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Entradas Etiquetadas ‘Ciego de nacimiento’

¿Ha pecado alguien?

Domingo, 22 de marzo de 2020
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el-gran-mirlagroDesear a la mujer de tu prójimo no es pecado, es tener buen gusto (Alejandro Sanz)

22 de marzo. DOMINGO IV DE CUARESMA

Jn 9, 1-41

Les contestó: Si es pecador, no lo sé, una cosa me consta, que yo era ciego y ahora veo

En torno al sistema solar del término pecado, orbitan otras muchas, en otros idiomas, que pueden aclararlo.

En el acadio (Siglo XXII a.C.) significaba error, en árabe, equivocarse, en Jueces, 20, 16, errar en el blanco: “Toda esa gente, incluyendo los setecientos hombres escogidos eran zurdos, y sin embargo, cada uno de ellos podía lanzar piedras con la honda a un cabello si errar el tiro”.

Eran unos expertos lanzadores, como Guillerrmo Tell, famoso ballestero suizo que disparó la ballesta contra una manzana verde colocada sobre la cabeza de su propio hijo.

En el griego clásico, hamartein, significaba errar en el blanco, como ocurre cuando se dispara una flecha del arco y que hierra su blanco.

sombras-paraguasEl concepto de pecado, erróneamente traducido por San Jerónimo en la Vulgata, ha caído como un sunami de granizo, apedreando cuantas conciencias se paseaban tranquilas por la calle, arruinando totalmente las cosechas, y eso que era domingo de Laetare.

¡¡Aleluya, Aleluya, Aleluya!

gritaban las campanas de todas las iglesias.

Dicho concepto se ha expandido durante siglos sobre la cristiandad como una pandemia similar a la del coronavirus.

confesionario“La confesión, dice Fray Marcos, es un proceso que nos debe llevar a una conciencia de la superación de estos fallos, de una desesperanza a una total confianza”, o como otros dicen, por ejemplo, José Arrregui, un concepto bastante descabellado imposible de ser creído.

Personalmente me atribuló de joven, pero desde hace mucho tiempo, ni caso, y los confesionarios de las iglesias se han venido abajo, pues hace más de treinta años que no los visito: los considero un Museo considerablemente trasnochado.

“Desear a la mujer de tu prójimo no es pecado, es tener buen gusto”, decía el cantautor español Alejandro Sanz, con las cuerdas de su artística guitarra.

 

CONFESIONARIO

Tarde de domingo en un oscuro templo madrileño.

Personas en la cola esperando confesarse con un cura retrógrado
que repartía en un crecido
ego te absolvo in pecatis tuis,
in nomine Patris, vade in pace.

Y se iban a la calle satisfechos,
después de haber vaciado en el cubo de la basura
los pesados pecados de su conciencia culpable.

Llamé al cura retrógrado,
y cuando salió fuera vestido de absolvos y de vades in pace,
les agarré a todos por el cuello de la camisa,
y les arrojé a la basura, apartándome el rostro,
porque el olor a podrido era grande

 

Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Ceguera, periferias y vulnerabilidades.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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ojos-cremalleraJn 9, 1- 41, Domingo 22 de marzo 2020

La ceguera es uno de los temas más repetidos en los Evangelios, pero en el Evangelio de Juan aparece siempre planteada como causa de la tiniebla o de la “ideología de la ley”. Así sucede en este texto. El ciego al que libera Jesús representa a un grupo dentro de Israel que ha vivido una opresión ancestral y no conoce más realidad que la oscuridad en la que transcurre su vida. Su sufrimiento y aislamiento es externo. Su desesperación le lleva a dejar que Jesús le unte los ojos con barro y saliva, como expresión de una nueva creación y recuperación para la vida y a bañarse en la piscina de Siloé. La alegría de su liberación contrasta con la sospecha de los fariseos y su acusación a Jesús por transgredir el sábado. La observancia les hace esclavos de la ley. Su ceguera es mucho mayor que la del ciego de nacimiento porque sus sospechas y la defensa de sus intereses les incapacitan para reconocer la misericordia actuante de Dios. Frente a los hombres de la ley, el ciego de nacimiento es capaz de reconocer la Buena Noticia de Dios que los fariseos niegan.

 

También nosotros y nosotras necesitamos liberar la mirada de múltiples cegueras que terminamos por naturalizar. Por eso eso necesitamos convertirla e invertirla y exponerla a las periferias sociales y existenciales, que son lugar preferente de la revelación de Dios. Recorrer quizás el mismo itinerario que hizo el ciego del texto de hoy, conscientes que para ir viendo con los ojos del Evangelio no bastan sólo las buenas intenciones, ni los buenos análisis, ni la mera voluntad, sino que hemos de dejar que sea Jesús quien nos tome de la mano, y como a otro ciego, el de Betsaida, nos saque de la ciudad (Mc 8, 23). Porque la mirada del Evangelio se aprende de forma privilegiada e inaudita en las afueras y en los abajo de la historia. En ellos podemos experimentar que la pedagogía desconcertante de Jesús con nosotras y nosotros, su modo de untarnos los ojos con saliva es la de aproximarnos a todos los orillados y expulsados, de manera que sean ellos, sus relatos, sus significaciones, los que vayan dándonos las instrucciones, las pistas, para aprender a mirar de manera nueva. Es este un aprendizaje lento que requiere paciencia, fidelidad y una gran confianza en Aquel que nos guía. Requiere también tocar fondo, perder miedo al vacío y desde esa desnudez, una vuelta a lo esencial que nos permita distinguir las sombras de la luz.

Quizás la crisis del corona-virus, sin quitarle un ápice a su dureza y la gran de tragedia que va a ser- que está siendo ya- para los y las más pobres, pueda ser un buen colirio para liberarnos de la ceguera de unas vidas centradas en la globalización de la indiferencia y el “sálvese quien pueda” y nos abra los ojos a la interdependencia, la solidaridad y el cuidado de la vida más vulnerable.

Pepa Torres Pérez

Fuente Fe Adulta

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Sólo el que no sabe, mira.

Domingo, 22 de marzo de 2020
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Anteojeras.2Domingo IV de Cuaresma 

22 marzo 2020

Jn 9, 1-41

Se cuenta que, al ser cuestionada su teoría heliocéntrica, Galileo pidió al cardenal presidente del consejo que lo juzgaba que mirara por el telescopio para poder apreciar por sí mismo el movimiento de los planetas. A tal invitación, el cardenal contestó con tanta rapidez como vehemencia: “No necesito mirar por ningún sitio. Yo sé bien cómo son las cosas”. La creencia no indaga, pontifica; no le interesa la verdad, sino su propia autoafirmación.

          Indudablemente, el que sabe no mira –afirma que no necesita mirar–, porque su creencia constituye para él la única verdad. Sin duda, una de las características más peligrosas de toda creencia es su tendencia a identificarse con la verdad. En cuanto eso ocurre, la creencia constituye el mayor obstáculo para abrirse a la verdad, porque actúa como unas anteojeras que no permiten ver sino lo que previamente se ha aceptado. Por ese motivo, el que sabe –el que cree saber– no mira, no indaga e incluso llega a negar lo evidente.

         Es lo que les sucede a los fariseos en este magnífico relato compuesto por la comunidad de Juan, como catequesis bautismal. Aferrados a sus creencias –“quien no guarda el sábado no puede venir de Dios”, “nosotros sabemos que este hombre es un pecador”–, no pueden ver la realidad, llegando incluso a extremos patéticos.

      “Los que ven se quedan ciegos”, dice Jesús. Que podría traducirse de este modo: quienes creen ver están incapacitados para abrirse a la verdad.

       Solo el que no sabe mira. El reconocimiento socrático de que “solo sé que no sé nada” nos sitúa en actitud de indagación. Pero eso requiere soltar todas las creencias: religiosas y antirreligiosas, psicológicas, culturales e incluso “científicas” –también la ciencia que, por definición, estaría libre de toda creencia, suele caer en esa trampa al dar por supuestos determinados apriori nada científicos, como aquel que afirma que solo existe lo que puede ser medido o comprobado en un laboratorio–.

        Soltar las creencias significa, no solo no confundirlas con la verdad –la creencia no es la verdad, como la miel no es el dulzor–, sino aprender a tomar distancia de la mente y de todas sus construcciones –toda creencia no es sino un constructo mental, un pensamiento al que le otorgamos nuestra adhesión–, al advertir que la verdad no cabe en la mente ni puede ser dicha con palabras. Como bien dijera Krishnamurti, “solo una mente en silencio puede ver la verdad, no una mente que se esfuerza por verla”.

¿Cómo me posiciono ante las creencias?

Enrique Martínez Lozano

Fuente Boletín Semanal

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Hoy la ética siempre, pero hoy en día más, es tratar de curar y sanar a ls personas

Domingo, 22 de marzo de 2020
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Cathedral-of-Monreale-mosaic-leper-wikipedia-Pd-1-740x493Del blog de Tomás Muro La Verdad es libre:

La enfermedad, el coronavirus nos rodea o, más bien, ha invadido la sociedad, nos ha invadido, nos ha cambiado el ritmo de vida y nos ha sumido en una honda crisis no solo externa, sino interna.

                Vayan pues unas cuantas -pocas y breves- consideraciones al hilo de la situación que estamos viviendo.

CONSIDERACIONES:

  1. A Jesús le preocuparon poco -más bien nada- los ritos del Templo, los horarios, la ley a cumplir, el sábado, etc. A Jesús le preocupó la vida del ser humano; por eso Jesús pasó la vida haciendo el bien, sanando enfermos, curando dolencias.
  1. En estos momentos nuestra ética / moral no es “a ver cómo salvamos la Misas, el precepto dominical, la comunión en la boca en la mano, etc.”, no. Hoy, para nosotros el cristianismo supone cuidarse para cuidar a los demás, solidaridad y ayuda, en la medida en que nos sea posible, “cuarentena”. Siempre, pero más en estos momentos, nuestra moral es cuidar la vida.

E l complejo mundo de la medicina es también ética.

  1. La iglesia no se cierra; se cierran los locales de culto. La iglesia somos todos y cada creyente que estamos en estos momentos “recluidos” en casa. Todo somos cuerpo del Señor JesuCristo. Cristianos estamos en todas partes.
  1. Esta pandemia le puede recordar a alguien las plagas de Egipto. El Evangelio de este domingo es el de la curación del ciego de nacimiento, (Jn 9, 1-41). A los fariseos no se les ocurre otra cosa mejor que preguntarle a Jesús: “¿Quién pecó, éste o sus padres para que sea ciego? Jesús les contestó: no ha pecado nadie, ni éste ni sus padres

Que no se nos ocurra pensar que el coronavirus  es consecuencia de un pecado de nadie y, por tanto sea un castigo de Dios. Hay gente que es muy dada a culpabilizarlo todo y también estas situaciones. No, Dios no castiga. Más bien Dios está sufriendo con nosotros. Dios no es “impasible”. Dios padece cuando el ser humano sufre. Dios sufre con nosotros. Dios padece con los enfermos.

  1. En la soledad de estos días, semanas, cuidemos un poco también la salud mental: la “vida monacal” requiere alguna fortaleza psicológica.

         Tenemos un sin fin de entretenimientos, pero, quizás podamos echar también una “pensada” a la vida, pensar un poco las situaciones y problemas de la vida.

         La oración pone nuestra existencia personal y comunitaria en manos de Dios.

         Una palabra de ánimo, y cuando tengamos que saludar a la gente, es mejor saludar con el alma y no solo ni principalmente porque así evitamos el contacto físico, sino porque saludar con el alma es saludar desde lo profundo.

         Saludos, que viene de salud.

No abandonarás mi vida, Señor, (Salmo 16)

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Veré por ti, confía

Domingo, 26 de marzo de 2017
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“Me desconozco”, dices; mas mira, ten por cierto
que a conocerse empieza el hombre cuando clama
me desconozco“, y llora;
entonces a sus ojos el corazón abierto
descubre de su vida la verdadera trama;
entonces es su aurora.

No, nadie se conoce, hasta que no le toca
La luz de un alma hermana que de lo eterno llega
y el fondo le ilumina;
tus íntimos sentires florecen en mi boca,
tu vista está en mis ojos, mira por mí, mi ciega,
mira por mí y camina.

“Estoy ciega”, me dices; apóyate en mi brazo
y alumbra con tus ojos nuestra escabrosa senda
perdida en lo futuro;
veré por ti, confía; tu vista es este lazo
que a ti me ató, mis ojos son para ti la prenda
de un caminar seguro.

¿Qué importa que los tuyos no vean el camino,
si dan luz a los míos y me lo alumbran todo
con su tranquila lumbre?
Apóyate en mis hombros, confíate al Destino,
Veré por ti, mi ciega, te apartaré del lodo,
te llevaré a la cumbre.

Y allí, en la luz envuelta, se te abrirán los ojos,
Verás cómo esta senda tras de nosotros lejos,
se pierde en lontananza
y en ella de esta vida los míseros despojos,
y abrírsenos radiante del cielo a los reflejos
lo que es hoy esperanza.

*

Miguel de Unamuno

***

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:

“Maestro, ¿quien pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”

Jesús contestó:

“Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:

“Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).”

Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:

“¿No es ése el que se sentaba a pedir?”

Unos decían: “El mismo.”

Otros decían:

“No es él, pero se le parece.”

Él respondía:

-“Soy yo.”

Y le preguntaban:

“¿Y cómo se te han abierto los ojos?”

Él contestó:

“Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.”

Le preguntaron:

“¿Dónde está él?”

Contestó:

-“No sé.”

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:

“Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.”

Algunos de los fariseos comentaban:

-“Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.”

Otros replicaban:

“¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?”

Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego:

“Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?”

Él contestó:

“Que es un profeta.”

Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:

“¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”

Sus padres contestaron:

“Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.”

Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron:

“Ya es mayor, preguntádselo a él.”

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:

“Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.”

Contestó él:

“Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.”

Le preguntan de nuevo:

-“¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?

Les contestó:

-“Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?”

Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

-“Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.”

Replicó él:

“Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.”

Le replicaron:

“Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?”

Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:

-“¿Crees tú en el Hijo del hombre?”

Él contestó:

“¿Y quién es, Señor, para que crea en él?”

Jesús les dijo:

-“Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.”

Él dijo:

“Creo, señor.”

Y se postró ante él.

Jesús añadió:

-“Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos.

Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:

-“¿También nosotros estamos ciegos?”

Jesús les contestó:

“Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.

*

Juan 9,1-41

***

*

***

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“Para excluídos”. 26 de marzo de 2017. 4 Cuaresma (A). Juan 9,1- 41.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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timthumb-php_-682x1024Es ciego de nacimiento. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios. Los discípulos de Jesús le preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres.

Jesús lo mira de manera diferente. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Él se siente llamado por Dios a defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.

Después de una curación trabajosa en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.

Se equivoca. Los dirigentes religiosos se sienten obligados a controlar la pureza de la religión. Ellos saben quién no es pecador y quién está en pecado. Ellos decidirán si puede ser aceptado en la comunidad religiosa.

El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, pero los fariseos lo rechazan irritados: “Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. El hombre insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios. Los fariseos no lo pueden aguantar: “Empecatado naciste de pies a cabeza y, ¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”.

El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No esta lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo le dice: “Creo, Señor”.

Así es Jesús. Él viene siempre al encuentro de aquellos que no son acogidos oficialmente por la religión. No abandona a quienes lo buscan y lo aman aunque sean excluidos de las comunidades e instituciones religiosas. Los que no tienen sitio en nuestras iglesias tienen un lugar privilegiado en su corazón.

¿Quien llevará hoy este mensaje de Jesús hasta esos colectivos que, en cualquier momento, escuchan condenas públicas injustas de dirigentes religiosos ciegos; que se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina? Amigos y amigas desconocidos, no lo olvidéis: cuando los cristianos os rechazamos, Jesús os está acogiendo.

José Antonio Pagola

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“Fue, se lavó, y volvió con vista”. Domingo 26 de marzo de 2017. Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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17-CuaresmaA4Leído en Koinonia:

1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista

El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.

En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.

En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).

Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasana de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.

En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.

Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo cuela» en ese ambiente.

En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado… Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.

Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.

No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama… Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.

¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento. Leer más…

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Dom 26.3.17. La rebelión del ciego de nacimiento

Domingo, 26 de marzo de 2017
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doming6Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A. Jn 9, 1-41. Comenté el domingo pasado el texto de la samaritana, el próximo comentaré la resurrección de Lázaro; hoy toca la historia del ciego de nacimiento.

Como dije en la postal de ayer, la liturgia de estos tres domingos de cuaresma (tercero, cuarto y quinto), ofrece una cuidadosa selección de tres pasajes del evangelio de Juan, que ofrecen una catequesis simbólica que culmina en el Bautismo, el día de Pascua.

El domingo pasado fue el agua de la vida en relación con los samaritanos. Hoy es la luz de la verdad, en relación con los maestros de Jerusalén. Luz, esto es Jesús: agua que cura, palabra que libera para vivir y confesar el amor más alto.

Éste es un evangelio (una catequesis) de iluminación, como lo ha puesto de relieve desde antiguo la liturgia cristiana, reflejada en el precioso icono de la imagen (con Jesús y el ciego, la fuente bautismal, los que critican…).

Pero éste es, al mismo tiempo, un texto de rebelión… Es el testimonio de Jesús que se rebela contra aquellos que quieren mantener a los hombres a ciegas, para dominarles por su tipo de ley, por su egoísmo… Pues bien, en contra de eso, Jesús dice a este ciego de Siloé que se rebele, que no siga estando ciego, al borde del camino… que vea por sí mismo, que decida, que confiese su nueva libertad, aunque eso le cueste el rechazo de la autoridades, incluso de sus mismos familiares.

Una maravilla de texto, que presentaré brevemente, con un poema final. Una maravilla de catequesis de cuaresma. Buen domingo a todos.

Texto. Juan 9,1-41

Es largo. A pesar de ello lo voy a reproducir entero. Es un prodigio, he dicho. Basta con leerlo y quedar. Si alguien quiere puede seguir después con mi comentario:

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. [Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quien pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”

Dicho esto,] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado.” Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo.” Otros decían: “No es él, pero se le parece.” Él respondía: “Soy yo.”
[Y le preguntaban: “¿Y cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.” Le preguntaron: “¿Dónde está él?” Contestó: “No sé.”]

piscina-de-siloeLlevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.” Algunos de los fariseos comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?” Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta.”

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.” Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, preguntádselo a él.”

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” Contestó él: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:

“Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.” Replicó él: “Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.”]

Le replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús les dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.” Él dijo: “Creo, señor.” Y se postró ante él.

[Jesús añadió: “Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos.” Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: “¿También nosotros estamos ciegos?” Jesús les contestó: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”]

Un texto encuadrado en la liturgia

Éste ha sido desde el principio un texto de “liturgia”, una catequesis que la Iglesia vuelve a presentar en el tiempo de cuaresma, encuadrada en otras dos catequesis de cuaresma: 3ª Semana.- AGUA (relato de la Samaritana- Jn 4, 5-42) y
5ª semana.- RESURRECCIÓN (relato de la “resurrección” de Lázaro- Jn11,1-45)

Una historia de fondo. Tres encuentros de Jesús

Este “milagro” no tiene equivalente en los sinópticos. Eso no quiere decir que el evangelista Juan lo haya inventada. Posiblemente ha tomado una historia que corría en la tradición, una historia parecida a otros milagros de ciegos (cf. Mc 8, 22-26 y 10, 46-52: ciego de Betsaida, ciego de Jericó), y la ha adaptado y recreado, en el escenario más solemne de Jerusalén, con la aguas de Siloé (bajo el templo), con Jesús como luz, en el contexto de las disputas de algunos cristianos con otros grupos de judíos sobre la luz verdadera (en el trasfondo del sábado judío y de la obra de Dios)

Quiero ofrecer un recuerdo. Hace cincuenta años, el curso 1967/1968, el prof. Ignace de la Potterie nos ofreció todo un semestre (cuatro lecciones por semana) sobre este pasaje, en el Bíblico de Roma.

No dijo todo lo que se puede decir; yo no recuerdo ahora todo lo que dijo, pero fue un tiempo de gracia, como descubrir la luz y la verdad y la libertad, en el mismo entorno de Jerusalén, en el camino que va de la ciudad alta y del templo a la baja, con el agua… en el camino que va de la ley a la libertad, en con contexto más solemne de la transformación mesiánica:


La Samaritana
era el signo de la mujer/pueblo que busca la vida del agua, la vida en libertad, sin estar esclavizada por maridos y maridos que pasan sin quedar, junto al pozo de Jacob, sin Sicar/Samaría. Se supone que es “pecadora”, pero no ella como persona, sino por toda la historia que lleva detrás y que le arrastra.

Este ciego es el hombre que no logra ver “por nacimiento”, es decir, por condición humana. No, no se trata de pecado, sino de la misma situación vital, de la ceguera humana, que se expresa, de un modo claro, en este hombre. Hay muchos que le quieren enseñar a ver (los maestros del judaísmo de la ley), pero le dejan en la ceguera. Es una ceguera que empieza siendo externa (no ver las cosas, no comprender el sentido de la vida) y que termina siendo interior (no saber quién soy, en quien puedo confiar, vivir utilizado por otros)

Vendrá después el muerto, Lázaro en la tumba. Recordemos los encuentro de Buda (el enfermo, el anciano, el muerto…). Aquí tenemos tres encuentros de Jesús: la mujer esclavizada, el hombre ciego, el muerto… Sólo aquí, ante la tumba, se podrá proclamar la palabra de vida.

Pero vengamos al ciego: la rebelión de los ciegos

Jesús no explica (tampoco explica Buda). Jesús no hace una teoría sobre el origen de la ceguera (¿quién pecó?). Hace algo más grande. Dice que tenemos que ayudarle y le ayuda, llevándole de las leyes de la ciudad alta (dominada por sacerdotes y escribas) a la fuente de la vida, abajo, en el manantial de Siloé, que es signo profético de abundancia y claridad futura.

El “pecado” de este ciego de nacimiento es el pecado de todos los hombres que no le ayudan, que no quieren entenderle, que le someten a sus leyes y conveniencia… Pues bien, Jesús no tiene una “compasión” externa de este ciego, sino que le dice que sea él mismo, que asuma su propia tarea, que baje al agua, que se limpie… Él mismo le pone barro en sus ojos (barro de saliva, de aliento vital…) y le dice que vaya, que se limpie, que vea, que no tenga miedo.

Los maestros de la Ley escribas o doctores, querían dominar al ciego, dirigirle y tenerle bajo su “influjo”. Ellos aparecían como buenos videntes, como guías perfectos…, para consolar a los ciegos y dejarles en su ceguera. Jesús, en cambio, no consuela el ciego (en un sentido superficial), sino que le dice que vaya, que asuma su destino, que se limpie, que sea él mismo, que vea, aunque ello implique el riesgo de que le echen de los “sanedrines y sinagogas”.

En el fondo, Jesús pide al ciego que se rebele contra una ley de ceguera, que le obliga a mendigar, bajo la “caridad” de los maestros ciegos, que viven a costa de la ceguera de los demás. Le pide que se rebele, que deje su puesto de mendigo, que no tenga miedo al “qué dirán”, que sea él mismo, que vea. Leer más…

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“Una historia en siete escenas y quince preguntas”. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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ciego-de-nacimientoDel blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

  1ª escena: Los discípulos y Jesús. 1ª pregunta

(La escena tiene lugar al comienzo de las escaleras que conducen al templo de Jerusalén. Un hombre de unos veinte años, ciego, está sentado pidiendo limosna. Jesús y sus discípulos se aproximan a él entrando por la izquierda. Felipe mira al ciego con detenimiento y comienza a discutir con Bartolomé. Luego se acercan a Jesús.)

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»

2ª escena: Jesús y el ciego

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista.

3ª escena: Los vecinos y el ciego. 2ª – 4ª preguntas

(Una calle de Jerusalén. Un grupo de personas rodea al ciego. Otros comentan entre ellos a corta distancia.)

Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»

4ª escena: Los fariseos y el ciego. 5ª y 6ª preguntas

(Amplia sala de reunión, con asientos en semicírculo. Al fondo, una ventana ilumina la escena, sin restarle cierto aire tétrico a la sala. A la derecha, una puerta. Los fariseos están sentados y el ciego de pie en el centro. Dos guardias también de pie junto a la puerta.)

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban:
¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»

5ª escena: Los fariseos y los padres. 7ª y 8ª preguntas

(A una señal del presidente, los guardias se llevan al ciego por la puerta de la derecha. Vuelven poco después con un matrimonio de entre cuarenta y cincuenta años. Se les nota nerviosos y con miedo).

Los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

6ª escena: Los fariseos y el ciego. 9ª-12ª preguntas

(Los guardias sacan fuera al matrimonio. Tras una acalorada discusión, el tribunal decide llamar por segunda vez al ciego. Entra escoltado por los dos guardias.)

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo:
¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.

7ª escena: Jesús, el ciego y los fariseos. 13ª-15ª preguntas

(La escena tiene lugar en la escalera de acceso al templo, como la escena primera.)

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
¿También nosotros estamos ciegos?»
Jesús les contestó:
-«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»

COMENTARIO

«A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable. ¿Usted ha oído hablar de algo parecido?» Me lo dice el padre de un ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a las autoridades. Un caso que tiene conmocionada a Jerusalén en estos días de la gran fiesta.

Todo comenzó el sábado pasado, cuando un muchacho ciego de nacimiento fue curado de su ceguera por un galileo llamado Jesús. Al parecer, entre sus discípulos se planteó la discusión de si era ciego por culpa propia o de sus padres. Jesús dijo que nadie tenía la culpa, se agachó a recoger un poco de polvo, escupió sobre él y untó el barro en los ojos del ciego. Luego le mandó lavarse en la piscina de Siloé. Y cuando lo hizo, comenzó a ver.

Este corresponsal ha intentado ponerse en contacto con el ciego pero le ha resultado imposible. Tampoco hay noticias de Jesús, que parece haber abandonado la ciudad. Según algunos, este galileo se considera superior a Abrahán y Moisés y no se siente obligado a observar el sábado. Las autoridades, preocupadas por el escándalo que está provocando en la población, convocaron al ciego como testigo de cargo contra Jesús. Según su padre, se comportó de manera imprudente y de testigo terminó en acusado y condenado. No se extrañen. Jerusalén no es Alejandría. En Jerusalén todo es posible.

De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.

Una discusión absurda

Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo.

Una forma extraña de curar

En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse.

¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles.

Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo.

Un anacronismo intencionado

La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga.

El miedo y la osadía

El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos.

El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»

La verdadera visión y la verdadera luz

Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús.

No hay peor ciego que quien no quiere ver

Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado.

La samaritana y el ciego

Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado.

* * *

En el evangelio dice Jesús a los discípulos: « Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado». La primera lectura de este domingo concreta algunos aspectos de estas obras de la luz.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14

Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

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Cuarto Domingo de Cuaresma. 26 Marzo, 2017

Domingo, 26 de marzo de 2017
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div-cuaresma

“No sé si es pecador o no; solo sé que yo era ciego y ahora veo”.

(Jn 9, 1-41)

Muchas veces nos acercamos al evangelio con una actitud de “a ver qué me dice Jesús hoy”; buscamos sus palabras y las devoramos, sin prestar mucha atención a sus gestos, al contexto de la situación que nos narra el evangelio, y mejor no hablar de nuestro no fijarnos en los “personajes secundarios”.

Posemos nuestra mirada en el ciego de nacimiento, en su comportamiento, en sus pasos a lo largo de esta lectura. Comienza sin hacer nada, y sin decir nada. No busca acercarse a Jesús, ni pide que le sane… simplemente estaba ahí y “al pasar vio Jesús un hombre ciego de nacimiento”. Estaba y confiaba. Jesús toma la iniciativa, y él se presta. Le pone lodo en los ojos, y él se deja. Le manda ir a lavarse, y él va… y no dice nada.

Llegan las palabras. Le preguntan por Jesús y se lo ponen en bandeja para que conteste que es un pecador. Pero no cae en juzgar, en criticar al otro (en este caso a Jesús), no se fía de lo que le dicen y se basa en lo que él ha experimentado en primera persona, en lo él conoce de Jesús: “no sé si es pecador… sé que yo era ciego y ahora veo”, se basa en lo que Jesús había hecho con él. Le da la vista, le sana y pasa a ser un judío de los que cuentan.

Y ahora sí, ahora sí que tiene el valor de pedir a los fariseos que sean justos, que sean coherentes. Si se agarran a la Ley para juzgar a Jesús por no guardar el sábado, también se tienen que agarrar a ella para comprender que las actitudes en favor de los pobres vienen de Dios.

Ahora sí. Ahora ve, ahora habla, y las palabras que pronuncia no juzgan sino que piden justicia.

ORACIÓN

Abre nuestros ojos, Señor.

Abre nuestro corazón, Señor.

y pon en nuestros labios, tus palabras de justicia.

Amén.

*

Fuente Monasterio de Monjas Trinitarias de Suesa

***

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La gloria de Dios, el bien del hombre

Domingo, 26 de marzo de 2017
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pictures-of-jesus-blind-man-thanks-1138184-galleryJn 9, 1-41

Todo el relato es simbólico. Se propone un proceso catecumenal que lleva al hombre de las tinieblas a la luz; de la opresión a la libertad; de no ser nada a ser plenamente hombre. Jesús acaba de decir: “Yo soy la luz del mundo”. Lo repite y lo va a demostrar con hechos, dando la vista al ciego. Jesús no le consulta, pero no suprime su libertad, le da la oportunidad, pero la decisión queda en sus manos. Tendrá que ir a lavarse. Los demás personajes siguen en su ceguera: fariseos, apóstoles, paisanos, padres.

Al mezclar la tierra con su saliva está simbolizando la creación del hombre nuevo, compuesto por la tierra-carne y la saliva-Espíritu. De ahí la frase que sigue: le untó su barro en los ojos. El barro, modelado por el Espíritu, es el proyecto de Dios realizado ya en Jesús, y con posibilidad de realizarse en todos los seres humanos. Jn usa dos verbos para indicar la aplicación del barro en los ojos: aquí untar-ungir, en relación con el apelativo de Jesús “Mesías”. Más adelante dirá sencillamente aplicar.

Aquí está la clave de todo el relato. El ciego es ahora un “ungido”, como Jesús. El hombre carnal ha sido transformado por el Espíritu. La duda de la gente sobre la identidad del ciego, refleja la novedad que produce el Espíritu. Siendo el mismo, es otro. El hombre ciego ya era libre pero no lo había visto todavía. De ahí que el ciego utilice las mismas palabras que tantas veces, en Jn, utiliza Jesús para identificarse: Soy yo. Esta fórmula refleja la identidad del hombre transformado por el Espíritu. Descubre la transformación que se ha operado en su persona y quiere que los demás la vean.

El ciego, que era solo carne, se dejó transformar por el Espíritu. Jn no da ninguna importancia al hecho de la curación física. Lo despacha con media línea. Lo que de verdad importa es que este hombre estaba limitado y carecía de toda libertad antes de encontrarse con Jesús. Su vida, anodina y dependiente, está ahora llena de sentido. Pierde el miedo y comienza a ser él mismo, no solo en su interior sino ante los demás.

La piscina de Siloé estaba fuera de los muros de la ciudad. Recogía el agua de la fuente de Guijón que llegaba a ella conducida por un canal-túnel (de ahí el nombre arameo de “siloah”=emisión-envío, agua emitida-enviada). Jn aplica el nombre a Jesús, el enviado. La doble mención de untar-ungir y la de la piscina, término que era utilizado para designar la fuente bautismal, nos muestra que se está construyendo este relato a partir de los ritos de iniciación (bautismo) de la primera comunidad.

No se había mencionado que era mendigo. Estaba impotente, dependiendo de los demás. El punto de partida es clave para resaltar el punto de llegada. Jesús le va a dar la movilidad y la independencia. Le hace hombre cabal. Tampoco se había mencionado que era sábado. Jesús no tiene en cuente esa circunstancia a la hora de hacer bien al hombre. Amasar barro estaba explícitamente prohibido por la Ley. El amasar el barro el día séptimo, prolonga el día sexto de la creación. Jesús termina la creación del hombre.

Para los fariseos no tiene importancia que un hombre haya sido curado. No se alegran del bien del hombre. Solo les interesa la Ley y creen que a Dios tampoco le importa el hombre. Acuden a los padres para desvirtuar el hecho que no pueden negar. Los padres son gente sometida, en tinieblas. La pregunta es triple: ¿Es vuestro hijo? ¿Nació ciego? ¿Cómo recobró la vista? Los padres responden a las dos primeras preguntas, pero a la tercera, la más importante, no se atreven a responder. El miedo les impide aceptar cualquier complicidad con el hecho. Tiene miedo de ser expulsados de la institución.

Al fallarles la argucia empleada con los padres, intentan confundir al ciego. Quieren, por todos los medios, conseguir la lealtad del ciego aún en contra de la evidencia. Condenan a Jesús en nombre de la moral oficial y pretenden que le condene también el que ha sido curado. Ellos lo tienen claro, Dios no puede estar de parte del que no cumple la Ley. Dios no puede actuar contra el precepto ni siquiera en beneficio del hombre. Quieren hacerle ver que la vista de que ahora goza es contraria a la voluntad de Dios.

El ciego no tiene miedo. Expresa lo que piensa ante los jefes. A las teorías opone los hechos. Puede que se haya quebrantado la Ley, pero lo que ha sucedido es tan positivo para él, que se hace la pregunta: ¿No estará Jesús por encima del sábado? Ha visto el amor gratuito y liberador. Él sabe ahora lo que es ser un hombre y sabe también lo que es Dios. Él ahora ve, los maestros están ciegos. Descubre que en Jesús, está presente Dios. El hombre utiliza una teología admitida por todos. Dios no está de parte de un pecador.

Los fariseos están tan seguros de sí, que dudan de la misma realidad. El ciego no sabe nada, pero le es imposible negar lo que personalmente ha vivido. Por no negar su propia experiencia ni renunciar al bien que ha recibido, lo expulsan. Con su mentira han querido apagar la luz-vida. Al no conseguirlo, el hombre no puede permanecer dentro del ámbito de la muerte-tiniebla, que es la sinagoga. Lo mismo que Jesús tuvo que salir del templo, el ciego que ha recibido la luz, tiene que salir de la institución judía.

“Fue a buscarlo”. El (euron) griego no significa un encuentro fortuito, sino el fruto de una búsqueda. El contraste salta a la vista. Los fariseos lo expulsan, Jesús lo busca. No le dice, como al inválido de la piscina, que no vuelva a dejarse someter, porque ya se había mantenido firme ante los fariseos. Con su pregunta acaba la obra de iluminación. La acción de Jesús había hecho descubrir al ciego una nueva manera de ser hombre, cuyo modelo era Jesús, “el Hombre”. Jesús quiere que tome conciencia de esta realidad.

El relato termina con la plena aceptación de Jesús. “Se postró” (prosekinesen) es el mismo verbo con que se designa la adoración debida a Dios en 4,20-24. El gesto de postrarse para adorar a Jesús no es infrecuente en los sinópticos, sobre todo en Mt, pero éste es el único pasaje de Jn en que aparece. Jesús, el Hombre, es el nuevo santuario donde se verifica la presencia de Dios. El ciego, expulsado, encuentra el verdadero santuario, Jesús, donde se rinde el culto en espíritu y verdad, anunciado a la Samaritana.

Para un juicio he venido yo a este mundo: para que los que no ven, vean y los que creen ver se queden ciegos. Estas no son palabras de Jesús sino de los cristianos de finales del s. I. clara alusión a los fariseos que se revuelven contra Jesús: ¿También nosotros estamos ciegos? Los conocedores y cumplidores de la Ley, que tenían por ciegos a los demás, era inconcebible que alguien pudiera tenerles por ciegos. La respuesta de Jesús deja clara la realidad: Los que más cerca se creen de Dios, son los que menos le conocen.

Meditación-contemplación

Creer en Jesús es creer en el Hombre.
Él es el modelo de hombre, el hombre acabado según el designio de Dios.
Alcanzó esa plenitud dejando que el Espíritu lo invadiera.
Jesús es, a la vez, la manifestación de Dios y el modelo de hombre.

En su humanidad, se ha hecho presente lo divino.
El Espíritu asumió y elevó la materia hasta transformarla en Espíritu.
Mi meta es también dejarme transformar en Espíritu.
Para ello hay que nacer de nuevo.

 

Fray Marcos

Fuente Fe Adulta

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Peregrinos en tinieblas

Domingo, 26 de marzo de 2017
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el-gran-mirlagroLa libertad está hecha para ser compartida (Pierre Corneille)

Domingo 26 de marzo. IV de Cuaresma “Laetare

Jn 9, 1-41

…y luego le dijo: Ve a lavarte a la alberca de Siloé -que signfca enviado-. Fue, se lavó, y volvió con vista

El hombre, la sociedad, los pueblos que no son libres son prisioneros de las sombras. Jesús se hizo hombre para conducir a los peregrinos en tinieblas al esplendor de la fe. El Apóstol de los Gentiles nos lo dice en su Carta a los Efesios, apartado “El Reino de la Luz”: “Descargad la ira sobre los rebeldes. No os hagáis cómplices suyos. Pues si en un tiempo erais tinieblas, ahora, por el Señor sois luz: fruto de la luz es toda bondad, justicia y verdad (Ef 5, 6-9). “No participéis en las obras estériles de las tinieblas, antes bien denunciadlas” (Ef 5 11). ¡Despierta, tú que duermes, levántate de la muerte y te iluminará el Mesías” (Ef 5, 14)Isaías había proclamado en el AT esta luz para cuantos habitan en sombras: “El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande. Sobre los que habitan en la tierra en sombras de muerte, resplandeció una brillante luz” (Is 9, 2).

El cineasta Martin Scorsese (1942) narra en su película Silencio (Diciembre 2016). Un dramahistórico del siglo XVII, en el que dos jesuitas portugueses, Cristóbal Ferreira y Sebastián Rodrigues, viajan a Japón en busca de un misionero –Francisco Garupe– que, tras ser perseguido y torturado, ha renunciado a su fe. Ellos mismos vivirán el suplicio y la violencia con que los japoneses reciben y tratan a los cristianos. Los protagonistas –seres humanos en pleno viacrucis físico y ético– se ven convertidos en mártires, apostasía incluida, a causa de su fe. Los verdugos retoman su secular papel de samurais, la famosa élite de guerreros japonesa que, con verdadera destreza, saña, y sentido de venganza, saben prolongar el dolor sin compasión alguna en los que consideran enemigos.

En una entrevista, el director americano confiesa: “No soy un hombre religioso; Dios, si existe, lo sabe bien”.  Y luego manifiesta que su film no es una lucha entre religiones –de hecho, hay una crítica clara a la imbecilidad de los extremismos religiosos condenados a llevar el odio allá donde ponen el pie–, es un combate entre el ser humano y el ente divino, en la lucha existente en el ser terrenal por aprehender la divinidad desde la bondad y la humildad más pura. Y finalmente, una confrontación con sus propios miedos y demonios al descubrir que todo el amor del mundo no va a poder jamás derrotar a aquellos que usan el odio irracional y la violencia salvaje como estilo de vida. Luego está el silencio del Dios al que se reza. Un silencio que también es pura barbarie y que acaba sin dar respuesta a la mayoría de los dilemas éticos que plantea la película.

En la misma época en que Scorsese ubica los hechos, un ilustre dramaturgo francés, Pierre Corneille (1606-1684), crea un nuevo estilo teatral, en el que los sentimientos trágicos son puestos en escena por primera vez en un universo plausible: el de la sociedad contemporánea. Escribe obras que exaltan los sentimientos de nobleza (El Cid), que recuerdan que los políticos no están por encima de las leyes (Horacio), o que presentan a un monarca que trata de recuperar el poder sin ejercer la represión (Cinna).

En la ópera “Catón in Útica”, de Vivaldi, decía el protagonista: “Habrá problemas si se enseña a los soldados a leer o a apreciar la música, porque entonces olvidarán el arte de la Guerra. Esto dice mucho sobre la capacidad del arte y la cultura en general de transformar nuestra sociedad en una sociedad menos violenta y más profunda.

La libertad está hecha para ser compartida”, escribió el dramaturgo galo, que es lo que pretendían los héroes portuguesesen su épica aventura, y que otros ilustres personajes de la época calificaron con similares términos. ”La desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir” (Pascal). Y también nuestra Teresa de Ávila: “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor”.

Lo mismo que el primer hombre fue creado del barro de la tierra, Jesús hizo barro con su saliva. Lo untó en los ojos del ciego y le mandó lavárselos con agua, y el ciego vio. En la Cuaresma tenemos que seguir renunciando a cuanto nos impide decirle con toda verdad: “Creo en ti, Señor”. Nos queda únicamente preguntarnos: ¿Qué hice, qué -hago, qué haré por él? Y una vez preguntados, darnos y aceptar honradamente la respuesta.

Una respuesta bañada en un mar de amor, y cuya llama jamás podrá apagarse, como cantó en su Poema LXXVIII Adolfo Bécquer.

AMOR ETERNO

Podrá nublarse el sol eternamente;

podrá secarse en un instante el mar;
podrá romperse el eje de la tierra
como un débil cristal.

¡Todo sucederá! Podrá la muerte

cubrirme con su fúnebre crespón;
pero jamás en mí podrá apagarse
la llama de tu amor.

 Vicente Martínez

Fuente Fe Adulta

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Otros ojos, otro corazón, otra luz.

Domingo, 26 de marzo de 2017
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ciego_03Jn 9, 1-41

¡Cuántas veces habremos hecho levantarse a nuestra madre para comprobar que “de verdad” la sudadera que buscábamos no estaba en su sitio, y sin embargo, qué cara de asombro e incredulidad se nos quedaba al ver que, efectivamente, nada más abrir el armario ahí estaba! Ella lo sabía, por eso iba directa, sin dudar, al lugar adecuado, mientras nosotros, aun teniéndola delante, no éramos capaces de encontrarla.

“Arreglamos el mundo” con los amigos, en conversaciones con mucha pasión, pero olvidando que a nuestro lado tenemos un compañero al que prácticamente ignoramos. Mucha ideología; poca sensibilidad hacia lo real. Pero en este caso, a diferencia de la anécdota anterior, ya no se nos dibuja una sonrisa al recordarlo sino que produce pesar reconocer nuestras incoherencias y caer en la cuenta del bien que podíamos haber hecho y que, sin embargo, quedó sin hacer.

Y todo por estar demasiado centrados en nosotros mismos. Así es imposible ver.

El Señor lo sabe. Porque Él es esa Madre que nos devuelve la mirada animándonos a pensar por qué no logramos encontrar lo más valioso “a primera vista”; o ese Padre pendiente de cada ser, de los cercanos y los lejanos, que no se pierde en discursos baldíos, sino que lleva a la práctica el amor de forma radical. Será porque nunca se detiene en sí mismo y se desvive por los demás.

Mientras estemos “en lo nuestro” será complicado que veamos algún día, más allá. Necesitamos otros ojos, otro corazón, otra luz.

Las lecturas de este domingo nos llaman la atención sobre la importancia de ver mejor para vivir en la verdad, con mayor plenitud. Cada una de ellas supone un paso que nos ayudará a avanzar en la curación de nuestra ceguera:

La primera lectura, rememora la unción de David. Contra todo pronóstico fue el elegido para ser el nuevo rey de Israel. Al Señor no le importaba que fuera el pequeño y el más insignificante de sus hermanos. Él aprecia cosas que nosotros pasamos por alto. Porque el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira al corazón (1Sm 16,7).

Para ver mejor tenemos primero que aprender cómo mira Dios. Que sus ojos sean nuestros ojos.

En la siguiente lectura san Pablo nos recuerda que solo el Señor ilumina la vida porque Él nos puede enseñar a reconocer dónde están la bondad, la justicia y la verdad, es decir, todo aquello que nos hace crecer en humanidad.

Para ver, por tanto, es necesario buscar lo que agrada al Señor (Ef 5,10). Dejarnos guiar por su saber. Que su corazón sea nuestro corazón.

En el evangelio, el relato de la curación del ciego de nacimiento nos pone ante la ceguera más difícil de sanar: la que ha sido provocada no solo por uno mismo sino por los demás. Pues, a veces nos condenamos unos a otros a no ver. Menos mal que ahí está Jesús, aportando luz donde la oscuridad se ha adueñado de la persona. Pero su mensaje es claro: He venido al mundo para que los que no ven, vean (Jn 9,39).

Para ver hay que dejarse iluminar por el Señor. Hacer nuestra su Luz. Y entonces sí: con sus ojos, su corazón y su luz nunca volveremos a estar en situación de incurabilidad y la realidad aparecerá ante nosotros de un modo nuevo.

María Dolores López Guzmán

Fuente Fe Adulta

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De la exclusión a la participación.

Viernes, 16 de octubre de 2015
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sentir-la-curacic3b3nA propósito de Juan 9, 1-41
Pedro Kalmbach. Argentina

ECLESALIA, 25/09/15.- Al imaginarme la escena del lugar previo al paso de Jesús, me lo imagino como un pueblo o un barrio tranquilo. Un barrio con unas casas, una sinagoga, personas caminando, otras descansando o haciendo sus quehaceres, otras yendo y viniendo de sus trabajos. Y en esa escena también me lo imagino a un costado al mendigo, al hombre que era ciego de nacimiento… Quienes vivían allí tenían la vista y el corazón acostumbrados a ese paisaje.

En la vida acostumbramos a nuestra vista y corazones a muchas situaciones. De esa manera situaciones terribles –de exclusión, de discriminación, de miseria- pueden pasar a ser vistas y entendidas como normales. También pueden llevar a que esquivemos nuestras miradas, cerremos nuestros corazones y hagamos de cuenta como que no hemos visto ni sentido nada.

Nos hemos acostumbrado, nuestra sociedad, nuestras iglesias se han acostumbrado a un “paisaje” con gente viviendo en la calle, con gente que nunca va a poder acceder a determinados lugares, con gente excluida por algún tipo de discapacidad como si fuera normal. Nos hemos acostumbrado a ser una sociedad excluyente/discapacitante.

Y pareciera ser que en la época de Jesús esto no era diferente. Así comienza este pasaje en los versículos 9:1-2:

“Vio, al pasar, un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:

– ”Rabbí, ¿Quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”

Jesús lo ve al pasar cuando iba caminando con sus discípulos. Y ellos realizan esa pregunta a Jesús. Una pregunta que es propia de quienes están acostumbrados a ver en el paisaje de los pueblos y barrios a mendigos, a personas excluidas, que saben que la sociedad tiene una explicación y justificación para todo eso, pero que de alguna manera sienten que eso no está bien. Ellos necesitaban escuchar del maestro la razón por la cual ese hombre era ciego.

Y Jesús, al responder esta pregunta no entra en la lógica de la misma. Él plantea otra lógica/ paradigma. Él saca del camino la justificación de esa situación a causa del pecado y coloca el foco en otro lugar, plantea otro modo de ver las cosas: las obras de Dios. Las obras de Dios como una clave diferente para poder ver una situación.

Los discípulos realizan la pregunta según la lógica existente, así como habían aprendido. Y esto es notable; a veces pensamos que nos hemos animado a salir de la visión según esa lógica, pero en el fondo no lo logramos si no hacemos el paso de quebrar el paradigma que la sustenta.

La pregunta de los discípulos no va al fondo de la cuestión, ella no logra romper con la lógica de exclusión porque el paradigma que la sustenta plantea la exclusión: El que está excluido, al margen de la sociedad, en cierta forma está ahí por su culpa o por la de sus padres. La respuesta que esperaban los discípulos, a pesar de sentir que eso no está bien, respondía a esa lógica.

Ante ello Jesús propone ver las cosas de una forma diferente. Una forma que tiene que ver con las obras de Dios.

Es interesante notar que en la narración, la obra de Dios trastoca la tranquilidad del barrio/pueblo. A partir de la acción de Jesús se arman una serie de confusiones y malestares. Primero el juicio de los vecinos, luego la interrogación de los fariseos, luego los padres del ciego que tienen miedo de decir claramente lo que deben decir, luego otra vez un interrogatorio al mendigo que culmina con su expulsión de la sinagoga, un segundo encuentro de Jesús con el mendigo y finalmente la conversación desafiante de Jesús con los fariseos. Hay gente que cuestiona, que delata al mendigo, encargados de la fe que se ven cuestionados en su autoridad y en sus creencias, que expulsan al mendigo y discuten con Jesús.

La obra de Dios produjo una conmoción, un revuelo, que si no hubiera sucedido, todo seguiría igual de tranquilo. La obra de Dios realiza algo que cuestiona la manera usual de ver y de entender las cosas. La pregunta por la culpabilidad de ese mendigo y su situación queda, a partir de la acción de Dios en Jesús, totalmente fuera de lugar.

Esa acción levanta una nueva pregunta: ¿dónde está cada uno en relación al mendigo? Ella revierte no solo la situación del mendigo, ella también cuestiona la manera en que las diversas relaciones sociales que vinculaban a ese mendigo con sus vecinos habían colaborado de una u otra forma a mantenerlo aislado, mendigando. La obra de Dios quiebra un paradigma de relaciones humanas excluyentes y propone un nuevo paradigma, un paradigma de inclusión.

Al imaginarme la escena del lugar después del paso de Jesús, quiero imaginármelo un poco diferente de lo que era al inicio, por lo menos con algunas personas cuya vista y corazón comenzaron a negarse al acostumbramiento frente a la exclusión. Es probable que algunas personas hayan revisado sus miradas y sus lugares sociales y que otras no. El mendigo pareciera ser que lo hizo (por reconocer a Jesús como el Señor, fue expulsado de la “sinagoga”). Pero no sabemos lo que hicieron los padres, los vecinos, los fariseos que cuestionaron al mendigo y que discutieron con Jesús, tampoco sabemos lo que hicieron los discípulos.

La narración abre varias preguntas, entre ellas la pregunta por nuestras propias miradas, por nuestros paradigmas. Así también la pregunta por nuestras comunidades e iglesias, por nuestros institutos/centros de formación teológica. ¿Qué hacemos? ¿Cuáles son los paradigmas que los sustentan?

Que nuestro buen Dios nos siga abriendo los ojos y corazones para no acostumbrarnos a las situaciones y a los paisajes dolorosos de exclusión en los cuales vivimos

Que así sea. Amén.

(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

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“Para excluídos”. 30 de marzo de 2014. 4 Cuaresma (A). Juan 9,1- 41.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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17-CuaresmaA4Es ciego de nacimiento. Ni él ni sus padres tienen culpa alguna, pero su destino quedará marcado para siempre. La gente lo mira como un pecador castigado por Dios. Los discípulos de Jesús le preguntan si el pecado es del ciego o de sus padres.

Jesús lo mira de manera diferente. Desde que lo ha visto, solo piensa en rescatarlo de aquella vida desgraciada de mendigo, despreciado por todos como pecador. Él se siente llamado por Dios a defender, acoger y curar precisamente a los que viven excluidos y humillados.

Después de una curación trabajosa en la que también él ha tenido que colaborar con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.

Se equivoca. Los dirigentes religiosos se sienten obligados a controlar la pureza de la religión. Ellos saben quién no es pecador y quién está en pecado. Ellos decidirán si puede ser aceptado en la comunidad religiosa.

El mendigo curado confiesa abiertamente que ha sido Jesús quien se le ha acercado y lo ha curado, pero los fariseos lo rechazan irritados: “Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. El hombre insiste en defender a Jesús: es un profeta, viene de Dios. Los fariseos no lo pueden aguantar: “Empecatado naciste de pies a cabeza y, ¿tú nos vas a dar lecciones a nosotros?”.

El evangelista dice que, “cuando Jesús oyó que lo habían expulsado, fue a encontrarse con él”. El diálogo es breve. Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el expulsado dice: “Y, ¿quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le responde conmovido: No esta lejos de ti. “Lo estás viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo le dice: “Creo, Señor”.

Así es Jesús. Él viene siempre al encuentro de aquellos que no son acogidos oficialmente por la religión. No abandona a quienes lo buscan y lo aman aunque sean excluidos de las comunidades e instituciones religiosas. Los que no tienen sitio en nuestras iglesias tienen un lugar privilegiado en su corazón.

¿Quien llevará hoy este mensaje de Jesús hasta esos colectivos que, en cualquier momento, escuchan condenas públicas injustas de dirigentes religiosos ciegos; que se acercan a las celebraciones cristianas con temor a ser reconocidos; que no pueden comulgar con paz en nuestras eucaristías; que se ven obligados a vivir su fe en Jesús en el silencio de su corazón, casi de manera secreta y clandestina? Amigos y amigas desconocidos, no lo olvidéis: cuando los cristianos os rechazamos, Jesús os está acogiendo.

José Antonio Pagola

Red evangelizadora BUENAS NOTICIAS
Jesús es también para los excluidos. Pásalo.

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“Fue, se lavó, y volvió con vista”. Domingo 30 de marzo de 2014. Domingo 4º de Cuaresma, ciclo A.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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timthumb.phpLeído en Koinonia:

1Sm 16,1b.6-7.10-13ª: David es ungido rey de Israel
Salmo responsorial 22: El señor es mi pastor, nada me falta
Ef 5,8-14: Levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz
Jn 9,1-41: Fue, se lavó, y volvió con vista

El pueblo de Dios se planteó desde antiguo un gran problema: ¿cómo saber quién es el enviado de Dios? Muchos aparecían haciendo alarde de sus habilidades físicas, de su astucia, de su sabiduría, incluso, de su profunda religiosidad, pero era muy difícil saber quien procedía de acuerdo con la voluntad del Señor y quien quería ser líder únicamente para obtener el poder.

En la época de Samuel la situación era realmente complicada. El profeta, movido por el Espíritu de Dios, buscó un líder que sacara al pueblo del difícil atolladero de la crisis interna de las instituciones tribales y de la amenaza de los filisteos. Surgió Saúl, un muchacho distinguido, de buena familia y de extraordinaria complexión física. Los hebreos más pudientes lo apoyaron de inmediato, esperando que el nuevo rey lograra controlar el avance de los filisteos. Sin embargo, el nuevo rey en poco tiempo se convirtió en un tirano insoportable que agravó el conflicto interno y que, por sus constantes cambios de comportamiento, comprometió seriamente la seguridad de las tierras cultivables. Samuel, entonces, pensó que la solución era ungir un nuevo rey, una persona que se pudiera hacer cargo de la situación. La unción profética se convirtió, en aquel momento, en el medio por el cual se legitimaba la acción de un nuevo líder ‘salvador’ del pueblo. Siglos más tarde, los profetas se dieron cuenta de que no bastaba cambiar el rey para cambiar la situación, sino que era necesario buscar un sistema social que respetara los ideales tribales, lo que luego se llamo ‘el derecho divino’. Sin embargo, subsistió la idea de que el ‘líder salvador’ tenía que ser designado por un profeta reconocido. De este modo, la unción de los caudillos de Israel pasó a ser un símbolo de esperanza en un futuro mejor, más acorde con los planes de Dios.

En la época del Nuevo Testamento, el pueblo de Dios que habitaba en Palestina enfrentó un gran reto: ¿cómo hacer reconocer a Jesús como ungido del Señor? Aunque Jesús había conocido a Juan Bautista y, luego, había retomado su predicación, se cernía aún sobre él la duda, debido a su origen humilde, a la manera tan diferente de interpretar la ley y a su poca vinculación con el templo y sus rituales. Muchos se oponían a reconocer que él era un profeta ungido por el Señor, movidos simplemente por prejuicios culturales y sociales. La comunidad cristiana tuvo que abrirse paso en medio de estos obstáculos y proclamar la legitimidad de la misión de Jesús. Solamente quien conociera la obra del Nazareno, su entrañable amor a la vida, su dedicación a los pobres, su predicación del reinado de Dios, podía reconocer que él era el “ungido”, el “Mesías” (como se dice en hebreo), o el “Cristo” (como se dice en griego).

Las ‘señales y prodigios’ que Jesús actuó en medio de la gente pobre causaron gran impacto y, por esto, fueron motivo de controversia. Los opositores del cristianismo veían en las sanaciones que Jesús obraba, simplemente la labor de un curandero. Sus discípulos, por el contrario, comprendían todo su valor liberador y salvífico. Pues, no se trataba sólo de poner remedio a las limitaciones humanas, sino de devolverle toda la dignidad al ser humano. La persona que recuperaba la visión podía descubrir que su problema no era un castigo de Dios por los pecados de sus antepasados, ni una terrible prueba del destino. Era una persona que pasana de la desesperación a la fe y descubría en Jesús al profeta, al ungido del Señor. Su problema, una limitación física, se le había convertido en una terrible marca social y religiosa. Pero, el problema no era su limitación visual, sino la terrible carga de desprecio que la cultura le había impuesto. Jesús lo libera del insufrible peso de la marginación social y lo conduce hacia una comunidad donde lo aceptan por lo que él es, sin importar las etiquetas que los prejuicios sociales le habían impuesto.

En el evangelio se nos relata una especie de drama entre los vecinos del lugar donde el ciego solía pedir limosna, los fariseos que eran un grupo de judíos piadosos y cumplidores de la ley y los “judíos” en general, una expresión genérica con la que el evangelista designa a las altas autoridades religiosas del pueblo judío de la época de Jesús. Hasta los padres del ciego son involucrados en el drama.

Se trata de un verdadero «drama teológico», simbólico, de una gran belleza literaria. De ninguna manera se trata de una narración cuasiperiodística de unos hechos históricos, o de un relato que nos describa ingenuamente cómo sucedieron las cosas. No olvidemos que es Juan quien escribe, y que su evangelio se mueve siempre en un alto nivel de sofisticación, de recurso al símbolo y a la insinuación indirecta. Si tenemos que dirigir la palabra en la homilía, conviene no «contar» las cosas como quien cuenta hechos históricos tal cual, como si estuviera entreteniendo a unos niños. Los oyentes son adultos y agradecen que se les trate como a tales, sin abusar de que se tiene la palabra en un ámbito litúrgico donde por respeto nadie va a levantar la mano ni menos a contradecir, y que por eso se puede decir cualquier cosa, que «todo cuela» en ese ambiente.

En el «drama teológico» que hoy leemos, de Juan, el ciego se convierte en el centro. Todos se preguntan cómo es posible que un ciego de nacimiento sea ahora capaz de ver. Sospechan que algo grande ha sucedido, preguntan por el que ha hecho ver al ciego, pero no llegan a creer que Jesús sea la causa de la luz de los ojos del ciego. Un simple hombre como Jesús no les parece capaz de obrar tales maravillas. Menos aún habiéndolas obrado en sábado, día sagrado de descanso que los fariseos se empeñaban en guardar de manera escrupulosa. Y menos aún siendo el ciego un pobretón que pedía limosna al pie de una de las puertas de la ciudad. Todos interrogan al pobre ciego que ahora ve: los vecinos, los fariseos, los jefes del templo. Jesús se hace encontradizo con él, solidariamente, al enterarse de que lo han expulsado de la sinagoga. Y en este nuevo encuentro con Jesús el ciego llega a «ver plenamente», a «ver» no sólo la luz, sino la «gloria» de Dios, reconociendo en él al enviado definitivo de Dios, el Hijo del hombre escatológico, el Señor digno de ser adorado… Es el mensaje que Juan nos quiere transmitir narrando un drama teológico -como es su estilo- más que afirmando proposiciones abstractas -como hubiera hecho si hubiera sido de formación filosófica griega-.

Al final del texto las palabras que Juan pone en labios de Jesús hacen explotar el mensaje teológico del drama: Jesús es un juicio, es el juicio del mundo, que viene a poner al mundo patas arriba: los que veían no ven, y los que no veían consiguen ver. ¿Y qué es lo que hay que ver? A Jesús. Él es la luz que ilumina.

No haría falta echarle metafísica y ontología griega a este drama… Es un lenguaje de «confesión de fe». La comunidad de Juan está «entusiasmada», llena de gozo y de amor, poseída realmente por el descubrimiento que ha hecho en Jesús. Sienten que Él les cambia el mundo, que ven las cosas al revés que antes, y que es en Él en quien Dios se les ha hecho patente. Y así lo confiesan. No hace falta más. La ontología de los siglos subsiguientes es cultural, occidental, griega. Para el caso, sobra.

¿Qué significa hoy para nosotros? Lo mismo, sólo que a 20 siglos de distancia. Con más perspectiva, con más sentido crítico, con más conciencia de la relatividad (no digamos “relativismo”) de nuestras afirmaciones, sin fanatismos ni exclusivismos, sabiendo que la misma manifestación de Dios se ha dado en tantos otros lugares, en tantas otras religiones, a través de tantos otros mediadores. Pero con la misma alegría, el mismo amor y el mismo convencimiento. Leer más…

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Dom 30.3.14. “El ciego de la piscina. Un texto de rebeldía”

Domingo, 30 de marzo de 2014
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01Del blog de Xabier Pikaza:

Domingo 4º Cuaresma. Ciclo A. Jn 9, 1-41. Los domingos de cuaresma van ofreciendo una preciosa catequesis.

— El anterior fue del agua (Samaritana),
— el siguiente será de la vida (Lázaro);
— hoy toca la luz (ciego de nacimiento: Jn 9).

A partir de la catequesis de fondo del evangelio de hoy pueden distinguirse dos actitudes fundamentales ante la vida:

— La de aquellos que alumbran a los otros
(como Jesús, “curando” al ciego), la de aquellos que les ayudan a ver, les acompañan y se alegran de que vean.
y la de aquellos parásitos que controlan e impiden que los otros vean (como los fariseos del pasaje); quieren controlar la luz, para su servicio, impidiendo a los demás que vean.

En ese contexto se puede hablar también de dos tipos de religión:

‒ Una religión que crea y alumbra, que da luz a los ciegos, que ensancha la ida y libera como la de Jesús y otros muchos judíos, cristianos, budistas, musulmanes…;

‒ y una religión explotadora que vive de controlar e impedir que los otros vean por sí mismos, como los fariseos de este pasaje de Juan, y como muchos otros cristianos, judíos, no judíos, no cristiano… etc etc.

Hoy es el día de la buena religión, hoy es el día de la luz, como indica este pasaje prodigioso de catequesis del evangelio de Juan.

Texto. Juan 9,1-41

(Es un texto largo, una larga catequesis. Léase con calma, responda cada uno a su “palabra”):

En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. [Y sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?” Jesús contestó: “Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.”

Dicho esto,] escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado.” Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: “¿No es ése el que se sentaba a pedir?” Unos decían: “El mismo.”
Otros decían: “No es él, pero se le parece.” Él respondía: “Soy yo.”

[Y le preguntaban: “¿Y cómo se te han abierto los ojos?” Él contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver.” Le preguntaron: “¿Dónde está él?” Contestó: “No sé.”]

Llevaron ante LOS FARISEOS al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó: “Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.” Algunos de los FARISEOS comentaban: “Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.” Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?” Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Él contestó: “Que es un profeta.”

[Pero los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?” Sus padres contestaron: “Sabemos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse.” Sus padres respondieron así porque tenían miedo los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: “Ya es mayor, preguntádselo a él.”

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.” Contestó él: “Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.” Le preguntan de nuevo: ¿Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?” Les contestó: “Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos?” Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron: “Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.

Replicó el ciego: “Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.”]
Le replicaron: “Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?” Y lo expulsaron. Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” Él contestó: “¿Y quién es, Señor, para que crea en él?” Jesús les dijo: “Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.” Él dijo: “Creo, señor.” Y se postró ante él.

[JESÚS añadió: “Para un juicio he venido ya a este mundo; para que los que no ve vean, y los que ven queden ciegos.”
LOS FARISEOS que estaban con él oyeron esto y le preguntaron: “¿También nosotros estamos ciegos?”
JESÚS les contestó: “Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.”]

Texto encuadrado en la liturgia
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Fue desde el principio un texto de “liturgia”, una catequesis que la Iglesia vuelve a presentar en la cuaresma, entre el pasaje del agua (3ª Semana, Samaritana: Jn 4, 5-42) y el de la vida (5ª semana, de Lázaro: Jn 11,1-45).

Este “milagro” no tiene equivalente en los sinópticos. Eso no quiere decir que el evangelista Juan lo haya inventada. Posiblemente ha tomado una historia que corría en la tradición, una historia parecida a otros milagros de ciegos (cf. Mc 8, 22-26 y 10, 46-52: ciego de Betsaida, ciego de Jericó), y la ha adaptado y recreado, en el escenario más solemne de Jerusalén, con la aguas de Siloé (bajo el templo), con Jesús como luz, en el contexto de las disputas de algunos cristianos con otros grupos de judíos sobre la luz verdadera (en el trasfondo del sábado judío y de la obra de Dios).

Quiero ofrecer un recuerdo

El curso 1967/1968, el prof. Ignace de la Potterie nos ofreció todo un semestre (cuatro lecciones por semana) sobre este pasaje de Jn, en el Bíblico de Roma. No dijo todo lo que se puede decir, ni yo recuerdo ahora todo lo que dijo, pero nos ayudó a descubrir la luz y la verdad y la libertad, en el mismo entorno de Jerusalén, en el camino que va de la ciudad alta y del templo a la baja, con el agua… en el camino que va de la ley a la libertad, en con contexto más solemne de la transformación mesiánica. En otros temas no era tan luminoso el prof. De la Potterie, hubo cosas que no nos enseñó a ver; pero el curso sobre el ciego fue bueno).

Volvamos a los tres domingo de este ciclo de cuaresma

La Samaritana era el signo de la mujer/pueblo que busca la vida del agua, la vida en libertad, sin estar esclavizada por maridos y maridos que pasan sin quedar, junto al pozo de Jacob, sin Sicar/Samaría. Se supone que es “pecadora”, pero no ella como persona, sino por toda la historia que lleva detrás y que le arrastra. Leer más…

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“Una historia en siete escenas y quince preguntas”. Domingo 4º de Cuaresma. Ciclo A.

Domingo, 30 de marzo de 2014
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ciego_03Del blog El Evangelio del Domingo, de José Luis Sicre sj:

  1ª escena: Los discípulos y Jesús. 1ª pregunta

(La escena tiene lugar al comienzo de las escaleras que conducen al templo de Jerusalén. Un hombre de unos veinte años, ciego, está sentado pidiendo limosna. Jesús y sus discípulos se aproximan a él entrando por la izquierda. Felipe mira al ciego con detenimiento y comienza a discutir con Bartolomé. Luego se acercan a Jesús.)

Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron:
-«Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?»
Jesús contestó:
-«Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado; viene la noche, y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.»

2ª escena: Jesús y el ciego

Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo:
-«Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado).»
Él fue, se lavó, y volvió con vista.

3ª escena: Los vecinos y el ciego. 2ª – 4ª preguntas

(Una calle de Jerusalén. Un grupo de personas rodea al ciego. Otros comentan entre ellos a corta distancia.)

Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban:
¿No es ése el que se sentaba a pedir?
Unos decían:
-«El mismo.»
Otros decían:
-«No es él, pero se le parece.»
Él respondía:
-«Soy yo.»
Y le preguntaban:
¿Y cómo se te han abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, me lo untó en los ojos y me dijo que fuese a Siloé y que me lavase. Entonces fui, me lavé, y empecé a ver. »
Le preguntaron:
«¿Dónde está él?»
Contestó:
-«No sé.»

4ª escena: Los fariseos y el ciego. 5ª y 6ª preguntas

(Amplia sala de reunión, con asientos en semicírculo. Al fondo, una ventana ilumina la escena, sin restarle cierto aire tétrico a la sala. A la derecha, una puerta. Los fariseos están sentados y el ciego de pie en el centro. Dos guardias también de pie junto a la puerta.)

Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego. Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista. Él les contestó:
-«Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo.»
Algunos de los fariseos comentaban:
-«Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.»
Otros replicaban:
¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?»
Y estaban divididos.
Y volvieron a preguntarle al ciego:
-«Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?»
Él contestó:
-«Que es un profeta.»

5ª escena: Los fariseos y los padres. 7ª y 8ª preguntas

(A una señal del presidente, los guardias se llevan al ciego por la puerta de la derecha. Vuelven poco después con un matrimonio de entre cuarenta y cincuenta años. Se les nota nerviosos y con miedo).

Los judíos no se creyeron que aquél había sido ciego y había recibido la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:
¿Es éste vuestro hijo, de quien decís vosotros que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?»
Sus padres contestaron:
-«Sabernos que éste es nuestro hijo y que nació ciego; pero cómo ve ahora, no lo sabemos nosotros, y quién le ha abierto los ojos, nosotros tampoco lo sabemos. Preguntádselo a él, que es mayor y puede explicarse. »
Sus padres respondieron así porque tenían miedo a los judíos; porque los judíos ya habían acordado excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús por Mesías. Por eso sus padres dijeron: «Ya es mayor, preguntádselo a él.»

6ª escena: Los fariseos y el ciego. 9ª-12ª preguntas

(Los guardias sacan fuera al matrimonio. Tras una acalorada discusión, el tribunal decide llamar por segunda vez al ciego. Entra escoltado por los dos guardias.)

Llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron:
-«Confiésalo ante Dios: nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. »
Contestó él:
-« Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.»
Le preguntan de nuevo:
¿«Qué te hizo, cómo te abrió los ojos?»
Les contestó:
-«Os lo he dicho ya, y no me habéis hecho caso; ¿para qué queréis oírlo otra vez?; ¿también vosotros queréis haceros discípulos suyos? »
Ellos lo llenaron de improperios y le dijeron:
-«Discípulo de ése lo serás tú; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero ése no sabemos de dónde viene.»
Replicó él:
-«Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de dónde viene y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que es religioso y hace su voluntad. Jamás se oyó decir que nadie le abriera los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»
Le replicaron:
-«Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?»
Y lo expulsaron.

7ª escena: Jesús, el ciego y los fariseos. 13ª-15ª preguntas

(La escena tiene lugar en la escalera de acceso al templo, como la escena primera.)

Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo:
¿Crees tú en el Hijo del hombre?»
Él contestó:
¿Y quién es, Señor, para que crea en él?»
Jesús le dijo:
-«Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es.»
Él dijo:
-«Creo, Señor.»
Y se postró ante él.
Jesús añadió:
-«Para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven queden ciegos.»
Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le preguntaron:
¿También nosotros estamos ciegos?»
Jesús les contestó:
-«Si estuvierais ciegos, no tendríais pecado, pero como decís que veis, vuestro pecado persiste.»

COMENTARIO

«A mi hijo lo citaron como testigo, lo estuvieron interrogando más de dos horas y al final lo condenaron como culpable.» De esto podrían haberse quejado los padres del ciego de nacimiento, en voz baja, por miedo a los fariseos. Pero sería erróneo limitarse a la queja de los padres, porque el ciego terminó muy contento.

Una discusión absurda

Todo empezó por una discusión absurda entre los discípulos cuando se cruzaron con el ciego: ¿quién tenía la culpa de su ceguera?, ¿él o sus padres? Si hubieran leído al profeta Ezequiel, sabrían que nadie paga por la culpa de sus padres. Y si supieran que el ciego lo era de nacimiento, no podrían haberlo culpado a él. Jesús zanja rápido el problema: ni él ni sus padres. Su ceguera servirá para poner de manifiesto la acción de Dios y que Jesús es la luz del mundo.

Una forma extraña de curar

En el evangelio de Juan, igual que en los Sinópticos, la palabra de Jesús es poderosa. Lo demostrará poco más tarde resucitando a Lázaro con la simple orden: «sal fuera». Sin embargo, para curar al ciego adopta un método muy distinto y complicado. Forma barro con la saliva, le unta los ojos y lo envía a la piscina de Siloé. Un volteriano podría decir que no cabe más mala idea: le tapa los ojos con barro para que vea menos todavía, y lo manda cuesta abajo; más que curarse podría matarse.

¿Qué pretende enseñarnos el evangelista? No es fácil saberlo. San Ireneo, en el siglo II, fijándose en la primera parte, relacionaba el barro con la creación de Adán: Dios crea al primer hombre y Jesús crea a un cristiano; pero esto no explica el uso de la saliva ni el envío a la piscina de Siloé. San Agustín, fijándose en el final, relacionaba el lavarse en la piscina con el bautismo; tampoco esto explica todos los detalles.

Una cosa al menos queda clara: la obediencia del ciego. No entiende lo que hace Jesús, pero cumple de inmediato la orden que le da. No se comporta como el sirio Naamán, que se rebeló contra la orden de Eliseo de lavarse siete veces en el río Jordán. Como Abrahán, por la fe sale de su mundo conocido para marchar hacia un mundo nuevo.

Un anacronismo intencionado

La antítesis del ciego la representan los fariseos. El evangelista deforma la realidad histórica para acomodarla a la situación de su tiempo. En la época de Jesús los fariseos no podían expulsar de la sinagoga; ese poder lo consiguieron después de la caída de Jerusalén en manos de los romanos (año 70), cuando el sacerdocio perdió fuerza y ellos se hicieron con la autoridad religiosa. A finales del siglo I, bastante después de la muerte de Jesús, es cuando comenzaron a enfrentarse decididamente a los cristianos, acusándolos de herejes y expulsándolos de la sinagoga.

El miedo y la osadía

El relato de Juan refleja muy bien, a través de los padres del ciego, el pánico que sentían muchos judíos piadosos a ser declarados herejes, impidiéndoles hacerse cristianos.

El hijo, en cambio, se muestra cada vez más osado. Tras la curación se forma de Jesús la misma idea que la samaritana: «es un profeta»; porque el profeta no es sólo el que sabe cosas ocultas, sino también el que realiza prodigios sorprendentes. Ante la acusación de que es un pecador, no lo defiende con argumentos teológicos sino de orden práctico: «Si es un pecador, no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo.» Luego no teme recurrir a la ironía, cuando pregunta a los fariseos si también ellos quieren hacerse discípulos de Jesús. Y termina haciendo una apasionada defensa de Jesús: «si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder.»

La verdadera visión y la verdadera luz

Hasta ahora, el ciego sólo sabe que la persona que lo ha curado se llama Jesús. Lo considera un profeta, está convencido de que no es un pecador y de que debe venir de Dios. El ciego ha empezado a ver. Pero la verdadera visión la adquiere en la última escena, cuando se encuentra de nuevo con Jesús, cree en él y se postra a sus pies. Lo importante no es ver personas, árboles, nubes, muros, casas, el sol y la luna… La verdadera visión consiste en descubrir a Jesús y creer en él. Y para ello es preciso que Jesús, luz del mundo, ilumine al ciego poniéndose delante, proyectando una luz intensa, que deslumbra y oculta los demás objetos, para que toda la atención se centre en ella, en Jesús.

No hay peor ciego que quien no quiere ver

Los fariseos representan el polo opuesto. Para ellos, el único enviado de Dios es Moisés. Con respecto a Jesús, a lo sumo podrían considerarlo un israelita piadoso, incluso un buen maestro, si observa estrictamente la Ley de Moisés. Pero está claro que a él no le importa la Ley, ni siquiera un precepto tan santo como el del sábado. Además, nadie sabe de dónde viene. Resuena aquí un tema típico del cuarto evangelio: ¿de dónde viene Jesús? Pregunta ambigua, porque no se refiere a un lugar físico (Nazaret, de donde no puede salir nada bueno, según Natanael; Belén, de donde algunos esperan al Mesías) sino a Dios. Jesús es el enviado de Dios, el que ha salido de Dios. Y esto los fariseos no pueden aceptarlo. Por eso lo consideran un pecador, aunque realice un signo sorprendente. Dios no puede salirse de los estrictos cánones que ellos le imponen. Ellos tienen la luz, están convencidos de que ven lo correcto. Y este convencimiento, como les dice Jesús al final, hace que permanezcan en su pecado.

La samaritana y el ciego

Hay un gran parecido entre estas dos historias tan distintas del evangelio de Juan. En ambas, el protagonista va descubriendo cada vez más la persona de Jesús. Y en ambos casos el descubrimiento les lleva a la acción. La samaritana difunde la noticia en su pueblo. El ciego, entre sus conocidos y, sobre todo, ante los fariseos. En este caso, no se trata de una propagación serena y alegre de la fe sino de una defensa apasionada frente a quienes acusan a Jesús de pecador por no observar el sábado.

* * *

En el evangelio dice Jesús a los discípulos: « Mientras es de día, tenemos que hacer las obras del que me ha enviado». La primera lectura de este domingo concreta algunos aspectos de estas obras de la luz.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 8-14

Hermanos:
En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz -toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Pues hasta da vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas.
Pero la luz, denunciándolas, las pone al descubierto, y todo lo descubierto es luz. Por eso dice: «Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.»

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