“Maestro, haz que pueda ver” . Domingo 25 de octubre de 2015. Domingo 30º ordinario.

Domingo, 25 de octubre de 2015
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57-ordinarioB30 cerezoLeído en Koinonia:

Jeremías 31, 7-9: Guiaré entre consuelos a los ciegos y cojos.
Salmo responsorial: 125El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hebreos 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Marcos 10, 46-52: Maestro, haz que pueda ver.

El libro de Jeremías nos muestra un aspecto de la manifestación de Dios al que no estamos acostumbrados: la ternura. Dios nos ama sin importar si vamos por la vida como ciegos o cojos, es decir, si a duras penas podemos caminar o si apenas vemos o presentimos por dónde vamos. Dios nos ama, así estemos en un estado de vulnerabilidad o debilidad absoluta, como lo puede estar una mujer encinta o una madre que recién ha alumbrado a su hija. Dios nos ama incluso si hemos huido de él y nos hemos refugiado en el último confín de la tierra. Y la razón de ese amor no es otra que la de sentirnos hijos suyos, la de habernos engendrado por su amor, la de hacernos partícipes de su reino. Una de las insistencias de Jesús era la de vivir la experiencia amorosa de Dios como la esencia sobre la que se funda y funde nuestra vida; y no porque ello estuviera a tono con la sensibilidad religiosa de su tiempo.

El salmo empalma bien con la primera lectura y nos muestra cómo la magnificencia de Dios consiste en el rescate y redención de su pueblo. La experiencia del exilio ya no es la de vivir en un país extranjero, sino la de sentir que ningún lugar del mundo es extraño al proyecto transformador de Dios.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, afianza y confirma esa dimensión del poder de Dios manifestado como compasión y misericordia. Jesús consagra nuestra vida a Dios por medio de su vida y su Palabra. Él redime nuestras faltas y nos encamina por una experiencia en la que convertimos en fortalezas nuestras infaltables debilidades humanas. Él nos ofrece un camino de redención que supera el puro precepto religioso, la simple justificación sentimental o un vacío racionalismo abstracto. Dios es el que llama, y nosotros somos quienes podemos responderle. Ya no queremos un gurú o un experto en religión, sino un hermano o una hermana que camine con nosotros y nos ayude a realizar esa vocación por la cual nos hemos hecho cristianos.

El evangelio de Marcos narra la curación del ciego Bartimeo, el último “milagro” de Jesús narrado por Marcos. Tradicionalmente este pasaje se ha incluido en el género “milagro”, pero si se lo examina bien, carece de algunos elementos típicos de este género, como por ejemplo el gesto de curación o la palabra sanadora. Estamos, más bien, ante un relato, basado tal vez en un hecho histórico, que sobre todo quiere acentuar la importancia de la fe como fundamento del discipulado.

El relato, dentro de su sobriedad, está «cargado de detalles», que, sin duda, han sido puestos en el relato con segunda intención, para facilitar una interpretación y aplicación concreta. Marcos nos indica el lugar donde sucede este episodio: a la salida de Jericó, la ciudad de las palmeras en medio del desierto de Judá, la puerta de entrada en la tierra prometida (cf Dt 32,49; 34,1), paso obligado para los peregrinos que venían de Galilea, por el camino del Jordán, a Jerusalén, ciudad de la que dista algo más de 30 kilómetros. La Jericó del tiempo de Jesús estaba situada al suroeste de la mencionada en el AT. Había surgido en torno a la lujosa residencia invernal construida por Herodes.

Hay, además, una alusión explícita –aunque suene un tanto genérica– al nombre del ciego: Bar-timeo, el «hijo de Timeo»; Mateo y Lucas no mencionarán este detalle. Junto con el de Jairo es el único nombre propio que aparece en Marcos antes de iniciar el relato de la pasión. Algunos piensan que esto es debido al hecho de que probablemente este hombre formó parte de la comunidad cristiana palestinense.

El protagonista es un hombre ciego, doblemente pobre, por tanto. Lv 19,14, Dt 27,18, Is 59,9 son textos que nos ayudan a comprender la situación de los ciegos en Israel. La liturgia ha establecido un nexo entre este evangelio y la primera lectura de Jeremías porque en ambos casos se habla de un acontecimiento gozoso para los ciegos.

El diálogo comienza con una petición de Bartimeo, de hondo trasfondo veterotestamentario (cf Os 6,6), y que la liturgia eucarística ha incorporado en el acto penitencial: “Ten compasión de mí”. La petición va precedida por el título mesiánico de hijo de David. Esta es la única vez que aparece este título en el evangelio. Posteriormente el ciego le llamará “rabbuní” (término que solemos traducir por “maestro” y que el original de Marcos no traduce).

La gente lo manda callar para que no moleste. Este mandato no tiene nada que ver con el “secreto mesiánico” tan típico de Marcos, ya que aquí quien manda callar no es Jesús sino la gente. Cuando el ciego se entera de que Jesús lo llama, “soltó el manto” y, de un salto, se acercó a Jesús. Este detalle aparece también en 2Re 7,15. Es una manera de indicar el interés que produce el acontecimiento.

El diálogo posterior se narra de una manera esquemática: pregunta (¿Qué quieres que haga por ti?), petición (“Maestro, que pueda ver”) y respuesta (“Anda, tu fe te ha curado”). Como ya se indicó antes, faltan el gesto y las palabras de la curación. El acento recae en la fuerza de la fe. Esta es la que permite pasar de la tiniebla a la luz, del borde del camino al interior del camino, de la pasividad de quien mendiga a la actividad de quien sigue a Jesús hasta el final.

Hoy se habla mucho de las terapias sanadoras a través de la medicina natural, de las técnicas psicológicas, de las tradiciones budistas, de los flujos de energía… y de los problemas sicosomáticos, que se curan de un modo también psico-somático… Los milagros se desnudan y se nos hacen mucho más explicables, mucho más del día a día. La vida está llena de «milagros» para quien sabe llevarla, por quien la lleva con coraje, con «fe». La «inteligencia emocional» (cfr. Daniel Goleman), la «inteligencia ecológica» (del mismo autor), la «inteligencia espiritual» (cfr. Danah Zohar), el holismo, la sinergia… nos trasladan a un «realismo mágico» nada inaccesible. La fe mueve montañas, ya lo dijo Jesús. Los milagros de nuestra fe no tienen por qué ser milagros-milagros, estrictamente sobrenaturales… Al menos, muchos de los de Jesús de Nazaret parece que no lo fueron, y los nuestros de hoy día es más difícil que lo sean. Tal vez necesitemos simplemente «educar los ojos» con esa inteligencia emocional, ecológica, espiritual (no en la visión lineal en la que nos educaron en el viejo paradigma)… y volver a echar mano de la fe, del «coraje de existir» (Tillich). Leer más…

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Dom 25. 10. 15. El ciego del camino y los “gorilas” de Dios

Domingo, 25 de octubre de 2015
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2Domingo 30. Ciclo b. Un ciego en el camino: Mc 10, 46-52. Muchos siguen a Jesús de un modo equivocado, buscando su triunfo personal, como han ido mostrando las historias de los últimos domingos:

–unos discípulos “gorilas” (¡perdón gorilas de verdad!)no dejan que los niños se acerquen a Jesús;
–hay un rico que quiere seguir a Jesús, pero no vende todo y lo da a los pobres para hacerlo:
–los zebedeos le siguen (lo mismo que Pedro), pero exigen los primeros puestos o le ponen condiciones.

Entre los que siguen a Jesús de un modo equivocado quiero hoy destacar a los “gorilas”, conforme a la segunda acepción de esa palabra:

— 1ª acepción. Gorilas son unos honrados primates de la selva africana (del Congo), donde quedan pocos y amenazados, son una belleza.
— 2ª acepción. Gorilas son un tipo de guardaespaldas duros, que dicen proteger por interés a ciertas personas (en nuestro caso a Jesús, y por extensión al Papa), aunque con frecuencia imponen su poder.

Los “gorilas” de Jesús no lograron impedir que acogiera y curar al ciego del camino. Dicen que algunos altos gorilas del Papa quieren impedir las reformas de Francisco. Desde ese fondo puede entenderse el evangelio de hoy. Buen domingo, buen fin del Sínodo.

Jesús, el ciego de Jericó y los gorilas.

Frente a los gorilas que quieren dirigir la marcha de Jesús presenta este evangelio a un auténtico discípulo: un mendigo ciego a quien todos rechazan; pero Jesús siente y le llama, escucha y le cura, por piedad y justicia de Dios.

Este mendigo pide luz, no sólo para ver a Jesús (y para verse a sí mismo en Jesús), sino para dejar todo y seguirle , pero unos “gorilas” a quienes Jesús no ha nombrado guardaespaldas se lo impiden

En este ciego del camino de Jericó a Jerusalén se compendian todos los que quieren acompañar a Jesús, para ver y transformarse, para aprender y cambiar.

Pero hoy, como entonces, sigue habiendo “gorilas” que no quieren que los ciegos vean, que quieren controlar el camino de Jesús.

Éste sigue siendo un evangelio inquietante y muy actual, aunque en este post no quiero hacer comparaciones más precisas con la Iglesia del Sínodo 2014/2015 que termina precisamente en este domingo, con claros gorilas del Dios de Jesús, porque me parecen evidentes.

Hay todavía bastantes que quieren (¿queremos?) controlar a Jesús como “guardaespaldas”, que le impiden (¿le impedimos?) acercarse de verdad a la gente. Pero Jesús quiere y puede liberarse de ellos (¿de nosotros?), para que el ciego de Jericó pueda ver y seguirle en libertad, superando así el intento de aquellos que intentan controlarle.

Ojalá vuelva a liberarse Jesús este domingo de gorilas del final del Sínodo en que estamos todos implicados. Buen domingo a todos.

El texto

Mc 10, 46 Llegaron a Jericó. Y cuando salía de Jericó acompañado por sus discípulos y por bastante gente, el hijo de Timeo, Bartimeo, un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino. 47 Y oyendo que era Jesús el Nazareno quien pasaba, se puso a gritar:
¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!
48 Muchos lo reprendían para que callara.
Pero él gritaba todavía más fuerte:
¡Hijo de David, ten compasión de mí!
49 Jesús se detuvo y dijo:
Llamadlo.
Llamaron entonces al ciego, diciéndole:
Animo, levántate, que te llama.
50 El, arrojando su manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
51 Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:
¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
Maestro, que recobre la vista.
52 Y Jesús le dijo:
Vete, tu fe te ha salvado.
Y al momento recobró la vista y le siguió por el camino.

Jericó es la última etapa.
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En Jericó, ciudad de la fuentes y palmeras, gran oasis, bajo la Montaña de las Tentaciones, comienza la dura subida a Jerusalén, donde Jesús tendrá que enfrentarse con su muerte. Allí se sitúa esta narración, en cuyo fondo hay un recuerdo histórico, un relato de milagro.

Pero además de un recuerdo del pasado, el texto ofrece un claro paradigma o ejemplo de discipulado, construido en oposición a los zebedeos del pasaje precedente: sólo la misericordia puede abrir un camino para ciegos y pobres.

Otros sólo comprenderán después que Jesús ha muerto. Los fuertes zebedeos aprenderán únicamente muy después de la Pascua (¡bebereis mi cáliz!: Mc 10, 39), pero no pueden presentarse aún como ejemplo de seguimiento, pues no tienen limpia la mirada de evangelio. Pues bien allí donde ellos fallan ha encontrado Marcos un testigo mesiánico que sabe dejarlo todo y seguir a Jesús, con los ojos abiertos. Es un ciego, mendigo de Jericó, donde se inicia la última jornada que lleva hacia Jerusalén.

Allí donde ignoran los zebedeos, apegados al poder religioso, el ciego sabe y pide: ¡Ten compasión de mí! (10, 47-48). Santiago y Juan querían sentarse en la gloria de la Iglesia, en deseo insaciable de dominio sobre el resto de los “fieles”. Por el contrario, Bartimeo, sentado a la vera de un camino que no ve, busca compasión, llamando a Jesús por dos veces ¡Hijo de David, es decir, Rey mesiánico!

No le importa el dinero, ni busca poder, ni le preocupa la estructura del sistema israelita o de la Iglesia. Es un marginado del bordo del camino, pero sabe que el mesianismo (filiación de David) se expresa como misericordia.

La ley de los gorilas

Evidentemente, los gorilas de la selva son mucho mejores. Los nuestros son profesionales del poder y de la política de fuerza. Más que para proteger a los indefensos sirven para crear barreras de distancias y de silencio, de seguridad y miedo. ¡No dejan que el ciego se acerque a Jesús!

Pero el ciego quiere verle y para ello grita, a fin de que su voz pase por encima del cerco de gorilas. Era malo el deseo de dinero y poder para seguir a Jesús… (cf. Mc 10, 22;10, 35-45). Pero este ciego no quiere dinero ni poder, sino solamente ver, caminar con Jesús, ser persona. Eso pide Bartimeo.
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Los que manipulan el mensaje, rodeando a Jesús como guardaespaldas que distinguen a los buenos de los malos, a los que pueden o no pueden acercarse. No les importa el ciego y por eso quieren acallar su voz del ciego, impidiéndole que grite y que estorbe la buena marcha del grupo.

Se ha creado en torno a Jesús un círculo de cortesanos (guardaespaldas)sin misericordia que se creen con derecho para decidir lo que él debe hacer o no hacer (cf. Mc 10, 13-16). Esta es la iglesia de los gorilas, que mandan sobre Jesús, que le encierran en una especie de “mesias-móvil”, que le aísla, que le tapa.

Cuando alguien goza de dinero o fortuna le rodean de inmediato aduladores y aprovechados. Es evidente que Marcos condena ese peligro en la iglesia de su tiempo (y en la posterior, como haría en la actualidad).

Pero Jesús escucha por encima del cerco de los que le rodean, y atiende a la voz del que llama y quiere simplemente compasión: ¡Ten piedad de mi!

Están allí los guardaespaldas sin piedad, que cierran el círculo de su poder en torno a Jesús, pensando que es Hijo de David en línea superioridad, y que tiene que subir bien rodeado de escoltas a la ciudad, para tomar allí su mando. Pero Jesús rompe ese círculo y escucha la voz del que le llama, pidiendo compasión.

Nosotros, occidentales del siglo XXI, hemos creado un círculo de gorilas informáticos y políticos que excavan fosos y cierran los caminos (¡basta pensar en los muros de Israel y de USA, con todos los ejércitos del Este de Europa, con Europa entera que no quiere escuchar el grito de los refiguados!).

Surge así círculo de gorilas de hierro y de sangre para protegernos y proteger a nuestro “Jesús” (es decir, nuestros bienes). Pero el Jesús verdadero, hoy como entonce, en Jericó como en los Balcanes, rompe los muros y escucha la voz del que llama, para acoger al ciego que grita ¡piedad!, dialogando con él: ¡Qué quieres que te haga? (10, 51).

Un mendigo ciego.

Sobre los mendigos se ha trazado y se sigue trazando una intensa literatura casi siempre negativa. Está, por una parte, el ciego sabio que toca la música y canta (como el famoso Homero de Quios), el ciego que guía desde su oscuridad a los videntes engañados… Pero están también los ciegos de las conspiraciones destructoras, que parecen guiar desde el subsuelo la marcha de un mundo desquiciado y loco, como cuenta E. Sábato en el durísimo Informe sobre ciegos de su novela “Sobre héroes y tumbas”.

La verdadera pregunta es éste: ¿Quiénes son los verdaderos ciegos? ¿Los expulsados del sistema o los expulsadores? ¿Los que imaginan conspiraciones diabólicas por todas partes…, los que las planean de hecho, porque no son trigo limpio, o los pobres que simplemente quieren ver, seguir a Jesús, ser libres?

El tema es desquiciante. ¿Necesitaremos siempre más gorilas de pólvora y fuego para impedir que los ciegos se acerquen? ¿No será mejor que todos escuchemos, que dejmos que la voz de la piedad nos llegue: la voz de Allah, Dios clemente y misericordioso, la voz de Señor de Israel, también clemente, la voz del Padre de Jesús, que es Padre de la misericordia?

Basta con que escuchemos la voz del que dice a nuestro lado, con su ojos y y con su mirada suplicante: ¡Ten piedad de mí! Piedad y justicia, piedad y transformación social y personal. Éste es el tema del mendigo ciego, sentado al borde del camino por el que nosotros queremos pasar, en la marcha que nos lleva a “conquistar” los espacios del poser y del dinero de una Jerusalén que pensamos que nos pertenece. Este ciego del camino de Jericó sólo quiere ver.

La petición del ciego.

No pide ningún signo de dominio; sólo quiere ver, vivir en plenitud y se lo pide a Jesús, que sube rodeado de curiosos y de aprovechados hacia Jerusalén, en la última etapa de su vida, para “encontrar y ver a Dios”, en el gesto místico supremo de su entrega a favor del Reino, es decir, de los pobres y mendigos, de los ciegos y excluidos de la sociedad.

Los gorilas de su grupo quieren que el ciego calle, que nadie perturbe la buena marcha mesiánica del poder, que nadie diga que hay ancianos abandonados, niños sin familia, emigrantes hacinados… Que nadie perturbe nuestra buena calma.

Estos gorilas de Jesús son (¿somos?) los verdaderos ciegos, porque queremos conservar lo que tenemos. Por el contrario, este ciego de Jericó levanta y deja todo (su manto, con el dinero que quizá ha recogido) y viene al lado de Jesús. No le importa lo que tiene, su puesto de ciego al borde del camino (¡un puesto donde podía conseguirse quizá algo de dinero!); deja el manto, con las monedas encima (el manto para pedir y resguardarse en la noche…), todo su tesoro y viene hacia Jesús..

Jesús escucha y valora la petición de ciego. Todos quieren y piden otras cosas. Los zebedeos exigían los primeros puestos; otros suben a Jerusalén con el deseo de conquistar la ciudad, de conseguir prebendas de templo o palacio, de dinero o casas… En contra de eso, este ciego sólo quiere ver.

Y eso es lo que Jesús puede y quiere darle. No puede darle dinero (no lo tiene), ni puede repartirle beneficios o prebendas (en su empresa no hay tal cosa). Pero puede darle “ojos nuevos”, capacidad de ver. Eso pide el ciego, eso da Jesús. De esa manera, el ciego aparece como el único que “cree” de verdad, que sabe ver, pues creer es confiar en el poder mesiánico de abrir los ojos.

Creer es buscar una vida de luz, es conocer… Ésta es la única mística, la verdad más honda: ver para seguir a Jesús en libertad,
para vivir con él y como él. Éste es un ciego que “ve” más que todos los videntes. Ve porque quiere ver y caminar y sentir… Este ciego ve porque sabe entender lo que implica el camino de Jesús y le dice “quiero ver”.

El camino del ciego

Jesús le responde que vaya (hypage) y vea, viviendo en libertad, conforme a su deseo. No le impone nada, no le pide que venga con él a Jerusalén, ni que forme parte de su comunidad o iglesia. Jesús, el hombre de la luz, le dice que vea y que vaya, que no tenga miedo a caminar.

Le pide que vaya: que deje su puesto de ciego, con su manto y sus monedas al borde del camino. Le pide que vaya, que hay mil cosas que ver: quizá su familia, que espera en la casa lejana; quizá las fuentes y palmeras y las plazas de Jericó, ciudad famosa…

Quizá el lago cercano, el Mar de la Sal, allí abajo, con monjes qumramitas que escriben libros y buscan visiones nocturnas. Quizá dese ver el rostro de los niños para bendecir a Dios o los ojos de una mujer para amar…

Jesús no le exige nada: le dice que vaya, que se sienta libre y cómodo, que la vida es ver.

Pero él, en vez de marchar, se une a Jesús y le sigue, subiendo con él hacia Jerusalén (Mc 10, 52b). Ya había abandonado el manto (toda su riqueza) al escuchar su llamada (10, 50). Ahora, sin manto, le acompaña en un camino de ascenso que desemboca en la entrega de la vida a favor de los demás.

Los zebedeos no habían comprendido la verdad mesiánica. Este ciego la conoce, sabiendo que Jesús es Hijo de David por ser misericordioso.

En cierto sentido hubiera sido más seguro y económicamente más rentable continuar sentado como invidente a la vera del camino, con el pan asegurado cada día, con las limosnitas de los peregrinos, con el sueño asegurado cada noche, con su manto (pues allá en Jericó nunca nieva, ni hace frío y puede dormirse muy bien junto a cualquier muro de la calle).

Pero él lo deja todo: ha querido arriesgarse: ha buscado la luz y ha encontrado a Jesús y con Jesús el camino que culmina en la entrega de la vida.

Jesús puede ahora subir a culminar su tarea en Jerusalén, pues ya tiene a un verdadero acompañante, a un ciego que ve. Otros suben con él buscando privilegios, prebendas, visiones misteriosas de Reinos y Paraísos encantados. Suben llenos de oscuridades y equivocaciones. Éste lo ha dejado todo (manto y dinero, puesto de mendigo) y está dispuesto a trazar con Jesús yn camino de vida, al servicio de todos.

Los zebedeos buscaban al Cristo glorioso, repartiendo tronos e influencias a diestra y siniestra. En contra de eso, este ciego ha confesado su fe en el Hijo de David misericordioso, que no se sienta en trono alguno, ni pretende imponerse sobre nadie. Este ciego quiere ver para descubrir el camino mesiánico y seguirlo con Jesús.

Este ciego es ahora, en esta escena, el verdadero discípulo de un Jesús, rodeado de falsos discípulos. Este ciego, con la mujer de la unción de Mc 14, 3-9, es la señal más clara de que Jesús no ha fracasado, según el evangelio de Marcos.

¿Y nosotros? También, nosotros, como ciegos del camino pedimos un milagro, para ver a Jesús y caminar con él, es decir, para compartir su misión y así verle en su verdad, como mesías de los pobres y los ciegos del camino.

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El ciego Bartimeo y nuestra ceguera. Domingo 30 Ciclo B

Domingo, 25 de octubre de 2015
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ciegoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

Un relato aparentemente sencillo

El evangelio de este domingo (la curación del ciego Bartimeo) parece, a primera vista, muy fácil de entender: uno más de los milagros que hace Jesús a lo largo de su vida.

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo, el hijo de Timeo, estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.” Muchos lo regañaban para que se callara. Pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí.” Jesús se detuvo y dijo: “Llamadlo.” Llamaron al ciego, diciéndole: “Ánimo, levántate, que te llama.” Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver.” Jesús le dijo: “Anda, tu fe te ha curado.” Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Pero con detalles curiosos

  1. Bartimeo llama a Jesús “hijo de David”. Es la única persona que le da este título en el evangelio de Mc. “Hijo de David”, aplicado a Jesús, puede tener dos sentidos: a) Jesús es el Mesías esperado, el rey de Israel; aunque inmediatamente antes haya hablado de su muerte, de que ha venido a servir, no a ser servido, el ciego confiesa su fe en la dignidad de Jesús y en su poder de curarlo. b) Jesús es igual que Salomón (el hijo de David más famoso), al que las leyendas posteriores terminaron atribuyendo poder de curaciones; en este sentido se usa con más frecuencia en el evangelio de Mateo.
  1. La actitud del ciego, que grita cada vez más fuerte, aunque la gente le mande callar. Marcos indica, con cierta ironía, que las mismas personas que lo mandan callar son las que luego lo animan a levantarse e ir hacia Jesús. Pero lo importante es la petición que repite: “ten compasión de mí”, que se concretará luego en poder ver.
  1. Es curioso que se cuente que “soltó el manto” antes de acercarse a Jesús. Parece un detalle innecesario. Sin embargo, recuerda lo que se ha dicho al comienzo del evangelio a propósito de los primeros discípulos, que “dejando las redes, lo siguieron” (Mc 1,18).
  1. Aunque Bartimeo piensa que Jesús puede curarlo, Jesús le dice “tu fe te ha curado”, poniendo de relieve la importancia de la fe.
  1. Este es el único caso en todo el evangelio en el que una persona, después de ser curada, sigue a Jesús por el camino. Aunque el texto no lo dice, lo sigue hacia Jerusalén, hacia la muerte y la resurrección.

El relato en el conjunto del evangelio

            Cuando leemos este relato en el conjunto del evangelio de Marcos nos damos cuenta de que tiene una importancia enorme.

  1. Este episodio cierra una larga sección del evangelio en la que Jesús ha ido formando a sus discípulos sobre los temas más diversos: los peligros que corren (ambición, escándalo, despreocupación por los pequeños), las obligaciones que tienen (corrección fraterna, perdón) y el desconcierto que experimentan ante las ideas de Jesús a propósito del matrimonio, los niños y la riqueza. Después de todas esas enseñanzas, el discípulo puede sentirse como ciego, incapaz de ver y pensar como Jesús.
  1. En este contexto, la actitud de Bartimeo, gritando insistentemente a Jesús que se compadezca de él, es un símbolo de la actitud que debemos tener cuando no acabamos de entender o no somos capaces de practicar lo que Jesús enseña. Pedirle que seamos capaces de ver y de seguirle incluso en los momentos más difíciles.

1ª lectura: una imagen vale más que mil palabras

refugiados-sirios

El texto de Jeremías pretende consolar al pueblo de Israel, desterrado primero por los asirios y luego por los babilonios, prometiéndole que volverá del norte y de los confines de la tierra. Incluso las personas menos capacitadas para moverse (ciegos, cojos, preñadas, recién paridas), volverán a la patria. Las antiguas penas se transformarán en grandes consuelos.

Así dice el Señor: “Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos: proclamad, alabad y decid: El Señor ha salvado a su pueblo, al resto de Israel. Mirad que yo os traeré del país del norte, os congregaré de los confines de la tierra. Entre ellos hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una gran multitud retorna. Se marcharon llorando, los guiaré entre consuelos: los llevaré a torrentes de agua, por un camino llano en que no tropezarán. Seré un padre para Israel, Efraín será mi primogénito.”

La relación de la primera lectura con el evangelio es muy escasa. Este texto de Jeremías quizá se ha elegido porque habla de ciegos que vuelven a Jerusalén, igual que Bartimeo sigue a Jesús hacia Jerusalén. Sin embargo, la actual tragedia de los refugiados ayuda a valorar ese mensaje de esperanza.

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